Sábado, 8 de septiembre de 2012
Aparatos electrónicos irritantes que hay en casa: 74; aparatos electrónicos que pitan: 7; aparatos electrónicos que sé cómo funcionan: 0; aparatos electrónicos que requieren contraseña: 12; contraseñas: 18; contraseñas que recuerdo: 0; minutos pasados pensando en el sexo: 342.
07.30. Acabo de despertarme de un sueño delicioso y sensual con Daniel y Cazadoradecuero. De repente me siento distinta: voluptuosa, femenina… y, aun así, muy culpable, como si le estuviera siendo infiel a Mark. Pero, con todo… es tan sensual sentirme una mujer sensual, con un lado sensual que es sensualmente… Uy, los niños están despiertos.
11.30. La mañana ha sido de lo más sensual y tranquila. Los tres hemos empezado el día en mi cama, viendo la tele acurrucados. Luego hemos desayunado. Después hemos jugado al escondite. Luego hemos pintado en los Moshi Monsters, después hemos hecho una carrera de obstáculos todos en pijama y, durante todo ese tiempo, un delicioso olor a pollo asado salía de la cocina.
11.32. Soy una madre perfecta y una mujer sensual con posibilidades sensuales. O sea, que quizá alguien como Cazadoradecuero podría encajar en este escenario y…
11.33. Billy: «¿Podemos encender el ordenador hoy que es sábado?»
11.34. Mabel: «Quiero ver a Bob Ezponja.»
11.35. De repente me he sentido abrumada de agotamiento y deseos de leer el periódico en medio de un silencio atronador. Sólo diez minutos.
—¡Mamiii! La tele eztá rota.
Me he dado cuenta, horrorizada, de que Mabel se había hecho con los mandos a distancia.
He empezado a apretar botones, tras lo cual en la pantalla han aparecido unos puntitos blancos acompañados de un ruidoso chisporroteo.
—¡Nieve! —ha exclamado Mabel entusiasmada justo cuando el lavavajillas ha empezado a pitar.
—¡Mami! —ha gritado Billy—. El ordenador se ha quedado sin batería.
—Bueno, pues enchúfalo a la corriente —he contestado con la cabeza metida en el armario de debajo de la tele, lleno de cables.
—¡Noche! —me ha informado Mabel cuando la pantalla se ha puesto negra y la secadora se ha sumado a los pitidos.
—El cargador no funciona.
—Pues coge la Xbox.
—No funciona.
—Puede que sea la conexión a internet.
—¡Mami! He desconectado el inalámbrico y no puedo volver a conectarlo.
Consciente de que mi termostato se estaba acercando peligrosamente al rojo, he subido corriendo la escalera mientras gritaba:
—¡Hora de vestirse, vamos a hacer algo especial! Os cojo la ropa. —Y he entrado en su cuarto y explotado—: ¡No soporto la puta tecnología! ¿Por qué no CIERRA LA PUTA BOCA TODO DIOS Y ME DEJA LEER LA PRENSA EN PAZ?
De repente, horrorizada, me he dado cuenta de que el intercomunicador infantil estaba encendido. ¡Ay, Dios, ay, Dios! Tendría que haberme deshecho de él hace siglos, pero al estar yo sola me entró la paranoia, el miedo de morir, etc., etc. He bajado corriendo y he visto a Billy llorando como un descosido.
—Billy, lo siento mucho. No lo decía en serio. ¿Es por el intercomunicador infantil?
—¡Noooooooooo! —ha berreado—. La Xbox está bloqueada.
—Mabel, ¿has oído a mamá por el intercomunicador infantil?
—No —ha contestado sin dejar de ver encantada la televisión—. La tele ze ha arreglado.
Se veía una página que pedía la contraseña de Virgin.
—Billy, ¿cuál es la contraseña de Virgin? —le he preguntado.
—¿No es la misma que la de tu tarjeta de crédito, 1066?
—Vale, yo me ocupo de la Xbox y tú introduces la contraseña —acababa de decidir justo cuando han llamado al timbre.
—Esa contraseña no servirá.
—¡Mamiii! —me ha llamado Mabel.
—Callaos los dos —les he gruñido—. Están LLAMANDO A LA PUERTA.
He subido corriendo, con una maraña de pensamientos de culpabilidad en la cabeza —«Soy una madre malísima, mis hijos tienen un vacío interior creado por la pérdida de su padre e intentan llenarlo con tecnología»— y he abierto la puerta.
Era Jude, glamurosa, pero resacosa y llorosa.
—Ay, Bridge —ha dicho, y se me ha echado encima—. No soporto otro sábado por la mañana sola.
—¿Qué ha pasado…? Cuéntaselo a mamá… —me he ofrecido, y entonces he recordado que Jude es un coloso de las finanzas.
—¿Te acuerdas del tío al que conocí en Match, con el que salí el día antes del Stronghold? ¿Ése con el que me enrollé?
—Sí —he respondido mientras intentaba recordar vagamente a cuál se refería.
—No me ha llamado. Y ayer por la noche me envió un mensaje de grupo que decía que su mujer acaba de tener una niña que pesa dos kilos setecientos.
—PorelamordeDios. Qué asqueroso. Es inhumano.
—Todos estos años no he querido niños y la gente no paraba de decirme que cambiaría de opinión. Tenían razón: voy a descongelar los óvulos.
—Jude —le he dicho—, tomaste una decisión. Que un tío sea un tarado no significa que tu decisión fuera mala. Es algo bueno para ti. Los niños son… son… —He lanzado una mirada asesina hacia la escalera.
Jude me ha enseñado el móvil y he visto una foto del tarado con la niña en brazos en Instagram.
—… tiernos, y monos, y rosaditos, y pesan dos kilos setecientos, y yo lo único que hago es trabajar y zorrear, y estoy sola los sábados por la mañana y…
—Ven abajo —le he propuesto con aire lúgubre—. Y verás lo tiernos y ricos que son.
Hemos bajado la escalera pesadamente. Al llegar, Billy y Mabel parecían angelitos, de pie con un dibujo que ponía: «Mami, te queremos.»
—Vamos a sacar el lavavajillas, mami —ha anunciado Billy—. Para ayudarte.
¡Mierda! ¿Qué coño les ha pasado?
—Gracias, hijos —les he dicho, y me he llevado a Jude arriba y la he sacado por la puerta antes de que hicieran algo peor, como vaciar el cubo de reciclaje.
—Voy a descongelar mis óvulos —ha sollozado Jude cuando nos hemos sentado en los escalones—. Entonces la tecnología era primitiva. Burda, incluso. Pero podría salir bien si… Vamos, que podría conseguir un donante de esperma y…
De pronto, la ventana de arriba de la casa de enfrente se ha abierto de golpe y han salido volando un par de mandos de la Xbox que han aterrizado estrepitosamente junto a los cubos de la basura.
Segundos después, la puerta se ha abierto y ha aparecido la vecina bohemia vestida con unas pantuflas rosa con plumas, un camisón victoriano y un bombín pequeño y cargada con un montón de portátiles, iPad e iPod. Ha bajado la escalera con paso vacilante y lo ha tirado todo a la basura; la seguían su hijo y dos de sus amigos lloriqueando:
—¡Noooooo! ¡No he terminado el niveeeeeeel!
—Me alegro —les ha contestado ella—. Cuando firmé para tener hijos NO lo hice para que me dominaran un montón de objetos negros, planos e inanimados y una pandilla de YONQUIS DE LA TECNOLOGÍA que se niega a hacer nada que no sea quedarse atontados dándoles a los pulgares mientras exige que los SIRVA como si fuera un cruce entre un informático y el conserje de un hotel de cinco estrellas. Cuando no os tenía, todo el mundo me repetía sin parar que cambiaría de opinión. Y ¿sabéis qué? Os tuve, os he criado y he CAMBIADO DE OPINIÓN.
La he mirado pensando: «Tengo que hacerme amiga de esa mujer.»
—En la India, los niños de vuestra edad viven estupendamente en la calle —ha proseguido—. Así que ahora os quedáis aquí sentados y, en lugar de dejaros TODO EL CEREBRO en pasar al siguiente nivel de MINECRAFT, ya podéis ir pensando en cómo vais a convencerme para que CAMBIE DE OPINIÓN y os deje entrar. Y si se os ocurre tocar el cubo de la basura os vendo para que participéis en los JUEGOS DEL HAMBRE.
Acto seguido, sacudiendo la cabeza y el bombín, se ha metido en casa y ha cerrado de un portazo.
—¡Mamiii! —Del sótano salían gritos y lloros—. ¡Mamiii!
—¿Quieres pasar? —he propuesto a Jude.
—No, no —ha replicado ella, ya contenta, al tiempo que se levantaba—. Tienes toda la razón. Tomé la decisión adecuada. Es sólo que estoy algo resacosa. En cuanto desayune y me tome un Bloody Mary en el Soho House y lea la prensa estaré estupendamente. Gracias, Bridge. Te quiero. ¡Adiós!
Y ha echado a andar, algo inestable sobre sus sandalias romanas hasta la rodilla de Versace, resacosa y estupenda.
He vuelto a mirar al frente: los tres chicos estaban sentados a la puerta, en fila.
—¿Todo bien? —me he interesado.
El hijo de pelo moreno me ha sonreído.
—Ah, sí. Mi madre se pone así a veces, pero se le pasará dentro de un minuto.
Y ha vuelto la cabeza para ver si la puerta seguía cerrada. Luego se ha sacado un iPod del bolsillo y los tres han soltado unas risitas antes de concentrarse en el aparato.
Me ha invadido un gran alivio. He entrado en casa alegremente, y de súbito me he acordado de que la contraseña de todo era 1890, el año que Chéjov escribió Hedda Gabbler.
—¡Mamiiiii!
He cogido el mando de la Xbox y el mando de Virgin, he puesto 1890 en ambos y las pantallas han vuelto milagrosamente a la vida.
—Tomad —les he dicho—, ahí tenéis vuestras pantallas. A mí no me necesitáis, sólo necesitáis pantallas. Me voy a hacerme un café.
He lanzado los mandos contra un sillón y han salido disparados, como la vecina bohemia, hacia el hervidor. Billy y Mabel se han echado a reír.
—¡Mami! —me ha dicho Billy entre carcajadas—. Has vuelto a apagarlo todo.
20.30. He terminado sintiéndome a gusto y bien, y Billy ha podido jugar con la Xbox y Mabel ver a Bob Esponja. Nos hemos acurrucado un rato en el sofá y después nos hemos ido los tres al parque de Hampstead Heath. He estado todo el tiempo pensando en Cazadoradecuero y en lo increíble que fue el beso, y sintiéndome sexy otra vez, y planteándome que puede que Tom tenga razón en lo de que necesito ser mujer y tener a alguien en mi vida, y que tal vez no esté mal, y que quizá llame a Talitha y le pida el número.