—¡Dios, Ari! —exclamó Lola con vehemencia—, ¡estás pillada por Lucas y no me habías contado nada!
—¡¿Qué!? ¡No! Es mi amigo, solo eso.
Aparqué el coche y bajé dando un portazo. ¿De dónde se había sacado mi amiga que yo estaba enamorada de Lucas?
—No engañas a nadie. Te conozco —afirmó, mientras se esforzaba por mantenerse a mi lado.
Levanté la vista para contemplar el lugar al que nos habían invitado: una pequeña mansión de dos plantas y forma rectangular, a pie de playa. La mayoría de las paredes no eran tales, su lugar lo ocupaban grandes cristaleras que iban del suelo al techo. Frente a ella se extendía un césped de aspecto cuidado, interrumpido de tanto en tanto por grupos de palmeras y otros árboles.
—Solo fue un error. No te montes películas, Lola. No ha vuelto a pasar nada parecido.
—Y por eso no te has enrollado con nadie más desde entonces —apuntó son sorna.
—Ya había decidido pasar de los tíos antes de lo de Lucas —me defendí.
Llevaba mucho tiempo sin prestarle atención a otra cosa que no fueran los estudios y mis amigos, que Lucas estuviera entre ellos no tenía nada que ver.
Toqué al timbre y me puse un dedo en los labios para darle a entender a Lola que no pensaba discutir más sobre el tema.
—Creo que te equivocas —dijo Lola, ignorando mi petición.
—Si fuera por ti, me liaría cada día con un tío diferente.
—No me refería a eso, quería decir…
Lola interrumpió su discurso cuando la puerta de la casa se abrió y Lucas apareció ante nosotras. Por el rabillo del ojo, me di cuenta de que Lola le daba un repaso con la mirada. Conociéndola, me imaginaba la clase de pensamientos que cruzaban por su mente.
—Pensaba que os habíais rajado —dijo Lucas. Se apartó y nos invitó a entrar—. Dime que bailarás conmigo —añadió cuando pasé a su lado.
No sé si fue la forma en la que lo dijo o que yo estaba especialmente sensible después de pasar la tarde rememorando nuestra no-historia, pero me dio la sensación de que su tono rayaba la súplica. Sus dedos me rozaron el brazo y me esforcé por tranquilizar mi desbocado corazón.
—Cortad el rollo —intervino Lola, sin darme opción a formular mi respuesta.
Agradecí su intervención. Llevaba meses esforzándome por comportarme, dedicándome a respirar profundamente cuando Lucas me sonreía, evitando dejarme arrastrar por sus ojos verdes y sobre todo, obviando el hecho de que, desde entonces, la lista de sus chicas de una noche habría ampliado su longitud. No pensaba lanzarlo todo por la borda ni permitir que nada de lo que hiciera me afectara.
«Somos amigos, somos amigos», me repetí. «Acéptalo», le contestó con malicia otra voz, «te mueres por meterte en su cama».
—Necesito una copa —afirmé, decidida a acallarlas a ambas.
Un chico apareció al lado de Lucas, reclamando atención y, sin poder evitarlo mi amiga y yo lo examinamos de arriba a abajo. Tenía una sonrisa de esas que salen en los anuncios de pasta de dientes y el pelo rubio a ras de las orejas, nariz recta y mandíbula cuadrada, además de unos ojos tan azules que me descubrí comprobando si se trataba de unas lentillas. Vestía tan solo un bañador de color verde y negro que le llegaba hasta las rodillas y estaba segura de que el moreno —y los músculos de su abdomen— se los había ganado a pulso sobre una tabla de surf.
El recién llegado no pasó por alto el análisis profundo al que Lola y yo lo estábamos sometiendo.
—Chicas, este es Eric, el anfitrión —nos presentó Lucas—. Estas son Ari y Lola.
Ambas sonreímos como idiotas.
—Vayamos a por esa copa —sugirió Lucas, y tiró de Eric para llevárselo con él. Lola y yo les seguimos.
La casa estaba decorada de forma minimalista, en tonos blancos y negros y con pequeñas pinceladas de rojo: algunos cojines, el marco de un cuadro, varias velas. Sobre una estantería atisbé una foto familiar con Eric de crío, una niña un par de años mayor y los que debían de ser sus padres.
—Ahí tienes —me susurró Lola—, un auténtico bombón para terminar con tu prolongada abstinencia.
—No voy a enrollarme con Lucas.
—Me refería a Eric —repuso mi amiga con desgana y los ojos en blanco—. ¿No dices que pasas de Lucas y que no estás enamorada de él? Bien, pues demuéstralo.
Como si supiera que hablábamos de él, Eric nos miró por encima del hombro y sonrió. Se le marcaron dos hoyuelos en las mejillas. Lola suspiró sonoramente.
—Creo que te gusta más a ti que a mí —puntualicé, reprimiendo una carcajada.
Atravesamos la estancia y salimos de la casa por una amplia puerta corredera que daba a la parte posterior. Debía haber alrededor de cuarenta o cincuenta personas desperdigadas por el jardín, alrededor de la piscina. A nuestra izquierda, un grupo de tres chicos discutían sobre la mejor forma de conseguir brasas frente a una barbacoa. Y algo más adelante, la gente se arremolinaba en torno a un especie de barra en busca de una bebida.
—Me sacrificaré —comentó mi amiga con dramatismo.
—¿Qué más te da lo que haga, Lola? ¿Tan difícil es de entender que no quiera liarme con el primer tío que aparezca?
Lola bufó exasperada y yo me armé de paciencia. Su intención era buena, a pesar de que me torturara día y noche con el mismo tema.
—Estoy bien así —añadí, para suavizar nuestra disputa.
Mi amiga se detuvo.
—Supéralo, Ari. No vas a hacerlo hasta que dejes a alguien más entrar en tu vida —dijo alzando la voz. La fulminé con la mirada.
—Todo esto no es por él —me defendí.
—Está bien —cedió por fin—. Mejor me lo pones. Ya puedes emplearte a fondo en seducir al surfero, porque si no, te prometo que iré a hablar con él y le diré que estás deseando que te enseñe el resto de la casa, su habitación a poder ser. Tú ya me entiendes…
—¿Venís? —La voz de Eric me sobresaltó.
Lola se adelantó, directa hacia la barra.
—Tú verás —farfulló, dejándome atrás.
Contemplé la mano que me tendía Eric, dudando. Desvié la vista y vi a Lucas observándonos, a pesar de la morena voluptuosa y escasa de ropa que ya se le colgaba del cuello.
«No pierde el tiempo», pensé para mí misma.
Puede que Lola tuviera razón, que solo necesitara dejarme llevar. Tomé la mano de Eric y le sonreí. Los hoyuelos se le marcaron de nuevo al devolverme el gesto.
—¿Sales con alguien? —me preguntó mientras me pasaba una bebida. No apartó los ojos de los míos.
—No, con nadie.
—Es difícil de creer. —Enarqué las cejas al escucharle—. Quiero decir… eres muy guapa.
Su expresión tierna y algo avergonzada me hizo reír.
—Me ha dicho Lucas que también estudias biología —añadió enseguida, cambiando de tema.
—Sí, pura vocación, créeme. Entre clases y horas de laboratorio prácticamente vivo en la facultad. Pero es una carrera preciosa —comenté, embalada.
Mi pasión por la biología era uno de mis puntos débiles. Si alguien sacaba el tema, podía hablar durante horas sobre ello. Con frecuencia, renegaba de la esclavitud de mi elección, pero sabía que no hubiera podido estudiar otra cosa.
—Te entiendo —aseguró Eric. Se inclinó sobre mí y me apartó un mechón de la cara—. Yo acabo este año ciencias químicas.
—Empatados, entonces —repuse, agradecida por el descubrimiento.
Dos horas y un número indefinido de mojitos después, Lola y yo bailábamos entre el resto de invitados. Eric apenas se había despegado de mí y Tomás, uno de sus amigos, le hacía ojitos a mi amiga con una intensidad innecesaria, dado que ella también babeaba por él. Lucas bailaba con una pechugona a poca distancia.
—Le va a saltar un ojo —bromeó Tomás, refiriéndose al contoneo de Lidia, la chica que acompañaba a Lucas.
Todos reímos ante su ocurrencia. No le faltaba razón.
—Le estaría bien empleado —apostilló Lola.
La canción que sonaba terminó y dio paso a una balada, Tu noche y la mía, de Révolver. Lola aprovechó la ocasión para incrustarse en el pecho de Tomás, y Eric enlazó mi cintura con cautela, como si temiera que fuera a echar a correr. Le dejé hacer y apoyé la cabeza sobre su hombro, mientras la letra de la canción se desgranaba.
Alcé la vista y me topé con los ojos de Lucas. Bailaba abrazado a Lidia, que tenía serios problemas para mantener las manos apartadas de su culo, pero él apenas le prestaba atención.
Eric me giró, dejándome de espaldas a ellos. Deslizó las manos hasta mi cintura y me recostó hacia atrás, aprovechando el momento para darme un suave beso en el cuello. Me sorprendí deseando que continuara. Pero tiró de mi cuerpo y me apretó contra él.
—Eres preciosa —susurró Eric con fervor. Su aliento, cálido y mentolado, me invitaba a apropiarme de su boca pero me contuve, algo apabullada por sus atenciones.
Otro giro, y de nuevo Lucas quedó en mi campo de visión. Su cabeza se inclinaba para dar acceso a la boca de Lidia, que se afanaba en besar su cuello. Asqueada, aparté la vista, para darme de bruces con los labios de mi acompañante.
Durante unos segundos, me quedé quieta, sin saber cómo reaccionar. Pero al percibir la dulzura con la que Eric me besaba y la delicadeza con la que me sujetaba la nuca, un cosquilleo agradable se extendió por mi estómago. Me relajé entre sus brazos y le correspondí con pequeños besos.
Tras separar nuestras bocas, mi acompañante me izó en brazos riendo. Se comportaba como un niño y su felicidad era contagiosa, por lo que me fue inevitable secundar sus risas.
—¿Quieres que te enseñe la casa? —preguntó Eric.
Lola, que lo oyó, enarcó las cejas a la espera de mi repuesta.
—Me encantaría —admití, y juraría que mi amiga aplaudió a mi espalda.
Eric me tomó de la mano y salimos bailando de entre la gente. De camino a la casa, levantó la mano y me hizo girar sobre mí misma un par de veces. Yo seguí dando vueltas hasta darme de bruces contra alguien: Lucas.
Mi amigo me sostuvo para evitar que me fuera directa al suelo. La marea esmeralda de sus ojos captó mi atención de inmediato. Permanecimos abrazados, mirándonos de forma tan intensa que todo lo que nos rodeaba se desdibujó y solo quedó su cuerpo contra el mío.
—¿Te vas ya, Ariadna?
Lucas jamás usaba mi nombre completo. Que eligiera precisamente ese momento para emplearlo, unido al matiz exigente de su voz, me dejó aturdida.
—Solo vamos a ver la casa.
¿Por qué me estaba justificando ante él?
«Supéralo, Ari», gruñó la voz de Lola en mi mente.
—No hemos bailado —apuntó él. Sonreía, aunque la alegría no le llegaba a los ojos.
Lidia, a su lado, adquirió un interés repentino por la conversación. Se cruzó de brazos y me atravesó con la mirada.
—Podemos bailar luego, Lucas. No voy a marcharme.
—Pero yo sí —terció él, señalando con un movimiento de cabeza casi imperceptible a Lidia—. ¿No os importa, verdad? —añadió, dirigiéndose a nuestras respectivas parejas.
Eric y Lidia no parecían muy convencidos, pero ninguno nos retuvo cuando Lucas me empujó para obligarme a andar. Clavé mis uñas en su espalda y me tragué la rabia, reacia a montar un numerito.
Pasó al lado de la barra y cogió al vuelo dos mojitos, me tendió uno y se bebió el suyo de un trago.
—No deberías beber tanto —sugerí, mientras tomaba un sorbo del mío—, imagina la decepción de tu amiguita si luego… ya sabes…
La pulla salió de mis labios antes de que a mi mente le diera tiempo a pensarla dos veces.
—Tranquila, soy perfectamente capaz de cumplir.
—No me lo jures —mascullé sin querer.
—¿Qué?
—Que es fantástico, Lucas. Te felicito por ser tan eficiente.
—Bebe —me indicó, más como una orden que como una sugerencia. Cambió su vaso vacío por uno lleno y se lo volvió a tragar de golpe—. Te veo tensa.
—No soy yo el que se está bebiendo hasta el agua de los floreros.
Apuré mi bebida de dos tragos y señalé al grupo que se movía al ritmo de la música.
—¿Bailamos?
Aunque el tipo de música que estaba sonando no invitaba a ello, Lucas pasó los brazos por mi espalda y mi cuerpo encajó a la perfección en el suyo. Apoyé la cabeza en su pecho y el dejó que su boca reposara sobre mi pelo. Nos mecimos siguiendo nuestro propio ritmo.
No intercambiamos ni una sola palabra más durante varios minutos. Nos dedicamos a girar en un lento bamboleo. Había esperado que en cualquier momento empezara a despotricar contra Eric, desvelándome los mil y un defectos que yo desconocía, pero su silencio fue total.
Su actitud me desconcertaba. No estaba ciega, y su comportamiento en las últimas horas había sido demasiado extraño. Podría incluso aventurar que estaba celoso de Eric y aquello representaba una maniobra de distracción para evitar que su amigo y yo nos quedásemos a solas. Pero celos y Lucas no eran dos palabras que pudieras utilizar en la misma frase sin que el resultado fuera algo carente de sentido. Su filosofía de vida en lo referente a las relaciones no incluía los celos porque nunca se había sentido en posesión de nada, no ambicionaba que ninguna de las chicas con las que quedaba le prestaran más que unas horas de su tiempo y el calor de su cuerpo. Lo cual, bien pensado, no dejaba de ser terriblemente triste.
Los últimos acordes de la canción retumbaron en el aire, y Lucas dejó caer los brazos, retirándolos de mi cintura. Alcé la cabeza para mirarlo.
—Pórtate bien —dije con un sonrisa—. Deberías darle una oportunidad a Lidia, tal vez ella y tú…
En algún momento, Lucas tendría que dejar que alguien entrara en su corazón, de igual modo que yo iba a tener que dejar de apartar a todo aquel que se acercaba a mí. Puede que Lidia no fuera la chica que consiguiera echar abajo el muro que Lucas había construido con tanto empeño en torno a él, pero era un comienzo.
No importaba lo que hubiera sucedido entre nosotros. Lucas era mi amigo, lo adoraba y deseaba que fuera feliz.
—¿Qué te hace pensar que es eso lo que quiero? —repuso él a la defensiva, comprendiendo el significado de mis palabras.
—Olvídalo. Deberíamos volver.
No quería empezar una nueva discusión.
—Ari… —me llamó, pero yo ya le había dado la espalda y caminaba en busca de Eric.
Lola me interceptó y se separó de Tomás, para que este no pudiera escuchar lo que iba a decirme.
—No sé cómo lo aguantas —refunfuñó, refiriéndose a Lucas—. Es como el maldito perro del hortelano.
—Es mi amigo, Lola —lo defendí, aunque en el fondo sabía que mi amiga llevaba razón—. Y se preocupa por mí.
—Sois tal para cual, deberías acostaros de una vez y terminar con este rollito de ni contigo ni sin ti. Muerto el perro se acabó la rabia.
—Hoy te ha dado por los refranes —señalé riendo.
—Piénsalo —insistió—. Os acostáis y asunto zanjado, tampoco es para tanto.
Para mi amiga, no existían situaciones imposibles, solo poco valor para arriesgarse y elegir soluciones descabelladas.
—Lola, no voy a acostarme con Lucas.
—Es bueno saberlo —comentó Eric a mi espalda.
«Mierda», masculló mi yo sensato. Mi otro yo estalló en carcajadas. Iba a tener que hacer algo de forma urgente con la algarabía de mi cerebro.
Compuse mi mejor expresión inocente y me giré hacia Eric.
—No, si ella no quiere —apuntó Lola, mientras yo buscaba algo coherente que arreglara el desaguisado—, soy yo la que está empeñada en que liberen toda esa tensión sexual no resuelta que flota entre ellos, o terminará por explotarles en la cara y salpicarnos a todos.
Pellizqué a mi amiga en el brazo con fuerza y me acerqué a su oído para increparla.
—No puedo creer lo que acabas de decir —la reprendí en voz baja—. Por dios, Lola, esto no es que me ayude mucho. Eres una veleta: Lucas, Eric, Lucas, Eric. Y lo peor es que yo me dejo arrastrar por tus insensateces.
—¿Veleta? ¿Yo? Eres tú la que se besa con uno y cinco minutos más tarde se está derritiendo mientras baila con el otro.
Tomás y Eric contemplaban atónitos nuestra animada trifulca. Respiré hondo para no perder los nervios.
—Vale, lo siento —se disculpó mi amiga—. Soy una bocazas.
—Y… —la animé.
—Y no pienso las cosas antes de decirlas.
—Y…
—Te debo una —masculló entre dientes.
—Muchas, Lola, me debes muchas y pienso cobrármelas todas.