MIERDA DE DÍA DE LAS COMPETICIONES

Viernes, 14 de junio de 2013

61 kg (maldita empanada de pollo, más el baño de huevo); unidades de alcohol: 7 (contando ayer por la noche); resacas: de aúpa; temperatura: 32 grados; pimientos cortados: 12; bolitas de melón consumidas: 35; arrugas aparecidas en el transcurso del día: 45; número de veces que he utilizado la palabra mierda en mensajes a Roxster: 9 (nada digno).

Me he despertado con la primera luz de la mañana, con la sensación de que todo iba bien, pero de repente he vislumbrado la punta del iceberg del tremendo desastre de ayer por la noche.

El timbre sonó a las 22.00, momento en el que me eché perfume y abrí la puerta con poco más que una camisa blanca encima. Roxster dijo «Mmm, qué guapa estás», y empezó a besarme mientras bajábamos la escalera. Nos comimos la empanada de pollo y nos terminamos la botella de vino tinto que había traído. Me dijo que me sentara en el sofá a relajarme mientras él fregaba. Estuve observándolo, pensando en lo agradable que era todo, pero aun así preguntándome vagamente por qué y cómo se las había arreglado para comerse un curry y después una empanada de pollo sin sentirse como si se hubiera zampado un cervatillo ni dar la impresión de haberlo hecho. Luego se acercó y se arrodilló a mis pies.

—Tengo algo que decirte —anunció.

—¿Qué? —pregunté sonriéndole adormilada.

—Nunca le he dicho esto a ninguna mujer. Me gustas mucho, Jonesey. De veras, me gustas muchísimo.

—Ah —contesté mirándolo con cierta expresión de loca, con un ojo cerrado y el otro abierto.

—Y de no ser por la diferencia de edad —continuó—, estaría sobre una rodilla. De veras. Eres la mejor mujer que he conocido en mi vida y me ha encantado cada uno de los minutos que hemos pasado juntos. Pero para ti es distinto, porque tienes a los niños, y yo no tengo la vida resuelta. Esto no va a ninguna parte. La verdad es que necesito conocer a alguien de mi edad, y no podré hacerlo a menos que sea capaz de hacerlo. ¿Entiendes más o menos lo que estoy diciendo?

Puede que si no hubiera estado tan cansada hubiese intentado hablarlo como Dios manda, pero más bien activé el modo joven exploradora y le solté una charla jovial sobre, naturalmente, la razón que tenía. Debía encontrar a alguien de su edad. Pero había sido maravilloso para los dos, y ambos habíamos aprendido y crecido mucho.

Roxster me miraba con cara de preocupación.

—Pero ¿podemos seguir siendo amigos? —quiso saber.

—Por supuesto —repuse alegremente.

—¿Crees que podremos vernos sin arrancarnos la ropa?

—¡Por supuesto! —le aseguré como si nada—. Pero, bueno, será mejor que me vaya a la cama. Mañana es el día de las competiciones.

Lo acompañé a la puerta con una sonrisa imperturbable, alegre, y después, en vez de hacer lo más sensato y mandarle un mensaje a Rebecca para que viniera a verme, o llamar a Talitha, o a Tom, o a Jude, o al que fuera, daba lo mismo, me metí en la cama y estuve llorando dos horas, hasta que me quedé dormida. Y, ahora, ¡ay, mierda!, son las seis de la mañana, los niños estarán en pie dentro de una hora y tengo que llevar la verdura troceada y a ellos dos al día de las competiciones deportivas, con media botella de vino tinto en el cuerpo y habiendo dormido cuatro horas. Y, para colmo, ahora hace un calor extrañamente abrasador.

18.00. Conseguí meter a tiempo a los niños y todo lo demás en el coche, llegar al campo de deportes, y sacarlos a todos y todo del coche fingiendo que era una mezcla entre un soldado en guerra y el Dalái Lama. Billy y Mabel se habían olvidado por completo del trauma del día del padre y estaban como unas auténticas castañuelas. Salieron corriendo nada más llegar para irse con sus amigos, así que por suerte también se olvidaron de su madre y su bajón.

Por desgracia, sin embargo, mientras extendíamos las mantas de picnic y la verdura troceada, a la susodicha madre de bajón le sobrevino de pronto una rabia nada zen contra Roxster por ser el responsable de aquel bajón y le envió un mensaje virulento, el que sigue:

<Roxster. Fue manipulador y egoísta hacer las cosas como las hiciste anoche, después de la mierda de fingir que te casabas conmigo y de comerte mi empanada de pollo DORADA, así que puedes meterte tu mierda de empanada de pollo y tu mierda de desayuno inglés completo y tu curry por el culo y después irte a la mierda.>

Paré un instante para servirles cortésmente un poco de mi gigantesca botella de Pimm’s a Farzia y a las otras madres.

<Ahora mismo no tienes a ninguna persona de mierda en quien pensar excepto en la MIERDA de tu propia persona, y lo único que puedo decir es que cuando tengas un hijo con alguna… alguna «Saffron» que probablemente no pueda permitirse canguros justo cuando las necesite, te llevarás una pequeña sorpresa. Y si recibir una bronca por mensaje te hace sentir mal, pues muy bien. Porque así es como me siento, y estoy en la MIERDA DE DÍA DE LAS COMPETICIONES.>

Después volví con el grupo para hacer comentarios halagadores sobre el delicioso picnic antes de centrarme de nuevo en mi mensaje disculpándome con una sonrisa que sugería que era una mujer de negocios muy ocupada e importante, y no que estaba mandándole mensajes de mierda a un toy boy que me había dejado sin lugar a dudas por ser demasiado mayor.

El teléfono vibró.

Roxster: <En mi defensa he de decir que anoche no hice ninguna mierda, tipo tirarme un pedo, a pesar de que me había comido un curry.>

Yo: <Bueno, pues yo te mando la MAYOR de las MIERDAS EXTRA APESTOSAS, recién salida de mi culo el día de las competiciones deportivas, así que prepárate.>

Les eché un vistazo rápido a los niños —Billy corría como un loco con un grupo de niños y Mabel y otra niña pequeña estaban tan contentas diciéndose maldades de manera críptica— y luego volví al intercambio de mensajes.

Roxster: <¿Cómo se hace una mierda extra apestosa? ¿Comiéndose una chirivía deprisa?>

Yo: <Pasando la noche con un PUTO MIERDA.>

Roxster: <Pues yo te envío una mierda en un taxi, le he dicho que la lleve al campo de deportes de primaria.>

Yo: <Sí, bueno, probablemente venga volando con la potencia de tu culo.>

—¿Disfrutando de las actividades deportivas?

Era el señor Wallaker, que sin duda miraba mi iPhone con desdén. Yo estaba intentando levantarme, lo cual, dado que había permanecido de rodillas demasiado tiempo, hizo que acabara cayéndome a cuatro patas justo cuando sonaba la pistola que marcaba el inicio de la primera carrera.

En aquella décima de segundo, vi que el señor Wallaker se quedaba helado y se llevaba la mano rápidamente a la cadera, como si buscara un arma. Me di cuenta de que su poderoso cuerpo se tensaba bajo la camiseta de deporte, de que la musculatura de su cara se ponía en movimiento, de que reconocía con los ojos los campos de juego. Cuando los corredores, con su huevo y su cuchara, salieron tambaleándose de los tacos de salida, él puso cara de sorpresa, como si volviera a tomar conciencia de su persona, y luego miró a su alrededor avergonzado para ver si alguien se había percatado.

—¿Va todo bien? —pregunté enarcando una ceja en un intento de imitar la altanería que se gastaba él. Es posible que no acabara de salirme, puesto que seguía a cuatro patas.

—Sí, claro —respondió con los fríos ojos azules clavados, impertérritos, en los míos—. Es sólo un problemilla que tengo con las… cucharas.

A continuación dio media vuelta y salió trotando hacia la línea de meta de los huevos y las cucharas. Me quedé mirándolo. ¿Qué había sido aquello? ¿Deliraba, insatisfecho con su vida prosaica y lleno de fantasías a lo Bond? ¿O quizá era la clase de persona que se disfraza de Oliver Cromwell y finge librar batallas los fines de semana?

Con el comienzo de las pruebas, me guardé el iPhone y empecé a centrarme.

—Vamos, Mabel —dije—. Es el salto de longitud de Billy.

Cuando midieron el salto de Billy, se oyó una ovación y él pegó un salto.

—Te lo dije, coño —espetó Mabel.

—¿Qué? —pregunté.

—Que hacen medición con metro en el quintatlón.

—Sí, es una disciplina atlética cada vez más popular.

Era el señor Wallaker y, tambaleándose detrás de él, una mujer rara, como fuera de lugar, a la que yo no había visto nunca.

—¿Podría tomar un sorbito de Pimm’s?

Llevaba un vestido de croché blanco, con pinta de caro, y unos zapatos de tacón alto con cosas doradas. En la cara tenía esa expresión ligeramente peculiar que luce la gente que se ha hecho algo en ella y que obviamente está bien cuando se miran al espejo, pero que queda raro en cuanto mueven la cara.

—¿Pimm’s —le dijo al señor Wallaker—, querido?

«¿QUERIDO?» ¿Acaso era aquélla la MUJER del señor Wallaker? ¿Cómo era posible?

El profesor de Educación Física parecía desconcertado, algo muy poco propio de él.

—Bridget, ésta es… ésta es Sarah. No se preocupe, yo me ocupo del Pimm’s, usted vaya a ver a Billy —dijo en voz baja.

—Vamos, Mabel —dije.

Entretanto, Billy vino corriendo a nuestro encuentro como un cachorro eufórico, con partes de la camiseta y la banda al viento, y al llegar enterró la cabeza en mi vestido.

Cuando empezamos a recogerlo todo antes de la entrega de premios, la rara y ebria esposa del señor Wallaker volvió a acercarse a nosotros con paso vacilante.

—¿Podría tomar un poquito más de Pimm’s? —pidió arrastrando las palabras. Empecé a pensar que me caía bien, la verdad. Siempre es agradable conocer a alguien que se comporta peor que uno mismo. Pero después, mirándome con ojos de sorpresa, añadió:

—Gracias. No es muy habitual conocer a alguien de su edad que aún tenga una cara real.

¿Alguien que aún tenga una cara real? Durante la entrega de premios no pude evitar repetir la frase. ¿Alguien de su edad que aún tenga una cara real? ¿A qué se refería? ¿A que osaba andar por ahí sin ponerme bótox? Ay, Dios, ay, Dios. Puede que Talitha tuviera razón. Moriría de soledad por tener tantas arrugas. No era de extrañar que Roxster me hubiera dejado.

En cuanto acabó la entrega de premios y Billy y Mabel se fueron con sus amigos; me metí en el vestuario para recobrar la compostura, pero me detuve espantada, consternada, ante un póster que había en el tablón de anuncios:

Y otro:

CLUB PARA MAYORES DE 50

Todos los lunes de 9.30 a 12.30

Bingo

Refrescos

Sorteos

Excursiones en autocar

Comida de Navidad

Merienda y baile

Asesoramiento y apoyo

Tras apuntar con disimulo el número de «Asesoramiento y apoyo» en el iPhone, me metí en el aseo de señoras y me inspeccioné bajo la luz cruda, implacable, de una bombilla pelada. La mujer del señor Wallaker tenía razón: la piel que me rodeaba los ojos se estaba convirtiendo, incluso mientras miraba, en un amasijo de arrugas; tenía la barbilla y los mofletes caídos; mi cuello era como el de un pavo; de la boca a la barbilla me corrían líneas de marioneta a lo Angela Merkel. Mientras me estudiaba, casi pude ver que el pelo se me convertía en una estricta permanente gris. Finalmente había sucedido: era una anciana.