5

La habitación de Eric no se parecía en nada al resto de la casa. Olía a playa y a sal. Las paredes estaban repletas de estanterías con una completa colección de música y cientos de películas. El único hueco libre lo ocupaba una tabla de surf. El ordenado caos, según sus palabras, le permitía encontrar cualquier cosa que buscara sin tener que pensar en dónde la había visto por última vez.

Eric no le había dado mayor importancia a las palabras de Lola. Y yo aproveché para reclamar la visita guiada que teníamos pendiente. No sabía si alegrarme de que no se tomara nada en serio o preocuparme por ello. Mientras lo sopesaba, Eric me atrapó entre sus brazos y me besó con cautela, lleno de dudas.

Entreabrí los labios y su lengua se coló en mi boca, provocándome un escalofrío de placer. Deslicé las manos por su espalda, trazando el definido perfil de cada uno de sus músculos. Él me empujó con delicadeza, sin separarse de mí, hasta que ambos caímos sobre la cama. Sus besos se tornaron más exigentes y sus manos ascendieron por debajo de mi blusa.

Busqué su mirada, y mi corazón se detuvo por un instante, decepcionada al tropezar con sus ojos azules en vez de verdes. Eric percibió mi titubeo y se detuvo.

—No puedo hacer esto —gemí.

Me hubiera dado cabezazos contra la pared. ¿De verdad acaba de pronunciar la misma frase que Lucas me dedicara a mí hace meses?

—Yo… lo siento, no pretendía… no era mi intención… —balbuceó él, culpable.

Traté de reprimir las lágrimas, porque sabía que una vez que brotara la primera no sería capaz de parar. La ternura con la que me miraba Eric no ayudaba en nada.

—Me gustas, Eric, de verdad que me gustas —afirmé, y era del todo cierto.

Eric era dulce y encantador, además de tremendamente atractivo.

—Entonces, volvamos abajo y baila conmigo hasta que amanezca. —Se puso de pie y me tendió la mano.

Y además romántico. Si Lola estuviera allí, me empujaría a sus brazos. Incluso mi madre estaría encantada de tenerlo de yerno.

—Necesito un minuto —le pedí.

Abandoné la habitación renegando por no ser capaz de aceptar su invitación. Para cuando llegué a las escaleras, mis piernas decidieron que no me alejaba de Eric con suficiente rapidez y echaron a correr por propia voluntad. En mi huida precipitada, tropecé con Tomás. Agradecí que Lola no estuviera junto a él y recé para que no se hubiera percatado de las lágrimas que corrían por mis mejillas.

La playa desierta resultó un refugio perfecto. La brisa suave que llegaba desde el mar me enfriaba la piel, pero también contribuyó a relajar mi temperamento inestable. Me senté y enterré los pies en la arena.

Estaba claro que, por mucho que Lola hubiera insistido, no debería haber rememorado mi último cumpleaños. Había empujado los recuerdos de ese día hasta el lugar más profundo y oscuro de mi interior, y era ahí donde deberían haberse quedado por siempre jamás. O tal vez Lola tuviera razón, y necesitara cerrar ese capítulo de mi relación con Lucas definitivamente para seguir adelante.

Valoré la posibilidad de enfrentarme a Lucas y contárselo todo. Pero ¿qué iba a decirle? ¿Que casi nos habíamos acostado? ¿Que en medio del calentón me había rechazado?

—¡Ari! ¡Ari!

Volví la cabeza para ver que Lola corría a toda prisa hacia mí. Los tacones se le hundían en la arena, haciéndola tropezar.

—Mierda, Ari, ¿qué demonios ha pasado? —preguntó, con la voz entrecortada por la carrera—. ¿Te ha hecho daño?

—Cálmate, Lola. No ha pasado nada —le aseguré, tratando de tranquilizarla.

Estaba frenética y no dejaba de mirarme de arriba a abajo. No comprendía qué era lo que buscaba.

—Estoy bien —repetí—. Solo necesitaba algo de aire fresco.

Me obligó a levantarme y tiró de mí en dirección a la casa, no sin antes revisar que toda mi ropa estuviera en su sitio.

—Tomás me dijo que se había cruzado contigo, que llorabas y saliste corriendo de la casa. Creí que Eric había intentado obligarte… —se explicó por fin.

Planté los pies en la arena para evitar que me arrastrara tras ella.

—Bueno, pues estoy bien —insistí una vez más.

—Te busqué, no te encontraba por ningún lado y me asusté. Y… puede que se lo haya mencionado a Lucas —añadió en un susurro.

Me quedé sin habla. A juzgar por la expresión culpable de mi amiga, Lucas no debía haber reaccionado bien.

—Tienes que volver —continuó—, se ha puesto como un loco.

Me descalcé y eché a correr por la arena todo lo rápido que pude, dejando a Lola atrás. Si conocía bien a Lucas, a estas alturas estaría haciéndole una cara nueva a Eric.

Aporreé la puerta principal con desesperación hasta que alguien me permitió acceder a la casa. Seguí el sonido de los gritos que llegaban desde el jardín, atravesando el salón a toda prisa. Sin ningún tipo de remordimientos, me lié a empujones para apartar a la gente que se había arremolinado a su alrededor.

Lucas sostenía a Eric de la camisa y lo zarandeaba con rabia. La sangre le chorreaba por la barbilla, manando de un corte sobre el pómulo derecho. Eric tenía aún peor aspecto: un ojo medio cerrado, que ya comenzaba a amoratarse, y el labio partido.

—Eres un mierda, Eric —le gritó, y lo lanzó hacia atrás.

Me interpuse entre ellos y presioné las palmas de mis manos contra su pecho para detener a mi amigo, que ya había empezado a avanzar hacia Eric.

—Estoy bien, Lucas —aseguré para apaciguarle—. Eric no me ha hecho nada.

El velo de ira que cubría sus ojos cayó, sustituido por alivio. Aferró mis hombros y buscó mi mirada. La suya estaba cargada de recelo y miedo.

—Estoy bien —repetí, porque me dio la sensación de que era lo único que necesitaba oír.

Hundió la cabeza en mi cuello, escondiéndose de todos, y sus labios rozaron mi clavícula. Temblaba de pies a cabeza, como un chiquillo asustado. Nunca le había visto tan vulnerable.

—Te llevaré a casa —dije con un susurro.

La gente nos abrió paso hacia la puerta, murmurando y cuchicheando entre ellos. Al cruzarme con Lola, me indicó con un gesto que Tomás la llevaría de regreso. Sabía que la pelea la había trastornado tanto como a mí, por lo que me alegré de que tuviera a Tomás a su lado, apretándole la mano y mirándola con cariño.

No me despedí de Eric, a pesar de que sentía que le debía una explicación. Tendría que esperar hasta mañana. Lo único que deseaba era sacar a Lucas de allí y meterme en la cama cuando me hubiera asegurado de que se encontraba bien.

Durante el trayecto, ninguno de los dos dijo nada. Lucas, sentado a mi lado, apoyaba la cabeza contra el cristal de la ventanilla y había cerrado los ojos. No tenía ni la más remota idea de dónde se alojaba, así que conduje hasta el apartamento de los padres de Lola. Una vez allí, lo llevé a mi habitación y dejé que se sentara en la cama.

Parecía ido.

—Estás hecho un desastre —bromeé, en un intento de aliviar el tenso ambiente que nos rodeaba.

—Pensaba que él… —Su voz, temblorosa, se fue apagando, y no terminó la frase.

—Lo sé. No pasa nada, Lucas.

Rebusqué en mi neceser hasta dar con un pañuelo de papel, y le limpié con cuidado alrededor del corte. Hizo una mueca de dolor, pero no se quejó. La sangre reseca se resistía a desaparecer de su rostro. Tomé una toalla y, tras humedecerla en el lavabo, me arrodillé frente a él.

Mientras limpiaba el rostro de Lucas, sus ojos cansados no perdían detalle de cada uno de mis movimientos. Me pregunté en qué estaría pensando. Cuando su piel estuvo limpia, lo obligué a quitarse la camiseta manchada de sangre y la tiré a un rincón. Me senté a su lado y suspiré. Él apoyó la cabeza en mi regazo, tumbándose sobre la cama, y cerró los ojos.

—Gracias, Ari.

Asentí con la cabeza, aunque él no podía verme. Le acaricié el pelo para reconfortarlo, esperando que se durmiera.

—Nunca dejaré que nadie te haga daño —murmuró, más dormido que despierto—, ni siquiera yo.

Su respiración se hizo rítmica y su rostro se suavizó, adquiriendo una expresión serena. Me entretuve durante unos instantes perfilando con los dedos la línea de su mandíbula y de sus labios.

Con cuidado de no despertarlo, trasladé su cabeza de mis piernas a la cama. Cambié la blusa y los shorts que llevaba puestos por una camiseta sin mangas que hacía las veces de pijama, y cerré la puerta. Lola llegaría en cualquier momento, con toda probabilidad acompañada por Tomás. Solo me faltaba que un amigo de Eric nos encontrara a Lucas y a mí durmiendo en la misma cama.

Los temblores que sacudían mis manos me hicieron pensar que no lograría desabrochar los botones del vaquero de Lucas y quitárselo para meterlo en la cama. Pero tras un breve forcejeo logré mi objetivo. Lo tapé con la sábana, más por esconder de mi vista su cuerpo que porque hiciera frío, y me tumbé de lado junto a él.

Y mientras lo contemplaba dormir, acepté que, aunque me lo hubiera negado una y otra vez, estaba completamente enamorada de él.