CITA CON UN TOY BOY

Martes, 22 de enero de 2013 (continuación)

Me encogí avergonzada en el abrigo. Roxster se rió.

—No pasa nada. ¿Qué quieres tomar?

—Vino blanco, por favor —respondí aún avergonzada y tratando instintivamente de coger el teléfono con la mano.

—Muy bien, voy a confiscártelo hasta que te hayas tranquilizado.

Y me quitó el móvil, se lo metió en el bolsillo y llamó a la camarera, todo ello con un único movimiento fluido.

—¿Lo haces para poder asesinarme? —pregunté sin dejar de mirarle el bolsillo con una mezcla de excitación e inquietud, pensando que si necesitaba llamar a Tom o a Talitha tendría que reducirlo derribándolo al suelo y abalanzándome sobre él.

—No. No me hace falta el móvil para asesinarte. Es sólo que no quiero que tuitees esto en vivo a los insaciables tuiterati.

Cuando volvió la cabeza, me deleité con el espectáculo de las exquisitas líneas de su perfil: nariz recta, pómulos, cejas. Tenía unos ojos vivos de color avellana. Era tan… joven. La piel de melocotón, los dientes blancos, el pelo tupido y brillante —un poco demasiado largo para ser moderno— rozándole el cuello de la camisa. Y sus labios estaban dibujados por esa fina línea blanca que sólo tienen los jóvenes.

—Me gustan tus gafas —dijo al tiempo que me daba el vino.

—Gracias —respondí con naturalidad. (Son progresivas, así que con ellas veo con normalidad y además puedo leer. Mi idea al ponérmelas era que no se percatara de que soy tan mayor que necesito gafas de leer.)

—¿Te importa si te las quito? —preguntó de un modo que me hizo pensar que se refería a… la ropa.

—Vale. —Me las quitó y las dejó en la barra. Al hacerlo me rozó ligeramente la mano. No apartó la mirada de mí en ningún momento.

—Eres mucho más guapa que en la foto.

—Roxster, mi foto es un huevo —respondí. Luego le di un sorbo al vino, y me acordé demasiado tarde de que se suponía que tenía que sentarme recta y dejar que me contemplara mientras acariciaba el pie de la copa de manera excitante.

—Lo sé.

—¿No te preocupaba que pudiera ser un travesti de cien kilos?

—Sí. Tengo a ocho de mis amigos apostados en la barra para protegerme.

—Eso da bastante yuyu —dije—. Yo tengo a un montón de sicarios en las ventanas de enfrente por si intentas matarme y después comerme.

—Entiendo.

En ese preciso momento estaba bebiendo un sorbo de vino y me entró la risa, así que me atraganté y noté que me subía un reflujo por la garganta.

—¿Te encuentras bien?

Hice un gesto con la mano para quitarle importancia. Tenía la boca llena de una mezcla de vómito y vino. Roxster me dio un puñado de servilletas de papel. Me fui directa al servicio tapándome la boca con ellas. Entré justo a tiempo y escupí el vómito / vino en el lavabo mientras me preguntaba si debía añadir a las «Reglas del ligoteo»: Que no te suba el vómito a la boca nada más conocer a tu ligue.

Me enjuagué la boca y recordé con alivio que en alguna parte del fondo del bolso tenía un cepillo de dientes infantil. Y chicles.

Cuando salí, Roxster había conseguido una mesa y estaba mirando el teléfono.

—Se suponía que era yo el que estaba obsesionado con el vómito —comentó sin levantar la vista—. Se lo estoy tuiteando todo a tus seguidores.

—Dime que no.

—Noooo. —Me devolvió el teléfono y se echó a reír—. ¿Te encuentras bien? —Estaba tan muerto de risa que casi no podía hablar—. Lo siento, es que no puedo creerme que te hayan dado arcadas en nuestra primera cita.

Entre tanta risita, me di cuenta de que acababa de decir «nuestra primera cita». Y «primera» implicaba claramente que habría más, a pesar de lo del vómito en la boca.

—¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Un pedo? —dijo justo cuando llegó el camarero con las cartas.

—Cierra el pico, Roxster —reí. A ver, sinceramente, el chico tenía una edad mental de siete años, pero era divertido y me hacía sentir como en casa. Y tal vez fuera alguien a quien no horrorizara profundamente el despliegue de funciones fisiológicas de nuestro hogar.

Al abrir la carta me di cuenta de que no tenía las gafas.

Miré las letras borrosas y me entró el pánico. Roxster no se enteró. Parecía completamente entusiasmado con la comida. No paraba de decir:

—Mmm. Mmm. ¿Tú qué vas a tomar, Jonesey?

Lo miré como un conejo ante los faros de un coche.

—¿Va todo bien?

—He perdido las gafas —farfullé avergonzada.

—Debemos de haberlas dejado en la barra —dijo él al tiempo que se levantaba.

Admiré su impresionante físico juvenil mientras se dirigía hacia donde habíamos estado, echaba un vistazo y le preguntaba al camarero.

—Allí no están —me informó al volver, con cara de preocupación—. ¿Son caras?

—No, no, no pasa nada —mentí. (Eran caras. Y me gustaban mucho.)

—¿Quieres que te lea la carta? También puedo partirte la comida en trocitos, si quieres. —Soltó una risita—. Hay que tener cuidado con esos dientes.

—Roxster, esas bromitas son de muy mal gusto.

—Lo sé, lo sé, lo siento.

Después de que me leyera la carta, intenté recordar las «Reglas del ligoteo» y pasar el dedo delicadamente arriba y abajo por el pie de la copa de vino, pero no parecía tener mucho sentido, porque Roxster ya tenía mi rodilla aprisionada entre sus robustos y jóvenes muslos. Me di cuenta, incluso en medio de la excitación, de que estaba DECIDIDA a encontrar las gafas. Es muy fácil que se te olvide algo así, con la distracción sexual y el bochorno, pero eran unas gafas muy, muy chulas.

—Voy un momento a mirar debajo del taburete —dije después de pedir.

—¡Cuidado con las rodillas!

—¡Para!

Acabamos los dos mirando a gatas bajo los taburetes. Un par de chicas muy jóvenes que estaban sentadas donde habíamos estado nosotros se mostraron bastante impertinentes. De repente sentí que me moría de la vergüenza: había quedado con un toy boy y estaba obligándolo a buscar mis gafas de leer debajo de las rodillas de unas jovencitas.

—Aquí no hay gafas que valgan, ¿vale? —espetó una de las chicas mirándome mal.

Roxster revolvió los ojos y se metió de nuevo debajo de las rodillas de la chica mientras decía:

—Ya que estoy aquí…

Y empezó a palpar el suelo. A ellas no les hizo ninguna gracia. Roxster reapareció con aire triunfal, blandiendo las gafas.

—Las tengo —dijo, y me las puso en la nariz—. Aquí tienes, cariño.

Me besó con ímpetu en los labios, lanzó una mirada asesina a las chicas y me guió de vuelta a nuestra mesa. Entretanto, yo intenté recuperar la compostura y confié en que no hubiera notado el sabor a vómito.

La conversación parecía fluir con naturalidad. Su verdadero nombre es Roxby McDuff y, como dijo Talitha, a la que conoció en el programa, trabaja para una organización benéfica ecologista. En efecto, saltó a mi Twitter desde el de Talitha.

—Entonces ¿te dedicas a seguir cougars[6]?

—No me gusta esa expresión —repuso—. Se refiere más al cazador que… al cazado.

Mi desconcierto debió de resultar obvio, porque añadió en voz baja:

—Me gustan las mujeres mayores que yo. Saben algo más lo que están haciendo. Tienen algo más que decir. ¿Y tú? ¿Qué haces saliendo con un hombre más joven al que has conocido en Twitter?

—Sólo intento ampliar mi círculo —contesté sin darle importancia.

Roxster me miró a los ojos, fijamente.

—En eso desde luego que puedo ayudarte.