17

Era sábado alrededor de las nueve de la noche cuando regresaron. Nideck Point nunca había tenido un aspecto más cálido, más acogedor, más hermoso. Al acercarse por la carretera, distinguieron a través de la llovizna los hastiales iluminados de la fachada y los cuadrados y rectángulos de los tres pisos de ventanas.

Felix salió a la puerta principal para recibirlos a todos en el sendero de entrada con un abrazo cálido y mostrarles los preparativos para el banquete del día siguiente. Su exuberancia era contagiosa.

La terraza entera se había convertido en un gran pabellón iluminado y decorado, con amplias tiendas a ambos lados de un ancho pasillo cubierto que conducía al enorme pesebre navideño.

Este, de espaldas al mar, estaba rodeado por un bosque de densos y hermosos abetos de Douglas, espléndidamente alumbrados, como todo lo demás. Las figuras de mármol blancas del belén estaban artísticamente iluminadas y situadas con precisión en un lecho de hojas de pino verdes. Era el pesebre más espléndido que Reuben hubiera visto jamás. Incluso Stuart se quedó pensativo y se conmovió un poco. A Reuben lo entusiasmaba que toda su familia lo viera. Podría haberse quedado solo junto al belén un buen rato, simplemente mirando las caras de mármol blanco de María y José y el resplandeciente niño Jesús. En el frontón del pesebre, un gran ángel de mármol blanco, fijado con escuadras y tornillos y bañado en luz divina, contemplaba desde arriba a la Sagrada Familia.

El bosque de altos abetos Douglas en macetas se extendía a derecha e izquierda del pesebre, pegado a un parapeto de madera recién construido que constituía una excelente protección contra el viento. De todos modos, nadie vería el océano después de anochecer.

A la izquierda del pesebre, en el vasto espacio ocupado por las tiendas, habían juntado gran número de sillas doradas y atriles negros para la orquesta, mientras que en el lado derecho había sillas para el coro de los adultos y el infantil, que se alternarían y, de vez en cuando, cantarían juntos.

También actuarían otros coros, añadió Felix con rapidez, en la casa y el robledal. Se reuniría con todos ese día y se ocuparía de todo.

El resto del pabellón estaba bellamente amueblado con centenares de mesitas con mantel blanco y sillas con funda también blanca y rematada de cinta dorada. Cada mesa tenía su trío de velas protegido por una pantalla de cristal rodeada de acebo.

Al parecer, cada pocos metros había mesas de servicio o barras ya preparadas con cafeteras plateadas, vajilla de porcelana y cristalería, así como cajas de refrescos y cubiteras para el hielo que traerían al día siguiente. Había también montones de servilletas de lino, cucharitas y tenedores de postre de plata de ley.

El armazón metálico que sostenía los altos techos blancos de las tiendas quedaba completamente oculto por guirnaldas de pino fresco entretejido con mucho acebo, atadas aquí y allá con cinta de terciopelo rojo. Además habían fregado, pulido y abrillantado las losas de toda la terraza.

Habían repartido por doquier estufas altas como árboles, algunas de las cuales ya estaban encendidas para mantener el aire caliente y seco. Si bien había infinidad de bombillas multicolores, la verdadera iluminación provenía de unos focos de luz blanca y suave.

El pabellón se abría por tres puntos a lo largo del lado este, por los que accederían los huéspedes que llegaran desde el sendero de entrada y saldrían los que fueran a pasear por el robledal. La puerta de la casa daba asimismo al pabellón, que se había convertido en una enorme extensión de la misma. Reuben confesó que nunca había visto nada tan colosal, ni siquiera en las bodas más sonadas.

La lluvia había amainado y Felix tenía bastantes esperanzas de que diera un respiro al día siguiente.

—Pero aunque llueva será completamente factible caminar por el bosque —dijo—, porque las ramas son muy gruesas. Bueno, esperemos; si no, bueno, es espléndido mirarlo.

Sí, era realmente espléndido.

—Deberías ver el pueblo —dijo Felix—. Está todo preparado para la feria. El hotel está lleno y la gente ha alquilado habitaciones de sus casas a los comerciantes. Imagina lo que podremos hacer el año que viene cuando tengamos tiempo para preparar las cosas como es debido.

Llevó al grupo al salón principal y se quedó con los brazos cruzados mientras todos reconocían la perfección de los preparativos.

Estaba listo cuando se habían ido, o eso habían creído, pero por lo visto habían añadido multitud de refinamientos.

—Hay velas puras de malagueta en las repisas de todas las chimeneas —dijo Felix—, y acebo. Fíjate en el acebo.

Lo había por todas partes. Las agudas hojas verde oscuro y las bayas rojas brillantes se entrelazaban con las guirnaldas en torno a las chimeneas, los umbrales y las ventanas.

Al enorme árbol, que ya era una obra de arte antes de su partida, le habían añadido incontables ornamentos dorados, la mayoría en forma de nuez o dátil, así como toda una serie de ángeles dorados.

A la derecha de la puerta principal se alzaba un enorme y oscuro reloj de pie alemán labrado.

—Para que suene en Nochevieja —dijo Felix.

La gran mesa del comedor estaba cubierta de encaje de Battenberg y, como en los aparadores, habían colocado en ella calientaplatos de plata de ley y pesadas bandejas. En el rincón habían instalado una barra larga con un apabullante despliegue de licores y vinos de marca. Había mesas redondas aquí y allá, con cafeteras de plata y montones de tazas y platitos brillantes de porcelana.

En los extremos de la mesa larga, junto a pesados tenedores de plata de ley, se amontonaban bandejas de porcelana de diez o más motivos diferentes. Los chefs prepararían el pavo y el jamón para una «comida de tenedor», dijo Felix, y algunos tendrían que mantener una bandeja en equilibrio sobre las rodillas, así que quería que estuvieran lo más cómodos posible.

Reuben se había imbuido de aquel espíritu. Solo la ausencia de Laura le dolía, y también la preocupación por Marchent, si bien, a juzgar por la excitación de Felix, quizá ya no hubiera motivo para preocuparse por ella. No obstante, la idea de una Marchent presente y la de una Marchent desaparecida le encogían el corazón por igual. Pero no quería decirlo.

Cenaron en la cocina, apretados alrededor de la mesa rectangular de la ventana. Lisa les sirvió estofado de ternera en boles mientras ellos mismos se servían la bebida y Jean Pierre ponía en la mesa una ensalada verde. Stuart devoró media barra de pan francés antes de tocar siquiera el estofado.

—No te preocupes por esta cocina —dijo Felix—. Se vaciará como todo lo demás. Y no te inquietes por las guirnaldas de arriba. Podemos sacarlas de las puertas después de la fiesta.

—Me encanta —dijo Stuart. Miraba embobado los adornos que la ventana de la cocina antes no tenía y los grupos de velas del aparador—. Es una pena que no sea Navidad todo el año —agregó.

—Ah, pero la primavera traerá sus festivales —dijo Felix—. Ahora debemos descansar. Tenemos que estar en el pueblo a las diez de la mañana para la feria. Por supuesto, podremos tomarnos algún descanso. No tenemos por qué quedarnos allí todo el día. Bueno, yo sí que tendré que quedarme, y sería deseable que estuvieras conmigo, Reuben.

Reuben accedió de inmediato. Estaba sonriendo por el alcance de todo aquello y se preguntó quién sería el primero de su familia en preguntar cuánto había costado y quién iba a pagarlo. Quizá Celeste planteara esa pregunta, aunque tal vez no se atreviera.

Fue Stuart quien formuló esa misma pregunta en ese momento.

Era evidente que Felix no quería responder.

—Un banquete como este es un regalo para todo el que viene —dijo Sergei—, espera y verás: es así. No puedes calcular lo que vale en dólares y centavos. Es una experiencia. La gente hablará de esto durante años. Les das algo de un valor incalculable.

—Sí —dijo Felix—. También ellos nos dan algo de valor incalculable al venir y participar. ¿Qué sería esto sin todos y cada uno de ellos?

—Cierto —convino Sergei. Luego, mirando a Stuart, comentó con gravedad—: En mi época, por supuesto, nos comíamos a los cautivos de otras tribus durante el solsticio de invierno, aunque solo después de matarlos de un modo indoloro y de cocinarlos.

Felix no pudo reprimir una ruidosa carcajada.

—Oh, sí, desde luego —repuso Stuart—. Eres un granjero de Virginia Occidental y lo sabes. Seguramente trabajaste una temporada en una mina de carbón. Eh, no es por criticar… Solo es un comentario.

Sergei rio y negó con la cabeza.

Margon y Felix intercambiaron una mirada, pero no dijeron nada.

Después de cenar, Reuben y Felix se encaminaron juntos a la escalera.

—Debes contármelo si la ves —dijo Felix—, pero no creo que lo hagas. Creo que Elthram y su gente han tenido éxito.

—¿Elthram te lo ha dicho?

—Más o menos —respondió Felix—. Espero que duermas bien esta noche y también te agradezco que vengas conmigo al pueblo mañana, porque eres el señor de la casa, ¿sabes?, y todos quieren verte. Van a ser un día y una noche largos, pero esto solo pasa una vez al año y a todos les encantará.

—A mí también me va a encantar —dijo Reuben—. ¿Y qué hay de Laura?

—Bueno, estará con nosotros en el pueblo un rato, y en Nochebuena, por supuesto. Es lo único que sé. Reuben, debemos permitirle hacer las cosas a su manera. Eso está haciendo Thibault, dejar que sea ella quien tome las decisiones.

—Sí, señor —dijo Reuben con una sonrisa. Besó fugazmente a Felix, al estilo europeo, en ambas mejillas, y se fue a dormir.

Se quedó dormido en cuanto apoyó la cabeza en la almohada.