EL DIAFRAGMA FLÁCIDO

Miércoles, 9 de mayo de 2012

79 kg; seguidores en Twitter: 0.

09.30. ¡Ayuda! Me he quedado sin espalda. A ver, no es que haya desaparecido en el sentido de que tenga los hombros pegados al culo, pero me metí en Twitter para ver si tenía seguidores y cerré el portátil de golpe, sacudí la cabeza en plan despectivo y diciendo «Bah», y se me contrajo toda la parte superior izquierda de la espalda. Es como si nunca me hubiera dado cuenta de que la tenía, y ahora es un auténtico suplicio. ¿Qué voy a hacer?

11.00. Acabo de volver de la osteópata. Me ha dicho que no es culpa de Twitter, sino de los años pasados cogiendo niños en brazos, y que debería intentar agacharme doblando las piernas en lugar de la espalda, es decir, acuclillándome como las mujeres de las tribus africanas. A mí eso me parece un poco ortopédico, pero no es que quiera insultar la elegancia de las mujeres de las tribus africanas, que sin duda son muy elegantes.

Me ha preguntado si tenía otros síntomas y le he dicho: «Acidez.» Ha empezado a palparme por la zona del estómago y ha exclamado: «¡Madre mía! Es el diafragma más flácido que he tocado en mi vida.»

Por lo visto, debido a mi edad, toda mi zona media se niega a volver a su estado anterior y tengo los intestinos flotando por ahí a sus anchas. No me extraña que me cuelguen sobre el pantalón del chándal negro como si fueran gachas.

—¿Qué puedo hacer?

—Tendrá que empezar a trabajar ese estómago —ha dictaminado la médica—. Y tendrá que perder algo de grasa. En el hospital St. Catherine tienen un nuevo consultorio excelente para casos de obesidad.

—¿UN CONSULTORIO DE OBESIDAAAAAAAD? —he repetido indignada, y me he levantado de un salto de la camilla para vestirme de nuevo—. Puede que tenga algo de grasa de los embarazos, pero no soy obesa.

—No, no —se ha apresurado a negar—. No es obesa. Es sólo que resulta muy eficaz si quiere perder peso en condiciones. Cuesta mucho cuando se tienen niños pequeños.

—Lo sé —he refunfuñado—. Lo de saber lo que se supone que tienes que comer está muy bien, pero si estás rodeada de restos de palitos de pescado y patatas fritas todos los días a las cinco de la tarde, y te los comes, y encima cenas después…

—Exacto, lo que hace el consultorio es dar sustitutos de comidas para que no haya dudas —me ha explicado la osteópata—. Sencillamente no tienes que meterte nada más en la boca.

No sé muy bien qué dirían Tom, Jude y Talitha de ese último comentario, ejem.

Me he marchado cabreada, y después he sentido la necesidad acuciante de volver a entrar y decirle: «¿Le importaría seguirme en Twitter?»

21.15. He llegado a casa y me he puesto a mirarme en el espejo. Estoy horrorizada. Empiezo a parecer una garza. Sigo teniendo las mismas piernas y los mismos brazos, pero toda la parte superior de mi cuerpo es como la de un pájaro grande con un enorme michelín en el centro. Cuando estoy vestida, invita a ser servida en Navidad con jalea de arándanos y salsa de carne, y cuando estoy desnuda, es como si hubiera estado toda la noche cocinándose en una cazuela dentro de una caja de heno en Escocia y se le fuera a servir a una familia numerosa para el desayuno de Año Nuevo. Talitha tiene razón. El secreto reside en modificar la acumulación automática de la grasa de la (atención, locución anticuada e inaceptable) mediana edad.

Jueves, 10 de mayo de 2012

78 kg; seguidores en Twitter: 0.

10.00. Acabo de hablar con el consultorio de obesidad. ¡Ha sido alentador que tuvieran sus dudas sobre si estoy lo bastante obesa como para que me acepten! Por primera vez en la vida me he sorprendido mintiendo sobre mi peso diciendo que es más de lo que en realidad es.

10.10. Voy a transformar mi cuerpo completamente, hasta convertirlo en algo delgado y musculado, con una tensa franja de músculo en el centro para sujetarme los intestinos.

10.15. Me meto en la boca los restos del desayuno de los niños por acto reflejo.

Jueves, 17 de mayo de 2012

79 kg; seguidores en Twitter: 0.

09.45. A punto de salir para el consultorio de obesidad. Me da la sensación de que nunca había estado más de capa caída. Seré como una de esas personas que salen en las noticias sobre medicina con cara de estar avergonzadas de sí mismas, de esas a las que tienen que tomarles la tensión vestidas con una bata de hospital mientras un reportero arreglado y modernillo habla delante de ellas, con tono grave y preocupado, sobre «la epidemia de la obesidad».

22.00. El consultorio de obesidad ha sido FANTÁSTICO. Tras superar el bochorno inicial de tener que repetirle al recepcionista «¿El consultorio de obesidad?» en voz cada vez más alta, al final llegué allí y vi a un hombre tan enorme que tenía que llevar la grasa en el carrito que iba empujando. Al parecer, una mujer ligerísimamente menos enorme intentaba ligárselo preguntándole con voz seductora: «¿Eras obeso de pequeño?»

La gente me miraba con la clase de admiración que no sentía desde que tenía veintidós años e iba por ahí con una camisa psicodélica anudada para dejar al descubierto mi barriga plana. Comprendí que debían de pensar que era una de las historias de éxito del consultorio, que me aproximaba al final del «programa». Experimenté una insólita y vertiginosa sensación de confianza en mí misma. Me di cuenta de que estaba mal y era una falta de respeto hacia los demás pacientes.

Además, el mero hecho de ver la grasa como un añadido independiente del cuerpo cargado en un carrito me ha hecho considerarla algo real. Me doy cuenta de que en el pasado la veía como un acto aleatorio de la naturaleza, absolutamente irracional, en lugar de como un producto directo de lo que uno se lleva a la boca.

«Nombre», me pidió el recepcionista, que, cosa preocupante, estaba muy gordo. A estas alturas, los que trabajan en el consultorio deberían haber hecho algo con éste, digo yo.

Todo fue médico y complejo: análisis de sangre, electros e historiales. Una vez superado el embarazoso momento en que intentaron apuntarme en el formulario como «madre de edad avanzada», todo fue a las mil maravillas. Por lo visto lo de pesarse no es importante. Lo que importa es perder tallas de ropa. Y la gente que está muy, muy gorda —por ejemplo, con más de veinte o cuarenta kilos de sobrepeso— puede perder mucho, ¡como más de cinco kilos de grasa en una semana! Y eso sí que es grasa de verdad. Pero si sólo intentas perder un diez, un quince por ciento del peso corporal, todo lo que supere el kilo no es grasa, sino (enigmáticamente) otras cosas.

¿Sabes?, otro factor que resulta fundamental no es el peso, sino el porcentaje de grasa con relación al músculo. Si sigues una dieta de choque y no haces pesas, lo que acabas perdiendo es músculo, que es más pesado que la grasa. Así que, ya ves, pesas menos, pero estás más gorda. O algo así. En cualquier caso, la conclusión es: se supone que tengo que ir al gimnasio.

Mi dieta consistirá exclusivamente en natillas proteínicas de chocolate, y barritas proteínicas de chocolate, y una pequeña ración de proteínas y verduras por la noche, así que no debo llevarme a la boca nada que no sean esas cosas. (Aparte de penes, ¿por qué se me pasó por la cabeza algo así? No estaría mal que se diera la casualidad, aunque, después del día de hoy, de pronto tengo la impresión de que podría existir una posibilidad.)