14

Estaban reunidos en torno a la mesa del comedor, el lugar de las conversaciones, el lugar para la historia, el lugar de las decisiones.

El fuego en la chimenea y las velas de cera virgen proporcionaban la única iluminación. Había un candelabro en la mesa y otro en cada uno de los aparadores de roble oscuro.

Frank se había ido para estar «con una amiga» y no volvería hasta la fiesta navideña del domingo. Thibault se había marchado pronto para estar con Laura.

Así que quedaban Stuart, pálido y claramente fascinado y asustado por todo el procedimiento; el gigante Sergei, que parecía sorprendentemente interesado; Felix, triste y ansioso por que se celebrara la reunión; Margon, de mal humor y contrariado, y Reuben, todavía crispado por la visita de esa mañana. Todos iban vestidos con ropa informal, con jerséis y tejanos de una u otra clase.

Habían cenado y los sirvientes se habían «retirado». En ese momento solo Lisa, con su habitual vestido gazmoño de seda negra y el camafeo, permanecía con los brazos cruzados junto a la chimenea. Habían servido café, galletas de jengibre y nata, manzanas y ciruelas frescas con queso francés suave y cremoso.

Flotaba un tenue olor a cera, como de incienso y, por supuesto, el del fuego, el del siempre reconfortante fuego de roble, y la fragancia del vino ahora mezclada con la del café.

Felix se había sentado de espaldas al fuego, con Reuben enfrente. Stuart al lado de Felix, y Margon ocupaba como siempre la cabecera de la mesa, a la izquierda de Reuben, a cuya derecha estaba Sergei. Era la disposición habitual.

Una fuerte ráfaga de viento sacudió la ventana. El pronóstico era que el tiempo empeoraría durante la noche. No obstante, se esperaba que mejorara para la feria del domingo.

El viento aullaba en las chimeneas y la lluvia repiqueteaba como pedrisco en los cristales.

Habían apagado la iluminación del robledal, pero las demás luces exteriores estaban encendidas. Los obreros se habían marchado de la propiedad; por un momento al menos, todo estaba listo para la fiesta de Navidad. Había acebo, muérdago y guirnaldas de pino en la repisa y los laterales de la chimenea y en torno a las ventanas y las puertas. Su dulce aroma en ocasiones impregnaba el aire y en otras desaparecía por completo, como si la vegetación de cuando en cuando contuviera la respiración.

Margon se aclaró la garganta.

—Quiero ser el primero en hablar —dijo—. Quiero decir lo que sé sobre este plan audaz y por qué estoy en contra. Quiero que se me escuche en lo referente a esta cuestión.

Llevaba la melena suelta y un poco más peinada de lo normal, quizá porque Stuart había insistido en cepillársela. Parecía una especie de príncipe renacentista de piel oscura. Incluso su aterciopelado jersey color borgoña realzaba esa impresión, tanto como los anillos de pedrería en sus dedos oscuros y delgados.

—No, por favor, te lo ruego. Cállate —dijo Felix con un pequeño gesto implorante.

Su piel dorada normalmente no se ruborizaba, pero Reuben vio el rubor en sus mejillas y chispas de rabia en sus ojos castaños. Parecía un hombre mucho más joven que el caballero educado que Reuben sabía que era.

Sin esperar a que Margon hablara, miró a Reuben y dijo:

—He invitado a la Nobleza del Bosque por una razón. —Miró a Stuart y otra vez a Reuben—. Siempre han sido nuestros amigos. Y los he convocado porque pueden acercarse al espíritu de Marchent e invitarla a unirse a su grupo, pueden aliviar el espíritu de Marchent y hacerle comprender lo que le ha ocurrido.

Margon puso los ojos en blanco y se recostó en la silla, cruzando los brazos, exudando rabia por cada poro.

—¡Nuestros amigos! —Escupió las palabras con desdén.

—Pueden hacerlo y lo harán si se lo pido —continuó Felix—. La llevarán hasta su grupo y, si se lo permiten, ella puede elegir unirse a ellos.

—¡Dios mío! —exclamó Margon—. ¡Menudo destino! Y esto es lo que haces a quienes tienen parentesco de consanguinidad contigo.

—No me hables de consanguinidad —le espetó Felix—. ¿Qué recuerdas tú de tus parientes?

—Vamos, por favor, no os peleéis otra vez —rogó Stuart.

Estaba asombrado. Él también se había peinado el cabello grueso y rizado para asistir a la reunión, incluso se lo había cortado un poco, lo cual solamente resaltaba su aspecto de gigante pecoso de seis años.

—Desde tiempos inmemoriales han vivido en los bosques —dijo Felix, mirando otra vez a Reuben—. Estaban en los del Nuevo Mundo antes de que el Homo sapiens llegara aquí.

—No, no es verdad —dijo Margon con asco—. Llegaron aquí por las mismas razones que nosotros.

—Siempre han estado en los bosques —insistió Felix, con los ojos fijos en Reuben—. En los bosques de Asia y África, los bosques de Europa, los bosques del Nuevo Mundo. Tienen relatos originarios y creencias sobre su lugar de procedencia.

—«Relatos» —recalcó Margon—. Digamos mejor que tienen leyendas ridículas y supersticiones absurdas, como el resto de nosotros. Todos los eternos tenemos historias. Ni siquiera los eternos podemos vivir sin ellas, no más que el género humano puede vivir sin ellas, porque todos los eternos de este mundo procedemos del género humano.

—Eso no lo sabemos —dijo Felix con paciencia—. Sabemos que nosotros fuimos humanos. Es lo único que sabemos. En definitiva no importa, y menos en el caso de la Nobleza del Bosque, porque sabemos lo que puede hacer. Lo que puede hacer es lo que importa.

—¿Importa si la Nobleza del Bosque cuenta mentiras? —preguntó Margon.

Felix estaba cada vez más agitado.

—Están aquí y son reales y podrán ver a Marchent en esta casa, oírla, hablarle e invitarla a ir con ellos.

—¿Ir con ellos adónde? —dijo Margon—. ¿Para quedarse siempre ligada a la tierra?

—¡Por favor! —exclamó Reuben—. Margon, deja hablar a Felix. Déjale explicar qué es la Nobleza del Bosque. ¡Por favor! Yo no puedo ayudar al espíritu de Marchent. No sé cómo hacerlo. —Se había puesto a temblar, pero no iba a rendirse—. Esta tarde he recorrido toda la casa. He caminado por la propiedad bajo la lluvia. Le he hablado a Marchent. He hablado y hablado y hablado. Sé que no puede oírme. Y cada vez que la veo está más abatida.

—Mira, tío, esto es verdad —dijo Stuart—. Margon, sabes que beso el suelo que pisas, tío. No quiero cabrearte. No soporto que te cabrees conmigo. Eso lo sabes. —Se le estaba enronqueciendo la voz, casi se le quebraba—. Pero, por favor, tienes que entender por lo que está pasando Reuben. No estuviste aquí anoche.

Margon iba a interrumpirlo, pero Stuart le hizo un gesto.

—Además, tenéis que empezar a confiar en nosotros —dijo Stuart—. Confiamos en vosotros, pero vosotros no confiáis en nosotros. No nos contáis lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. —Miró a Lisa por encima del hombro, que le devolvió una mirada de indiferencia.

Margon levantó las manos y luego volvió a cruzar los brazos, mirando al fuego. Miró con un destello de rabia a Stuart y a Felix.

—Está bien —susurró. Hizo un gesto a este último para que hablara—. Explícate. Adelante.

—La Nobleza del Bosque es antigua —dijo Felix, tratando de recuperar su habitual porte razonable—. Los dos habéis oído hablar de ella. Habéis oído hablar de esos seres en los cuentos de hadas que os enseñaron de pequeños; pero los cuentos de hadas los han domesticado, los han retratado como seres pintorescos. Olvidad los cuentos de hadas, las imágenes de elfos.

—Sí, se parece más al universo de Tolkien —dijo Stuart.

—Esto no es el universo de Tolkien —le espetó Margon, indignado—. Esto es la realidad. No vuelvas a mencionarme a Tolkien, Stuart. No menciones a ninguno de tus nobles y reverenciados escritores de fantasía. Ni a Tolkien, ni a George R. R. Martin ni a C. S. Lewis, ¿me has oído? Son maravillosamente imaginativos e ingeniosos, incluso divinos en la forma que tienen de regir sus mundos imaginarios, pero esto es la realidad.

Felix levantó las manos para pedir silencio.

—Mira, los he visto —dijo Reuben con suavidad—. Tienen aspecto de hombres, mujeres, niños.

—Y lo son —dijo Felix—. Tienen lo que llamamos un cuerpo sutil. Pueden atravesar cualquier barrera, cualquier pared, y salvar cualquier distancia al instante. También pueden adoptar forma visible, una forma tan sólida como la nuestra, y en esa forma son capaces de comer, beber y hacer el amor como nosotros.

—No —rebatió Margon, irritado—. ¡Simulan hacer estas cosas!

—El hecho es que creen que las hacen —dijo Felix—. ¡Y pueden volverse completamente visibles para cualquiera! —Se detuvo, tomó un trago de café y se limpió otra vez los labios con la servilleta. Luego reanudó su explicación con calma—. Tienen personalidades distintas, linajes e historias. Pero lo más importante de todo es que poseen la capacidad de amar. —Puso énfasis en la última palabra—. Pueden amar, y aman. —Las lágrimas se le agolparon en los ojos al mirar a Reuben—. Y por eso los he invitado.

—Iban a venir de todos modos, ¿no? —dijo Sergei en voz alta, haciendo gestos de impaciencia con ambas manos. Miró fijamente a Margon—. ¿No estarán aquí la noche del solsticio de invierno? Siempre están aquí. Si preparamos fuego, si nuestros músicos tocan, si tocamos los tambores y las flautas y danzamos, vienen. Tocan para nosotros y danzan con nosotros.

—Sí, vienen y pueden irse con la misma rapidez con la que llegan —dijo Felix—. Pero les he rogado que vengan pronto y que se queden para implorar su ayuda.

—Muy bien —dijo Sergei—. Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Crees que los obreros saben que están aquí? No lo saben. Nadie lo sabe salvo nosotros, y nosotros lo sabemos solo cuando ellos quieren que lo sepamos.

—Precisamente, cuando quieren que lo sepamos —dijo Margon—. Han estado entrando y saliendo de esta casa desde hace días. Probablemente estén ahora en esta habitación. —Se estaba caldeando cada vez más—. Escuchan lo que estamos diciendo. ¿Crees que se irán cuando chasques los dedos? Bueno, no lo harán. Se irán cuando les apetezca irse. Y si les apetece gastarnos bromas, nos volverán locos. Crees que un espíritu inquieto es una cruz que hay que llevar, Reuben. Espera a que empiecen ellos con sus trucos.

—Creo que están aquí —dijo Stuart con suavidad—. En serio, Felix, creo que están. Pueden mover cosas cuando son invisibles, ¿no? Me refiero a cosas ligeras como las cortinas, y apagar velas o avivar el fuego de la chimenea.

—Sí, pueden hacer todo eso —dijo Felix, mordaz—, pero normalmente solo lo hacen cuando se sienten ofendidos o insultados, o ignorados o rechazados. Yo no quiero causarles ninguna ofensa. Quiero darles la bienvenida, darles la bienvenida esta misma noche en esta casa. Su capacidad para hacer travesuras es un precio pequeño si pueden hacerse cargo del espíritu sufriente de mi sobrina. —Estaba llorando y no se molestó en ocultarlo.

Felix estaba consiguiendo que las lágrimas también se le agolparan en los ojos a Reuben. Sacó el pañuelo y lo dejó en la mesa. Hizo un gesto a Felix con él, que negó con la cabeza, y sacó el suyo. Se secó la nariz y continuó.

—Quiero invitarlos formalmente. Sabes lo que eso significa para ellos. Quieren que se les ofrezca comida, los presentes adecuados.

—Están listos —dijo Lisa en voz baja desde la chimenea—. He dejado la crema que he preparado para ellos en la cocina y sus galletas de mantequilla, las cosas que les gustan. Está todo allí.

—Son un puñado de fantasmas mentirosos —dijo Margon entre dientes, mirando a Stuart y a Felix—. Es lo único que son y lo único que han sido siempre. Son espíritus de los muertos y no lo saben. Llevan creando una mitología propia desde tiempos remotos, mentira sobre mentira, haciéndose más fuertes. No son nada más que fantasmas mentirosos, fantasmas cuyo poder ha ido evolucionando desde los albores del intelecto y la memoria.

—No lo entiendo —dijo Stuart.

—Stuart, todo está evolucionando constantemente en este planeta —dijo Margon—. Y los fantasmas no son ninguna excepción. Cierto que los seres humanos mueren a cada minuto y sus almas ascienden o tropiezan con la esfera terrenal y vagan en un páramo creado por ellos mismos durante años de tiempo terrestre. Colectivamente, sin embargo, los habitantes de la esfera terrenal han ido evolucionando. Los terrenales tienen sus eternos; lo terrenales tienen supersticiones propias. Por encima de todo, tienen personalidades poderosas y espléndidas que se han ido fortaleciendo a lo largo de los siglos y han ido sosteniendo sus cuerpos etéreos y enfocándose para manipular la materia de formas que los fantasmas anteriores del planeta ni siquiera soñaron.

—¿Quieres decir que han aprendido a ser fantasmas? —preguntó Reuben.

—Han aprendido cómo dejar de ser simples fantasmas y desarrollar personalidades descarnadas sofisticadas —dijo Margon—. Por último, y esto es lo más importante, han aprendido a hacerse visibles.

—Pero ¿cómo lo hacen? —preguntó Stuart.

—Fuerza mental, energía —dijo Margon—. Concentración, foco. Atraen hacia su cuerpo sutil, ese cuerpo etéreo que poseen, partículas materiales. Los más fuertes de estos fantasmas, los pertenecientes a la gran nobleza, si quieres, llegan a hacerse tan visibles y sólidos que ningún humano que los mire, los toque o haga el amor con ellos podría saber que son espíritus.

—¡Dios mío, podrían estar caminando a nuestro alrededor! —dijo Stuart.

—Los veo todo el tiempo. Pero lo que estoy tratando de decirte es que esta Nobleza del Bosque no es más que una tribu de esos viejos fantasmas evolucionados, que por supuesto se cuentan entre los más astutos, expertos y formidables.

—Entonces, ¿por qué se molestan en inventar fábulas sobre ellos? —preguntó Stuart.

—No consideran que sus leyendas originarias sean simples fábulas —intervino Felix—. En modo alguno. Es ofensivo sugerir que sus creencias son meras fábulas.

Margon soltó una risita burlona, demasiado amable para que fuera una risa amenazadora y que cesó de inmediato.

—No hay nada bajo el sol ni bajo la luna —dijo Margon—, ni entidad ni intelecto alguno que no necesite creer algo sobre su esencia, algo sobre su propósito, la razón de su sufrimiento, su destino.

—Entonces, lo que estás diciendo es que Marchent es un nuevo fantasma —argumentó Reuben—, un fantasma bebé, un fantasma que no sabe cómo aparece o desaparece…

—Exactamente —dijo Margon—. Está confundida, luchando. Lo que ha logrado conseguir ha sido gracias a la intensidad de sus sentimientos, a su deseo desesperado de comunicarse contigo, Reuben. Y hasta cierto punto su éxito hasta ahora ha dependido de tu sensibilidad para ver su presencia etérea.

—¿La sangre celta? —preguntó Reuben.

—Sí, pero hay mucha gente sensible capaz de ver espíritus en este mundo. La sangre celta es solo un ingrediente facilitador. Yo veo espíritus. No los veía al principio de mi vida, pero a partir de determinado momento empecé a verlos. Ahora los veo en ocasiones incluso antes de que estén concentrados y decididos a comunicarse.

—Vayamos al grano —dijo Felix con suavidad—. No sabemos lo que realmente ocurre cuando muere una persona. Sabemos que algunas almas se separan del cuerpo o que el cuerpo las suelta y siguen adelante y nunca se vuelve a saber de ellas. Sabemos que algunas se convierten en fantasmas. Sabemos que estos parecen confundidos y que con frecuencia son incapaces de vernos o verse entre sí. Pero los de la Nobleza del Bosque ven a todos los fantasmas, todas las almas, todos los espíritus, y pueden comunicarse con ellos.

—Entonces deben venir —dijo Reuben—. Tienen que ayudarla.

—¿En serio? —preguntó Margon—. ¿Y si hay algún Creador del Universo que ha diseñado la vida y la muerte? ¿Y si no quiere que estas entidades terrenales permanezcan aquí, adquiriendo poder, mintiéndose a sí mismas, poniendo su supervivencia personal por encima del gran plan del destino?

—Bueno, acabas de describirnos, ¿no? —dijo Felix. Su voz seguía tensa, pero estaba calmado—. Acabas de describirnos a nosotros. ¿Y quién determina si, en el plan ordenado por el Creador de Todas las Cosas, estos espíritus terrenales no están cumpliendo un destino divino?

—¡Ah, sí, claro, muy bien! —dijo Margon con voz cansada.

—Pero ¿quiénes creen ser estos seres de la Nobleza del Bosque? —preguntó Stuart.

—Hace mucho que no se lo pregunto —repuso Margon.

—En algunas partes del mundo —explicó Felix— afirman que descienden de ángeles caídos. En otros lugares dicen que son la prole de Adán antes de que se emparejara con Eva. Lo curioso es que la humanidad tiene infinidad de historias sobre ellos en todo el mundo; pero todas tienen en común que no descienden de humanos. Son otra especie de ser.

—Paracelso escribió sobre esto —dijo Reuben.

—Exacto. —Felix le dedicó una sonrisa triste—. Tienes razón.

—Pero, sea cual sea la verdad sobre la cuestión, ellos pueden abrazar a Marchent.

—Sí —dijo Margon—. No hacen otra cosa que invitar a los recién muertos a unirse a sus filas… si los encuentran fuertes y distintos e interesantes.

—Normalmente, hacen falta siglos para que se fijen en un alma terrenal persistente —dijo Felix—. Pero han venido porque les he pedido que vengan y los invitaré a acoger a Marchent.

—Creo que los he visto en un sueño —dijo Reuben—. Tuve un sueño. Vi a Marchent recorriendo un bosque oscuro y estos espíritus trataban de alcanzarla para tranquilizarla. Creo que eso era lo que estaba ocurriendo.

—Bueno. Como no puedo impedir que esto ocurra —dijo Margon con cansancio—, doy mi consentimiento.

Felix se levantó.

—Pero ¿adónde vas? —le preguntó Margon—. Están aquí, ahora. Pídeles que se muestren.

—Bueno, ¿no es lo adecuado que me levante para recibir a la Nobleza del Bosque en la casa de Reuben?

Juntó las manos de forma reverencial, como en una plegaria.

—Elthram, bienvenido a la casa de Reuben —dijo en voz baja—. Elthram, bienvenido a la casa del nuevo señor de este bosque.