IV
Mi capacidad para memorizar las letras y mi talento para la música destacaban entre los alumnos de la clase de Ji Qiongzhi. Mientras yo cantaba «y las mujeres en lo más bajo», Madre tenía en la mano una botella envuelta en una toalla y llena de leche de cabra y me llamaba una y otra vez desde el otro lado de la ventana:
—¡Jintong, ven a tomar la leche!
Sus gritos y el olor de la leche me distrajeron un poco, pero cuando la clase estaba a punto de acabar, yo había sido el único que pudo terminar de cantar la canción sin equivocarse ni en un pulso. Eramos cuarenta estudiantes en aquella clase, y yo era el único al que Ji Qiongzhi felicitó. Después de preguntarme cómo me llamaba, me dijo que me pusiera de pie y me hizo cantar el Himno de la liberación de las mujeres desde el principio hasta el final. Cuando la clase hubo concluido, Madre me alcanzó la leche por la ventana. Yo no sabía si cogerla o no, y entonces ella me dijo:
—Bébetela, hijo. Madre está orgullosa de ver lo bien que lo estás haciendo.
En la clase se oyeron unas risas apagadas.
—Cógela, hijo. No tienes nada de lo que avergonzarte —dijo Madre.
Ji Qiongzhi se acercó caminando y se puso a mi espalda. Apoyada en su puntero, miró por la ventana y dijo con un tono de voz amistoso:
—Ya veo que eres tú, tía. Por favor, te pido que a partir de ahora no vuelvas a interrumpir la clase.
Echando un vistazo al interior de la clase, Madre le contestó respetuosamente:
—Profesora, es mi único hijo y, por desgracia, no ha comido nunca comida de verdad. Cuando era pequeño se alimentaba de mi leche, y ahora lo único que toma es leche de cabra. Esta mañana la cabra no ha dado lo suficiente y quería asegurarme de que toma algo más para aguantar todo el día.
Ji Qiongzhi sonrió y dijo:
—Cógela. No tengas a tu madre ahí esperando.
La cara me ardía cuando cogí la botella que me había traído. Ji Qiongzhi le dijo a Madre:
—Pero tiene que comer comida de verdad. ¿No pretenderás que arrastre a su cabra lechera cuando vaya al instituto o a la universidad, no? —Probablemente se imaginó a un estudiante universitario entrando en un aula con una cabra atada a un ronzal, porque soltó una carcajada sincera, una carcajada sin un ápice de maldad, y preguntó—: ¿Cuántos años tiene?
—Trece. Nació en el año del conejo —le contestó Madre—. Yo también estoy preocupada por él, pero vomita cualquier otra cosa que coma. Le da un dolor de estómago tan fuerte que empieza a sudar muchísimo. Me asusto cada vez que le pasa.
—Ya basta, Madre —dije yo, de mal humor—. Por favor, no digas nada más. Y no quiero la leche.
Le intenté dar la botella a través de la ventana. Ji Qiongzhi me hizo una caricia en la oreja con un dedo.
—No seas así, estudiante Shangguan. Ya irás superando tus problemas gradualmente, pero de momento deberías tomarte esa leche. —Me di la vuelta y vi un montón de ojos brillantes clavados en mí, y sentí una profunda vergüenza—. Ahora escuchadme —dijo Ji—. No debéis reíros de las debilidades de los demás.
Entonces salió de la clase.
De cara a la pared, me bebí la leche lo más rápido que pude y le devolví la botella a mi Madre por la ventana.
—Madre —le dije—, por favor, no vuelvas nunca más por aquí.
Durante el intervalo que hubo entre las clases, Wu Yunyu y Ding Jingou se portaron estupendamente y se quedaron sentados en sus asientos sin ninguna expresión en el rostro. Fang Shuzhai, el chico gordo, se sacó el cinturón, se subió a su pupitre y lo colgó de una viga para jugar al juego del ahorcado. Después, imitando la voz aguda de una viuda, empezó a sollozar y a quejarse tristemente: «Perro Dos, Perro Dos, ¿cómo has podido hacer eso? Con los brazos extendidos has vuelto junto al creador y has dejado a tu pequeña mujer durmiendo sola noche tras noche. Un gusano ha anidado en mi corazón, así que me voy a ahorcar. Te veré junto a las fuentes del Río Amarillo».
Estuvo sollozando y quejándose tristemente hasta que dos regueros de lágrimas le empezaron a correr por las pequeñas y regordetas mejillas de cerdito que tenía. También le goteaba la nariz y su contenido se le metía en la boca. «¡No puedo seguir viviendo!», se lamentó poniéndose de puntillas y metiendo la cabeza en la horca que había construido con el cinturón. Cogió la supuesta soga con ambas manos, se inclinó hacia adelante y pegó un salto. «¡No puedo seguir viviendo!», gritó. Volvió a saltar. «¡Ya he vivido lo suficiente!». Las carcajadas que resonaban en el aula tenían algo extraño. Wu Yunyu, que todavía estaba reconcomiéndose de rabia, apoyó las dos manos sobre su pupitre, estiró una pierna y le dio una patada al pupitre que Fang Shuzhai tenía debajo. Este se quedó colgando y estremeciéndose, se aferró a la soga con las dos manos, luchando por su vida. Sus piernas cortas y rechonchas se agitaban en el aire, pero a cada instante más y más lentamente. La cara se le empezó a poner morada y echaba espuma por la boca, hasta que un estertor mortal sonó desde lo más profundo de su garganta. «¡Está muerto!», gritaron, aterrorizados, varios de los chicos más pequeños, y salieron corriendo de la clase. Fuera, en el patio, se pusieron a dar patadas en el suelo mientras gritaban: «¡Está muerto! ¡Fang Shuzhai se ha colgado!». Los brazos de Fang Shuzhai colgaban, inertes, a sus lados, y sus piernas ya no se agitaban. Con un espasmo, su cuerpo se estiró al máximo. Desde dentro de sus pantalones nos llegó el sonido de un fortísimo pedo, que se deslizó como una serpiente, mientras en el patio el resto de los estudiantes corrían como locos. Ji Qiongzhi salió de la sala de profesores con un grupo de hombres cuyos nombres, así como las asignaturas que impartían, yo desconocía. «¿Quién está muerto? ¿Quién?», preguntaron mientras se dirigían hacia la clase, tropezando con algunos restos de la obra que todavía no habían sido retirados. Un puñado de estudiantes excitados y presa del pánico abría la marcha; cada vez que uno de ellos se volvía para mirar atrás, daba un traspié. Saltando como una gacela, Ji llegó a la clase en cuestión de segundos. Parecía un poco confundida por pasar de la brillante luz del sol a una habitación tan oscura.
—¿Dónde está? —preguntó.
El cuerpo de Fang Shuzhai yacía pesadamente en el suelo como el de un cerdo muerto. Su cinturón se había partido en dos.
Ji se arrodilló y lo puso boca arriba. Frunciendo el ceño, levantó los labios para taparse los agujeros de la nariz. Fang Shuzhai apestaba como un demonio. Ella le colocó un dedo debajo de la nariz y entonces le dio un violento pellizco entre la boca y la nariz. Inmediatamente, Fang Shuzhai levantó un brazo y le agarró la mano. Con el ceño todavía fruncido, ella se puso en pie y le dio una patada a Fang Shuzhai.
—¡Levántate! ¿Quién tiró ese pupitre?
Su expresión y su voz mostraban con claridad lo enfadada que estaba. Se puso frente a toda la clase.
—Yo no lo he visto.
—Yo no lo he visto.
—Yo no lo he visto.
—Bueno, y entonces ¿quién lo ha visto? O mejor, ¿quién de vosotros lo hizo? ¿Qué tal si demostráis un poco de valor por una vez?
Todos estábamos con la cabeza completamente gacha. Fang Shuzhai no dejaba de sollozar.
—¡Cállate! —le dijo ella, dando un golpe en la mesa—. Si de verdad tienes tantas ganas de morir, no hay nada que hacer. Luego te enseñaré unos cuantos métodos infalibles. Y no me creo que ninguno de vosotros viera quién tiró el pupitre. Shangguan Jintong, tú eres un chico sincero. Dímelo tú.
Yo bajé la cabeza aún más.
—Levanta la cara y mírame —me dijo—. Sé que tienes miedo, pero te doy mi palabra de que no tienes nada que temer.
Yo levanté la mirada y contemplé su rostro de revolucionaria, sus hermosos ojos, y me sentí mecido por un sentimiento como el que se siente mecido por el viento del otoño.
—Espero que tengáis el valor para denunciar a la gente mala y las acciones dañinas —dijo ella, muy tensa—. Es una cualidad muy necesaria entre la juventud de la nueva China.
Yo giré la cabeza ligeramente a la izquierda, y me encontré con la mirada intimidatoria de Wu Yunyu. Entonces dejé caer nuevamente la cabeza sobre el pecho.
—Wu Yunyu, hazme el favor de levantarte —dijo ella tranquilamente.
—¡Yo no fui! —bramó él.
Ella se limitó a sonreír y a decirle:
—¿Por qué estás tan susceptible? ¿Por qué gritas?
—Bueno, porque yo no fui —murmuró él, repiqueteando con las uñas de los dedos en la superficie del pupitre.
—Wu Yunyu —le dijo ella—, la gente que vale la pena siempre asume la responsabilidad de sus actos.
De repente, él dejó de repiquetear sobre el pupitre y levantó lentamente la cabeza. La expresión de su rostro se había vuelto malvada. Tiró su libro al suelo, envolvió su pizarra de mano y sus tizas en un trozo de tela azul y se lo metió bajo el brazo. Después, con una mueca burlona, dijo:
—¿Y qué pasa si le di una patada a ese pupitre? ¡No me pienso quedar en esta escuela de mierda! Para empezar, yo nunca quise venir, pero tú me convenciste.
Entonces se dirigió hacia la puerta caminando con arrogancia. Era alto y de complexión grande, la imagen perfecta de un individuo rudo y poco razonable. Ji Qiongzhi se puso debajo de la puerta, bloqueándole el paso.
—¡Quítate de en medio! —dijo él—. ¿Qué crees que estás haciendo?
Ji sonrió dulcemente y le dijo:
—¡Voy a enseñarle a un gamberro mamón —y le dio una patada en la rodilla con el pie derecho— que si haces cosas dañinas —Wu Yunyu aulló de dolor y cayó al suelo— serás castigado!
Wu cogió la pizarra de mano y se la lanzó a Ji Qiongzhi. Le impactó en el torso. Protegiéndose el pecho herido con los brazos, Ji soltó un quejido. Wu Yunyu se puso en pie y dijo, con un tono de voz fanfarrón que intentaba disimular su miedo:
—No me asustas. Soy un granjero arrendatario de tercera generación. Toda mi familia, mis tías, mis tíos, mis sobrinas, mis sobrinos… son campesinos pobres. ¡Yo nací en la cuneta de una carretera donde mi madre mendigaba para comer!
Acariciándose el pecho dolorido, Ji Qiongzhi dijo:
—Odio ensuciarme las manos con un perro rastrero como tú. —Estiró los dedos de sus manos y los volvió a cerrar. ¡Crac!¡Crac! Le crujieron los nudillos—. Me da igual que seas un granjero arrendatario de tercera generación o un granjero arrendatario de trigésima generación. ¡Igual voy a darte una lección!
Súbitamente, su puño impactó contra la mejilla de Wu. Él gritó y se tambaleó al recibir el golpe. El siguiente puñetazo le cayó en las costillas, y después recibió una patada en el tobillo. Cayó despatarrado al suelo, llorando como un bebé. Entonces Ji lo cogió por el cuello y lo levantó hasta ponerlo de pie, sonriendo mientras le miraba su fea cara. Lo fue llevando hacia la puerta, le dio un rodillazo en el estómago y lo empujó con fuerza. Wu Yunyu quedó tirado boca arriba sobre un montón de ladrillos.
—En este mismo instante —dijo Ji Qiongzhi—, quedas expulsado de la escuela.