REVOLCÁNDOME EN EL FANGO

Lunes, 26 de noviembre de 2012

59,5 kg; seguidores en Twitter impresionados con mis conocimientos de los libros de autoayuda para ligar y las «Reglas del ligoteo»: 468; perspectivas de romance: 0.

12.30. Acabo de volver de Oxford Street. Todo se ha visto transformado por una avalancha de luces, adornos brillantes, románticos escaparates con nacimientos y canciones festivas que suenan en bucle, y eso me ha provocado la terrorífica sensación de que las Navidades se han adelantado por su cuenta, han llegado repentinamente y a mí se me ha olvidado comprar el pavo. ¿Qué voy a hacer? No estoy lista para el inminente examen histérico de los gustos-de-los-demás, la sensación de que hay que hacer todo lo que ya tienes que hacer más otro montón el doble de grande de cosas navideñas. Peor aún, eso de que te metan con calzador la idea de la familia nuclear perfecta, la chimenea y el belén, las emociones trágicas, los flashbacks inevitables de otras Navidades pasadas, y hacer de Santa yo sola, y…

13.00. La casa parece oscura, solitaria y triste. ¿Cómo voy a seguir escribiendo el guión sintiéndome así?

13.05. Así está mejor, volvía a llevar puestas las gafas de sol graduadas. Pero aun así no soy capaz de enfrentarme a la idea de ir a comprar el árbol y sacar todos los adornos que Mark y yo compramos juntos y… Por lo menos tenemos en perspectiva el crucero de St. Oswald’s House…

13.20. Por Dios, ¿qué voy a hacer con ese tema? Tengo que darle una respuesta a mi madre antes de algo menos de cuatro semanas. Los niños se ahogarán y será insufrible, pero si no voy me quedaré sola con ellos intentando hacer que todo funcione, y estoy completamente sola. ¡Solaaaaa!

Domingo, 2 de diciembre de 2012

21.15. Acabo de llamar a Jude y le he explicado mi derrumbe psicológico. «Tienes que meterte en internet.»

21.30. Me he registrado en SingleParentMix.com, una página de contactos para padres solteros, y voy a probarlo de manera gratuita. Siguiendo el consejo de Jude, he mentido un poco sobre mi edad, porque ¿quién va a molestarse en mirar el perfil de alguien que pasa de los cincuenta? Aunque será mejor que no le diga a Talitha que se me ha pasado algo así por la cabeza. No he subido una foto ni he rellenado el perfil ni nada.

21.45. Ahh, ¡tengo un mensaje! ¡Un mensaje! ¡Ya! Bueno, así que ahí fuera HAY gente y…

Uy, es de un hombre de cuarenta y nueve años llamado 5vecespornoche.

Vaya, eso es… es…

Acabo de abrir el mensaje: <Hola, sexy. Lol :).>

Acabo de abrir la foto. Es de un hombre rollizo lleno de tatuajes que lleva puesto un vestido de látex negro y corto y una peluca rubia.

Mark, por favor, ayúdame, Mark.

21.50. Venga, venga. Hay que tirar para adelante. Tengo que hacerlo, tengo que superar esto como sea. DEBO dejar de pensar: «Ojalá Mark estuviera aquí.» Debo dejar de pensar en que dormía rodeándome los hombros con un brazo, como si me protegiera, en la intimidad física, el olor de la axila, la curva del músculo, la barba incipiente del mentón. En cómo me sentía cuando cogía el teléfono por algo de trabajo y activaba el modo hombre ocupado e importante, y luego me miraba en mitad de la conversación con aquellos ojos marrones, con un aire un tanto picarón y, sin embargo, vulnerable. O en Billy diciendo: «¿Hacemos puzles?», y en Mark y él pasándose horas resolviendo rompecabezas complicadísimos, ya que los dos eran tremendamente listos. No puedo seguir tiñendo de tristeza cada momento dulce que vivo con los niños. Que escogiesen a Saliva para que hiciera de niño Jesús en la primera obra navideña de Mabel (ella hizo de gallina), el primer concierto de villancicos de adultos de Billy. Que Billy y Mabel (ayudados por Chloe) me compraran «de sorpresa» la cafetera Nespresso que hace 122 Navidades que espero, y que Mabel me lo chivara todas las noches en un susurro furtivo. No puedo pasar otras Navidades así. No puedo pasar otro año así. No puedo seguir así.

22.00. Acabo de llamar a Tom. «Bridget, tienes que llorar. No has llorado a Mark en condiciones. Escríbele una carta. Revuélcate en el fango. R.E.V.U.É.L.C.A.T.E.»

22.15. Acabo de subir. He sorprendido a Billy y a Mabel acurrucados juntos en la litera de arriba. He subido la escalerilla con torpeza y me he echado con ellos, y Billy se ha despertado y me ha dicho:

—¿Mami?

—Sí —he susurrado.

—¿Dónde está papá?

He sentido que me desgarraba por dentro de dolor por Billy y lo he abrazado aterrorizada. ¿Por qué nos sentimos todos así esta noche?

—No lo sé —he empezado—, pero…

Billy ha vuelto a dormirse. Me he quedado en la litera de arriba, estrujada, abrazándolos con fuerza.

23.00. Ahora estoy llorando, sentada en el suelo y rodeada de recortes, de fotografías. Me da lo mismo lo que diga mi madre, voy a revolcarme en el fango.

23.15. Acabo de abrir la caja de los recortes, he sacado uno.

Mark Darcy, el abogado británico defensor de los derechos humanos, perdió la vida en la región de Darfur, Sudán, cuando el vehículo blindado en el que viajaba hizo estallar una mina terrestre. En el incidente murieron Darcy —una autoridad en litigios fronterizos y resolución de conflictos que gozaba de reconocimiento internacional— y Anton Daviniere —representante suizo del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas—, según informa Reuters.

Mark Darcy era una destacada figura mundial en asistencia legal a las víctimas, resolución de crisis internacionales y justicia transicional. Organismos internacionales, gobiernos, grupos de la oposición y personajes públicos contaban a menudo con su asesoramiento en un amplio abanico de asuntos. Era, además, un destacado miembro de Amnistía Internacional. Gracias a su intervención, con anterioridad a su fallecimiento fueron liberados los cooperantes británicos Ian Thompson y Steven Young, que habían pasado siete meses retenidos en calidad de rehenes del régimen rebelde y cuya ejecución se consideraba inminente. Jefes de Estado, organizaciones de ayuda humanitaria y ciudadanos anónimos han manifestado sus muestras de condolencia.

Atrás deja mujer, Bridget, y dos hijos, William, de dos años, y Mabel, de tres meses.

23.45. Sollozando. La caja, los recortes y las fotos tirados por el suelo, los recuerdos me devoran.

Querido Mark:

Te echo mucho de menos. Te quiero muchísimo.

Qué manido suena. Como cuando intentas escribirles una carta a los familiares del difunto. «Lamento mucho tu pérdida.» Aun así, cuando la gente me escribía tras tu muerte, me alegraba, aunque en realidad no supieran qué decirme y se atascaran.

Pero la cosa es, Mark, que no soy capaz de arreglármelas sola. No puedo, de verdad, de verdad que no. Sé que tengo a los niños, y amigos, y que estoy escribiendo Las hojas en su pelo, pero me siento muy sola sin ti. Necesito que me consueles, que me aconsejes, como nos prometimos cuando nos casamos. Y que me abraces. Y que me digas qué tengo que hacer cuando me hago un lío con todo. Y que estoy bien cuando me siento una mierda. Y que me subas la cremallera. Y que me bajes la cremallera y… Dios mío, la primera vez que me besaste te dije: «Los buenos chicos no besan así», y tú me contestaste: «Joder, vaya que sí.» Te echo mucho de menos, y echo de menos joder contigo, joder. Y ojalá nuestra vida… No soporto la idea de que no vayas a verlos crecer.

TENGO QUE SEGUIR ADELANTE Y HACERLO LO MEJOR POSIBLE. La vida no sale como uno quiere, y tengo mucha suerte de contar con Billy y Mabel, y de que te aseguraras de que estaríamos bien, con la casa y todo. Sé que tenías que irte a Sudán, sé lo mucho que trabajaste en la liberación de aquellos rehenes. Sé que hiciste todo lo que pudiste para asegurarte de que no corrías peligro. No habrías ido si hubieras pensado que era arriesgado. No fue culpa tuya.

Pero ojalá pudiéramos hacerlo juntos, y compartir los pequeños momentos. ¿Cómo sabrá Billy ser un hombre sin su padre? ¿Y Mabel? No tienen padre. No te conocen. Y podríamos haber pasado las Navidades juntos en casa si… Basta. Basta de decir podríamos haber, deberíamos haber u ojalá.

Siento ser una birria de madre. Por favor, perdóname. Siento mucho haberme pasado cuatro semanas estudiando libros para ligar y convirtiéndome en una fraudulenta versión cibernética de mí misma a disposición de un hombre que lleva un minivestido de látex, y que me altere cualquier cosa que no tenga que ver con que no te siga teniendo. Te quiero.

Besos,

BRIDGET

23.46. Acabo de oír un ruido. Uno de los dos se ha levantado.

Medianoche. Mabel se había bajado de la litera y su silueta, en pijamita, se recortaba contra la ventana. He ido a arrodillarme a su lado.

—Mira, la luna —me ha dicho. Y se ha vuelto hacia mí, con aire solemne, y me ha confiado—: Me zigue.

La luna estaba llena, y blanca, e iluminaba el jardincito. He empezado a decirle:

—Bueno, lo cierto es, Mabel, que la luna…

—Y… —me ha interrumpido— eza lechuza.

He mirado hacia donde señalaba: allí, sobre el muro del jardín, había una lechuza, blanca a la luz de la luna, mirándonos fijamente, imperturbable. Nunca había visto una. Creía que ya no quedaban, salvo en el campo y en los zoos.

—Cierra laz cortinaz —me ha pedido Mabel, y ha empezado a correrlas en plan mandona, eficiente—. No paza nada. Noz cuidan. —Ha vuelto a la litera de arriba—. Dime la princezita.

Aún alucinada con la lechuza, le he cogido la mano y le he recitado la nana que Mark se inventó para ella nada más nacer:

—«Porque la princesita es tan dulce como bella, y tan delicada como hermosa, y tan bondadosa como encantadora. Y vaya a donde vaya y haga lo que haga, mamá y papá siempre la querrán. Porque es encantadora, y porque es…»

—¡… Mabel! —ha terminado ella.

—Y los pensamientos —ha dicho Billy adormilado.

Casi he podido oír la voz de Mark mientras les susurraba:

—«Todos los pensamientos se van. Como los pajaritos en sus nidos y los conejitos en sus conejeras. Los pensamientos no necesitan a Billy y a Mabel esta noche. El mundo girará sin ellos. La luna brillará sin ellos. Y lo único que Billy y Mabel tienen que hacer es descansar y dormir. Y lo único que Billy y Mabel tienen que hacer es…»

Estaban los dos dormidos. He abierto las cortinas para ver si la lechuza existía de verdad. Allí seguía, inmóvil, mirándome fijamente, imperturbable. Me he quedado contemplándola un buen rato; después he cerrado las cortinas.