Jueves, 18 de abril de 2013
21.00. Mmmm. Puede que no sea que no le pongo. Que no le pongo nada de nada, quiero decir. He llegado un poco tarde a la reunión de padres, lo reconozco, y me he dado cuenta de que la mayoría de los padres se disponían a marcharse y el tutor de la clase de Billy, el señor Pitlochry-Howard, miraba el reloj. El señor Wallaker ha entrado cargado de boletines de notas.
—Ah, señora Darcy —ha saludado—. ¿Al final se ha decidido a venir?
—He estado en una reunión —le he aclarado con arrogancia (aunque, inexplicablemente, nadie ha pedido aún una reunión para hablar de El tiempo se detiene aquí, mi actualización de Al faro), y luego le he dedicado una sonrisa obsequiosa al señor Pitlochry-Howard.
—¿Cómo está Billy? —me ha preguntado el tutor amablemente.
Siempre me siento incómoda cuando la gente actúa así. A veces está bien si crees que se preocupan de verdad, pero me he puesto en plan paranoico y he pensado que se refería a que a Billy le pasaba algo.
—Muy bien —he respondido irritada—. ¿Cómo le va? Me refiero en el colegio.
—Parece muy contento.
—¿Se lleva bien con los otros niños? —he inquirido con nerviosismo.
—Sí, sí, tiene muchos amigos, es muy alegre. A veces le dan ataques de risa tonta en clase.
—Ya, ya —he contestado, y de repente me he acordado de cuando a mi madre le llegó una carta de la directora de mi colegio en la que dejaba entrever que yo tenía una especie de problema patológico con las risitas.
Por suerte, mi padre intervino y le echó un rapapolvo a la directora, pero tal vez se trate de un trastorno genético.
—No creo que tengamos que preocuparnos demasiado por lo de las risas —ha opinado el señor Wallaker—. ¿Qué problema tenía con el inglés?
—Bueno, la ortografía… —ha empezado el señor Pitlochry-Howard.
—¿Todavía? —se ha extrañado el señor Wallaker.
—Bueno, verán —he dicho yo saliendo en defensa de Billy—. Es que es pequeño. Y además, yo, que soy escritora, pienso que el lenguaje es algo fluctuante que está en continua evolución, y desde luego comunicar lo que se quiere decir es más importante que escribirlo y puntuarlo bien. —He vacilado un momento al recordar a Imogen, de Greenlight, que me acusó de poner puntos y signos de puntuación raros aquí y allá, donde a mí me parecía que quedaban bien—. Por ejemplo, hay palabras que antes se escribían de una manera y ahora de otra —he terminado con aire triunfal.
—Sí, eso está muy bien —ha asentido el señor Wallaker—. Pero en este momento de su vida, Billy tiene que aprobar los exámenes de ortografía o pensará que es tonto. Así que ¿podrían practicar los dos por las mañanas cuando suben corriendo la cuesta ligeramente después de que haya sonado el timbre?
—De acuerdo —he contestado ceñuda—. Y ¿cómo escribe? Me refiero a desde el punto de vista creativo.
—Vamos a ver —ha intervenido el señor Pitlochry-Howard mientras revolvía entre sus papeles—. Ah, sí. Les pedimos que escribieran sobre algo raro.
—Déjeme verlo —ha dicho el señor Wallaker al tiempo que se ponía las gafas.
Ay, Dios, sería estupendo que los dos pudiéramos ponernos las gafas de leer en una cita sin sentirnos abochornados.
—Algo raro, ha dicho, ¿no? —Se ha aclarado la garganta:
Mamá
Por la mañana, cuando despertamos a mamá, tiene el pelo como una loca. ¡Buaaaaah! ¡Está todo de punta! Luego dice que estamos en el ejército y tenemos que hacer el petate: «¡Uno, dos, uno, dos, con calma!» Pero después —¡fallo catastrófico!— echó el muesli en la lavadora y nos dio a nosotros el Persil. Mabel llegó tarde a preescolar, se habían ido a una reunión. ¡¡Fallo catastrófico de nivel 2!! Dice: «¡Atención!», como si fuera un polisía francés, por lo del libro de los patres franceses, y ahora Mabel se lo dice a Saliva y también dice: «coño». ¡¡Fallo catastrófico de nivel 3!! Cuando mamá está travajando, teclea y habla por teléfono a la vez, y masca Nicorette. Cuando no entré en el coro el año pasado, dijo que no era un fallo catastrófico, sino el Factor X, y que el año siguiente lo conseguiría. ¡Sí que lo fue! Y luego encontró a Puffle Dos, que estaba desaparecido en combate, y me abrazó. Pero luego bajé por la noche… y estaba vailando sola… Killer Queen, ¡buaah! ¡¡Puaaaaaj!! Raro, muy raro.
Me he hundido en la silla, consternada. ¿Así era como me veían mis hijos?
El señor Pitlochry-Howard miraba fijamente sus papeles, con la cara como un tomate.
—Bueno —ha observado el señor Wallaker—. Como usted dice, comunica perfectamente lo que quiere comunicar. Una descripción muy gráfica de… algo raro.
Lo he mirado a los ojos manteniendo la compostura. A él le daba igual, ¿no? Había sido adiestrado para dar órdenes y había despachado a sus hijos a un internado, así que podía aprovechar las vacaciones para perfeccionar como quien no quería la cosa las increíbles aptitudes de sus hijos para la música y los deportes, al tiempo que mejoraba su ortografía.
—Y ¿qué hay del resto? —ha querido saber.
—No. Es… sus notas son muy buenas, aparte de la ortografía. En lo de los deberes aún hay bastante desorganización.
—Vamos a echarle un vistazo —ha pedido el señor Wallaker mientras rebuscaba entre los exámenes de ciencias. Ha sacado el de los planetas—. «Escribe cinco frases que incluyan un dato sobre Urano.» —Ha hecho una pausa.
De repente me han entrado ganas de soltar una risilla.
—Sólo escribió una frase. ¿Hubo algún problema con la pregunta?
—Creo que el problema fue que eran demasiados datos para una zona de la galaxia tan anodina —he soltado procurando contenerme.
—¿Ah, sí? ¿Urano le parece anodino?
Claramente, él también estaba reprimiendo una risita.
—Sí —he logrado decir—. De haber sido Marte, el afamado planeta rojo, con la reciente llegada de esos robots… O incluso Saturno, con sus anillos…
—O Marte, con sus dos esferas gemelas —ha añadido el señor Wallaker mientras, lo juro, me miraba de reojo las tetas antes de clavar la vista en sus papeles.
—Exactamente —he convenido con la voz ahogada.
—Bueno, señora Darcy —ha intervenido el señor Pitlochry-Howard con aire de tener el orgullo herido—. Personalmente, considero que Urano es más fascinante que…
—¡Gracias! —no he podido evitar decir, y después se me ha escapado una risa sin que pudiera contenerme.
—Señor Pitlochry-Howard —ha intervenido de nuevo el señor Wallaker tras recobrar la compostura—. Creo que ya hemos dicho todo lo que queríamos decir. Y —ha añadido en voz baja— creo que ya veo de dónde viene lo de las risitas. ¿Hay alguna otra cosa preocupante en el trabajo de Billy?
—No, no, las calificaciones son muy buenas, se lleva bien con los otros chicos, es muy divertido, un muchachito estupendo.
—Bueno, todo gracias a usted, señor Pitlochry-Howard —he afirmado, odiosa—. Qué gran entrega. Muchísimas gracias.
Después, sin atreverme a mirar al señor Wallaker, me he levantado y me he ido.
Sin embargo, una vez fuera de la sala, me he subido al coche pensando que tenía que volver y preguntarle al señor Pitlochry-Howard más cosas acerca de los deberes. O quizá, si daba la casualidad de que él estaba ocupado, al señor Wallaker.
De vuelta en la sala, el señor Pitlochry-Howard y el señor Wallaker estaban hablando con Nicolette y su atractivo marido, que le manifestaba su apoyo poniéndole una mano en la espalda. Se supone que no hay que escuchar las consultas de los otros padres, pero Nicolette proyectaba la voz de tal modo que era imposible no hacerlo.
—Sólo me preguntaba si Atticus no estará un poco desbordado —decía el señor Pitlochry-Howard— con tantas actividades fuera del horario lectivo y tanto quedar para jugar con los amigos. A veces está un poco nervioso. Se desespera si cree que no es el primero.
—¿Qué lugar ocupa en la clase? —ha querido saber Nicolette—. ¿A qué distancia está del primero? —Ha intentado ver la tabla, pero el señor Pitlochry-Howard la ha tapado con el brazo. Ella se ha apartado el pelo de la cara, enfadada—. ¿Por qué no tenemos conocimiento de sus resultados relativos? ¿Qué posición ocupa en clase?
—Nosotros no nos guiamos por esa clasificación, señora Martinez —ha respondido el señor Pitlochry-Howard.
—¿Por qué no? —ha preguntado ella con esa clase de curiosidad aparentemente amable y natural, pero que oculta a un espadachín listo para atacar tras el telón.
—De lo que se trata en realidad es de que cada uno lo haga lo mejor que pueda —ha aclarado el señor Pitlochry-Howard.
—Deje que le cuente algo —ha continuado Nicolette—. Yo antes era la directora general de una gran cadena de gimnasios que se extendió por todo el Reino Unido y llegó a Norteamérica. Ahora soy la directora general de una familia. Mis hijos son el producto más importante, complejo y apasionante que he desarrollado en mi vida. Necesito poder evaluar sus progresos con relación a sus compañeros para regular su desarrollo.
El señor Wallaker la observaba en silencio.
—La competencia sana es buena, pero cuando la obsesión con las posiciones relativas sustituye al placer por la asignatura en sí… —ha repuesto nerviosamente el señor Pitlochry-Howard.
—Y ¿usted cree que las actividades extraescolares y las quedadas con sus amigos lo estresan? —ha querido saber Nicolette.
Su marido le ha puesto la mano en el brazo.
—Cariño…
—Los niños necesitan algo más. Necesitan sus flautas, necesitan su esgrima. Es más —ha proseguido—, yo no considero que quedar con los amigos sea un compromiso social. Es un ejercicio de trabajo en equipo.
—¡SON NIÑOS! —ha bramado al fin el señor Wallaker—. ¡No productos corporativos! No necesitan que les alimenten el ego continuamente, sino seguridad en sí mismos, diversión, afecto, amor, la sensación de que son válidos. Y necesitan entender que siempre, ¡siempre!, habrá alguien por encima y por debajo de ellos, y que su valía reside en sentirse satisfechos consigo mismos, con lo que hacen y con ser cada vez mejores en lo que hacen.
—¿Disculpe? —ha dicho Nicolette—. Entonces no tiene sentido intentarlo, ¿no? Entiendo. En ese caso tal vez sea buena idea que tomemos en consideración el Westminster.
—Deberíamos tomar en consideración quiénes serán cuando sean adultos —ha continuado el señor Wallaker—. El mundo es un lugar duro. Más adelante, el barómetro del éxito en la vida no será que ganen siempre, sino cómo aborden el fracaso. La capacidad de levantarse cuando caen, conservando su optimismo y su personalidad, es mucho mejor indicador del futuro éxito que el lugar que ocupan en clase en tercer año.
¡Ostras! ¿Le habría dado de pronto al señor Wallaker por leerse el Manual de instrucciones de Buda?
—El mundo no es duro si se sabe ganar —ha ronroneado Nicolette—. ¿Qué lugar ocupa Atticus en clase, por favor?
—Ésa es una información que no facilitamos —ha respondido el señor Wallaker al tiempo que se ponía en pie—. ¿Alguna cosa más?
—Sí, su francés —ha contestado Nicolette sin inmutarse. Y todos han vuelto a sentarse de nuevo.
22.00. Puede que el señor Wallaker tenga razón en lo de que siempre habrá alguien por encima y por debajo de uno en todo. Volvía andando al coche cuando una madre pija, exhausta, que intentaba reagrupar a tres niños vestidos casi de etiqueta, estalló de pronto y dijo: «Clemency, ¡maldita hija de la gran p***!»