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¿Y ese? —dijo Lola, señalando a un chico rubio que acababa de salir de la piscina. Negué con la cabeza—. Pero si es perfecto.

No sé quién de las dos estaba más harta de aquel jueguecito, si ella, que se empeñaba en encontrar un tío que me gustara, o yo, que no tenía intención alguna de liarme con nadie.

—Vamos, Lola —repliqué, al darme cuenta de que babeaba—, cierra la boca de una vez. No se acerca ni de lejos a la palabra perfección: juraría que el rubio no es natural, tiene el culo plano y, de esto no estoy segura, pero creo que el tatuaje del hombro es de pega.

Mi amiga se volvió hacia mí con el ceño fruncido y su clásica expresión de «no me revientes la fiesta». La ignoré y volví a tumbarme en la hamaca.

—Bruja —farfulló entre dientes.

—Te he oído.

Se puso las gafas de sol y se acomodó en su tumbona. Me recordó a Uma Thurman en Pulp Fiction, con su corta melena morena y completamente lisa a pesar de la humedad.

—No lo entiendo, Ari. Llevas un año pasando de todo tío que se te acerca, y de los que no se te acercan también. —Traté de seguir ignorándola, consciente del discurso que se avecinaba—. No me digas que no te apetece darle una alegría al cuerpo.

—Estoy bien así. Eres tú la que parece necesitar con urgencia un buen repaso —le espeté, con un tono de voz algo más duro de lo que esperaba.

—No cambies de tema.

—No lo hago —protesté, dedicándole una sonrisa inocente que no me sirvió de nada.

—Lo haces y muy mal, añadiría.

Se cruzó de brazos, enfurruñada, como si en vez de veintiún años tuviéramos siete y le hubiera robado su juguete preferido.

—No debes ni acordarte de cómo se hace —dijo, tras convencerse de que no iba a seguirle el juego.

Puede que fuera verdad. Mi desencanto respecto al género masculino había ido aumentando a lo largo del último año. Todo había empezado a asemejarse a una mala novela romántica que se repitiera una y otra vez: chico conoce a chica, a chica le gusta chico, chico se muere por ponerle las manos encima a la chica, chica cree que siente algo por él, chico también… chico conoce a otra chica, chica se da cuenta de que el tipo es un imbécil y fin de la historia. Eso cuando no era la chica la que conocía a otro chico.

Resumiendo: que me había hartado. Dada mi estrepitosa carrera amorosa, había decido plantarme y dejar de complicarme la vida. En honor a la verdad, tendría que decir que mi voluntad a veces flaqueaba, pero por norma general llevaba bastante bien la castidad autoimpuesta.

—Me acuerdo perfectamente —afirmé, no del todo convencida.

—Vale, porque vas a tener oportunidad de demostrarlo —se jactó con una sonrisa maliciosa asomando en sus labios—. Por ahí viene un morenazo perfecto para ti.

Seguí la dirección de su mirada y salté de la hamaca cuando me di cuenta de a quién pertenecían aquel par de ojos verdes que me estaban observando con descaro.

—¡Lucas! —Me arrojé en sus brazos y él me alzó del suelo, envolviéndome con los suyos.

Tras unos segundos, escuché el carraspeo de Lola a mi espalda. Lucas me dejó en el suelo y se apartó para dedicarme una larga mirada.

—Dime que bailarás conmigo —murmuró, dedicándome su mejor sonrisa torcida, esa que usaba para que las chicas dejaran de respirar a su paso.

—Antes de que digas adiós —recité en respuesta, tal y como hacía cada vez que él me lo preguntaba.

Su cara se iluminó al escucharme. Le guiñé un ojo antes de girarme hacia Lola, que había permanecido en silencio durante nuestro peculiar saludo.

—Lucas, esta es Lola —los presenté, reprimiendo la risa ante la expresión perpleja de mi amiga—. Lola, este es Lucas.

—Encantado, Lola.

Mi amiga, que continuaba recostada en la hamaca, asintió con la cabeza, desarmada por la pícara sonrisa de Lucas. Puse los ojos en blanco, consciente de que esa era la reacción típica de la mayoría de chicas, e incluso de algunos chicos, al conocerlo. No podía negar que era una respuesta lógica. Su metro ochenta, el pelo moreno despeinado, un cuerpo prácticamente perfecto (que yo sabía que mantenía a base de natación y jogging) y la seguridad que destilaba eran, entre otras, razones de peso para provocar que desviaras la vista a su paso para asegurarte de que no te lo estabas imaginando. Incluso la cicatriz que adornaba su ceja izquierda, en lugar de afear su rostro, le otorgaba un mayor atractivo.

Lo había conocido al iniciarse el curso pasado, e inmediatamente nos habíamos hecho amigos. Compartíamos ratos de estudios en la biblioteca y salidas a cenar o al cine, siempre que él no hubiera quedado con alguna de sus muchas conquistas. No puedo decir que no se mereciera la fama de mujeriego de la que gozaba en la facultad. Pero nosotros éramos amigos, solo eso.

—Encantada —farfulló al fin Lola.

Mi amiga desvió la vista de Lucas para mirarme, enarcando la cejas de forma interrogante. Estaba claro que iba a tener que darle muchas explicaciones. Ella había oído hablar de Lucas en muchas ocasiones, pero puede que yo hubiera obviado algunos detalles de su físico con la esperanza de que ella no me machacara al respecto.

—No esperaba encontrarte aquí —afirmó Lucas, reclamando nuevamente mi atención.

—Quedan dos semanas para que comiencen las clases. Lola tendrá que regresar a Londres y yo a Madrid. Pensamos que nos vendrían bien unos días de descanso antes de volver a la cruda realidad.

—En realidad —intervino Lola—, teníamos la esperanza de conseguir que Ari se diera un buen revolcón y dejara de comportarse como una amargada.

—¡Lola! —la reprendí, mientras Lucas rompía a reír a carcajadas. Aquello era la venganza de mi amiga por lo que le había ocultado, y seguramente no se iba a contentar con eso.

—Nada serio —continuó ella—, ya sabes, con un rollete de una noche sería suficiente.

—Suerte con eso —señaló Lucas—. No creo que le falten voluntarios…

—Estoy aquí —dije, y levanté la mano por si habían olvidado que me encontraba presente.

El chico del tatuaje, del que momentos antes Lola me había intentado vender sus bondades y atractivos, llamó a Lucas desde el otro lado de la piscina.

—He de irme. —Me acercó a él para darme un beso en la mejilla—. Esta noche organizamos una fiesta en la casa de un amigo, luego te envío un mensaje con la dirección.

—Cuenta con nosotras —aceptó con rapidez Lola—. Puede que aún haya esperanza para Ari.

El resto de la tarde, Lola se dedicó a someterme a un completísimo tercer grado que ya quisieran los de la CIA. Cuando se ponía así, me recordaba a uno de esos perros que pasa horas enteras con un hueso roído entre los dientes y gruñe cada vez que alguien intenta quitárselo de la boca.

—Para que yo me entere, ¿has estado quedando durante todo el curso con ese semidios del sexo y no te lo has montado con él? —me increpó a través de la cortina de la ducha.

Mi amiga me había seguido hasta el baño y se había atrincherado entre la bañera y la puerta, sin concederme siquiera el beneficio de una ducha reparadora. No pude evitar suspirar ante la enésima vez que formulaba la misma pregunta. Solo iba cambiando algunas palabras, entre ellas, los adjetivos que empleaba para describir a Lucas. Todos, para que negarlo, bastante gráficos.

Apartó la cortina y me lanzó una mirada inquisitiva, algo así como un: «no me lo trago, Ari». Me sentí culpable. Había algo que no le había contado a Lola, algo que me había esforzado por olvidar.

—Bueno… —titubeé, y mi tono de duda azuzó su espíritu detectivesco, condenándome.

—Lo sabía, lo sabía, lo sabía —repitió, exhibiendo una sonrisa triunfal.

—No es lo que crees —traté de desdecirme, pero ya era demasiado tarde.

Después de El incidente —que es como yo lo había bautizado—, había procurado no pensar en ello. No me servía de nada darle vueltas a algo que había acabado casi antes de empezar. No cuando se trataba de Lucas.

Pero en ese momento, con Lola rebuscando más y más hondo en mis recuerdos, sabía que iba a ser imposible huir una vez más de lo sucedido. Mi amiga no descansaría, ni me dejaría descansar a mí, hasta que le hubiera contado absolutamente todos los detalles.

—Ya puedes empezar a largar.

—¿Puedo al menos terminar de ducharme y vestirme? —rogué—. Vamos a llegar tarde.

Habíamos apurado los últimos rayos de sol en la piscina, antes de recoger y volver al apartamento que sus padres poseían en el sur de Tenerife. Y desde el momento en que Lucas me hizo llegar un mensaje con la dirección en la que se celebraba la fiesta, todo fueron prisas para prepararnos.

—Ni lo sueñes. Creo que esto bien merece que nos retrasemos un poco —apuntó con gesto travieso.

—Está bien —acepté finalmente.

—No escatimes detalles.

—Como si eso fuera posible contigo —bufé, exasperada.

Me resigné a terminar de lavarme el pelo mientras le contaba a mi mejor amiga por qué haberme enrollado con Lucas se había convertido en mi más oscuro secreto.