SESIÓN VEINTISÉIS

Siento no haber asistido a nuestra última sesión, pero fui a ver a mi madre, y necesitaba un poco de tiempo para recuperarme y recoger los pedazos de mi corazón del suelo. Verá, es curioso, pero la noche después de haberla visto, le aseguro que quería dormir en el armario. Me quedé delante, en la puerta, durante largo rato, con la almohada en la mano, pero sabía que abrir aquella puerta sería como dar un paso atrás, así que volví a acostarme en mi cama y evoqué la imagen de su consulta. Me dije que estaba descansando en su diván y que usted me estaba observando. Y así fue como me quedé dormida.

Llevaron a mi madre de nuevo a la misma sala de interrogatorios, y me miró un momento a los ojos antes de apartar la mirada mientras se sentaba frente a mí. Llevaba arremangadas las mangas y los puños del holgado mono gris, y el color le confería a su piel un tono ceniciento: hacía años que no veía a mi madre con la cara tan limpia, sin maquillar. Tenía las comisuras de la boca torcidas hacia abajo, y sin su brillo labial de color rosa chicle, sus labios estaban tan pálidos que se le confundían con la piel de la cara.

El corazón me hacía piruetas en el pecho mientras mi cerebro trataba de decidir qué decir —«Mmm… Oye, mamá, ¿a qué vino eso de secuestrarme?»— y si quería o no oír su respuesta. Sin embargo, antes de que pudiera preguntarle nada, dijo:

—¿Qué ha dicho Val?

Me había pillado desprevenida, de modo que contesté:

—Me dejó un mensaje, pero todavía no he…

—No puedes contarle nada.

—¿Cómo dices?

—No hasta que sepamos lo que vamos a hacer.

—¿Nosotras? Estás sola esta vez, mamá. Sólo he venido para que me des una explicación de por qué me has hecho esto.

—Gary dijo que ya te lo habían contado todo. Tienes que ayudarme, Annie, tú eres mi única oportunidad de…

—¿Y por qué diablos iba yo a ayudarte? ¡Pagaste a alguien para que me secuestrara, para que me hiciera daño, y luego…!

—¡No! Yo no quería que nadie te hiciera daño, simplemente… todo salió mal, todo ha salido mal y ahora… —Enterró la cabeza en las manos.

—Y ahora mi vida es una mierda y tú estás en la cárcel. Así se hace. Te felicito, mamá.

Levantó la cabeza y paseó la mirada por la habitación con ojos frenéticos.

—Esto no está bien, Annie. No puedo estar aquí, me moriré… —Se inclinó sobre la mesa y me agarró la mano—. Pero si tú hablaras con la policía, podrías decirles que no presentarás cargos, o explicarles que entiendes por qué tuve que…

—Pero es que no lo entiendo, mamá. —Retiré la mano.

—No tuve otra opción: siempre eras la segunda en todo.

—¿Estás diciéndome que fue culpa mía?

—Tú veías cómo me trataba Val, cómo nos miraba siempre por encima del hombro…

—Y también veía cómo la tratabas tú a ella, pero no ordenó el secuestro de su hija, ¿verdad que no?

Con los ojos llenos de lágrimas, dijo:

—No tienes ni idea, Annie. Ni idea de todo lo que he tenido que pasar… —Se interrumpió.

—Todo esto tiene que ver con Dwight, ¿verdad?

Silencio.

—Si no me lo dices, se lo tendré que preguntar a la tía Val.

Mamá se inclinó por encima de la mesa.

—¡No puedes hacerme eso! ¿Me oyes? Ella lo utilizará para…

La puerta se abrió y un policía asomó la cabeza.

—¿Todo bien por aquí?

—Sí, no pasa nada —contesté.

Mamá asintió con la cabeza y el agente cerró la puerta.

—Supongo que serás consciente de que la prensa ya debe de estar hablando con la tía Val.

Mi madre puso los hombros en tensión.

—Los periodistas querrán saberlo todo sobre ti, cómo eras cuando eras niña, lo que pasó en tu infancia para que te convirtieras en una madre de mierda…

—Yo soy una muy buena madre, no como la mía. Y Val nunca hablará de nuestra infancia. Ella no querrá que nadie en su mundo perfecto llegue a enterarse de lo que hizo. —Su tono se volvió pensativo—. Eso la destrozaría… —Empezó a tamborilear con una uña en la mesa.

El miedo me atenazaba el estómago.

—Mamá, no hagas esto peor de lo que…

Se acercó hacia mí por encima de la mesa.

—Ella era la preferida de nuestro padre, ¿sabes? Pero nuestro padrastro la «prefería» aún más… ¿me entiendes? —Esbozó una sonrisa cargada de amargura—. Cuando mi madre se enteró de que su marido se acostaba con una de sus hijas, Val le dijo que era yo. A la mañana siguiente, me puso mis cosas en la puerta y nuestro padrastro se fue de la ciudad. Si no hubiera sido por Dwight, habría tenido que vivir debajo de un puente.

—¿Dwight?

—Cuando me echó de casa, me fui a vivir con él. Yo era camarera y él trabajaba en la construcción cuando se nos ocurrió la idea del banco. —Le brillaban los ojos—. Después de que lo detuvieran, yo apenas llegaba a fin de mes trabajando dos turnos al día. Luego Val apareció con un tipo al que había conocido, hablando de lo fantástica que era la casa de sus padres, de lo bien que les iba su negocio en la joyería…

—Papá.

Las dos nos quedamos en silencio un momento.

—Cuando soltaron a Dwight, íbamos a estar juntos, sólo necesitábamos dinero. Pero lo detuvieron de nuevo, así que le dije que tenía que pasar página y seguir adelante con mi vida, y lo hice, me casé con Wayne. —Negó con la cabeza—. No creí que las cosas fuesen a irme mejor algún día hasta que me dijiste que estabas a punto de conseguir aquel proyecto. Pero luego me enteré de que era con Christina con quien estabas compitiendo. Ella era mucho mejor agente inmobiliario que tú. —El aliento le silbaba entre los dientes—. Si perdías, Val se pasaría el resto de su vida restregándomelo por la cara.

—¿Así que entonces decidiste destrozarme la vida?

—Mi plan te habría ayudado… te habría dejado la vida resuelta para siempre. Pero todo salió mal. Wayne fue un inútil, pero Dwight al menos intentó hacer algo para solucionarlo.

—¿Atracó aquella tienda por ti?

Asintió con la cabeza.

—Le di tu número a esa productora de cine, pero tú estabas perdiendo el tiempo y yo necesitaba dinero para el prestamista. No sé dónde está Dwight ahora.

—¿Y no te importa lo más mínimo todo lo que me hiciste pasar?

—No soporto pensar en lo que te hizo ese hombre, pero se suponía que sólo ibas a estar desaparecida una semana, Annie. Lo que pasó después fue un accidente.

—¿Cómo coño puedes decir que fue un accidente? ¡Contrataste a un hombre que me violó, que provocó la muerte de mi hija!

—Fue como aquella vez que querías helado: tú le pediste a tu padre que fuese a la tienda.

Tardé un momento en asimilar la magnitud de sus palabras, y más tiempo aún en reponerme y encontrar un hilo de voz.

—Estás hablando del accidente…

Asintió con la cabeza.

—Tú tampoco querías que les pasara nada. No querías que sufriesen ningún daño.

Me quedé sin respiración, notando que el pecho me aplastaba los pulmones. El dolor era tan intenso que por un momento me pregunté si no estaría sufriendo un ataque al corazón, luego empecé a sentir sudores fríos y a temblar. Escudriñé su rostro, con la esperanza de haberla entendido mal, pero parecía satisfecha… cargada de razón.

Mis ojos se anegaron de lágrimas mientras me atragantaba al hablar:

—Tú… tú me echas la culpa de que murieran. En el fondo se trata de eso, tú…

—Por supuesto que no.

—Sí. Claro. Siempre me has echado a mí la culpa. —Ahora estaba llorando—. Por eso te parecía bien que…

—No me estás escuchando, Annie. Yo sé que sólo querías helado… no tenías intención de que acabasen muertos por culpa de un helado. Y yo tampoco tuve nunca la intención de que llegara a ocurrirte algo malo, yo sólo quería que Val dejase de ir pavoneándose delante de mí, de que me tratara como si ella fuese superior.

Aún estaba conmocionada por lo que acababa de decirme cuando añadió:

—Pero no seguirá pavoneándose por mucho tiempo. Mañana vendrá a verme un abogado. —Se levantó y empezó a pasearse delante de la mesa. Me di cuenta de que sus mejillas habían recuperado el color—. Le diré lo que significaba crecer junto a una hermana como Val, lo que hizo con nuestro padrastro, cómo fue mi vida cuando me echaron de casa, y la manera en que me ha tratado siempre con desprecio… eso es maltrato psicológico. —Se interrumpió bruscamente y se volvió hacia mí—. Me pregunto si declarará en el juicio. Porque entonces, tendrá que sentarse ahí mientras mi abogado se despacha…

—Mamá, si llevas todo esto a juicio me destrozarás la vida otra vez. Tendré que hablar de lo que me pasó. Tendré que describir cómo me violó…

Siguió paseándose.

—¡Eso es! Haremos que testifique para obligarla a describir lo que hizo.

—¡Mamá!

Se detuvo y me miró.

—No me hagas esto —le dije.

—No se trata de ti, Annie.

Abrí la boca para rebatirla, pero me quedé paralizada cuando capté el alcance de sus palabras. Tenía razón. En el fondo, no importaba si lo había hecho por dinero, para llamar la atención o para derrotar a su hermana de una vez por todas. Nada de todo aquello tenía que ver conmigo. Nunca se había tratado de mí. Ni de ella ni del Animal. Ni siquiera sabía cuál de los dos era más peligroso.

Cuando me levanté y me encaminé hacia la puerta, dijo:

—¿Adónde vas?

—A casa.

Seguí caminando.

—Annie, detente.

Me volví y me armé de valor para enfrentarme a sus lágrimas, a sus «lo siento mucho», a sus «no me dejes aquí».

—No digas nada a nadie antes de que lo haga yo —dijo—. En este asunto hay que actuar con mucha mano izquierda porque si no…

—Joder, de verdad no lo entiendes, ¿no es eso?

Me miró sin comprender. Sacudí la cabeza.

—Y no lo vas a entender en tu puta vida.

—Cuando vuelvas, tráeme un periódico para que pueda…

—No voy a volver, mamá.

Me miró con ojos enormes.

—Pero yo te necesito, Annie, tesoro…

Di unos golpecitos en la puerta y dije:

—Qué va, yo creo que estarás la mar de bien.

Y entonces, el agente me abrió la puerta. Mientras volvía a encerrar a mi madre, me desplomé sobre un banco de la pared opuesta. Cuando hubo terminado, me preguntó si me encontraba bien y si quería que fuese a buscar a Gary. Le dije que sólo necesitaba un par de minutos y me dejó a solas.

Conté los ladrillos de la pared hasta que se me normalizó el pulso, y entonces salí de la comisaría.

La prensa se enteró de mi visita a la cárcel, y al día siguiente los titulares anunciaban a gritos toda clase de especulaciones. Christina me dejó un mensaje para que la llamara tanto de día como de noche si necesitaba hablar con alguien. Trataba de disimularlo, pero por su tono de voz me di cuenta de que le había dolido que yo no le hubiese dicho que había ido a ver a mi madre. La tía Val también me dejó un mensaje un tanto titubeante, lo que me hizo preguntarme cuánto sabría ella. Pero no llamé a ninguna de las dos, no llamé a ninguna de las personas que me dejaron mensajes del tipo «llámame si necesitas hablar». ¿De qué había que hablar? Todo había terminado. Fue mi madre quien lo hizo, punto.

Un par de días después puse el folleto de la Facultad del Bellas Artes en mi mesilla de noche. Cuando lo vi a la mañana siguiente, pensé: «A la mierda… Si quiero hacer realidad mi sueño, necesito dinero», así que me rendí y llamé a aquella productora. Mantuvimos una larga conversación. Yo tenía razón, la mujer parecía tener cierta sensibilidad, como si realmente fuese a respetar mis deseos. A pesar de ser de Hollywood, habla como una persona normal.

Hay una parte de mí que sigue sin querer que se ruede ninguna película, pero sé que tarde o temprano alguien hará una, y para que alguien se beneficie de una película sobre mi vida, prefiero que ese alguien sea yo. Además, en realidad no es una película sobre mí, sino sólo la versión que Hollywood tendrá de mí… Para cuando se estrene en las pantallas sólo será una película. No será mi vida.

Acordé reunirme con la productora y su jefe al cabo de una semana. Están barajando unas cifras muy suculentas, tanto como para no tener que preocuparme por el dinero durante el resto de mi vida.

En cuanto acabé de hablar con la productora, llamé a Christina. Sabía que creería que el motivo era hablar sobre mi madre, así que cuando le dije que al fin había decidido matricularme en la Facultad de Bellas Artes, interpreté su silencio como una expresión de sorpresa. Pero cuando el silencio continuó, le dije:

—¿Te acuerdas? ¿La escuela de arte en las Rocosas de la que siempre hablaba cuando íbamos al instituto?

—Sí, me acuerdo. Sólo que no sé por qué te vas precisamente ahora.

Hablaba en tono despreocupado, como si tal cosa, pero percibí su implícita desaprobación. Ni siquiera en nuestra época en el instituto se mostró demasiado entusiasmada ante la idea, pero aquella vez pensé que era sólo porque me iba a echar de menos. No sabía cuál era la razón esta vez, pero sí sabía que no quería oírla.

—Porque me da la gana —le contesté—. Y la verdad es que me gustaría que te encargases de vender mi casa.

—¿Tu casa? ¿Vas a vender tu casa? ¿Estás segura de que no quieres alquilarla sólo…?

—Lo estoy. Y quiero pasar las próximas dos semanas haciendo arreglos, pero me gustaría quitarme el papeleo de en medio cuanto antes, así que ¿cuándo puedes venir?

Se quedó en silencio durante un rato antes de decir:

—Seguramente podría pasarme en algún momento del fin de semana.

Se presentó en mi casa el siguiente sábado por la mañana. Mientras rellenábamos los impresos, le hablé de la facultad, de que me moría de ganas de empezar el curso, de que iba a ir allí en coche al día siguiente para echarle un vistazo, de lo agradable que iba a ser dejar atrás toda aquella mierda… No hizo ningún comentario negativo, pero sus respuestas fueron más bien frías.

Cuando dejamos a un lado las cuestiones de orden profesional, nos sentamos la una junto a la otra en los escalones del porche, bajo el sol de la mañana. Había algo más de lo que quería hablarle.

—Creo que ya sé lo que estabas tratando de decirme aquella noche que viniste para que pintara la casa —dije. Abrió mucho los ojos y un rubor le tiñó las mejillas—. Puedes olvidarlo. No estoy enfadada contigo… ni con Luke. Son cosas que pasan.

—Fue sólo una vez, te lo juro —dijo con nerviosismo—. Habíamos estado bebiendo, no significó nada. Los dos estábamos muy afectados por tu desaparición, y nadie más podía entender cómo nos sentíamos…

—No pasa nada. De verdad. Durante estos últimos tiempos, todos hemos hecho cosas de las que podemos arrepentirnos, pero no quiero que te arrepientas de eso. Tal vez tenía que suceder o algo así. Pero ya no importa.

—¿Está segura? Porque me siento tan…

—Es agua pasada, de verdad. Y ahora ¿quieres dejarlo atrás tú también, por favor?

Entrechoqué el hombro con el suyo y le hice una mueca tonta. Ella me imitó y luego nos quedamos en silencio mientras veíamos a una pareja joven con un cochecito pasar por delante del camino de entrada.

—He oído que tu madre ha ido diciendo por ahí que estuve tratando de desbancarte con lo del proyecto antes de que te secuestraran —dijo al cabo de un rato.

—Sí, dijo que tu ayudante le contó a una amiga suya que eras mi competidora desde el principio, pero sé que seguramente era otra de sus mentiras.

—En realidad, tiene parte de razón: me pidieron que preparara una propuesta y nos reunimos un par de veces. Yo sabía que estaban hablando con alguien de otra inmobiliaria, pero no sabía que tú también optabas al mismo proyecto hasta que un día me lo mencionaste. Me retiré del proyecto inmediatamente y no volvieron a ponerse en contacto conmigo de nuevo hasta después de tu desaparición.

—¿Te retiraste? ¿Por qué?

—Una cosa son los negocios, y otra los buenos negocios. Tu amistad era más importante para mí.

—Ojalá me lo hubieses dicho, me habría retirado yo y te lo habría dejado a ti. Tú tenías mucha más experiencia y habías esperado más tiempo para un proyecto de ese calibre.

—¡Por eso precisamente no te lo dije! —repuso Christina—. Sabía que si te lo decía, acabaríamos peleándonos por quién se iba a retirar de las dos…

Nos echamos a reír, pero entonces Christina se quedó callada de nuevo mientras recorría mi jardín con la mirada.

—Esta casa es preciosa.

Mierda, sabía adonde iba a ir a parar aquella conversación.

—Sí, sí que lo es, y estoy segura de que a alguien realmente le va a encantar.

—¡Pero es que a ti te encanta, Annie! Y me parece una pena que…

—Christina, déjalo.

Se quedó callada un momento, con el cuerpo rígido. Al final, negó con la cabeza.

—No. Esta vez no. He respetado tus deseos este último par de meses, me he quedado de brazos cruzados sin decir nada mientras tú te enfrentabas a todo esto sola, pero no voy a permitir que huyas, Annie.

—¿Huir? ¿Quién diablos habla de huir? Por fin estoy consiguiendo superar mis traumas, Christina. Pensaba que eso te haría feliz.

—¿Vender la casa que tanto quieres? ¿Ir a una Facultad de Bellas Artes en las Rocosas cuando una de las mejores está a una hora escasa de aquí? Eso no es superar tus traumas. Tú misma lo dijiste: sólo es dejar todo esto atrás.

—He querido ir a esa facultad desde que era una niña, y esta casa es un recordatorio de todo lo que hay en mi vida, incluida mi madre.

—Exactamente, Annie. Llevas queriendo huir de tu madre desde que eras una niña. ¿Crees que eso va a hacer que desaparezca el dolor? No puedes borrar así como así todo lo que ha pasado…

—¿Me estás tomando el pelo? ¿Crees que estoy tratando de olvidar lo que me ha pasado?

—Sí, creo que sí, pero no puedes. Piensas en eso todos los días, ¿no? Y me revienta que no confíes lo suficiente en mí para contármelo. Que no creas que pueda asimilarlo.

—No se trata de ti, Christina, se trata de mí. Soy yo la que no logra asimilarlo. Joder, si ni siquiera puedo contárselo a mi psicóloga. Y decírselo en voz alta a alguien que me conoce, decir lo que me hizo, lo que hice… ver en tus ojos…

—¿Te da vergüenza? ¿Es eso? Nada de esto fue culpa tuya, Annie.

—Sí que lo fue, ¿es que no lo ves? No, no lo puedes entender. Porque tú nunca permitirías que te ocurriera algo así.

—¿Eso es lo que piensas? Por Dios, Annie… Sobreviviste un año viviendo con un psicópata, tuviste que matarlo para poder escapar, y yo ni siquiera puedo salir de mi matrimonio.

—¿Tu matrimonio? ¿Qué le pasa a tu matrimonio?

—Drew y yo… no estamos bien. Estamos hablando del divorcio.

—Oh, mierda, no me habías dicho…

—No querías hablar de asuntos delicados, ¿recuerdas? Pues un matrimonio que se va a pique es un asunto un poco delicado, la verdad. —Se encogió de hombros—. Habíamos tenido problemas antes de tu secuestro, pero en el último año han empeorado.

—¿Por mi culpa?

—En parte. Estaba obsesionada tratando de encontrarte, pero antes de eso incluso… Sabes que este trabajo no deja tiempo para mucho más. Creí que la casa nueva nos ayudaría, pero… —Se encogió de hombros.

Se habían comprado una casa un mes antes de que me secuestraran, y de lo único de lo que hablaba era de los muebles nuevos que estaban comprando juntos. Supuse que les iba bastante bien.

—Han cambiado muchas cosas, Annie. Después de tu desaparición, tuve pesadillas todas las noches durante casi un mes. No puedo hacer jornadas de puertas abiertas. La semana pasada llamó un tipo muy extraño para ver una casa, y lo derivé a un agente inmobiliario masculino.

»Durante un año entero, todo giraba en torno a encontrarte fuera como fuese, y entonces Drew me convence para que me vaya a ese crucero y, al final, no estoy aquí cuando me necesitas en el hospital. Ahora has vuelto, sigo sin recuperarte… te echo de menos. Y ya no puedo seguir postergando enfrentarme a los problemas de mi matrimonio. Drew quiere ir a una de esas terapias de pareja, y yo no sé qué coño quiero hacer…

Se echó a llorar. Me quedé mirando la hierba y pestañeé para contener mis propias lágrimas.

—Esta desgracia… esta experiencia tan terrible, no sólo te ha pasado a ti. Le ha pasado a todos los que te queríamos, pero no acaba ahí: le ha pasado a toda la ciudad, incluso a las mujeres de todo el país. La vida de muchas personas ha cambiado, no sólo la tuya.

Empecé a contar las briznas de hierba.

—Nada de esto es culpa tuya. Sólo quería que supieras que no estás sola, que hay otras personas que están sufriendo igual que tú. Por eso entiendo por qué quieres huir, yo también quiero huir, pero tienes que ser fuerte y plantar cara. Te quiero, Annie, como a una hermana, pero desde que te conozco, nunca me has abierto las puertas de tu vida completamente, y ahora estás a punto de cerrármelas para siempre… Te estás rindiendo. Igual que hizo él…

—¿Quién?

—Ese hombre.

—Joder, Christina, por favor, dime que no me estás comparando con ese hijo de puta…

—Pero es que era demasiado para él, ¿verdad? Vivir en sociedad con otras personas. Así que huyó…

—Yo no estoy huyendo, estoy mirando hacia el futuro y creándome una nueva vida. No se te ocurra comparar eso con lo que hizo él. Esta conversación ha terminado.

Me miró fijamente.

—De hecho, creo que será mejor que te vayas.

—¿Lo ves? Ya estás otra vez, huyendo de nuevo. Te estoy haciendo sentir algo y eres incapaz de soportarlo, de hacerle frente, así que lo único que puedes hacer es echarme de tu vida.

Me levanté, entré en la casa y cerré la puerta a mis espaldas. Un par de minutos después, la oí marcharse en su coche.

Gary llamó esa misma noche para decirme que habían encontrado al prestamista y que se iban a presentar cargos contra él. También me dijo que mi madre tenía una ronda constante de visitas y que está concediendo entrevistas a prácticamente todo aquel que se lo pide.

—No me sorprende —dije—. Aunque tengo una sorpresa para ti.

Le conté que al final iba a hacer realidad mi sueño.

—¡Cuánto me alegro por ti, Annie! Parece que por fin vas encontrando un camino.

Aliviada por que no pensase lo mismo que Christina, le dije:

—En eso estoy. ¿Y tú?

—Yo también he estado reflexionando un poco. Uno de los tipos que me dio clases va a abrir una empresa de consultoría y quiere que nos asociemos. Podría vivir donde quisiese, viajar, dar charlas, pillar vacaciones cuando las necesitase…

—Creía que te gustaba tu trabajo.

—Yo también, pero después de cerrar tu caso, empecé a preguntarme… Y luego, con lo del divorcio… No sé, parece un buen momento para hacer algunos cambios, sencillamente.

Me eché a reír.

—Sí, sé exactamente lo que quieres decir. Todavía tengo tu abrigo, ¿sabes?

—Lo sé. Y no tengo prisa por que me lo devuelvas. Acabo de comprarme un nuevo Yukon Denali…

—Caramba, no bromeabas cuando hablabas de hacer algunos cambios… Tenía entendido que los hombres que atraviesan una crisis de mediana edad se compran deportivos.

—Eh, cuando tomo una decisión, no pierdo el tiempo. Pero a lo que iba, listilla, estoy pensando en sacarlo a un viaje por carretera uno de estos fines de semana. Si me acerco a donde estás tú, o incluso cuando vuelvas por aquí para lo del juicio, ¿querrías tomarte un café o almorzar conmigo o algo así?

—Voy a estar muy ocupada con la facultad y todo eso.

—Como te he dicho, no tengo ninguna prisa.

—¿Te traerás la mantequilla de cacahuete?

—Ahora que lo dices, ¿por qué no? —Se echó a reír.

—Supongo que no me importaría comerme un par de cucharadas.

A la mañana siguiente, me levanté temprano y me subí al coche en dirección a la Facultad de Bellas Artes. Dios, qué bien me sentó alejarme de aquella ciudad, aunque sólo fuese un par de días… Las Rocosas están espectaculares en esta época del año, y ver cómo aquellas cimas enormes llegaban hasta el cielo casi me hizo olvidar mi discusión con Christina. Hice el trayecto con la ventanilla bajada todo el camino, para que el aroma limpio y puro de las agujas de pino inundase el interior del coche. Emma iba en la parte de atrás, asomando la cabeza por la ventana cuando no estaba tratando de lamerme el cuello. Conducir despacio hasta la escuela y, acto seguido, ver el hermoso edificio de estilo Tudor enfrente con las montañas Rocosas al fondo, me hizo sentir vértigo. Las cosas allí serían diferentes.

Después de aparcar el coche, Emma y yo nos dimos una vuelta por el campus. Al pasar junto a un par de chicas sentadas en el césped, dibujando, una de ellas levantó la vista y nos sonreímos. Me había olvidado de lo agradable que era que te sonriera una desconocida. Pero a continuación, se quedó mirándome fijamente, y supe que me había reconocido. Me volví justo cuando le daba un codazo a su amiga, sentada a su lado. Metí a Emma en el coche y busqué la oficina para formalizar la inscripción.

Era demasiado tarde para matricularme para el semestre de septiembre, así que rellené la solicitud para enero. No llevaba ninguna carpeta con mis trabajos, pero se me ocurrió traerme el cuaderno de dibujo y se lo enseñé al asesor académico. Me dijo que no debería tener ningún problema para entrar, y me sugirió los bocetos que podía presentar. Me sentí frustrada por tener que esperar para empezar el curso, pero el asesor me propuso que fuese a clases nocturnas en el campus como preparación.

En el camino de vuelta a casa, me preparé mentalmente para la mudanza, pero a medida que me iba aproximando a Clayton Falls, las palabras de Christina «Estás huyendo», empezaron a atormentarme. Todavía no me podía creer que hubiese tenido la desfachatez de decir eso. ¿Qué diablos sabía ella? ¿Y decirme que no estaba sola? ¡Por supuesto que estaba sola! Mi hija estaba muerta, mi padre estaba muerto, mi hermana estaba muerta, y mi madre… como si lo estuviese. ¿Quién demonios era Christina para juzgarme por lo que hiciese?

«Estás huyendo».

Horas más tarde, aparqué delante de la casa de Christina, me fui hecha una furia hacia su puerta y la golpeé con todas mis fuerzas.

—¡Annie!

—¿Está Drew?

—No, se queda en casa de un amigo. ¿Qué ocurre?

—Oye, entiendo que estás pasando por un mal momento, Christina, pero eso no te da el puto derecho de controlar mi vida. Es mi vida, la mía. No la tuya.

—Claro, Annie, yo sólo…

—¿Por qué no me dejas en paz? No tienes ni puta idea de todo por lo que tuve que pasar.

—No, claro que no. Porque nunca me lo has contado.

—¿Cómo pudiste decirme todas esas cosas? Mi madre ordenó mi secuestro, Christina.

—Sí, lo hizo.

—Me mintió.

—Le mintió a todos.

—Me abandonó allí arriba. Sola.

—Completamente sola.

—Fue mi madre quien me lo hizo.

—Tu propia madre, Annie.

—Y ahora va a ir a la cárcel. No tengo a nadie. A nadie.

—Me tienes a mí.

Y entonces, al fin, me resquebrajé y me abrí.

Christina no me abrazó mientras lloraba. Se sentó a mi lado en el suelo, hombro con hombro, mientras yo enumeraba uno por uno, entre sollozos, todos los agravios en contra de mi madre. Cada atropello injusto que había cometido conmigo desde que era niña, todos los sueños rotos y los deseos incumplidos. Y cada vez que añadía alguno, Christina asentía con la cabeza y decía: «Sí, eso te hizo. Y estuvo mal, muy mal. Fue muy injusta contigo».

Poco a poco, mis sollozos se fueron convirtiendo en suspiros entrecortados, y al final, una extraña calma se apoderó de mí.

—¿Por qué no sacas a Emma del coche y preparo un poco de té? —propuso Christina.

Nos pusimos el pijama. Christina me prestó uno suyo.

—Es de seda —dijo, con una sonrisa, y yo le contesté con un «faltaría más», al tiempo que le devolvía un sonrisa temblorosa.

Luego, con una tetera llena delante, nos sentamos a la mesa de la cocina. Respiré hondo.

—¿Mi hija? Se llamaba Esperanza.