EL PENE DEL PERCEBE

Sábado, 26 de enero de 2013 (continuación)

Cuando llegamos, a las 12.59, vimos que St. Oswald’s House había sido convertido en algo a medio camino entre la visita a un piso piloto y una ceremonia para plantar árboles con participación de la realeza. Había banderas blancas y rojas de Thornton Gracious Living por todas partes, globos rojos, copas de vino blanco y chicas con austeros trajes del tipo Empleado del Mes sosteniendo portapapeles y mirando esperanzadas a su alrededor en busca de gente nueva a la que pudiera gustarle la diversión y padeciese una ligera incontinencia.

Me dirigí a toda prisa, como me indicaron, hacia un lateral de la casa, y cuando llegué al jardín de estilo italiano vi que la ceremonia ya había empezado. Nick o Phil se dirigía por megafonía a una pandilla de abuelos que llevaban puestos cascos de pega. Le di a Mabel la cestita de bombones con forma de corazón que habíamos llevado, y en el acto se le cayó al suelo de gravilla. Se produjo un momento de calma y después a) Billy pisó los bombones; b) Mabel prorrumpió en unos sollozos tan desconsolados y sonoros que Nick o Phil dejó de hablar y todo el mundo volvió la cabeza; c) Billy prorrumpió asimismo en desconsolados sollozos; d) mi madre y Una vinieron hechas una furia hacia nosotros, ambas luciendo unos cardados demenciales y con conjuntos de vestido y abrigo de color pastel, como la madre de Kate Middleton; e) Mabel intentó coger los corazones de chocolate, pero me conmovió de tal modo verla así de angustiada y humillada que la cogí en brazos como la Virgen María y luego caí en la cuenta, demasiado tarde, de que varios de los pegotes de chocolate se habían quedado estrujados entre el modelito rojo y blanco a lo Shirley Temple de Mabel y mi abrigo de color pastel de J. Crew a lo Grace Kelly.

—No pasa nada —susurré mientras Mabel, con el cuerpecillo regordete tembloroso, sollozaba—. Los corazones sólo eran para presumir, lo que importa eres tú.

En ese momento llegó mi madre y espetó:

—Santo cielo, ya la cojo YO.

—Es que… —empecé, pero fue demasiado tarde: ahora el abrigo azul celeste a lo madre de Kate Middleton de mi madre también estaba manchado de chocolate.

—¡Virgen santísima! —exclamó al tiempo que dejaba a Mabel en el suelo con rabia, tras lo cual la niña prorrumpió en unos sollozos más sonoros aún y, toda embadurnada de chocolate, se agarró a mis pantalones de color crema.

Entonces Billy empezó a gritar:

—¡Me quiero ir a casaaa​aaaaa​aaaaa​aaaaa​aaaaa​aaaa!

Me sonó el móvil: ¡Roxster!

<Jonesey, estoy en el Museo de Historia Natural. ¿Sabías que, con relación a su cuerpo, el percebe es el animal que tiene el pene más grande de todas las criaturas de la naturaleza?>

El susto hizo que se me cayera el móvil, que estuvo a punto de darle en la cabeza a Mabel. Mi madre se agachó para cogerlo.

—¿Qué es esto? —preguntó—. Qué mensaje más peculiar.

—Nada, nada —farfullé mientras me lanzaba a por el teléfono—. Sólo es… ¡¡el pescadero!!

De fondo, el discurso de Nick o Phil iba in crescendo y llegó a su punto culminante al grito de «¡Fuera cascos!», coreado por el grupo de residentes ancianos que lanzaron sus cascos al aire. Billy empezó a llorar con más ganas mientras se lamentaba diciendo: «Yo quería hacer lo de cascos fuera», Mabel soltó un «Coño» y, a continuación, Billy, furioso debido a la tensión, algo que yo entendía perfectamente, se volvió hacia mí y soltó: «Todo es culpa tuya. ¡Voy a matarte!»

Antes de que supiera lo que estaba ocurriendo, también yo liberé la tensión como una olla exprés y chillé:

—¡Antes te mato yo a ti!

—¡Bridget! —terció mi madre con ira sorda.

—Ha empezado él —argüí.

—No es verdad. Has empezado tú al llegar tarde —repuso Billy.

Todo aquello era una pesadilla, una auténtica mierda. Pero no hubo respiro. Nos fuimos todos al aseo de señoras, fuera del salón de actos, para limpiarnos, momento en que conseguí meterme en el cubículo y responder al mensaje de Roxster sobre el descomunal pene del percebe:

<¿En serio? ¡Vaya! ¿En qué estado?>

<Espera un momento, voy a ver si puedo ponerlo cachondo.>

Salimos del aseo de señoras con las manchas de chocolate extendidas y, por tanto, peor. Tuvimos un instante de tranquilidad cuando mi madre se fue a cambiarse y los niños se entretuvieron un rato con un payaso que hacía animales con globos. Era evidente que el payaso estaba aburrido, dado que Mabel y Billy eran los únicos nietos menores de treinta y cinco años, aparte de un par de bisnietos muy pequeños. Le conté a Roxster lo del payaso y los animales con globos y me contestó:

<¿Puedes pedirle que me haga uno de un percebe con una erección?>

Yo: <¿Tiene que ser a escala?>

Jiji. Lo bueno de los mensajes es que te permiten tener una relación emocional íntima, instantánea, que proporciona información en directo sobre la vida de uno sin llevarte apenas tiempo y sin necesidad de verse u organizarse, ni de ninguna de las complicaciones que se dan en el aburrido y viejo mundo no cibernético. Si no fuera por el sexo, sería perfectamente posible tener una relación en toda regla sin necesidad de verse en persona, más cercana y sana que muchos matrimonios tradicionales.

Puede que éste sea el futuro. El esperma simplemente se donará y se congelará a través de la web de contactos en la que os conocisteis. Claro que entonces, mmm, las mujeres acabarán haciendo lo mismo que yo, corriendo como locas de un niño que ha hecho algo desagradable y complicado en el cuarto de baño a otro que se ha quedado atascado entre la nevera y la puerta de la nevera. Puede que el futuro sean los ciberniños —algo así como esas mascotas japonesas, los Tamagochi, que te hacen concebir la ilusión de ser padre durante unos dos días, hasta que te aburres de ellas— combinados con peluches blanditos. Pero entonces la raza humana se extinguiría y… Uuy, otro mensaje de Roxster.

<Creo que a escala sería complicado. Pero me gustaría que usara un globo rosa, de color carne.>

Yo: <Los percebes no son rosa.>

Roxster: <Si le echas un vistazo al Megabalanus coccopoma, el percebe gigante, originario de la costa Oeste norteamericana, comprobarás que tiene un alegre tono rosa. Pero estoy seguro de que el payaso lo sabe de sobra.>

—Bridget, ¿sigues hablando con el pescadero? —Mi madre se había puesto otro modelo de abrigo y vestido como los de la madre de Kate Middleton, sólo que esta vez en rosa percebe gigante—. ¿Por qué no vas a Sainsbury’s? Tienen una selección de pescado impresionante. En cualquier caso, ¡vamos! ¿Sabías que Penny Husbands-Bosworth se ha casado? —siguió diciendo atropelladamente mientras me apartaba de los niños y los globos—. ¡Ashley Green! ¿Te acuerdas de Ashley? Cáncer de páncreas. Wyn apenas la había dejado tras la cortina del crematorio cuando Penny ya estaba llamando a la puerta de Ashley con un estofado de salchichas.

—No creo que sea buena idea dejar a…

—Estarán fenomenal, cariño, con sus globos. A lo que iba, Penny dice que deberíamos presentarte a Kenneth Garside. Él está solo, tú estás sola y…

—Madre —siseé mientras me llevaba a rastras hasta el salón de actos—. ¿Es ese hombre que se metía en los camarotes de todo el mundo cuando hicisteis el crucero?

—Bueno, sí, vale, cariño, pero la cuestión es que está claro que le tira MUCHO el sexo, así que necesita una mujer más joven, y…

—¡Mamá! —vociferé justo en el momento en que me entraba un mensaje de Roxster. Lo abrí. Mi madre me quitó el teléfono.

—Otra vez el pescadero —dijo ceñuda, y me enseñó el mensaje:

<Mide 6 metros cuando está flácido; 12, en erección.>

—¿Qué pescadero es éste? Anda, mira, ahí está Kenneth.

Kenneth Garside, ataviado con unos pantalones de pinzas grises y un suéter rosa, se acercó a nosotras haciendo un pasito de baile. Y durante un segundo podría haber sido el tío Geoffrey. El tío Geoffrey: el marido de Una, el mejor amigo de mi padre, con sus pantalones de pinzas, y sus jerséis de golf, y sus pasitos de baile, y sus: «¿Qué tal te va en el amor?», «¿Cuándo vamos a verte casada?»

Empecé a caer en una espiral de dolor al acordarme de mi padre y de lo que habría sacado en limpio de todo aquello. Después Kenneth Garside me sacó de ella exhibiendo una enorme dentadura postiza, blanquísima en medio de su cara anaranjada, y diciendo algo que me puso los pelos de punta:

—Hola, bella jovencita. Soy Ken69. Ahí van mi edad «oficial», mis gustos secretos y mi nombre en el perfil de contactos de internet. Pero puede que ya no me haga falta, ahora que te he conocido.

¡Qué asco!, pensé, y acto seguido me asustó mi propia hipocresía, ya que mi cerebro se lanzó a realizar complicados cálculos aritméticos que, ¡horror!, demostraron que la diferencia de edad entre Roxster y yo superaba en cuatro años a la que había entre la edad «oficial» de Kenneth Garside y la mía.

—Jajaja —se rió mi madre—. Uy, ahí está Pool. Voy a hablar un momentito con él para comentarle lo de los profiteroles —dijo, y se largó directa hacia un hombre vestido de cocinero y me dejó a mí con la deslumbrante dentadura postiza de Kenneth Garside, justo cuando Una, gracias a Dios, empezó a dar golpecitos con una cucharilla en una copa de vino.

—Señoras y caballeros, el pase de diapositivas del crucero está a punto de empezar.

—¿Me permites que te acompañe? —dijo Kenneth mientras me cogía del brazo y me llevaba pavoneándose hacia el salón de baile. Allí, varias hileras de ostentosas sillas de color crema con los bordes dorados se apiñaban delante de una pantalla gigantesca que mostraba la imagen del barco.

Cuando nos sentamos, Kenneth comentó:

—¿Qué tenemos en los pantalones?

Y empezó a frotarme la rodilla con el pañuelo en el momento en que Una se subía al escenario y comenzaba:

—Amigos, familia, este año el crucero de St. Oswald’s marcó el punto culminante de un año de por sí completo y pleno.

—Déjelo —le pedí entre dientes a Kenneth Garside.

—Ahora todo está informatizado —prosiguió Una—, así que me limitaré a ir hablando mientras ven el Macpase. Algunos de nosotros reviviremos el momento y otros soñarán.

La diapositiva del crucero dio paso a un mosaico de imágenes y, acto seguido, a un primer plano de mi madre y Una subiendo al barco y saludando.

—Los caballeros las prefieren rubias —dijo Una al micro al tiempo que, como telón de fondo, comenzaba a sonar la banda sonora de Marilyn Monroe y Jane Russell cantando Dos muchachitas de Little Rock. Siguió una imagen de mi madre y Una rindiendo un «homenaje» espantoso a Los caballeros las prefieren rubias: las dos tumbadas en una cama de matrimonio en el camarote, mirando coquetamente a la cámara, con una pierna levantada cada una.

—Madre del amor hermoso —dijo Kenneth.

De repente la banda sonora quedó enmascarada por una familiar sintonía electrónica y las diapositivas se vieron sustituidas por un estridente dibujo animado de un dragón que disparaba fuego contra un mago púrpura y tuerto. Me quedé de piedra al darme cuenta de que era Wizard 101. ¿Y si…? ¿Y si Billy se había metido en un ordenador y…? De pronto la página de Wizard 101 desapareció y en su lugar se vio la BANDEJA DE ENTRADA DE MI CORREO ELECTRÓNICO, que decía «Bienvenida, Bridget» y presentaba una lista de asuntos, el primero, de Tom, titulado: «Crucero pesadilla de St. Oswald’s House.» ¿Qué COÑO estaba haciendo Billy?

—Disculpen, disculpen —dije aterrorizada mientras me abría camino por la fila, en medio de la consternación general, e intentando no mirar a mi madre.

Salí al vestíbulo y volví al salón de baile, donde encontré a mi hijo, ajeno a todo, dándole como un poseso a un MacBook Air conectado a un montón de cables y conexiones de Ethernet en una mesa auxiliar.

—¡Billy!

—¡Espera! ¡Tengo que terminar este niveeeeel! No me he metido en tu correo, sólo quería ver cuál era mi contraseña.

—Quítate de ahí —le ordené con aspereza. Conseguí apartarlo por la fuerza, cerrar Wizard 101 y las ventanas de Yahoo y llevármelo a rastras a donde los globos. En aquel preciso instante, un hombre con unas gafas de montura metálica corrió hacia el ordenador con expresión traumatizada.

—¿Ha tocado alguien esto? —preguntó sin dar crédito al tiempo que echaba un vistazo en torno a la estancia.

Miré a Billy confiando en que callase o mintiese, pero él frunció el ceño con aire pensativo y lo vi recordar todos mis puñeteros sermones sobre la importancia de ser sinceros y decir la verdad.

«¡Ahora no!», me entraron ganas de chillarle. Mentir no está mal cuando mamá necesita que lo hagas.

—Sí, he sido yo —confesó arrepentido—. No quería meterme en el correo de mami, pero se me olvidó la contraseña.

21.15. Ya en casa, en la cama. Además del espantoso desastre, sigue pendiente la cuestión de qué voy a hacer con lo de la canguro para el viernes. Se lo he sugerido a mi madre después de que amainara el escándalo, pero me ha mirado con frialdad y me ha dicho que tenía aqua-zumba.

21.30. He probado con Magda, pero se va de escapada a Estambul con Cosmo y Woney.

—Ojalá pudiera, Bridge —me ha asegurado—. Nosotros siempre contábamos con mi madre para estas emergencias. Debe de ser complicado haberlos tenido de mayor. Es como que los niños son demasiado pequeños para que tú puedas ayudarla y ella es demasiado mayor para ayudarte a ti.

—Qué va —le he explicado—. Es que tiene aqua-zumba.

Voy a tener que probar con Daniel.

22.45. He llamado a Daniel.

—¿A quién te estás tirando, Jones?

—A nadie.

—Exijo saberlo.

—Que no me estoy tirando a nadie, es sólo que…

—Te castigaré.

—Sólo pensé que te gustaría que se quedaran a pasar la noche en tu casa.

—Jones, siempre has sido la peor mentirosa del mundo. Los celos sexuales me están matando. Me siento trágico, un tonto que está para el arrastre.

—Daniel, no seas ridículo, eres muy atractivo, y viril, e irresistiblemente sexy, y pareces joven y…

—Lo sé, Jones, lo sé. Gracias, gracias.

¡La conclusión es que Daniel vendrá el viernes a las seis y media para llevárselos a su casa!