VII
A finales de otoño, la estación del año más bonita en Gaomi del Noreste, la inundación ya había concluido. Los campos de sorgo estaban de un color tan rojo que parecía negro, y las cañas, que crecían profusamente, estaban tan blancas que parecían amarillas. El sol, a primera hora de la mañana, iluminaba los vastos campos cubiertos por la primera escarcha del año. Los soldados del Decimosexto Regimiento empezaron a salir en silencio, llevándose a todos sus caballos y mulas. Tras atravesar el deteriorado puente que cruzaba el Río de los Dragones, desaparecieron detrás del dique de la orilla norte y no los vimos más.
Cuando el Decimosexto Regimiento hubo partido, su comandante, Lu Liren, asumió los cargos, recientemente creados, de gobernador del Condado de Gaomi del Noreste y de comandante de la milicia del condado. Pandi fue nombrada comandante del ejército del Distrito de Dalan, y el mudo era su jefe de equipo. Su primera misión fue sacar todo lo que hubiera en la mansión de la familia Sima —mesas, sillas, taburetes, palanganas, jarras, todo lo que encontrara— y repartirlo entre los aldeanos. Pero aquella misma noche todo regresó a la puerta del patio de la mansión. Después, el mudo hizo que trajeran una cama de lujosa madera tallada a nuestro jardín.
—No lo quiero —dijo Madre—. ¡Lleváoslo!
—¡Desnudaos! ¡Desnudaos! —dijo el mudo.
Entonces Madre se volvió hacia la Comandante Pandi, que en ese momento estaba zurciendo unos calcetines, y le dijo:
—Pandi, llévate esta cama de aquí.
—Madre —le dijo Pandi—, es el signo de esta época. No puedes oponerte a eso.
—Pandi —le dijo Madre—, Sima Ku es tu segundo cuñado. Su hijo y su hija están aquí, bajo mi protección. ¿Qué pensará cuando regrese?
Pandi dejó de zurcir, cogió su rifle, se lo echó a la espalda y salió a toda prisa de la casa. Sima Liang la siguió por la calle. Cuando volvió, dijo: «Quinta Tía ha ido a la oficina del gobierno del condado». También dijo que un palanquín de dos plazas había llevado a alguien muy importante a la oficina. Iba acompañado por dieciocho guardaespaldas armados. El Gobernador del Condado Lu lo había recibido con la cortesía con la que un estudiante saluda a su tutor. Se decía que se trataba de un famoso reformista agrario a quien se atribuía la invención de un slogan muy conocido en la zona de Wei del Norte, en Shandong: «Matar a un campesino rico es mejor que matar a un conejo silvestre».
El mudo envió a unos cuantos hombres para que se llevaran la cama.
Madre suspiró, aliviada.
—Abuela —dijo Sima Liang—, vámonos de aquí. Creo que va a pasar algo malo.
—Tener buena suerte siempre está bien —dijo Madre—, y de la mala suerte no se puede escapar. No te preocupes, Liang. Incluso si el de arriba ordenara a sus generales divinos y a sus tropas celestiales que bajaran a la Tierra, ¿qué les harían a un montón de viudas y huérfanos?
El hombre importante no apareció en público. Dos centinelas armados hacían guardia de pie junto a la puerta de la mansión de la familia Sima, de donde entraban y salían constantemente oficiales del condado con sus rifles colgados a la espalda. Un día, cuando volvíamos a casa después de sacar a pastar a nuestras cabras, nos encontramos con el equipo de distrito del mudo y con varios oficiales del condado y militares. Bajaban andando por la calle con Huang Tianfu, el propietario de la tienda de ataúdes, Zhao Seis, el vendedor de rollitos hechos al vapor, Xu Bao, que llevaba el molino donde se extraía aceite de cocina, Jin, la que sólo tenía un pecho, propietaria de la tienda de aceite y un profesor de la academia de la localidad, Qin Dos. Los llevaban custodiados. Los prisioneros, apesadumbrados, caminaban con los hombros caídos y la espalda doblada.
—Hombres —dijo Zhao Seis, girando el cuello para mirarlos a todos—, ¿por qué hacéis esto? Os perdonaré los rollitos al vapor que me debéis. ¿Qué os parece?
Uno de los oficiales, un hombre con acento del Monte Wulian y la boca llena de dientes metálicos, le dio una bofetada a Zhao.
—¡Gilipollas! —chilló—. ¿Quién te debe algo a ti? ¿De dónde ha salido el dinero que tienes?
Los prisioneros no se atrevieron a decir ni una palabra más y siguieron avanzando con la cabeza gacha.
Aquella noche, mientras caía una lluvia heladora, una silueta sombría saltó el muro de nuestro patio.
—¿Quién está ahí? —susurró Madre.
El hombre entró a toda prisa y se puso de rodillas en el camino que llevaba a la puerta de la casa.
—Ayúdame, cuñada —dijo.
—¿Eres tú, Sima Ting?
—Soy yo —dijo él—. Ayúdame. Mañana van a organizar una gran asamblea para llevarme ante un pelotón de fusilamiento. Hemos sido vecinos y compañeros durante un montón de años. Ahora te pido que me salves la vida. —Madre abrió la puerta y Sima Ting se deslizó con rapidez al interior de la casa. Temblaba en la oscuridad—. ¿Me puedes dar algo de comer? ¡Estoy muerto de hambre!
Madre le dio una tortita. Él la cogió ansiosamente y la engulló en un momento. Madre suspiró.
—La culpa es de mi hermano —dijo él—. Él y Lu Liren se han convertido en enemigos mortales a pesar de que todos somos familia.
—Ya es suficiente —dijo Madre—. No quiero oír más. Puedes esconderte aquí dentro, pero después de todo yo soy su suegra.
Finalmente, el misterioso hombre importante mostró su cara. Estaba sentado en una tienda de campaña, escribiendo, con la pluma en la mano. Sobre la mesa, frente a él, había un gran tintero con un dragón y un ave fénix tallados. Tenía una barbilla prominente y una nariz larga y fina. Llevaba un par de gafas con la montura negra, debajo de las cuales brillaban sus pequeños ojos oscuros. Sus dedos eran largos, delgados y de una palidez fantasmal, como los tentáculos de un pulpo. La mayor parte de la era de la familia Sima estaba ocupada por los representantes de los campesinos pobres de las dieciocho aldeas del Concejo de Gaomi del Noreste, y había una serie de centinelas cada cuatro o cinco pasos, rodeándolos. Estos centinelas eran miembros de los equipos de producción del condado y del distrito militar. Los dieciocho guardaespaldas del hombre importante estaban sobre el escenario, formando una fila, con el rostro inexpresivo como el metal y una mirada asesina en los ojos, como los Arhats de la leyenda. En la zona del público no se oía ni un ruido, ni siquiera el llanto de los niños suficientemente mayores como para darse cuenta. A los que eran demasiado pequeños para darse cuenta les metían un pezón en la boca al mínimo gemido. Nos sentamos alrededor de Madre. Contrastando con los nerviosos aldeanos que teníamos cerca, ella estaba sorprendentemente tranquila, absorta en las tiras de cáñamo que tenía apoyadas sobre las rodillas desnudas; las enlazaba para hacer suelas de zapatos. Las tiras blancas le daban la vuelta alrededor de una pierna y se unían en trozos idénticos de cuerda sobre la otra. Aquel día, un helador viento del Noreste sopló desde el Río de los Dragones, que estaba congelado, haciendo que los labios de la gente se pusieran de color violeta.
Algo sucedió antes de que comenzara la asamblea: el mudo y algunos miembros del equipo militar del distrito trajeron a Zhao Seis y a una docena de hombres, más o menos, hasta el borde de la era. Estaban atados y llevaban unas placas con unas letras negras escritas en ellas, sobre las cuales se habían pintado unas grandes equis de color rojo. Cuando los aldeanos los vieron, bajaron la cabeza y se quedaron en silencio.
La gente escondía la cabeza entre las piernas para evitar que el hombre importante les viera la cara mientras él recorría la multitud con la mirada. Madre, por el contrario, siguió dándole vueltas al cáñamo, sin apartar la vista del trabajo que estaba haciendo, y yo tuve la sensación de que la mirada siniestra se detuvo en ella durante un largo periodo de tiempo.
Lu Liren, que llevaba una cinta roja en la cabeza, se dirigió al público; mientras hablaba, escupía en todas direcciones. Había estado sufriendo migrañas, y nada se las lograba aliviar. Solamente la cinta parecía hacer disminuir el dolor ligeramente. Cuando terminó, le pidió instrucciones al hombre importante. El hombre se puso en pie con lentitud. «Démosle la bienvenida al Camarada Zhang Sheng, que nos dará instrucciones sobre lo que debemos hacer», dijo Lu Liren al tiempo que comenzaba a aplaudir. Los aldeanos estaban estupefactos en sus asientos, preguntándose qué iba a pasar.
El hombre importante se aclaró la garganta y empezó a hablar, pronunciando todas y cada una de sus palabras muy lentamente. Su discurso era como una tira de papel que se agitara en el frío viento del Noroeste. Durante las décadas siguientes, cada vez que en un funeral veía esos recortes de papel blanco llenos de encantamientos que se emplean para mantener alejados a los espíritus malignos, me acordaba de ese discurso.
Cuando el discurso hubo terminado, Lu Liren avanzó al frente y le ordenó al mudo y a sus hombres, así como a varios oficiales que llevaban Mausers enfundados, que arrastraran a los prisioneros al escenario como si fueran una ristra de abetos. Los hombres ocuparon todo el escenario y taparon la visión que los aldeanos tenían del hombre importante. «¡De rodillas!», ordenó Lu Liren. Los hombres que eran más listos y rápidos cayeron de rodillas. Los que lo eran menos, fueron empujados al suelo.
Abajo del escenario, la gente se miraba entre sí por el rabillo del ojo. Algunos de los más audaces echaban un vistazo al escenario, pero la visión de todos esos hombres de rodillas, con los mocos colgándoles de las narices, les hacía bajar la cabeza de nuevo.
Un hombre flaco que había entre el público se levantó, con las piernas temblorosas, y dijo, con su voz ronca a punto de quebrársele:
—Comandante del Distrito… Yo… Yo quiero expresar una queja…
—¡Muy bien! —gritó Pandi, muy excitada—. No hay por qué tener miedo. ¡Sube al escenario!
La multitud se volvió para mirar al hombre. Era Cara de Sueño. Su túnica de seda gris estaba deshilachada y rasgada; una de las mangas colgaba de un hilo, dejando al descubierto su hombro moreno. El pelo, que en otra época llevaba limpio y cuidadosamente peinado con raya, se le había convertido en un nido de cuervos. Una ráfaga de frío viento lo hizo estremecerse, mientras miraba a su alrededor atemorizado.
—¡Sube aquí y di lo que tengas que decir! —dijo Lu Liren.
—No tiene ninguna importancia —dijo Cara de Sueño—. Hablaré desde aquí abajo, ¿de acuerdo?
—Sube —dijo Pandi—. Tú eres Zhang Decheng, ¿verdad? Me acuerdo de que a tu madre una vez la obligaron a recorrer el pueblo con una canasta, mendigando comida. Has sufrido amargamente y tu odio es profundo. Sube aquí y háblanos de ello.
Cara de Sueño atravesó la multitud y llegó caminando con sus piernas arqueadas hasta el borde del escenario, que medía aproximadamente un metro de alto y estaba hecho de tierra compactada. Intentó subir de un salto, pero lo único que consiguió fue ensuciarse aún más la túnica. Entonces un soldado se agachó, lo cogió por el brazo y tiró de él, levantándolo por el aire. Las piernas se le curvaron un poco más mientras él gritaba de dolor. El soldado lo depositó sobre el escenario. Aterrizó con las piernas tambaleantes; se movía como si estuviera apoyado sobre dos resortes, pero finalmente logró estabilizarse. Levantando la cabeza, se fijó en la multitud que había a sus pies y quedó perplejo ante todas las miradas que vio, que escondían innumerables emociones. Con las rodillas temblando, tartamudeó tímidamente algo que nadie ni siquiera oyó, y después se dio la vuelta para volver a bajar del escenario. Pandi lo agarró por el hombro y lo arrastró hacia atrás, casi tirándolo al suelo. Con un aspecto cada vez más patético, él dijo:
—Por favor, deja que me vaya, Comandante del Distrito. Yo soy un Don Nadie. Por favor, deja que me vaya.
—Zhang Decheng —dijo ella cruelmente—, ¿de qué tienes miedo?
—Soy soltero, duermo perfectamente y camino con la cabeza bien alta. No tengo nada que temer.
—Bueno, ya que no tienes nada que temer, ¿por qué no nos hablas? —le dijo Pandi.
—Ya te lo he dicho, no es nada importante —dijo él—, así que mejor vamos a olvidarlo.
—¿Crees que esto es una especie de juego?
—No te enfades, Comandante del Distrito. Hablaré. Lo que tenga que pasar, que pase.
Cara de Sueño se dirigió hacia donde estaba Qin Dos y le dijo:
—Señor Dos, usted es un hombre culto. Una vez que fui a estudiar con usted, lo único que hice fue quedarme dormido, ¿no es cierto? ¿Por qué me pegó en la mano con una regla hasta que me la dejó como un sapo lleno de verrugas? Y no fue sólo eso; también me puso un mote. ¿Se acuerda de cuál era?
—¡Contéstale! —rugió Pandi.
El Señor Qin Dos levantó la cabeza hasta que su barba de chivo quedó en posición horizontal, y murmuró:
—Eso fue hace mucho tiempo. Se me ha olvidado.
—Por supuesto que no se acuerda —dijo Cara de Sueño, con una excitación creciente y una claridad cada vez mayor—. ¡Pero yo no me olvidaré nunca! Lo que usted dijo, anciano maestro, fue: «Zhang Decheng, para mí siempre tendrás Cara de Sueño». Con eso bastó para que yo tuviera que cargar con el nombre de Cara de Sueño desde entonces. Así es como me llaman los hombres y así es como me llaman las mujeres. Incluso los niños llenos de mocos me llaman Cara de Sueño. ¡Y por cargar con un nombre podrido como ese, todavía no me he casado, a la edad de treinta y ocho años! ¿Qué chica aceptaría casarse con un hombre llamado Cara de Sueño? Ese nombre me ha estropeado la vida para siempre.
El pobre Cara de Sueño estaba tan enfadado que para entonces tenía el rostro empapado de lágrimas y de mocos. El oficial del condado de los dientes de metal cogió a Qin Dos por el pelo y tiró hasta que le hizo echar la cabeza hacia atrás.
—¡Habla! —le ordenó—. ¿Es verdad lo que dice Zhang Decheng?
—Sí, es verdad —contestó Qin Dos, y su barba de chivo temblaba como la cola de una cabra.
El oficial le empujó la cabeza a Qin Dos hasta que tocó la tierra del suelo con la cara.
—Escuchemos otras acusaciones —dijo.
Cara de Sueño se limpió los ojos con el dorso de la mano, se sonó la nariz con los dedos y lanzó por el aire los mocos que se había sacado. Aterrizaron en la tienda. Estremeciéndose del asco, el hombre importante sacó un pañuelo y se limpió las gafas.
—Qin Dos —siguió Cara de Sueño—, usted es un elitista. Cuando Sima Ku iba al colegio, le metió un sapo debajo del orinal de su dormitorio y se subió al tejado para cantar una canción que se burlaba de usted. ¿Y qué le hizo usted? ¿Le pegó con la regla? ¿Le gritó? ¿Le puso un mote? ¡No, no y no!
—¡Esto es maravilloso! —dijo Pandi, muy excitada—. Zhang Decheng ha planteado un problema muy serio. ¿Por qué Qin Dos no tuvo valor para castigar a Sima Ku? Porque la de Sima Ku es una familia rica. ¿Y de dónde salió toda su riqueza? Comían rollitos hechos de harina blanca, pero nunca trabajaron en un campo de trigo. Vestían con ropa de seda, pero nunca criaron un gusano de seda. Se emborrachaban todos los días, pero nunca destilaron ni una gota de alcohol. Convecinos, estos ricos terratenientes se han estado alimentando de nuestra sangre, nuestro sudor y nuestras lágrimas. Redistribuir su tierra y su riqueza no es más que recuperar lo que es, en justicia, nuestro.
El hombre importante aplaudió débilmente para mostrar su aprecio por el discurso apasionado de Pandi. Todos los oficiales del condado y del distrito, así como los guardias armados, se sumaron al aplauso.
Cara de Sueño no había terminado.
—Sima Ku es solamente un hombre, pero tiene cuatro esposas, y yo no tengo ninguna. ¿Es eso justo?
El hombre importante frunció el ceño.
Lu Liren dijo:
—No es necesario que hablemos de ese asunto, Zhang Decheng.
—¿No? —disintió Cara de Sueño—. Pero si esa es la causa de mi amargura. Por muy Cara de Sueño que yo sea, también soy un hombre, ¿no es cierto? Tengo una herramienta de hombre colgando entre las piernas…
Lu Liren se acercó a Cara de Sueño para que concluyera su representación y levantó la voz para tapar su monólogo.
—Convecinos —dijo—, las palabras de Zhang Decheng quizá sean un tanto rudas para nuestros oídos, pero lo que quiere decir está claro y es innegable. ¿Por qué algunos hombres pueden casarse con cuatro, cinco o más mujeres mientras alguien como Zhang Decheng no puede ni siquiera encontrar una?
Entre el público comenzaron a surgir comentarios y muchas miradas se posaron en Madre, cuyo rostro se ensombreció. Pero no había ninguna señal de enfado ni de odio en su mirada, que estaba tan serena como un plácido lago en otoño.
Pandi le dio un empujoncito a Cara de Sueño.
—Ya puedes bajar.
Él dio un par de pasos y se disponía a bajar del escenario cuando se acordó de algo más. Se dio la vuelta y se acercó a Zhao Seis, lo cogió por la oreja y le dio una sonora bofetada.
—Hijo de perra —le gritó—. Hoy también es tu día. ¡Seguro que te has olvidado de cuando abusaste de la autoridad que te había dado Sima Ku para maltratarme!
Zhao retorció el cuello y le dio un cabezazo a Cara de Sueño en el estómago. Soltando un alarido, Cara de Sueño cayó al suelo y rodó hasta caerse del escenario.
El mudo llegó a toda prisa y envió a Zhao Seis al suelo de un golpe. Después se puso de pie sobre el cuello de Zhao, deformándole el rostro al pobre hombre. Estaba sin aliento, pero a pesar de todo chillaba como si estuviera poseído.
—¡Nunca conseguirás que admita nada, nunca! ¿No tienes conciencia? Tus crímenes son inimaginables…
Lu Liren se agachó para preguntarle al hombre importante qué debía hacer. El hombre dio un golpe en la mesa con su mortero para tinta; esa era la señal para que Lu Liren leyera un pliego de papel: «El rico campesino Zhao Seis ha vivido de explotar a los demás. Durante la guerra contra Japón, alimentó a sus compañeros de viaje. Cuando Sima Ku gobernaba la zona, les proporcionó comida a los canallas de sus soldados. Ahora que la reforma agraria está en marcha, ha hecho circular desagradables rumores en clara oposición al Gobierno del Pueblo. Si un reaccionario como este no es eliminado, el pueblo nunca podrá estar tranquilo. En el nombre del Gobierno Popular del Condado de Gaomi del Noreste, por la presente condeno a Zhao Seis a la muerte. ¡La sentencia será ejecutada inmediatamente!».
Dos de los soldados cogieron a Zhao Seis y lo arrastraron afuera como a un perro muerto. Cuando llegaron al borde del estanque, que estaba lleno de hierbas, los hombres se apartaron para dejarle sitio al mudo, que se puso detrás de Zhao y le metió una bala en la nuca. Su cuerpo cayó pesadamente al agua. Con la pistola echando humo todavía en la mano, el mudo volvió a subirse al escenario.
Los prisioneros aterrorizados que estaban sobre el escenario comenzaron a golpearse la cabeza contra el suelo. Para entonces, ya todos se habían cagado encima. «Perdonadme, perdonadme…». La propietaria de la tienda de aceite de cocina, Vieja Jin, avanzó a cuatro patas hasta donde estaba Lu Liren y se abrazó a sus piernas.
—Gobernador del condado Lu —sollozó—, perdóneme. Se lo daré todo a los aldeanos, el aceite, las semillas de sésamo, todas las propiedades de mi familia. No me quedaré con nada, ni siquiera con un plato donde echarles de comer a los pollos, pero no me quite la vida. Nunca volveré a hacer negocios que exploten a la gente…
Lu Liren intentó liberarse de su abrazo, pero ella lo sujetaba con todas sus fuerzas hasta que un oficial se acercó y le separó los dedos. Entonces ella se arrastró hacia el hombre importante.
—¡Ocupaos de ella! —ordenó Lu Liren.
El mudo levantó la pistola y la golpeó en la sien. Se le quedaron los ojos en blanco y cayó de espaldas; su único pecho quedó apuntando al cielo brillante.
—¿Quién más quiere purgar su amargura? —le gritó Pandi a la gente.
Alguien empezó a llorar. Era el ciego, Xu Xian’er, que estaba apoyado en un bastón de bambú amarillo.
—Ayudadlo a subir al escenario —dijo Pandi.
Nadie le ayudó, así que él se abrió camino dando golpecitos en el suelo con su bastón. La gente se apartaba a su paso y llegó hasta el borde del escenario. Entonces dos oficiales bajaron de un salto y lo subieron en brazos.
Lleno de odio, Xu Xian’er golpeó el suelo con fuerza con su bastón, haciendo agujeros en la tierra compactada.
—Di lo que tengas que decir, tío Xu —le dijo Pandi.
—Comandante —dijo Xu Xian’er—, ¿usted me puede garantizar que seré vengado?
—No te preocupes. Ya has visto lo que acabamos de hacer por Zhang Decheng.
—¡Entonces lo diré! —exclamó—. Lo diré. Ese bastardo de Sima Ku llevó a mi mujer a la tumba, y después mi madre murió por el enfado que eso le produjo. Me debe dos vidas. —De sus ojos ciegos empezaron a caer las lágrimas.
—Tómate tu tiempo, tío —le dijo Lu Liren.
—En el decimoquinto año de la República, en 1926, mi madre invirtió treinta dólares de plata para conseguirme una esposa, la hija de una pordiosera de la Aldea del Oeste. Vendió una vaca y un cerdo, además de dos sacos de trigo, y lo único que obtuvo a cambio fueron treinta dólares de plata. Todo el mundo decía que mi mujer era guapa, pero esa palabra, «guapa», era una profecía de la catástrofe. En esa época Sima Ku sólo tenía dieciséis o diecisiete años, pero ni siquiera a esa edad era un buen tipo. Como su familia tenía dinero y poder, tomó la costumbre de venir a mi casa a cantar y tocar su huqin de dos cuerdas. Un día se llevó a mi mujer a ver una ópera, y después la trajo a casa y abusó de ella. Mi esposa se suicidó tragando opio, cosa que le sentó tan mal a mi madre que se colgó… ¡Sima Ku, me debes dos vidas! Quiero que el gobierno repare el daño que me ha hecho… —Tras decir esto, cayó de rodillas. Un oficial del distrito se acercó a ayudarlo a levantarse, pero él dijo—: No me levantaré si no me vengáis…
—Tío —le dijo Lu Liren—, Sima Ku no se escapará de las redes de la justicia, y cuando lo atrapemos, pagará por lo que te ha hecho.
—Sima Ku es un halcón de vuelo alto, el rey de los cielos —dijo el ciego—. Nunca lo cogeréis. Por eso le pido al gobierno que le haga pagar una vida por cada vida que me quitó. Ejecutad a su hijo y a su hija. Comandante, sé que usted es familia de Sima Ku, pero si es un auténtico dispensador de justicia, llevará a cabo mi petición. Si deja que se interpongan sus sentimientos personales, Xu el ciego se irá a su casa y se colgará, para que Sima no me atrape cuando regrese.
—Tío —logró decir Lu Liren—, cada dolor tiene su objetivo, cada deuda tiene su deudor. Sólo se puede hacer responsable de un daño a la persona que lo causó. Ya que Sima es el causante de esas muertes, sólo se le puede pedir cuentas a Sima. Los niños no tienen ninguna culpa.
Xu golpeó el suelo con el bastón.
—Conciudadanos —gritó—, ¿habéis oído eso? No dejéis que os engañen. Sima Ku se ha escapado, Sima Ting está escondido y los niños se harán mayores antes de que os deis cuenta. El Gobernador del Condado Lu es familia de ellos, cosa que influye mucho. Conciudadanos, Xu Xian’er vivo no es más que este bastón, y muerto es poco más que alimento para los perros. Comparado con vosotros no soy nada, pero, conciudadanos, no dejéis que esta gente os engañe…
Pandi explotó:
—¡Viejo ciego, tus demandas no son razonables!
—Señora Pandi —dijo Xu el ciego—, usted y el resto de los Shangguan son muy impresionantes. Cuando los diablos japoneses nos invadieron, su cuñado mayor, Sha Yueliang, estaba al mando. Después, durante el dominio del Kuomintang, su segundo cuñado, Sima Ku, controló la zona con mano dura. Ahora usted y Lu Liren son los que mandan. Ustedes, los Shangguan, son mástiles de banderas que no se pueden derribar, embarcaciones que nunca naufragan. Algún día, cuando los americanos gobiernen China, su familia podrá alardear de tener un cuñado extranjero…
La cara de Sima Liang se había vuelto pálida como la de un fantasma. No dejaba de apretar la mano de Madre. Sima Feng y Sima Huang tenían la cabeza escondida debajo de sus axilas. Sha Zaohua estaba llorando, así como Lu Shangli; también Octava Hermana, Yunü, se puso a llorar al poco tiempo.
Su llanto llamó la atención de la gente, tanto de la que estaba sobre el escenario como de la que estaba abajo. El oscuro hombre importante nos echó una mirada.
Xu Xian’er estaría ciego, pero se arrodilló exactamente a los pies del hombre importante.
—Señor —aulló entre lágrimas—, ¡haga algo por este viejo ciego!
Mientras aullaba se golpeó varias veces la cabeza contra el suelo hasta que tuvo la frente cubierta de tierra.
Lu Liren miró al hombre importante, excusándose con los ojos. El hombre importante le devolvió la mirada fríamente; era una mirada afilada como un cuchillo. El rostro de Lu estaba chorreante de sudor, y la cinta que tenía puesta se le había empapado; parecía que tuviera una herida en la frente. Ya no estaba tranquilo y en paz; ahora miraba alternativamente a sus pies y a la multitud que había abajo. Ya no le quedaba valor para mantener contacto visual con el hombre importante.
Pandi también había perdido la compostura que se espera de una comandante de distrito. Tenía la cara toda roja y el labio inferior le temblaba.
—Viejo ciego Xu —gritó, con el tono de voz de una mujer del campo—, ¡estás intentando liarla! ¿Qué te ha hecho a ti mi familia? La zorra de tu mujer sedujo a Sima Ku y se lo llevó al trigal. Entonces, cuando los pillaron, comió opio porque no podía mirar a la cara a la gente decente. Y no sólo es eso: la gente comentaba que tú solías pasarte la noche mordiéndola, como si fueras un perro. Ella le enseñaba a la gente las cicatrices que le dejabas en el pecho, ¿lo sabías? Tú fuiste el causante de la muerte de tu mujer. Lo que hizo Sima Ku estuvo mal, ¡pero la mayor parte de la culpa es tuya! Así que si hay que fusilar a alguien, yo creo que deberíamos empezar por ti.
—Excelencia, ¿ha oído usted eso? —dijo el ciego Xu—. En cuanto uno corta unos tallos de trigo, aparece un lobo.
Lu Liren intervino rápidamente para proteger a Pandi. Se acercó e intentó sacar a Xu Xian’er a empujones, pero Xu era inamovible.
—Tío —le dijo Lu—, tienes razón en solicitar la ejecución de Sima Ku, pero no la de sus inocentes hijos.
Xu Xian’er no estaba de acuerdo, y razonó de este modo:
—¿Cuáles son los delitos que cometió Zhao Seis? Lo único que hizo fue vender unos cuantos rollitos. Se trataba de una disputa personal con Zhang Decheng, ¿no es cierto? Pero vosotros dijisteis que lo ajusticiaríais y eso es lo que habéis hecho. Estimado Gobernador del Condado, no descansaré hasta que ordene ejecutar a los descendientes de Sima Ku.
Alguien entre el público dijo en voz baja:
—La tía de Zhao Seis era la madre de Xu Xian’er; ellos son primos.
Lu Liren se acercó dubitativamente hasta donde estaba el hombre importante con una sonrisa forzada dibujada en el rostro y, muy avergonzado, le dijo algo. El hombre acarició el oscuro mortero para tinta que tenía en la mano y su cara huesuda adoptó una expresión asesina. Entonces miró fijamente a Lu Liren y le dijo con frialdad:
—¿De verdad esperas que yo me ocupe de algo tan insignificante como esto?
Lu sacó un pañuelo para secarse el sudor de la frente; después se pasó la mano por detrás de la cabeza y se ajustó la cinta, apretándola tanto que su rostro se volvió del color de la cera. Dio unos pasos hasta situarse en el borde del escenario y desde ahí anunció en voz alta:
—Somos el gobierno de las masas, y llevamos a cabo los deseos del pueblo. Así que os dejo la decisión a vosotros. Todos aquellos que estén a favor de ejecutar a los hijos de Sima Ku, que levanten la mano.
Enfurecida, Pandi le preguntó:
—¿Es que te has vuelto loco?
Los aldeanos que había frente al escenario agacharon la cabeza. No se levantó ni una mano ni se oyó un solo ruido.
Lu Liren le lanzó una mirada de interrogación al hombre importante.
Con una mezcla de desprecio y burla, el hombre importante le dijo a Lu Liren:
—Inténtalo de nuevo, pero esta vez pregúntales cuántos están a favor de no ejecutar a los hijos de Sima Ku.
—Todos aquellos que estén a favor de no ejecutar a los hijos de Sima Ku, que levanten la mano.
Las cabezas siguieron agachadas. No se levantó ni una mano ni se oyó un solo ruido.
Madre se puso en pie lentamente.
—Xu Xian’er —dijo—, si lo que solicitas es una vida, puedes acabar con la mía. Pero tu madre no se colgó; murió de una hemorragia que se había originado en la época de los bandoleros. Mi suegra se encargó de organizar su funeral.
El hombre importante se puso en pie y se fue al espacio abierto que había detrás del escenario. Lu Liren lo siguió inmediatamente. Ahí el hombre importante le habló a Lu en voz baja y muy rápido, levantando su suave y blanca mano y moviéndola hacia abajo, como si fuera un cuchillo. Después se marchó, rodeado por sus guardaespaldas.
Lu Liren se quedó ahí de pie, con la cabeza gacha como un trozo de madera petrificado durante un largo rato antes de volver en sí. Al fin volvió, caminando como si sus piernas fueran de plomo, y nos miró fijamente y con una especie de locura. Los ojos parecían habérsele congelado en las órbitas. Tenía un aspecto patético subido ahí arriba. Finalmente, abrió la boca y habló:
—En este momento condeno a muerte Sima Liang, hijo de Sima Ku. ¡La ejecución se llevará a cabo de inmediato! Y condeno a muerte a Sima Feng y a Sima Huang, hijas de Sima Ku. ¡La ejecución también se llevará a cabo de inmediato!
El cuerpo de Madre se estremeció, pero sólo por un instante.
—¡Os desafío a que lo intentéis! —dijo, cogiendo a las dos niñas en brazos.
Sima Liang se lanzó ágil y astutamente al suelo y empezó a arrastrarse lentamente, alejándose poco a poco del escenario. La multitud lo protegía.
—Sol Callado, ¿por qué no cumples mis órdenes? —rugió Lu Liren.
—Tu maldita cabeza debe estar muy confusa —lo insultó Pan-di—, para dar una orden como esa.
—No está nada confusa, está completamente despejada —dijo Lu, dándose un golpe en la cabeza con el puño.
Dudando, el mudo bajó del escenario seguido por dos soldados.
Cuando llegó reptando a la parte de atrás de la multitud, Sima Liang se puso en pie de un salto, salió corriendo entre dos centinelas y trepó al dique.
—¡Se va a escapar! —gritó uno de los soldados que estaban en el escenario.
Un centinela echó mano de su fúsil, que llevaba al hombro, le quitó el seguro, metió una bala en el cargador y disparó al aire. Para entonces, Sima Liang ya estaba bien escondido entre los arbustos que había en lo alto del dique.
El mudo y sus hombres se acercaron a nosotros. Sus hijos, Gran y Pequeño Mudo, le echaron una mirada triste y desdeñosa. Él estiró su garra de hierro. Madre le escupió en la cara. Él retrajo su garra y se limpió la saliva del rostro, y después la estiró de nuevo. Madre escupió por segunda vez, pero con menos fuerza. El escupitajo le cayó al mudo en el pecho. Girando el cuello, él miró hacia atrás, a la gente que había sobre el escenario. Lu Liren andaba de un lado a otro, con las manos apretadas detrás de la espalda. Pandi estaba tomando aliento, de cuclillas, con la cabeza metida entre las manos. Las caras de los oficiales del condado y del distrito, así como las de los soldados armados, parecían esculpidas en arcilla, como si fueran ídolos en un templo. La mandíbula del mudo, dura como una roca, se movió espasmódicamente, en un acto reflejo.
—¡Desnudaos! —dijo—. ¡Desnudaos, desnudaos!
Madre sacó pecho y le dijo, chillando:
—¡Mátame a mí primero, cabrón!
Después se lanzó sobre él y le dio un zarpazo en la cara.
El mudo se acarició el rostro y después se llevó la mano ante los ojos para ver si se le había quedado algo pegado a los dedos. Eso duró un momento, y luego se puso los dedos debajo de la nariz y los olfateó en busca de algún olor especial. Después sacó la lengua y los lamió intentando detectar algún sabor especial. A continuación soltó una serie de gruñidos y le dio un empujón a Madre, que cayó al suelo como una pluma. Nosotros nos lanzamos sobre ella, llorando sin parar.
El mudo nos fue cogiendo uno por uno y nos tiró por ahí para quitarnos de en medio. Yo aterricé sobre la espalda de una señora. Sha Zaohua aterrizó sobre mi vientre. Lu Shengli aterrizó sobre la espalda de un señor mayor. Octava Hermana aterrizó sobre el hombro de una señora aún más mayor. Gran Mudo estaba colgado del brazo de su padre, y por mucho que este lo sacudía no lograba sacárselo de encima. Le mordió la muñeca a su padre. Pequeño Mudo estaba abrazado a la pierna de su padre y lo mordisqueaba en la huesuda rodilla. Dando una patada, el mudo envió a ese hijo volando por el aire, justo contra la cabeza de un hombre de mediana edad. Después agitó el brazo con todas sus fuerzas y envió a Gran Mudo sobre el regazo de una anciana, con un trozo de carne de su padre entre los dientes.
Cogiendo a Sima Feng con la mano izquierda y a Sima Huang con la derecha, se marchó. Daba pasos muy altos, como si caminara a través del barro. Cuando llegó al borde del escenario, lanzó a las dos chicas sobre él, una tras otra. Las dos gritaron llamando a su abuela y se bajaron del escenario de un salto. El mudo las capturó de nuevo y las volvió a subir. Para entonces, Madre había logrado ponerse en pie y empezó a avanzar a trompicones hacia el escenario, pero se cayó al suelo antes de poder dar ni siquiera un par de pasos.
Lu Liren dejó de dar vueltas y dijo melancólicamente:
—A todos vosotros, pobres campesinos, os hago una pregunta: ¿Soy un hombre o no lo soy? ¿No os podéis imaginar cómo me siento por tener que fusilar a esas dos niñitas? Se me parte el corazón. Después de todo, son sólo unas niñas, y encima estoy emparentado con ellas. Pero precisamente por ese motivo no tengo más remedio que tragarme mis lágrimas y condenarlas a muerte. Salid de vuestro estupor, amigos míos. Al ejecutar a las hijas de Sima Ku estamos evitando ir por el mal camino. Mirado superficialmente, parece que estemos ejecutando a dos niñas. Pero no son niñas lo que ejecutamos, sino un sistema social reaccionario que pertenece al pasado. ¡Vamos a ejecutar a dos símbolos! Levantaos, amigos. ¡O sois revolucionarios o sois contrarrevolucionarios, no hay término medio!
Gritaba con tanta fuerza que sufrió un ataque de tos. Se puso pálido y le brotaron lágrimas en los ojos. Un oficial del condado se le acercó y empezó a darle unas palmadas en la espalda, pero Lu le indicó con un gesto que se apartara. Cuando hubo recuperado el aliento, se agachó y escupió una flema. Con una voz que recordaba la de un tuberculoso, logró balbucear:
—¡Ejecutad la sentencia!
El mudo subió al escenario de un salto, cogió a las dos niñas y las llevó hasta el estanque, donde las dejó caer al suelo antes de retroceder diez o quince pasos. Las chicas se abrazaron. Sus caras, largas y delgadas, parecían cubiertas de polvo de oro. Miraron al mudo aterrorizadas mientras él sacaba su pistola y la levantaba pesadamente. Le sangraba la muñeca y le temblaba la mano por el esfuerzo de levantar la pistola, como si pesara diez kilos. Después —bang— se oyó el sonido de un tiro. La mano se le movió por el efecto del retroceso y un humo azul brotó de la boca del arma. Dejó caer el brazo débilmente. La bala les pasó a las niñas por encima de la cabeza e impactó contra el suelo al lado del estanque, levantando un poco de barro por el aire.
Una mujer se acercaba paseando, bajaba por el sendero lleno de hierbas que había a lo largo de la base del dique. Iba cloqueando en voz alta, como una gallina madre que lleva a sus pollitos delante de ella. En el instante en que apareció debajo del dique me di cuenta de que se trataba de Primera Hermana, que había recibido permiso para no ir a la reunión por estar perturbada mentalmente. En tanto viuda del traidor de Sha Yueliang, debería haber estado en los primeros puestos de la lista de los que iban a ser ejecutados, y si la gente hubiera sabido su aventura de una noche con Sima Ku, habría sido fusilada dos veces. Cuando la vi arrojarse a la red me preocupé gravemente, pero ella corrió hasta el estanque y se plantó delante de las dos niñas.
—¡Mátame a mí! —gritó como una loca—, ¡mátame a mí! ¡Yo me acosté con Sima Ku y yo soy su madre!
La mandíbula del mudo empezó a temblar de nuevo. Era una señal inconfundible de que unas perturbadoras olas azotaban su corazón. Levantó la pistola de nuevo y dijo oscuramente:
—Desnudaos, desnudaos, desnudaos.
Sin pensárselo ni un instante, Primera Hermana se desabotonó la blusa y enseñó sus pechos perfectos. El mudo se quedó mirándolos fijamente, con los ojos desorbitados. La mandíbula le temblaba con tanta violencia que parecía que estaba a punto de caérsele. Se puso una mano debajo de la barbilla para mantenerla quieta y en su lugar, y después abrió la boca y dijo, como quien escupe: «¡Desnudaos! ¡Desnudaos! ¡Desnudaos!». Primera Hermana se quitó obedientemente la blusa; estaba desnuda de cintura para arriba. Su rostro era moreno, pero su cuerpo brillaba lustrosamente, como si fuera de porcelana de la mejor calidad. Aquella oscura mañana se desnudó de cintura para arriba y atrapó al mudo en una lucha de deseos. Él se acercó a ella con las piernas arqueadas, con el aspecto de un muñeco de nieve cocinado al horno, que se va deshaciendo parte por parte, primero un brazo, después una pierna, unos intestinos que se enrollan en el suelo, como una serpiente, y un corazón rojo que le late entre las manos. Todas esas partes dispersas se volvieron a unir con gran dificultad cuando se arrodilló a los pies de Primera Hermana y se abrazó a su cintura, apoyando su enorme cabeza sobre el vientre de ella.
Lu Liren y los demás estaban atónitos. Eran testigos de un cambio impresionante y se quedaron boquiabiertos, como si tuvieran unos dulces calientes y pegajosos en la boca. Era imposible imaginarse lo que estarían pensando mientras contemplaban la escena junto al estanque.
—¡Sol Callado! —lo llamó débilmente Lu Liren, pero el poderoso Sol Callado lo ignoró.
Pandi bajó del escenario de un salto y salió corriendo hasta el estanque, donde recogió la blusa del suelo y se la puso a Primera Hermana sobre los hombros. Había ido con la intención de arrastrar a Primera Hermana lejos de allí, pero la mitad inferior de esta ya se había unido al mudo, y ¿cómo podía Pandi alejarla de eso? Lo que hizo fue coger la pistola del mudo y darle un golpe con ella en el hombro. Él la miró. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
Lo que ocurrió entonces sigue siendo un misterio hasta el día de hoy. En el momento en que Pandi estaba contemplando el rostro empapado de lágrimas del mudo, que había entrado en una especie de trance; en el momento en que Sima Feng y Sima Huang se levantaron, cogidas de la mano, todavía aterrorizadas, y empezaron a mirar a su alrededor buscando a su abuela; en el momento en que Madre volvió en sí y se puso a murmurar algo mientras salía corriendo en dirección al estanque; en el momento en que Xu Xian’er se reencontraba con su conciencia y decía: «Gobernador del Condado, no los mate. Mi madre no se colgó y Sima Ku no es el único culpable de la muerte de mi esposa»; en el momento en que un par de perros se enzarzó en una pelea en las ruinas que había detrás de la casa de la mujer musulmana; en el momento en que me vino el dulce recuerdo del juego que había jugado con Laidi en el abrevadero de los caballos y la boca se me llenó del sabor de las cenizas y del aroma elástico de su pezón; en el momento en que todo el mundo intentaba imaginarse de dónde había venido el hombre importante y dónde se había ido; en aquel momento, dos hombres a caballo llegaron del Sudeste como un huracán. Uno de los caballos era blanco como la nieve, y el otro negro como el carbón. El jinete que montaba el caballo blanco iba totalmente vestido de negro, incluyendo un pañuelo negro que le tapaba la mitad inferior de la cara y un sombrero negro. El que iba en el caballo negro vestía todo de blanco, incluyendo un pañuelo blanco que le tapaba la mitad inferior de la cara y un sombrero blanco. Ambos llevaban un par de pistolas. Eran jinetes muy experimentados; se inclinaban ligeramente hacia adelante y las piernas les colgaban hacia abajo en línea recta. Cuando se acercaron al estanque, dispararon varios tiros al aire. Daban tanto miedo que los soldados armados, por no mencionar a los oficiales del condado y del distrito, se tiraron todos al suelo, boca abajo. Los dos jinetes azotaron a sus caballos y dieron unas vueltas en círculo alrededor del estanque; las monturas se inclinaban describiendo hermosos arcos. Después volvieron a disparar antes de darles con el látigo de nuevo y alejarse al galope. Las colas de los caballos ondeaban en el aire detrás de ellos. Se desvanecieron ante nuestros ojos; fue realmente un caso de algo que llega con el viento de la primavera y se va con el viento del otoño. Daba la impresión de haber sido un espejismo, a pesar de que eran totalmente reales. Poco a poco recuperamos la compostura, y cuando miramos al suelo vimos a Sima Feng y a Sima Huang tiradas junto al estanque, cada una con un agujero de bala entre los ojos. Todo el mundo se quedó paralizado de miedo.