V

Llevaron a Shangguan Jintong al gallinero para interrogarlo. Tenía las piernas desnudas y totalmente empapadas por la lluvia, que estallaba contra los tejados, caía en cascadas desde los aleros y anegaba el recinto. Desde aquel momento que había pasado con Long Qingping, la lluvia no había dejado de caer, y sólo se había suavizado unos instantes para volver más fuerte que nunca.

El agua casi le llegaba por las rodillas. Envuelto en un chubasquero negro, el jefe de la sección de seguridad estaba sentado de cuclillas sobre su silla. Dos días y dos noches de interrogatorios no habían producido ningún resultado. El hombre fumaba constantemente, encendiendo un cigarrillo con el anterior. El agua que lo rodeaba estaba llena de colillas empapadas, y el ambiente era agobiante por el acre olor a humo. Frotándose los ojos enrojecidos, el jefe de sección bostezó, agotado, así como el oficial encargado de tomar notas. Después cogió un cuaderno que había sobre el húmedo escritorio y se quedó mirando fijamente lo que había ahí escrito, salpicado de manchas. Después extendió la mano y cogió a Jintong por una oreja; entonces le dijo, aullando:

—¿Primero la violaste y después la mataste?

Jintong se quedó ahí de pie, sollozando, pero ya no le quedaban lágrimas.

—No la maté —repetía una y otra vez—, y no la violé…

—No tienes por qué contármelo —dijo el jefe de sección, que estaba a punto de perder la paciencia—. Pero dentro de poco llegará un experto médico del condado. Va a traer unos perros de presa consigo. Si me lo cuentas ahora, se considerará una confesión voluntaria.

—No la maté —dijo una vez más, somnoliento—, y no la violé.

El jefe de sección sacó un paquete de cigarrillos, lo estrujó y lo lanzó al agua. Frotándose los ojos por el sueño que tenía, le dijo al oficial encargado de tomar notas:

—Vete al cuartel general de la granja, Sol, y llama al Departamento de Seguridad del Condado. Diles que vengan lo antes que puedan. —Olisqueó el aire—. El cuerpo está empezando a apestar; si no vienen con rapidez, nos estropearán la investigación.

—Jefe —dijo el hombre—, ¿está usted loco? Ya intenté llamar antes de ayer y no logré comunicarme. La lluvia ha arrancado los postes de teléfono.

—¡Mierda! —dijo el jefe de sección, bajando de un brinco de su silla.

Entonces se puso su gorra para la lluvia y vadeó la habitación hasta llegar a la puerta y sacó la cabeza al exterior para echar un vistazo. Una rugiente cortina de agua le empapó la brillante espalda mientras corría hacia el sitio donde había tenido lugar la ilícita relación entre Jintong y la Comandante Long. Fuera, en el patio, el agua limpia se mezclaba con la sucia, y unos cuantos pollos muertos flotaban en su superficie. Las pocas gallinas que habían logrado sobrevivir estaban posadas en lo alto del muro, agachando la cabeza y cloqueando lastimeramente. Jintong tenía un dolor de cabeza terrible y le castañeteaban los dientes. Además, tenía la mente en blanco; sólo veía recurrentemente los movimientos de la Comandante Long desnuda. Después de penetrar impulsivamente su cuerpo moribundo, había sentido unos horribles remordimientos, pero ahora lo único que sentía hacia ella era asco y enfado. Hizo un esfuerzo para librarse de su imagen pero, como le había sucedido con Natasha años atrás, la tenía empecinadamente metida en la cabeza. La diferencia era que la de Natasha era una imagen hermosa y juvenil, mientras que la de la Comandante Long era repulsiva y demoníaca. En el momento en que le arrastraban fuera para interrogarle, tomó la decisión de no revelar los escabrosos detalles de lo que había ocurrido. Yo no la violé y yo no la maté. Ella intentó forzarme y, cuando me negué y me resistí, se quitó la vida. Eso era todo lo que estaba dispuesto a contar bajo la presión del implacable interrogatorio.

El jefe de seguridad volvió y sacudió la cabeza para quitarse el agua que tenía en el cuello.

—¡Maldición! —exclamó—. Está totalmente hinchada. Se parece a los despojos de un cerdo. Es repugnante.

Se pellizcó la garganta.

Fuera, a lo lejos, la chimenea de ladrillos rojos de la cafetería se desplomó hasta el suelo, sin dejar de vomitar un humo negro, e hizo que se derrumbara con ella todo el edificio —el tejado, las ventanas, las persianas venecianas y lo demás—, enviando una torre de agua grisácea hacia el cielo con un fuerte rugido.

—El edificio se ha caído —exclamó el jefe de seguridad—. ¿Y ahora qué? ¡Que le den a este interrogatorio de mierda, ahora ya no vamos a poder comer!

El derrumbamiento de la cafetería hizo que se pudieran ver ampliamente los campos, sin que nada los tapara. También permitió la aterradora visión de un océano de agua que llegaba hasta el horizonte. Los diques del Río de los Dragones asomaban a la superficie aquí y allá, pero la cantidad de agua que había caído los había vuelto completamente inútiles. La lluvia caía irregularmente sobre el terreno, como si saliera de una gigantesca regadera que se moviera a toda velocidad por el cielo. Justo debajo de la regadera, el aguacero rugía poderosamente y los torrentes de agua formaban una neblina sobre el campo; en otras partes, la luz del sol iluminaba el suave fluir de las aguas que habían crecido hasta inundarlo todo. Por estar situada en el punto más bajo de las tierras bajas y pantanosas de Gaomi del Noreste, la Granja del Río de los Dragones había sido irrigada con agua procedente de tres condados distintos. Poco después de que se derrumbara la cafetería, todas las restantes construcciones de la granja, desde las que estaban hechas con paredes de adobe hasta las que tenían techos de tejas, cayeron hechas trizas al agua, que no dejaba de fluir. Sólo hubo una excepción: el depósito de grano, que había sido diseñado y construido por un derechista que se llamaba Liang Badong. Algunas partes del gallinero, hecho con ladrillos procedentes del cementerio, también lograron mantenerse en pie, pero el agua ya estaba a punto de alcanzar las ventanas. Los bancos y los taburetes flotaban en el agua, que le llegaba hasta el ombligo a Jintong, que también empezó a flotar en su silla.

Por todas partes sonaban gritos de angustia. La gente luchaba esforzadamente contra la crecida. «¡Dirigios hacia los diques!», gritó alguien.

El oficial de la sección de seguridad encargado de tomar notas abrió la ventana de una patada y salió huyendo, seguido por las maldiciones del jefe de la sección, que se volvió hacia Jintong y le dijo: «Sígueme».

Así, Jintong siguió al jefe de la sección hasta el patio, donde el hombre tuvo que mover los brazos hacia adelante y hacia atrás, dentro del agua, para lograr mantenerse en pie. Jintong echó un vistazo a su espalda y vio un puñado de gallinas posadas sobre el tejado, junto al maligno zorro. El cadáver de Long Qingping salió flotando de la habitación y se fue detrás de él. Él apretó el paso, pero el cadáver también empezó a avanzar más rápido, y cuando cambió de dirección, el cadáver tomó su mismo rumbo. Los restos mortales de Long Qingping casi hicieron que se cagara de miedo. Finalmente, un mechón de su pelo quedó atrapado en la valla de alambre que rodeaba los vestigios de la guerra y Jintong pudo escaparse de ella. Los cañones de la artillería asomaban por encima de la superficie del agua embarrada. De los tanques, solamente las torretas y los cañones quedaban a la vista, como enormes tortugas que estiraran mucho el cuello para sacarlo del agua. Cuando los dos hombres llegaron a la unidad de los tractores, la granja de los pollos se derrumbó.

En el garaje de la unidad de los tractores, un grupo de gente se había amontonado sobre dos cosechadoras rusas de color rojo, y unos cuantos más estaban intentando subir a bordo; cuando lo lograban, empujaban a otros que se caían al agua.

Una oleada de agua arrastró al jefe de la sección de seguridad, con lo cual Jintong recuperó su libertad. Él y varios derechistas se dirigieron, todos cogidos de la mano, hacia el Río de los Dragones, bajo el liderazgo de Wang Meizan, el saltador de altura. El ingeniero civil Liang Badong cerraba la marcha. Huo Lina, Ji Qiongzhi, Qiao Qisha y otras personas que no conocía caminaban entre los dos hombres. Ahí iba también Jintong, que avanzaba medio andando y medio nadando. Qiao Qisha le tendió la mano. Las blusas mojadas de las mujeres se les pegaban al cuerpo, y era casi como si estuvieran desnudas. Por la fuerza de la costumbre, aunque no le gustaran, Jintong se fijó subrepticiamente en los pechos de Huo Lina, Ji Qiongzhi y Qiao Qisha, que lo transportaron al paisaje onírico de su juventud e hicieron que la imagen de Long Qingping se le fuera de la cabeza. Sintió que se convertía en una mariposa que salía volando del interior del ennegrecido cuerpo de la Comandante Long para secar sus alas al sol y revolotear por un jardín lleno de pechos que emitían una misteriosa fragancia.

Jintong se sorprendió pensando que deseaba poder estar para siempre ahí, atravesando esa agua, pero la visión del dique del Río de los Dragones acabó con sus esperanzas. Los trabajadores de la granja que se amontonaban en lo alto del dique estaban cogidos por los hombros. Las aguas fluían lentamente hacia abajo y al caer creaban una ligera neblina que se extendía por el aire. No había golondrinas, no había gaviotas. En dirección sudoeste, Dalan estaba envuelto en la blancura producida por la lluvia. Miraran donde miraran, veían el caos que había causado el agua.

Cuando la cabaña de tejas rojas que se empleaba como almacén de grano al fin cayó, la Granja del Río de los Dragones se convirtió, sencillamente, en un gigantesco lago. Desde el dique subían los sonidos de gente sollozando; lloraban los izquierdistas, lloraban los derechistas. El Director Li Du, un hombre que no veían casi nunca, sacudía su canosa cabeza —es decir, la cabeza de Lu Liren— y gritaba estridentemente:

—No lloréis, camaradas. Sed fuertes. Si nos mantenemos unidos, superaremos toda clase de problemas…

De pronto, se llevó la mano al pecho y empezó a tambalearse. El jefe de la sección administrativa intentó sujetarlo, pero no pudo, y el director cayó desplomado al suelo lleno de barro.

—¿Hay algún doctor por aquí? ¡Rápido, que venga alguien con conocimientos médicos! —aullaba el hombre.

Qiao Qisha y un derechista llegaron corriendo. Le tomaron el pulso a la víctima y le levantaron los párpados para mirarle los ojos. Después le pellizcaron el canal de debajo de la nariz y el espacio entre el pulgar y el índice, pero no sirvió de nada.

—Ha muerto —dijo el hombre, con el tono de voz de quien constata un hecho irreversible—. Ataque al corazón.

Ma Ruilian abrió la boca y dejó escapar unos sollozos que subían por la garganta de Shangguan Pandi.

Cuando cayó la noche, la gente se juntó para mantener el calor. Un aeroplano con unas parpadeantes lucecitas verdes apareció en el cielo, haciendo que renaciera la esperanza. Pero pasó de largo, como una cometa, y no regresó. En algún momento, en medio de la noche, dejó de llover, y hordas de ranas se pusieron a croar. Era un coro que desgarraba los tímpanos. Unas pocas estrellas se atrevieron a brillar en el cielo; parecía que estuvieran a punto de caerse. Durante un breve descanso de las ranas, el viento silbó a través de las ramas de los árboles que flotaban a nuestro alrededor. De repente, alguien se zambulló en el agua y reapareció de inmediato, con el vientre hacia arriba, como un enorme pez. Nadie gritó pidiendo ayuda; nadie pareció ni siquiera darse cuenta. Poco tiempo después, alguien más se tiró al agua y, en esta ocasión, la reacción sobre el dique fue, si cabe, de mayor indiferencia aún.

La luz de las estrellas iluminaba a Qiao Qisha y a Huo Lina mientras se dirigían a Jintong.

—Quiero hablarte de mis orígenes pero dando un rodeo —le dijo Qiao Qisha.

Después se volvió hacia Huo Lina y le habló en ruso durante varios minutos. Huo Lina, con la mayor objetividad, tradujo lo que ella le decía.

—Cuando tenía cuatro años, me vendieron a una mujer blanca, una rusa. Nadie me explicó nunca por qué esta mujer había querido comprar una niña china. —Qiao Qisha continuó en ruso y Huo Lina siguió traduciéndola—. Un día, la mujer rusa murió de una intoxicación etílica y a mí me tocó vagabundear por las calles hasta que el gerente de una estación de ferrocarril me tomó a su cuidado. Él y su familia me trataron como si fuera su hija. Después de la Liberación, en 1949, conseguí que me admitieran en la Facultad de Medicina. Pero después, durante una época de intercambio de puntos de vista, dije que hay gente pobre que es mala, al igual que hay gente rica que es buena, y me pusieron la etiqueta de derechista. Creo que soy tu séptima hermana.

Qisha le estrechó la mano a Huo Lina para darle las gracias. Después cogió de la mano a Jintong y lo llevó a un lado, donde le dijo en voz baja:

—He oído algunas cosas sobre ti. Yo estudié medicina. Tu profesora me contó que te habías acostado con esa mujer antes de que se suicidara. ¿Es cierto?

—Fue después de que lo hiciera —dijo Jintong entrecortadamente.

—Eso es detestable —dijo ella—. El jefe de la sección de seguridad era un imbécil. Esta crecida te ha salvado la vida. Lo sabes, ¿verdad?

Jintong asintió con la cabeza.

—Vi cómo las aguas se llevaban su cadáver, así que no tienen ninguna prueba en tu contra —dijo con voz inexpresiva la mujer que decía ser mi séptima hermana—. Mantente firme. Di que nunca te has acostado con ella. Si es que conseguimos sobrevivir a esta inundación, claro.

La predicción de Qiao Qisha se cumplió. La crecida había venido en ayuda de Jintong. Para cuando el investigador jefe del Departamento de Seguridad del Condado y un examinador médico llegaron en una balsa de goma, la mitad de la gente yacía inconsciente sobre el dique del Río de los Dragones, y el resto había sobrevivido alimentándose de las algas en proceso de descomposición que habían pescado del río, como caballos famélicos. En el momento en que los hombres se bajaron de la balsa, se vieron rodeados de gente hambrienta y esperanzada. Respondieron enseñando sus insignias, desenfundando sus pistolas y anunciando que estaban ahí para investigar la violación y el asesinato de una heroica mujer. Entonces estalló un estruendo de voces profiriendo exabruptos e insultos. El investigador, con cara de pocos amigos, exigió ver al jefe de los supervivientes y fue guiado hasta donde estaba Lu Liren, que yacía sobre el suelo embarrado; el uniforme gris se le había desgarrado por lo mucho que se le había hinchado el cuerpo. «Es él». Tapándose la nariz, el investigador dio una vuelta completa alrededor del cuerpo de Lu Liren, que estaba comenzando a pudrirse y atraía a montones de moscas. Entonces se puso a buscar al jefe de la sección de seguridad de la granja, que había informado del crimen por teléfono. Le dijeron que al hombre se lo había llevado el río, aferrado a un tablón, hacía tres días. El investigador se detuvo frente a Ji Qiongzhi; las pétreas miradas que intercambiaron revelaban los complejos sentimientos de una pareja que se ha divorciado.

—La muerte de una persona, estos días, importa más o menos lo mismo que la muerte de un perro, ¿verdad? —le dijo ella—. ¿Qué es lo que vas a investigar?

El investigador echó un vistazo a todos los cadáveres que flotaban en el agua opaca, algunos de animales y otros de seres humanos, y dijo:

—Esas son dos cosas distintas.

Entonces se fueron a buscar a Shangguan Jintong y comenzaron a acribillarlo a preguntas, empleando diversas estrategias psicológicas. Pero Jintong se mantuvo firme y se negó a revelar su secreto.

Algunos días más tarde, tras caminar con dificultad atravesando un mar de barro que les llegaba hasta las rodillas, el concienzudo investigador jefe y el examinador médico encontraron el cuerpo de Long Qingping, que se había quedado enganchado en la verja de alambre.

Pero cuando el examinador estaba tomando unas fotografías del cuerpo, este explotó como una bomba de relojería; su piel putrefacta y sus pegajosos jugos ensuciaron el agua de una amplia zona a su alrededor. Lo único que permaneció enganchado en la valla fue el esqueleto. El examinador médico sacó la calavera, con su agujero de bala, y la examinó desde todos los ángulos posibles. Llegó a dos conclusiones: el cañón estaba apoyado sobre la sien cuando se hizo el disparo y, aunque tenía toda la pinta de tratarse de un suicidio, era posible que hubiera sido un asesinato.

Se prepararon para llevarse a Jintong, pero fueron rápidamente rodeados por algunos derechistas.

—Fíjate bien en este chico —dijo Ji Qiongzhi, aprovechándose de su especial relación con el investigador jefe—. ¿Te parece alguien capaz de cometer una violación y un asesinato? Esa mujer era un demonio terrorífico. Este chico, en cambio, fue alumno mío.

Para entonces, el investigador jefe estaba a punto de suicidarse debido al hambre y al penetrante hedor.

—El caso está cerrado —dijo, harto de todo el asunto—. Long Qingping se quitó la vida.

Entonces él y el examinador médico treparon a su balsa de goma y volvieron al cuartel general. Pero en cuanto la balsa se alejó un poco de la orilla, se dio la vuelta y fue engullida por la corriente, perdiéndose río abajo.