«Licor del mono»

Li Yidou

El «Licor del mono» es el licor de Yuan. ¿Quién fue su destilador? Mi suegro, Yuan Shuangyu, profesor de la Universidad de Destilación de la Tierra del vino y los licores. Si la Tierra del vino y los licores es una perla brillante en el corazón de nuestra gloriosa patria, entonces la Universidad de Destilación es la perla de la Tierra del vino y los licores y mi suegro la perla de la Universidad de Destilación: la más lustrosa, la más brillante. La gran oportunidad de mi vida fue convertirme en el estudiante de este anciano caballero y luego convertirme en su yerno. Mucha gente envidia y codicia mi buena suerte. Cuando le estaba buscando un nombre a este relato lo estuve sopesando durante mucho tiempo, incapaz de decidir si lo debía llamar «Licor del mono» o «Licor de Yuan». Al final, por el momento, me he decantado por «Licor del mono», a pesar de que puede ser muy controvertido y tan polémico como el Fauvismo. Mi suegro es un hombre erudito y muy tradicional. En su búsqueda del «Licor del mono» decidió que tenía que vivir entre los monos en la Montaña del mono blanco hasta que consiguiese su objetivo. Viviría a la intemperie y dormiría sobre el rocío, peinado por el viento y bañado por la lluvia.

Para que todos los lectores lleguen a entender la erudición de mi suegro, voy a copiarles una buena parte de las notas que nos dio en la clase «Los orígenes del licor».

En aquel entonces yo era un estudiante joven que no sabía nada; venía de una familia pobre de campesinos y la primera vez que entré en el templo sagrado del vino y los licores no sabía nada sobre las bebidas alcohólicas. Cuando mi suegro se acercó al estrado de esa sala triunfal, con su bastón, y vestido con un traje blanco, yo creía que el licor era tan sólo un poco de agua condimentada. ¿Qué fue lo que dijo este hombre tan valioso? Una vez colocado detrás del estrado empezó a reírse, antes de decir media palabra. Después de unos segundos sacó una pequeña petaca del bolsillo, le quitó el tapón y le dio un trago. Entonces se relamió los labios y preguntó: «Estudiantes ¿qué es lo que estoy bebiendo?». Alguien dijo: «Agua», otra persona dijo: «Agua hervida», otra dijo: «Un líquido de color claro». Y otra dijo: «Licor». Yo sabía que era licor —lo podía oler—, pero murmuré: «Orina». «¡Bien! —dijo mi suegro, dando un manotazo al estrado—, quien haya dicho “licor” por favor que se levante». Una chica con trenzas se levantó de su asiento. Estaba ruborizada, con las mejillas encendidas. Miró a mi suegro, luego bajó la cabeza y jugó con la punta de las trenzas —un hábito muy frecuente entre las chicas con trenzas, y que han aprendido de las películas—. Mi suegro le preguntó: «¿Cómo has sabido que era licor?». Con una voz casi imperceptible dijo: «Lo he olido…». «¿Por qué tienes tan buen olfato?», le preguntó mi suegro. La chica se ruborizó más todavía, parecía que su cara iba a explotar. «¿Y bien? ¿Por qué?», le preguntó mi suegro. Con una voz todavía más baja dijo: «Mmm… llevo unos días con el olfato muy acentuado…». Mi suegro se dio un golpe en la frente como si de repente hubiese tenido una revelación y dijo: «Vale, ya lo entiendo. Te puedes sentar». ¿Qué había «entendido»? ¿Se lo imaginan? Yo no lo supe hasta mucho después, cuando me dijo que las chicas tienen el olfato muy agudo cuando tienen la regla, y mucha imaginación también. Es por eso por lo que tantos descubrimientos de la historia de la humanidad se relacionan con el ciclo menstrual femenino. «Ahora, el estudiante que ha dicho “orina”, por favor que se levante», dijo mi suegro con seriedad. De repente sentí que me pitaban los oídos y vi estrellas volar frente a mis ojos, como si me hubiesen dado una paliza. No era consciente de que ese vejestorio tenía tan buen oído. «¡Levántate, no seas tímido!», dijo. Yo estaba muy avergonzado porque toda la clase tenía la atención puesta en mí, incluida la chica de las trenzas que tenía la regla. Se llamaba Jin Manli, el típico nombre de una agente secreto. Les contaré lo que pasó entre nosotros en otro relato. Más tarde esta chica también se convirtió en uno de los estudiantes de doctorado de mi suegro. Maldita sea, esta boca asquerosa que apesta a caca de perro me ha vuelto a meter en problemas. Li Yidou, Li Yidou, ¿qué te dijeron tus padres antes de irte de casa? ¿No te dijeron que hablaras menos y escucharas más? Mira que eres bocazas, ni aunque te pegaras la boca con pegamento se quedaría cerrada. Es como un pájaro carpintero que muere atascado en un árbol por culpa de su pico. Me puse de pie totalmente avergonzado, no me atrevía a levantar la cabeza. «¿Cómo te llamas?». «Li Yidou». «No me sorprende que tengas tanta imaginación. Eres la reencarnación del dios del licor». La clase rompió a reír. Él pidió silencio a los estudiantes con un gesto con la mano, le dio un sorbo al licor, se relamió los labios y dijo: «Siéntate, Li Yidou. Si te soy sincero, me caes muy bien. Eres diferente de los demás».

Me senté en mi silla totalmente confundido mientras observaba cómo mi suegro tapaba la petaca, la agitaba con fuerza y la ponía a la luz para ver las burbujas. Dijo con una voz cantarina: «Queridos estudiantes, esta solución sagrada es un líquido indispensable para la vida humana. En estos momentos, en una época de reformas y de liberalización, las funciones del alcohol aumentan cada día. No es exagerar decir que sin alcohol la revitalización de la Tierra del vino y los licores nunca hubiese ocurrido. El licor es puro sol, aire, sangre. El licor es música, un cuadro, ballet, poesía. Un destilador de licor es un maestro de muchas artes. Espero que de entre vosotros salga un maestro de la destilación y se haga famoso en nuestro país y gane una medalla de oro en la Feria Mundial de Barcelona. Hace un tiempo oí que alguien se metía con nuestra profesión y decía que no tenía futuro. Alumnos, os puedo decir que algún día, aunque acaben con la Tierra, la esencia molecular del licor seguirá volando alrededor del universo».

En mitad de acalorados aplausos mi suegro levantó la petaca bien alto con una expresión solemne, casi divina, en la cara, como la expresión de un héroe que solemos ver en las películas. Yo me sentía muy avergonzado por haber blasfemado sobre un líquido tan importante y haberlo llamado orina, aunque en realidad antes o después se iba a convertir en eso.

«El origen de este líquido celestial sigue siendo un enigma hoy en día —dijo mi suegro—. El río Amarillo y el río Yangtsé se han formado de la convergencia de varios de miles de litros de licores durante décadas, pero no podemos saber su origen primigenio. Sólo podemos especular. Los astrónomos chinos han descubierto una gran cantidad de moléculas de alcohol en el espacio sideral. Hace poco una astronauta americana detectó un olor fuerte a alcohol dentro de su nave espacial, lo que le provocó una sensación de euforia, como si estuviera ligeramente borracha. Ahora os pregunto: ¿De dónde salieron esas moléculas de alcohol? ¿De dónde ha salido ese olor que detectó la astronauta? ¿De otro planeta? ¿A lo mejor eran restos disipados de la Tierra del vino y los licores? ¡Alumnos, extended las alas de vuestra imaginación!».

Mi suegro siguió hablando: «Nuestros antepasados le atribuían el origen del alcohol a las deidades, e inventaron historias muy bonitas y conmovedoras. Por favor echad un vistazo a las notas. Los antiguos egipcios creían que fue Osiris, el guardián de la muerte, quien descubrió el alcohol. Ofrecían licor a los antepasados para que sus almas se alejaran del sufrimiento y les diera alas con las que volar al Paraíso. Incluso los que estamos vivos sentimos que volamos cuando estamos borrachos. Por tanto, la esencia del licor es el espíritu de volar. Los antiguos mesopotámicos laurearon a Noah en el arte de la destilación. Decían que no sólo creó a la raza humana de nuevo, sino que les dio a los humanos el maravilloso regalo del licor para olvidarse de las catástrofes. Los mesopotámicos hasta identificaron el lugar en el que Noah hacía su licor: Erivan.

Los antiguos griegos tenían su propio dios del vino entre todos los dioses y diosas del Olimpo. Se llamaba Dionisio y era un experto en vino. Representaba el desenfreno, la liberación de todas las cadenas, la liberación del alma.

Las religiones que creen en el espiritualismo tienen diferentes explicaciones para el origen del vino y los licores. El budismo y el Islam muestran gran aversión al alcohol, afirman que es la fuente de toda la perversión y maldad. Por otro lado el cristianismo considera que el vino es la sangre de Cristo, la encarnación material de su esfuerzo para la salvación del mundo. Los cristianos creen que si beben vino les va a ayudar a conectar con Dios, a comunicarse con Él. Es un hecho que la doctrina cristiana trata el vino como si fuera algo espiritual aunque todos sabemos que el vino es una sustancia material. Pero dejadme que os recuerde que cualquier persona que trate el vino sólo como un objeto material nunca se convertirá en un verdadero artista. El vino es algo espiritual, una creencia cuyo rastro pervive todavía en muchas lenguas. Por ejemplo, en la lengua inglesa al alcohol con alta graduación se le llama “spirits”, mientras que en francés en las etiquetas de las bebidas con alto contenido de alcohol pone “spiritueux”. Estos términos comparten la misma raíz lingüística de “espiritual”.

Pero nosotros somos materialistas, después de todo. Enfatizamos el hecho de que el vino es espiritual simplemente porque queremos que nuestras mentes abran las alas y vuelen alto. Cuando están cansadas de volar, cuando vuelven a la tierra, tienen que seguir buscando los orígenes del vino y los licores entre una montaña de documentos antiguos. Esto es un trabajo enormemente arduo y satisfactorio al mismo tiempo. Una bebida alcohólica llamada “Soma” y otra llamada “Baoma”, las dos se usan en ritos de sacrificio y aparecen mencionadas en el texto religioso más antiguo de la India y colección literaria, el Veda. El viejo testamento hebreo suele mencionar “vino amargo” y “vino dulce”. En los oráculos de hueso[15] más antiguos dice: “Este licor/para Dajia/para Ding” que era una ofrenda de licor a los muertos Dajia y Ding. Hay otra palabra en otro oráculo de hueso “chang” que Ban Gu[16], de la dinastía Han, en su Comentario del Tigre blanco, lo descifró de esta manera: “Chang es una bebida hecha de la fragancia de todas las plantas. Chang significa buen licor, es sinónimo de desenfrenado, satisfactorio, divertido, imparable, ilimitado: como por ejemplo un ataque de desenfreno, un buen humor desenfrenado, una conversación desenfrenada, un viaje desenfrenado, imaginación desenfrenada, bebida desenfrenada”. El vino y el licor son la encarnación de este reino libre. Hasta el momento la prueba más temprana sobre la existencia del licor que se ha hallado fuera de China es un corcho que se ha encontrado en la excavación de una tumba prehistórica egipcia. En ella encontramos el sello de la Destilería de Ramsés III (1198-1166 a. C.).

Dejadme que os dé más ejemplos de antiguos documentos escritos sobre el vino o el licor. Por ejemplo li en chino significa una especie de licor dulce; “bojah” en hindú antiguo es un licor hecho de extracto de cereales. En una lengua de una tribu etíope el licor hecho de cebada se llama “bosa”. “Cer visia” en gaélico antiguo, “pior” en viejo germánico, “eolo” en viejo escandinavo y “bere” en viejo anglosajón; todos estos son términos que significan cerveza en diferentes lenguas antiguas. Los nómadas de la estepa de Mongolia llamaban a la leche fermentada de yegua “koumiss” y los mesopotámicos la llamaban “masoun”. Los griegos llamaban al aguamiel “melikaton” los romanos lo llamaban “aqua musla” y los celtas “chouchen”. Los escandinavos solían dar aguamiel como regalo de boda, que es el origen de “luna de miel”, un término que todavía está en uso a nivel mundial. Documentos escritos como estos se pueden encontrar por todas partes en las civilizaciones antiguas, y es imposible hacer una lista de todos ellos».

Puede que les haya aburrido completamente que haya citado este pasaje tan largo de las notas de mi suegro. Lo siento. A mí también me ha aburrido muchísimo, pero no tenía otra salida. Por favor, aguanten un poco más, se acabará enseguida, sólo otro minuto más.

«Lamentablemente sólo podemos retroceder alrededor del siglo X a. C. para establecer los orígenes del vino y los licores a través de los documentos escritos. Es perfectamente legítimo especular acerca de que los orígenes del licor son anteriores a los restos escritos, ya que muchos hallazgos arqueológicos proporcionan muestras suficientes. La historia del vino y el licor supera los diez mil años, hay restos de excavaciones que incluyen vasijas de arcilla con forma de trípode[17], de Longshan, en China, o las vasijas artesanales “zun” y “jia” de Da Wen Ku y los ritos al vino encontrados en las cuevas de Altamira en España».

«Alumnos —dijo mi suegro— el vino es un compuesto orgánico, producido de manera natural como una de las creaciones ingeniosas de la Naturaleza. Está hecho de azúcar, que las enzimas transforma a continuación en alcohol, y otros cuantos ingredientes. Si el viento, el agua, los pájaros o los animales llevan un montón de uvas a un lugar subterráneo lo bastante húmedo y con la temperatura correcta, se pueden activar las enzimas de la piel de la uva y convertir el zumo de uva en un vino delicioso y dulce. En China un viejo dicho dice “Los monos hacen licor”. El antiguo texto Conversaciones vespertinas en Penglong dice: “Hay muchos monos en el Monte Huang. En primavera y verano cogen flores y frutos y los colocan en la tierra entre piedras, donde fermentan en alcohol y desprenden un aroma que se puede detectar a cien metros”. En una “Nota ocasional desde la parte occidental de Guang” de las Anotaciones misceláneas pone: “Abundan los monos en las montañas de las prefecturas de la parte occidental de Guang, como por ejemplo la de Pingle. Son muy habilidosos cogiendo flores para hacer licor. Cuando los leñadores entran en las montañas, los que encuentran sus madrigueras pueden recuperar algún litro de alcohol. Es aromático y delicioso y se le ha puesto el nombre de ‘Licor de mono’”. Por lo tanto si los monos sabían cómo coger frutas y ponerlas en un lugar no muy profundo para destilar alcohol ¿no es más que probable que nuestros antepasados supieran hacerlo también? Otros países tienen leyendas e historias similares a esta. Por ejemplo, los destiladores franceses suelen creer que los pájaros acumulan frutos en sus nidos y que siempre ocurre un incidente imprevisible y milagroso que evita que se los coman. Con el paso del tiempo los nidos de los pájaros se convierten en contenedores para hacer alcohol. Los seres humanos han debido inspirarse en los pájaros y animales para buscar los secretos de hacer alcohol. La aparición natural del licor y la aparición de plantas con alto contenido en azúcar debieron de ocurrir a la vez. Podemos concluir diciendo que antes de la existencia del ser humano la Tierra ya estaba impregnada del aroma del vino y los licores.

Por lo tanto, ¿cuándo empezaron los humanos a destilar alcohol? La respuesta a esta pregunta yace en el descubrimiento humano de la existencia del alcohol en la Naturaleza. Algunos de los humanos más valientes, o aquellos que se morían de sed bebían el licor que se acumulaba entre las rocas o en los nidos de pájaro. Después de probar el maravilloso elixir y experimentar el gran placer de la bebida buscaron más agujeros entre las rocas y más nidos de pájaro. La motivación de hacer alcohol surgió de forma natural después de que se bebieran todo el alcohol que pudieron encontrar; imitaron a los monos y tiraron frutos a los agujeros y a los nidos de los pájaros. Pero no siempre tuvieron éxito; a veces el fruto se secaba y otras veces simplemente se pudría. Muchas veces los seres humanos abandonaron el intento de aprender de los monos, pero el atractivo aplastante de ese elixir les hacía armarse de paciencia y empezar otra vez de nuevo con los experimentos. Al final los experimentos surtieron efecto y crearon un licor afrutado con la ayuda de la naturaleza. Eufóricos bailaron desnudos junto a las hogueras de sus cabañas. Este proceso de aprender a hacer alcohol ocurrió de manera simultánea con el perfeccionamiento de los sistemas de plantaciones de cultivos y la domesticación de los animales. Cuando los cereales reemplazaron a la carne y al pescado como el alimento básico de la gente, empezaron a experimentar con la fermentación de los cereales. El motivo de estos experimentos puede haber sido algo accidental o puede que haya sido una revelación de Dios. Pero cuando el alcohol se formó con el vapor de la primera gota en una vasija de barro cocido la historia de la humanidad pasó una página nueva y magnífica. Era el inicio de la gloriosa era de la civilización. Aquí termina la clase», anunció mi suegro.

Ahora que la clase había finalizado mi suegro se bebió de un trago lo que le quedaba de licor en la petaca y se relamió los labios varias veces. Entonces se la metió en el bolsillo, se apretó el maletín debajo del brazo y después de lanzarme una mirada cómplice, llena de significado, salió del aula con la cabeza bien alta y el pecho hacia fuera.

Cuatro años después me licencié, presenté la tesina con la esperanza de que mi futuro suegro me dirigiera la tesis. El título de la tesina fue «Las novelas del realismo mágico de Latinoamérica y la destilación del alcohol». Recibí muchos elogios por parte de mi suegro y pasé la defensa oral sin problemas. Incluso la mandaron al Periódico de la Universidad de Destilación, donde publicaron una reseña de mi tesina en primera página. Mi suegro aceptó que fuera su alumno de doctorado y aceptó mi campo de investigación: «Cómo se manifiestan las emociones de un destilador en la física y química del proceso de destilación y cómo afectan al resultado final del licor». Mi suegro creía que mi tema, que era un nuevo punto de vista, era muy interesante. Me sugirió que pasara el primer año en la biblioteca, leyendo todos los libros relevantes y recopilando material suficiente antes de sentarme a escribir.

Seguí los consejos de mi suegro y me entregué en cuerpo y alma a mis estudios en la Biblioteca Municipal de la Tierra del vino y los licores. Un día encontré un curioso libro titulado Sucesos extraños en la Tierra del vino y los licores, que incluía un artículo que me interesó particularmente. Se lo recomendé a mi suegro. ¿Cómo iba a saber que le marcaría tanto que se acabaría marchando al Monte del mono blanco a vivir con los monos? Les copio la historia entera para ustedes; léanla si les apetece y si no, omítanla.

«En la Tierra del vino y los licores vivía un anciano apellidado Sun, al que le encantaba el alcohol. Había nacido con la bendición de poder beber todo lo que quisiera, así que se tomaba varias cervezas de un trago. Una vez llegó a tener diez acres de tierra fértil y varias casas con docenas de habitaciones, pero todos los beneficios iban destinados a pagar sus gastos en la bebida. Su mujer, apellidada Liu, se llevó a los niños y se volvió a casar. El anciano vagó por las calles con la cara sucia, el pelo hirsuto y la ropa andrajosa, como un mendigo. Cuando veía a alguien comprar alcohol le suplicaba un poco de rodillas y se daba golpes en la cabeza hasta que le sangraba la frente. Era una imagen lamentable. De repente un día un hombre de pelo blanco pero con la cara joven se materializó enfrente de él y dijo:

“A cien li en dirección sureste de aquí hay una montaña arbolada llamada el Monte del mono blanco, donde los monos han llenado los estanques con licor. ¿Por qué no vas allí y te los bebes? ¿No es mejor eso que estar aquí pidiendo limosna?”. Al oír esas palabras Sun hizo una reverencia agradecido y sin decir nada se marchó como un remolino fugaz. Tres días después llegó a los pies de la montaña y cuando miró hacia arriba vio una densa capa de árboles, pero no había ningún camino. Así que subió agarrándose a las ramas y plantas trepadoras. Poco a poco entró en la maleza donde miles de árboles ancestrales alcanzaban el cielo y bloqueaban el sol. El suelo del bosque era una maraña de ramas y leños y el piar de los pájaros iba y venía en oleadas. Un animal gigante apareció delante de él. Era del tamaño de un buey, tenía los ojos salvajes y emitía unos rugidos tan fuertes que los árboles y las plantas se mecían. Sun estaba muerto de miedo y trató de huir, pero con las prisas cayó en un barranco muy hondo. Se quedó colgando boca abajo de un árbol y pensó que iba a morir. Entonces el aroma del vino impregnó su nariz, lo que le dio fuerzas. Consiguió bajarse del árbol y siguió el rastro del aroma hasta que llegó a un lugar lleno de arbustos, en el que unas flores extrañas y unos frutos colgaban de las ramas. Un pequeño mono blanco estaba cogiendo un racimo de una fruta que era de color morado y ámbar. Cuando el animal se fue el anciano le siguió al claro del bosque. Vio una roca gigante de varios metros de anchura con un hueco en el medio, de al menos un metro de profundidad. El monito lanzó la fruta al hueco y se oyó un crujido, como si se rompiera una teja. El olor del vino subió hacia la superficie. Sun se acercó para echar un vistazo y vio que el hueco estaba lleno de vino añejo. Un grupo de monos se acercó cargando con unas hojas enormes con forma de abanico, las doblaban y las sumergían para beberse el vino. Al poco tiempo todos estaban achispados y contentos: se tambaleaban, enseñaban los dientes y se lanzaban miradas coquetas. Cuando el anciano se acercó a ellos los monos se apartaron unos cuantos metros y empezaron a gritar enfadados. Pero él no les prestó atención. Aceleró el paso, metió el cuello en el hueco y empezó a beber vino como una ballena. No se levantó durante un buen tiempo y cuando lo hizo sus intestinos estaban limpios, su boca estaba llena de un sabor maravilloso y se sentía como un ser inmortal y etéreo. Entonces empezó a imitar el comportamiento de los monos, siempre borrachos: saltaba arriba y abajo, gritaba y chillaba. Los monos enseguida siguieron su ejemplo y se llevaron muy bien. Desde ese día se quedó viviendo en ese lugar, cerca de la roca. Dormía cuando estaba cansado, bebía nada más levantarse y a veces jugaba con los monos. Se divertía tanto que no quería irse de la montaña. Toda la gente de su pueblo pensó que estaba muerto. Contaban tantas historias sobre él que hasta los niños le conocían. Décadas más tarde un leñador subió al monte y se encontró con Sun, al que confundió con una deidad de la montaña dado que tenía el pelo blanco, la tez joven, un cuerpo sano y rebosante de felicidad. “¿Te llamas Sanxian?”. El leñador contestó: “Sí”. Sun dijo: “Soy tu padre”. Cuando era un niño el leñador oyó que su padre fue un borracho al que engañaron para que se fuera a vivir a la montaña, donde murió. Estaba sorprendido y desconcertado por encontrarse a su padre ese día. El anciano le contó sus aventuras y recordó anécdotas familiares. Al final el leñador creyó la historia y le preguntó al anciano que si quería volver al pueblo, así podría cuidar de él. Pero el anciano se rio y dijo: “¿Hay un estanque de licor del que pueda beber siempre que quiera?”. Le dijo a su hijo que esperara un momento mientras él se alejaba entre los árboles, agarrándose de rama en rama como un mono muy ágil. Al cabo de un rato volvió con una caña de bambú que tenía en el borde unas flores moradas a modo de tapón. Se lo dio a su hijo y comentó: “Hay licor de mono dentro de la caña de bambú. Puede mejorar tu salud y mantenerte con un aspecto joven”. El leñador se llevó el bambú a casa, donde le quitó la tapa casera y vació el contenido en un cuenco. Era de un color azul profundo, como el índigo, con un aroma fuerte y tan especial que no se encontraba entre los humanos. En un acto muy cercano y filial el leñador llenó una botella con el líquido y se lo dio a su suegro, que a su vez se lo dio a su señor, un noble llamado Liu. El señor Liu vio el licor y se sorprendió totalmente. Preguntó el origen de la bebida. El siervo le contó al señor Liu lo que le había dicho su yerno. El señor Liu se lo comunicó al gobernador provincial, que mandó a docenas de personas a peinar la montaña. Después de unos meses sólo encontraron árboles y maleza de plantas espinosas y volvieron sin ningún descubrimiento».

Cuando terminé de leer la historia sentí como si hubiera topado con un extraño tesoro, así que enseguida hice una copia y se la llevé a casa a mi suegro para enseñársela. Fue una tarde de hace tres años. Cuando llegué, mi suegro y mi suegra estaban discutiendo mientras cenaban. Una tormenta caía furiosa en el exterior, con truenos y relámpagos. Unos rayos azules golpeaban como látigos las ventanas y hacían vibrar el cristal. Me sacudí el agua del pelo. Me escocía la nariz y me picaban los ojos por la lluvia y el granizo. Mi suegra me miró y me dijo enfadada.

—Una hija casada es como agua embravecida. Tenéis que solucionar vuestros problemas. Esto no es un juzgado civil.

Sabía que se había hecho una idea equivocada, pero antes de poder explicarle que no había discutido con su hija estornudé de repente. En mitad de mi espasmo nasal oí que mi suegra gruñía.

—¿Eres uno de esos hombres que trata el alcohol como si fuera su mujer? Eres…

En ese momento no entendí lo que quería decir, pero por supuesto ahora lo entiendo. En aquel instante sólo vi a una mujer gruñona cuya cara se iba poniendo entre roja y morada, y su corazón parecía lleno de odio. Era como si estuviera hablando conmigo, pero sus ojos —fijos, quietos y fríos como una serpiente— estaban puestos en mi suegro. Nunca antes había visto una mirada como esa, e incluso ahora, el recuerdo me acelera el pulso y me recorre un escalofrío.

Mi suegro estaba sentado a la mesa a la hora de la cena y mantenía la pose de un profesor de universidad. Bajo la cálida luz de la lámpara su pelo cano parecía estar hecho de hilos de seda, pero con el destello de cada rayo en la ventana se transformaba en hebras de fideos de judía de soja de color verde. Ignoró a mi suegra y siguió bebiendo. Era una botella de cava italiano «La Viuda», un líquido dorado como los senos cálidos y suaves de una chica occidental, con diminutas burbujas que chisporroteaban como susurros. El aroma afrutado del cava era refinado, agradable y refrescante; cuanto más olías el aroma más penetraba en ti. Era magnífico, más allá de lo imaginable. Mirar este cava era mejor que observar a una chica occidental desnuda; oler este tipo de cava era mejor que besar a una chica occidental; beber este tipo de cava…

Acarició con cariño la botella suave y verde como el jade con una mano y con la otra se sirvió un vaso. Sus delgados dedos jugaban con el vaso y la botella con ternura y erotismo. Levantó el vaso a la altura de los ojos para dejar que la luz de la lámpara brillara en el líquido suavemente teñido, y mientras lo admiraba una pizca de impaciencia y ansiedad se mostró en sus ojos. Puso el vaso bajo su nariz para olerlo, aguantó la respiración y abrió la boca. Entonces le dio un sorbo diminuto, apenas humedeció la punta de su lengua y sus labios y sus ojos lanzaron chispas de excitación. Se volcó el contenido del vaso en la boca y mantuvo el líquido dentro sin tragárselo durante unos segundos. Como tenía las mejillas hinchadas su cara parecía más redonda de lo normal y su barbilla más puntiaguda. Me sorprendió que no tuviera barba, ni un solo pelo. Esa no era la barbilla de un verdadero hombre. Se enjuagó la boca con el líquido, lo que le divirtió bastante. Le salieron unas manchas rojas en la cara, como si le hubieran puesto colorete y no se lo hubieran extendido bien. El modo en que agitaba el alcohol en la boca me ponía de los nervios. Otro rayo volvió la habitación de color verde. En mitad de esa descarga se tragó el cava y sintió cómo el líquido le bajaba por la garganta. Entonces se relamió los labios; tenía los ojos humedecidos, como si estuviera llorando. Le había visto beber en clase antes y apenas se inmutaba. Pero en casa parecía emocionarse, y eso era algo bastante inusual. La imagen de mi suegro acariciando el vaso y admirando el líquido de alguna manera me traía a la mente la imagen de un hombre gay. En realidad nunca había visto a un gay antes pero pensaba que lo que debía hacer un gay cuando estaba a solas debía parecerse al modo en que mi suegro trataba a su botella, a su vaso y a su vino o licores.

—¡Asqueroso! —Mi suegra tiró los palillos al suelo y empezó a soltar tacos, luego se levantó, se fue a su habitación y cerró la puerta de un portazo. Yo estaba avergonzado. En ese momento no tenía ni idea de qué era tan asqueroso, pero ahora lo sé.

Una vez que le habían estropeado su diversión mi suegro se levantó apoyándose en los bordes de la mesa. Miró fijamente la puerta verde de la habitación, absorto en sus pensamientos, y no dio ni siquiera un paso. Pero la expresión de su cara iba cambiando, de la desilusión pasó a la agonía y finalmente a la ira. A la mirada de desilusión le acompañó un largo suspiro; volvió a ponerle el tapón a la botella y se sentó en el sofá que estaba al lado de la pared; parecía un hombre débil. De repente sentí lástima por él y me entraron ganas de consolarle, pero no sabía qué decirle. Entonces me acordé de la historia extraña que tenía en mi maletín, lo que me recordó el motivo de mi visita. Saqué la historia y se la di. No tenía la costumbre de llamarle «Papá» ya que siempre me dirigía a él como «Profesor». Aunque eso era algo que le molestaba a mi mujer, afortunadamente a él no le importaba. Dijo que era más fácil y más natural si le llamaba «Profesor» y que era hipócrita que un yerno llamara a su suegro «Papá». Le serví una taza de té, pero el agua estaba tibia y las hojas flotaban en la superficie. Sabía que no tenía ninguna gana de beberse una taza de té por lo que en realidad daba lo mismo que el agua estuviera caliente o no. Le dio una palmadita a los papeles como muestra de agradecimiento y luego me preguntó desganado:

—¿Os habéis vuelto a pelear? ¡Bueno, seguid así, peleándoos!

Por su breve comentario pude percibir la impotencia que sentía por el fracaso de los dos matrimonios durante las dos generaciones de su familia. Un halo de tristeza invadió el pequeño salón. Le di la copia de la historia y le dije:

—Profesor, he encontrado esto en la biblioteca hoy. Es muy interesante. Por favor échale un vistazo.

Podía notar que no tenía ningún interés en el artículo ni en su yerno, que estaba de pie a su lado en el salón. Seguramente quería que me fuera, así podría ser libre para desplomarse en el sofá y dejarse llevar por el regusto aromático del cava italiano «La Viuda». Fue tan sólo por una cuestión de educación por lo que no me echó y también fue cuestión de educación que alargase la mano con languidez, como un hombre sexualmente sumiso, y cogiera los papeles.

—Profesor —dije con entusiasmo—. Es un artículo sobre monos que hacen bebidas alcohólicas. Y no unos monos cualquiera sino los del Monte del mono blanco en la Tierra del vino y los licores.

Levantó los papeles un poco reacio y vagamente les echó un vistazo; sus ojos eran como viejas cigarras que se retuercen en una rama de sauce. Al reaccionar de esta manera me sentí muy desilusionado, ya que me di cuenta de que no reconocía para nada al hombre que tenía delante de mí. Pero en el fondo sí que le conocía y sabía que este artículo levantaría su interés y le animaría. Quería hacerle feliz, no por mí sino porque sabía que en lo más profundo de la mente de este hombre se escondía un animalito inocente que no era ni un perro ni un gato, uno con el pelaje suave y brillante, con el morro corto, las orejas grandes, una nariz roja brillante y unas patas achaparradas. Este animalito me llamaba la atención y despertaba mi interés, era como si fuera mi hermano gemelo. Por supuesto que estos sentimientos eran absurdos, infundados e incomprensibles. Tal y como me había imaginado sus ojos se iluminaron, su cuerpo lánguido se estiró y la alegría y excitación se mostraron a través de sus orejas rojas y sus dedos temblorosos. Creí haber visto a ese animalito salir de su cuerpo, dar saltos y planear por el aire a dos metros por encima de su cabeza, por una pista aérea que parecía hecha de seda. Me sentí completamente feliz, encantado y frenético. Estaba completamente eufórico.

Mi suegro volvió a mirar a las hojas de papel, luego cerró los ojos y con los dedos dio golpecitos al papel en series de diminutos clics. Abrió los ojos y dijo:

—¡Voy a hacerlo!

—¿Hacer el qué?

—Después de todos estos años a mi lado ¿me lo preguntas?

—A tu estudiante le falta talento y conocimiento. No entiende la profundidad de tus palabras.

—¡Clichés, todo son clichés! —dijo con tristeza—. Me voy al Monte del mono blanco a buscar el «Licor del mono».

Mientras la emoción, el nerviosismo y la alteración se encendían en mi subconsciente sentí que un suceso más que esperado iba a ocurrir. Unas corrientes de agua iban a sepultar su vida, tan calma como el agua estancada. Una historia fascinante, hecha simplemente para contar como anécdota en una fiesta, pronto se haría famosa en la Tierra del vino y los licores y sumergiría a toda la provincia, a la Universidad de Destilación y a mí en una atmósfera idílica compuesta por la integración de la literatura de élite y la literatura popular. Y todo esto será el resultado de mi descubrimiento accidental en la Biblioteca Municipal. Mi suegro pronto se irá al Monte del mono blanco en busca del «Licor del mono», seguido de una muchedumbre de curiosos. Pero todo lo que dije fue:

—Profesor, sabes que las historias como estas suelen ser mentiras escritas por literatos incompetentes. Deberíamos considerarlas fantasías y no tomárnoslas demasiado en serio.

En este momento ya se había levantado del sofá y se había preparado, como un soldado listo para la batalla. Dijo:

—Mi mente ya se ha decidido, por lo que no digas nada más.

—Profesor, es una decisión muy importante, ¿no deberías hablarlo por lo menos con mi suegra?

Me lanzó una mirada gélida y dijo:

—Ella ya no tiene nada que ver conmigo.

Se quitó el reloj y las gafas, caminó hacia la puerta principal, la abrió con determinación y la cerró de un portazo al salir. La fina capa de madera nos mandó a dos diferentes mundos. Los sonidos del viento, la lluvia, los truenos y el aire frío y húmedo que entró a la casa cuando abrió la puerta, desaparecieron en el mismo momento en el que la cerró de golpe. Estupefacto, me quedé ahí de pie escuchando el eco de los sonidos, cada vez más tenues de sus pies, sobre unos peldaños de cemento. El sonido se hizo cada vez más débil hasta que desapareció por completo. Su salida dejó un gran vacío en el salón. Yo seguía ahí de pie, con mi mismo peso y estatura, pero de repente sentí que de alguna manera había dejado de existir y que era menos importante que un pilar de cemento. Todo había sucedido tan deprisa que parecía una ilusión; pero no era una ilusión. Ahí estaban su reloj y sus gafas, encima de la mesa. Las dos hojas de papel que le había dado seguían tiradas en el sofá, tal y donde las había lanzado, y la botella y el vaso que había estado acariciando seguían de pie en la mesa del comedor. La luz fluorescente siseaba, el reloj pasado de moda colgaba de la pared y seguía marcando la hora, tic, tac, tic, tac. Aunque había una puerta entre nosotros podía oír a mi suegra respirar. Me imaginé que debía de estar echada en la cama, con la cabeza acurrucada en el brazo, como una campesina que come gachas calientes a escondidas.

Después de ese pensamiento decidí contarle todo lo que había pasado a mi suegra. Primero analicé la puerta, luego llamé. Entre los golpes oí unos crujidos que enseguida se volvieron unos sollozos muy fuertes, intercalados con los sonidos que hacía mi suegra al sonarse la nariz. ¿Con qué, pensé, se estaría limpiando los mocos? Este pensamiento tan insignificante me rebotaba por la mente, como una mosca molesta que no puedes espantar. Se me pasó por la cabeza que debía saber qué había pasado ahí fuera, pero aun así le dije:

—… Se ha ido… dijo que se iba al Monte del mono blanco en busca del «Licor del mono»…

Se volvió a sonar la nariz; ¿con qué se limpiará los mocos? Los sollozos fueron reemplazados por otros sonidos. Me imaginé a mi suegra levantándose de la cama y mirando fijamente a la puerta o a la pared, donde estaba colgada su foto de boda, a la que yo le tenía tanta admiración. El marco de la foto era de madera negra muy vistoso y parecía el retrato de un antepasado que se había transmitido de generación en generación. Su suegro estaba congelado dentro del marco y en aquel entonces era un hombre atractivo, cuyos labios se fruncían en las comisuras y revelaban a un hombre gracioso, con personalidad y muy agradable. Tenía el pelo con la raya en el medio, una línea blanca que parecía la cicatriz que deja un cuchillo afilado, y que le partía la cabeza en dos. Su cuello invadía el espacio encima de la cabeza de mi suegra. La barbilla puntiaguda de mi suegro no estaba a más de tres centímetros del cabello lacio, brillante y muy bien peinado de mi suegra, y de esta manera simbolizaba tanto la autoridad como el amor de un marido. Bajo la opresión de la autoridad indispensable y el amor de su marido destacaba su cara redonda, las cejas pobladas, una naricita ridícula y una boca firme y carnosa. En ese momento mi suegra parecía como si fuera un joven vestido con ropa de mujer. Su cara dejaba ver las dificultades y penurias características del linaje de su familia de recolectores de nidos —tendían a jugarse la vida en los acantilados— y contrastaba mucho con su estado actual, tan sensual y coqueto, de gran parecido a la concubina imperial Yang Guifei[18]. ¿Cómo era posible que se hubiera vuelto así? ¿Y cómo era posible que hubieran tenido una hija tan fea y que podía ser la deshonra de toda la nación china? La madre estaba hecha de marfil y la hija de barro. Sabía que antes o después encontraría la respuesta a esta pregunta. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que limpiaron la foto que una sucesión de arañas sigilosas había tejido sus delicadas telas sobre ella. Había mucho polvo acumulado. ¿En qué pensaría mi suegra cuando observaba esta reliquia? ¿Rememoraría los días felices? Aunque yo no sabía si alguna vez fueron felices. Mi teoría es que cualquier pareja que ha estado casada durante décadas se debe a que es gente muy tranquila y que está en completo control de sus emociones. Como mucho, la felicidad que experimenta este tipo de pareja es como el anochecer: lenta, ambigua, acre y pesada, una felicidad turbia, insípida como un sedimento en el fondo de una cuba de vino. Los que se divorcian a los tres días de la boda se parecen más a los sementales de crin rojiza; sus emociones arden como una pradera en llamas, bastan para iluminar el mundo que les rodea y para cocinarlo hasta que rezume grasa. Como sol hiriente del mediodía, una tormenta tropical, un licor fuerte, un pincel en una paleta de colores. Estos matrimonios son la riqueza espiritual de la raza humana, mientras que los primeros se convierten en fango, paralizan la habilidad humana para aprender y ralentizan el proceso del desarrollo histórico. Es por eso por lo que me estoy replanteando lo que debe de estar pensando mi suegra; en lugar de recordar los días felices de antaño es más probable que esté recordando el comportamiento inapropiado y desagradable de mi suegro, que la llevaba indignando durante décadas. Los hechos pronto probarán que mis especulaciones estaban en lo cierto.

Volví a llamar a la puerta otra vez.

—¿Qué crees que deberíamos hacer? —le pregunté—. ¿Traerle de vuelta o pasar la notificación a la Junta de la universidad?

Se hizo el silencio durante un minuto, un absoluto silencio; hasta ella dejó de respirar, lo que me puso muy nervioso. De repente soltó un llanto desgarrador y estridente, su voz era como una caña de bambú afilada, no se correspondía con su edad, su dignidad o su elegancia. Tal incompatibilidad creó una discrepancia tan poderosa que me aterró. Me preocupaba que llegara demasiado lejos, que se ahorcara desnuda de algún gancho de su habitación. ¿De qué gancho podía ser? ¿Del que estaba la foto colgada? ¿Del que sujetaba el calendario?, ¿el que sostenía los sombreros? Eran demasiado endebles y cortos. Dado que ninguno podía aguantar el peso de mi suegra, su cuerpo de piel blanca como la nieve, mis miedos fueron en vano. Pero su llanto fuerte me había provocado un escalofrío que me había recorrido la espina dorsal, y entonces pensé que la única manera de acallar su voz era seguir dando golpes a su puerta.

Lo que hice a continuación fue tratar de explicarle las cosas y consolarla. En ese momento era como una bola de pelo de camello enmarañado; era esencial consolarla con toques rítmicos y con un tono dulce y suave, como el licor de hierbas Wujia. ¿Qué es lo que dije exactamente? Imagino que fue algo parecido a: «Mi suegro ha llevado a cabo el sueño de toda su vida y se ha ido al Monte del mono blanco. Deseaba sacrificar su vida por los licores». Le dije que su ida no tenía nada que ver con ella. Le comenté que casi seguro encontraría su licor de mono, y de ese modo haría una gran contribución a la humanidad, enriqueciendo la espléndida cultura de los licores, pasando una nueva página en la historia de la destilación de la humanidad, trayendo la gloria a nuestra nación, dando a conocer al pueblo chino y generando ingresos para la Tierra del vino y los licores. También dije: «Nadie puede cazar a un tigre sin entrar en su guarida. ¿Cómo va a obtener licor del mono si no sube al Monte del mono blanco?». Además, le dije: «Estoy seguro de que mi suegro volverá algún día, encuentre o no el licor de mono, para pasar el resto de sus días contigo».

Mi suegra gritó:

—¿A quién le importa si vuelve? ¡No quiero que vuelva! ¡Me indignaría que volviera! Espero que muera en el Monte del mono blanco. ¡Espero que se convierta en un mono peludo!

Sus palabras me pusieron el pelo de punta. Hasta ese momento sólo había percibido, y ligeramente, que vivían en cierta desarmonía y que había cierta tirantez entre ellos. Nunca imaginé que su odio hacia su marido fuera mayor que el de un pobre campesino hacia su señor, más profundo que la enemistad entre un trabajador y un capitalista. El credo de «sólo el odio de clase es más alto que el monte Thai», que me habían repetido y machacado durante décadas, se desmoronaba. Si el odio de una persona hacia otra puede alcanzar estas proporciones eso es una forma incuestionable de belleza, una magnífica contribución a la humanidad. ¡Cuánto se parece a una amapola morada y venenosa que florece en el pantano de las emociones humanas! Si no la tocas o la comes es una representación de la belleza, capaz de irradiar una atracción que ninguna flor por amable o dulce que sea podrá irradiar jamás.

Entonces ella empezó a recapitular las fechorías de mi suegro; cada palabra, cada sonido estaba lleno de sangre y lágrimas. Ella dijo:

—¿Cómo se puede considerar un ser humano? ¿Cómo se puede considerar un hombre? Durante años ha tratado al vino y a los licores como a su mujer. Fue él quien empezó a comparar a una bella mujer con el vino añejo. La bebida le ha quitado el puesto al acto sexual. Le ha dedicado todo su apetito sexual al licor, a sus botellas, a sus vasos de vino… Doctor Li, yo en realidad no soy tu suegra. Nunca he dado a luz. ¿Cómo iba a hacerlo? Tu mujer era una niña abandonada que recogí de un cubo de basura.

La verdad había salido a la luz. Respiré profundo, como si me hubiera quitado un gran peso de encima.

—Eres una persona inteligente, Doctor. La arena en los ojos no te impide encontrar el camino. Has debido darte cuenta de que no podía ser mi hija biológica. Es por eso por lo que creo que podemos hacernos grandes amigos. Así te podría contar todo lo que siento, Doctor, soy una mujer, no un león de piedra del Palace Museum, ni la veleta en un tejado, y desde luego que no soy un gusano andrógino. Tengo deseos como mujer y me han negado cualquier… ¿Quién puede saber el dolor que siento?

—¿Entonces por qué no te has divorciado de él? —dije.

—Soy una persona débil. Tengo miedo a que me desprecie la gente… —dijo mi suegra.

—Eso es absurdo —añadí.

—Sí, lo es. Pero los días absurdos ya se han terminado. Doctor, ¿te puedo decir la verdad de por qué nunca me he divorciado de él? Porque destilaba un licor de hierbas especial para mí. Lo llamó «Ximen Qing[19]» en honor al héroe libertino de las novelas clásicas. Beber este licor me despierta unas fantasías asombrosas, algunas son incluso mejores que el sexo.

Percibí una timidez muy dulce en su voz.

—Pero cuando tú apareciste de repente el poder del licor desapareció.

Ya no me apetecía llamar a la puerta más.

—Aquí está esta mujer que, como la pata de un oso empapada en especias, ha estado cocinándose a fuego lento durante décadas. Ahora finalmente ha madurado. Su fragancia es aplastante. No me digas que no puedes olerla Doctor…

La puerta se abrió. El aroma de una pata de oso estofada salió en oleadas. Me agarré fuerte al marco de la puerta, como un hombre que se está ahogando y se aferra al borde de un barco.