SESIÓN VEINTICUATRO

Ya sé que hoy tengo muy mala cara, pero créame, doctora, cuando sepa cómo me ha ido el fin de semana lo entenderá, y también sabrá por qué le he pedido una sesión más larga.

Cuando volvía a casa de la consulta la vez anterior, pasé por una nueva valla publicitaria donde se anunciaba la promoción inmobiliaria que se suponía que iba a llevar yo. Estaba junto al desvío que hay para ir a casa de mi tía y entonces me acordé de lo mucho que se enfadaba cuando mi madre hablaba de ese proyecto. Entonces caí en que la tía Val ya no alardea tanto como antes de lo bien que le va a su hija Tamara en el negocio inmobiliario.

En cuanto llegué a casa, me metí en la página web de Tamara. Tenía algunas casas que no estaban nada mal, pero no tantas como antes, ni de lejos. Por curiosidad, decidí introducir su nombre en Google y apareció en el sitio web del Consejo de la Propiedad Inmobiliaria… bajo el epígrafe de medidas disciplinarias. Resulta que mi prima la perfecta fue sancionada el año pasado con una suspensión de noventa días. Representaba a una sociedad anónima que pretendía adquirir una amplia extensión de terreno comercial, pero no llegó a revelar que ella era la dueña de la empresa. No había sido una maniobra muy hábil, que digamos.

Evidentemente, mi madre no lo sabía, o yo ya me habría enterado a esas alturas, todo el mundo se habría enterado. La tía Val tuvo suerte de que desapareciera justo antes de que se anunciara la suspensión de Tamara en nuestro boletín mensual del Consejo. Y entonces caí.

Cuando Gary llamó media hora más tarde, se lo solté a bocajarro.

—Ya sé quién pudo reunirse con el Animal.

Gary se quedó callado un momento y luego dijo:

—Suéltalo.

—Acabo de descubrir que a mi prima le retiraron la licencia de agente inmobiliario justo antes de que me secuestrasen, pero ella ya debía de saberlo desde hacía tiempo, y mi tía nunca llegó a mencionarlo. Mi madre y su hermana son increíblemente competitivas, y se suponía que iban a darme a mí esa promoción…

—Annie…

—Escúchame, dijiste que era una mujer con unas gafas de sol enormes, ¿no?

—Sí, pero…

—Mi tía Val empezó a llevar gafas de sol gigantes justo después de que mi madre lo hiciera. —Mamá las lleva porque cree que con ellas parece una estrella de cine, y no veas cómo se cabreó cuando la tía Val apareció un buen día con unas idénticas—. Se parecen mucho, la tía Val es un poco más alta, pero de lejos podrían pasar por la misma persona. Y es mi tía la que solía ir a visitar a mi tío a la cárcel, ella pudo haberle llevado las fotos. Cuando ese tipo trató de secuestrarme la semana pasada, ella ya estaba allí a los pocos minutos y…

—Nuestros informes recogen que fue tu madre la que acudió a visitar a tu tío, Annie.

—Pero… eso es imposible. ¡Si ni siquiera habla de él!

—Annie, tenemos un vídeo y su firma en el registro de visitas.

—Mi tía pudo vestirse como ella y falsificar su firma, la letra de mamá parece la de una criatura…

Gary lanzó un suspiro.

—Consideraremos esa posibilidad, ¿de acuerdo? Pero tengo que hacerte algunas preguntas más. Cuando estabas en la cabaña, ¿hubo algo que te llamara la atención porque no encajase con aquel sitio? ¿Algún objeto que te pareciera extraño? Lo que sea, como lo de la foto.

—Toda la casa daba escalofríos, ¿qué tiene eso que ver con todo esto?

—Tal vez no te pareciera relevante en ese momento, pero puede que ese hombre tuviese algo que no tenía por qué estar allí.

—Ya te lo he contado todo, Gary.

—A veces un trauma puede hacer que afloren algunos recuerdos y otros no. Intenta recordar lo que había en la cabaña.

—No hay nada.

—¿Y en el cobertizo, o en la bodega…?

—¿Cuántas veces tengo que pasar por esto? Ya te lo he dicho: tenía cajas, tenía armas, tenía mi ropa, tenía un fajo de billetes con una…

«Rosa, era rosa…». Me quedé sin aire de golpe.

—Oh, mierda… —Y entonces los dos nos quedamos en silencio.

—¿Te has acordado de algo? —dijo Gary al fin.

—El Animal tenía un fajo de billetes de dinero. El fajo estaba atado con una goma de pelo de color rosa, y el otro día, cuando fui a casa de mi madre, tenía la misma clase de gomas de pelo en el cajón del baño, del mismo color, rosa. Me hice una cola con una. Pero mi tía…

—¿La tienes todavía?

—Sí, pero ya te he dicho…

—Vamos a necesitarla para cotejarla.

Había tenido que contarle lo de la goma de pelo rosa, no podía haber tenido la boca cerrada… De pronto, tuve ganas de vomitar.

Muy a lo lejos, oí decir a Gary:

—¿Se te ocurre algo más?

—El hermanastro de mi madre… A lo mejor está implicado de algún modo. Podría intentar hablar con Wayne, averiguar si sabe algo. Puede que mi madre le haya dicho por qué odia…

—Eso es lo último que deberías hacer. No olvides que todavía no sabemos con certeza si tu madre está implicada, y espero por tu bien que no lo esté, pero si es así, podrías entorpecer enormemente la investigación. De hecho, no se te ocurra decirle nada a nadie, ¿me oyes? —Como no le respondí de inmediato, me dijo con su voz de poli—: Hablo muy en serio.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—Deberíamos tener la orden mañana por la mañana, pero el banco tardará aún unos días en darnos los extractos. Mientras tanto, intentaremos reunir el máximo número de pruebas posible. Si nos precipitamos llevando a tu madre a comisaría para interrogarla, corremos el riesgo de que destruya pruebas o desaparezca.

—No tenéis por qué interrogarla… ¡Ella no ha hecho nada!

Dulcificó el tono de voz y dijo:

—Escucha, sé lo confuso que debe de resultar todo esto para ti, pero te prometo que te llamaré cuando tengamos algo más concluyente. Hasta entonces, trata de mantenerte alejada de todo el mundo. Y lo siento muchísimo, de verdad, Annie.

Colgué el aparato, pero sonó en cuanto lo hube colgado. Como creía que sería Gary de nuevo, respondí sin consultar el visor del identificador de llamadas.

—Gracias a Dios, Annie, tesoro… Estaba tan preocupada por ti… Te dejé un mensaje hace horas, y después de lo que ha pasado últimamente…

Mi madre hizo una pausa para recobrar el aliento e intenté decir algo, pero tenía la garganta atenazada.

—¿Estás ahí, Annie?

—Perdona por no haberte llamado antes.

Quería alertarla, contarle que Gary iba tras ella, pero ¿qué podía decirle? ¿«Gary cree que tú tuviste algo que ver con mi secuestro pero yo creo que fue tu hermana»? No, seguramente Gary se equivocaba de medio a medio y eso destrozaría a mi madre. Tenía que mantener la boca cerrada. Sujeté el teléfono con fuerza hasta hacerme daño y, con la espalda apoyada en la pared, me escurrí hacia el suelo. Emma salió de su escondite y enterró la cabeza en mi pecho.

—Y dime, ¿la policía ha averiguado algo más sobre ese monstruo? —dijo mi madre.

«Oh, sí, ya lo creo. Ha averiguado mucha más información, más de la que me gustaría haber sabido».

—No, no hay novedades. Por lo visto, la investigación se encuentra en punto muerto. Ya sabes cómo son los polis de por aquí, no sabrían encontrarse el agujero del culo ni aunque les fuese la vida en ello.

Me desplomé de lado en el suelo. Formé con mi aliento varias bolas de pelo de perro.

—Probablemente sea lo mejor. Tú ahora tienes que concentrarte en intentar recuperarte. Tal vez deberías irte de vacaciones.

Apreté con fuerza los párpados para retener unas lágrimas rebeldes y me mordí la lengua con fuerza.

—Es una idea estupenda. ¿Sabes qué? Creo que me iré con Emma de camping unos días.

—¿Lo ves? Tu madre sí sabe lo que más te conviene, pero no te olvides de llamar de vez en cuando para decirnos que estás bien. Nos preocupamos por ti, Annie, tesoro.

Después de colgar, eché un vistazo a mi casa y vi que todo a mi alrededor estaba hecho un desastre. Me puse a reordenar los libros alfabéticamente y lavé las paredes con agua y lejía. Pasé el resto de la noche fregando el suelo, de rodillas, frotándolo con mis propias manos, sin dejarme un solo centímetro de la casa. Mientras mi cuerpo se concentraba en limpiar, mi cerebro se esforzaba por encontrar una explicación transparente a todo.

El mero hecho de que alguien hubiese contratado al Animal en otras ocasiones no significaba que ése hubiese sido el caso esta vez… a lo mejor la que había ido a verlo al hotel sólo era una amiga. Y el que hubiese coincidido en prisión con mi tío no significaba nada; ahí dentro había muchos presos, y puede que ni siquiera hubiesen llegado a conocerse. Y si se habían conocido, seguramente fue así como el Animal se obsesionó de aquella manera conmigo: vio todas las fotos de mi familia. Puede que la tía Val no hubiese mencionado lo de la suspensión de Tamara porque estaba a la espera de la decisión final del Consejo, y luego yo desaparecí y eso lo eclipsó todo. Y menos mal que iban a examinar las cuentas bancarias de mamá, porque cuando no encontrasen nada raro en ellas, entonces concentrarían todos sus esfuerzos en localizar al verdadero cómplice del Animal… si es que lo había tenido. Todo iba a salir bien.

No fue hasta las siete de la mañana siguiente, una vez que dejé de limpiar al fin, cuando me di cuenta de que tenía los nudillos destrozados, y de que llevaba más de un día sin comer nada. Conseguí soportar un té y una tostada seca.

Cuando Gary llamó por la tarde para decirme que iba a pasar a recoger la goma de pelo y la foto que me había llevado de la cabaña, le expliqué mi conversación con mi madre, incluido mi supuesto viaje de camping con Emma. Le dije que tendría que llamarla al menos una vez, o se pondría nerviosa, y se avino a que lo hiciera, sólo que me hizo prometerle que no hablaría demasiado rato con ella.

También me sugirió que les contase a Luke y a Christina la misma historia para que nadie lo estropease todo fortuitamente, y quería que me fuese a un hotel, pero me negué: ya tenía bastante con toda aquella pesadilla como para, encima, tener que irme de mi casa. Acordamos que escondería mi coche en el patio trasero e intentaría no salir a la calle y pasar lo más desapercibida posible. Luke y Christina me habían estado llamando todos los días desde el segundo intento de secuestro. Christina me había ofrecido que me quedara en su casa un tiempo, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no imponer su voluntad, y aceptó mi «No, gracias» con un silencio, un prolongado suspiro y luego, un «Bueno, como tú quieras». Pero sabía que aquello la estaba desquiciando, y se preocuparían si no les contestaba al teléfono, de modo que les envié un correo electrónico a ambos diciéndoles que tenía que irme un par de días de la ciudad, y que no los había llamado porque no tenía ganas de hablar con nadie en esos momentos: «Lo siento, pero es que estoy atravesando una mala racha».

No me digas.

Llevo los últimos días escondida en mi propia casa y usando velas por las noches. No he tenido ningún problema con el armario, porque no he pegado ojo. Ni siquiera he salido a dar un paseo… la mayor parte del tiempo me acurruco junto a Emma y me pongo a llorar sobre su pelo.

Una vez me metí en el coche, pisé el acelerador a fondo varias veces, llamé a mi madre con el móvil y provoqué un montón de interferencias. Le dije que estaba bien pero que iba conduciendo y la comunicación se cortaba, de modo que no podía hablar. Al menos esa última parte no era mentira: apenas pude decirle hola sin atragantarme por el esfuerzo de tener que guardármelo todo dentro.

Cuando consulté mi correo electrónico, Christina me había contestado que esperaba que esos días fuera me sentasen bien y que me encontrase mejor a la vuelta. «Te echaré de menos», había escrito. Firmaba el mensaje con besos y abrazos y un pequeño icono sonriente.

Al día siguiente, la vi aparcar el coche delante de mi puerta y le tapé el hocico a Emma con la mano antes de que se pusiera a ladrar. Christina estuvo merodeando unos minutos y luego volvió a irse en coche. Cuando miré fuera, vi que se había llevado todos los periódicos que abarrotaban el umbral de la puerta. Me sentí como una idiota.

Gary me llamó para decirme que estaba haciendo muchos progresos en la investigación y que agradecía mi colaboración. Me pregunté si estaría entusiasmado ante la idea de estar a punto de atrapar al «malo» por fin. Al fin y al cabo.

No le dije que tenía pensado acudir de todos modos a mi sesión de hoy con mi psicóloga, porque me lo habría prohibido, y me he alegrado de no haberla cancelado cuando me ha llamado esta mañana hacia las ocho para comunicarme que habían localizado por fin a la otra camarera del hotel. Y sí, se acordaba perfectamente de la mujer con gafas de sol: el coche era tan grande y la mujer tan pequeña que le costó Dios y ayuda abrir la portezuela del coche.

—Ya sé lo que estás pensando, Gary, pero tiene que haber alguna… Joder, dame un minuto, ¿quieres?

—Lo siento mucho, Annie, pero todas las pruebas apuntan a tu madre. Estamos esperando a que lleguen sus extractos bancarios antes de interrogarla. Mientras tanto…

—Pero no sabes con certeza si era ella la mujer del hotel. Sí, era una mujer menuda, pero eso no quiere decir…

—Era una mujer menuda y rubia, Annie. La camarera no vio el número de la matrícula, pero el coche era de color bronce, igual que el de tu padrastro, y ha identificado la foto de tu madre.

La sangre se me agolpaba en los oídos.

—Pero ya te lo he dicho, mi tía se parece mucho a ella y lleva un Lincoln, es del mismo color que el Cadillac. A lo mejor se ha compinchado con su hermanastro, y fue él quien intentó secuestrarme. Podría estar haciéndole chantaje… joder, qué sé yo. Pero sigue por ahí suelto, y si hablaras con Wayne, te diría que mamá no ha tenido nada que ver con esto.

—Cuando estemos listos, también tomaremos declaración a Wayne.

—¿Cuando estéis listos, dices? ¿A qué coño estáis esperando, a que me secuestren otra vez?

—Annie, entiendo que estés frustrada…

—¡No estoy frustrada, joder! ¡Estoy furiosa! Estáis todos mal de la cabeza. Si no pensáis mover un dedo, entonces yo misma voy a hablar con Wayne y…

—¿Y conseguir que te hagan daño? Y eso arreglaría las cosas, ¿verdad?

—Wayne no va a hacerme nada. Es idiota, pero sería incapaz de matar una mosca. Ponme un micrófono oculto, si tan preocupado estás.

—Esto no es ninguna serie de televisión, Annie, no ponemos micrófonos ocultos a los civiles, y no has recibido ningún entrenamiento… si das aunque sea un solo paso en falso, te cargarás el caso que estás tan ansiosa por solucionar.

—Por favor, Gary, durante un año entero no pude hacer nada para ayudarme a mí misma allí arriba. Necesito intervenir. Conozco a Wayne. Si mi madre le ha contado algo sobre su hermanastro, yo sabré sonsacárselo.

—Lo siento, pero no es negociable. Te aconsejo que tengas paciencia. Y ahora, debo ir a ver al juez, te llamo más tarde.

—De acuerdo, de acuerdo.

Consulté el reloj. Las ocho y cuarto de la mañana. Al cabo de dos horas, Wayne estaría sentado en la cafetería a la que iba las mañanas que no trabajaba, que eran casi todas… Mi madre nunca lo acompaña porque normalmente se queda durmiendo por culpa de la resaca. Sí, claro que tendría paciencia… durante una hora y cuarenta y cinco minutos.

En la cafetería, el ajetreo de primera hora de la mañana ya se había calmado un poco, pero el olor a grasa de beicon aún flotaba en el ambiente cuando me deslicé en un reservado junto a la ventana.

Una camarera se acercó con un bloc y un lápiz. El lápiz estaba señalado con marcas de dientes, y la mujer llevaba las uñas mordidas hasta la cutícula. Igual que las mías. Me pregunté qué sería lo que la ponía nerviosa a ella.

—¿Qué vas a tomar?

—De momento, un café.

—Oye, yo te conozco… eres la hija de Wayne, Annie, ¿verdad? ¿Cómo estás, cielo?

La grabadora me ardía en el interior del bolsillo. ¿Qué coño estaba haciendo yo allí? ¿Y si Gary tenía razón y lo estropeaba todo?

—Bien, gracias.

—Wayne llegará en cualquier momento. Le diré que estás aquí, ¿de acuerdo, guapa?

—Estupendo.

Me trajo el café y, en cuanto se hubo alejado de mi mesa, oí el tintineo de la puerta. No veía nada a menos que me pusiese de pie o me asomase por detrás del asiento, pero no me hizo falta.

—¿Cómo está la camarera más guapa de la ciudad, Janie?

—Bien, gracias. Adivina quién está aquí.

Mi padrastro rodeó el reservado.

—Caramba, Annie… ¡qué casualidad! ¿Qué haces aquí? Tu madre me dijo que te habías ido de vacaciones.

La camarera regresó con otro café. Wayne se sentó delante de mí.

—He tenido que ir a hablar otra vez con la policía —dije—. Por eso he vuelto antes.

Asintió con la cabeza y removió el café.

—Tenían más información sobre el tipo que me secuestró.

Dejó la cucharilla suspendida en el aire.

—¿Ah, sí? ¿Y qué te han dicho?

—A lo mejor podríamos salir a respirar un poco de aire —propuse—. Aquí hace un calor infernal. ¿Por qué no nos llevamos los cafés y nos vamos a sentar al parque?

—No sé… tu madre se va a levantar pronto y he quedado en que le llevaría un par de paquetes de cigarrillos.

—No tenemos que estar ahí todo el día, es que no quiero volver a casa tan pronto. ¿Llevas la baraja de cartas encima?

—¿Quieres jugar?

—Sí, pero mejor en el parque. Tengo que salir de aquí, huele como si a alguien se le hubiese quemado una tostada.

Pagué la cuenta, Janie nos preparó unos cafés para llevar y cruzamos la calle para dirigirnos hacia el parque. Encontré una mesa de picnic a la sombra, un poco apartada de las otras. Wayne barajó las cartas. Intenté acordarme de alguna otra vez en que hubiésemos hecho algo juntos, los dos solos.

—Para serte sincera, Wayne, no me he encontrado contigo por casualidad. —Se detuvo con la baraja en la mano, a punto de repartir—. Quería hablar contigo.

—¿Ah, sí?

Me olvidé de Gary y me tiré de cabeza.

—La policía cree que mamá tuvo algo que ver con mi secuestro. Alguien vio un coche igual que tu Cadillac en el hotel donde se alojaba ese tipo, pero yo creo…

—Hay un montón de gente con un coche como el mío.

—Lo sé, pero por lo visto, la descripción de la camarera del hotel…

—La policía se equivoca.

Lo miré fijamente. Él hundió la mirada en las cartas.

—Mírame, Wayne.

—Creía que querías jugar…

—Mírame.

Levantó la cabeza despacio y me miró a los ojos.

—¿Tú sabes algo?

Negó con la cabeza.

—Wayne, tienen una orden del juez… Van a investigar las cuentas bancarias de mamá.

Palideció de repente.

Yo seguí hablando con calma, pero empecé a sentir aquellos rugidos en los oídos otra vez.

—¿Tiene mamá algo que ver con todo esto?

Intentó sostenerme la mirada durante unos cinco segundos. A continuación, enterró la cabeza en las manos y vi cómo le temblaban.

—Wayne, tienes que contarme qué está pasando.

—Todo esto es una mierda, es una mierda… —masculló—. Joder, todo se ha complicado…

—¡¡Wayne!!

Con la cabeza aún entre las manos, no dejaba de moverla de un lado a otro.

—Dímelo ahora mismo, Wayne, o llamo a los polis y se lo cuentas a ellos.

—Lo siento, lo siento, no sabíamos que le gustaba hacer daño a mujeres… ¡te lo juro! —Me miró con ojos de desesperación—. Yo se lo habría impedido, la habría convencido para que no lo hiciera, pero no lo sabía…

—No sabías ¿el qué?

—Ya sabes, que tu madre iba a contratar a ese hombre para que… te secuestrara.

No, no, no, no…

Al otro lado del parque, una joven madre empujaba a su hijita en el columpio. La niña se reía y daba pequeños chillidos. El sonido me llegaba amortiguado por el fragor de mis oídos. Los labios de Wayne se movían arriba y abajo, pero yo sólo captaba palabras entrecortadas, fragmentos de frases. Traté de concentrarme en lo que me decía, pero sólo podía pensar en las ruedecillas de la grabadora, girando sin parar.

Me miró de hito en hito.

—Joder, Annie, pareces… no sé.

Volví a mirarlo, negando con la cabeza lentamente.

—Vosotros… Fuisteis vosotros…

Inclinó el cuerpo hacia delante y empezó a hablar más deprisa.

—Tienes que escuchar mi versión, Annie. Toda la situación se le fue de las manos, pero yo no lo sabía, te juro que no lo sabía. Al principio, cuando te secuestraron, tu madre estaba demasiado tranquila, ¿me entiendes? No era normal en ella, lo lógico habría sido que estuviese subiéndose por las paredes. Pero cuando llevabas desaparecida una semana, empezó a pasar las noches en vela, paseándose arriba y abajo y bebiendo sin parar. La segunda semana fue a ver a tu tío unas dos o tres veces, de modo que fui y le dije: «Lorraine, ¿en qué lío te has metido?», y lo único que me contestaba una y otra vez es: «No es culpa mía». —Tragó saliva un par de veces y se aclaró la garganta.

—¿Qué es lo que no era culpa suya? ¡Todavía no me has dicho exactamente qué es lo que hizo!

—Se suponía que ibas a desaparecer durante una semana o así, pero no salió bien.

«No salió bien». Eso era todo, simplemente, no salió bien. No sabía si echarme a reír o llorar.

—No me digas. ¿Y por qué coño tenía yo que desaparecer, para empezar? ¿Es que el Animal estaba chantajeando a Dwight o algo así? ¿O Dwight estaba amenazando a mamá? ¿Siempre ha estado yendo a visitarlo a la cárcel? ¿Qué coño pasó, Wayne?

—No sé qué historia se trae con Dwight… siempre se pone muy rara y nerviosa cuando le pregunto por él. Pero no, vio una película en la que salía una chica a quien tienen secuestrada durante dos días, y después de la película hacían una entrevista a la familia de la chica, la de verdad… ya la conoces, cuando se le mete una de esas ideas en la cabeza, es como una apisonadora, es imposible frenarla.

Sumé dos y dos.

—¿Mamá sacó la idea de secuestrarme de una… película?

—Lorraine dijo que tú eras mucho más guapa, y que si desaparecías una semana entera, pagarían mucho más.

Tardé un momento en asimilar las palabras de Wayne.

—Que pagarían mucho más… ¿Me estás diciendo que hizo todo esto por… dinero?

—Todo empezó cuando le llegaron rumores de que al final tal vez no te darían aquel proyecto. Val la iba a machacar con eso cuando se enterase, ya conoces a esas dos, pero ¿y si te hacías famosa? Val iba a tener que tragar mierda el resto de su vida.

—¿Y tú no tenías ni idea de lo que estaba tramando?

—¡Joder, claro que no! Te juro que yo no sabía nada de nada. Dijo que tu tío conocía a un tipo de la cárcel que podía encargarse, y también conocía al prestamista que le dejó los treinta y cinco mil… Yo tampoco sabía nada de eso.

—¿Treinta y cinco mil putos dólares? ¿Eso fue lo que costó destrozarme la vida? Una puta familia de mierda es lo que tengo…

—Tu madre estaba convencida de que no sufrirías ningún daño. Aquel hombre… no la llamó cuando se suponía que tenía que hacerlo, por eso se puso tan nerviosa después de la primera semana. Tu tío estuvo haciendo algunas averiguaciones, pero nadie sabía adónde te había llevado ese tipo.

—Pero ¿por qué no llamó a la policía cuando vio que no aparecía? ¿Por qué no la llamaste tú? Vosotros me dejasteis ahí… —Se me quebró la voz.

—En cuanto supe lo que estaba pasando, le dije que teníamos que contárselo a la policía inmediatamente, pero el tipo al que pidió prestado el dinero dijo que irían a por él si ella abría la boca, y que a ella le rajaría la cara y a mí me partiría las piernas. Dijo que podría hacer que se cargasen a Dwight en la cárcel. Le aseguramos que declararíamos que habíamos usado nuestro propio dinero, pero dijo que quería que le devolviésemos el suyo de todos modos, y que no iba a recuperarlo si tu madre y yo acabábamos en el trullo. Y si íbamos a la cárcel, dijo que ya se encargaría de nosotros allí dentro.

Caí en que, probablemente, aquélla era la conversación más larga que había mantenido con mi padrastro, nuestra primera charla íntima, y estábamos hablando de que mi madre había sido la responsable de que me secuestraran y me violaran.

—¿Y no te preocupaba el hecho de que pudieran hacerme daño? ¿De que pudieran matarme?

Parecía inmensamente triste.

—Todos los malditos días, pero no podía hacer nada. Si intentaba ayudarte, Lorraine saldría muy mal parada. Durante tu secuestro, estuvo comprando tiempo con el prestamista con el dinero que obtuvo vendiendo tus cosas e intentando convencer a alguien para que hiciera una película, pero no salía nada. Estábamos a punto de quedarnos sin nada cuando apareciste.

Se detuvo a respirar profundamente.

—Cuando te vi en el hospital, estuve a punto de derrumbarme, pero Lorraine dijo que teníamos que seguir adelante y ser fuertes por ti. Y todavía teníamos al prestamista pegado a nuestros talones. Lorraine le dijo que conseguiría dinero cuando vendieses tu historia, pero tú no dejabas de poner pegas a todos sus planes. Se dejó la piel asegurándose de que la prensa no se olvidara de tu caso.

Recordé todas las veces que los periodistas parecían saber exactamente dónde estaba en cada momento, y también el hecho de que dispusiesen de tanta información confidencial desde el principio.

—Todo el dinero que nos daban iba destinado a saldar nuestra deuda, pero hace un mes o así, el tipo nos dijo que o le pagábamos lo que le debíamos de golpe, o iría a por nosotros.

—Espera un momento, el tipo que intentó secuestrarme en la calle… ¿era el prestamista o Dwight?

Wayne clavó la mirada en sus pies.

—¿Acaso contratasteis a otra persona para que me secuestrara… otra vez…?

—No —hablaba en voz tan baja que apenas lo oía—. Fui yo.

—¿Tú? Joder, Wayne, me diste un susto de muerte… Me hiciste daño…

Se volvió hacia mí y empezó a hablar más rápido.

—Lo sé, lo sé, y lo siento. Yo no quería hacerlo. No tenías que haberte caído al suelo… no sabía que fueses a oponer tanta resistencia. Tu madre dijo que los periodistas empezaban a perder el interés. No teníamos otra opción, estábamos desesperados. Nuestra situación era muy jodida, Annie.

—¿Que vuestra situación era muy «jodida»? No, Wayne, estar jodida es que te violen casi todas las noches. Estar jodida es tener que forcejear, llorar y gritar porque así se corría más rápido. Estar jodida es tener que orinar siguiendo un horario. ¿Sabes lo que me hizo una vez, cuando me pilló meando sin que me tocase todavía? Me obligó a beber agua de la taza del inodoro. De la taza del inodoro, Wayne. La gente ni siquiera deja que sus perros hagan eso. Eso sí que es estar jodida.

Con lágrimas en los ojos, Wayne se limitaba a asentir con la cabeza.

—Mi hija murió, Wayne. —Alargué el brazo, tomé una de sus manos en las mías, y la volví hacia arriba—. Su cabecita ni siquiera era más grande que la palma de tu mano, y está muerta. ¿Y tú me estás diciendo que ha sido mi propia familia la que me ha hecho esto? Vosotros, las personas en las que se supone que más debería confiar, y vosotros…

Entonces me oí a mí misma, y todo me cayó encima como una losa, de golpe.

Doblada sobre mi estómago, me abracé las piernas mientras una enorme presión me aplastaba el pecho y sentí como si me apretaran la cabeza en un torno. Aspiré varias bocanadas de aire mientras Wayne me iba dando palmaditas en la espalda y me decía una y otra vez lo mucho que lo sentía. Parecía como si estuviera llorando. Se me nubló el cerco de los ojos y sentí que el cuerpo se me deslizaba hacia delante.

Wayne me pasó el brazo alrededor de la espalda y me sujetó.

—Oh, mierda, Annie, no te me desmayes…

Al cabo de unos minutos, recobré el control sobre mi respiración, pero todavía me sentía débil y tenía frío en todo el cuerpo. Levanté la cabeza y, de una sacudida, me desembaracé del brazo de Wayne. Volví a respirar profundamente y, a continuación, me levanté y me paseé por delante del banco, abrazada a mí misma.

—¿También fuisteis vosotros los que entrasteis en mi casa?

—Sí, se suponía que tu madre iba a entrar detrás de mí para salvarte, pero llegué a tu habitación y no estabas allí, se activó la alarma y salté por la ventana. Después, cuando tu madre pasó la noche en tu casa, le contaste que salías a correr por las mañanas…

La misma noche que mi madre me trajo las galletas de oso y mis fotos. Volví a sentarme en el banco.

Permanecimos allí sentados mucho rato, mirándonos el uno al otro, sin decir nada, comprendiéndolo todo. Al menos yo. Al final, rompí el silencio.

—Sabes que vas a tener que entregarte, ¿verdad?

—Me lo imagino.

Nos quedamos mirando los columpios. No se veían niños. El sol había desaparecido tras una nube y hacía fresco a la sombra. Una ligera brisa balanceaba los columpios hacia delante y hacia atrás. El aire se impregnó de los rítmicos chirridos de sus cadenas y del olor de la tormenta que se avecinaba.

—Quiero mucho a tu madre, ¿lo sabes?

—Lo sé.

Respiró hondo y, a continuación, devolvió la baraja de cartas a su caja. Quise detenerlo, quise decirle: «Vamos a jugar una última partida». Pero ya era demasiado tarde. Era demasiado tarde para todo.

—Te acompañaré a la comisaría.

Gary acababa de llegar del tribunal y parecía enojado cuando me vio con Wayne, pero en cuanto éste le dijo que quería hacer una confesión, Gary me señaló y me ordenó:

—No vayas a ninguna parte. —Y luego se llevó a Wayne.

Pasé las dos horas siguientes vagando por la comisaría, hojeando revistas y mirando las paredes… contando grietas, contando las manchas. La traición de mi familia me había dolido más que cualquiera de las cosas que me había hecho el Animal, y en un lugar al que él nunca había conseguido acceso. Trataba de huir de aquel dolor lo más rápido posible.

Gary reapareció al fin.

—No deberías haber hablado con él, Annie. Si hubiese salido mal…

Le entregué la cinta.

—Pero no fue así.

—No podemos usar esta…

—No será necesario, ¿verdad que no? —le dije.

No pensaba disculparme, de ninguna manera.

Negó con la cabeza y luego me dijo que Wayne, después de hablar con un abogado, había decidido hacer una declaración completa y testificar contra mi madre a cambio de una pena más leve. Estaba bajo arresto, acusado de cómplice de secuestro, extorsión y negligencia causante de delito. Lo retendrían hasta la vista para decidir la fianza.

Gary dijo que esperan tener los extractos bancarios esta tarde o mañana por la mañana. En realidad no los necesitan para detener a mi madre, pero él quería verificar la declaración de Wayne antes de interrogarla. También estaba a la espera de recibir los resultados del laboratorio sobre las gomas de pelo, pero tal vez no le manden el informe hasta mañana. No consideraban que hubiese riesgo de fuga en el caso de mi madre —que ni siquiera tiene coche—, y no era una amenaza para la sociedad, así que a menos que hubiese alguna novedad, la detendrían por la mañana.

Conminaron a Wayne a que llamara a mi madre para decirle que quería echar un vistazo a un posible negocio muy apetecible que estaba a la venta al norte de la isla. En caso de que se le hiciera demasiado tarde para volver a casa, se quedaría a dormir en casa de un amigo. Luego le mencionó que se había tropezado conmigo, no fuera que llegara a oídos de mi madre, y añadió que ya había vuelto a la ciudad, pero que estaba cansada de conducir y me iba a mi casa a descansar un poco. Se lo tragó todo.

Luego, Gary me acompañó al coche.

—¿Estás bien? —me dijo—. Tendrá que haber sido muy difícil para ti escuchar todo eso.

—No sé cómo soy. Todo esto es tan… No sé. —Negué con la cabeza—. ¿Has oído alguna vez de una madre capaz de hacer algo como esto?

—La gente hace cosas terribles a las personas que más quiere. Es algo que ocurre a todas horas. Casi todos los delitos que se te puedan ocurrir ya se han cometido al menos una vez.

—No sé por qué, pero eso no hace que me sienta mejor.

—Intentaré llamarte en cuanto la detengamos. ¿Quieres presenciar el interrogatorio?

—Dios, no sé si estoy preparada para eso…

—Sé que es tu madre, y que debe de ser realmente difícil entender lo que ha hecho, pero necesito que seas fuerte. No puedes hablar con ella hasta que lo hagamos nosotros, ¿de acuerdo?

—Supongo.

—Hablo en serio, Annie. Quiero que te vayas directamente a casa. Ni siquiera debería estar diciéndote todo lo que te he dicho, pero no me hacía ninguna gracia tenerte en la ignorancia como antes. Podrías sentir la tentación de advertir a tu madre, pero confío en que sabrás hacer lo correcto. No hagas que me arrepienta. Sólo recuerda lo que te ha hecho esa mujer.

Como si necesitara un recordatorio.

Bueno, al menos he obedecido a Gary en parte: no me he ido directamente a casa, pero sí a su consulta. Ni siquiera me importa si alguien me ha visto. Contra toda lógica, sigo esperando que, de algún modo, todo esto no sea más que una inmensa equivocación.