«Yichi el héroe»
Li Yidou
«Por favor toma asiento, Doctor en vino y licores, así podremos tener una conversación seria», dijo Yu Yichi con una cercanía sospechosa cuando se sentó en su silla giratoria de piel. Su mirada y el tono de su voz eran como nubes en la puesta de sol, deslumbrantemente brillantes y en constante movimiento. Parecía un temible demonio, uno de esos claramente malvados, un caballero errante herético de las novelas de kung-fu. Me puso de los nervios cuando me senté en el sofá frente a él. «Pequeño canalla —bromeó—, ¿cuándo te has juntado para trabajar en mi biografía con ese terrible granuja de Mo Yan?». Yu Yichi se rio y sonó como el cacareo de una gallina que alimenta a sus polluelos. A pesar de que yo trataba de explicarme, de hecho sin reírme, le dije: «Él es mi mentor, tenemos una relación literaria. Hasta ahora no nos hemos visto cara a cara, uno de los mayores pesares de mi vida». Con un siniestro je, je, je dijo: «Mo no es el apellido de ese granuja de Mo Yan, que lo sepas. Su verdadero apellido es Guan, lo que le convierte en el descendiente número setenta y ocho de Guan Zhong, el primer ministro del estado de Qi durante el periodo de los Estados Enfrentados, o eso alega. Aunque en realidad es todo mentira. ¿Dices que es un escritor? ¿Piensas que es una especie de genio literario? Bueno, yo sé todo lo que hay que saber sobre él». Perplejo grité: «¿Cómo puedes saber todo lo que hay que saber de mi mentor?». A lo que respondió: «No hagas nada si quieres pasar desapercibido. Ese granuja es una mala persona desde que era un niño. Cuando tenía seis años incendió un cobertizo que tenía dentro todo el material de un equipo de producción de una película. Con nueve años se enamoró de una profesora llamada Meng y la seguía a todas partes a las que iba, lo que la inquietó muchísimo. Con once años robó y se comió unos tomates y le dieron una paliza cuando le pillaron. Con trece años, por robar unos nabos le obligaron a arrodillarse ante la estatua del presidente Mao y suplicar el perdón delante de más de doscientos trabajadores en un proyecto urbanístico público. Ese pequeño granuja es bueno a la hora de memorizar las cosas y se lo ha pasado bien entreteniendo a la gente con su humor, y su padre le dio tales azotes que su culo se hinchó y acabó con un aspecto horroroso». «¡No te atrevas a mancillar el nombre de mi reverenciado maestro!», protesté muy alto. «¿Mancillar su nombre? ¡Todo lo que te he contado lo sé por sus propios escritos!», dijo con una maliciosa risa. «Y un podrido sinvergüenza es la persona perfecta para escribir mi biografía. Se necesita a un genio malvado como él para entender a un héroe malvado como yo. Escríbele y dile que venga a la Tierra del vino y los licores tan rápido como sea posible. No le trataré mal», dijo mientras se daba un golpe en el pecho. Muy seguro de sí mismo convirtió su silla giratoria de piel en un tiovivo. De repente le veía la cara y al segundo siguiente le veía la nuca. Veía su cara, su nuca, cara, nuca… Tenía una cara astuta y viva y su cabeza era una calabaza bien redondeada, llena de conocimiento. A medida que giraba más y más rápido empezó a levitar.
«Señor Yichi —dije—, ya he escrito a Mo Yan, pero no he recibido respuesta. Me preocupa que no quiera trabajar en tu biografía».
Con una sonrisa burlona dijo: «No te preocupes por eso, que lo hará. Hay cuatro cosas que necesitas saber de este pequeño granuja: primero, que le gustan las mujeres; segundo, que fuma y bebe; tercero, que siempre está apretado con el dinero, y cuarto que es un coleccionista de relatos de misterio sobrenaturales e inexplicables que incorpora en su propia ficción. Vendrá, claro que sí. Dudo que haya otra persona en este mundo que le conozca mejor que yo».
Mientras volvía a su asiento dijo mordazmente, «Doctor en vino y licores ¿qué tipo de “Doctor” eres? ¿Tienes alguna idea de lo que es el vino o el licor? ¿Un tipo de líquido? ¡Gilipolleces! ¿La sangre de Cristo? ¡Gilipolleces! ¿Algo que te pone contento? ¡Gilipolleces! El vino es la madre de los sueños, los sueños son los hijos del vino. Y hay otra cosa que encuentro relevante —dijo mientras rechinaba los dientes y me miraba—. ¡El vino y el licor son el lubricante de la maquinaria del Estado; sin ellos, la maquinaria no puede funcionar con suavidad! ¿Entiendes lo que digo? Sólo con mirarte a la cara sé que no lo entiendes. ¿Vas a colaborar con el cabroncete de Mo Yan para escribir mi biografía? Bien, entonces, os ayudaré, coordinaré vuestras actividades. Tenéis que saber que ningún biógrafo que merece el pan que se come debería gastar el tiempo haciendo entrevistas a individuos, dado que el noventa por cierto de lo que se recoge en ellas son mentiras y farsas. Lo que necesitáis hacer es separar lo real de lo irreal, llegar a la verdad viendo lo que hay detrás de todas esas mentiras y farsas.
Quiero que sepas una cosa, granuja —y se lo puedes transmitir al otro granuja de Mo Yan— este Yu Yichi tiene ochenta y cinco años. Una edad respetable ¿no crees? Me pregunto dónde estabais vosotros dos granujillas cuando yo estaba recorriendo el campo, viviendo de mi ingenio. A lo mejor estabais en las mazorcas de maíz, en las hojas de la col, en los nabos salados, o en las semillas de calabaza, en lugares como esos. ¿Está el granujilla de Mo Yan escribiendo La República del vino? Esa obra no es más que desvaríos de loco, de alguien que no tiene idea de sus propias limitaciones. ¿Cuánto licor ha tenido que beber para sentirse capaz de escribir La República del vino? ¡Y mira que yo he consumido más alcohol en mi vida que él agua! ¿Conoces la identidad del niño de piel escamosa que galopa sobre un corcel arriba y abajo de la Avenida del burro bajo la luz de la luna? Soy yo, el mismo. No me preguntes de dónde vengo. Mi hogar es un lugar iluminado por un sol cegador. ¿Qué?, ¿no ves el parecido? ¿No crees que sea capaz de volar por los alerones de los tejados y caminar por las paredes? Permíteme que te haga una demostración, para que abras los ojos, si es que hace falta».
Mi estimado Mo Yan, lo que pasó a continuación es la clase de cosa que deja a una persona con la boca abierta, imposible que no se te salgan los ojos de las órbitas. Emanaron unos rayos de luz de los ojos aterradores del enano, como puñales brillantes, y con mis propios ojos le vi encogerse en su silla giratoria de piel y convertirse en una figura misteriosa que volaba por los aires, como una pluma. La silla seguía girando hasta que —zas—, llegó al final de la barra giratoria. Nuestro amigo, el héroe de esta narración, estaba en este momento pegado al techo. Sus cuatro extremidades, su cuerpo entero, de hecho, parecía estar equipado con cuatro ventosas. Parecía un enorme lagarto repugnante arrastrándose por el techo, despreocupado y muy relajado. Su voz amortiguada venía de las alturas. «¿Has visto eso, granujilla? Bueno, esto no es nada. Puedo colgarme del techo todo el día y toda la noche sin moverme». En ese momento Yu Yichi cayó del cielo como una hoja en otoño.
Una vez de vuelta en la silla me preguntó con prepotencia: «¿Qué dices ahora? ¿Te crees mis habilidades?». Su truco asombroso y aterrador me había provocado sudores fríos; es como si hubiese visitado fugazmente un mundo de ensueño. Nunca pensé que el joven héroe sobre el magnífico corcel no fuera otro que este enano. Mi mente era toda confusión. Se había roto un ídolo y mi estómago se inflaba de la desilusión. Muy señor mío, si se acuerda de la descripción del niño de piel escamosa de mi relato «La Avenida del burro»: la luz de la luna, el pequeño burro negro y mágico, el ruido de las tejas y la daga con la cuchilla en forma de hoja de sauce en la boca, de forma majestuosa entre los dientes, supongo que también se habrá desilusionado.
«No me crees —dijo— y no puedes soportar la idea de que el niño de piel escamosa y yo seamos la misma persona [lo veo en tus ojos] pero así es. Seguramente quieras saber dónde he aprendido estas habilidades tan extraordinarias, pero no te lo puedo decir. Para serte sincero, si deseas una vida más ligera que la pluma de un ganso no hay nada que puedas aprender».
Yu Yichi se encendió un cigarrillo, pero en lugar de aspirar el humo hizo una serie de anillos en el aire y luego los unió con otra bocanada de humo. Los anillos de humo mantenían su forma y colgaban del aire. Sus manos y pies no paraban de moverse. Era como uno de esos pequeños monos que tienen su hogar en el Monte del mono blanco.
«Granuja —dijo a la vez que daba vueltas en su silla giratoria—, dejadme que os cuente a ti y a Mo Yan una historia sobre el licor. No me la he inventado; inventarse historias es cosa vuestra y de vuestro oficio». —Entonces añadió:
Erase una vez el dueño de una taberna en la Avenida del burro que contrató a un niño delgaducho de doce años como aprendiz. Una cabeza enorme coronaba el cuello largo y fino del niño; tenía unos ojos negros tan profundos como un pozo sin fondo. Era muy trabajador: iba a por agua, barría los suelos, limpiaba las mesas, hacía todo lo que le pidieran. Además era extremadamente hábil, para la inmensa satisfacción del propietario. Pero hay otra parte de la historia, una parte extraña que no se puede omitir. Desde el primer día en que el aprendiz entró en la taberna, la cantidad de alcohol de las cubas no cuadraba con el dinero de la caja, lo que era todo un misterio para el dueño y los empleados. Una noche, después de que rellenaran las cubas hasta arriba con vino de los diferentes toneles que estaban en fila, el dueño se escondió entre ellos para ver si podía resolver el misterio. No pasó nada durante la primera mitad de la noche. El dueño estaba a punto de caer dormido cuando oyó el más diminuto de los ruidos, como las pisadas amortiguadas de un gato. Aguzando el oído y en alerta esperó a ver qué pasaba. De repente vio una figura misteriosa. Después de tan larga espera los ojos del dueño se habían acostumbrado a la oscuridad, por lo que identificó con facilidad a la figura, que era nada más y nada menos que su aprendiz. Los ojos del joven eran de un verde esmeralda, como los de un gato.
El aprendiz jadeaba de la excitación a la vez que le quitaba la tapa a una de las cubas; enseguida enterró su boca en el alcohol y empezó a beber. El dueño estaba anonadado al ver cómo la cantidad de alcohol disminuía y disminuía; empezó a ponerse nervioso, por lo que tuvo que aguantar la respiración para que no le oyera. Después de beber una gran cantidad de alcohol de varias de las cubas, el aprendiz se fue sin hacer ruido. Una vez que el propietario hubo descubierto el misterio, se fue con sigilo a la cama. A la mañana siguiente, cuando revisó el stock vio que faltaban de cada una de las cubas veinticinco centímetros de alcohol. Había sido testigo de algo increíble que requería una explicación. Como era un hombre con educación, sabía que el estómago de su aprendiz estaba bendecido con un tesoro conocido como la «polilla del alcohol» y que si podía hacerse con ella e introducirla en su cuba de vino, no sólo la cuba se repondría sola para siempre sino que además la calidad del vino mejoraría con creces. Así que ató al aprendiz junto a las cubas. No le dio nada de comer ni de beber y le pidió a sus empleados que removieran el vino de las cubas, sin parar, lo que impregnaba el aire del aroma y de los gritos lastimeros del aprendiz, que se retorcía de la agonía. Esto duró siete días, tras los cuales el propietario liberó al muchacho, quien de inmediato se abalanzó sobre las cubas, pegó la cabeza en el líquido y bebió muerto de sed. De repente, se oyó un sonoro chapoteo: una criatura que parecía un sapo de un color rojo negruzco y con la tripa amarilla cayó en la cuba.
«¿Sabes quién era ese joven aprendiz?», me preguntó Yu Yichi con tristeza. Al ver la agonía en su cara le pregunté con indecisión: «¿Eras tú?». «¿Quién coño te crees que era? ¡Claro que era yo! Si ese hombre no me hubiera robado el tesoro de mi tripa probablemente me hubiera convertido en el dios del alcohol». «No te va nada mal tal y como eres ahora —le consolé—. Tienes dinero y poder; comes y bebes lo que quieres y te diviertes donde quieres. No creo que ni el dios del alcohol viva tan bien como tú».
«¡Gilipolleces! Después de robarme el tesoro, mi capacidad de beber pasó a la historia. Esa es la única razón por la que sucumbí al granuja de Diamante Jin». «El subdirector Jin debe de tener una de esas “polillas del alcohol” en su tripa —dije—, dado que puede irse sobrio después de beberse miles de vasos del licor más fuerte».
«¡Gilipolleces! Una polilla del alcohol ¿él? Todo lo que tiene es la tenia del alcohol. Con una polilla del alcohol te conviertes en el dios del alcohol; con la tenía del alcohol lo mejor que te puede pasar es que tengas dentro de ti al demonio del alcohol». «¿Por qué no simplemente te tragaste la polilla que estaba en la cuba sin más?». «¡Eso muestra lo que sabes: nada! Esa polilla del alcohol estaba tan sedienta que enseguida murió en la cuba ahogada», dijo Yu Yichi. Los recuerdos tristes le estaban poniendo los ojos rojos.
«Hermano Mayor Yichi, dime el nombre de ese dueño y le destrozaré la taberna». Yu Yichi rompió a reír y cuando terminó dijo: «Pobre inocente granuja ¿te lo has creído? Me lo he inventado, palabra por palabra. ¿Cómo va a existir algo llamado la polilla del alcohol? Sólo era una historia que le oí decir al dueño de mi taberna. Todos los dueños sueñan con tener una cuba que nunca se acaba. Pero es pura fantasía. Trabajé en esa taberna durante años, pero era demasiado pequeño para hacer cualquier trabajo pesado y el dueño estaba todo el rato farfullando y quejándose de que comía mucho y de que mis ojos eran muy oscuros. Al final me echó. Después de eso caminé sin rumbo, a veces mendigaba algo de comida y otras veces trabajaba a cambio de algo que comer».
«Has probado la vida dura, pero ahora te has convertido en todo un hombre». «Gilipolleces, gilipolleces, gilipolleces…» —Después de una fila de “gilipolleces” dijo con rencor—: ¡No aguanto los clichés! Puede que funcione con la mayoría de la gente, pero no conmigo. Millones de personas por todo el mundo han sufrido mucho o incluso las han maltratado, pero los que se convierten en verdaderos hombres son tan raros como las plumas del ave fénix o el cuerno de un unicornio. Es cosa del destino, está en su sangre. Si tú has nacido con la sangre de un mendigo así es como pasarás el resto de tu vida. Maldita sea, ya no quiero hablarte de estas cosas, es como si hablara con las paredes. No eres lo bastante listo para entender nada de esto. Lo único que sabes es cómo convertir el cereal en licor, y apenas puedes hacer eso. Igual que Mo Yan, que sólo sabe escribir ficción, y ni siquiera. Vosotros dos —mentor y discípulo— sois un par de estúpidos, unos capullos nacidos de una tortuga. Al pediros que escribáis mi biografía os estoy haciendo un favor. Limpiaros los oídos y prestad atención, granujas, mientras que vuestro prestigioso antepasado os cuenta otra historia:
Erase una vez un chico culto que estaba viendo una actuación de dos acróbatas. Uno de ellos era una hermosa doncella de unos veinte años más o menos. El otro era un señor mayor y sordo. Todo indicaba que era el padre de la joven. Ella era la única que actuaba; el viejo sordo esperaba sentado a un lado y vigilaba los movimientos de la chica y el vestuario, (algo que era evidente que no hacía falta en absoluto). El viejo no era necesario, pero sin embargo, sin él la compañía teatral de alguna manera estaba incompleta. Era por tanto alguien indispensable. Servía para contrastar con la bella doncella.
La forma rutinaria de empezar el espectáculo era hacer aparecer un huevo de la nada, luego una paloma, así con muchas cosas —algunas grandes, algunas pequeñas—. Realizaba ese tipo de números. La joven se llenaba de energía cuando la multitud la rodeaba y formaba un muro denso a su alrededor. Era entonces cuando ella decía: «Señoras y señores, fieles amigos, ahora esta servidora hará el número de “la plantación de un melocotón”. Pero antes de ello vamos a abrir el número con una cita del presidente Mao: ‘Nuestra literatura y las artes sirven a los trabajadores, campesinos y soldados’». Entonces cogió el hueso de un melocotón del suelo, lo plantó en un terreno fértil y escupió un buche de agua encima. “¡Crece!”, le ordenó. Quién iba a decir que un brote de un melocotonero de un rojo brillante iba a salir de la tierra. Cada vez era más y más alto, hasta que se volvió un árbol hecho y derecho. Entonces la multitud observó cómo brotaban las flores en las ramas y los melocotones empezaban a crecer. En cuestión de segundos estaban maduros, y eran de un color blanco hueso. Si los mirabas con atención parecía que unas diminutas bocas rojas salían del tallo. La chica cogió unos cuantos melocotones y se los dio a los espectadores, ninguno de los cuales se atrevía a probarlos. Con la excepción del chico, que le cogió uno de las manos y lo devoró. Cuando le preguntó que qué tal sabía contestó que delicioso. La chica volvió a invitar por segunda vez a los espectadores a que los probaran, pero de nuevo, simplemente permanecieron ahí de pie, con los ojos fuera de sus órbitas tan impresionados que ninguno se atrevía a probarlos. La joven suspiró y con un movimiento de mano hizo que el árbol y los melocotones desaparecieran, dejando tan sólo el espacio de tierra vacío.
La actuación terminó y la chica y el viejo recogieron sus cosas para irse mientras el chico les miraba con nostalgia. Ella se dio cuenta y le sonrió, mostrando sus labios rojos y sus blancos dientes, tierna como un melocotón. El chico estaba tan eclipsado que sintió que casi se le salía el alma del cuerpo. “Hermanito —dijo ella—, has sido el único que se ha comido uno de mis melocotones, lo que evidencia que nuestros destinos de alguna manera están conectados. ¿Cómo es posible? Te voy a dar mi dirección y si alguna vez piensas en mí me puedes encontrar aquí”.
La joven sacó un bolígrafo, buscó un trozo de papel y le escribió la dirección, que luego le dio al chico. Él lo puso en un lugar seguro, tratándolo como si fuera un preciado tesoro. Pero cuando la chica y el hombre se marcharon él los siguió, como si estuviera en trance. Al cabo de un rato la chica se detuvo y dijo: “Vete a casa hermanito. Nos volveremos a encontrar”. Las lágrimas que caían de sus ojos le resbalaban por las mejillas. Ella, con un pañuelo de satén rojo, le secó las lágrimas y de repente dijo: “¡Tus padres vienen a por ti!”.
Se giró enseguida y vio a su madre y a su padre haciendo aspavientos detrás de él, agitando los brazos y haciendo gestos con la boca, como si gritaran, aunque él no podía oír ningún sonido.
Y cuando volvió a girarse otra vez, la chica y el señor se habían evaporado sin dejar rastro. Volvió a girarse de nuevo y sus padres también se habían evaporado sin dejar rastro. Se tiró al suelo y lloró como un bebé. Después de un buen rato, exhausto de tanto llorar, se sentó y se quedó mirando a la nada, con la mirada perdida. Luego, cuando se cansó, se tumbó y miró al cielo, azul como el océano, en donde unas nubes blancas flotaban perezosamente.
Una vez que volvió a casa con su familia, el chico se encontraba enfermo de amor; no podía comer ni hablar. Sólo podía beber un vaso de agua al día y cada vez adelgazaba más y más hasta que llegó a ser piel y huesos. Cuando tenía los ojos abiertos no veía nada y cuando los cerraba veía a la hermosa doncella de pie a su lado, olía el aroma a almizcle de su aliento, sentía la pasión que cubría sus ojos. “Querida Hermana Mayor —quería gritar—, ¡te echo de menos más de lo que puedo soportar!”. Cuando se giraba para abrazarla, abría los ojos y se daba cuenta de que no había nada. Dado que era evidente que el chico se estaba consumiendo, sus padres mandaron a buscar a su tío, un hombre culto con buen ojo, astuto, previsor, juicioso y resolutivo. Sólo tenía que ver al chico para saber cuál era el motivo de su enfermedad. “Hermana mayor, cuñado —suspiró—, la enfermedad de mi sobrino no se puede curar con medicinas, y si se sigue deteriorando a este ritmo nada le podrá salvar. Es por eso por lo que creo que lo mejor es ‘tratar al caballo moribundo como si estuviera vivito y coleando’”. Devolvedle su libertad. Si encuentra a la chica a lo mejor se cura. Si no la encuentra a lo mejor cesa la búsqueda. Los padres del chico, tristes, sabían que no había otra opción y aceptaron el consejo del tío.
Los tres adultos se acercaron a la cama del chico, donde el tío le dijo: “Sobrino, he convencido a tus padres para que te dejen ir a buscar a la chica”.
El chico saltó de la cama, se postró a los pies de su tío y le hizo miles de reverencias. Enseguida le volvió el color rosado en las mejillas, de la alegría.
“Hijo —le dijeron los padres—, tus ambiciones son demasiado grandes para alguien tan joven. Te hemos infravalorado y hemos decidido hacer caso al consejo de tu tío y dejarte ir a buscar a ese genio seductor. Nuestro sirviente mayor, Wang Bao, te acompañará. Deseamos que la encuentres, pero si no es así vuelve a casa y pon punto y final a tus preocupaciones. Nosotros te encontraremos una chica adorable de buena familia. Es imposible encontrar a un sapo con dos patas, pero el mundo está lleno de chicas con dos piernas, por lo que no pienses que sólo hay un árbol del que colgarse”.
El chico, contrario al comentario de sus padres, les dijo que la chica mágica era la única para él y que ni siquiera las hadas del Noveno Cielo podían ocupar su lugar.
Pero su padre, un hombre de considerable experiencia en la vida, le avisó: “Hijo mío, estás bajo el encanto de un demonio. No puedes saber qué hay dentro de unos dumpling rellenos mirando sus pliegues, y no puedes saber las cualidades de una chica por su cara. La belleza y la fealdad se desvanecen en un cerrar de ojos”.
Naturalmente, el chico se negó a entrar en razón, dado que estaba en las garras de la pasión, y nada de lo que decían sus padres hacía efecto en él. Como ellos se sentían impotentes dieron de comer al pequeño burro, prepararon provisiones suficientes para mes y medio y le dieron a Wang Bao, el sirviente, instrucciones detalladas. Una vez listos los preparativos, entre una inundación de lágrimas, un montón de preocupaciones, y como si se marchara a cámara lenta, vieron al chico salir del pueblo hacia la carretera.
Montado a horcajadas en el burro y tambaleándose de un lado para otro como si montara en una nube y cabalgara en la bruma, el chico sólo pensaba en las posibilidades de ver a la chica dentro de poco. Eufórico por la idea, rebosaba felicidad mientras montaba en el burro, y la gente que lo veía decía que parecía que había perdido el juicio.
Pasaron muchos días y las provisiones que llevaban se agotaron, igual que el dinero. Nadie a lo largo del camino sabía indicarle cómo llegar a la Cueva de las flores del melocotón en las montañas de Poniente. El viejo sirviente le insistió para que dieran la vuelta y regresaran a casa, pero fue en vano. El chico siguió en dirección Oeste, su determinación nunca flaqueaba. Así que Wang Bao se escabulló, mendigando comida de camino de vuelta a casa. Entonces el burro murió. Pero el chico siguió su camino, solo, a pie, a medida que los días menguaban y la carretera casi llegaba a su final. Entonces se sentó en una roca al lado de la carretera y rompió a llorar, aunque los sentimientos hacia esa chica seguían tan fuertes como siempre. Un ruido interrumpió sus lloros, justo antes de que el suelo se abriera y la roca se hundiera en la tierra, arrastrándole con ella. Abrió los ojos y se vio a sí mismo entre los brazos acogedores de la chica a la que estaba buscando. Abrumado del éxtasis se desmayó…».
«¡Ese chico era yo! —dijo Yu Yichi con una sonrisa maliciosa—. Pasé muchos días con esta compañía teatral, donde aprendí a tragar sables, a ser funambulista, escupir fuego, y demás. Los actores itinerantes tienen vidas maravillosas, misteriosas y románticas. Quienquiera que escriba mi biografía debería narrar este periodo con todo el colorido y detalle que sea capaz».
Mo Yan, muy señor mío, este Yu Yichi es un maestro de la imaginación, lleno de poderes creativos. Tenía la sensación de que había oído esta historia antes, no sabía dónde, quizá la leyera en los Cuentos del estudio del alumno o en los Cuentos sobrenaturales. Pero entonces, no hace mucho, estaba echando un vistazo a los Sucesos extraños en la Tierra del vino y los licores y me topé con el siguiente pasaje, que he copiado para usted:
En los primeros años de la República, una artista vino al pueblo «Fragancia de vino». Era una mujer cuya belleza se igualaba a la diosa de la Luna. Entre los aldeanos que se aglomeraban alrededor de ella había un joven apellidado Yu, cuyo nombre de pila era Yichi y cuyo mote era «Perro faldero». Nació en una familia adinerada y sus padres tenían cuarenta y tantos años cuando nació. Para ellos era una perla caída del cielo. Tenía trece años en el momento en que conoció a esta artista; era un chico inteligente, talentoso y adorable, como el fino jade. Cuando la chica le sonrió su corazón se dio a la fuga. Entonces la artista empezó su actuación convocando al viento y la lluvia, como si escupiera nubes y bruma para el gran deleite del público. Creó de la nada una diminuta botella del tamaño de un dedo y la levantó para que todos la vieran. Entonces dijo: «Este es el hogar de los genios. ¿Quién de vosotros quiere venir conmigo de viaje dentro de la botella?». La gente se miraba boquiabierta, —los unos a los otros se intercambiaban miradas de desconcierto, se preguntaban cómo dos personas podrían entrar en una botella no más grande que un dedo. Tiene que ser un truco de magia. Pero Yichi, cautivado por la belleza de la chica, saltó entre la multitud—. «Yo entraré en la botella contigo», dijo. La multitud se rio de su tonto comentario. «Joven —dijo la chica—, tienes una verdadera disposición y una extraña fragancia emana de tu cuerpo. Claramente, no eres un mortal corriente, y si entramos en la botellita juntos será una prueba de que nuestros destinos han estado conectados en las últimas tres vidas». Una vez dicho eso levantó la mano, haciendo que sus dedos adoptaran la forma de una orquídea, de las que salieron unas ráfagas de humo. Una bruma de sensaciones invadió el cuerpo de los espectadores pero enseguida se evaporó, como las sombras de la luna, fugaces y parpadeantes, sin llegar a formar un ente compacto. Yichi notó cómo la chica le agarraba de la muñeca, cuyos dedos eran como hilos, cuya piel era como el satén, suave y maleable. Ella le susurró al oído: «Sígueme». Fue como el suave gorjeo de una golondrina y su aliento se condensaba con el olor a almizcle. La joven lanzó la botella al cielo, que centelleaba entre los rayos coloridos de la puesta de sol y un montón de auras auspiciosas. La boca de la botella empezó a expandirse, creció y creció hasta que alcanzó al menos los tres metros de largo, tan redonda como la luna llena. Yichi entró lentamente en la botella con la chica. Era un camino adornado de flores, sombreado por pinos verdes, pájaros exquisitos y animales maravillosos retozando los unos con los otros. Yu cayó en un estupor y en estado de embriaguez, la lujuria ardía en su corazón. Agarró la mano de la chica y la acercó hacia su cuerpo, deseaba representar la danza del amor. Con una sonrisilla ella le dijo: «¿No tienes miedo de que los ancianos del pueblo se rían de ti?». La chica levantó la mano y apuntó fuera de la botella, donde los espectadores curiosos hacían todo lo posible para observar lo que estaba pasando. Yu se quedó perplejo durante unos segundos y sintió cómo se disipaba la pasión. Enseguida volvió y su pasión rugía, pero estaba demasiado sofocado como para hablar. La chica dijo: «Me conmueve la profundidad de tus emociones. Si no te importa que sea de una familia pobre te pido que vuelvas a la Cueva de las flores de melocotón en la Montaña de Poniente dentro de un año exacto, y tendré lista mi cama para recibirte». Las emociones de Yu se agitaron de manera salvaje y se quedó sin habla. La chica hizo otro movimiento de mano y el joven se encontró a sí mismo bajo el cielo brillante, con la botella diminuta yaciendo en la palma de su mano, y percibió un aroma floral en su ropa.
Lo que vieron los espectadores cuando la chica agarró por primera vez la muñeca de Yu fue que su cuerpo empequeñecía, luego el de ella, hasta que se convirtieron en un par de mosquitos revoloteando en la botella, que de repente empezó a flotar hacia arriba y empezó a hacer círculos en el aire, como por arte de magia. Los espectadores se quedaron perplejos con lo que vieron.
A continuación la chica plantó una semilla de calabaza en un terreno, escupió un buche de saliva y ordenó, «¡Crece!». Un tallo apareció de repente, entonces se convirtió en un zarcillo del que germinaron muchas hojas y se elevó centímetros y centímetros en el cielo. Crecía por donde quería. Hacía giros y se retorcía en forma de espiral, como una columna de humo. Con un saco sobre el hombro la chica empezó a escalar el tallo, de una hoja a otra, hasta que alcanzó más de veinte metros. Se detuvo, miró hacia abajo, sonrió y le dijo a Yu: «No te olvides de cumplir tu promesa». Entonces desapareció en el cielo, haciendo que las hojas temblaran al pasar, y pronto dejó de estar a la vista de todo el mundo. El tallo que había crecido de la semilla de calabaza se convirtió en polvo y cayó al suelo. La multitud se quedó ahí de pie paralizada, pasó unos segundos hasta que finalmente reaccionaron y abandonaron la escena.
Yu volvió a casa, pero no se podía quitar la belleza de la chica de la cabeza. Tampoco podía comer o beber, permanecía tumbado en la cama día y noche, gritando sin parar en su delirio, como si viera demonios o fantasmas. Sus padres, aterrorizados, pidieron ayuda a muchos médicos y todos ellos estaban desconcertados con esta enfermedad tan tenaz que rechazaba cualquier tratamiento médico. Yu continuó deteriorándose, su cuerpo y alma, hasta que llegó al borde de la muerte. Sus padres, que estaban reducidos a lágrimas y se estaban volviendo locos, de repente oyeron el tintineo del cascabel de un caballo en la puerta, seguido de un grito. «¡Soy yo, el tío del chico!». Las palabras seguían en el aire cuando un robusto joven irrumpió por la puerta. Después de terminar sus reverencias dijo: «Cuñado, hermana mayor, ¿ha sucedido algo desde la última vez que nos vimos?». Su hermana estaba tan anonadada por su llegada y su pregunta que sólo podía mirarle a la cara, a su afilada nariz, boca grande, pelo rubio y ojos azules, tan diferente al resto de los chinos. El hombre se acercó a la cama del chico y dijo: «Mi sobrino está seriamente enfermo de amor. ¿Pensáis que los medicamentos o cualquier tratamiento médico van a curarle? ¡Vosotros, viejos decrépitos, vais a mandar a mi sobrino a la tumba!». Yu estuvo enfermo durante muchos días con los ojos cerrados, apenas respiraba, como si ya se hubiera ido con la muerte, ajeno al mundo terrenal. El visitante se inclinó para analizar su estado. Anunció con un suspiro: «Esa palidez en una cara tan joven y suave muestra que mi sobrino está enfermo de amor». Sacó de la nada tres pétalos rojos y le puso uno en la boca a Yu, que inmediatamente recuperó el color en las mejillas y recuperó la respiración con normalidad. Entonces, aplaudió tres veces y el visitante dijo: «Estúpido chaval, el aniversario de la promesa de la joven, que llevas esperando ansiosamente desde hace tanto, está a punto de llegar. ¿No quieres estar ahí a la hora fijada?». Los ojos de Yu se abrieron de golpe, brillantes y radiantes, y se bajó de un salto de la cama. Se dio un golpe en la frente y exclamó: «Si no hubiera sido por tu ayuda, tío, me hubiese perdido el reencuentro con la chica». «Te tienes que ir —dijo la visita—, te tienes que ir de una vez». Él se dio la vuelta y salió dando zancadas por la puerta. Sin detenerse para cambiarse la ropa, peinarse o ponerse los zapatos Yu corrió detrás de su tío. Sus padres le gritaron, con lágrimas en los ojos, pero no les hizo caso.
Su salvador se sentó en el caballo junto a la carretera y esperó a Yu. Extendió su largo brazo y levantó a Yu hasta la montura, como si fuera un pollito recién nacido. A continuación pegó al caballo con la fusta; el animal soltó un relincho y salió disparado como el viento. Yu iba a horcajadas, agarrado fuerte a la crin y el viento silbaba al pasar de largo por sus oídos. «Abre los ojos, sobrino» oyó que decía su tío. Cuando lo hizo, vio que de repente estaba en el suelo en el desierto del Gobi, rodeado de césped seco y marchito sobre un terreno montañoso, sin un alma a la vista. Sin decir ni una palabra su tío le dio una palmada al caballo y galopó a gran velocidad, sin dejar rastro alguno.
Yu se quedó sentado en el suelo rocoso, solo, y lloraba desconsolado. De repente sintió que las rocas se movían y oyó una serie de ruidos ensordecedores. Unos rayos de luz dorada le cegaron los ojos; estaba tan confuso que se desmayó. Cuando se despertó sintió unos dedos delicados en su cara, había un dulce aroma en el aire, alrededor de él. Abrió los ojos y ahí, delante de él, estaba la chica. Lágrimas de felicidad cayeron por sus ojos. «Llevo esperándote mucho tiempo», le dijo la chica.
(Aquí hay otras quinientas palabras pero están tachadas).
Paseando de la mano vieron un jardín con muchos árboles inusuales y flores extrañas. Se fijaron en un árbol en particular, era muy grande, con hojas del tamaño de la palma de una mano y cubierto con frutos que tenían forma de bebés. A la hora de la comida había un niño asado en el centro de una fuente. Parecía tan real que Yu no se atrevía a tocarlo con los palillos. «¿Cómo puede ser que un joven, de más de un metro sesenta de alto sea tan cobarde?», dijo la chica a la vez que cogía los palillos y trataba de coger el pene del bebé. Pero en el intento todo el cuerpo del niño se desmoronó en la fuente. La chica entonces cogió un trozo de brazo y se lo comió; lo masticó y lo trituró como si fuera un tigre o un lobo. Yu estaba más aterrado que nunca. Con una sonrisa maliciosa ella dijo: «Que sepas que no es un niño sino una fruta con forma de niño y que no me gusta nada tu actitud». Como quería contentarla, Yu se obligó a sí mismo a coger una oreja del niño y metérsela en la boca, que se derritió enseguida e inundó sus papilas gustativas con sabores indescriptiblemente deliciosos. Animado con este descubrimiento, atacó la fuente como un lobo hambriento o un tigre muerto de hambre. La chica se tapaba la boca a la vez que se reía. Entonces dijo: «¡Antes de conocer su maravilloso sabor estabas aterrado como un corderito, pero ahora estás hambriento como un lobo!». Yu estaba demasiado ocupado comiendo como para contestar; tenía grasa y aceite que le embadurnaban la cara, lo que era toda una novedad. La chica sacó una jarra de licor, embriagando el aire con su aroma. Ella dijo: «Mira, se ha destilado de las frutas que juntan los gorilas y los monos en las montañas. Este elixir es una de las cosas más apreciadas del mundo entero».
Mo Yan, muy señor mío, probablemente ya haya leído suficiente. Le he copiado todo lo que he podido de momento. Pero debo insistir en el hecho de que en este artículo se menciona que la gente come niños y bebe «Licor del mono», dos sucesos actuales en la Tierra del vino y los licores; incluso se puede decir que son las dos claves del misterio de esta región. El autor de Sucesos extraños en la Tierra del vino y los licores se desconoce, y hace poco que sé de la existencia de este escrito. Desde hace unos cuantos años ha circulado entre la gente en una versión manuscrita y he oído que el Departamento de Propaganda del Comité del Partido Municipal ha ordenado que sea confiscada. Así que especulo que el autor tiene que ser alguien contemporáneo, alguien que está vivo, alguien de por aquí, de la Tierra del vino y los licores. ¡El protagonista de esta pieza también se llama Yu Yichi así que sospecho que el autor es él!
«Señor Yu, me estás confundiendo muchísimo. Primero tu trabajo en la taberna, luego eres un guerrero de piel escamosa que viene y se va como una sombra, más tarde eres un mago en una compañía itinerante y ahora eres el prestigioso dueño de una taberna; tu vida es una mezcla de verdad y mentira, llena de incontables transformaciones. ¿Cómo va a escribir alguien tu biografía?», le dije.
Él se rio de forma escandalosa. ¿Quién se hubiera imaginado que una risa así de estridente podía emerger del pecho de un enano tan diminuto? Entonces lanzó una taza de té hecha de porcelana china procedente del pueblo de Jingde al techo, mandando por los aires tanto a la taza como al té que estaba dentro, pero debido a la fuerza de la gravedad, todo cayó en la maravillosa alfombra de lana. Yu Yichi metió la mano en un cajón, sacó unas cuantas fotografías en color y las ondeó al viento, haciendo que revolotearan como un enjambre de mariposas chillonas. «¿Conoces a estas mujeres?», me preguntó de forma prepotente. Entonces cogí las fotos y las estudié a fondo, con una mirada cohibida un tanto hipócrita. Todas las mujeres eran bellísimas, estaban completamente desnudas y me resultaban familiares. Él me dijo que los nombres estaban en la parte de atrás de la foto. Ponía en dónde trabajaban, sus edades, sus nombres, y las fechas en las que se acostaron con él. Todas eran de la Tierra del vino y los licores. Parece que está muy cerca de conseguir su objetivo.
«Así que, Doctor en vino y licores, este éxito protagonizado por este pequeño enano merece ser escrito ¿no crees? Haz que el granuja de Mo Yan mueva el culo y venga aquí lo antes posible. Como tarde mucho va a acabar conmigo».
«Yo, Yu Yichi, de edad incierta, mido setenta y cinco centímetros. Nací en la pobreza, vagué de lugar en lugar. Mi suerte cambió cuando fui Presidente de la Asociación de Empresarios Metropolitanos, cuando me nombraron trabajador modelo local, asumiendo la propiedad de la taberna Yichi, y cuando me nombraron candidato del Partido. Entonces me acosté con las veintinueve chicas más guapas de la Tierra del vino y los licores. Mi mente va más allá de lo que la gente pueda imaginar y mis habilidades son mejores que las de los demás. También tengo una gran variedad de experiencias que son legendarias. Mi biografía estará entre los mejores libros del mundo. Dile al granuja de Mo Yan que se decida de una vez. ¿La va a escribir o no? ¿Va a hacerlo sí o no?».