Reuben se abrió paso entre los morfodinámicos que se lo bloqueaban, con Laura justo detrás de él.
Allí estaba Phil, de cara al fuego, con los ojos muy abiertos de asombro, bamboleándose y dando traspiés para tratar de no caer. Llevaba los viejos pantalones de chándal grises y la sudadera que siempre se ponía para dormir. Iba descalzo y parecía a punto de desmayarse. De repente una de las morfodinámicas lo agarró con fuerza por el hombro, enderezándolo.
—Debería morir por esto —rugió—. Por venir espontáneamente a nuestra fiesta. ¡Yo digo que debería morir! ¿Quién se atreve a decir lo contrario?
—Alto, Fiona —gritó Felix.
Corrió hacia ella, igual que hizo Reuben, y agarró del brazo a Fiona, dominándola rápidamente con su ventaja masculina y obligándola a retroceder rugiendo de rabia, luchando contra él.
Reuben sostuvo a Phil por las axilas para que no cayera, pero ¿qué podía decirle, en nombre de Dios? Cómo podía darse a conocer sin hacer añicos su cordura. Era evidente que Phil estaba perdiendo la razón viendo lo que veía a su alrededor.
Cuando Reuben lo soltó, para no asustarlo más, hubo un destello de reconocimiento en los ojos pálidos de Phil.
—¡Elthram, Elthram, ayúdame! —gritó—. No sé dónde estoy. No sé qué es esto. ¿Qué me está ocurriendo?
De las sombras surgió Elthram, acercándosele.
—Estoy aquí, amigo mío —dijo—. Y juro que no te ocurrirá nada malo.
Tres de las morfodinámicas rugieron a la vez, avanzando hacia Phil, Felix y Reuben.
—¡Fuera de aquí! —gritó Fiona—. Los muertos no hablan en nuestras festividades. Los muertos no dicen quién vive o muere a nuestras manos.
Los demás también se estaban acercando, rugiéndole a Elthram y amenazándolo con ladridos y gruñidos.
—¡Atrás! —rugió Felix.
Sergei, Thibault y Frank se acercaron. La figura más alta de Stuart corrió a situarse junto a Felix.
Elthram no se movió. Había una leve sonrisa en sus labios.
—Esto es una cuestión de carne y sangre —gritó Fiona, con una pata levantada—. ¿Quién no ve la absoluta estupidez de estos morfodinámicos al acoger a este humano en su propio hogar? ¿Quién no preveía esto?
Margon se colocó justo detrás de Fiona sin que ella se diera cuenta, pero sí aquellos que la acompañaban. Una hembra se estaba alejando despacio. Seguramente era Berenice. Se alejó en silencio de las mujeres y se acercó a Frank, situándose detrás de él.
—Nadie hará daño a este hombre —dijo Felix—. Y nadie dirá ni una palabra más sobre la muerte en esta noche consagrada y en esta tierra consagrada. ¡Queréis un sacrificio humano! Eso es lo que queréis. Y no lo tendréis. Aquí no.
Las mujeres rugieron al unísono.
—La muerte siempre ha formado parte de Modranicht —dijo una, seguramente la rusa, aunque Reuben no recordaba claramente ni su aspecto ni su nombre—. El sacrificio siempre ha formado parte de Modranicht.
Las otras hembras le dieron su aprobación ruidosamente, adelantándose y retrocediendo y avanzando peligrosamente otra vez.
—¡Modranicht! —susurró Phil.
—No en nuestra época —declaró Sergei—. Y no aquí, en nuestra tierra, y no el de este hombre que es pariente consanguíneo de uno de nosotros. No el de este hombre que es un hombre inocente.
Gruñidos de asentimiento de los machos.
Parecía que todos los presentes se estaban moviendo, aunque cierta tensión dinámica contenía la inevitable pelea.
—Has venido a nuestro gozo secreto —gritó Fiona otra vez a Phil, con los dedos almohadillados de su pata velluda separados, enseñando las garras—. Te atreves a venir cuando te dijeron que no vinieras. ¿Por qué no vas a ser sacrificado? ¿No eres acaso un don de la fortuna, tonto de remate?
—No —gritó Phil—. No he venido. No sé cómo he llegado aquí.
Lisa salió de entre las hembras echándose atrás la capucha, con la cara iluminada por la fogata. Margon le hizo un gesto para que retrocediera, y lo mismo hizo Sergei, pero no retrocedió.
—Mirad a Philip —gritó, con su voz aguda pero distinta de la de los otros—. Mirad sus pies desnudos. No ha venido aquí por decisión propia. Alguien lo ha traído.
Fiona se abalanzó hacia ella, pero Felix y Sergei la agarraron y la sujetaron mientras Hockan se acercaba, amenazándolos. Solo con gran esfuerzo los dos machos lograban sujetarla.
Lisa no se amilanó, se mantuvo tan fría y calmada como siempre.
—Mentira. Philip no ha caminado por el bosque así —prosiguió—. ¿Cómo podría haberlo hecho? Le di una bebida para que durmiera. Vi cómo se tomaba hasta la última gota. Estaba durmiendo como los muertos cuando lo dejé. Esto es traición a los morfodinámicos. ¿Dónde está vuestra conciencia? ¿Dónde está vuestra ley?
Las hembras estaban indignadas.
—¿Ahora escuchamos en Modranicht las voces de los sirvientes? —gritó Fiona—. ¿Qué derecho tienes tú a hablar aquí? A lo mejor has dejado de ser útil.
Otras dos hembras emitieron sonidos roncos de desprecio y rabia. Los machos protectores se acercaron.
—Hockan, habla por nosotros —rugió Fiona.
Las otras repitieron el mismo grito, pero el lobo blanco se quedó aparte, mirando, sin emitir un solo sonido.
Reuben olía el temor y la inocencia de su padre, pero no captaba ningún aroma de maldad en las morfodinámicas. Eso lo desquiciaba. Si aquello no era mal, ¿qué era el mal? Todos sus sentidos le decían, sin embargo, que la situación terminaría en un violento frenesí en el que podrían matar a Phil en un visto y no visto.
Lisa no iba a moverse.
Phil tropezó otra vez, como si le fallaran las piernas y nuevamente el brazo de Reuben le rodeó la espalda y lo sujetó. Su padre estaba mirando a Lisa y luego a Elthram.
—Lisa está diciendo la verdad. No sé cómo he llegado aquí. Elthram, ¿es esto una pesadilla? Elthram, ¿dónde está mi hijo? Mi hijo me ayudará. Estas son sus tierras. ¿Dónde está mi hijo?
Elthram se acercó a Phil con los brazos abiertos, y enseguida las mujeres lo amenazaron como habían amenazado a Lisa. Fiona se zafó de Felix y le propinó un buen golpe que lo hizo retroceder trastabillando. Thibault acudió rápidamente en su ayuda. Margon corrió hacia Fiona, que no retrocedió. Elthram volvió a acercarse.
Fiona hizo un amplio gesto de barrido que pareció atravesar el cuerpo sólido de Elthram sin provocar ni un parpadeo. A Phil se le escapó un grito ahogado al verlo.
—No le ocurrirá nada, señor —le dijo Lisa a Phil, sin apartarse de él—. No dejaremos que ocurra.
Otras figuras borrosas se movieron a ambos lados de Elthram, insustanciales pero visibles, y aparentemente se multiplicaron ante los mismos ojos de Reuben.
—¡Lo has traído aquí, Fiona! —dijo Elthram—. ¿Cómo pensabas engañarnos? ¿Cómo esperabas engañar a nadie?
—¡Silencio! Te lo advierto, espíritu sucio —dijo Fiona en voz baja y furiosa—, vuelve al bosque hasta que te llamen. No tienes voz aquí. En cuanto al hombre, su destino está sellado. Nos ha visto. Su muerte es inevitable. Tú y tus sucios hermanos os iréis ahora mismo.
—Tú lo has traído —continuó Elthram—. Tú planeaste esto. Tú y los de tu séquito, Catrin y Helena, habéis ido por él y lo habéis traído aquí para forzar esta parodia sangrienta. Este hombre no morirá en nuestro bosque, te lo advierto.
—¿Me lo adviertes? ¿Tú? —Fiona estaba aullando.
Pero por cada paso que avanzaba alguna de las hembras, los machos hacían otro tanto mientras otros se movían a un lado y a otro detrás de ellos, preparados para saltar.
Se oyeron rugidos ultrajados por doquier. Solo Hockan permanecía inmóvil en la periferia, sin emitir ni un sonido.
Stuart estaba justo detrás de Phil y Laura había ocupado su lugar. De hecho, las cosas estaban ocurriendo tan deprisa, las palabras se pronunciaban tan rápidamente que Reuben apenas podía seguir el hilo de la conversación.
—¿Qué sois ahora, Margon y Felix? —preguntó Fiona—. ¿Hechiceros que llamáis a los espíritus para que defiendan vuestras acciones impuras? ¡Creéis que estos espíritus insustanciales tienen poder sobre nosotros! ¡Hockan, habla en nuestro nombre!
El lobo blanco no respondió.
—Tú, Felix… Esta muerte es culpa tuya —gritó la otra hembra—. No tiene remedio lo que has hecho, tú, con tus sueños y tus ardides y tus riesgos y tu locura.
—Retrocede, Fiona —gritó Frank—. Vete, ahora. Salid de aquí, todos vosotros. Fiona, llévate a tu manada de aquí. Te enfrentarás a todos nosotros si insistes en esto.
Berenice permanecía en silencio a su lado.
Se oyeron los gruñidos de otras hembras.
—¿Y qué? —replicó Fiona—. ¿Debemos quedarnos de brazos cruzados mientras nos arrastras a otra cadena de desastres? ¿Tú, con tu glorioso dominio de Nideck, tus ferias, tu pueblo de siervos avergonzados, tu espléndida muestra de orgullo desmedido? ¿Acaso la seguridad y la intimidad de los demás no son sagradas para ti, arrogante y ansioso morfodinámico? Demuéstranos ahora tu lealtad castigando a este humano. Quédate con nosotros y sigue nuestras costumbres o habrá guerra. Modranicht exige un sacrificio, un sacrificio por tu parte, Felix.
Margon dio un paso al frente.
—El mundo es suficientemente grande para todos nosotros —dijo en voz grave y dominante—. Marchaos ahora y no habrá consecuencias…
—¿No habrá consecuencias? —Era patente el acento eslavo de la loba situada al lado de Fiona. Seguramente era Helena—. Este hombre nos ha visto tal como somos. Ha visto demasiado para seguir vivo. No, puedes estar seguro de una cosa: este hombre no vivirá.
Reuben estaba furibundo. ¿No lo estaban todos? ¿Qué los sujetaba a todos ellos? Aquello lo sacaba de quicio. A su lado, Stuart soltó un largo gruñido amenazador mirando a las hembras. Cuando la tensión estallara por fin, Reuben se arrojaría sobre Phil para protegerlo. ¿Qué más podía hacer?
Margon levantó los brazos para pedir calma.
—¡Marchaos! —gritó. Su voz lupina se alzó con un poder que nunca había tenido en forma humana—. Quedaos y habrá muerte —dijo, lenta y deliberadamente—, y no será la muerte de este hombre inocente a menos que nos mates antes a todos y cada uno de nosotros.
Phil estaba mirando a Margon con los ojos desorbitados. «Está reconociendo la cadencia de muchas voces», pensó Reuben. Él no se atrevía a hablar, no se atrevía a confiarle que el monstruo que estaba al lado de su padre era él.
—¡No nos iremos! —dijo Helena, cuyo marcado acento la identificó otra vez—. Has hecho más para perjudicarnos últimamente que nadie en el mundo, con esa pasión por la exhibición humana y la raza humana. Tientas a los enemigos más peligrosos que has conocido y sigues y sigues, como si nada. Bueno, pondré fin a eso. Basta de ti y de tu mundo de Nideck. Es hora de que esa casa se queme hasta los cimientos.
—No puedes hacer eso —gritó Laura. Se alzó un rugido entre los machos—. ¡No te atreverás a hacer semejante cosa!
Hubo protestas de desdén por doquier. La tensión era insoportable. Felix pidió silencio.
—¿Qué daño he hecho y a quién y cuándo? —preguntó—. Nunca habéis sufrido por mi causa, ni uno solo de vosotros. —Era su viejo y razonable planteamiento, pero ¿de qué iba a servirle allí?—. Eres tú la traidora aquí, buscas dividirnos y lo sabes. ¡Eres tú la que ha violado la ley!
Como si les hubieran dado pie, los machos corrieron hacia las hembras.
Fiona y Helena los esquivaron y se abalanzaron sobre Phil. Se lo arrebataron con sus poderosos brazos a Laura y lo alejaron de ella en una fracción de segundo, mordiendo en el hombro y el costado a Phil con la misma agilidad de movimientos que para matar cualquier animal. Tiraron a Reuben al suelo, y Laura se debatía como si se le fuera la vida en ello.
En un abrir y cerrar de ojos todos los machos morfodinámicos estuvieron encima de Fiona y Helena, arrastrándolas hacia atrás, mientras las otras hembras, salvo Berenice, los atacaban a ellos. Reuben, liberado de su agresor, logró asestar un golpe en los colmillos ensangrentados de Fiona. Sintió un aliento caliente en el rostro y la enloquecedora puñalada de unos colmillos en la garganta, pero Margon arrojó a su agresor lejos de la reyerta.
Phil había caído al suelo, con la cara blanca y boqueando. Con el hombro y el costado desgarrados, perdía mucha sangre. Lisa se había arrojado encima de él.
De todas partes llegaron miembros de la Nobleza del Bosque que rodearon a Elthram y se interpusieron entre los machos morfodinámicos y las dos hembras rebeldes. Estas, rodeadas de multitud de cuerpos, sujetas por multitud de manos, luchaban en vano y protestaban con furia.
—Modranicht —entonó la Nobleza del Bosque en un coro ensordecedor.
—¡Modranicht! —gritó Elthram.
Hockan estaba de repente rugiendo en protesta; Hockan, que había permanecido en silencio todo el tiempo.
—¡Detenlos, Margon! ¡Detenlos, Felix!
El coro cantaba cada vez más fuerte: «Modranicht».
Margon pareció confundido, y Felix también se quedó inmóvil.
La gran masa compacta e irresistible de la Nobleza del Bosque absorbió los golpes inútiles de las frenéticas morfodinámicas y del lobo blanco desesperado, Hockan, mientras arrastraban a sus prisioneros impotentes hacia la hoguera. Incluso Berenice, la hembra de Frank, corrió hacia ellos, tratando de abrirse paso con sus garras; pero la Nobleza del Bosque absorbió sus golpes, incólume. La multitud de la Nobleza del Bosque era incontable y el canto de Modranicht ahogaba todos los demás sonidos.
La Nobleza del Bosque arrojó al fuego a las dos hembras que gemían y rugían, a Fiona y Helena.
Hockan aulló ensordecedoramente.
Las hembras rugieron.
El canto cesó.
Reuben nunca había oído angustia de animal o humano semejante a los gemidos de Hockan y Berenice y las otras hembras.
Se quedó de piedra observándolo todo con horror. Sergei dejó escapar un grito ahogado. Todo había ocurrido en cuestión de segundos.
De la hoguera surgían gritos horripilantes, pero la Nobleza del Bosque no cedió. El fuego lamía las figuras de la Nobleza del Bosque, pero no podían arder y el fuego no las consumía. Temblaban y se estremecían y volvían a cobrar entidad. El gran andamiaje de madera oscura del fuego se movió y crujió, y el fuego regoldó y las llamas saltaron hacia el cielo.
Las otras hembras estaban gimiendo de rodillas. Hockan se había callado. Frank y Sergei, en silencio, miraban, igual que Margon. Felix, que se había llevado las garras a la cabeza, estaba paralizado.
Margon soltó un suave gemido de desesperación.
Los gritos espantosos de las hogueras cesaron.
Reuben miró a Phil. Su padre yacía boca arriba. Sergei y Thibault estaban a su lado, lamiéndole las heridas todo lo que podían. Lisa se había arrodillado a cierta distancia, con las manos entrelazadas en una plegaria.
Elthram apareció de repente, arrodillado al lado de Phil, entre Sergei y Thibault.
—Manos, manos —dijo, y otros de la Nobleza del Bosque se reunieron en torno a Phil y pusieron las manos sobre él.
Elthram parecía estar presionando fuertemente la herida sangrante del costado de Phil y el profundo y atroz corte del hombro.
Reuben trató de acercarse a su padre.
—Ten paciencia —le dijo Sergei—. Deja que hagan su trabajo.
Thibault y Margon se agacharon junto al costado sano de Phil y, volviéndole cuidadosamente la cabeza, Margon le acercó los colmillos al cuello y se lo mordió levemente. Luego se apartó un poco y le lamió con su larga lengua rosada la pequeña herida que le había hecho.
Felix, de rodillas, tenía la mano derecha de Phil en sus grandes patas peludas e hincó los dientes con suavidad en ella. Phil se retorció de dolor. Sin embargo, tenía la mirada fija en el cielo nocturno, como si estuviera viendo algo, algo muy particular que nadie más podía ver.
—¿Reuben? Estás aquí, ¿verdad hijo? —dijo entonces con suavidad.
—Sí, papá, estoy aquí.
Reuben se arrodilló detrás de la cabeza de Phil, el único lugar donde encontró sitio, y le habló a su padre al oído.
—Estoy aquí contigo, papá. Te están dando el Crisma para curarte. Todos te están dando el Crisma.
Elthram se levantó y los demás miembros de la Nobleza retrocedieron como sombras que se funden.
—La hemorragia está contenida —dijo.
Berenice y Frank lamieron las heridas de Phil, y Felix y Margon se apartaron, como si esta nueva infusión del Crisma tuviera alguna potencia añadida.
Las hembras que quedaban de la otra manada estaban gimoteando con sollozos profundos y bruscos de lobo. Hockan se quedó mirando el fuego que ardía, consumiendo inevitablemente los restos de aquellos a quienes había devorado.
—Modranicht —susurró Phil, con los ojos todavía muy abiertos y la mirada desenfocada, el ceño fruncido y la boca ligeramente temblorosa. Estaba sumamente pálido y la piel casi le brillaba.
—El espíritu permanece bien arraigado en el cuerpo —le dijo Elthram a Reuben—. El Crisma tendrá ahora su oportunidad.
Reuben vio que Lisa se acercaba y se quedaba al lado de su padre. Se había llevado las manos a la cara y sollozaba. Henrietta y Peter habían traído dos de las túnicas de terciopelo para cubrir a Phil y lo arroparon para darle calor.
—Oh, Philip, mi Philip —murmuraba Lisa con aflicción.
La voz grave y mesurada de Hockan ahogó su llanto.
—Os conmino a todos a que me escuchéis —dijo—. No guardaré silencio sobre lo que ha ocurrido aquí.
Nadie lo desafió. Las hembras permanecieron de rodillas, llorando quedamente.
—Mirad lo que habéis hecho —dijo Hockan, señalando a Margon y a Felix. Su gruesa voz lobuna tenía un timbre más profundo pero más humano—. Nunca en toda mi vida había visto una cosa semejante. ¿Espíritus incitados a derramar la sangre de los vivos? ¡Esto es nefasto! Es innegable que lo es. —Se volvió para mirar a Reuben y a Stuart—. Tened cuidado, jóvenes. Vuestra ciudadela está hecha de cristal, vuestros líderes son tan ciegos como vosotros.
—Marchaos antes de que corráis la misma suerte —dijo Elthram, cuya cara y forma se hizo más brillante. Tenía un aspecto aterrador al mirar a Hockan con aquellos grandes ojos verdes amenazadores. El fuego se reflejaba en su piel oscura, en su cabello negro…—. Tú y tus compañeras habéis traído maldad y maquinaciones al bosque. Tus compañeras han pagado las consecuencias.
—A mí podéis destruirme —dijo Hockan con determinación. Su voz era todavía una voz animal pero, con su característico poder melódico, tenía mucho de humana—. Sin embargo, no podéis destruir la verdad. —Miró a su alrededor, sopesando cada figura individualmente antes de continuar—. Lo que veo aquí es nocivo, tremendamente nocivo.
—Basta —dijo Margon entre dientes.
—¿Basta? ¡No basta! —repuso Hockan—. Tu comportamiento, Felix, siempre ha sido nocivo. Tus casas, tus propiedades, tu apego a tu familia mortal, tu modo de pavonearte ante los ojos de los vivos; el modo que tienes de seducir a los vivos es nocivo.
—Basta —dijo Margon con la misma voz grave—. Habéis cometido traición aquí esta noche, y lo sabes.
—Ah, pero provocados por tu pecaminosidad —dijo Hockan con calma y con obvia convicción—. Felix, has destruido tu familia mortal con tus sucios secretos. Tus hijos se volvieron contra ti y también tus hermanos morfodinámicos al venderte para sacar provecho, y tú derramaste su sangre para castigarlos. Pero ¿quién había despertado la ambición de los hombres de ciencia que pagaron por vosotros y os enjaularon? ¿Quién los atrajo a nuestros secretos? Sin embargo, derramaste la sangre de esos estúpidos mortales.
Sergei profirió un airado sonido de protesta. Dio un pasito para acercarse a Hockan. Margon le pidió paciencia con un gesto. Hockan los ignoró a ambos.
—Oh, qué sombra devastadora arrojas sobre la vida de tus últimos descendientes, Felix —dijo con una voz que recuperaba con rapidez una belleza siniestra—. Cómo se marchitaron por el veneno de tu legado. El fantasma de tu sobrina asesinada camina por este bosque incluso ahora, sufriendo, pagando por tus pecados. Sin embargo, celebras una fiesta en la misma casa donde la mataron sus propios hermanos.
Margon suspiró, pero no dijo nada. Felix estaba mirando a Hockan, y era imposible interpretar esa cara o esa postura lobuna. Lo mismo ocurría con todos ellos. Solo una voz o un gesto podían revelar una respuesta y, en ese momento, solo Hockan estaba hablando. Incluso las hembras que se lamentaban se habían quedado en silencio. Para Reuben oír esas palabras severas y aterradoras pronunciadas con una voz tan hermosa fue demoledor.
—Qué arrogancia, qué orgullo —dijo Hockan—, qué codicia de inmerecida admiración. ¿Crees que se han terminado los médicos codiciosos y los funcionarios capaces de poner precio a nuestras cabezas y cazarnos para encerrarnos en sus laboratorios como alimañas?
—¡Basta! —dijo Margon—. Lo juzgas todo equivocadamente.
—¿Sí? —preguntó Hockan—. No juzgo nada equivocadamente. Nos ponéis a todos en peligro con vuestras veladas y vuestros juegos. Fiona tenía razón, no habéis aprendido nada de vuestros propios errores.
—¡Oh, largo de aquí, estúpido pomposo! —exclamó Sergei.
Hockan se volvió y miró a Reuben y Stuart.
—Jóvenes, os lo advierto —dijo—. Alejaos de los vivos; alejaos de los de carne y hueso de vuestra familia, por vuestro bien y por el suyo. Madres, hermanos, hermanas, amigos, niños aún por nacer: renunciad a ellos. No tenéis ningún derecho sobre ellos ni su cariño. La mentira que vivís solo puede contaminarlos y destruirlos. Mirad lo que Felix le ha hecho al padre de este.
Margon emitió un sonido grave de asco y de burla. Felix permaneció quieto y callado.
—Oh, sí —prosiguió Hockan con voz ahora trémula—. Fiona y Helena fueron imprudentes y entrometidas y temerarias. No lo niego. Jóvenes morfodinámicas que no se habían puesto a prueba ni habían escarmentado, y ahora se han ido para siempre. Para siempre, cuando podrían haber vivido hasta el fin de los tiempos. ¡Han desaparecido en el nodfyr, en la hoguera de Modranicht! ¿Qué es ahora este fuego? ¿En qué lo ha convertido tu Nobleza del Bosque? En una pira funeraria impura. Pero ¿quién provocó a estas dos hermanas nuestras? ¿Quién las escandalizó? ¿Dónde empezó todo? Eso es lo que debéis preguntaros.
Nadie le respondió.
—Fue Felix quien atrajo a este hombre inocente a su red —dijo Hockan—. Nideck Point es su trampa. Nideck Point es su vergüenza pública. Nideck Point es su abominación. —Alzó la voz—. Fue Felix quien despertó en los espíritus del bosque una violencia impura y sangrienta hasta ahora desconocida. Es Felix quien los ha fortalecido, quien los ha envalentonado al alistarlos como ángeles oscuros en sus planes impuros. —Estaba temblando visiblemente, pero se rehízo, recuperó el aliento y continuó con la misma voz exquisitamente modulada de antes—. Y ahora tenéis a estos espíritus asesinos de vuestra parte. ¡Ah, qué maravilla! ¿Estás orgulloso, Felix? ¿Estás orgulloso, Margon?
Elthram silbó bajito y, de repente, se alzó un silbido idéntico procedente de toda la Nobleza del Bosque por todo el calvero, una tormenta de susurros desdeñosos.
Hockan se quedó mirándolos.
—Jóvenes —dijo—: quemad Nideck Point. —Señaló a Reuben y a Stuart—. ¡Quemad la casa hasta los cimientos! —Su voz se había convertido otra vez casi en un rugido—. ¡Quemad el pueblo de Nideck! ¡Borradlo de la faz de la Tierra! ¡Debería ser la mínima penitencia para todos vosotros! ¿Qué derecho tenéis al amor humano o a la adulación humana? ¿Qué derecho tenéis a oscurecer vidas inocentes con vuestra duplicidad y vuestro poder maligno?
—¡Cállate ya! —le gritó Elthram. Estaba furioso. A su alrededor, la Nobleza del Bosque se había congregado, multicolor al resplandor del fuego.
—No tengo estómago para luchar contigo —dijo Hockan—, con ninguno de vosotros. Pero todos conocéis la verdad. De todos los inmortales malnacidos que vagan por este mundo, nosotros nos enorgullecemos de nuestra rectitud y nuestra conciencia. —Se golpeó el pecho con las garras—. Nosotros, los protectores de los inocentes, somos conocidos por el don singular de saber distinguir el bien del mal. Bueno, os habéis burlado de eso, todos vosotros. Os habéis burlado de nosotros. ¿Qué somos ahora salvo otro horror más?
Caminó hacia Elthram y se quedó mirándolo a los ojos. Era una imagen aterradora: Elthram rodeado por los de su especie, mirando al corpulento Lobo Hombre blanco, y el Lobo Hombre preparado para saltar, pero sin hacer nada.
Lentamente, Hockan se volvió y se acercó a Reuben. Su actitud pasó de la confrontación al cansancio; temblaba.
—¿Qué le dirás al alma acongojada y rota de Marchent Nideck que busca tu consuelo, Reuben? —le preguntó. Sus palabras sonaron suaves, seductoras—. Es a ti a quien revela su pesar, no a Felix, su tutor, que la destruyó. ¿Cómo le explicarás a la asesinada Marchent que compartes el maldito y pestilente poder de su tío abuelo, que lo festejas con tanta alegría y avidez en este hermoso reino que ella te regaló?
Reuben no respondió. No podía responder. Quería protestar, quería protestar con toda su alma, pero las palabras de Hockan lo abrumaron. La pasión y la convicción de Hockan lo habían abrumado. La voz de Hockan había tejido algún hechizo agobiante en torno a él. Sin embargo, veía con claridad meridiana que Hockan estaba equivocado.
Impotente miró a Phil, que yacía semiconsciente en el suelo con la cabeza vuelta de lado y que, a pesar de tener el cuerpo cubierto por capas de terciopelo verde, era evidente que temblaba.
—Oh, sí, tu padre… —dijo Hockan en voz más baja, pronunciando las palabras lentamente—. Tu pobre padre. El hombre que te dio la vida y al que ahora se la han arrancado como te la arrancaron a ti. ¿Estás contento por él?
Nadie se movió. Nadie habló. Hasta las hembras estaban de repente completamente calladas, aunque continuaban de rodillas.
Hockan se volvió, y con una serie de pequeños pero elocuentes gruñidos y ruidos llamó a las hembras que quedaban para que lo acompañaran. Salvo una, todas salieron corriendo y desaparecieron en la oscuridad.
La que se quedó era Berenice, que permaneció arrodillada cerca de Phil. Frank se le acercó y la ayudó a levantarse de la forma más tierna y humana.
Elthram se apartó del centro y del resplandor directo de la hoguera. Alrededor de la gran explanada, contra las rocas pálidas, la Nobleza del Bosque observaba y esperaba.
—Vamos, llevémoslo a casa —dijo Sergei—. Deja que yo lo lleve. —Levantó con suavidad el cuerpo de Phil y se lo cargó al hombro. Lisa lo arropó y caminó al lado de Sergei en dirección al pasaje para salir del calvero.
Los otros morfodinámicos se habían puesto todos en marcha. Unos iban delante y otros detrás; Laura iba con ellos.
La Nobleza del Bosque empezó a fundirse como si nunca hubiera estado allí. Elthram había desaparecido.
Reuben quería ir con los demás, pero algo lo retenía. Observó cómo avanzaban por el estrecho pasaje, justo por detrás de los tambores y gaitas abandonados que yacían en el suelo. Había cuernos para beber con borde de oro esparcidos por todas partes y el caldero todavía soltaba vapor en su lecho de brasas.
Gruñó. Gruñó con toda el alma. Notó un dolor en el estómago que fue aumentando, atenazándole el corazón, latiéndole en las sienes. El aire frío lo laceró, lo quemó, y se dio cuenta de que el pelo de lobo había desaparecido, dejándolo desnudo. Se vio los dedos blancos temblorosos y el viento le hizo llorar los ojos.
—No —susurró. Quería que la transformación volviera—. Vuelve a mí. No quiero que te vayas. Vuelve.
Notó enseguida el conocido cosquilleo en manos y rostro. El vello nuevamente grueso y suave, extendiéndose con la fuerza inexorable del agua. Los músculos se le tensaron con la vieja fuerza lupina y la calidez lo envolvió, pero las lágrimas se le habían agolpado en los ojos.
La hoguera silbaba, chisporroteaba y susurraba en sus oídos.
Se le acercó Laura por la derecha, la bonita loba gris cuyo rostro y forma se parecían a los suyos, el monstruo salvaje de ojos pálidos tan indescriptiblemente hermoso a sus ojos. Había vuelto por él. Reuben se echó en sus brazos.
—Lo has oído, oíste todas las cosas terribles que dijo —susurró Reuben.
—Sí —dijo ella—. Lo he oído. Pero tú eres huesos de mis huesos y carne de mi carne. Ven. Haremos nuestra verdad juntos.