Nosotros discutimos el libro de Roger Penrose Las sombras de la mente en una serie de seminarios conjuntos LSE/King's College de Londres con el título: «Filosofía: Ciencia o Teología». Quiero empezar planteando la misma pregunta que me formuló uno de los participantes en el seminario: «¿Qué razones tiene Roger para pensar que las respuestas a preguntas sobre la mente y la consciencia deben encontrarse en la física antes que en la biología?». Hasta donde yo podía ver, existen tres tipos de razones que Penrose sugiere.
Si lo hacemos de ese modo, podemos establecer un programa muy prometedor. Este es el tipo de razón potencialmente más poderosa que puede darse para un proyecto como el de Roger. Como positivista que soy, opuesta al mismo tiempo a la metafísica y a la argumentación trascendental, yo estaría dispuesta a discutir que este es el único tipo de argumento al que deberíamos dar peso. Por supuesto, la fuerza con que este tipo de argumento apoye un proyecto dependerá de lo prometedor —y lo detallado— que sea el programa. Una cosa que está clara es que la propuesta de Penrose —postular primero coherencia cuántica macroscópica en los microtúbulos del citoesqueleto y luego buscar las características no computacionales especiales de la consciencia en un nuevo tipo de interacción cuántico-clásica— no es un programa detallado.
Sus promesas no residen ciertamente en el hecho de que sea un próximo paso natural en una agenda de investigación progresiva y bien verificada. Si uno la encuentra prometedora, debe ser debido a la audacia e imaginación de las ideas, a la convicción de que alguna nueva interacción de este tipo es necesaria en cualquier caso para poner en orden la mecánica cuántica, y al fuerte compromiso previo de que, si va a haber una explicación científica para la consciencia, debe, en definitiva, ser una explicación física. Creo que esto último debe jugar seguramente un papel clave si vamos a juzgar prometedor el programa de Roger. Pero, obviamente, en la medida en que juega un papel, el hecho de que juzguemos el programa prometedor no puede proporcionarnos una razón para pensar que sea la física, y no alguna otra ciencia, la que haga la tarea.
El segundo tipo de argumento para pensar que la física por sí sola proporcionará la explicación última es el hecho indudable de que ciertas áreas de la física —especialmente el electromagnetismo— contribuyen a nuestra comprensión del cerebro y el sistema nervioso.
La descripción estándar actual de la transmisión de mensajes utiliza conceptos de la teoría de circuitos eléctricos. Parte de la propia historia de Roger se basa en ideas muy recientes tomadas del electromagnetismo: se supone que los diferentes estados de polarización eléctrica en un dímero de tubulina constituyen la base de las diferencias en la configuración geométrica que hacen que los dímeros se curven formando ángulos diferentes con respecto al microtubo. Pero este tipo de argumento no funciona. El hecho de que la física cuente parte de la historia es una pobre razón para concluir que debe contar toda la historia.
A veces se invoca a la química en esta etapa para argumentar lo contrario. Nadie negaría ahora que una parte de la historia será contada por la química. Pero se supone que las partes relevantes de la química son, en sí mismas, simple física. Así es exactamente como el propio Roger habla de ello: «Las fuerzas químicas que controlan las interacciones de átomos y moléculas tienen en verdad un origen mecano-cuántico, y es fundamentalmente la acción química la que gobierna el comportamiento de las sustancias neurotransmisoras que transfieren señales de una neurona a otra —a través de minúsculas separaciones que se denominan espacios sinápticos—».
Análogamente, los potenciales de acción que controlan físicamente la transmisión de la señal nerviosa tienen un origen ciertamente mecano-cuántico (Sombras, pág. 368). La química entra en juego en defensa de la física para responder a mis preocupaciones, provocadas por el gigantesco salto inferencial desde «la física cuenta parte de la historia» a «la física cuenta toda la historia». Pero ahora este mismo salto inferencial ha reaparecido una vez más en un nivel inferior. Ciertamente no tenemos nada semejante a una reducción real de las partes relevantes de la química-física a la física —ya sea cuántica o clásica—.[5.1] La mecánica cuántica es importante para explicar aspectos de los fenómenos químicos pero los conceptos cuánticos son utilizados siempre junto con conceptos sui generis —es decir, no reducidos— de otros campos. Ellos no explican los fenómenos por sí solos.
La tercera razón para pensar que la física explicará la mente es metafísica. Podemos ver la cadena argumental de Roger. Nos gustaría suponer que la función de la mente no es misteriosa; eso significa que puede explicarse en términos científicos; lo que equivale a que puede explicarse en términos físicos. En mi seminario, la pregunta: ¿por qué no biología?, fue planteada por el bien conocido experto en estadística James Durbin, y creo que la cuestión encierra gran interés.
Como experto en estadística, Durbin vive en un mundo abigarrado y estudia pautas de características que proceden de todo tipo de campos, tanto científicos como prácticos. Por el contrario, el mundo de Roger es el mundo del sistema unificado, con la física como base para la unificación. Pienso que la razón para este tipo de fisicismo es la idea de que no tenemos ninguna otra metafísica satisfactoria. Sin el sistema nos quedamos con algún tipo de dualismo inaceptable o, para utilizar el mismo término que Roger, misterioso. Este es el tema que quiero discutir, pues creo que la opinión de que no hay alternativa razonable es una idea que ha calado en muchos físicos.[5.2] Existe la sensación de que cualquiera que tome la física seriamente como algo que describe realmente el mundo tendrá que creer en su hegemonía.
¿Por qué? Aparentemente, existe un número muy, muy elevado, de propiedades diferentes que actúan simultáneamente en el mundo. Algunas son estudiadas por una disciplina científica específica; otras lo son por otra disciplina diferente; unas cuantas están en la intersección de ciencias distintas; y, la mayoría, no son el objeto de estudio de ninguna ciencia. ¿Qué es lo que legitima la visión de que, detrás de las apariencias, todas estas propiedades son realmente las mismas? Yo creo que dos cosas: una es una confianza excesiva en la sistematicidad de sus interacciones y la otra, una excesiva estimación de lo que la física ha conseguido.
Debería señalar, sin embargo, que esta limitación en la visión metafísica que ve como posible sólo un tipo de monismo fisicista está también ampliamente extendida en filosofía, incluso entre aquellos que se resisten a la reducción de las ciencias particulares a la física. Consideremos la filosofía de la biología, en la que el reduccionismo quedó pasado de moda hace bastante tiempo; ahora se toma de nuevo en serio un tipo de emergentismo en el que las propiedades y las leyes aparecen recién nacidas con niveles de complejidad y organización crecientes. Pese a todo, la mayor parte de las personas no puede ir más allá de un tipo de monismo; se sienten obligadas a insistir en la sobrevenida.
En términos generales, decir que las propiedades de la biología descansan en las de la física es afirmar que, si tuviéramos dos situaciones que fueran idénticas con respecto a sus propiedades físicas, entonces deberían ser idénticas con respecto a sus propiedades biológicas. Esto no significa, según ellos, que las leyes biológicas se reduzcan a leyes físicas, puesto que las propiedades biológicas no necesitan ser definibles en términos físicos. Pero sí significa que las propiedades biológicas no son propiedades independientes y separadas, pues están fijadas por las propiedades de la física. Una vez que se ha establecido la descripción física, la descripción biológica no puede ser sino la que es. Las propiedades biológicas no se sitúan en una categoría completamente independiente: son ciudadanas de segunda clase.
Tomar en serio que las propiedades biológicas son propiedades separadas, causalmente efectivas por sí mismas, no es burlarse de la evidencia empírica. Doy por hecho lo que vemos en la ciencia: a veces la física ayuda a explicar lo que sucede en sistemas biológicos. Pero aquí sucede lo mismo que dije de la química: rara vez sin la ayuda también de descripciones biológicas sui generis y no reducidas. Podemos recordar una frase que he utilizado en otro lugar de un modo algo diferente: ni dentro de la biología, ni fuera de la biología.[5.3]
Lo que vemos se describe de forma más natural como una interacción entre características biológicas y físicas que se afectan mutuamente. También tenemos identificaciones muy contextuales entre una descripción biológica y una física, así como una buena cantidad de cooperación causal —propiedades biológicas y físicas que actúan conjuntamente para producir efectos que ninguna de ellas puede causar por sí sola—. Pasar de esto a todo debe ser física es precisamente el salto inferencial gigante por el que me he venido preocupando. Lo que vemos puede ser consistente con que todo sea física, pero ciertamente no apunta hacia esa conclusión en particular sino que parece más bien apartarse de ella.[5.4]
En buena medida, la razón para creer que todo debe ser física está, creo yo, en una visión acerca del cierre. Se supone que los conceptos y las leyes de una buena teoría física constituyen un sistema cerrado en sí mismo: es todo lo que uno necesita para ser capaz de hacer predicciones sobre estos mismos conceptos. Pienso que ésta es una errónea —o, al menos, excesivamente optimista— visión del éxito de la física. Casi al mismo tiempo en que la idea de sobrevenida se hizo importante en filosofía, también lo hizo la idea de una ciencia particular. Esencialmente todas las ciencias excepto la física son ciencias particulares. Eso significa que, en el mejor de los casos, sus leyes son válidas solo ceteris paribus: válidas en tanto no intervenga nada que esté fuera del dominio de la teoría en cuestión.
Pero ¿qué es lo que genera la confianza en que las leyes de la física son más que leyes ceteris paribus? Nuestros sorprendentes éxitos de laboratorio no muestran tal cosa; ni lo hace el éxito newtoniano con el sistema planetario, que tanto impresionó a Kant. Y tampoco lo hacen las grandes transferencias tecnológicas de la física: los tubos de vacío o los transitores o los magnetómetros squid. Pues estos dispositivos son construidos para asegurar que no hay interferencia. No prueban si las leyes siguen siendo buenas cuando factores externos al dominio de la teoría juegan un papel. Existe por supuesto la fe general en que, en el caso de la física, nada podría interferir salvo factores adicionales que en sí mismos pueden ser descritos en el lenguaje de la física y que están sujetos a sus leyes. Pero este precisamente es el punto en cuestión.
Quiero terminar con un comentario acerca del realismo. He estado apuntando hacia un tipo de visión pluralista de todas las ciencias, que permanecen codo a codo y aproximadamente en pie de igualdad con varios tipos diferentes de interacciones que se producen entre los factores estudiados en sus distintos dominios. Esta es una imagen que, a menudo, va acompañada de una visión en la que la ciencia es una construcción humana que no refleja la naturaleza. Pero esta no es una conexión necesaria. Kant mantenía la postura exactamente opuesta: es precisamente porque nosotros construimos la ciencia por lo que el sistema unificado es no solo posible sino necesario.
De todas las maneras, en nuestros días esta imagen pluralista suele estar asociada con el construccionismo social. Por eso es importante resaltar que pluralismo no implica antirrealismo. Decir que las leyes de la física son verdaderas ceteris paribus no es negar que sean verdaderas; simplemente, no son completamente soberanas. No es el realismo en la física el que está en juego bajo el pluralismo, sino más bien el imperialismo. Por eso no quiero que nos dirijamos a una discusión del realismo científico. Más bien quiero que Penrose discuta su compromiso metafísico de que debe ser la física la que haga el trabajo. Pues eso debe ser presupuesto si la discusión se plantea ya acerca de si será este tipo de física o aquél. La cuestión no es si las leyes de la física son verdaderas y sostienen de alguna forma la actuación de la mente, sino si ellas son toda la verdad o si deben llevar el grueso de la carga explicativa.