ENTUMECIMIENTO

Martes, 18 de junio de 2013

61 kg (incluidos 500 g de botulismo).

A ver, hay un montón de gente que se pone bótox, ¿no? No es como hacerse un lifting o algo por el estilo. Es como ir al dentista.

—Exacto —dijo Talitha cuando me dio el número—. Es como ir al dentista.

Entré en el sótano próximo a Harley Street con la sensación de que iba a practicarme un aborto clandestino.

—No quiero verme rara —advertí mientras intentaba sustituir la imagen de la mujer del señor Wallaker por la de Talitha.

—No —me aseguró el extraño médico con acento extranjero—. Demasiadas gentes están raras.

Noté un leve hormigueo en la frente.

—Ahorra voy haser boca. A ti va a encantar. Si no haser boca, cara empieza a caer y tú cara trista. Como reina.

Pensé en ello. En realidad podría ser cierto. Es verdad que la reina a menudo parece tener cara de tristeza, o de desaprobación, cuando probablemente no sea así. Quizá la reina acabe poniéndose bótox en la boca.

Salí y las luces de Harley Street me hicieron entrecerrar los ojos. Empecé a hacer muecas, tal y como me había recomendado el médico.

—¡Bridget!

Miré al otro lado de la calle, asustada. Era Woney, la mujer de Cosmo. Mientras cruzaba a toda prisa, la miré sorprendida. Estaba… distinta. ¿Se había puesto… extensiones? Tenía el pelo por lo menos quince centímetros más largo que en la fiesta de Talitha, y castaño oscuro, no gris. Y en lugar de su habitual vestido de duquesa, de cuello alto, llevaba uno ceñido, de color melocotón y con un bonito escote que le marcaba la cintura, y tacones altos.

—Estás estupenda —alabé.

Me sonrió.

—Gracias. Fue… Bueno, lo que dijiste el año pasado en la reunión de Magda. Y luego, después de la fiesta de Talitha, pensé… y Talitha me dijo dónde arreglarme el pelo y… me puse un poco de bótox. Pero no se lo digas a Cosmo. Y, dime, ¿qué tal te va con tu jovencito? Acabo de estar sentada al lado de uno en un almuerzo benéfico. Es maravilloso flirtear un poco, ¿no?

¿Qué podía decir? Contarle que me había dejado por ser demasiado mayor sería como decirles a las tropas que ocupaban las trincheras en la primera guerra mundial que daba la impresión de que los alemanes iban ganando.

—Hay mucho que decir a favor de los jovencitos —aseguré—. Te veo genial.

Y se alejó con paso vacilante, entre risitas, y yo juraría que, a las dos de la tarde, un poco borracha.

Bueno, por lo menos ha salido algo bueno de todo esto, me dije. Y su bótox tenía buen aspecto, ¡así que puede que el mío también!

Viernes, 21 de junio de 2013

Consonantes que todavía puedo pronunciar: 0.

14.30. Ay, Dios mío, ay, Dios mío. A mi boca le pasa algo muy raro. Se me está hinchando toda por dentro.

14.35. Me acabo de mirar al espejo. Tengo los labios hacia fuera, la boca hinchada y como paralizada.

14.40. Acaban de llamar del colegio de Billy por lo de sus clases de fagot y no puedo hablar como es debido. No puedo pronunciar bien las pes, ni las bes, ni las efes. ¿Qué voy a hacer? Estaré así los tres próximos meses.

14.50. He empezado a babear. No soy capaz de controlar la boca, así que se me cae la baba por las comisuras como si fuera —irónicamente, teniendo en cuenta que el objetivo era parecer más joven— la víctima de un derrame cerebral en una residencia de ancianos. Tengo que limpiármela una y otra vez con un pañuelo de papel.

14.55. He llamado a Talitha y he intentado expbflicárselo.

«Pues no tendría por qué estar así. Deberías volver. Seguro que ha pasado algo. Probablemente sea una reacción alérgica. Se te pasará.»

15.15. Tengo que ir a buscar a los niños al colegio. Pero no pasará nada. Tan sólo me taparé la boca con un fular. La gente no se fija en partes concretas de los demás, se queda con el todo.

15.30. He logrado recoger a Mabel con el fular enrollado en la boca como el Jinete Enmascarado. En el coche me he quitado el fular, agradecida, y he vuelto la cabeza para realizar el complejo movimiento de torsión habitual para abrochar el cinturón de seguridad. Al menos Mabel no se ha dado cuenta, mastica feliz y contenta su merienda.

15.45. Puf, el tráfico es horroroso. ¿Por qué la gente conduce esos monovolúmenes enormes por Londres? Cuando se suben a uno, se creen que van conduciendo un tanque y que todo el mundo tiene que apartarse de…

—¿Mami?

—Sí, Mabel.

Tienez la boca muy rara.

—Ah —he contestado evitando con éxito las consonantes.

—¿Por qué tienez la boca tan rara?

He tratado de decir «porque», pero me ha salido una especie de bufido:

Pforque he…

—Mami, ¿por qué hablaz raro?

—No pfasa nada, Bfafell. Es sólo que tengo la pfoca un pfoco mal.

—¿Qué haz dicho, mami?

—Nada, nada, hija —he conseguido decir. ¡Genial! Si me limito a usar vocales y consonantes guturales y sibilantes todo va estubpfendamente.

16.00. Al llegar a primaria, he vuelto a taparme la boca con el pañuelo y he cogido de la manita a una preocupada Mabel. Billy estaba jugando al fútbol. He intentado gritar, pero ¿cómo iba a decir «Bfilly»?

—Eh —he probado—, ¡Illy!

Billy ha alzado la vista un instante, pero ha seguido jugando al fútbol.

—¡Illy!

¿Cómo iba a sacarlo del campo? Se lo estaban pasando muy bien correteando por allí, pero sólo me quedaban cinco minutos, había dejado el coche en zona de carga y descarga.

—¡ILLYYYYYYY! —he chillado.

—¿Va todo bien? —Me he dado la vuelta. Era el señor Wallaker—. ¿Y esa bufanda? ¿Tiene frío? A mí no me parece que haga mucho frío —ha observado, y se ha frotado las manos como para comprobar la temperatura general. Llevaba una camisa azul, como las de los hombres de negocios, que dejaba traslucir su cuerpo esbelto, irritantemente en forma.

—Bbdentista.

—¿Cómo dice?

Me he quitado el pañuelo deprisa, he repetido «bbdentista» y me he puesto el pañuelo otra vez. Me ha mirado con cierta guasa.

—Mami tiene la boca rara —le ha informado Mabel.

—Pobrecita mami —ha dicho el señor Wallaker, y se ha agachado frente a Mabel—. ¿Qué les pasa a tus zapatos? ¿Te los has puesto en el pie equivocado?

Ay, Dios. Estaba tan preocupada con el trauma del bótox que no me he dado cuenta de que el señor Wallaker se los estaba cambiando con maña.

—Billy no quiere venir —le ha dicho la niña con su voz grave, áspera, y mirándolo con seriedad.

—¿En serio? —El señor Wallaker se ha puesto en pie—. ¡Billy! —ha exclamado con autoridad.

Billy se ha vuelto hacia él sobresaltado.

El señor Wallaker le ha hecho un gesto con la cabeza y Billy se ha acercado obedientemente a nosotros.

—Tu madre te estaba esperando, y lo sabías. La próxima vez que tu madre te esté esperando sube inmediatamente, ¿entendido?

—Sí, señor Wallaker.

Después se ha vuelto hacia mí.

—¿Se encuentra bien?

De pronto, ¡horror!, he notado que se me saltaban las lágrimas.

—Billy, Mabel, vuestra madre ha ido al dentista y no se encuentra bien. Así que quiero que os comportéis como una señorita y un caballero y seáis buenos con ella.

—Sí, señor Wallaker —han respondido como autómatas, y han extendido la mano para dármela.

—Muy bien. Y, señora Darcy…

—Sí, señor Wallaker.

—Yo en su lugar no volvería a hacerlo. Estaba usted perfecta.

Cuando hemos llegado a nuestra calle, me he dado cuenta de pronto de que había conducido como una autómata y había ido todo el camino sin enterarme de nada.

—¿Mami?

—¿Sí? —he contestado sin dejar de pensar «Lo saben, lo saben, pisamos un terreno muy poco sólido, y su madre es una cougar fracasada e idiota que se inyecta bótox, y va a estrellar el coche, y no sabe ni lo que hace, ni lo que se supone que debe hacer, ni cómo se supone que tiene que hacerlo, y los servicios sociales van a llevarse a los niños, y…».

—¿Los dinosaurios tienen la sangre fría?

—Sí. Ubf, ¿no? —he contestado mientras buscaba aparcamiento. ¿Es fría?—. A fver, ¿qué son? ¿Son rebftiles o como los delpfines?

—Mami, ¿cuánto tiempo vas a estar hablando así?

—¿Podemos comer espaguetis a la boloñesa? —ha querido saber Mabel.

—Sí —he respondido tras aparcar delante de casa.

Cuando hemos entrado, la casa estaba calentita y acogedora, y no he tardado en tener los espaguetis a la boloñesa (del supermercado, listos para calentar y posiblemente con carne de caballo, pero qué se le va a hacer) burbujeando al fuego. Los niños estaban en el sofá viendo esos irritantes dibujos animados estadounidenses en los que los actores hablan con voz chillona y nerviosa, pero estaban tan monos… He dejado los espaguetis con carne de caballo, me he sentado con ellos, los he abrazado con fuerza y he hundido mi cara entumecida en sus cabezas despeinadas y sus cuellos suaves. He sentido sus corazoncitos latir contra el mío y he pensado en lo afortunada que soy por tenerlos.

Al cabo de un rato Billy ha levantado la cabeza.

—Mami —ha dicho con suavidad, la mirada ausente.

—¿Mmm? —he contestado con el corazón rebosante de amor.

—Los espaguetis están ardiendo.

Vaya por Dios. Me había dejado los espaguetis en la cazuela, con las partes secas sobresaliendo en un ángulo cerrado, con la intención de sumergirlos por completo cuando el otro extremo se hubiera ablandado. Pero, no sé cómo, se habían doblado hacia fuera y habían echado a arder.

—Voy por el extinguidor —ha dicho Mabel tranquilamente, como si aquello pasara todos los días. Lo cual, naturalmente, no es así.

—¡Noo! —he exclamado desquiciada al tiempo que cogía un paño de cocina y lo tiraba sobre la cazuela. Entonces, el paño también se ha prendido y ha saltado la alarma contra incendios.

De repente, me han caído unas gotas de agua fría. Al volver la cabeza, he visto que Billy estaba vertiendo una jarra de agua fría sobre la cazuela. Ha apagado las llamas dejando un caos humeante, pero sin fuego, en la cocina. Sonreía encantado.

—¿Nos los podemos comer ahora?

Mabel también parecía entusiasmada.

—¿Podemoz toztar nubez de azúcar?

De modo que —después de que Billy desactivara la alarma— hemos acabado tostando nubefs. Al fuego. En la cocina. Y ha sido una de nuestras mejores tardes.