Jueves, 18 de abril de 2013
12.30. Sala de reuniones de Greenlight. Ay Dios. El ambiente estaba tenso cuando he entrado. Todo el mundo estaba hablando entre sí y de repente se ha callado.
—Bridget, hola. Pasa, siéntate —me ha saludado Imogen—. Gracias por las páginas, hay algunas cosas muy buenas.
(Después he llegado a la conclusión de que «hay algunas cosas muy buenas» significa «menuda basura».)
Se respiraba un aire de hastío, monótono, mustio, bastante distinto al entusiasmo de la semana pasada. He sentido la necesidad imperiosa de rascarme la cabeza.
—¿Por qué iba a ser buena idea un viaje por carretera cuando a esta gente le gustan los yates? —me ha espetado George.
—Eso es exactamente lo que pensaba yo —me he apresurado a decir al tiempo que me rascaba la cabeza como para ilustrar el dilema, aunque en realidad era para aplacar unos picores horribles—. Si Hedda va a volver y va a desilusionarse con su yate nuevo, ¿cómo es que se ha ido de luna de miel en él?
—Sí, pero no es preciso que hagan un viaje en coche, podrían ir a… a…
Me ha vibrado el móvil. Talitha:
<En el sitio donde me ponen las extensiones se niegan a quitármelas porque no quieren que se les llene el salón de piojos.>
—¡Las Vegas! —ha exclamado Damian ansioso.
—A Las Vegas no —ha negado George con desdén—. La gente se casa en Las Vegas, no va de luna de miel a Las Vegas.
—¿Y Costa Rica? —ha propuesto nuevamente Damian.
Otro mensaje:
Era Tom:
<¿Los piojos son ladillas?>
—O a la Riviera Maya —ha apuntado Imogen.
—A México no. Hay secuestros —ha objetado George.
—¿Acaso importa? —he intervenido procurando no pensar en las espeluznantes implicaciones del mensaje de Tom—. Porque lo cierto es que no vamos a verlos durante la luna de miel, tan sólo a su vuelta.
Todos se me han quedado mirando como si fuese una idea original, de lo más brillante.
—Tiene razón —ha admitido George—. No hace falta que veamos la luna de miel.
De repente, he tenido la descorazonadora sensación de que a George no le interesa tanto la calidad de lo que escribo como los exteriores del rodaje. Me ha parecido que debía responder deprisa a Tom para tranquilizarlo con lo de las ladillas y los piojos, aunque no tenía una respuesta segura. Al mismo tiempo, he intuido que tenía que aprovechar la ventaja y asumir el control de la reunión.
—A ver —he empezado con lo que ya sabía que iba a ser una voz irritante, de maestra de colegio; a la vez me rascaba la cabeza y caía presa de un miedo cerval a que la razón por la que Roxster no me había mandado ningún mensaje fuera que él también tenía piojos, o tal vez incluso…—, creo que lo del yate es una gran idea —les he asegurado con falso entusiasmo—, pero plantea algunos problemas en la adaptación. Es importante que no olvidemos que Los piojos en su pelo es…
—¿Los piojos en su pelo? —ha repetido Imogen llevándose súbitamente la mano a la cabeza.
—Quería decir Las hojas en su pelo —he rectificado deprisa.
Damian también ha empezado a rascarse la cabeza, y George, que es calvo, nos miraba como si estuviésemos chiflados. El móvil ha vibrado. ¡Roxster! No, otra vez Tom.
<¿Podrían los piojos convertirse en ladillas? Me refiero a si… bajan.>
—Lo importante es —he continuado— que es importante que no perdamos lo más importante… Mirad —he añadido con solemnidad al tiempo que abría el portátil—, he tomado algunas notas sobre los temas más importantes.
Todos se han acercado para ver la pantalla, aunque se han mantenido a cierta distancia de mi cabeza. Justo cuando, para llenar el incómodo silencio que se ha formado en la sala mientras arrancaba el ordenador, he añadido: «Veréis, creo que ésta es una obra fundamentalmente feminista», la pantalla se ha abierto con la página rosa y lila de Princess Bride Dress-Up, un juego para ayudar a una princesa a elegir el vestido de novia…
¡Ahhh! ¿Cómo se había metido Mabel en mi portátil?
Me he puesto a darles a las teclas para intentar encontrar las notas, pero George ha dicho con impaciencia:
—Bueno, mientras tú buscas eso, ¿por qué no nos vamos nosotros a leer las páginas y pedimos algo de comer?
—¿A leer las páginas? —he repetido sin dar crédito—. Pero ¿es que no las habéis leído?
Porque hacía un minuto habíamos estado hablando de aquellas páginas. ¿QUÉ sentido tenía que me hubiera pasado toda la noche en vela bebiendo Red Bull y mascando Nicorette si ellos ni siquiera se habían leído las páginas y…?
—Te vemos después de comer.
Eso ha sido lo que George me ha dado por toda respuesta, y ahora todos se han marchado de la sala de juntas.
13.01. Puf. Bueno, así al menos podré rascarme la cabeza a gusto y buscar en Google «ladillas y piojos». E intentar reconciliarme emocionalmente con el hecho de que los bichos han acabado por apartar a Roxster irremediablemente de mí.
13.15. Acababa de teclear «¿Son los piojos ladillas?» en Ask.com y estaba leyendo:
Los piojos y las ladillas, también llamadas piojos púbicos, son dos cosas distintas. Los piojos (que por lo general se encuentran en la cabeza) tienen el cuerpo más alargado y delgado que los piojos púbicos, cuyo cuerpo es más grande y robusto.
Los piojos viven únicamente en la cabeza y no pueden vivir en el pubis.
Las ladillas viven en el pubis.
Además existe una tercera clase de piojos que viven en otras zonas velludas del…
… cuando la ayudante de George se me ha acercado por la espalda con una carta para pedir comida antes de que pudiera volver a la pantalla de Princess Bride Dress-Up.
He cerrado el portátil, he pedido una ensalada de pollo tailandesa y, una vez se ha marchado la chica —posiblemente a contarle a la empresa entera que tengo ladillas—, le he pasado por mail el enlace sobre los piojos y las ladillas a Tom.
13.30. No ha vuelto nadie. Empiezo a asustarme, porque hoy me toca ir a buscar a los niños al colegio. A ver, creo que era razonable pensar que una reunión para tratar diez páginas no duraría tantísimo. Uuy, un mensaje. ¿Roxster?
Era Tom:
<Gracias por el enlace. Pero nada de esto me está siendo de ayuda.>
¡Ahhh! Vuelven George, y Damian, e Imogen.
14.45. La reunión ha terminado y sólo dispongo de unos segundos para llegar a preescolar antes de las 15.15. Menos mal que todo ha sido un poco más positivo después de que se leyeran las páginas y comieran algo (¡vamos, exactamente lo mismo que les pasa a Billy y a Mabel!), salvo por el hecho de que quieren que reescriba todo lo que ya he reescrito —porque el humor «brilla por su ausencia»— y lo único que George quiere dejar como está es el absurdo final del buceo a lo Sólo para sus ojos.
Naturalmente, cuando volvieron de comer yo aún no tenía las notas feministas en la pantalla. Cuando se colocaron a mi alrededor lo que vieron fue:
Los piojos y las ladillas, también llamadas piojos púbicos, son dos cosas distintas…
Creo que me las arreglé para cerrarlo antes de que lo leyeran, aunque es posible que viesen las imágenes de las dos clases de bichejo.
El debate que se planteó a continuación se vio salpicado de mensajes de Talitha, que, cómo no, había encontrado una despiojadora de famosos en Notting Hill de inmediato y me iba informando paso a paso:
<Todavía no ha encontrado ninguno.>
<Ay, Dios, tengo piojos, aunque con las 130 libras que cobra por limpiarme la cabeza no sé si creerla.>
No le pedí a Talitha que dejara de mandarme mensajes por educación, ya que me sentía culpable y era evidente que tenía que apoyarla.
Los mensajes de Talitha fueron empeorando cada vez más:
<La despiojadora de famosos no me garantiza que tenga la cabeza limpia porque los bichos podrían haber anidado en las uniones de las extensiones.>
<¿Qué voy a hacer con el pelo? ¡Tengo que salir en televisión! Ni siquiera puedo permitir que las chicas del programa me «retoquen» el peinado. Además, ¿y si ahora Sergei tiene piojos?>
<El salón se niega a quitarme las extensiones debido a los piojos, así que la única solución es que me las quite yo sola con un frasco de aceite para extensiones.>
Talitha debe de estar de los nervios, porque, por regla general, nunca hace nada que te haga sentir culpable. Le he destrozado la vida y la carrera a Talitha. Y el carácter.
Pensé que lo menos que podía hacer era ofrecerme a quitárselas si se pasaba por casa.
Entonces a Talitha se le ocurrió el «brillante» plan de que mañana vayamos todos a la despiojadora de famosos. <De ese modo tendrás una cosa menos de la que preocuparte. E iremos todos juntos. Será divertido.>
23.00. Una tarde genial quitándole las extensiones del pelo a Talitha. Ha sido todo un reto, ya que había que frotar los puntos de pegamento con aceite, retirarlos y después mirar a ver si había piojos. Ha sido un poco como lo de Anne Hathaway muriendo de un mal corte de pelo en Los Miserables, sólo que con más quejas y llanto. Lo cierto es que no hemos encontrado ningún piojo, puesto que la despiojadora de famosos había acabado con todos, pero sí hemos visto un montón de puntos oscuros en el pegamento.
Lo peor es que volver a poner las extensiones costará cientos de libras.
—Todo esto es culpa mía. Te las pagaré yo —le he asegurado.
—Vamos, no seas ridícula, cari —ha dicho Talitha—. Ésa no es la cuestión. La cuestión es que no puedo ponérmelas hasta dentro de una semana por si se nos ha pasado alguno, porque el ciclo de los piojos dura una semana. ¿Qué voy a hacer? —De pronto ha parecido desanimarse, al verse con su verdadero pelo embadurnado de aceite—. Madre mía, si parece que tengo cien años. ¿Qué dirá Sergei? Y tengo que salir en televisión. Cari, esto es lo que siempre he temido que pudiera pasar. Me quedaré atrapada en una isla desierta donde no haya nadie que te ponga extensiones, ni bótox, y adiós a todo mi artificio.
Procurando no pensar en mi teoría de las pelucas del siglo XVIII, le he señalado que era muy poco probable que pasara algo así —nadie está en su mejor momento con el pelo todo embadurnado de aceite para extensiones y antipiojos—, y le he lavado y secado el pelo. La verdad es que estaba muy mona, toda esponjada, como un pollito.
—Vamos a ver, lo que hacen los famosos es cambiar constantemente de look —he afirmado para animarla—. Mira a Lady Gaga. Mira a Jessie J. Podrías ponerte… ¡una peluca rosa!
—Yo no soy Jessie J —ha contestado Talitha.
Y Mabel, que nos había estado observando con aire de gravedad, ha soltado:
—Money, Money! Berbling, berbling!
Y nos ha mirado con aire expectante, como si fuéramos a decir: «No, TÚ eres Jessie J.» Después, alicaída, ha preguntado en voz baja:
—¿Por qué eztá tan trizte Talitha?
Talitha nos ha mirado a las dos.
—No pasa nada, caris —ha asegurado como si las dos tuviéramos cinco años—. Iré a que me pongan unos clip en Harrods y listo. Seguro que después me vienen bien. Siempre que no tengan piojos.
23.30. Talitha acaba de escribirme:
<A Sergei le encanta mi pelo natural. Se ha puesto supercachondo. Uf, y yo que siempre había pensado que me odiaría si nos quedábamos atrapados en una isla desierta y veía mi verdadero yo.>
Es un comentario realmente elegante, porque elimina por completo cualquier sentimiento inductor de culpa pasivo-agresivo, y hasta da a entender que le he hecho un favor.
Ciertamente, Talitha es un ser humano elegante. Tiene una teoría sobre la gente que se encuentra en un «estado primitivo», es decir, que no sabe comportarse.
Además estoy segura de que si Talitha pensase que es culpa mía, es decir, que la abracé y me arrimé a ella a propósito, sabiendo que podía tener piojos y sin decirle que sabía que podía tener piojos, me lo habría dicho a la cara.
Tom me ha mandado un mensaje:
<Está claro que los piojos no son ladillas, por lo visto no tenemos ninguna de las dos cosas, y a Arkis le parece divertido: una experiencia que une.>
Sábado, 27 de abril de 2013
Piojos y liendres extraídos: 32; libras aflojadas por piojo muerto: 8,59.
Ir a ver a la despiojadora ha sido, en palabras de Billy, «superdivertido», y todo el mundo se lo ha pasado en grande. Un equipo atento, enteramente vestido de blanco, nos ha pasado a todos una aspiradora por el pelo, nos ha dicho que no había nada y después nos lo ha secado a conciencia con un secador muy caliente. Ha sido «súper divertido»… hasta que ha llegado la factura: 275 libras. Por ese dinero podríamos habernos ido todos a Eurodisney (después de haber buscado oportunamente en Google).
—¿Cómo funciona esto exactamente? —me he interesado—. ¿No podría hacerlo en casa usando el aspirador de mano y el secador con un buen chorro de aire muy caliente?
—Uy, no —ha respondido con ligereza la despiojadora de famosos—. Se trata de un diseño muy especial. La aspiradora viene de Atlanta, y el destructor de calor está fabricado en Río de Janeiro.