Jueves, 18 de abril de 2013
22.45. Eran Tom y Jude, los dos estaban borrachos como auténticas cubas, y entraron dando traspiés y sin parar de reírse tontamente.
—¿Nos dejas el portátil? Venimos del Dirty Burger y…
—… estaba intentando entrar en PlentyofFish desde el iPhone, pero no somos capaces de bajar una foto de Google, así que…
Jude bajó ruidosamente la escalera hacia la cocina, con sus taconazos y el traje del trabajo. Mientras, Tom —aún moreno, cachas, atractivo y muy gay— me dio un beso exagerado.
—¡Muaa! ¡Bridget! ¡Has perdido TANTO peso!
(Lleva los últimos quince años diciéndome lo mismo cada vez que me ve, incluso cuando estaba embarazada de nueve meses.)
—¡Oye, ¿tienes vino?! —chilló Jude desde la cocina.
Resulta que a Jude —que a estas alturas prácticamente dirige la City, pero que sigue trasladando a su vida afectiva su amor por la montaña rusa del mundo financiero— la vio ayer en una página de contactos de internet el capullo de su ex: Richard el Despreciable.
—Y sí —anunció Tom mientras bajábamos a toda prisa para unirnos a ella—, Richard el Tarado Despreciable, a pesar de haberse pasado CIEN años jugando con esta mujer fabulosa como un jodido chiflado, como si fuera alérgico al compromiso, y de haberse casado después con ella, y de haberla dejado a los diez meses, ha tenido la CARA DURA de enviarle un mensaje indignante por estar en Plentyof… búscalo, Jude… Búscalo…
Jude toqueteó el teléfono sin tener muy claro lo que hacía.
—No lo encuentro. Mierda, lo ha borrado. ¿Puedes borrar un mensaje tuyo después de…?
—A ver, dámelo, cariño. Bueno, la cosa es que Richard el Despreciable le mandó un mensaje insultante y después la BLOQUEÓ, así que… —Tom se echó a reír—. Así que…
—Vamos a inventarnos un perfil en PlentyofFish[1] —acabó Jude.
—PlentyofDicks[2], más bien —bufó Tom.
—PlentyofFuckwits[3], mejor dicho. Y después utilizaremos a la chica inventada para torturarlo —aclaró Jude.
Nos apretujamos los tres en el sofá, y Jude y Tom empezaron a pasar fotos de caras de rubias de veinticinco años en las imágenes de Google y a intentar bajarlas a la página de contactos mientras se inventaban respuestas frívolas a las preguntas del perfil. Durante un instante deseé que Shazzer estuviera allí para despotricar desde un punto de vista feminista, y no en Silicon Valley siendo un as del punto com con su inesperado-tras-años-de-feminismo marido punto com.
—¿Qué clase de libros le gustan? —planteó Tom.
—Pon: «¿De verdad te importa?» —apuntó Jude—. A los tíos les encantan las zorras, no lo olvides.
—O: «¿Libros? ¿Qué es eso?» —sugerí, pero luego me acordé—: Un momento, ¿esto no va completamente en contra de las «Reglas del ligoteo»? Número 4: establecer una comunicación auténtica, racional.
—¡Sí! Está TREMENDAMENTE mal y es malsano —admitió Tom, que a estas alturas ya es un psicólogo veterano—, pero con los tarados no cuenta.
Sentía tal alivio por haber sido rescatada del tsunami de la oscuridad para volcarme en la creación de la chica-venganza de PlentyofFish, que casi me olvido de darles la noticia:
—¡Greenlight Productions va a hacer mi película! —solté de repente, entusiasmada.
Ambos me miraron alucinados y el interrogatorio vino seguido de una explosión de júbilo exaltado.
—¡Estás que lo viertes, chica! Toy boy, guionista, ¡ahora sí que empieza a marchar todo! —exclamó Jude cuando conseguí convencerlos a ambos de que se marchasen para que yo pudiera irme a dormir.
Cuando Jude salió a la calle dando traspiés, Tom vaciló y me miró con cara de preocupación:
—¿Te encuentras bien?
—Sí —contesté—, eso creo, es sólo que…
—Ten cuidado, amor —me advirtió, de repente sobrio y adoptando su tono profesional—. Vas a estar hasta arriba si empiezas a tener reuniones y plazos de entrega y demás.
—Lo sé, pero dijiste que tenía que empezar a trabajar otra vez, y a escribir, y…
—Sí. Pero también vas a necesitar más ayuda con los niños. Ahora mismo estás como en una burbuja. Y es estupendo cómo le has dado la vuelta a todo, pero en el fondo sigues estando vulnerable y…
—¡Tom! —lo llamó Jude, que iba haciendo eses hacia un taxi que había divisado en la calle principal.
—Ya sabes dónde estamos si nos necesitas —me recordó Tom—. A cualquier hora del día o de la noche.
22.50. Pensando en lo de la «comunicación auténtica, racional», he decidido llamar a Roxster y contarle lo de los piojos.
22.51. Aunque es un poco tarde.
22.52. Además, pasar inesperadamente de los mensajes a las conversaciones telefónicas con Roxster sería demasiado dramático: daría un peso y una importancia poco recomendables a lo de los piojos. Mejor le mando un mensaje:
<¿Roxster?>
Espera muy corta.
<¿Sí, Jonesey?>
<Antes te he dicho que esta noche tenía que trabajar.>
<Sí, Jonesey.>
<El motivo era otro.>
<Lo sé, Jonesey. Mientes fatal, hasta por mensaje. ¿Tienes un lío con un hombre más joven?>
<No, pero es igual de bochornoso. Tiene que ver con tu amor a la naturaleza y los insectos.>
<¿Chinches?>
<Casi…>
<*Grito espontáneo, empieza a rascarse la cabeza como un loco.* No… ¡¡¡Piojos!!!>
<¿Me perdonas etc.?>
Tras una breve pausa, nuevo pitido de mensaje.
<¿Quieres que me pase ahora? Estoy en Camden.>
Impresionada por el alegre valor de Roxster, contesto:
<Sí, pero ¿no te importa lo de los piojos?>
<No. Los he buscado en Google. Son alérgicos a la testosterona.>