Viernes, 22 de noviembre de 2013
62 kg (recaída imparable en la obesidad); calorías: 3384; colas light: 7; Red Bulls: 3; paninis de jamón y queso: 2; ejercicio: 0; meses sin repasarme las raíces: 2; semanas sin hacerme la cera en las piernas: 5; semanas sin pintarme las uñas de los pies: 6; número de meses sin sexo de ningún tipo: 5 (virginidad recuperada otra vez).
Me estoy dejando: sin hacerme la cera, sin depilar, sin practicar ejercicio, sin exfoliarme, sin hacerme la manipedi, sin meditar, sin retocarme las raíces, sin ir a la peluquería, sin ropa (nunca, la peor de las suertes)… y sin parar de comer para compensar todo lo anterior. Hay que hacer algo.
Sábado, 23 de noviembre de 2013
15.00. Acabo de salir de la peluquería, donde mis raíces han recuperado la gloria de otros tiempos. Nada más poner un pie en la calle, en la marquesina de la parada de autobús, me he dado de bruces con Sharon Osbourne y su hija Kelly: Sharon Osbourne con el pelo de color caoba y Kelly con el pelo gris.
Estoy muy confundida. ¿Es que ahora parecer mayor es el nuevo fular bohemio vaporoso? ¿Voy a tener que volver a que me pongan las raíces grises y pedirle al del bótox que me añada unas arrugas?
Cuando estaba meditando esta cuestión, una voz ha dicho:
—Hola.
—¡Señor Wallaker! —he exclamado al tiempo que me ahuecaba el pelo con coquetería—. ¡Hola!
Llevaba un chaquetón sexy, de abrigo, y un pañuelo al cuello, y me miraba como solía hacerlo antes, con frialdad, con una mueca un tanto guasona.
—Mire —he empezado—, sólo quería decirle que siento todo lo que le dije el día del concierto y haber sido tan bocazas con usted tantas veces cuando sólo quería ser amable. Pero creía que estaba casado. Y la cosa es que lo sé todo. Bueno, no todo. Pero sé que estuvo en el SAS y…
Le ha cambiado la expresión de la cara.
—¿Cómo ha dicho?
—Jake y Rebecca viven enfrente de mí y… —Había desviado la mirada hacia el otro extremo de la calle y tenía la mandíbula tensa—. No pasa nada. No se lo he dicho a nadie. Pero la cosa es que, ¿sabe?, sé qué se siente cuando pasa algo realmente malo.
—No quiero hablar de eso —ha zanjado bruscamente.
—Ya lo sé, usted piensa que soy una madre horrible y que me paso todo el tiempo en la peluquería y comprando condones, pero lo cierto es que no soy así. Esos folletos sobre la gonorrea… Mabel los cogió en la consulta del médico. No tengo ni gonorrea ni sífilis…
—¿Interrumpo? —Una chica espectacular ha salido de Starbucks con dos cafés—. Hola.
Le ha dado uno de los cafés al señor Wallaker y me ha sonreído.
—Ésta es Miranda —ha dicho él con rigidez.
Miranda era guapa y joven, tenía el pelo negro, largo y brillante, coronado por una moderna gorra de lana. Tenía las piernas largas y delgadas enfundadas en unos vaqueros y… unas botas tobilleras tachonadas.
—Miranda, ésta es la señora Darcy, una de las madres del colegio.
—¡Bridget! —ha interrumpido una voz. El peluquero que me acababa de hacer las raíces corría calle arriba—. Te has dejado la cartera en el salón. ¿Cómo te ves el color? En Navidad nada de sombras de gris[8] para ti.
—Es muy amable de tu parte, gracias —he contestado como una abuelita autómata y traumatizada—. Feliz Navidad, señor Wallaker; feliz Navidad, Miranda —he añadido aunque no era Navidad.
Se me han quedado mirando extrañados mientras me alejaba temblorosa.
21.15. Los niños están dormidos, y yo soy muy mayor, y me siento sola. No volveré a gustarle a nadie nunca, nunca jamás. En este momento el señor Wallaker estará tirándose a Miranda. Todo el mundo tiene una vida perfecta menos yo.