Domingo, 9 de septiembre de 2012
61 kg; calorías: 3250; número de veces que he mirado a ver si Cazadoradecuero me había mandado un mensaje: 27; mensajes de Cazadoradecuero: 0; pensamientos de culpabilidad: 47.
02.00. Todo fatal. Anoche mandé un mensaje a Talitha. Por lo visto no sólo consiguió el número de Cazadoradecuero, sino que además LE DIO EL MÍO. He sentido una punzada de inseguridad en el estómago. Si le dio mi número, ¿por qué no ha llamado?
05.00. Nunca, nunca debí volver a establecer contacto con hombres. Había olvidado por completo la pesadilla del «¿por qué no me ha llamado?».
21.15. Los niños están dormidos y listos para afrontar el lunes por la mañana. Pero yo estoy de bajón absoluto. ¿Por qué no ha mandado un mensaje Cazadoradecuero? ¿Por qué? Es evidente que Cazadoradecuero cree que estoy como una cabra y soy mayor. Todo es culpa mía. Debería limitarme a ser madre, los niños deberían llegar a casa todos los días y encontrarse en la cocina un guiso haciendo chup chup y un brazo de gitano relleno de mermelada. Debería leerles libros infantiles, meterlos en la cama y después… ¿qué? ¿Ver «Downton Abbey», fantasear con acostarme con Matthew y por la mañana otra vez a empezar con el Weetabix?
21.16. Acabo de llamar a Talitha para contárselo todo. Va a pasarse por casa.
21.45. —Ponme una copa, anda. —Le he preparado lo de siempre, vodka con soda—. Todo esto viene a que un tío con el que estuviste cinco segundos no te ha mandado un mensaje. Te has abierto a la posibilidad de tener una vida y ahora da la impresión de que te la han quitado delante de tus propias narices. ¿Por qué no le mandas tú un mensaje?
—No vayas nunca detrás de un hombre, sólo lo pasarás mal —le he contestado citando nuestro mantra de solteras treintañeras—: Anjelica Huston nunca, jamás, llamó a Jack Nicholson.
—Cari, que sepas que no tienes ni idea de lo que estás diciendo. Todo ha cambiado desde que estabas soltera. Entonces no se mandaban mensajes, ni correos electrónicos. La gente hablaba por teléfono. Además, ahora las mujeres jóvenes son sexualmente más agresivas, y los hombres son más vagos por naturaleza. Tienes, como poco, que darles un empujoncito.
—¡No se te ocurra mandar nada! —Me he abalanzado sobre el teléfono.
—No lo haré. Pero no pasa nada. Cuando le pedí su número y le di el tuyo, hablé con él discretamente y le conté que habías enviudado…
—¿Que hiciste QUÉ?
—Es mejor que estar divorciada. Es tan romántico y original…
—Así que básicamente estás utilizando la muerte de Mark para conseguirme un tío, ¿no es eso?
Se han oído pisadas en la escalera. Ha aparecido Billy, con su pijama de rayas.
—Mami, no he hecho los deberes de mates.
Talitha ha alzado la vista distraídamente y, acto seguido, se ha centrado de nuevo en el móvil.
—Dile a Talitha: «Hola, me alegro mucho de volver a verte», y mírala a los ojos —le he pedido con aire reflexivo. ¿Por qué razón hacen esto los padres: di «por favor», di «hola», di «gracias por invitarme»? Si no se los ha acostumbrado a hacer estas cosas antes de que se enfrenten a una situación real, no tiene ningún sentido…
—Hola, Talitha.
—Hola, cariño —ha contestado ella sin mirar—. Es un cielo.
—Sí que los has hecho, Billy. ¿No te acuerdas de los problemas? Los hicimos cuando volviste el viernes del colegio.
—Vale, a ver qué te parece esto. —Talitha ha levantado la vista y ha vuelto a centrarse en el teléfono.
—Pero había otra hoja —ha objetado Billy—. Mira, toma. Es pretecnología.
Pretecnología no. Billy se ha pasado las últimas seis semanas construyendo un ratoncito con trozos de fieltro; después le dan «hojas» que plantean misteriosas preguntas conceptuales. Le he echado un vistazo a la última: «¿Qué pretendes conseguir haciendo el ratón?»
Billy y yo nos hemos mirado con cara de desesperación. ¿Qué grado de profundidad se espera que alcancen con una pregunta así? Desde el punto de vista filosófico, quiero decir. Le he dado a Billy un lápiz y se ha sentado a la mesa de la cocina. Se ha puesto a escribir y después me ha pasado la hoja.
—«Hacer un ratón.»
—Bien —he contestado—. Muy bien. Y ahora, ¿quieres que te lleve a la cama?
Ha asentido y me ha dado la mano.
—Buenas noches, Talitha.
—Di buenas noches a Talitha.
—Mami, acabo de hacerlo.
Mabel estaba dormida en la litera de abajo, con la cabeza dada la vuelta y abrazada a Saliva.
—¿Te echas conmigo? —me ha preguntado Billy al tiempo que se metía en la litera de arriba.
He pensado en Talitha, que estaría cada vez más impaciente abajo, y me he echado con él, Puffle Uno, Mario y Horsio.
—¿Mami?
—Sí —he contestado con el corazón en un puño y temiendo que fuese a preguntar por su padre o por la muerte.
—¿Cuántos habitantes tiene China?
Ay, Dios, se parece tanto a Mark cuando se preocupa por estas cuestiones… ¿Qué hacía yo dándole vueltas a si mandarle un mensaje a un desconocido con cazadora de cuero y sin afeitar que probablemente…?
—¿Mami?
—Cuatrocientos millones —he mentido con soltura.
—Ah. Y ¿por qué la Tierra encoge un centímetro al año?
—Eh… —Me he parado a pensarlo. ¿Encoge el mundo un centímetro al año? Pero ¿el planeta entero o sólo las partes de tierra? ¿Tendrá algo que ver con el calentamiento global? ¿O con la increíble fuerza de las olas y…?
Entonces he notado el suspiro levemente relajante que profería Billy al quedarse dormido.
He bajado a toda prisa, sin aliento. Talitha ha alzado la vista con cara de satisfacción.
—Bueno. Espero que aprecies esto. Me ha costado lo mío.
Me ha dado el teléfono.
<Por fin me he recuperado de la vergüenza que me dio salir huyendo del Príncipe Azul y su fortaleza[5]. Todo fue tan sensual que me dio miedo sufrir una combustión espontánea o convertirme en una calabaza. ¿Cómo lo llevas?>
—¿Lo has mandado?
—Aún no. Pero es bueno. Hay que tener en cuenta su ego. ¿Cómo crees que se sentirá el pobre muchacho después de que te largaras así y sin darle ninguna explicación?
—¿No suena un poco…?
—Es una pregunta, y sigue el hilo. No le des demasiadas vueltas, tú…
Me ha agarrado del dedo y le ha dado a «Enviar».
—¡Nooo! Has dicho que no…
—No he sido yo. Lo has enviado tú. ¿Me pones otro poquito de vodka, muy poco?
Con la cabeza hecha un lío, me he acercado a la nevera, pero nada más abrir la puerta he oído que me entraba un mensaje. Talitha lo ha cogido, con una sonrisa de satisfacción en sus rasgos perfectamente maquillados.
<Hola. ¿Eres Cenicienta?>
—A ver, Bridget —me ha increpado Talitha con gravedad al verme en la cara el revoltijo de sentimientos—, tienes que ser valiente y subirte a la silla de nuevo, por el bien de todos, incluidos… —ha señalado el piso de arriba.
En el fondo, Talitha tenía razón. Pero las cosas no pudieron salir peor con Cazadoradecuero. Como ella misma dijo, cuando nos sentamos en mi sofá después de que pasara todo:
«Todo es culpa mía. Se me olvidó advertirte. Cuando se sale de una relación larga, el primero siempre es el peor. Demasiadas expectativas. Crees que te van a rescatar, y no es así. Y crees que ellos son el barómetro de si aún eres viable, y lo eres, pero no son ellos los que van a demostrártelo.»
Con Cazadoradecuero infringí todas y cada una de las «Reglas clave del ligoteo». Pero en mi defensa debo decir que por aquel entonces no sabía que existieran tales «Reglas».