Siento haberla llamado con tan poca antelación para esta sesión, doctora, pero es que son tantas las locuras que han ocurrido este último par de días que no podía esperar a la visita que teníamos concertada.
Cuando salí de aquí el otro día, me fui directa a la comisaría de Clayton Falls y pasé una hora mirando fotos. Estaba a punto de dejarlo a causa de mi dolor de espalda, que me estaba matando, y todos aquellos animales empezaban a parecer iguales; sólo uno de ellos me resultaba familiar, pero recordé que hacía poco que había visto su foto en el periódico. Entonces pensé en Gary, que estaba por ahí enseñando la foto del muerto, y me animé a seguir. Estuve a punto de pasar la fotografía de un tipo con la cabeza afeitada y barba, pero había algo en aquellos ojos candidos y azules, una contradicción con el resto de su cara, que me hizo detenerme y examinarlo más de cerca. Era él.
Empecé a notar unos sudores fríos y se me nubló la vista. Para evitar desmayarme, aparté la mirada y apoyé la frente encima de la mesa. Concentrándome en los latidos desbocados de mi corazón, respiré profundamente varias veces y entoné al ritmo de las palpitaciones: «Está muerto… está muerto… está muerto…». Cuando recobré la vista y mi corazón se sosegó, me enfrenté a su imagen de nuevo.
Hice señas a uno de los polis para que se acercara, y cuando le dije lo que había encontrado, llamó a Gary a su móvil. En ninguna de las fotos aparecía ningún nombre, y los polis se negaron a responder a ninguna de mis preguntas, de modo que insistí en hablar con Gary.
—No entiendo por qué nadie quiere decirme quién es… ¡está fichado! Me he pasado horas mirando esas putas fotos, lo mínimo que podríais hacer es darme su nombre…
—Es estupendo que hayas identificado una foto, Annie, pero antes tenemos que verificar la información. No quiero que te pongas aún más nerviosa para que al final resulte que nos hemos equivocado de hombre…
—Es él. He pasado un año entero con él.
—No dudo de ti ni por un instante, y te llamaré en cuanto averigüe el historial completo de ese tipo. Mientras tanto, vete a casa e intenta descansar un poco, ¿de acuerdo? Y también necesito que me hagas una lista de las personas que podrían querer hacerte daño.
—¡No hay nadie! Ya se la hice a mi psicóloga, le hice una lista de toda la gente que conozco, maldita sea. El Animal debía de tener algún amigo que…
—Y eso es lo que estoy tratando de averiguar. Y ahora vete a casa, envíame la lista que hiciste, y volveremos a hablar muy pronto.
Al día siguiente me puse a pasearme arriba y abajo por la casa esperando a que Gary me llamara, cosa que no hizo, como tampoco se puso al móvil. Entonces maté un par de horas limpiando y luego, sintiendo curiosidad por el tipo cuya foto me había resultado familiar en comisaría, empecé a hojear todos mis periódicos reciclados, página por página. En el último de todos vi un titular que hablaba del «delincuente puesto en libertad recientemente a quien se busca en relación con un atraco en una tienda», y leí el artículo con más detenimiento. En cuanto leí el nombre, supe quién era: el hermanastro de mi madre. Por la fecha, deduje que lo habían puesto en libertad unas semanas antes, y me pregunté si mamá lo sabría, o si debería decírselo. Pasé toda la tarde sopesando los pros y los contras de ser yo quien le diera la noticia. Hacia las cinco estaba subiéndome ya por las paredes, de modo que cuando mi madre llamó para invitarme a cenar algo de pasta, le dije que sí.
La cena no fue del todo mal, pero cuando terminamos y yo aún seguía debatiéndome entre darle o no la noticia sobre su hermanastro, mi madre se puso a hablar de una niña que había desaparecido en Calgary. Le dije que no quería oírlo. Ella prosiguió sin inmutarse, explicando con todo lujo de detalles la desesperación de la madre, que había salido en televisión a suplicar por el regreso de su hija, pero mi madre no creía que estuviese manejando bien el tema de la prensa.
—Es muy arisca con ellos; si quiere que la ayuden a recuperar a su hija, más le vale que cambie de actitud.
—Los periodistas pueden ser muy crueles, mamá, tú ya lo sabes.
—La prensa es el menor de sus problemas ahora mismo. La policía está interrogando al padre; por lo visto, éste tenía una amante. Una amante preñada, nada menos.
—Mamá, ¿podemos dejar este tema, por favor?
Abrió la boca, pero antes de darle tiempo a que siguiera hablando de nuevo, solté:
—He visto la foto de Dwight en el periódico.
Cerró la boca de golpe y se me quedó mirando.
—Tu hermanastro, mamá, ¿te acuerdas? Lo han soltado, pero lo buscan para interrogarlo sobre un atraco…
—¿Quieres comer algo más?
Nos sostuvimos la mirada un momento.
—Perdona si te he molestado, sólo quería…
—Hay más salsa, ¿quieres?
Su rostro no dejaba traslucir ninguna emoción, pero por el modo en que retorcía su servilleta, supe que era mejor dejarlo correr.
—No, no quiero más, gracias. Tengo el estómago revuelto porque hoy al fin he identificado una foto en comisaría. Gary no ha querido decirme su nombre, pero está investigando el historial de ese hombre… dice que no tardará en darme más información.
Mi madre se quedó quieta un momento, asintió con la cabeza y luego dijo:
—Muy bien. A lo mejor ahora podrás dejar atrás todo esto, Annie, tesoro.
Me dio unas palmaditas en la mano. Wayne se levantó y salió a fumar.
Cuando se hubo marchado, dije:
—Bueno, no del todo. Gary cree que ese hombre pudo haber tenido un cómplice, que tal vez fue quien intentó secuestrarme el otro día.
Mamá arrugó la frente.
—¿Y se puede saber por qué diablos intenta Gary asustarte de ese modo?
—No intenta asustarme, es por esa foto que el Animal tenía de mí. Creía que la había sacado de mi oficina o algo así, pero Gary no entiende por qué querría esa foto precisamente, ¿entiendes? Hasta me ha hecho enviarle por fax esa lista…
Mierda. En mi afán por defender a Gary no sólo le había contado a mamá lo de la foto, sino que estaba a punto de irme de la lengua con lo de mi lista personal de mierda.
—¿Qué lista?
—Nada, una tontería que la psicóloga quería que hiciera. No es nada.
—Y si no es nada, ¿para qué la quiere Gary? ¿Qué hay en esa lista?
Maldita sea. No iba a olvidarse del tema tan fácilmente.
—Sólo es una lista de la gente de mi pasado que podría estar resentida o tener algo contra mí.
—¿Como quién?
Ni loca pensaba contarle que había incluido a todas las personas importantes de mi vida en ella, así que le contesté:
—Bah, algunos ex novios y un par de antiguos clientes. Ah, y el «misterioso» agente inmobiliario con el que estaba compitiendo.
—Te refieres a Christina.
—No, el agente con el que competía al principio, cuando me secuestraron.
Entrecerró los ojos.
—¿Es que no te lo ha dicho?
—¿Quién no me ha dicho el qué?
—No quiero crear problemas.
—Vamos, mamá, ¿qué pasa?
—Bueno, supongo que es mejor que lo sepas. —Respiró profundamente—. ¿Te acuerdas de mi amiga Carol? Bueno, pues su hija, Andrea, trabaja en tu oficina y es amiga de la ayudante de Christina…
—¿Y?
—Y Christina era tu competidora para conseguir aquel proyecto, desde el principio. El otro agente «misterioso» era ella.
—No puede ser. Christina me lo habría dicho. El promotor recurrió a ella ante mi ausencia.
Se encogió de hombros.
—Yo creía lo mismo que tú, pero luego Andrea dijo que la ayudante de Christina trabajaba los fines de semana para acabar la propuesta a tiempo. Dijo que incluso vio alguna campaña de marketing diseñada por Christina para el promotor.
Negué con la cabeza.
—Christina sería incapaz de hacerme semejante jugarreta. Para ella los amigos son mucho más importantes que el dinero.
—Hablando de dinero, he oído que su marido está teniendo algunos problemas económicos. Esa casa que le compró no era barata, desde luego, pero ella tampoco parece estar echando el freno en lo que a gastar se refiere. Debe de ser un hombre muy, pero que muy comprensivo… ella y Luke parecían estar muy compenetrados el tiempo que estuviste desaparecida.
—Estaban tratando de encontrarme, es lógico que pasaran mucho tiempo juntos. Además, Drew no le compró la casa a ella, sino que la compraron juntos. A ella le gusta la buena vida ¿y qué tiene eso de malo? Christina trabaja mucho para ganar dinero…
—¿Por qué te pones tan a la defensiva?
—¡Acabas de insinuar que Christina y Luke estaban tonteando!
—Nada más lejos de mi intención, sólo te estaba diciendo lo que he oído por ahí. Ella iba al restaurante todas las noches, muchas veces hasta la hora de cerrar. Lo que me recuerda, ¿sabías que las cosas no estaban yéndole demasiado bien en el restaurante antes de tu desaparición? Bueno, pues Wayne estuvo hablando el otro día con el barman del pub, que conoce al chef del restaurante de Luke, y le dijo que se rumoreaba incluso que tendría que cerrar, pero entonces, después de tu desaparición, empezaron a acudir periodistas y el reclamo hizo que las cosas volvieran a irle viento en popa. Supongo que algo positivo ha salido de todo eso, al fin y al cabo.
El pollo Alfredo que tan a gusto me había comido se me había quedado atascado en la boca del estómago, como si fuera un bloque de cemento.
—Tengo que ir al baño.
Por un momento pensé que vomitaría, pero luego metí las manos bajo el chorro de agua fría, me refresqué la cara y apoyé la frente en el espejo hasta que se me pasó. Tenía el pelo sudoroso a la altura de la nuca, de modo que rebusqué en el cajón, extraje una goma de pelo de color rosa y me hice una cola de caballo con ella. Cuando salí del cuarto de baño, mi madre se estaba sirviendo otra copa.
—Tengo que irme, mamá… gracias por la cena.
—Llámame cuando averigües algo más. —Me acarició la espalda con la mano y añadió—: Estoy segura de que todo saldrá bien.
Para cuando volví a casa, la sensación de náusea se había convertido en una energía incontenible, de modo que decidí salir a correr. Todavía no era muy tarde, pero estaba de los nervios y no habría podido irme a dormir aunque hubiese sido hora de acostarse. Mientras mis pies golpeaban el asfalto, el cerebro me iba a cien.
¿Había pasado algo entre Luke y Christina? No recordaba haberlos visto nunca más simpáticos de la cuenta cuando estaban juntos, antes de mi secuestro. Aunque claro, tampoco me había percatado de que en realidad era ella mi competidora en aquel proyecto. ¿Lo había sabido ella desde el principio? ¿Era eso lo que intentaba decirme cuando la había interrumpido? ¿O acaso trataba de hablarme de ella y Luke? ¿Y por qué Luke nunca me había dicho que el restaurante tenía problemas? Todas aquellas preguntas me daban vueltas en la cabeza, se estrellaban unas contra otras y se dividían en más preguntas aún.
Después de correr durante media hora, ya me había calmado mucho, pero una extraña sensación de inquietud me acompañó de vuelta a casa y hasta la ducha. Envuelta todavía en la toalla, llamé a Luke al restaurante. Respondió con brusquedad.
—¿Te pillo en mal momento? —dije.
—Tengo un par de minutos.
—Sólo quería decirte que hoy he identificado una foto de ese tipo en comisaría. Todavía no tengo su nombre, pero Gary me dará más información en cuanto pueda.
—¡Caramba! Eso son buenas noticias.
—Supongo. Pero necesito saber más.
—Mantenme informado con lo que averigüen, pero ahora tengo que dejarte… Lo siento, pero esta noche voy de cabeza, esto está lleno hasta los topes.
Presa aún del mismo desasosiego, quise decirle que me pasaría por allí a tomar algo para que pudiéramos hablar, pero tardé demasiado y ya había colgado.
Llamé a Christina al móvil, pero me dijo que ya me llamaría ella más tarde, porque esa noche se iba a celebrar la presentación de la promoción en primera línea de mar y estaba saludando a la gente que entraba por la puerta. Cuando nos despedimos, me quedé con el teléfono en la mano. Emma, sentada a mis pies, me miró con sus enormes ojos marrones.
—Soy una tonta, ¿verdad?
La perra sacudió la cola vigorosamente. Lo interpreté como un sí.
Pero entonces, cuando iba de camino al dormitorio, recordé al fin de dónde había salido aquella foto.
Gary tardó un buen rato en responder al teléfono. No me di cuenta de que todo mi cuerpo estaba en tensión hasta que oí su voz tranquilizadora, y la rigidez de mis músculos cedió un poco.
—Llevo llamándote toda la tarde —le dije.
—Lo siento, me he quedado sin batería.
—Necesito hablar contigo.
Odiaba parecer tan desesperada.
—Te escucho.
—Estaba pensando en el pequeño estante lleno de marcos de fotos que tenía en el descansillo, antes de entrar en mi dormitorio, y… me ha venido a la memoria. Había un marco de peltre que había colocado al fondo, detrás de todos los demás, porque la foto que había de mí era muy vieja… es la misma foto que el Animal…
—¿Sacó la foto de tu casa?
Volví a sentir aquella náusea.
—El Animal no pudo haber entrado con Emma en casa, de modo que tuvo que haber sido cuando hubiésemos salido a dar un paseo. Pero ¿por qué arriesgarse a entrar en la casa sólo para llevarse esa foto, precisamente?
—Es una buena pregunta. ¿Tenía alguien llaves de tu casa?
—Perdí las mías en una excursión unos meses antes de mi secuestro, así que cambié las cerraduras… No le había dado a nadie ningún juego.
—Entonces tuvo que ser alguien a quien dejaste entrar en casa. Ese alguien le dio la foto… seguramente para que pudiera identificarte.
—Pero ¿por qué ésa?
—Debió de pensar que no la echarías en falta. Podría haber muchas razones.
—Y quien intentó secuestrarme el otro día…
—Podría ser la misma persona que se llevó la foto o alguien a quien contrataron para terminar el trabajo.
—Nada de esto tiene sentido. ¿Por qué iba a querer alguien secuestrarme de nuevo? Nadie llegó a exigir nunca ningún rescate la otra vez.
—Pero es que no sabemos si se suponía que debía secuestrarte. Es posible que lo contratasen por alguna otra razón, pero que entonces decidiera retenerte por sus propios motivos.
—¿Crees que en realidad se suponía que tenía que matarme? Por Dios, Gary… —Mis ojos se fueron directos a la alarma.
—No van a volver a intentar nada tan pronto, hay demasiada atención puesta sobre ti ahora mismo, pero me aseguraré de que los coches patrulla sigan con sus rondas. También voy a necesitar los nombres de todo aquel que pueda haber tenido acceso a esa fotografía.
—En mi casa ha entrado mucha gente, acababa de hacer reformas en la cocina…
—Todo esto es demasiado complicado para un ladrón de poca monta. Tiene que ser alguien que tenga motivos personales.
—Ya te envié esa estúpida lista…
—Pero no pienses sólo en términos de quién puede querer hacerte daño, piensa en quién se beneficiaba más con tu desaparición.
La cabeza me daba vueltas.
—Necesito… necesito un poco de tiempo. Para pensar.
—Duerme un poco, ¿quieres? —dijo Gary—. Te daré el número de mi hotel en Eagle Glen. Si se te ocurre algo, llámame enseguida. —Estaba a punto de colgar cuando añadió—: Y, Annie, no le digas nada de esto a nadie, de momento.
Me vestí con manos temblorosas y seguía oyendo las palabras de Gary repitiéndose en mi cabeza. «¿Quién se beneficiaba más?». Pensé en el restaurante lleno hasta los topes de Luke. Pensé en Christina y su promoción de apartamentos en primera línea de mar.
Luego recordé aquella palabras del Animal respecto a que me había escogido a mí porque «surgió una oportunidad», y no dejaba de ser extraño que mi novio, habitualmente tan puntual, hubiese llegado tan tarde a nuestra cita para cenar, precisamente ese día. Además, el Animal había dicho que había visto a Luke en compañía de una mujer, pero le gustaba atormentarme… ¿Acaso no me lo habría dicho si hubiese sido Christina? ¿O se estaba reservando ese pequeño detalle para algún día de lluvia? Pero si había algo entre Luke y Christina, ¿por qué no empezaron a salir juntos una vez que hube desaparecido del mapa? ¿Y por qué iban a darle esa foto precisamente? Los dos ya tenían un montón de fotos mías. No, aquello no tenía ningún sentido. Christina y Luke me querían, ellos nunca me harían daño. Jamás.
«¿Quién se beneficiaba más?».
Me quedé mirando el lugar de la pared donde solía estar el estante. Alguien había robado de allí una foto mía, alguien a quien había dejado entrar en mi propia casa. Volví a comprobar la alarma, las cerraduras de la puerta. Emma ladró a un coche que pasaba por delante de la casa y la sangre se me heló en las venas. Tenía que salir de allí.
Durante la hora larga de trayecto hasta Eagle Glen —con el nombre del hotel de Gary, su número de habitación y un mapa de Google a mi lado en el asiento— me di cuenta de que no le había preguntado qué hacía allí, pero supuse que sería por algo relacionado con el caso. No recuerdo ningún sitio en especial por los que pasé en coche aquella noche, pero sí recuerdo que tenía mucho frío: con las prisas, no me había puesto ningún abrigo y sólo llevaba una camiseta de tirantes y unos pantalones de yoga, lo que no era de gran ayuda. Las manos me tiritaban al volante.
Tuve que esperar un par de minutos a que Gary me abriese la puerta.
—Perdona, es que estaba saliendo de la ducha. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
—Hola —dije—. Necesito hablar contigo.
Me invitó a pasar.
El aire aún estaba húmedo, y se estaba abrochando los últimos botones de una camisa blanca. Se quitó la toalla del cuello y se secó con ella el pelo, que el agua había teñido de un color acerado; a continuación, tiró la toalla al respaldo de una silla y se alisó el pelo rápidamente con las manos.
No era una habitación demasiado grande, sólo había una cama, una consola con un teléfono, un televisor y un baño, y se me antojó aún más pequeña cuando caí en la cuenta de que era la primera vez que estábamos a solas.
Había una botella medio vacía de vino tinto en la mesilla de noche. No me parecía que fuese de los que empinaban el codo, pero ¿qué sabía yo de él? Sin decir una palabra, levantó la botella y arqueó las cejas. Asentí. Llenó uno de los vasos del hotel y me lo dio. Me alegró tener algo en las manos, bebí un buen sorbo y noté que me entraba directamente en el torrente sanguíneo. Se me relajó la musculatura y una cálida sensación me recorrió todo el cuerpo. Me senté al borde de la cama.
Gary sacó una silla de la consola y la volvió para mirarme de frente. Se inclinó hacia delante con los codos apoyados en las rodillas y la barbilla en las manos.
—Dime, ¿qué pasa?
—Es toda esta mierda… me está volviendo loca. Tienes que encontrar al tipo que intentó secuestrarme, Gary. No saber quién puede haber sido me está desquiciando por completo… sospecho de todo el mundo, absolutamente de todos. Hasta he empezado a preguntarme si no habrá sido obra de Christina y Luke sólo por unos rumores que ha oído mi madre. ¿A que es de locos?
—¿Qué rumores ha oído tu madre?
—No han sido ellos, Gary. Sólo es algo sobre aquel proyecto en primera línea de mar del que se suponía que me iba a encargar yo y que pasaban mucho tiempo juntos después de mi desaparición. Por lo visto, los dos han tenido problemas económicos, pero toda esa mierda no importa. Lo que verdaderamente importa es que esta historia me está trastornando.
Gary se levantó y echó a andar por la habitación, acariciándose la barbilla con una mano.
—¿Qué dices que fue lo que pasó con ese proyecto?
Se lo expliqué, pero terminé diciendo:
—Christina nunca me haría esto, Gary.
—Si quieres que encuentre al responsable, tengo que contemplar todas las posibilidades.
—Bueno, pues ésa no es una posibilidad.
—¿Su matrimonio funciona?
—Les va bien, creo… No habla mucho de eso, pero seguramente es por todo lo que me está pasando a mí.
—¿Y la veían en el restaurante de Luke a menudo?
—Sí, pero ahora nunca están juntos, sólo se veían porque estaban intentando encontrarme.
Gary siguió paseándose arriba y abajo.
—Y por cierto, ¿por qué estás en el Eagle Glen? —quise saber—. ¿Todavía les estás enseñando el retrato?
—He llegado esta tarde y he hablado con los del turno de noche. Mañana me reúno con los del turno de día.
—¿Has averiguado algo más sobre él? ¿Era David su verdadero nombre? Me dijiste que me informarías en cuanto tuvieses su ficha policial, pero no me has llamado.
—Mañana me van a remitir por fax información de otro departamento. Es lo único que puedo decirte de momento.
—Odio cuando utilizas esa jerga policial. Yo he sido siempre sincera contigo, es lo mínimo que puedes hacer por mí.
La frustración y el vino se conjugaron para eliminar los últimos vestigios de mi capacidad de autocontrol y rompí a llorar.
Con la cabeza agachada para ocultar mi rostro, me levanté de la cama y me dirigí a la puerta, pero Gary me agarró del brazo al pasar junto a él y me hizo volverme. Lo empujé en el pecho con la mano que me quedaba libre, pero no se movió. Las lágrimas ya habían desaparecido.
—Suéltame, Gary.
—No te soltaré hasta que te calmes.
Lo golpeé con el dorso de la mano en el pecho, con un golpe seco.
—Vete a la mierda, Gary. Estoy harta de todo esto, ¿me oyes? Vosotros los polis habéis estado de brazos cruzados sin hacer nada todo el tiempo que estuve secuestrada, y ahora todavía me vienes con ésas. Me violó casi todas las putas noches ¿y tú ni siquiera puedes darme un nombre? No sólo me ha arruinado la vida, sino que ahora, además, tengo que preguntarme si alguien a quien yo conozco quiere arruinármela. ¿Y tú te quedas ahí diciéndome tan tranquilo que no tengo derecho a saber nada sobre el tipo que me ha hecho esto?
Esta vez le golpeé en el hombro. No se movió. Le golpeé de nuevo.
Me agarró de la muñeca.
—Déjalo.
Lo fulminé con la mirada.
—Deja tú de comportarte como un cretino.
—Te estoy diciendo todo lo que puedo sin llegar a comprometer el caso.
—Eso es todo lo que esto significa para ti, ¿verdad? ¿Un simple caso?
Ahora parecía enfadado.
—¿Sabes cuánta gente desaparece cada año? ¿Cuántos niños? Y la mayoría de ellos no vuelven. Mi hermana mayor desapareció cuando yo era un niño y nunca la encontraron. Por eso me hice policía… no quería que nadie pasara por lo mismo que mi familia tuvo que pasar. —Me soltó las muñecas—. Mi matrimonio se ha roto por culpa de este caso.
—No sabía que estabas…
—Teníamos problemas antes de tu desaparición, pero estábamos intentando solucionarlos. Por eso pedí el traslado aquí de la parte central del país. Pero poco después, tú desapareciste, y dediqué tantas horas a tu caso… Ella se fue un mes antes de que aparecieras. —Se echó a reír con amargura—. Me dijo que estaba tan ocupado buscando a otras personas que no veía a las que tenía delante de mis narices.
—Perdóname, Gary. Por todo. Ya sé que me comporto como una histérica, pero es que estoy tan mal… Ya no sé en quién confiar. Alguien me quiere muerta, y yo… —Se me quebró la voz y me eché a llorar.
Gary dio un paso hacia delante y me abrazó. Tenía la cara a la altura de su pecho, y su barbilla encima de mi cabeza. El murmullo de su voz al ascender por el pecho me vibraba en la mejilla.
—Nadie va a hacerte daño, Annie. No permitiré que eso suceda, ¿me oyes?
Aparté la cara de su pecho y alcé la vista para mirarlo. Sus ojos eran muy oscuros, y el brazo alrededor de mi espalda me quemaba la piel. Era agradable apoyarse en la fortaleza de su cuerpo, y quise absorber toda su fuerza y llevármela conmigo. Nuestras miradas se encontraron.
De puntillas, estiré mi cuerpo contra el suyo y presioné mis labios en los de él. Por un segundo, su boca no cedió, y entonces murmuró:
—Oh, mierda…
Con Luke todo era siempre tierno y dulce, apasionado pero nunca intenso. Gary y yo nos besamos con muda desesperación. Con las dos manos en mi trasero, me tomó en brazos y me llevó a la cama. Cuando se inclinó encima de mí con ambos brazos a cada lado de mi cuerpo, un destello del Animal apareció ante mis ojos y me quedé paralizada. Gary me miró con inquietud y empecé a incorporarme, pero lo atraje hacia la cama, a mi lado, y lo obligué a tumbarse de espaldas; me encaramé encima de su cuerpo, sentándome a horcajadas, y agarré las sábanas a ambos lados de su cara. Permanecimos así un segundo, percibiendo con mi cuerpo cada centímetro del suyo, tumbada con mi corazón desbocado latiendo contra su pecho. Tenía los brazos rígidos cuando me levantó ligeramente por debajo del tórax y sus piernas se tensaron como si estuviera a punto de apartarme de él. Con la mejilla apretada contra su cara, le susurré al oído:
—Tengo que… tener el control. Es la única forma de que pueda…
Relajó su cuerpo, me tomó la cara con una mano y luego la volvió hacia él hasta que me vi obligada a mirarlo a los ojos. Con la voz ronca y tierna pese a ello, me acarició el pómulo con el pulgar.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto, Annie? Si no puedes seguir, no importa, lo entiendo.
Una oleada de miedo me recorrió el cuerpo, pero volví la cara hacia su mano y le mordisqueé con delicadeza la parte carnosa del dedo. Luego me incliné hacia abajo, formando una cortina con mi pelo, y apreté los labios contra los suyos.
Sin embargo, en cuanto empezó a responder a mis besos con más fuerza, sujetándome el culo y frotando mi entrepierna contra la suya, volví a sentir una oleada de pánico y me quedé paralizada de nuevo. Percibió mi reticencia y quiso decir algo, pero yo le inmovilicé las manos por encima de la cabeza y, con la cara ardiendo de humillación, le susurré en la boca:
—No puedes tocarme… no puedes moverte.
No estaba segura de si lo había entendido, pero relajó los labios, y cuando acerqué mi boca a la suya, no me devolvió los besos. Seguí recorriendo sus labios con los míos, mordisqueándolos, presionándolos, tirando de ellos. Deslizando la lengua en el interior de su boca, la acaricié con ella y la succioné hasta que empezó a gemir.
Nos desnudé a ambos y nos quedamos en ropa interior. Le besé el pecho, arrastrando mi pelo con suavidad hacia delante y hacia atrás, hasta que se le endurecieron los pezones y se le erizó el vello del cuerpo. A horcajadas, lo miré a los ojos mientras le acercaba una mano a mis pechos y me acariciaba los pezones con ella, desplazando su mano por la totalidad de mi torso y luego, a medida que iba sintiéndome más cómoda, colocándola entre mis piernas. Me acaricié a mí misma con su mano, la primera mano que me tocaba ahí abajo, incluida la mía, desde el Animal. Cuando mi cuerpo empezó a responder con una ola de placer, todavía no estaba preparada para remontarla, de modo que volví a dirigir su mano hacia uno de mis pechos. Lo besé otra vez, introduje los dedos de los pies en sus calzoncillos y tiré de ellos hacia abajo. Luego, sin dejar de besarlo, me bajé las bragas y me las quité.
Tras sujetarle las manos por encima de la cabeza, las frentes de ambos en contacto, me quedé inmóvil encima de él y apoyé los labios justo encima de los suyos, sintiendo el movimiento de su aliento cálido mezclándose con el mío. Tenía la piel ardiente, enfebrecida, y una fina capa de sudor cubría nuestros cuerpos. Al principio, su respiración era entrecortada, pero logró apaciguarla, manteniéndola a raya por mí.
Apoyando el peso de mi cuerpo en los dedos de los pies, me abrí de piernas y me deslicé hacia abajo, introduciéndolo dentro de mí. Él no me penetró, lo tomé yo.
Se quedó con el aliento atrapado en la garganta, y yo hice una pausa, con el corazón expectante, esperando a que perdiera el control en cualquier momento, a que me obligase a tumbarme de espaldas y me embistiera, a que acometiese con fuerza, a que hiciese algo. Pero no hizo nada. Y a mí me dieron ganas de llorar de agradecimiento, por el inmenso regalo que me estaba haciendo.
Mientras me deslizaba hacia arriba y hacia abajo, no se movió. Con cada movimiento ascendente, su respiración era mi único indicador de la dura batalla que estaba librando en su interior, y el hecho de saber que tenía a aquel hombre tan fuerte, tan seguro de sí, sometido a mi voluntad y no a la suya, me hizo moverme más rápido. Y más rápido aún. Con más dureza aún. Desafiándolo a que intentase tocarme, dirigí toda mi ira contra su cuerpo. Utilizando mi sexo como arma. Y cuando se corrió, siguió sin levantar las caderas, siguió sin embestirme, tan sólo sus manos se doblaron sobre las mías mientras la totalidad de su cuerpo se arqueaba, en tensión, y yo me sentí eufórica. Poderosa. Seguí montándolo hasta que debía de resultarle doloroso, pero él seguía sin tocarme. Al final, me detuve, ladeé el rostro y le solté las muñecas. Sólo entonces levantó una mano para apoyarla en mi nuca mientras me acunaba con ternura en sus brazos. Y entonces lloré.
Después, nos quedamos tumbados en la cama, de espaldas, mirando al techo mientras tratábamos de recobrar el aliento. Ninguno de los dos dijo una sola palabra. Había sido una experiencia tan diametralmente opuesta a la que tuve con el Animal, control absoluto frente a ningún control en absoluto, que lo cierto es que había logrado mantener el recuerdo del Animal fuera de aquella habitación, fuera de la cama, fuera de mi cuerpo. Sin embargo, empecé a bajar de aquella nube a medida que iba recobrando el sentido común y pensaba en lo que estaba ocurriendo realmente en mi vida, y en lo que acababa de hacer. Gary quiso decir algo, pero lo interrumpí.
—Esta ha sido la primera vez que he… hecho lo que hemos hecho desde que volví a casa. Y sólo quiero que sepas que me alegro de que haya sido contigo, pero no tienes de qué preocuparte: no tengo ninguna expectativa ni nada parecido. Espero que esto no cambie las cosas entre nosotros.
El ritmo de su respiración se interrumpió, quedó en suspenso un momento, y luego se reanudó. Volvió la cara hacia mí y abrió la boca, pero lo interrumpí de nuevo.
—No me malinterpretes, no es que me arrepienta de nada, y desde luego, espero que tú tampoco, pero no quiero tener una de esas conversaciones trascendentes… ¿me entiendes? Pasemos página y ya está. ¿Cuál es el siguiente paso en la investigación?
Sentí que sus ojos me escocían en la cara, pero mantuve la mirada clavada en el techo. Hablando en voz baja, dijo:
—Después de interrogar al personal del hotel mañana y enseñarles el retrato del ordenador y la foto que me enviaron ayer por fax, me iré a la siguiente ciudad, Kinsol.
Había olvidado lo cerca que estábamos de Kinsol. No era una ciudad grande, seguramente sólo había uno o dos hoteles, y la mayor parte de la población trabajaba en la cárcel.
Me eché a reír y dije:
—Podrías pasarte a saludar a mi tío, pero lo acaban de poner en libertad.
Gary se apoyó en un codo y me miró.
—¿Qué tío?
Había dado por sentado que lo sabía, pero mi madre y mi tío tienen apellidos distintos, de modo que tal vez no fuera así.
—El hermanastro de mi madre, Dwight. Atracó un par de bancos. Acaba de salir en los periódicos, lo estáis buscando en relación con otro atraco. Pero no tenemos ningún contacto con él, de manera que no puedo ayudaros con eso.
Gary se dejó caer en la cama, de espaldas, y fijó la mirada en el techo. Quise preguntarle en qué estaba pensando, pero ya había aprendido que no obtendría ningún tipo de respuesta presionándolo.
—¿Hay algo que pueda hacer yo para ayudar en mi investigación? —propuse.
—Por el momento, intenta mantenerte alejada de todos, sólo eso. Tengo que hacer algunas indagaciones, pero mañana debería tener más información, y entonces te diré qué hacer a partir de entonces. Si averiguas o recuerdas algo que pueda servir de ayuda, llámame enseguida. Y también puedes llamarme si sólo necesitas hablar.
Empezaba a arrastrar las palabras, de modo que sabía que no tardaría en dormirse, así que dije:
—Debería irme. Emma está en casa.
—Me gustaría que te quedaras.
—Gracias, pero no puedo dejarla toda la noche.
La verdad es que no confiaba en poder quedarme allí quietecita a su lado en la cama, y a la mañana siguiente habría resultado difícil explicarle por qué había dormido en el armario.
—No me gusta nada la idea de que conduzcas tú sola por estas carreteras tan tarde.
—He llegado hasta aquí, ¿no?
En la penumbra de la habitación, me miró enarcando una ceja, de modo que enterré la cara en el cálido hueco entre su hombro y su cuello y dije:
—Voy a darme una ducha, ¿de acuerdo?
Tras una ducha rápida, que me di tratando de no pensar en lo que acababa de hacer, pasé de puntillas junto a su cuerpo dormido en la cama y salí por la puerta sin hacer ruido. Las calles estaban vacías en el trayecto de vuelta a casa, y yo estaba en mi propio mundo. Si Emma hubiese estado conmigo en el coche, habría seguido conduciendo, sin rumbo fijo.
Recordé la conversación que había mantenido con Gary, y deseé no haberle contado los rumores que había oído mi madre sobre Luke y Christina. Los polis siempre están buscando motivos encubiertos en todo. Aunque no es que yo misma no lo hubiese hecho antes, pero sabía que ellos dos eran incapaces de hacerme daño. Pese a todo, había algo en todo aquello que se me escapaba, algo que debería ver y no estaba viendo. Repasé mentalmente toda la información de la que disponía, pero no conseguía distinguir cuál era la pieza del rompecabezas que me faltaba.
Fue una noche larga. Dormí en el interior del armario, pero no dejé de dar vueltas y más vueltas, todas las vueltas que se pueden dar en un armario, y me he despertado tarde esta mañana. Medio dormida, me senté en el porche de la casa con el inalámbrico a mi lado, aguardando la llamada de Gary para que me comunicara qué había averiguado.
Me había olvidado por completo de que Luke iba a pasarse por casa a dejarme unos recibos y unos libros que iba a prestarme, así que me sorprendió oír una camioneta aparcando delante de casa. Cuando levanté la vista y vi que era él, empezaron a temblarme las piernas. Traté de serenarme un poco y le abrí la puerta. Quiso abrazarme, pero yo no lo abracé a él.
—¿Va todo bien? —dijo.
—Lo siento, es que estoy cansada. Anoche no dormí muy bien.
Hice todo lo posible por parecer relajada, pero mi voz sonaba forzada. Esquivé su mirada.
—¿Han averiguado algo más sobre la foto que identificaste?
Murmuré algo acerca de Gary, que estaba investigando al respecto. Luego se me cayó al suelo uno de los libros que me había traído, y cuando me agaché a recogerlo, por poco nos chocamos. Cuando me incorporé, me miró con aire interrogador, así que le ofrecí una taza de té inmediatamente. Rezando por que se la bebiese rápido, yo me tomé la mía de un trago.
Nunca me había sentido tan falsa como en ese momento, hablando sobre nuestros perros y su trabajo mientras esperaba que el teléfono sonase de un momento a otro, y me pregunté qué haría si Gary llamaba estando Luke allí.
Nuestra conversación estuvo plagada de silencios, y apenas tocó su taza de té antes de anunciar que tenía que irse. Cuando me abrazó en la puerta, tuve que obligarme a mí misma a devolverle el abrazo y me pregunté si notaría el sentimiento de culpa que transpiraban mis poros.
—Annie, ¿estás segura de que te encuentras bien?
Me dieron ganas de confesárselo todo. Pero no podía confesarle nada.
—Es que estoy destrozada, de verdad.
—Bueno, pues descansa un poco, ¿de acuerdo? Ordenes del médico. —Sonrió.
Le devolví una sonrisa forzada.
—Sí, señor.
Cuando se marchó, supe que nunca podría contarle lo que había ocurrido entre Gary y yo. También supe que ya nunca podría volver con él: Luke pertenecía a la mujer que había sido secuestrada, no a la que había vuelto a casa.
Una hora más tarde, el suspense estaba matándome, así que llamé a Gary, pero no contestó y tenía el móvil desconectado. No fue hasta más tarde cuando finalmente me devolvió la llamada. Ojalá no lo hubiese hecho.
El verdadero nombre del Animal era Simon Rousseau, y tenía cuarenta y dos años cuando murió. Se crió en un pueblo de Ontario, y se fue a vivir a Vancouver a los veintipocos años, pero al final se instaló en la isla. Le habían tomado la foto de la ficha policial cuando lo arrestaron a los treinta y nueve años por darle una paliza a un hombre que tuvo que permanecer ingresado en el hospital varias semanas. El Animal, que declaró que la esposa lo había contratado para hacerlo porque su marido le ponía los cuernos, hizo un trato con el fiscal. Un año más tarde, se anuló su condena porque la policía federal no había seguido el procedimiento adecuado con alguna prueba. Cuando lo soltaron de la cárcel de Kinsol, regresó a la parte continental de Canadá y desapareció del radar de la policía hasta el momento en que identifiqué su foto en aquella ficha.
Ahora que tenían un nombre, se habían remontado en el tiempo para tratar de establecer una conexión entre los lugares donde había residido y cualquier delito no resuelto. Descubrieron que, efectivamente, su madre había muerto de cáncer y que su padre había desaparecido, y hasta el momento, nadie había encontrado el coche ni el cuerpo del padre.
Al no conseguir encontrar ningún caso no resuelto relacionado con él, revisaron algunos de los casos «resueltos», uno de los cuales hacía referencia al de una joven llamada Lauren que había sido víctima de una violación y de una paliza. Se encontró su cadáver abandonado en un callejón detrás de su casa. Detuvieron a un vagabundo al que habían sorprendido con su jersey ensangrentado y su bolso y fue juzgado por el asesinato. Murió en prisión un año más tarde.
Simon Rousseau, que vivía a escasas manzanas de la casa de Lauren, siguió manteniéndose unido a la familia durante años, incluso visitó a la madre de Lauren todas las Navidades hasta su muerte, cinco años atrás. Me alegré de que la madre no pudiese llegar a enterarse nunca de que había estado abriéndole la puerta al asesino de su hija todas las Navidades.
Entre los veinte y los treinta años, Rousseau había vivido en Vancouver, pero trabajaba en las madereras del norte como cocinero. Y sí, habían hallado el cuerpo sin vida de una mujer piloto de helicópteros de uno de los aserraderos. Sin embargo, nunca llegaron a investigar el caso como homicidio. Cuando su novio volvió al aserradero, se dio cuenta de que tardaba más de lo normal y fue a buscarla. Como no la encontraba, se organizó una partida de búsqueda, pero tardaron un mes en hallar su cadáver en el fondo de un barranco. Estaba completamente vestida y se había roto el cuello. Como ya era casi de noche cuando había emprendido el camino de vuelta al aserradero, todos dieron por sentado que se había perdido y se había caído por el precipicio.
Se desconocían las actividades y el paradero exacto de Rousseau desde su salida de prisión, y Gary dijo que tal vez nunca llegarían a saber si había sido el responsable de otros crímenes.
Mientras Gary hablaba, yo había permanecido sentada en el sofá, toqueteando un hilo suelto de la manta. Estaba a punto de deshilacharla por completo.
—¿Has vuelto a Clayton Falls? —le dije.
—No, sigo en Eagle Glen.
—¿Y dijiste que hoy ibas a ir a Kinsol?
—Iba a ir, pero una de las empleadas del hotel con la que necesito hablar no llega hasta esta noche.
—¿Hablar de qué? Creía que sólo estabas enseñándoles la fotografía. ¿Lo ha reconocido alguien?
—Sólo quiero asegurarme de seguir hasta el final todas las posibles vías de la investigación, luego volveré a Clayton Falls por la mañana, ¿entendido?
—Sí, claro como el barro.
—Lo siento, Annie, pero no puedo decirte nada más hasta que haya corroborado todos los hechos. Si nos equivocamos, todo esto podría causarte una angustia innecesaria…
—¿Qué significa? ¿Acaso me estás diciendo que sabes quién contrató al Animal? Podrás decirme al menos si es alguien a quien conozco, ¿no?
—Annie… hay muchas cosas en juego.
—Soy perfectamente consciente de todo lo que hay en juego. Se trata de mi vida, ¿recuerdas? ¿O es que has olvidado esa parte?
Al oír el tono severo de mi voz, Emma salió de la habitación.
—Escucha, lo único que puedo decirte en este momento es que después de que identificaras a Rousseau obtuvimos su historial delictivo, y basándonos en eso echamos otro vistazo a sus cómplices habituales… es el procedimiento estándar en cualquier investigación.
Mientras esperaba el resultado de esas pesquisas, se entrevistó con varias de las camareras del turno de día del hotel de Eagle Glen. El retrato del Animal le resultaba familiar a una de ellas, pero cuando le enseñó la foto de la ficha policial, no pudo reconocerlo. Pero si realmente era el mismo tipo del retrato retocado por el ordenador, ella afirmaba haber visto entrar una mañana en su habitación a una mujer con unas enormes gafas de sol y salir de ella quince minutos después. No había visto el coche, pero creía que una de las otras camareras había estado limpiando las habitaciones de la planta baja, donde estaba el aparcamiento. Era con ella con quien Gary quería hablar.
La cabeza me daba vueltas. ¿Quién era la mujer que se había reunido con el Animal?
—Lo siento —dije—, sólo intento… Es mucha información para asimilarla de golpe.
—Lo entiendo, pero es muy importante que no…
—Perdona, mi madre me está llamando por la otra línea, será mejor que conteste y me libre de ella o…
—¡No contestes!
—De acuerdo, de acuerdo. —Pero cuando el pitido cesó al fin, dije—: Volverá a llamar.
—¿Has hablado con ella de algo de lo que te dije anoche? —Parecía muy tenso.
—Hoy sólo he hablado con Luke, pero no…
—No puedes contarle nada de esto a ella, Annie.
Hubo algo en su tono de voz que hizo que se me dispararan todas las alarmas.
—Gary, es mi madre. Si ahora mismo no me dices qué coño está pasando, voy a llamarla y contarle hasta el último puto detalle.
—Joder… —Se quedó callado un momento y luego lo oí respirar profundamente—. Lo que voy a decirte va a resultar muy duro para ti…
—Dilo y punto.
—Anoche me mencionaste que tu tío cumplía condena en la cárcel de Kinsol, así que comprobé si él y Simon Rousseau habían coincidido allí al mismo tiempo. Coincidieron. También me han confirmado que tu tío tenía fotos de sus sobrinas en las paredes de su celda. Así que después de la descripción de la camarera, enviamos un fax solicitando una orden para examinar los extractos bancarios de tu madre y ver si ha habido alguna transacción inusual.
—No entien… ¿Por qué coño ibas a hacer una cosa así?
—Aún tengo que hablar con la otra camarera, Annie… —Pasó a hablarme con ternura—. Todo apunta a que tu madre podría estar implicada.
Oh, mierda…
Y eso es todo cuanto sé. Justo después de que Gary me soltase aquella bomba, tuvo que responder a otra llamada. Me hizo prometerle que no hablaría con nadie y dijo que me llamaría más tarde. Así que por eso la he llamado, doctora, y por eso agarro este teléfono móvil como si mi vida dependiera de él, tenía que salir de allí, tenía que hablar con alguien. No podía soportar pasearme arriba y abajo por mi casa preguntándome qué teoría de mierda se les habrá ocurrido ahora a esos polis. ¿Alguna camarera chalada ve a una mujer en un hotel y ellos deciden que es mi madre? Eso sí que es agarrarse a un clavo ardiendo. Me pregunto si Gary me habrá dejado algún mensaje en casa o si se acuerda de mi número de móvil, ahora no sé si se lo dejé en el contestador o no. O aún peor, ¿y si ha intentado llamarme cuando venía de camino hacia aquí y no tenía cobertura? En la autopista hay varios puntos de esos en los que no hay señal. Tengo que salir de aquí… necesito llamarlo otra vez.