VII
De hecho, unos diez o quince minutos antes, me había fijado en el helicóptero de color verde aceituna que estaba dando vueltas en el aire por encima de Dalan. Como una libélula, gigante, se deslizó por el cielo, volando cada vez más bajo. En algunos momentos parecía que estaba a punto de rozar la puntiaguda cúpula de la pagoda con su redondeado vientre. Las ráfagas de viento que soltaba su rotor hacían que me zumbaran los oídos, cada vez con más fuerza a medida que el helicóptero descendía con la cola bien levantada. Una gran cabeza se asomó a través de la ventana de la tenuemente iluminada cabina y miró hacia el suelo. Pero la persona se movió y quedó fuera del alcance de la vista antes de que yo pudiera fijarme bien en su cara. El bulldozer rugía y sus orugas traqueteaban mientras levantaba su pala dentada y se dirigía hacia la casa como un estrambótico dinosaurio. El viejo taoísta, Men Shengwu, vestido con su habitual túnica negra, surgió como una aparición enfrente de la pagoda y, con la misma rapidez, se esfumó. Lo único que yo podía pensar era: «No me den más electrochoques, soy un trastornado mental. ¿Es que eso no es suficiente?».
El helicóptero volvió, y esta vez se inclinó hacia un lado escupiendo un humo amarillo. La figura de una mujer se asomó desde la cabina y gritó, con una vez apenas audible sobre el ensordecedor sonido —zum, zum, zurn— de los rotores:
—Parad… No podéis demoler eso… Edificios históricos… Qin Wujin…
Qin Wujin era el nieto del Señor Qin Er, que nos había dado clases a Sima Ku y a mí. Era el responsable de la Oficina de Reliquias Culturales, pero estaba más interesado en el desarrollo que en la conservación, y en aquel momento estaba examinando un gran cuenco de porcelana celadón que pertenecía a nuestra familia. Sus ojos brillaban muchísimo. Le temblaba la parte inferior de los carrillos; el grito proveniente del helicóptero, evidentemente, había hecho que se sobresaltara. Miró al cielo y el helicóptero dio otra vuelta y lo envolvió en un chorro de humo amarillo.
Al final aterrizó enfrente de la pagoda. Después de que se hubiera posado en el suelo, cuando ya estaba seguro, las hojas planas de su rotor continuaban dando vueltas tontamente —zum, zum, zum—. Cada vuelta que daban era un poco más lenta que la anterior, hasta que finalmente se detuvieron abruptamente. La bestia estaba ahí posada, mirando con los ojos abiertos como platos. En su vientre se abrió una trampilla, enmarcada en la luz de la cabina, y por la escalera bajó un hombre que llevaba un abrigo de cuero, seguido por una mujer que vestía una cazadora de color naranja brillante sobre una falda de lana de un naranja más apagado. Los músculos de sus pantorrillas se tensaban a cada paso que daba. Tenía un rostro digno, circunspecto y rectangular debajo de un denso remolino de pelo negro y brillante. La reconocí instantáneamente: era la hija de Lu Liren y mi hermana Pandi, Lu Shengli, la antigua directora de la sucursal del Banco de la Industria y el Comercio que había en la ciudad. Acababa de ser ascendida al cargo de alcaldesa tras la muerte de la alcaldesa titular, Ji Qiongzhi, que había fallecido debido a una hemorragia cerebral que, según alguna gente, había sido causada por un ataque de rabia. Shengli había heredado el aspecto físico de mi quinta hermana pero tenía una pinta más elegante, demostrando que cada generación supera a la anterior. Caminaba con la cabeza muy alta y con el pecho echado hacia adelante, como un caballo de carreras pura sangre. Un hombre de mediana edad, con la cabeza muy grande, bajó las escaleras detrás de ella. Llevaba un traje de diseño y una corbata muy ancha.
El hombre se estaba quedando calvo, pero su cara era la de un niño pequeño y travieso, con unos vivaces ojillos sumamente misteriosos. Una nariz bulbosa se cernía sobre una boca bonita y pequeña, de labios gruesos, y sus grandes, bellos y carnosos lóbulos de las orejas colgaban pesadamente hacia abajo semejantes a la papada de un pavo. Yo nunca había visto un hombre con una cara como esa; ni una mujer, por supuesto. Las personas que tienen ese aspecto majestuoso parecen estar destinadas a ser emperadores, a tener suerte en el amor, a disfrutar de la compañía de tres esposas, seis consortes y setenta y dos concubinas. Podía ser Sima Liang, pero yo no me atrevía a creérmelo. Al principio, él no me vio, cosa que a mí no me pareció mal, puesto que seguramente no me reconocería. Shangguan Jintong era un antiguo paciente de un sanatorio mental, un hombre con un trauma sexual. Inmediatamente detrás de él venía una mujer mestiza que era más alta y más grande que Lu Shengli. Tenía los ojos hundidos y los labios de un color rojo sangre.
Lu Shengli siguió con la mirada clavada en el hombre. Una sonrisa cautivadora asomaba a su cara, que habitualmente tenía una expresión severa. Esa sonrisa era más valiosa que los diamantes y más atemorizadora que el veneno. El director de Actividades Culturales se acercó a ella, caminando torpemente con nuestro cuenco de porcelana celadón entre las manos.
—Alcaldesa Lu —le dijo—, qué bueno que haya venido a contemplar cómo trabajamos.
—¿Qué tenéis planeado hacer? —preguntó ella.
—Vamos a construir un parque temático en torno a esta antigua pagoda que funcionará como atracción turística para los chinos y los extranjeros.
—¿Por qué no me informaron?
—Es algo aprobado por su antecesora, la Alcaldesa Ji.
—Ya que fue una decisión suya, tendremos que volver a pensarlo. La pagoda está bajo la protección municipal, y no quiero que derribéis la casa de enfrente. Vamos a reinstaurar las actividades del mercado de la nieve. ¿Crees que será muy entretenido instalar unos pocos juegos electrónicos de pacotilla, unos horribles coches de choque y unos juegos de mesa ordinarios? ¿Qué tiene todo eso de entretenido? Camarada, si queremos atraer al turismo y hacernos con su dinero, necesitamos más visión. Les he propuesto a los vecinos de la ciudad que aprendan del espíritu innovador de la Reserva Ornitológica Oriental, que se atrevan a internarse en territorios que nadie ha hollado todavía y que se dediquen a crear algo nuevo y distinto. ¿Qué entendemos por «reformas»? ¿Qué significa «apertura»? Con estos términos, queremos decir que hay que pensar con audacia y actuar con atrevimiento. Tal vez haya cosas que no puedas pensar, pero no hay nada que no puedas hacer. La Reserva Ornitológica Oriental se halla en el proceso de implementación de su Plan Fénix. Cruzando avestruces, faisanes dorados y pavos reales, tienen el proyecto de crear un ave que, hasta ahora, sólo existe en la mitología: el fénix.
Se había vuelto adicta a la oratoria, por lo que cuanto más hablaba, más excitada se sentía, como los cascos de un caballo que no pueden dejar de correr. El testigo del gobierno y los policías se habían quedado completamente paralizados. El reportero de la emisora local de televisión, un hombre que se había ganado una buena reputación como subordinado del director del Departamento de Radio y Televisión, Unicornio, enfocaba con su cámara a la Alcaldesa Lu Shengli y a sus honorables invitados. Los reporteros de los periódicos locales salieron súbitamente de su apatía y se pusieron a correr por todos lados, arrodillándose y poniéndose de pie para sacarles fotos a los dignatarios.
Finalmente Sima Liang vio a Madre, que estaba tumbada enfrente de la pagoda, atada de pies y manos. Entonces se tambaleó hacia atrás, moviendo la cabeza de un lado a otro. Estuvo a punto de echarse a llorar. Después se puso de rodillas, primero lentamente, pero después se prosternó ante ella con rapidez en cuanto sus rótulas tocaron el suelo.
—¡Abuela! —dijo, con un fuerte gemido—. Abuela…
Ese gesto no fue nada artificioso, como su rostro surcado por las lágrimas se encargó de demostrar, por no hablar de los mocos que le caían de la nariz. A Madre le fallaba la vista, pero intentó enfocarlo. Sus labios temblaron.
—¿Eres tú, pequeño Liang?
—Abuela, abuela querida, soy yo, Sima Liang. Tú me criaste desde que era un bebé. —Madre intentó acercarse rodando—. Prima —dijo Sima Liang, poniéndose en pie—, ¿por qué has atado a mi abuela de ese modo?
—Es todo culpa mía, primo —dijo Lu Shengli, muy incómoda. Después se volvió hacia Qin Wujin y susurró, con los dientes apretados—. ¡Hijos de perra!
Las rodillas de Qin empezaron a temblar, pero él se las apañó para que no se le cayera nuestro cuenco de porcelana celadón.
—Espérate a que vuelva a mi oficina… no, no vamos a esperar. ¡Estás despedido! Ahora vete y redacta una autocrítica.
Entonces se agachó y se puso a liberar a Madre. Cuando se encontraba con un nudo con el que no podía, lo desataba con los dientes. Era una escena conmovedora. Después de ayudar a Madre a ponerse en pie, dijo:
—Siento mucho haber llegado tan tarde.
Madre tenía una expresión de desconcierto en el rostro.
—¿Tú quién eres?
—¿No me reconoces, abuela? Soy Lu Shengli.
Madre sacudió la cabeza.
—No te pareces a ella. —Entonces se volvió hacia Sima Liang—. Liang, déjame tocarte. Quiero ver si has engordado —dijo, y le acarició la cabeza—. Eres mi pequeño Liang, no hay duda —le dijo—. La gente cambia con los años, pero la forma de su cráneo no. Ahí es donde tu destino está escrito. Tienes mucha carne en los huesos, mi niño. Parece que te ha ido bien. Por lo menos, comes bien.
—Sí, abuela, como bien —sollozó Sima Liang—. Ya se han terminado nuestras penurias. De ahora en adelante, puedes relajarte y disfrutar de la buena vida. ¿Dónde está mi Pequeño Tío? ¿Cómo le va?
Sima Liang y yo estábamos prácticamente frente a frente. ¿Debía continuar actuando como si fuera un enfermo mental o debía presentarme ante él con la cabeza bien clara? Tras una separación de casi cuarenta años, si se encontrara conmigo y pensara que soy un enfermo mental, sería un golpe muy duro para él. Por eso decidí que mi amigo de la infancia merecía verme como a un ser humano normal e inteligente.
—¡Sima Liang!
—¡Pequeño Tío!
Nos abrazamos. Su colonia me embriagó. Tras dar un paso atrás, le miré a los furtivos ojos. Él suspiró, como si fuera un hombre profundamente sabio, y yo me di cuenta de que le había dejado un rastro de lágrimas y mocos en la chaqueta del traje, perfectamente planchado, que llevaba. Después vi que Lu Shengli extendía el brazo, como si quisiera estrecharme la mano, pero en cuanto le ofrecí la mía, ella retiró la suya, cosa que me dio vergüenza y rabia simultáneamente. ¡Mierda, Lu Shengli, has olvidado tu pasado, has olvidado la historia!
Y olvidar la historia es una forma de traición. Has traicionado a la familia Shangguan, y a un representante de… ¿A quién puedo representar yo? A nadie, supongo, ni siquiera a mí mismo.
—¿Qué tal te va, Pequeño Tío? Lo primero que hice cuando llegué fue preguntar por ti y por la abuela.
¡Sucias mentiras! Lu Shengli, has heredado la salvaje imaginación de Shangguan Pandi, que hace mucho tiempo dirigió la sección del ganado de la Granja del Río de los Dragones, pero no heredaste su sinceridad ni su transparencia. La mujer eurasiática que había venido con Sima Liang se me acercó para estrecharme la mano. Tuve que sacarme el sombrero ante Sima Liang: la forma en que había regresado, con esta mujer mestiza, que se parecía a la actriz de la película que había proyectado Babbitt hacía tantos años, colgada del brazo, era una manera de glorificar a sus ancestros. Aparentemente, el frío no la afectaba, porque la mujer llevaba un vestido muy fino; sus protuberantes pechos apuntaban hacia mí.
—¿Cómo estás? —me dijo en un chino vacilante.
—Nunca me hubiera imaginado que nuestro Pequeño Tío acabaría así —dijo Lu Shengli tristemente.
Pero Sima Liang se rio.
—Dejadlo todo en mi mano —dijo—. Yo me encargaré de solucionar este problema. Señora Alcaldesa, voy a construir el hotel más impresionante de la ciudad, justo en el centro. Voy a invertir cien millones en él. También me encargaré de aportar el dinero que sea necesario para conservar la pagoda. En cuanto a la reserva ornitológica de Papagayo Han, estoy esperando un informe que he encargado para ver si también me conviene invertir ahí. Tú eres una auténtica descendiente de la familia Shangguan, y como alcaldesa tienes todo mi apoyo. Pero espero no volver a ver a la abuela atada de esa manera nunca más.
—Tienes mi palabra —dijo Lu Shengli—. Ella y el resto de la familia recibirán la mejor de las atenciones.
El Gobierno Municipal de Dalan y el magnate Sima Liang se pusieron de acuerdo en que la construcción del hotel sería una empresa conjunta. La ceremonia en la que se firmó el contrato tuvo lugar en la sala de reuniones de la Mansión Osmanthus. Después de la firma, lo seguí hasta la suite presidencial. Mientras caminaba, veía mi reflejo en el suelo, semejante a un espejo. Colgada de la pared había una lámpara que tenía la forma de una mujer desnuda que transportaba una jarra de agua sobre la cabeza; sus pezones parecían cerezas maduras.
—Pequeño Tío —me dijo Sima Liang, soltando una carcajada—, no te hace falta fijarte en eso. Te voy a enseñar algo mucho más real dentro de un momento.
Se dio la vuelta y gritó:
—¡Manli! —La mujer mestiza entró en la habitación—. Me gustaría que le dieras un baño a mi Pequeño Tío, y que lo vistieras con ropa nueva.
—No, Liang —me opuse yo—, no.
—Pequeño Tío —me dijo él—, tú y yo somos como hermanos. Venga lo que venga, sea bueno o malo, tú y yo lo compartiremos. Cualquier cosa que desees, alimentos, ropas, diversiones, lo único que tienes que hacer es pedírmela. Si te reprimes por un falso sentido de la educación es como si me dieras una bofetada en plena cara.
Manli me condujo al cuarto de baño. Llevaba un vestido corto con unas finas correas. Con una sonrisa seductora, me dijo, en un chino malísimo:
—Cualquier cosa que quieras, Pequeño Tío, yo estoy aquí para proporcionártela. Son órdenes del Señor Sima.
Dicho esto, comenzó a quitarme la ropa, de la misma manera que Vieja Jin, la mujer de un solo pecho, había hecho años atrás. Yo farfullé débilmente algunas objeciones, pero acabé dejándola hacer. Mis ropas, hechas jirones, acabaron en una bolsa de plástico negro. Una vez estuve desnudo, me tapé con las manos. Ella señaló la bañera.
—Por favor —me dijo.
Me senté en la bañera y ella abrió los grifos; varios chorros de agua caliente empezaron a salir de los orificios que había a lo largo de toda la bañera, dándome un delicado masaje y haciendo que las capas de mugre que tenía pegadas al cuerpo se fueran cayendo. Mientras tanto, Manli, que se había puesto un gorro de ducha y se había despojado del vestido, se quedó ahí de pie, desnuda, delante de mi vista, pero sólo por un momento; después se metió en la bañera y se sentó a horcajadas encima de mí. Comenzó a acariciarme y a masajearme por todas partes, haciendo que me diera la vuelta para un lado y para el otro, hasta que yo finalmente me armé de valor y me metí uno de sus pezones entre los labios. Ella chasqueó la lengua un poco y después paró. Poco después volvieron los chasquidos y paró de nuevo. Sonaba como un motor que no acaba de arrancar. Sólo había tardado un minuto en descubrir mi flaqueza, y sus pechos pronto se inclinaron hacia abajo, decepcionados. Pasada la excitación, me lavó por delante y por detrás, me peinó el cabello y me envolvió con un albornoz suave y esponjoso.