X
En el momento de poner su huella dactilar en el certificado de matrimonio, Jintong no podía haberse sentido peor, pero lo hizo de todos modos. Sabía que no amaba a aquella mujer; de hecho, la odiaba. En primer lugar, no tenía ni idea de la edad que tenía. En segundo lugar, no sabía cómo se llamaba. Y en tercer lugar, su origen era un absoluto misterio. Cuando salieron del registro civil, le preguntó:
—¿Cómo te llamas?
Ella hizo una mueca, enfadada, y abrió la carpeta roja donde llevaba el certificado de matrimonio.
—Mira bien —le dijo—. Está ahí escrito.
Y ahí estaba, negro sobre blanco: Wang Yinzhi, habiendo expresado su deseo de casarse y habiendo cumplido todos los requisitos de las Leyes de Matrimonio de la República Popular China…
—¿Eres pariente de Wang Jinzhi? —preguntó él.
—Es mi padre.
Todo se oscureció. Jintong se había desmayado.
Soy un idiota. Me he subido a bordo de un barco lleno de ladrones. ¿Y qué puedo hacer ahora? Casarse es fácil; divorciarse no lo es. Ahora estoy más convencido que nunca de que Wang Jinzhi está detrás de todo esto. Maldito Unicornio. Sólo porque Sima Liang le hizo sufrir, ha pergeñado este siniestro plan para castigarme a mí. ¿Dónde estás, Sima Liang?
Con lágrimas en los ojos, ella le dijo:
—Jintong, sé lo que estás pensando y te equivocas. Yo te quiero. Esto no tiene nada que ver con mi padre. De hecho, me amenazó con desheredarme si me casaba contigo. Me preguntó qué veía en ti, y me recordó que era de conocimiento público que tú estuviste en la cárcel por necrofilia y que pasaste unos cuantos años en una institución para enfermos mentales. «¿Qué importa si tienes un cuñado forrado de dinero o una sobrina alcaldesa?», me preguntó. Somos pobres, pero no de espíritu ni en valores morales… Todo está bien, Jintong —continuó ella, mirándolo fijamente a través de la neblina que tenía en los ojos—, podemos presentar una demanda de divorcio, si quieres, y yo seguiré con mi vida…
Las lágrimas de ella caían sobre el corazón de él. Tal vez estaba permitiendo que sus sospechas le dominaran. ¿Qué tiene de malo aceptar que alguien te ama?
Wang Yinzhi era un genio para cuestiones de dirección de empresa. Se puso a trabajar y revisó minuciosamente la estrategia comercial de Jintong. Se le ocurrió construir una fábrica justo detrás de la tienda para producir sus propios sujetadores Unicornio, de la mejor calidad. De repente, Jintong se había convertido en poco más que una figura decorativa, y pasaba la mayor parte de su tiempo frente a la televisión, donde emitían constantemente anuncios de los sujetadores Unicornio:
Ponte un Unicornio y sentirás que tu vida comienza de nuevo.
Cuando llevas un Unicornio, la fortuna te sonríe.
Un actor de tercera fila agitaba un sujetador frente a la cámara:
Ponte un Unicornio y tu maridito se volverá loco.
Quítatelo y la suerte te abandonará.
Asqueado con lo que estaba viendo, Jintong apagó la televisión y se puso a dar vueltas sobre la exuberante alfombra de lana de su habitación, en la que ya había creado un sendero de tanto pasearse de un lado para otro. El ritmo de sus pasos se aceleraba, su excitación crecía, su mente estaba cada vez más confusa, como una cabra muerta de hambre y encerrada. Pero se cansó pronto. Entonces se sentó y volvió a encender la televisión con el mando a distancia. Estaban poniendo La hora del Unicornio. El programa, que consistía en entrevistas y documentales biográficos, trataba de las mujeres más influyentes de Dalan. Lu Shengli y Geng Lianlian ya habían aparecido.
La conocida sintonía del programa, el agradable son de la Fortuna llamando a la puerta, precedió a la voz del locutor: «Este programa está patrocinado por Lencería Unicornio. Ponte un Unicornio y sentirás que tu vida comienza de nuevo. El unicornio es el animal del amor. Me calienta el corazón día y noche». El logotipo del Unicornio apareció llenando toda la pantalla. La imagen: una mezcla entre un rinoceronte y un pecho con su pezón.
«Nuestra invitada de hoy es Wang Yinzhi. Gracias a la dinámica estrategia comercial de la Señora Wang, los hombres y las mujeres jóvenes de Dalan pueden llevar con orgullo productos de la marca Unicornio. Ya no se limitan a la lencería; ahora la firma también hace gorras y calcetines y muchas otras cosas». En ese momento, el micrófono se desplazó hasta la boca de la directora general de Unicornio, Wang Yinzhi, que estaba cubierta de abundante pintalabios.
«Señora Directora General, la primera pregunta que me gustaría hacerle es: ¿Cómo se le ocurrió un nombre tan extraño como “Unicornio” para su tienda, su fábrica y su línea de ropa?». La sonrisa de ella rebosaba confianza. Mirándola un instante uno se daba cuenta de que era una mujer educada, inteligente, rica y poderosa, una mujer a tener en cuenta. «Es una historia más bien larga —contestó ella—. Hace más de tres décadas, mi padre adoptó el pseudónimo de El Unicornio. Según él, el unicornio es un animal mágico que se parece, al menos hasta cierto punto, al rinoceronte. Es el “cuerno mágico del corazón” que simboliza un encuentro en los antiguos textos. Amantes, cónyuges, amigos, ¿no son un cuerno mágico del corazón? Por eso lo escogí como nombre para nuestra tienda. El siguiente paso lógico era convertirlo en una marca. Cuerno mágico del corazón, sí, cuerno mágico del corazón, ¿no te parece que solamente el sonido te transporta a un mundo emocionante y dichoso? Pero me temo que me estoy dejando llevar, y que todos los amigos que nos están viendo, esos cuernos mágicos del corazón, no necesitan que yo les explique nada».
¡Cállate de una vez! —farfulló Jintong, indignado—. ¿Cómo te atreves a atribuirte eso? ¡Un día de estos te voy a unicornear!
Sentada frente a la presentadora del programa, una mujer con los dientes delanteros muy salidos, Wang Yinzhi hablaba y hablaba sin parar. «Por supuesto, mi marido jugó un papel importante en la primera época de la tienda, pero después cayó enfermo y ahora está convaleciente y me ha dejado sola ante la lucha. El unicornio es un auténtico luchador, y considero que es mi deber preservar su espíritu de lucha». «¿Y cuál es su objetivo, si me permite la pregunta?», inquirió la presentadora de dientes de conejo. «Convertir al Unicornio en una firma conocida a nivel nacional en un plazo de tres años; a nivel internacional, en uno de diez; y, finalmente, llegar a ser la primera marca del mundo de artículos de lencería».
Jintong le lanzó el mando a distancia a la imagen televisada de Wang Yinzhi. ¿Es que no tienes ninguna vergüenza? El mando a distancia rebotó en la televisión y cayó al suelo. Mientras tanto, en la pantalla, Wang Yinzhi seguía hablando interminablemente. Los rellenos prominentes que llevaba bajo el sostén, semejantes a dos pequeños paraguas que levantaban su fina blusa, cautivaban a una inmensa cantidad de espectadores jóvenes. «Señora Directora General, no hace muchos años que las jóvenes occidentales se implicaron en un movimiento de liberación de los pechos, diciendo que los sujetadores no son muy distintos de los dañinos corsés que llevaban las mujeres en el siglo XVII. ¿Cuál es su opinión al respecto?». «¡Se trata de pura y simple ignorancia! —dijo Wang Yinzhi categóricamente—. Esos corsés estaban hechos de lona y de tablillas de bambú, como si fueran armaduras, así que claro que eran dañinos. Yo diría que se puede comparar la historia de amor de las mujeres europeas con el corsé con la forma en que las mujeres chinas se vendaban los pies. Pero ni el corsé ni los pies vendados son comparables con los sujetadores modernos, especialmente con los productos Unicornio. Nuestros sujetadores satisfacen tanto las necesidades de la belleza como las de la salud. En Unicornio tenemos en cuenta estos dos aspectos, y hacemos todo lo posible para cumplir con las exigencias estéticas y biológicas».
Jintong cogió una taza de té para lanzársela al televisor, pero en el último momento apuntó a la pared, que estaba toda recubierta de un papel almohadillado. Sin hacer apenas ruido, rebotó en el suelo alfombrado. Algunas hojas mohosas y un poco de té rojo salpicaron contra la pared y la televisión.
Una mustia hoja de té quedó pegada contra la pantalla de 29 pulgadas de la televisión, semejante a una barba debajo de su boca. «¿Puedo preguntarle, Señora Directora General, si usted lleva puesto un sujetador Unicornio?», preguntó la presentadora de los dientes de conejo, intentando ser aguda. «Por supuesto que sí», dijo ella, levantando las manos y moviéndose un poco los falsos pechos, de un modo que parecía inconsciente pero que en realidad era totalmente intencionado: un poco de publicidad gratuita. «¿Y qué nos puede contar de su vida familiar, Señora Directora General? ¿Diría usted que es feliz?». «La verdad es que no mucho —contestó con franqueza—. Mi marido sufre de psicosis. Pero es un hombre bueno y decente».
—¡Eso es una gilipollez! —Jintong pegó un respingo en el sillón—. Todo esto es un complot contra mí. Me dices cosas dulces a la cara y luego me apuñalas por la espalda. Me tienes en arresto domiciliario.
La cámara enfocó a Wang Yinzhi desde un ángulo que mostraba su siniestra sonrisa, como si supiera que Jintong estaba en casa viéndola en televisión.
Se levantó, apagó la tele y empezó a dar vueltas por la habitación ansiosamente, como un simio enjaulado, con las manos aferradas detrás de la espalda. Su enfado aumentaba por momentos.
—¿Psicosis? ¡Eres tú la que sufre una maldita psicosis! ¿Dices que no puedo ocuparme del negocio? ¡Yo digo que sí que puedo! Lo que pasa, hija de puta, es que no me dejas. No eres una mujer real, eres una mujer de piedra. ¡Un espíritu de un sapo hermafrodita! —Un maremágnum de diferentes sentimientos se apoderó de Shangguan Jintong. Aquella tarde de primavera de 1993, exhausto, se acostó boca abajo en la alfombra, que aparentaba ser antigua pero no lo era, y se puso a sollozar incontrolablemente.
Para cuando sus lágrimas habían empapado un trozo de alfombra del tamaño de un cuenco, su sirvienta filipina entró en la habitación.
—La cena está lista, señor —le dijo, colocando una cesta llena de comida sobre la mesa.
Después sacó un cuenco de arroz glutinoso, un plato de cordero asado con nabos, otro de pequeñas gambas con apio y un cuenco de sopa agridulce con trozos de pez cabeza de serpiente. Entonces le ofreció un par de palillos que aparentaban ser de marfil y lo instó a que comiera.
Jintong no tenía ninguna gana de comerse los humeantes alimentos que había desplegados frente a él. Volviéndose hacia la sirvienta, con los ojos hinchados de llorar, le gritó:
—¿Qué soy yo? ¡Dime qué soy!
La pobre chica estaba tan asustada que se quedó petrificada donde estaba, con los brazos colgando a ambos lados de su cuerpo.
—No lo sé, señor…
—¡Eres una maldita espía! —Jintong tiró los palillos sobre la mesa—. ¡Estás trabajando en la sombra para Wang Yinzhi, maldita espía!
—No entiendo, señor, no sé qué es lo que quiere decir…
—Has puesto en mi comida un veneno de los que actúan lentamente. ¡Quieres verme muerto! —Cogiendo los platos, vació su contenido sobre la mesa. Después le lanzó el cuenco de sopa a la sirvienta—. ¡Fuera de mi vista, perra espía!
Ella salió aullando de la habitación, con toda la ropa húmeda y pegajosa.
Wang Yinzhi, contrarrevolucionaria, enemiga del pueblo, insecto chupasangre, maldita derechista, esbirra del capitalismo, capitalista reaccionaria, degenerada, traidora de clase, parásita, miserable sinvergüenza atada al poste de la ignominia histórica, bandida, chaquetera, gamberra, delincuente, enemiga de clase encubierta, monárquica, hija filial y virtuosa nieta del viejo Confucio, apologista del feudalismo, defensora de la restauración del sistema esclavista, portavoz de la declinante clase terrateniente… Se puso a llamarla con todos los términos políticos insultantes que había aprendido durante las turbulentas décadas precedentes; en eso consistió el ataque verbal que emprendió contra Wang Yinzhi. Esta noche tú y yo la vamos a tener, y va a ser la última vez. O muere el pez o se rompe la red. Sólo uno de nosotros quedará en pie. ¡Cuando chocan dos ejércitos, la victoria es para los más valientes!
Wang Yinzhi abrió la puerta, con un llavero de oro en la mano, y se quedó de pie en el umbral.
—Aquí estoy —le dijo con una sonrisa desdeñosa—. Veamos de qué estás hecho.
Armándose de valor, Jintong dijo:
—¡Te voy a matar!
—Bueno —dijo ella soltando una carcajada—, una chispa de vida, al fin. Si realmente tienes las agallas para matar a alguien, te habrás ganado mi respeto.
Entró despreocupadamente en la habitación, esquivando la comida que había por el suelo, y se detuvo enfrente de Jintong y le dio un golpe en la cabeza con su llavero.
—¡Bastardo desagradecido! —lo insultó—. Me gustaría saber de qué te quejas tanto. Vives en el mejor hotel de la ciudad y tienes una sirvienta que te prepara la comida. Estiras los brazos y te visten, abres la boca y te alimentan. Vives como un emperador. ¿Qué demonios quieres?
—Quiero… quiero mi libertad —masculló Jintong.
Ella se quedó de piedra durante unos instantes antes de estallar en una sonora carcajada.
—Yo no restrinjo tu libertad —le dijo, tras reírse un buen rato—. De hecho, puedes irte ahora mismo. ¡Vete!
—¿Quién eres tú para decirme que me vaya? Esta es mi tienda, y si alguien se va a ir de aquí, eres tú, no yo.
—¡Ni lo sueñes! —dijo Wang Yinzhi—. Si yo no me hubiera hecho cargo del negocio, te habrías hundido aunque tuvieras cien tiendas. ¡Y tienes el valor de decir que la tienda es tuya! Ya llevas un año viviendo a mi costa; nadie puede pedir más. Ahora ha llegado el momento de que recuperes tu preciosa libertad. Ahí está la puerta. Esta habitación, esta noche, está reservada para otra persona.
—Soy tu legítimo esposo y no me iré si no me da la gana.
—Legítimo esposo —repitió Wang Yinzhi empalagosamente—. Esposo. ¿Crees que mereces ese nombre? ¿Has cumplido con tus obligaciones como esposo? ¿Estás dispuesto a hacerlo?
—Sí, si tú haces lo que yo te diga.
—¿Cómo te atreves? —explotó Wang Yinzhi—. ¿Me tomas por una puta? ¿Te crees que puedes darme órdenes cuando tú quieras?
Se le puso la cara de un color rojo brillante y sus horribles labios comenzaron a temblar. Entonces le tiró las llaves que tenía en la mano contra la frente. Un dolor agudo se abrió paso hasta su cerebro mientras un líquido caliente y pegajoso le empapaba las cejas. Levantó la mano para tocarse la frente y cuando la retiró vio un dedo ensangrentado, justo en el momento en el que irrumpía en la habitación una pareja de hombres que él conocía. Uno de ellos llevaba un uniforme de la policía; el otro iba con una túnica de juez. El policía era Wang Tiezhi, el hermano menor de Wang Yinzhi; el juez era su cuñado, Huang Xiao-jun. Se fueron directos a por Jintong.
—¿Qué te parece, cuñado? —dijo el policía, empujándolo con el hombro—. Si alguien se aprovecha de una mujer, no es un verdadero hombre, ¿no crees?
El juez le dio un rodillazo en la espalda.
—Mi hermana ha sido muy buena contigo. ¿Es que tu conciencia no te dice nada?
Cuando Jintong estaba a punto de decir algo en su defensa, un puñetazo en el estómago lo hizo caer de rodillas. Un líquido agrio le salió de la boca. Después el policía lo remató con un fuerte golpe de karate en el cuello. El cuñado juez había servido en el ejército como oficial explorador durante diez años, y tenía una mano tan poderosa que podía romper tres ladrillos de un solo golpe. Jintong se sintió aliviado de que se mantuviera a cierta distancia; en caso contrario, le habría hecho falta mucha suerte para conservar la cabeza sobre los hombros. Llora, se dijo a sí mismo. No van a pegarle a un hombre que está llorando. Llorar es lo que hace la gente débil. Llorar es suplicar compasión, y los hombres de verdad nunca suplican compasión. Pero siguieron pegándole aunque se quedó de rodillas en el suelo, llorando y gimoteando.
Wang Yinzhi también lloraba, lloraba de verdad, como una mujer de la que han abusado.
—No llores, hermanita —dijo el juez—. No vale la pena. Divórciate. No tienes por qué desperdiciar tu juventud.
—Oye, tú —dijo el policía—. Supongo que piensas que la familia Wang es un blanco fácil para ti. Bueno, pues tu sobrina la alcaldesa ha sido suspendida temporalmente de sus funciones y está siendo investigada. Ya no podrás seguir acosando a la gente impunemente gracias a tus contactos. Todo eso está a punto de acabarse.
El policía y el juez levantaron a Jintong y lo sacaron a rastras de la habitación, atravesando el oscuro pasillo y la tienda brillantemente iluminada hasta llegar a la calle, donde lo dejaron caer al lado de un montón de basura. Como se decía durante la Revolución Cultural, lo barrieron hasta la pila de basura de la historia. Dos gatos enfermos que había entre los desperdicios maullaron lastimeramente. Él asintió con la cabeza, como pidiéndoles perdón. Estamos en el mismo barco, gatos, a punto de naufragar, así que no puedo ayudaros.
Jintong llevaba por lo menos seis meses sin ver a su madre, desde que Wang Yinzhi le había impuesto un régimen de arresto domiciliario, y anhelaba ver la luz brillando en su ventana y oler el encantador aroma de las lilas que había debajo. El año pasado, en esta época, Wang Yinzhi era una mujer sombría que daba vueltas debajo de la ventana de Jintong. Ahora el sombrío era él, y escuchaba las estentóreas carcajadas de los dos cuñados que salían por aquella misma ventana. Ella tenía muy buenos contactos en Dalan; por todos lados había gente dispuesta a protegerla, por lo que él no era rival para ella. Es otra noche lluviosa, pero hace más frío. Las lágrimas se deslizan por el cristal del escaparate, pero esta vez son mías, no suyas. ¿Cuántas noches puede encontrarse una persona, a lo largo de su vida, sin un hogar al que regresar? En esta época, el año pasado, me dio miedo dejarla vagabundeando sola por la noche; hoy, eso es exactamente lo que estoy haciendo yo.
Antes de que pudiera darse cuenta, tenía el pelo empapado por la lluvia y la nariz totalmente tapada, señal inequívoca de que se había acatarrado. También tenía hambre y se arrepentía de haberle tirado aquella maravillosa sopa a la sirvienta en lugar de habérsela comido. Pero ahora que lo pensaba mejor, el enfado de Wang Yinzhi no le parecía del todo injustificado. A cualquier mujer que tenga un inútil por marido no le queda más remedio que hacerse cargo de las cosas. Tal vez, se le ocurrió, todavía le quede una oportunidad. Ella me ha pegado, pero yo no le devolví el golpe. Estuve mal al tirar la sopa, pero me puse a cuatro patas y lamí un poco de ella como parte del castigo que me infligieron los dos hombres. Mañana, a primera hora de la mañana, volveré y me disculparé ante ella y ante la sirvienta filipina. Ahora debería estar roncando sobre mi colchón, en casa. Quizá me venga bien sufrir un poco.
Entonces se acordó del alero que había enfrente del Cine Popular, que era un lugar tan bueno como cualquier otro para refugiarse de la lluvia, y se dirigió hacia allí. Su decisión de pedirle disculpas a Wang Yinzhi a la mañana siguiente le sirvió para tranquilizarse bastante. Entonces se fijó en los extremos del cielo lleno de niebla, que estaban iluminados por la luz de las estrellas. Ya tienes cincuenta y cuatro años. La mierda te llega casi hasta el cuello, así que ha llegado la hora de que dejes de meterte en problemas. ¿A ti qué te importa si Wang Yinzhi ha dormido con un hombre o con cien? Un cornudo es un cornudo.