Sábado, 26 de enero de 2013
61 kg (la culpa de esta preocupante recaída en la obesidad la tiene mi madre); mensajes de Roxster: 42; minutos pasados imaginando cómo será quedar con Roxster: 242; niñeras para que pueda quedar con Roxster: 0.
10.30. Ha llegado el día del evento Fuera Cascos de St. Oswald’s House. El teléfono ha sonado justo cuando intentaba convencer a Mabel de que se quitara la camiseta brillante y las mallas púrpura que se había puesto no sé cómo mientras yo estaba arriba (Mabel se niega a aceptar que las mallas son más de la sección de medias que de la de pantalones y que hay que llevar algo encima sí o sí) y se pusiera el conjunto de vestido y chaqueta que mi madre le había mandado, directamente sacado de los años cincuenta: blanco, lleno de corazones rojos, con una sobrefalda exagerada y un gran lazo rojo atado atrás.
—Bridget, no vas a llegar tarde, ¿no? Es sólo que Philip Hollobine y Nick Bowering hablarán a la una en punto para que después nos dé tiempo a comer.
—¿Quiénes son Philip Hollobine y Nick Bowering? —le he preguntado, sin dejar de asombrarme de la capacidad de mi madre para soltar como si nada nombres que uno no ha oído en su vida igual que si fueran nombres de estrellas de Hollywood.
—Pero si a Philip lo conoces, cariño. ¿Philip? El diputado por Kettering. Se le dan de miedo los eventos de St. Oswald’s, aunque Una dice que es sólo porque sabe que así conseguirá que su cara salga en el periódico, porque Nick tiene mano en el Kettering Examiner.
—¿Quién es Nick? —he vuelto a preguntar, y le he siseado a Mabel en un tono inquietante, transmitido de generación en generación y que me ha recordado a mi madre cuando trataba de obligarme a que me pusiera los trajes de dos piezas en plan arreglado pero informal—: Tú PRUÉBATELO, cariño.
—Conoces a Nick, cariño. ¡Nick! Es el director general de TGL —y ha añadido deprisa—: Thornton Gracious Living. También quiero que conozcas… —de pronto ha bajado la voz una octava— a Paul, el chef pastelero.
Algo en su forma de decir «Pool», con acento francés, me ha hecho presentir el peligro.
—No irás a venir de negro, ¿verdad? Ponte algo bonito y alegre. ¡Rojo, que ya se acerca San Valentín!
11.00. Al final he conseguido quitarme a mi madre de encima y que Mabel se pusiera el vestido rojo y blanco —una monada, por cierto.
—Yo antes me ponía vestidos como éstos —le he dicho con aire melancólico.
—Ah, ¿nacizte en la época victoriana? —ha querido saber entonces Mabel.
—¡No! —le he espetado indignada.
—¿Fue en el Renacimiento?
He desviado a toda prisa el pensamiento hacia Roxster y nuestros mensajes. Hasta le he contado lo de los niños y parece imperturbable. Los mensajes le dan un punto agradable a todo, la verdad, y soy consciente, con cierta sensación de vergüenza e irresponsabilidad para con mis seguidores, de que han acabado por completo con mi obsesión con Twitter.
Me doy cuenta de que Twitter ejerce una influencia negativa sobre mi carácter, hace que me obsesione con el número de seguidores que tengo, que me acompleje y que tenga remordimientos cada vez que mando un tuit, y sentimientos de culpabilidad si no informo de cualquier detalle sin importancia de mi vida a mis seguidores, tras lo cual algunos se esfuman en el acto.
—¡Mami! —me ha dicho Billy—. ¿Por qué estás así, mirando a las musarañas?
—Perdón —me he disculpado mientras miraba de reojo, con pánico, el reloj—. ¡Ahhhh! ¡Vamos a llegar tarde! —Y a continuación me he puesto a correr de un lado a otro mientras les daba a los niños órdenes que repetía como un loro—: Poneos los zapatos, poneos los zapatos.
En medio del jaleo he recibido un mensaje de Chloe avisándome de que al final le sería absolutamente imposible, pero imposible, quedarse con los niños el viernes por la noche.
Ese mensaje representa un desastre absoluto que pone en grave peligro la cita con Roxster. Rebecca se va a casa de «los suegros» (aunque no esté casada) a pasar el fin de semana, Tom está en Sitges en una fiesta de cumpleaños (ha conseguido una suite con una terraza de cuarenta metros cuadrados y una bañera con cromoterapia por 297 libras más IVA), Talitha pasa de niños, Jude tiene una segunda cita (lo cual está muy bien), pero ¿qué voy a hacer yo?
De camino a Kettering, tarde, he tenido una idea genial: podría pedirle a mi madre que hiciera de canguro. ¡Quizá pueda llevarse a Billy y a Mabel a St. Olwald’s House para que pasen allí la noche!