15

Hubo un cambio en la atmósfera, una leve corriente de aire que hizo temblar la llama de las velas. Lisa se puso firme, apoyada en la pared de paneles de madera, y miró de repente hacia el extremo de la mesa. Sergei se recostó en su silla, suspirando, con una sonrisa en los labios, como si estuviera disfrutando de lo que ocurría.

Reuben siguió la dirección de la mirada de Lisa. Stuart hizo lo mismo.

Allí, algo apenas definido tomó forma en la oscuridad. Fue como si la oscuridad misma se hiciera más densa. La llama de las velas se enderezó. Gradualmente apareció una figura. Fue primero la tenue proyección de una imagen que adquirió progresivamente nitidez hasta volverse finalmente un ser tridimensional y vivo.

Era la figura de un hombre corpulento, ligeramente más alto que Reuben, huesudo, de cabeza grande y pelo negro brillante. De constitución robusta, tenía los huesos del rostro prominentes y hermosamente simétricos, la piel oscura como el caramelo y unos grandes ojos verdes almendrados, unos ojos que brillaban en el rostro oscuro y le conferían un aspecto ligeramente maníaco, al que contribuían las gruesas cejas rectas y la leve sonrisa de su boca grande y sensual. Tenía la frente alta y el cabello desordenado, tan abundante que llevaba parte de él peinado hacia atrás, aunque la gran masa de la melena le caía en ondas oscuras y brillantes hasta los hombros. Al menos aparentemente llevaba una camisa de gamuza beis claro y pantalones del mismo color. La hebilla de bronce de su cinturón, muy ancho y oscuro, tenía forma de cara. Tenía las manos muy grandes.

No había forma de determinar su raza, a juicio de Reuben. Podía provenir de la India. Era imposible saberlo.

La aparición miró a Reuben reflexivamente y esbozó una reverencia. A continuación miró uno por uno a los demás del mismo modo. El rostro se le iluminó teatralmente al posar sus ojos en Felix.

Rodeó la mesa por detrás de Stuart para saludar a este último, que se había levantado.

—Felix, mi viejo amigo —dijo en un inglés claro y sin acento—. ¡Cuánto me alegro de verte y qué contento estoy de que hayas vuelto al bosque de Nideck!

Se abrazaron.

Su cuerpo parecía tan real y sólido como el de Felix. A Reuben lo maravilló que no hubiera nada ni siquiera levemente terrorífico u horrible en esa figura. De hecho, su fantástica materialización parecía el descubrimiento natural de alguien sólido que ya hubiera estado allí desde el principio, sujeto a la gravedad y respirando como todos ellos.

El hombre miraba fijamente a Reuben, que rápidamente se levantó y le tendió la mano.

—Bienvenido, joven señor de estos bosques —dijo Elthram—. Amas el bosque tanto como lo amamos nosotros.

—Sí que lo amo. —Estaba temblando y tratando de ocultarlo. La mano que agarraba la suya era cálida y firme—. Perdóname —tartamudeó—. Todo esto es muy emocionante.

El aroma que emanaba de la figura era el aroma del exterior, de hojas, de seres vivos, pero también de polvo, un olor muy fuerte de polvo. Pero Reuben pensó que el olor del polvo es limpio.

—De hecho, es muy emocionante también para mí que me hayas invitado a tu casa —dijo Elthram sonriendo—. Nuestra gente os ha estado viendo a ti y a tu señora caminando en el bosque, y ningún humano de por aquí ama más el bosque que tu querida dama.

—Estará encantada de oírlo —dijo Reuben—. Ojalá estuviera aquí para conocerte.

—Ya me conoce —dijo Elthram—, aunque no lo sepa. Nos conocemos de toda la vida, ella y yo. La conocí cuando era una criatura que paseaba por el bosque de Muir con su padre. La Nobleza del Bosque reconoce a quienes pertenecen al bosque. Nunca olvida a los que son amables con el bosque.

—Compartiré todo esto con ella —dijo Reuben— en cuanto pueda.

Se oyó un resoplido de burla procedente de Margon.

El hombre se fijó en él. Decir que perdió la apariencia de vida sería quedarse corto. Se quedó inmediatamente herido y silenciado. Su figura palideció un instante, perdiendo solidez. La piel se le puso mate. Corrigió esto enseguida, aunque tenía los párpados entornados y temblaba levemente, como si esquivara golpes invisibles.

Margon se levantó y salió del comedor.

Fue un momento sin duda terrible para Stuart, que se desilusionó en cuanto Margon empezó a levantarse. Sin embargo, Felix estiró el brazo y le puso la mano derecha en el hombro al chico.

—Quédate con nosotros —le dijo en voz baja pero cargada de autoridad. Se volvió hacia el hombre—. Siéntate, por favor, Elthram —le indicó la silla de Margon. Era lógico que la ocupara, pero el gesto resultó como mínimo un poco brusco—. Mira, Stuart, este es nuestro buen amigo Elthram de la Nobleza del Bosque, y sé que te unes a mí para darle la bienvenida a casa.

—¡Por supuesto! —respondió Stuart. Estaba ruborizado.

Elthram se sentó e inmediatamente saludó a Sergei, al que también trató de «viejo amigo».

Sergei prorrumpió en una larga carcajada y asintió con la cabeza.

—Tienes un aspecto espléndido, querido amigo —dijo—. Sencillamente espléndido. Siempre me invitas a pensar en el más bendito y el más tempestuoso de los tiempos.

Elthram reconoció el halago con un hermoso brillo en aquellos ojos intensos. A continuación, miró con intensidad a Reuben.

—Deja que te tranquilice, Reuben —dijo—. No queríamos asustarte en el bosque. Queríamos ayudarte. Estabas desorientado en la oscuridad y no sabíamos que captarías nuestra presencia tan deprisa. Por eso nuestros intentos fallaron. —Su voz tenía un tono medio, similar al de la voz de Reuben o de Stuart.

—¡Oh, no te preocupes! —dijo Reuben—. Sé que estabais tratando de ayudarme. Eso lo entendí. Simplemente, no sabía qué erais.

—Sí —dijo—. Con frecuencia, cuando ayudamos a alguien que se ha perdido, tarda en darse cuenta de que somos nosotros quienes lo hacemos, ¿sabes? Nos enorgullecemos de la sutileza. Pero tienes un don, Reuben. No nos dimos cuenta de la fuerza de ese don y el resultado fue un malentendido.

Sin duda los ojos verdes en el rostro oscuro eran el rasgo más desconcertante de aquel hombre, incluso de haberlos tenido más pequeños habrían resultado sorprendentes. Y los tenía muy grandes, con pupilas enormes. Parecía imposible que fueran una mera ilusión, aunque, bien pensado, no eran una simple ilusión. ¿O sí?

«¿Y todo esto son partículas atraídas a un cuerpo etéreo? —pensó Reuben—. ¿Y todo esto puede dispersarse?». En ese momento parecía imposible. La revelación de ninguna presencia era tan impactante como la idea de que algo tan sólido y vital como aquel hombre pudiera simplemente desaparecer.

Felix se había sentado otra vez y Lisa había puesto una taza grande ante Elthram y se la estaba llenando con lo que parecía leche de una jarrita de plata.

Elthram le dedicó a Lisa lo que seguramente era una sonrisa un poco traviesa y le dio las gracias. Agradecido, de hecho, miró la leche con obvio placer. Se llevó la taza a los labios, pero no bebió.

—Bueno, Elthram —dijo Felix—, ya sabes que te he pedido que vinierais para…

—Sí, lo sé —lo interrumpió Elthram—. Ella está aquí, sí, definitivamente, y no tiene intención de ir a ninguna otra parte. Todavía no puede vernos ni oírnos, pero lo hará.

—¿Por qué está acechando? —preguntó Reuben.

—Está apenada y confundida —dijo Elthram.

La anchura de su rostro era ligeramente desorientadora para Reuben, posiblemente porque estaban sentados muy cerca y el hombre era ligeramente más alto incluso que Sergei, que era el más alto de los Caballeros Distinguidos.

—Sabe que ha muerto —continuó Elthram—, sí, lo sabe. Pero todavía no está segura de qué ha causado su muerte. Sabe que sus hermanos están muertos, pero no entiende que fueron ellos quienes de hecho le quitaron la vida. Busca respuestas y teme el portal del cielo cuando lo ve.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué temer el portal del cielo? —preguntó Reuben.

—Porque no cree en la vida después de la muerte —explicó Elthram—. No cree en cosas invisibles.

Su discurso resultaba más moderno que el de los Caballeros Distinguidos y sus maneras amables eran extremadamente atractivas.

—Cuando los nuevos muertos ven el portal del cielo, ven una luz blanca, Reuben —continuó—. En ocasiones en esa luz blanca ven a sus antepasados o a sus padres fallecidos. En ocasiones solo ven luz. Con frecuencia nosotros vemos lo que creemos que ellos ven, pero no podemos estar seguros. Esta luz ya no es accesible para ella ni la invita a seguir adelante, pero está claro que no sabe por qué sigue siendo ella misma, Marchent, cuando creía tan firmemente que la muerte sería el final de su identidad.

—¿Qué está tratando de contarme? —preguntó Reuben—. ¿Qué quiere de mí?

—Se aferra a ti porque puede verte —dijo Elthram—, así que, ante todo, quiere que sepas que está aquí. Quiere preguntarte lo que le ocurrió y por qué ocurrió y qué te ocurrió a ti. Ella sabe que ya no eres un ser humano, Reuben. Puede verlo, sentirlo, probablemente ha sido testigo de tu transformación a tu estado animal. Estoy casi seguro de que ha sido testigo de ello. Eso la asusta, la aterroriza. Es un fantasma lleno de terror y pesar.

—Esto tiene que terminar —dijo Reuben. Estaba temblando otra vez y eso era algo que no soportaba—. No podemos permitir que sufra. No ha hecho nada para merecerlo.

—Tienes razón, desde luego —convino Elthram—. Pero entiende que en este mundo, en tu mundo y nuestro mundo, el mundo que compartimos, sufrir con frecuencia tiene poco que ver con que uno lo merezca o no.

—Pero la ayudaréis —dijo Reuben.

—Lo haremos. La rodeamos ahora; la rodeamos cuando está soñando y desconcentrada e inconsciente. Tratamos de levantarle el ánimo, de provocar que se concentre en su cuerpo espiritual y se convierta otra vez en alguien que aprende.

—¿Qué quiere decir alguien que aprende? —preguntó Reuben.

—Los espíritus aprenden cuando están concentrados. La focalización implica la concentración del cuerpo espiritual, la concentración de la mente. Cuando el recién muerto cruza al otro lado, su mayor tentación en el estado terrenal es esparcirse, extenderse, quedar suelto como aire y soñar. Un espíritu puede flotar en ese estado para siempre, y en ese estado la mente no piensa tanto como sueña, si es que hay alguna capacidad narrativa en esa mente.

—¡Ah, exactamente lo que yo pensaba! —dijo Stuart de repente, aunque acto seguido volvió a hundirse e hizo un gesto de disculpa.

—Habéis estudiado esto —le dijo Elthram muy jovial—. Tú y Reuben lo habéis estudiado en vuestros ordenadores, en Internet, habéis leído todo lo que se puede encontrar sobre fantasmas y espíritus.

—Un montón de historias confusas —dijo Stuart—, sí.

—Yo no las he estudiado lo suficiente —dijo Reuben—. He estado demasiado concentrado en mí mismo, en mi propio sufrimiento. Debería haberlas estudiado.

—Pero hay parte de verdad en muchas de esas historias —continuó Elthram.

—Entonces, cuando un espíritu soñador se concentra —dijo Stuart—, cuando se centra, empieza a pensar realmente.

—Sí —dijo Elthram—. Piensa, recuerda, y la memoria lo es todo para la educación y la fibra moral de un espíritu. Al hacerse más fuerte, sus sentidos también se fortalecen; puede ver el mundo físico otra vez, como antes, aunque no de manera perfecta, y oír sonidos físicos como antes e incluso oler y tocar las cosas.

—Y al hacerse más fuerte logra aparecerse —propuso Reuben.

—Sí. Puede aparecérsele a alguien que tiene el don con más facilidad que a otros; pero sí, al condensar la energía, al imaginar su propia energía con la forma de su antiguo cuerpo físico, puede aparecerse a alguien tanto de manera accidental como a propósito.

—Ya veo. Lo voy entendiendo —dijo Stuart.

—Pero ten en cuenta que el espíritu de Marchent desconoce estas cosas: ella responde cuando ve o siente la presencia de Reuben y cuando Reuben responde a ella. El acto de concentrarse, de enfocarse, de agruparse, ocurre sin que ella comprenda del todo que eso es lo que está haciendo. Así es como aprenden los fantasmas.

—Librada a sus propios medios, ¿continuará aprendiendo? —preguntó Felix.

—No necesariamente —dijo Elthram—. Podría permanecer así durante años.

—Eso es demasiado espantoso —comentó Reuben.

—Lo es —convino Felix.

—Confía en nosotros, viejo amigo —dijo Elthram—. No la abandonaremos. Es pariente de consanguinidad tuya y tú fuiste el señor de estos grandes bosques a lo largo de muchas décadas. Una vez que nos reconozca, en cuanto deje de apartarse de nosotros y vuelva a la memoria de sus sueños, cuando se permita concentrarse en nosotros, podremos enseñarle más de lo que soy capaz de explicarte ahora en palabras.

—Pero podría no reparar en ti durante años, ¿no? —preguntó Felix.

Elthram sonrió. Era una sonrisa tremendamente compasiva. Estiró el brazo izquierdo y, volviéndose, colocó ambas manos sobre la derecha de Felix.

—No lo hará —dijo—. No dejaré que no repare en mí. Sabes lo persistente que llego a ser.

—Entonces —preguntó Reuben—, ¿estás diciendo que ella dio la espalda a la luz blanca, al portal, como lo llamas, porque no creía en la vida después de la muerte?

—Puede haber muchas razones mezcladas para que los espíritus no vean el portal —dijo Elthram—. Me parece que en su caso es esta, sumada al hecho de que temía la existencia del más allá por otras razones: temía encontrar allí espíritus con los que no quería encontrarse; los espíritus de sus padres, por ejemplo, a los que odiaba al final de sus vidas.

—¿Por qué los odiaba? —preguntó Reuben.

—Porque sabía que habían traicionado a Felix —dijo Elthram—. Ella lo sabía.

—¿Y sabes todo esto simplemente estando aquí, donde está su espíritu? —preguntó Stuart.

—Llevamos aquí mucho tiempo. Estuvimos aquí mientras ella crecía, por supuesto. Estuvimos aquí durante muchos momentos de su vida. Podría decirse que la conocemos desde siempre, porque conocíamos a Felix y la casa de Felix y a la familia de Felix, y sabemos mucho de lo que le ocurrió.

Aquello estaba entristeciendo a Felix, casi hundiéndolo. Enterró la cara en las manos.

—No tengas miedo —dijo Elthram—. Estamos aquí para hacer lo que nos has pedido.

—¿Qué pasa con los espíritus de sus hermanos? —preguntó Reuben—. De los hombres que la mataron a cuchilladas.

—Han desaparecido de la tierra —dijo Elthram.

—¿Vieron el portal y subieron?

—No lo sé —dijo Elthram.

—¿Qué pasa con el espíritu de Marrok? —preguntó Reuben.

Elthram se quedó un momento callado.

—No está aquí. Pero los espíritus de morfodinámicos casi nunca se entretienen.

—¿Por qué no?

Elthram sonrió, como si aquella pregunta fuera sorprendente e incluso ingenua.

—Saben demasiado sobre la vida y la muerte. Quienes no saben demasiado de la vida y la muerte son los que permanecen, los que no están preparados para la transición.

—¿Ayudáis a otros espíritus, a espíritus persistentes? —preguntó Stuart.

—Lo hacemos. Nuestra sociedad es como muchas sociedades de la tierra. Nos reunimos, nos conocemos, nos invitamos, aprendemos, etcétera.

—Y en tu grupo, la Nobleza del Bosque, aceptáis espíritus errantes.

—Lo hacemos. —Elthram dio la impresión de sopesar un momento lo que iba a decir—. No todos quieren unirse a nosotros —añadió—. Al fin y al cabo, somos la Nobleza del Bosque. Pero solo somos un grupo de espíritus de este mundo. Hay otros. Y muchos espíritus no necesitan compañía y evolucionan de virtud en virtud por su cuenta.

—Este portal al cielo, ¿alguna vez se abre para ti? —preguntó Reuben.

—No soy un fantasma —respondió Elthram—. Siempre he sido lo que soy. Elegí este cuerpo físico; lo construí yo mismo y lo perfeccioné; de vez en cuando lo altero y lo refino. Nunca he tenido un cuerpo humano etéreo, sino solo un cuerpo espiritual etéreo. Siempre he sido un espíritu. Y no, no hay portal en el cielo que se abra para alguien como yo.

Se oyó el sonido suave de alguien entrando en la habitación otra vez y Margon salió de la penumbra y ocupó la silla del extremo de la mesa.

Elthram pareció afligido. Le temblaba otra vez la mirada, como si alguien le estuviera haciendo daño, pero mantuvo los ojos fijos en Margon a pesar de todo.

—Si te ofendo, lo siento —le dijo.

—No me ofendes —repuso Margon—, pero fuiste de carne y hueso una vez, Elthram. Toda vuestra Nobleza del Bosque fue de carne y hueso alguna vez. Habéis dejado vuestros huesos en la tierra como todos los seres vivos.

Estas palabras hirieron a Elthram, que se estremeció. Todo su cuerpo se tensó como si fuera a encogerse ante un ataque.

—¿Así que enseñarás tus ingeniosas aptitudes a Marchent? —le preguntó Margon—. Le enseñarás a gobernar en la esfera astral como tú la gobiernas. ¡Usarás su intelecto y su memoria para ayudarla a convertirse en un fantasma sin parangón!

Stuart parecía a punto de llorar.

—Por favor, no digas nada más —le pidió Felix en voz baja.

Margon seguía mirando fijamente a Elthram, que se había puesto más tieso.

—Bueno, cuando hables con Marchent —dijo—, por amor a la verdad recuérdale el portal. No la instes a quedarse contigo.

—¿Y si no hay nada más allá del portal? —preguntó Stuart—. ¿Y si es un portal a la aniquilación? ¿Y si la existencia continúa solo para los terrenales?

—En ese caso, así es como debe ser —dijo Margon.

—¿Cómo sabes que debe ser así? —le preguntó Elthram. Se estaba esforzando por ser cortés—. Somos la gente del bosque —dijo en voz baja—. Estábamos aquí antes de que existieras, Margon, y desconocemos el destino. Así que, ¿cómo vas a conocerlo tú? ¡Oh, la tiranía de los que no creen en nada!

—Hay quienes vienen del otro lado del portal, Elthram —dijo Margon.

Elthram pareció sorprendido.

—Sabes que hay quienes han venido del otro lado del portal —insistió.

—¿Crees eso y, sin embargo, dices que nosotros no venimos del otro lado del portal? —preguntó Elthram—. Tu espíritu nació de la materia, Margon, y ansía la materia. Nuestros espíritus nunca se arraigaron en lo físico. Y sí, puede que hayamos venido aquí desde el otro lado del portal, pero solo sabemos de nuestra existencia aquí.

—Te vuelves más listo cada vez, ¿eh? Y cada vez eres más poderoso.

—¿Y por qué no? —preguntó Elthram.

—No importa lo listo que te vuelvas, nunca serás capaz de beberte realmente esa leche. No puedes comerte la comida que tanto te gusta. Sabes que no puedes.

—Crees que sabes lo que somos, pero…

—Sé lo que no sois —dijo Margon—. Las mentiras tienen consecuencias.

Silencio. Los dos siguieron mirándose.

—Algún día, quizá —contestó Elthram en voz baja—, también podremos comer y beber.

Margon negó con la cabeza.

—La gente de antaño sabía de fantasmas o dioses (como los llamaba), saboreaba la fragancia de las ofrendas quemadas —dijo Margon—. La gente de antaño sabía de fantasmas o dioses (como los llamaba), se entusiasmaba con la humedad, se entusiasmaba con la lluvia que caía y le encantaban los arroyos del bosque o el campo, o los líquidos que se evaporaban. Eso os carga eléctricamente, ¿verdad? La lluvia, el agua de los arroyos o de una cascada. Podéis cavar para lamer la humedad de una libación vertida en una tumba.

—No soy un fantasma —susurró Elthram.

—Pero ningún espíritu, fantasma o dios —insistió Margon— es capaz realmente de comer ni de beber.

Los ojos de Elthram destellaron de rencor. No respondió.

—Seres como este, Stuart —dijo Margon mirando a Stuart—, han engañado a los humanos desde la prehistoria, simulando una omnisciencia que no poseen, una divinidad de la cual no saben nada.

—Por favor, Margon, te lo ruego —dijo Felix en voz baja—. No sigas.

Margon hizo un gesto displicente de aceptación, pero negó con la cabeza. Apartó la mirada al fuego.

Reuben se encontró mirando a Lisa, que estaba muy quieta junto a la chimenea, observando inexpresiva a Elthram. Se limitaba a vigilar. Quizá tuviera la cabeza en otra parte.

—Le contaré a Marchent lo que sé, Margon —dijo Elthram.

—Le enseñarás a invocar el recuerdo de su cuerpo físico —dijo Margon—. Es decir, a retroceder, a fortalecer su cuerpo etéreo para que se parezca a su cuerpo físico perdido, para buscar una existencia material.

—¡No es material! —dijo Elthram levantando la voz solo ligeramente—. No somos materiales. Hemos adoptado forma corpórea para parecernos a vosotros, porque os vemos y os conocemos y venimos a vuestro mundo, el mundo que habéis hecho de materia, pero no somos materiales. Somos la gente invisible y podemos ir y venir.

—Sí que sois materiales; simplemente, sois de otra clase de materia —arguyó Margon—. ¡Eso es todo! —Se estaba acalorando—. Estáis deseando ser visibles en nuestro mundo; lo queréis más que ninguna otra cosa.

—No, eso no es verdad —dijo Elthram—. ¡Qué poco sabes de nuestra verdadera existencia!

—Mira cómo te pones colorado —comentó Margon—. ¡Vaya, mejoras constantemente!

—Todos debemos mejorar en lo que hacemos —dijo Elthram con aire de resignación—. ¿Por qué deberíamos ser diferentes a vosotros en ese sentido?

Felix agachó la cabeza sin resignación ni aceptación, solo con desdicha.

—¿Entonces qué? ¿Es mejor dejar que Marchent sufra en la confusión? —preguntó Reuben—. ¿Tener la esperanza de que se deslice permanentemente en sueños? —No podía permanecer callado más tiempo—. Su intelecto sobrevive, ¿no? Ella es Marchent y está aquí, sufriendo.

Felix asintió.

—En sueños quizá vea el portal a los cielos —dijo Margon—. Una vez que se concentre en lo físico, quizá no vuelva a verlo nunca.

—¿Y si es el portal a la inexistencia? —preguntó Reuben.

—Esa es la impresión que me da a mí —dijo Stuart—. La luz blanca destella cuando la energía del espíritu se desintegra. Eso es lo que pienso de ese portal al cielo. Es lo que pienso que podría ser.

Reuben se estremeció.

Margon miró a Elthram desde la otra punta de la larga mesa. Con los enormes ojos entornados, parecía calibrar algo que ya no sabía describir con palabras.

Sergei, que había permanecido todo el tiempo sentado en silencio, inspiró larga y elocuentemente.

—¿Queréis saber lo que opino? —dijo—. Opino que por esta noche lo dejemos, Margon. Estos niños lobos y yo vamos a cazar. Que Felix se quede para seguir preparando la feria de Navidad. Dejemos que Elthram y la Nobleza del Bosque se ocupen de su tarea.

—Me parece una idea excelente —dijo Felix—. Tú y Thibault llevaos a los chicos lejos de aquí. Satisfaced su necesidad de cazar. Si puedo hacer algo para cooperar contigo, Elthram, lo haré, ya lo sabes.

—Sabes las cosas que me gustan —repuso Elthram, sonriendo—. Deja que cenemos contigo, Felix. Llévanos a tu mesa. Recíbenos en tu casa.

—¡Cenar! —rezongó Margon.

Felix asintió.

—Las puertas están abiertas, amigo mío.

—Considero que llevarse a los chicos es una idea excelente —dijo Elthram—. Llévate a Reuben lejos de aquí, así tendré una oportunidad mejor con Marchent. —Se levantó lentamente, empujando la silla hacia atrás y poniéndose de pie sin valerse de brazos ni manos.

Reuben se fijó en eso y, una vez más, reparó en su tremenda estatura; cercana a los dos metros, calculó, teniendo en cuenta que él medía metro noventa, que Stuart lo superaba y que Sergei era ligeramente más alto todavía.

—Te doy las gracias —prosiguió—. No imaginas hasta qué punto valoramos tu bienvenida, tu hospitalidad, tu invitación.

—¿Cuántos más de vosotros, de la Nobleza del Bosque, están en esta habitación ahora mismo? —preguntó Margon—. ¿Cuántos más estáis vagando por esta casa? —Pretendía ser acusatorio, provocativo—. ¿Puedes ver mejor cuando reúnes este cuerpo físico, cuando has cargado sus partículas con tu electricidad sutil, cuando miras por esos cautivadores ojos verdes entornados?

Elthram parecía atónito. Se apartó de la silla, con las manos aparentemente entrelazadas detrás de la espalda, parpadeando como si Margon fuera una luz deslumbrante.

Dio la impresión de decir entre dientes algo inaudible.

Oyeron de nuevo una serie de sonidos suaves; el aire amenazó las velas y el fuego. A continuación se oscureció la penumbra que los rodeaba y, gradualmente, fue apareciendo una gran masa de figuras. Reuben pestañeó, tratando de ver mejor, de distinguirlas más, pero ellas mismas estaban haciéndose visibles. Había muchas mujeres de cabello largo y niños y hombres, todos vestidos con la misma ropa de gamuza que Elthram. Los había de todos los tamaños. Llenaron la habitación, a su alrededor, detrás y delante de ellos, en torno a la mesa y en los rincones.

Reuben estaba aturdido. Era consciente de movimientos de desplazamiento, gestos y susurros, casi como un zumbido de insectos en pleno verano entre las flores. Trataba de captar este o aquel detalle: cabello largo pelirrojo, cabello liso, cabello gris; ojos vagando hacia él, danzando sobre la mesa; la luz temblorosa de las velas; incluso manos tocándole los hombros, acariciándole la mejilla o la cabeza. Sintió que estaba perdiendo la conciencia. Todo lo que veía tenía aspecto de ser material, de estar vivo; sin embargo, daba la impresión de estar latiendo cada vez más rápido, como si estuviera alcanzando un pináculo de alguna clase. Frente a él, Stuart miraba frenéticamente de derecha a izquierda, con el ceño fruncido y la boca abierta en lo que sonaba como un gemido.

Margon se levantó y los miró como si fuera el menos preparado para aquel número. Reuben no veía a Lisa porque había demasiados seres agrupados delante de ella. Felix simplemente los miraba, sonriendo a muchos de ellos y asintiendo en señal de acuerdo. El grupo fue haciéndose cada vez más apretado, como si otros estuvieran empujando lentamente las filas delanteras, de manera que las caras quedaron plenamente iluminadas por las velas. Las había de todas las formas y tamaños: nórdicas, asiáticas, africanas, mediterráneas. Reuben no podía clasificarlas todas, solo lo suponía. Toscos en el porte y la manera de vestir, parecían sin embargo todos benévolos. Ni una sola expresión era de ingratitud, ni siquiera de curiosidad o intrusiva en modo alguno, sino que todas eran mansas o, a lo sumo, contenidas. Se propagaron las risas como una onda dibujada con el trazo fino de una pluma. Reuben otra vez tuvo la sensación de que aquellos que lo rodeaban se empujaban en silencio, y vio frente a él a dos que se inclinaban para besar a Stuart en ambas mejillas.

De repente, con una ráfaga de viento que hizo temblar incluso las vigas, todo el grupo desapareció.

Las paredes crujieron. El fuego rugió en la chimenea y las ventanas vibraron como si fueran a romperse. Un rumor amenazador sacudió la estructura de la casa; bandejas y copas tintinearon y repiquetearon en los aparadores y se elevó un silbido de la cristalería de la mesa.

Todos se habían ido, se habían desintegrado de repente.

Las velas se apagaron.

Lisa estaba pegada a la pared, como si viajara en un barco en medio del oleaje, con los ojos entornados. Stuart se había puesto blanco como el papel. Reuben resistió el impulso de persignarse.

—Impresionante —dijo Margon entre dientes, con sarcasmo.

La lluvia azotaba de pronto insistente las ventanas con tanta fuerza que los cristales gemían en los marcos. Toda la casa estaba crujiendo, retorciéndose, y el silbido agudo del viento en las chimeneas llegaba de todas partes. El agua aporreaba los tejados y las paredes. Las ventanas vibraban y retumbaban como si estuvieran a punto de estallar.

De pronto, el mundo, el suave mundo familiar, quedó en silencio a su alrededor.

Stuart soltó un grito ahogado. Se llevó las manos a la cara, mirando a Reuben con aquellos ojos azules suyos entre los dedos. Estaba obviamente encantado.

Reuben apenas pudo contener una sonrisa.

Margon, de pie con los brazos cruzados, tenía una expresión extrañamente satisfecha, como si hubiera demostrado su tesis. Sin embargo, Reuben no sabía cuál era exactamente esa tesis.

—Nunca olvidéis con qué os enfrentáis —les dijo a Stuart y Reuben—. Es muy fácil tentarlos para que hagan una demostración de poder. Siempre me ha maravillado eso. Nunca olvidéis que puede haber multitudes a vuestro alrededor, en cualquier momento, infinidad de fantasmas sin hogar, inquietos, errantes.

Felix permaneció sentado, calmado y sereno, mirando la madera pulida que tenía delante, donde Reuben veía reflejado el brillo del fuego.

—Escúchalos, mi querida Marchent —dijo con sentimiento—. Escúchalos y deja que enjuaguen tus lágrimas.