Jueves, 18 de abril de 2013
09.15. ¡Bien! Ocuparme de dos niños será pan comido ahora que he leído Uno, dos, tres: una paternidad fácil y mejor —cuyo método consiste en darles dos avisos sencillos y una consecuencia—, y también Los niños franceses no tiran la comida —que habla de que los niños franceses actúan conforme a una organización que es un poco como la del colegio, donde existe un círculo interno estructurado en el que saben cuáles son las normas (y si las infringen, sencillamente te pasas al Uno, dos, tres: una paternidad fácil y mejor, y fuera no les das demasiada importancia y vistes ropa francesa elegante y disfrutas del sexo).
11.30. Toda la mañana ha sido estupenda. Hemos empezado el día los tres metidos en mi cama, achuchándonos. Luego hemos desayunado. Después hemos jugado al escondite. Luego hemos dibujado y coloreado plantas y zombis de la web Plantas contra zombis. ¡Lo veis! ¡Es fácil! Lo único que tienes que hacer es dedicarte por completo a tus hijos, y contar con una organización, y… y…
11.31. Billy: «Mami, ¿vienes a jugar al fútbol?»
11.32. Mabel: «¡Noo! Mami, ¿vienez a cogerme y darme vueltaz?»
11.40. Me he escapado al cuarto de baño cuando los dos han gritado «¡Mami!» a la vez.
—¡Estoy en el SERVICIO! —he contestado—. Esperad un minuto.
Los gritos han cesado.
—Bien —he dicho alegremente, y me he calmado y salido del cuarto de baño—. Vamos a la calle, ¿no?
—No quiero zalir.
—Quiero jugar con el ordenadoooooooor.
Los dos niños se han puesto a llorar a la vez.
11.45. He vuelto al cuarto de baño y me he mordido la mano a lo bestia. Después me he puesto a sisear: «Esto no hay quien lo aguante, no me soporto, soy una mierda de madre.» He cogido un poco de papel higiénico por hacer algo y, a falta de un gesto más grandilocuente, lo he tirado al retrete. Me he calmado y he salido de nuevo, sonriendo alegremente. En cuanto lo he hecho, he visto con claridad que Mabel se acercaba a Billy, le atizaba en toda la cabeza con Saliva y después se sentaba a jugar con sus conejitos Villanian como si tal cosa, al tiempo que Billy rompía a llorar ruidosamente de nuevo.
11.50. Por DIOS. De verdad, DE VERDAD que quiero irme de escapada con alguien y darle al sexo.
11.51. He vuelto al cuarto de baño, me he tapado la cara con una toalla y, avergonzada, he mascullado contra ella:
—¿Por qué no CIERRA LA BOCA todo Dios?
La puerta se ha abierto de golpe. Mabel me ha mirado con gravedad.
—Billy me eztá zacando de quicio —ha asegurado, y después ha vuelto al salón chillando—: ¡Mamá ze eztá comiendo una toalla!
Billy se ha acercado entusiasmado y, de repente, le ha vuelto a la memoria:
—Mabel me ha dado con Saliva.
—No te he dado.
—Sí.
—Mabel, he visto que le dabas a Billy con Saliva —he terciado.
Ella me ha mirado con el ceño fruncido y ha soltado sin pensárselo:
—Él me ha dado con un… con un MARTILLO.
—Eso es mentira —ha protestado Billy—. Nosotros no tenemos martillo.
—¡Sí que lo tenemos! —he exclamado indignada.
Los dos han empezado a llorar de nuevo automáticamente.
—En esta casa no se pega a nadie —les he advertido con desesperación—. En esta casa no se pega a nadie. Voy a contar hasta… hasta… Pegar no está bien.
Puf. Menuda expresión ridícula: «No está bien» sugiere que soy demasiado vaga o pasivo-agresiva para encontrar o utilizar palabras que definan lo que de verdad es pegar (algo que está muy mal, que fastidia a base de bien, etc.). Así, sin embargo, pegar no es más que una mera exclusión de una vaga generalidad de cosas que «están bien».
Mabel, sin plantearse lo bien o no que estuviera pegar, ha cogido un tenedor de la mesa, ha pinchado a Billy y después ha salido corriendo para esconderse detrás de la cortina.
—Mabel, a la una —le he dicho—. Dame el tenedor.
—Zí, zeñor —ha contestado ella y, después de tirar el tenedor al suelo, se ha acercado corriendo al cajón a coger otro.
—¡Mabel! —le he gritado—. Lo siguiente que voy a decir es… es… DOS. —Me he quedado helada pensando: «¿Qué voy a hacer cuando llegue a tres?»—. Venga, vamos al parque —les he propuesto jovialmente. Acababa de decidir que no era el momento de seguir dale que te pego con lo de pegar.
—¡Noooooo! Yo quiero jugar a Wizard 101.
—No quiero ir en coche. Quiero ver Bob Ezponja.
De repente, me ha puesto furiosa que los valores de mis propios hijos fuesen tan poco sólidos, todo ello debido a los dibujos animados estadounidenses, y los juegos de ordenador, y el consumismo en general. He recordado mi propia infancia y he sentido la necesidad imperiosa de inspirarlos y enseñarles con una canción de las jóvenes exploradoras.
—«Hay tiendas de campaña blancas en la ladera / ¡y la bandera ondea al viento con libertaaaaad!» —he comenzado a cantar.
—Mami —me ha amonestado Billy con esa seriedad a lo Mark.
—«Hay tiendas de campaña blancas en la ladera / ¡y allí es donde ansío estaaaaaaaaaar! —he continuado—. Preparad vuestras mochilas, chicas, / poneos en marcha, chicas, / ¡hacia una vida de salud y alegría!»
—Bazta —me ha suplicado Mabel.
—«Porque de acampada nos vamos otra vez / en un camión, no en un tren.»
—Mami, basta —ha rogado Billy.
—«¡Ah del campamento! —he terminado con un gesto vehemente—. ¡Ah del campamento!»
Me he dado cuenta de que ambos me miraban con nerviosismo, como si yo fuese un zombi de Plantas contra zombis.
—¿Puedo encender el ordenador? —ha preguntado Billy.
Tranquila, deliberadamente, he abierto la nevera y he echado mano del ingente alijo de chocolate de la abuela que siempre hay en la balda de arriba.
—¡Botones de chocolate! —he anunciado mientras bailaba con las chocolatinas en un intento de imitar a un animador de fiestas con temática de hadas—. Seguid el camino de botones para ver adónde conduce. Hay dos caminos —he añadido para evitar conflictos, y he ido trazando dos cuidadosos senderos con exactamente los mismos botones de chocolate escaleras arriba, hacia la puerta de casa, pasando por alto el hecho de que quizá los repartidores hubieran dejado restos de caca de perro en la moqueta.
Los dos han subido la escalera obedientemente detrás de mí, metiéndose en la boca los botones que, sin lugar a dudas, estaban llenos de caca de perro.
Ya en el coche, me he planteado qué hacer con lo de que se peguen. Evidentemente, según Los niños franceses no tiran la comida, es algo que no debe darse dentro de la organización (claro que tampoco habría que trazar un sendero de botones de chocolate para salir de casa) y, según Uno, dos, tres: una paternidad fácil y mejor, simplemente debería adoptarse una política a lo Donald Rumsfeld, del tipo arrasar con todo, tolerancia cero, tres strikes y estás eliminado.
—¿Mabel? —la he tanteado en el coche.
Silencio.
—¿Billy?
Silencio.
—Tierra llamando a Mabel y a Billy.
Ambos parecían estar sumidos en una especie de trance. ¿Por qué no habrían entrado en trance en casa para que yo hubiese podido sentarme un minuto a leer la sección de «Estilo» del Sunday Times de la semana pasada mientras me convencía de que estaba leyendo los artículos?
He decidido permitir que siguieran en trance: dejarme llevar y sacar el máximo partido de cualquier momento de tranquilidad para despejarme. A decir verdad, iba conduciendo feliz y contenta, el sol brillaba, la gente había salido, los amantes iban abrazados y…
—¿Mami?
¡Ajá! He aprovechado la oportunidad adoptando una sonrisa de estadista, el tono Obamaesco.
—Sí. A ver, tengo algo que decir: Billy, y sobre todo Mabel: en nuestra familia nadie pega a nadie. Y os diré una cosa: cada día que alguien no pegue (o pinche) recibirá una estrella de oro. Y también os digo: cuando alguien pegue, recibirá un punto negativo. Y, además, os digo: como persona no violenta, y como madre vuestra que soy, todo el que tenga cinco estrellas de oro al final de la semana se llevará un pequeño premio de su elección.
—¿Un conejito Villanian? —me ha preguntado Mabel entusiasmada—. ¿Una follamilia mapache?
—Sí, una familia mapache.
—No ha dicho familia, ha dicho la palabrota que empieza por f. ¿Pueden ser coronas en Wizard 101?
—Sí.
—Un momento. ¿Cuánto vale una familia mapache? ¿Puedo comprar coronas hasta gastarme lo mismo que valga una familia mapache? —Mark Darcy, el gran negociador, en forma de niño—. ¿Cuánto dinero pierde Mabel por decir la palabrota?
—Yo no he dicho ninguna palabrota.
—Sí la has dicho.
—No la he dicho. He DICHO follamilia.
—¿Cuántas coronas de Wizard 101 pierde Mabel por decir otra vez la palabrota?
—Bueno, pues ya hemos llegado a este parque tan chulo —he observado con vehemencia al entrar en el aparcamiento.
Es increíble cómo se calma todo cuando uno está al aire libre bajo el cielo azul y un vivificante sol invernal. Hemos ido a los árboles que se escalan y me quedado al pie mientras Billy y Mabel se colgaban boca abajo, inmóviles, de las ramas oportunamente gruesas y bajas. Como lémures.
Durante una décima de segundo, he deseado que fueran lémures.
13.00. De repente he sentido la necesidad de ver cómo iban mis seguidores en Twitter y he sacado el iPhone para echar un vistazo.
13.01. —¡Mamiii! ¡Mabel se ha quedado atascada en el árbol!
He alzado la vista alarmada. ¿Cómo han podido llegar hasta donde estaban en treinta segundos si hacía nada estaban colgados boca abajo?
Ahora Mabel estaba bastante arriba, agarrada al tronco del árbol, ya no tanto como un lémur, sino más bien como un koala, pero serpenteando peligrosamente.
—Aguanta, que voy.
Me he quitado la parka y me he subido torpemente al árbol. Me he colocado debajo de Mabel y le he puesto una mano con firmeza bajo el trasero deseando no haberme puesto unos vaqueros de tiro bajo y un tanga alto.
—Mami, yo tampoco puedo bajar —ha confesado Billy, que estaba en cuclillas sobre una rama a mi derecha, tambaleándose como un pájaro tembloroso.
—Eh… —he contestado—. Aguanta.
He apoyado todo el peso de mi cuerpo contra el árbol, colocado un pie en una rama que estaba un poco más arriba para impulsarme y llegar hasta Billy y le he puesto la mano en el trasero sin quitar la otra del culo de Mabel. Al mismo tiempo, he notado que los vaqueros bajos descendían más por mi propio trasero.
—Calma y serenidad. Sujetaos bien y…
Ninguno de los tres podía moverse. ¿Qué iba a hacer? ¿Nos quedaríamos fosilizados en el árbol para siempre, como un trío de lagartijas?
—¿Va todo bien ahí arriba?
—Ez el zeñor Wolkda —me ha informado Mabel.
He mirado hacia abajo como he podido, girando la cabeza.
En efecto, era el señor Wallaker, que había salido a correr con un pantalón de chándal y una camiseta gris y daba la impresión de estar realizando un entrenamiento militar.
—¿Va todo bien? —ha insistido, y de pronto se ha parado bajo nosotros. Tenía los músculos extrañamente marcados para ser profesor, pero su mirada era la de siempre, fastidiosa y crítica.
—Sí, no, estamos bien —le he asegurado—. Sólo estamos, eh… subidos a un árbol.
—Sí, eso ya lo veo.
Genial, he pensado. Ahora le contará a todo el colegio que soy una madre de lo más irresponsable, que deja que sus hijos se suban a los árboles. A esas alturas ya tenía los vaqueros por debajo de la raja del trasero, lo cual dejaba completamente a la vista el tanga de encaje negro.
—Bien, bueno, en fin, pues entonces me voy. Adiós.
—Adiós —he dicho alegremente volviendo la cabeza. Pero luego he recapacitado—. Eh… ¿señor Wallaker?
—¿Síííí?
—¿Le importaría…?
—Billy —ha empezado a dar órdenes—, quiero que te sueltes de tu madre, te agarres a la rama y te sientes en ella.
He apartado el brazo fosilizado de Billy y le he rodeado la espalda a Mabel.
—Eso es. Ahora, mírame. Cuando cuente hasta tres, quiero que hagas lo que te diga.
—¡Vale! —ha exclamado Billy exultante.
—Uno… dos… y… ¡salta!
Me he echado hacia atrás y a punto he estado de soltar un grito cuando Billy ha saltado desde el árbol. ¿Qué estaba haciendo el señor Wallaker?
—Yyyyyyyyyy… ¡a rodar!
Billy ha aterrizado, ha dado unas cuantas vueltas en un extraño estilo militar y se ha levantado radiante.
—Y ahora, señora Darcy, si me perdona… —se ha encaramado a las ramas bajas— voy a coger…
¿A cogerme a mí? ¿A cogerme el tanga?
—… a Mabel —ha continuado y, tras estirar los brazos, ha rodeado el cuerpecillo regordete de Mabel con sus grandes manos—. Y usted salga de ahí y salte.
Intentando ignorar el repelús exasperante que me provocaban el olor y la cercanía del señor Wallaker, he hecho lo que me decía y he saltado al tiempo que trataba de subirme los vaqueros. Él ha enganchado a Mabel con fuerza, la ha apoyado contra su hombro y la ha depositado en la hierba.
—Dije follamilia —ha confesado Mabel mirándolo con gravedad.
—Yo también he estado a punto de decirlo —ha respondido él—. Pero ya estamos todos bien, ¿no?
—¿Quiere jugar al fútbol conmigo? —le ha preguntado Billy.
—Me temo que tengo que irme a casa —se ha disculpado— con eh… la familia. Bueno, procurad evitar las ramas más altas.
Se ha alejado corriendo, subiendo y bajando los brazos con las palmas abiertas. ¿Quién se ha creído que es?
De repente, me he sorprendido gritándole:
—¿Señor Wallaker?
Se ha dado la vuelta. No tenía ni idea de por qué lo había llamado. Después de devanarme los sesos como una loca, le he gritado:
—¡Gracias! —Y he añadido sin ningún tipo de motivo—: ¿Le importaría seguirme en Twitter?
—De eso nada —ha contestado con desdén, y ha echado a correr de nuevo.
Puf. Capullo gruñón. Sí, aunque nos haya bajado del árbol.