En agosto de 2008, fui a Qingdao especialmente para encontrarme con He Zhiwu. Hasta entonces, siempre que había ido allí había sido para dar conferencias o para asistir a reuniones, con el tiempo demasiado justo, lo cual disgustaba a He Zhiwu.
—¿Por qué no vienes alguna vez sólo para verme? —dijo—. Podríamos pasar unos días hablando, tengo un montón de cosas que contarte, te garantizo que te inspirarán mucho y que te servirán para escribir una buena novela. Una vez me prestaste diez yuanes, y yo te los devolveré en material para un libro.
He Zhiwu me había reservado una suite de lujo en el Hotel Imperial Huiquan. Tenía vistas al mar y se oían las olas. En el instante mismo en que me senté, empezó a contarme lo que había sido su vida a lo largo de los últimos treinta años. Casi no paró de hablar en los tres días siguientes, ya estuviéramos tomando un trago o paseando por la playa y, aunque siempre pedía los manjares más exquisitos, prácticamente los comía yo solo.
—¡Come tú también, hombre! —le decía—. Está mal dejar una comida tan cara.
—No, come tú —decía él—, que yo tengo los «tres niveles altos»: el colesterol, la tensión y el azúcar; no puedo comer todas estas cosas.
Bebía, fumaba y hablaba sin parar. Dio unos días libres al chófer para conducir él, y recorrimos la costa surcando el viento.
—Con lo que has bebido, ¿no es peligroso? —dije.
—Tú tranquilo —contestó—. Soy como Wu Song, cuanto más bebo, mejor se me da todo.
—No nos vaya a parar la policía…
—¡A ver quién es el guapo que tiene la cara de detenerme! —dijo riéndose.
Mientras conducía, iba hablando y gesticulando sin parar.
—Oye, sería mejor que te concentraras en la conducción —sugerí.
—Tranquilo —dijo él—. Llevo conduciendo más de treinta años. En cuanto me pongo al volante, el coche y yo somos uno solo. Aunque para conductor verdaderamente extraordinario estaba Lu Tiangong. Aquel puente pequeño de piedra que hay al final del pueblo tenía el mismo ancho que el Gas 51, y el tío pasaba como si tal cosa, sin frenar ni nada.
Iba a preguntarle quién era ese Lu Tiangong, pero enseguida comprendí de quién se trataba. Eso también me dio la medida de la distancia que había entre He Zhiwu y yo.
—Con los diez yuanes que me prestaste, me fui a la estación —dijo—. Compré un billete para el tren ómnibus a Weifang, que me costó un yuan con veinte. El tren salía de Qingdao y llegaba hasta Shenyang. Aunque mi billete sólo era para Weifang, yo lo que quería era ir hasta Shenyang. El control de billetes era muy estricto; cada vez que tocaba, dos policías se apostaban en las puertas del vagón, y que a nadie se le ocurriera salir. Si te pillaban, en el mejor de los casos, te echaban del tren; en el peor, antes de echarte, te molían a palos. Delante de mí iba un soldado del Ejército de Liberación que llevaba un brazal negro. Pensé que seguramente se le había muerto el padre o la madre. Ya sabes, el abuelo Wang Gui me enseñó la fisiognomía mágica de Mayi[14].
Yo no tenía ni idea.
—Así que trabé conversación con él tratando de ganarme su simpatía. Fuimos hablando, hicimos buenas migas. Se le acababa de morir el padre, y llegué a convencerlo de que su padre y yo habíamos sido amigos del alma, así que confió en mí por completo. Entonces le dije: «Hermano, estoy en un apuro, a ver si puedes echarme una mano». El soldado se sacó un billete a Shenyang del bolsillo y me dijo en voz baja: «Úsalo tú, lo enseñas y luego me lo dejas debajo de la taza de té». Al ver que venía el revisor, el soldado se levantó, fue hasta la empleada encargada de servir el té, le cogió la tetera y se puso a servir él a los pasajeros, lleno de entusiasmo. La gente decía que era Lei Feng[15] redivivo. En aquella época, el Ejército de Liberación tenía muchísimo prestigio. Gracias a su ayuda, pude llegar sin problemas hasta Shenyang. Desde entonces tengo especial simpatía por los militares. Mi hija mayor se casó con un comandante de submarino nuclear de la flota del mar del Norte; la pequeña está saliendo con un comisario político de ese mismo submarino, y yo apoyo con entusiasmo la elección de ambas. Con una hija casada con el comandante y la otra con el comisario político, ¡se puede decir que nuestra familia tiene controlado el submarino nuclear!
Y se echó a reír a carcajadas. Y siguió contándome su historia:
—Mi mujer es descendiente de una familia noble de rusos blancos que vinieron huyendo de los bolcheviques. Es rusa de pura raza, pero como nació en China y siempre ha vivido aquí, es una auténtica ciudadana china. En 1979 yo ya era rico. ¡Tenía ahorrados treinta y ocho mil yuanes! Soy echado para adelante y no me importa correr riesgos, aunque siempre basándome en un estudio previo de la cuestión.
»A finales de 1978, tras la III Sesión Plenaria del Comité Central del XI Congreso del Partido Comunista, empezó la reforma agraria, se disolvieron las comunas populares, se empezaron a arrendar las tierras. Enseguida pensé que lo que más necesitaban los campesinos contratados eran animales de tiro: caballos y bueyes. En aquella época, en Mongolia Interior, podías comprar un caballo grande y robusto por sólo cuatrocientos yuanes y revenderlo en el resto del país por mil yuanes. Podías comprar un buey de cuatro dientes por sólo doscientos yuanes y sacar por él como mínimo seiscientos en el resto del país. Por aquel entonces yo tenía un estudio fotográfico en la capital del distrito, y funcionaba muy bien. Para conseguir más dinero, lo vendí por diez mil yuanes y compré a unos pastores una recua de treinta caballos. También contraté a un pastor para que me acompañara en el viaje. Cuando llegamos al norte de Hebei, hombres y bestias estábamos cansados y escaseaba el forraje. Me estrujé los sesos buscando una solución. Llevé la recua al recinto del gobierno del distrito en la ciudad de Xuanhua. Fui directamente a ver al jefe del distrito, le conté que era pastor en Mongolia Interior, que había oído decir que tierra adentro había comenzado la contratación de familias de agricultores, que en primavera empezaban los trabajos agrícolas y hacían falta animales de tiro, y que por eso había traído mis treinta caballos, y que los cedía gratis. El jefe del distrito, que se apellidaba Bai, se quedó de piedra, no se lo podía creer. Le dije que de verdad eran gratis. El hombre salió corriendo al patio y vio los caballos.
»—No podemos aceptarlos a cambio de nada —me dijo—. Vamos a hacer una cosa. Te daremos ochocientos yuanes por cabeza.
»—No me dé tanto —le dije yo—. Vamos a dejarlo en seiscientos por cabeza. Si necesitan más, vuelvo inmediatamente a Mongolia y les traigo otros cien caballos. También pueden enviar a alguien, yo les ayudaría en la compra.
»Así fue como esa primavera me convertí en tratante de caballos y gané treinta y ocho mil yuanes. Y el jefe del distrito Bai, que ahora es vicegobernador provincial, y yo nos hicimos íntimos amigos.
»Cuando uno tiene dinero, llega la hora de fundar una familia y dedicarse a un trabajo estable. En aquella época, mi intención era volver al pueblo y hacer realidad mi sueño de juventud. Para qué te voy a engañar, yo estaba secretamente enamorado de Lu Wenli. Pensaba hacerle un regalo de reencuentro: comprarle el camión de su padre, y llevármela a Mongolia Interior, casarme con ella y hacernos ricos.
»Me informé: la granja estatal ya había pasado al sistema de contratas, y el camión ya era propiedad de Lu Tiangong. Así que le envié un telegrama y le compré el camión por ocho mil yuanes. Era un precio desorbitado, desde luego. En aquellos tiempos, un Yuejin Nj 130 fabricado en Nanjing, que era exactamente como el Gaz 51, costaba eso mismo. El trasto de Lu Tiangong valía como mucho dos mil yuanes.
»—Considera la compra a este precio desorbitado como regalo interesado —le dije cuando le di los ocho mil yuanes—. Igual que Xiang Zhuang ejecutando la danza de la espada con la mente puesta en el duque de Pei[16], yo también tengo fines ocultos: te he comprado el camión —le dije— con la mente puesta en Lu Wenli.
»Lu Tiangong se echó a reír.
»—¿Crees que no me había dado cuenta? —me dijo—. A ver si te crees que puedes esconder la malicia que llevas dentro. Lo que pasa es que mi mujer y yo no podemos imponer un matrimonio a Wenli. Si eres tan listo, pídeselo tú. Pero que sepas, chaval, que ya no tienes ninguna posibilidad. El hijo del vicesecretario Wang, del comité del Partido del distrito, se ha encaprichado de ella. A mí, la verdad, no me gusta nada ese tipo, tiene pinta de facineroso, se nota a primera vista que no es buena persona. Pero al fin y al cabo, es hijo del vicesecretario del comité del Partido y, si Wenli acepta, su madre y yo no tendremos más remedio que empujar la barca río abajo y dejarnos llevar por la corriente. Pase lo que pase luego, habremos vivido un tiempo de esplendor como parientes del vicesecretario del comité del Partido del distrito.
»Di unas cuantas vueltas al pueblo con el Gaz 51 para hacerme el interesante, ¡era un joven cabeza hueca! Luego fui a todo trapo hasta la capital del distrito. ¿Qué cuándo había aprendido a conducir? En el 76, en una tejería donde trabajaba cargando camiones, allí me hice amigo de un conductor, el viejo Xu; él me enseñó. ¡Con los aires que se daba el padre de Lu Wenli cuando éramos pequeños! En realidad, esto se aprende en lo que lleva fumarse un pitillo.
»Fui con el camión hasta la fábrica de caucho para hablar con Lu Wenli, pero el conserje me dijo que la habían destinado a la oficina de correos y telégrafos del distrito. El conserje rajaba por los codos. Me dijo: “¿Cómo iba a trabajar en una fábrica de caucho la futura nuera del vicesecretario del comité del Partido, con la humareda negra que hay aquí siempre y la peste que se respira?”. Así que me dirigí a la oficina de correos, aparqué enfrente de la puerta y fui a los almacenes de al lado a comprarme un par de zapatos de cuero. Con los zapatos nuevos iba incomodísimo y me parecía que todo el mundo me miraba los pies. Nada más entrar en correos vi a Lu Wenli. Estaba detrás del mostrador de venta de sellos hablando con una señora. Me acerqué.
»—Lu Wenli, soy He Zhiwu —le dije—, fuimos compañeros de escuela. Tu padre me ha dicho que venga a verte.
»Se quedó sorprendida unos minutos.
»—¿Qué quieres? —preguntó cortante.
»—Ese es el camión de tu padre —dije señalándolo—. Me ha dicho que venga a buscarte.
»—¡Estoy trabajando! —dijo.
»—No importa —contesté—. Te espero dentro.
»Me subí a la cabina a esperarla fumando.
»En aquella época la capital del distrito era muy cutre; los edificios más altos tenían tres pisos. Sin embargo, me quedé mirando desde el camión la bandera roja que ondeaba encima del edificio de correos y el cedro que había detrás, y me parecieron imponentes. Antes de que me acabara el pitillo, Lu Wenli salió de Correos. Abrí la puerta del camión para que pudiera entrar. Sin decirle nada, arranqué el motor y nos fuimos.
»—¿Qué es lo que pasa? —preguntó.
»No le contesté. Seguí conduciendo a toda velocidad, mirándola de soslayo. Iba silbando, con los brazos cruzados. De pequeña no lo hacía, y me gustó mucho. Realmente, “las chicas cambian al pasar de niña a mujer”. Salimos de la ciudad y paré el camión en un descampado que había junto al estadio del instituto n.º 1 de enseñanza secundaria. ¿Por qué me paré allí? Pues porque allí era donde había sido campeona juvenil de ping-pong femenino. Me volví hacia ella, la miré fijamente. Era realmente preciosa. Sin duda se dio cuenta de algo, porque se puso un poco en guardia y parecía un poco enfadada.
»—¿Qué demonios vas a hacer?
»—Wenli —le dije sin rodeos—, me gustas desde hace más de diez años. Cuando salí rodando de la escuela, decidí en secreto que, si me iban bien las cosas, volvería a buscarte para casarme contigo. Allí —dije señalando el edificio de oficinas del instituto, una antigua iglesia cristiana de antes de la Liberación—, cuando se celebró el torneo de ping-pong y quedaste campeona, decidí que me convertiría en alguien de provecho y volvería para casarme contigo.
»—¿Así que ahora te van bien las cosas? —dijo con un mohín—, ¿te has convertido en alguien de provecho?
»—En líneas generales se puede decir que sí. ¿Cuánto ganas al mes? —pregunté.
»No contestó.
»—Aunque no lo digas, yo ya lo sé —dije—. Ganas treinta yuanes al mes, trescientos sesenta al año. Allá en Mongolia Interior he ganado treinta y ocho mil yuanes vendiendo animales de tiro. Eso equivaldría a cien años de tu sueldo. Ocho mil los he gastado en comprar este viejo trasto a tu padre. Eso es como si hubiera dado a tus padres una buena jubilación para que en el futuro no tengas que preocuparte de ellos. Allí tengo muchos amigos. He preparado el terreno. Con ese capital de treinta mil, en pocos años me habré… no, nos habremos convertido en una familia rica, ¡incluso en millonarios!
Puedo garantizarte que, uno: nunca te faltará dinero que gastar; dos: siempre me portaré bien contigo.
»—Qué lástima, He Zhiwu —dijo con frialdad—. Ya estoy prometida.
»—Pero no estás casada —dije—. Y aunque lo estuvieras, siempre podrías divorciarte.
»—¿Cómo puedes decir esos disparates? —exclamó—. ¿Con qué derecho interfieres en mi vida? ¿Porque le has comprado el camión a mi padre? ¿Porque tienes treinta mil yuanes?
»—Lu Wenli —dije—, porque te amo, y no quiero que vivas un infierno. He estado indagando: ese Wang Jianjun es un sinvergüenza y se dedica a ligarse a chicas jóvenes…
»—He Zhiwu —dijo ella interrumpiéndome—, ¿no te da vergüenza decir estas cosas?
»—Lo que quiero es salvarte —repliqué—, ¿qué tiene eso de malo?
»—¡Pues muchas gracias por tu bondad! —dijo ella—. ¡Tú y yo no tenemos nada que ver! ¡Ya me ocuparé yo misma de mis asuntos! ¡No tienes ningún derecho a entrometerte!
»—Por favor, piénsatelo bien —le dije.
»—He Zhiwu, déjame en paz de una vez, ¿vale? —me contestó—. Si Wang Jianjun se enterara de esto, haría que te mataran de una paliza.
»—¡Ojalá se entere! —dije riéndome—. ¿Por qué no se lo cuentas tú misma?
»Abrió la puerta y se bajó del camión.
»—He Zhiwu —dijo—, no creas que porque tienes dinero puedes permitirte olvidar quién eres. A ver si te enteras, ¡el dinero no lo puede todo!
»Dio media vuelta y echó a andar hacia la ciudad. Me quedé mirando cómo se alejaba. “Es verdad, el dinero no lo puede todo —pensé—, pero el que no tiene dinero no puede nada. ¡Lu Wenli, ya te las apañarás!”.
»Volví a casa, derribé un trozo de muro para poder meter el camión del padre de Lu Wenli en el patio, lo cubrí con una lona protectora y luego volví a levantar el muro. Pedí a mi padre que cuidara del camión.
»—¿Qué lo cuide de qué? —protestó—. ¡Ni que fuera a salir volando!
»Le dije que tuviera visión de futuro, que algún día ese camión sería de gran utilidad.
»Tras asegurarme de que a mis padres no les faltara de nada, volví a Mongolia Interior y llevé conmigo a mis dos hermanos menores. Juntos hicimos fortuna con negocios de todo tipo: vendimos madera, acero, ganado, cachemira, el dinero llegaba a espuertas. Tengo arrojo y tengo ingenio, te lo voy a demostrar con una anécdota.
»En aquellos tiempos, el tráfico de cachemira era ilegal; si cruzabas la Gran Muralla con una tonelada de cachemira de contrabando podías conseguir diez mil yuanes de beneficio. Habían puesto una barrera de control de camiones, así que compré dos camiones idénticos, el de delante iba cargado de algodón; el de detrás, de cachemira; los dos tapados con lona impermeable. Cuando llegamos cerca del control, aparcamos el camión de cachemira y avanzamos con el del algodón para que lo inspeccionaran. Mientras los guardias hacían su trabajo, les ofrecí cigarrillos, les di botellas de aguardiente, les prometí que a la vuelta les traería cosas de tierra adentro. Cuando acabaron, pasé. Pero, al cabo de un rato, di media vuelta y les dije que había perdido una rueda de repuesto, que tenía que volver a buscar una. Conduje el camión del algodón hasta donde estaba el de la cachemira, dejé aparcado el primero y me llevé el segundo. Al pasar por el control les dije a los guardias que ya tenía la rueda y, como acababan de controlarme, ya no me inspeccionaron. Con ese truco, mis hermanos y yo vendimos cuarenta toneladas de cachemira en una primavera y ganamos cuatrocientos mil yuanes netos. Al tener cada vez más dinero, tuve también cada vez más amigos, de modo que conseguí tarjetas de residencia para mis hermanos y los coloqué en una empresa de transporte. En aquella época se rendía culto a la tarjeta de residencia y al empleo fijo.
»En 1982, fui al pueblo a ver a mis padres y mandé construirles una casa nueva. Conservamos la vieja, donde siguió el camión, al que cambié la lona. Para entonces mi padre ya no se atrevía a protestar por nada de lo que yo hiciera.
»—Zhiwu es buen hijo —le decía a mi madre—, no hay que estar siempre discutiendo sus decisiones.
»Todavía me quedaba un hilo de esperanza respecto a Lu Wenli. Pero luego me enteré de que ya estaba casada con Jianjun y, según decían, vivía muy bien. Así las cosas, pensé que yo también tendría que casarme.
»En cuanto se supo que buscaba pareja, una docena de casamenteras vinieron a verme. Todas las chicas que me presentaban estaban muy bien, pero no elegí a ninguna. Un día, vino una mujer por iniciativa propia, sin intermediario. No era otra que mi mujer Yulia, que entonces trabajaba en el centro de ganadería de la bandera[17]. La apodaban Dos Muertes, porque, vista desde atrás, como tenía muy buen tipo, te morías de deseo; y vista por delante, con la cara llena de marcas de viruela, te morías del susto. Vino a hacerme una visita.
»—Hermano He, dime una cosa, ¿por qué buscas esposa?
»—Primero, porque quiero tener hijos —dije después de pensármelo un momento—. Segundo, porque quiero a alguien que me lave la ropa y me cocine.
»—Entonces soy la mejor elección —dijo.
»Me lo pensé unos instantes.
»—¡Pues no se hable más! —dije dándome una palmada en la pierna—. ¡Venga, vamos al registro!
»La boda causó sensación en toda la bandera. ¡Imagínate: He Zhiwu, el hombre más rico de toda la bandera, se casa con una mujer con la cara picada! Mucha gente no lo entendía. ¿Cómo iban a entenderlo? ¿Lo entiendes tú? Cuando veas a mis dos hijas, bonitas como diosas, lo entenderás. Y cuando veas a mi hijo futbolista lo entenderás. Mi mujer es guapa de cara; lo único feo que tiene son las marcas de viruela. Pero eso no se hereda, en cambio, su sangre de rusa blanca y su tipazo, sí. Además, con una mujer de raza china sólo me habrían permitido tener un hijo; pero con una de una minoría étnica podía tener dos con toda legalidad, y hasta tres si me movía un poco. Ahora entiendes por qué mis dos hijas tienen “secuestrado” un submarino nuclear, ¿no? ¡Son bellezas mestizas, con una presencia y una distinción fuera de lo común! Lo tengo clarísimo: si un hombre no puede casarse con la mujer a la que ama, tiene que buscarse una que le aporte el mayor número de ventajas posible. Y Yulia es ese tipo de mujer.
»En los años noventa pensé: “Para hacer negocios realmente importantes y ser rico de verdad, hay que ir a la costa”. Por eso fui a verte a Pekín. Primero fui destinado a nuestro distrito, y luego me instalé en Qingdao. Al principio, a mi mujer le costaba hacerse a la idea de dejar la casa de Mongolia Interior.
»—Allá en Qingdao, ¡haré construir un edificio para ti! —le dije.
He Zhiwu señaló un edificio blanco como la leche que se elevaba a lo lejos.
—Ese edificio es nuestro.
Siguió contándome muchas de sus hazañas en Qingdao, que ya he olvidado; no eran más que asuntos de cuánto dinero gastaba, cuántos amigos conseguía, de pérdidas insignificantes a cambio de grandes ganancias.
—¿Recuerdas, He Zhiwu, esa obrita cómica que representamos al principio de la Revolución Cultural? —le pregunté—. Yo llevaba la chaqueta raída del profesor Zhang, y debajo había metido una pelota de baloncesto a modo de barriga porque hacía de Nikita Jrushchov. Tú llevabas el pelo cubierto de harina porque hacías del Jrushchov chino, Liu Shaoqi. Y cantábamos: «¡Hola Shaoqi, tunante! ¡Hola Nikita, pillo! / Hoy cantaremos juntos bonitos estribillos». Y yo decía: «Coced bien las patatas, que ya echaremos carne». Y tú decías: «Con poquito que gaste me lleno los bolsillos». La clave de tu éxito, ¿no es esa: «Con poquito que gaste me lleno los bolsillos»?
Estuvo pensando unos instantes.
—En líneas generales, sí —contestó—. Pero no del todo. Más de una vez he salido muy trasquilado sin haber ganado nada.
—¿Te refieres a cuando compraste el Gaz 51 al padre de Lu Wenli?
—No seas bruto —dijo—. Siempre he sido muy calculador con todo el mundo, salvo con Lu Wenli.
—¿Fuiste a verla cuando murió su marido? —le pregunté.
—El marido de Lu Wenli se mató en 1993. Para entonces yo ya estaba en Qingdao dedicándome al negocio de los derivados de acero en colaboración con la amante de un pez gordo. Gracias a su influencia, éramos los proveedores en derivados de acero para todas las constructoras de Qingdao. Al enterarme de que Lu Wenli se había quedado viuda, el corazón me dio un vuelco. Le conté la historia a mi mujer. Ella, muy generosa, me dijo: «Ve a buscarla. Que se venga. Por mí, como si te casas con ella o la tienes de querida». Pero antes de que pudiera ir a buscarla, vino ella. Llevaba un vestido negro y unos guantes blancos; iba muy maquillada. Era una mujer madura de muy buen ver y conservaba mucho encanto.
»—He Zhiwu, he salido del infierno —me dijo nada más verme.
»—¿Qué quieres? —le pregunté sin más preámbulos—. ¿Ser mi esposa o ser mi amante?
»También ella fue directa.
»—Ser tu esposa, por supuesto.
»—Eso sería el parto de los montes. Mejor que seas mi amante. Te pondré un piso junto a la playa y te mantendré.
»—Entonces ya no te entretengo más —dijo con una sonrisa triste.
»Muy poco después me llegó la noticia de su boda con Liu el Bocaza. Fui solo en coche hasta el descampado de delante de la granja de Jiaohe, con dos botellas de aguardiente y dos paquetes de cigarrillos. Allí era donde había expresado al padre de Lu Wenli mi amor por su hija. Estuve bebiendo, fumando, pensando. Siempre había creído que tenía talento para la fisiognomía, que era un conocedor perspicaz del ser humano. Pero en realidad era “medir al noble por el rasero del vil”. Si a menudo he sido perspicaz en mi conocimiento del ser humano es porque la mayoría de las personas con las que he tratado eran igual de viles que yo. Pero Lu Wenli es noble.
La víspera de mi regreso, He Zhiwu me invitó a cenar a su casa. Su mujer hizo empanadillas tres delicias y, siguiendo la costumbre de Gaomi, las acompañó con un bol de ajo machacado. Era una mujer corpulenta y amabilísima, la personificación de la buena esposa y madre cariñosa. Estábamos ya medio borrachos cuando He Zhiwu se levantó y apagó la luz. Me dijo que mirara la ventana de la cocina. Vi brillar y lanzar destellos una docena de figuras en forma de monedas de cobre antiguas, redondas con un agujero cuadrado en el centro.
—¿De dónde viene la proyección? —pregunté.
—Ni idea —dijo—. Estuve indagando mucho tiempo sin dar con ello. Mira que hay montones de casas espléndidas junto al mar, pero no las quiero. Aquí es donde quiero quedarme.
«Ya estás junto al mar», estuve a punto de decir. «La avaricia es mar sin fondo y sin orillas», pero me callé a tiempo. Los hombres de negocios, cuanto más ricos son, más supersticiosos; les gusta oír palabras auspiciosas, y las que traen mala sombra son tabú. Así, cambié mi refrán por «El dios de la riqueza bendice esta casa», y él se quedó encantado.
—¡Desde luego, eres un gran escritor! —dijo—. ¡Con qué facilidad te salen frases hechas!
Un tiempo después, He Zhiwu me llamó a Pekín para decirme que había visto un terreno que le gustaba junto al mar, en Longkou, y que lo quería para hacer negocio inmobiliario.
—¿Puedes venir? —preguntó—. El encargado de la oficina de administración de tierras es Zuo Lian, el hijo del director Zuo de la estación de radiogoniometría de Huangxian cuando acababas de entrar en el ejército. Cuando oyó tu nombre se le iluminó la cara. Dijo que lo habías visto crecer.
Estuve dudando, pero al final puse una excusa para no ir.