Hacía ya tiempo que la misa había empezado cuando Reuben se sentó en el tercer banco.
Había dejado a Lorraine y los niños con su madre, haciendo todo lo posible por esquivar el interrogatorio de por qué Phil no los había acompañado y prometiendo llevar a Jim a la casa de Russian Hill lo antes posible.
Se sintió tan aliviado al ver a Jim en el altar que casi se echó a llorar.
Su hermano llevaba la espléndida casulla blanca y dorada para la festividad del bautismo de Nuestro Señor y parecía completamente calmado durante la liturgia y el sermón, en cuyo transcurso bajó a caminar entre los bancos. El pequeño micrófono de clip amplificaba perfectamente su voz, como siempre, en la inmensa iglesia abarrotada. Solo sus ojos y su perceptible palidez revelaban que los últimos días podían haber sido un calvario.
Enseguida retomó el tema que Felix había abordado la noche anterior.
Aquel era, aunque muchos no lo sabían, el último día del tiempo de Navidad y al día siguiente sería el primer día de lo que la Iglesia llamaba poéticamente «tiempo ordinario».
—¿Qué es un bautismo? —preguntó a la congregación—. ¿Qué era el bautismo para Nuestro Señor? Él estaba libre de pecado, no necesitaba ser bautizado. Pero lo hizo por nosotros, ¿no? Dio ejemplo. Su vida entera en este mundo fue un ejemplo, desde su nacimiento, a lo largo de la infancia y la edad adulta entre nosotros; murió como morimos todos y cada uno de nosotros hasta su resurrección de entre los muertos. No necesitaba ser bautizado. Pero fue un punto de inflexión para él, un renacimiento, el final de su vida privada y el inicio de su ministerio. Salió al mundo despiadado para enfrentarse a las tentaciones de Satán como un «nuevo ser». Está bien, ¿qué es un punto de inflexión? ¿Cuál es el significado del renacimiento, de la renovación? ¿Cuántas veces experimentamos algo así en nuestras propias vidas?
Enseguida pasó al tema de la Navidad, del solsticio de invierno y de todas las formas tradicionales en que la Iglesia y la gente de todas las naciones de Occidente celebran la fiesta navideña.
—Sabéis que durante siglos se nos ha criticado por injertar nuestra fiesta sagrada en una fiesta pagana —dijo Jim—. Estoy seguro de que habéis oído esos reproches. Nadie sabe con exactitud el día en el que Cristo nació. Pero el veinticinco de diciembre era una gran fiesta para los paganos del Viejo Mundo, el día en que el sol estaba en su punto más bajo y la gente se reunía en los campos, en los pueblos y en las entrañas del bosque para rogar al sol que volviera con plena potencia, para que los días se prolongaran una vez más y la calidez regresara al mundo, fundiendo las letales nieves del invierno y nutriendo las cosechas.
»Bueno, creo que fue un golpe de genio juntar estas dos fiestas —continuó Jim—. Cristo, nacido en este mundo, es un magnífico símbolo de transformación, de renovación completa: renovación del mundo físico y renovación de nuestras almas.
Aquello era notablemente (aunque no sorprendentemente) similar a lo que Felix había dicho acerca de la Navidad y el solsticio, y a Reuben le encantó. Se dejó arrullar por la voz de Jim cuando con facilidad y autoridad su hermano continuó diciendo que nuestra capacidad de renovación es el mejor regalo que hemos recibido en esta vida.
—Pensad en ello un minuto —insistió Jim, con los brazos ligeramente levantados, apelando suavemente a la congregación—. Pensad en lo que significa renovar, arrepentirse, empezar todo otra vez. Nosotros los seres humanos siempre hemos tenido esa capacidad. No importa lo grave que sea el tropiezo, podemos levantarnos e intentarlo otra vez. Por miserablemente que nos fallemos a nosotros mismos, fallemos a Dios y a quienes nos rodean, podemos levantarnos y empezar otra vez.
»No hay un invierno tan frío y tan oscuro que nos impida alcanzar la luz brillante con ambas manos.
Hizo una pausa, como si tuviera que controlar sus propias emociones, y luego reanudó su sermón lentamente, caminando arriba y abajo.
—Ese es el significado de las velas —dijo—, de las bombillitas de nuestros árboles de Navidad. El significado de todas las celebraciones de este período es que tenemos la esperanza de ser siempre y para siempre mejores de lo que somos, de triunfar sobre la oscuridad que podría habernos derrotado en el pasado y cobrar un resplandor inimaginable.
Jim hizo otra pausa, mirando a toda la congregación. Cuando vio a Reuben sentado allí, mirándolo, hubo un tenue destello de reconocimiento en sus pupilas, pero luego continuó.
—Bueno, no voy a reteneros en los bancos con una larga exhortación al arrepentimiento. Necesitamos reflexionar todos los días de nuestra vida sobre lo que somos, lo que hacemos, lo que deberíamos hacer. Tenemos que convertirlo en parte del tejido de nuestra vida. Por eso quiero hablar ahora de la curiosa expresión del calendario litúrgico «tiempo ordinario»: simple y esplendorosa. Cuando era niño y la oí por primera vez, me encantó: «Este es el primer día del tiempo ordinario». Pero la razón por la que me encanta es que cada temporada, cada celebración, cada derrota y cada esperanza o aspiración que tenemos están enraizadas en el tiempo, dependen del tiempo, se nos revelan en el tiempo.
»No pensamos en eso lo suficiente. Pasamos demasiado tiempo maldiciendo el tiempo: el tiempo no espera a nadie; el tiempo dirá; oh, los estragos del tiempo; el tiempo vuela. No pensamos en el regalo del tiempo. El tiempo nos da la oportunidad de cometer errores y corregirlos, de regenerarnos, de crecer. El tiempo nos brinda la oportunidad de perdonar, de restituir, de hacerlo mejor que en el pasado. El tiempo nos da la oportunidad de lamentarlo cuando fracasamos y la de tratar de descubrir en nosotros mismos un nuevo corazón. —Su voz se había suavizado con la emoción y, haciendo una pausa otra vez, se situó frente a la congregación y dijo—: Ahora, con los pesebres de Navidad desmontados y los árboles de Navidad quitados y las luces guardadas otra vez en el desván, llegamos al final de este tiempo de Navidad y, una vez más, al milagro glorioso (me refiero al milagro puro y glorioso) del tiempo ordinario. Todo depende de cómo usemos este tiempo. ¿Aprovecharemos la oportunidad de transformarnos, de reconocer nuestros espantosos errores y nos convertiremos, contra toda probabilidad, en la persona que soñamos ser? Se trata de eso, ¿no? De convertirnos en la persona que soñamos. —Calló, como si estuviera reflexionando y ligeramente indeciso, antes de continuar—: Hubo un momento de mi vida en el que no era el hombre que quería ser. Hice algo insoportablemente cruel a otro ser humano. Y muy recientemente me he visto tentado a ser cruel otra vez. Sucumbí a esa tentación. Perdí la batalla contra la ira y contra la rabia. Perdí la batalla con el amor, con el solemne e inexorable mandamiento «amarás».
»Pero esta mañana, estando aquí, agradezco con toda el alma que el tiempo se extienda una vez más ante mí, proporcionándome la oportunidad de compensar hasta cierto punto (hasta cierto punto) las cosas que he hecho. Dios pone en nuestro camino muchas oportunidades para eso, ¿no? Hay mucha gente que necesita mucho de todos y cada uno de nosotros. Nos da gente a la que ayudar, gente a la que servir, gente a la que abrazar, gente a la que consolar, gente a la que amar. Mientras viva y respire estaré rodeado de infinitas oportunidades, seré bendecido con ellas. Así salgo de la Navidad, de ese gran banquete de riqueza, agradecido una vez más por el milagro absoluto del tiempo ordinario.
El sermón había terminado; la ceremonia prosiguió. Reuben se quedó sentado con los ojos cerrados, ofreciendo sus oraciones de agradecimiento. «Ha recuperado la entereza, está aquí otra vez, es mi hermano —pensó. Y al abrir los ojos, dejó que los colores intensos de los elegantes frescos y santos de la iglesia lo impregnaran y calentaran su alma—. No sé en qué diablos creo pero estoy agradecido, agradecido de que Jim esté en ese altar otra vez».
Cuando llegó el momento de la comunión, se levantó y salió al aire fresco del patio a esperar a su hermano.
Muy pronto los feligreses empezaron a salir, y finalmente apareció Jim, con su larga casulla blanca y dorada, para dar la mano y ofrecer palabras de agradecimiento y aceptarlas.
Vio sin duda a Reuben esperándolo con paciencia, pero no se dio prisa, así que pasaron veinte minutos o más hasta que se quedaron solos por fin. El patio estaba frío y húmedo, pero a Reuben no le importaba.
Jim sonreía de oreja a oreja cuando lo abrazó.
—Estoy muy contento de que hayas venido —dijo—. Mira, cuando te mandé el mensaje de correo, olvidé que hacen falta cuatro horas para llegar aquí. Olvidé que no puedes coger un monorraíl y adormilarte hasta que llegues.
—¿Estás de broma? —dijo Reuben—. ¡Estábamos muy preocupados por ti!
—Dime, ¿cómo demonios me encontró Elthram? Estaba en pleno bosque, en el valle de Carmel, en un viejo lugar de retiro budista que ni siquiera tiene teléfono.
—Bueno, algún día te hablaré de Elthram —dijo Reuben—. Ahora mismo, no puedo decirte lo contento que estoy de que hayas vuelto. Si te parece que mamá estaba desquiciada, bueno, ¿qué crees que me estaba pasando a mí por la cabeza?
—Eso es lo que dijo Elthram, que estabas muy preocupado. Debería haberlo imaginado. Pero, Reuben, necesitaba tiempo para pensar.
—Sé lo que hiciste y sé que está bien. En cuanto me he sentado en el banco, he sabido que estabas bien. Eso es lo único que todos queríamos saber, que estás bien.
—Estoy bien, Reuben —dijo—. Pero voy a dejar el sacerdocio —lo dijo simplemente, sin emoción ni drama—. Ahora es inevitable.
—No…
—Espera. Escúchame antes de que empieces a protestar. Nadie sabrá nunca por completo la razón, pero tú conoces la causa, y quiero que me guardes ese secreto como yo guardo el tuyo.
—Jim…
—Reuben, un hombre no puede ser asesino y sacerdote al mismo tiempo —dijo, paciente y resignado—. Simplemente no es posible. Hace años fui aceptado a pesar de lo que le hice a Lorraine, como te conté. Pero cuando pegué a Lorraine era un borracho. Tenía esa excusa. De hecho, no es una excusa muy buena, es una excusa patética, pero aun así una excusa. No asesiné a sangre fría a ese niño. Fue otra clase de pecado, pero no un asesinato a sangre fría. —Hizo una pausa. Bajó la voz al acercarse a Reuben—. Pero esta vez no tengo excusa, Reuben. Te pedí que mataras a Fulton Blankenship y a sus secuaces; te dije dónde encontrarlo; te proporcioné un mapa.
—Jim, no eres un asesino, y esos hombres…
—Para. Ahora mira. Tenemos que ir a ver a mamá. Tendré que soportar todas sus preguntas sobre dónde he estado. Debes prometerme que no dirás ni una palabra de esto mientras vivas. Yo guardaré tu secreto, como estoy obligado a hacer, lo juro, y tú guarda el mío.
—Por supuesto —dijo Reuben—. ¡No hace falta ni decirlo!
—Iré a ver al arzobispo esta semana y le explicaré por qué le pido dejarlo. Cuando llegue el momento, se hará el anuncio oficial. No puedo contarle al dedillo cómo Blankenship y compañía dejaron este mundo, pero no tengo por qué. Solo tengo que contarle que deseé que ocurriera y que pedí a otros que lo hicieran. Aparte de eso, no diré nada. Puedo decir que mandé matar a Fulton Blankenship y que no fueron agentes de la ley los que lo hicieron. Lo diré en confesión, obligándolo a mantener las circunstancias en secreto, pero a actuar basándose en una información que verá que encaja.
Reuben suspiró.
—Jim, te habían marcado para matarte. Podrían haber matado a tu familia.
—Eso lo sé, Reuben —dijo—. No soy tan duro conmigo como podrías pensar. Vi cómo sacaban a ese sacerdote de mi apartamento en una camilla. Y acabo de ver el cadáver del chico al que mataron. No soy un santo, Reuben, te lo dije, pero tampoco soy un mentiroso.
—¿Y si el arzobispo se entusiasma, cree que contrataste a unos mercenarios y llama a la policía?
—No lo hará —dijo Jim—. Me ocuparé de ello. Contaré la verdad pero no toda la verdad. Sé lo que tengo que hacer. —Sonrió. De hecho, parecía casi alegre y, desde luego, resignado—. Pero si por algún milagro me permite quedarme, bueno, entonces me quedaré. Eso es lo que quiero, quedarme, trabajar aquí mismo como he estado haciendo durante años, para cambiar las cosas. Aunque no creo que eso vaya a ocurrir, Reuben. Y no pienso que deba ocurrir.
De repente, buscó el teléfono debajo de su casulla.
—Es mamá que llama. Escucha, ven a la sacristía conmigo mientras me cambio. Tenemos que ir a verla. Y deja que te cuente lo que planeo hacer.
Se apresuraron a volver a la iglesia y recorrieron la nave hacia la sacristía, donde Jim se quitó rápidamente la casulla y se puso una camisa blanca limpia, el alzacuellos con la pechera negra y su siempre impecable abrigo negro.
—Te diré lo que estoy pensando, Reuben —estaba diciendo—. Estoy pensando que quizá pueda dirigir este centro de rehabilitación como seglar. No sé si sabes lo del centro de rehabilitación.
—Todo el mundo lo sabe, Jim —dijo Reuben—. Dos millones de dólares en donaciones hasta el momento, probablemente más.
—Sí, bueno, si no puedo ser el administrador de este proyecto, hay otros. Al fin y al cabo, no merezco serlo, y si el arzobispo me aparta de esta parroquia, bueno, lo merezco. Así que lo que he estado pensando… Tal vez con algunas donaciones tuyas, hermanito, y de mamá y papá, quién sabe, y quizá también de Felix, pueda crear una fundación privada tipo Delancey Street.
—Desde luego —dijo Reuben—. Eso es enteramente posible. Jim, eso podría ser lo mejor.
Jim se quedó mirando a los ojos de Reuben. Solo entonces este percibió el dolor, un atisbo del dolor que sentía su hermano por dejar el sacerdocio.
—Lo siento —susurró Reuben—. No pretendía que pareciera tan sencillo.
Jim tragó saliva y forzó una leve sonrisa de aceptación. Puso la mano sobre la de Reuben como para decir: «Está bien».
—Quiero seguir trabajando con adictos y alcohólicos, lo sabes —dijo.
Al volver a salir cruzando la iglesia, Jim continuó hablando de los meses que había pasado trabajando en Delancey Street, estudiando su famoso programa, y lo que haría si tenía que ser el patrón de su propio barco. Cruzaron el patio y salieron.
—Pero ¿sabes?, mamá y papá se lo van a tomar mal si dejas el sacerdocio —dijo Reuben.
—¿Eso crees? ¿Cuándo han estado orgullosos mamá y papá de que me ordenara sacerdote?
—Quizá tengas razón —murmuró Reuben—. Pero yo siempre he estado orgulloso de ti y también lo estaba el abuelo Spangler. Estaré orgulloso de ti hagas lo que hagas.
—Mira, estoy pensando que puedo ser voluntario durante un tiempo en Delancey Street o en algún otro sitio. Hay muchas oportunidades, y todo esto llevará su tiempo…
Ya casi habían llegado al coche de Reuben cuando este levantó las manos y pidió ser escuchado.
—¡Espera un momento! —dijo—. ¿Me estás diciendo que después de todos estos años, simplemente te van a echar del sacerdocio porque me dijiste que ese malnacido, ese completo malnacido, ese malnacido que asesinó a ese joven sacerdote, ese malnacido que asesinó al joven del Hilton, ese malnacido que quería matarte…?
—¡Oh, vamos, Reuben! —dijo—. Sabes lo que hice. No soy tú. No tengo ninguna metamorfosis biológica a la que culpar por lo que soy. Ordené un asesinato como el hombre que soy.
Reuben se quedó en silencio, frustrado, enfadado.
—¿Y si lo hago otra vez? —susurró Jim.
Reuben negó con la cabeza.
—¿Y si la próxima vez ese malnacido acecha en estas calles matando niños y amenazándome por entrometerme?
—Bueno, ¿qué era todo eso sobre el arrepentimiento, la renovación y el milagro del tiempo?
—Reuben, el arrepentimiento empieza con la aceptación de lo que uno ha hecho. Y para un sacerdote empieza con la confesión. Ya he hecho mi parte con mi confesor, pero ahora el arzobispo debe saber lo que he hecho.
—Sí, pero, y si nadie… ¡Oh, no sé lo que estoy diciendo, por el amor de Dios! Jim, ¿has hablado con mamá esta mañana?
—No, y no tengo ganas de hacerlo. Está furiosa conmigo por desaparecer. Por eso cuento con que vengas conmigo y te las arregles para desviar la conversación hacia Celeste y el bebé y cualquier otra cosa que se te ocurra, por favor.
Reuben se quedó un momento en silencio. Luego abrió el Porsche y entró por el lado del conductor.
Jim también se subió y continuó con la misma energía, diciendo que estaba resignado.
—Es como cualquier fracaso, Reuben: es una oportunidad. Todos los fracasos son oportunidades y así debo considerarlo.
—Bueno, vas a enfrentarte a un futuro ligeramente más complejo e interesante de lo que crees —dijo Reuben.
—¿Y eso por qué? Eh, frena, ¿vale? Conduces como un piloto de carreras.
Reuben levantó el pie del acelerador, pero era domingo por la mañana y las calles habitualmente llenas estaban relativamente despejadas.
—Bueno, ¿a qué te refieres? —le preguntó Jim—. ¿Mamá y papá se van a divorciar? ¡Habla!
Reuben estaba pensando, pensando cómo hacerlo, qué camino seguir. Notaba el iPhone vibrando en el bolsillo de su abrigo, pero lo ignoró. Pensaba en Christine, en esos momentos preciosos por llegar cuando pusiera los ojos en Jim y Jim pusiera los ojos en ella. La pequeña sería muy vulnerable en ese momento, pero aquel hombre no iba a decepcionarla. Y Jamie, Jamie se acercaría a su padre como se había acercado a él y le tendería la mano. Reuben suspiró.
—¿Esto es una conversación? —se impacientó Jim—. ¿Qué es lo que no me estás diciendo?
El coche volaba ya hacia Russian Hill.
—No acabaste con el embarazo de Lorraine —dijo Reuben.
—¿De qué estás hablando? ¿Cómo lo sabes?
—Estuvo en la cena de Navidad —dijo Reuben.
—Maldita sea, me pareció verla —dijo Jim—. Creí verla y la busqué por todas partes, pero no pude encontrarla otra vez. ¿Quieres decir que has hablado con ella? ¿Desde cuándo sabes que estaba aquí?
—Ahora está en casa de mamá, esperándote.
Reuben decidió no decir ni una palabra más.
—¿Estás diciéndome que está aquí y que tengo un hijo? —preguntó Jim. Se ruborizó—. ¿Es eso lo que estás diciendo? Reuben, háblame. ¿Te refieres a que no maté al bebé? ¿Estás diciendo que tengo un hijo?
Jim disparó otras veinte preguntas a Reuben, que no dijo ni una palabra más. Al final enfiló el estrecho sendero de entrada de la casa de Russian Hill y apagó el motor.
Miró a Jim.
—No voy a entrar contigo —dijo—. Es tu momento. No hace falta que te diga que hay gente ahí dentro que depende de ti, que te espera ansiosa y que te estará vigilando, observando tus expresiones más sutiles, tu voz, y si tiendes los brazos hacia ellos o no.
Jim estaba sin habla.
—Sé que puedes manejar la situación —dijo Reuben—. También sé que es el mejor regalo que la Navidad podría darte. Todo el resto puede solucionarse, de alguna manera, todo irá bien… en el tiempo ordinario.
Jim estaba asombrado.
—Adelante —dijo Reuben—. Baja del coche y entra en casa.
Jim no se movió.
—Y deja que te diga una última cosa —dijo Reuben—. No eres un asesino, Jim. No eres un asesino. Blankenship lo era, y también lo eran sus lacayos. Sabes que lo eran. Yo he matado, Jim. Lo sabes. Y sabes que esos bastardos sanguinarios te la tenían jurada. ¿Quién sabe mejor que tú el pleno alcance de lo que hicieron y lo que pretendían hacer? Tomaste la mejor decisión. Pero ahora sigue adelante. Has dado rehenes a la fortuna y sin duda formarán parte de tu modo de resolver esto.
Reuben estiró el brazo y le abrió la puerta.
—Baja y entra —dijo.
Grace salió a la escalera delantera. Llevaba su vestido verde, con la melena pelirroja suelta sobre los hombros y la cara radiante de felicidad. Los saludó con entusiasmo, como si estuviera dando la bienvenida a un barco que entraba a puerto.
Jim por fin se bajó del coche. Miró a Reuben y luego a su madre.
Reuben se quedó sentado, observando a Jim subir lentamente los escalones hacia Grace. Qué recto y sereno, con el cabello castaño corto tan perfectamente peinado como siempre, con su traje negro clerical, sobrio y formal. Deseaba con todo su corazón subir con él, estar con él cuando posara los ojos en Lorraine y Jamie y Christine, pero no podía. Era verdaderamente el momento de Jim, tal como había dicho. No ayudaría en nada que Reuben se quedara allí, un recordatorio oscuro e ineludible para Jim de todo lo que compartían y que nadie más podía compartir.
Arrancó el Porsche y se alejó rumbo a su casa de Nideck Point.