«La Avenida del burro»
Li Yidou
Queridos amigos, no hace mucho leyeron mis relatos «Alcohol», «Carne de niño» y «Niño prodigio». Acepten ahora por favor mi siguiente propuesta: «La Avenida del burro». Les pido indulgencia y consideración. Los comentarios irrelevantes que acaban de leer en relación a su crítica literaria no deberían ser parte de una obra de ficción porque destrozan la integridad y la unidad de la obra, pero, dado que soy un doctorando en vino y licores, una persona que día a día examina, huele, cata, abraza, besa el vino y los licores, y alguien que cada vez que coge aire lo hace como parte del acto de destilación o fermentación del alcohol, encarno su carácter y su temperamento. ¿Qué significa eso? Esto es lo que significa: el alcohol me fascina tanto que soy incapaz de seguir las reglas y regulaciones impuestas. El carácter del licor es salvaje y desenfrenado como yo, su temperamento es incontrolable, como hablar sin pensar.
Queridos amigos, vengan conmigo mientras paso a través de esta puerta con arcos y salgo de la Universidad de Destilación de la Tierra del vino y los licores, dejando a mi espalda este edificio lleno de aulas con forma de botella, los laboratorios con forma de copas de vino y el aroma embriagador del humo que emana la chimenea de la bodega de la universidad. «Dejen las cosas de peso y viajen ligeros» mientras caminan conmigo, con ojos de lince y despiertos, sabiendo siempre dónde estamos y dónde vamos; cruzamos la pasarela hecha de madera de abeto chino que se alza de manera majestuosa sobre el riachuelo «Vino dulce». Dejamos el ruido del río, los nenúfares flotando en el agua, las mariposas que descansan sobre ellos, los patos blancos que juegan en el agua, los peces que nadan en el agua, los sentimientos de los peces, el comportamiento de los patos, las ideas de las lentejas de agua, el soliloquio de la corriente del río… detrás de nosotros. ¡Por favor no pasen por alto la puerta principal de la Academia Culinaria que emana aromas exquisitos justo hacia nosotros! Ahí es donde trabajaba mi suegra. No hace mucho se volvió loca y ha estado en casa desde entonces, escondida día y noche detrás de unas cortinas negras, donde no hace otra cosa que escribir cartas de crítica y denuncia. De momento lo dejamos a un lado e ignoramos los aromas que nos llegan de la Academia Culinaria. Es convincente y eternamente verdadero el dicho: «Los pájaros mueren en busca de alimentos, el hombre muere persiguiendo la riqueza». En tiempos de caos y corrupción los hombres son como pájaros, en apariencia libres como el viento, pero en realidad corren el peligro constante de caer en una trampa, en las redes de alguien, de que les dé un flecha o les alcance el disparo de una pistola. Vale, es normal que sus narices se hayan contaminado del fragante olor que desprende este lugar, así que tápenselas rápidamente con la mano y aléjense de la Academia Culinaria, síganme por la cuesta que lleva a la avenida de los ciervos, donde podrán oír los ruidos que hacen estos animales, como si estuvieran comiendo lentejas de agua salvajes. Las tiendas de los dos lados de la calle han colgado astas de ciervo en las puertas, una maraña de puntos entrecruzados que crea un bosque de lanzas o una arboleda de espadas. Caminamos por un camino antiguo pavimentado con losas resbaladizas y cubiertas de moho, entre las que asoman unas matas de hierba. Cuidado donde ponen el pie, no se vayan a tropezar y caer. Con atención, con cautela, serpenteamos de un lado a otro hasta que entramos en la Avenida del burro. Esta calle que tenemos bajo nuestros pies también está pavimentada con baldosas tan desgastadas que se han quedado lisas con el paso del tiempo, por la lluvia, el soplar del viento, el girar de las ruedas y el galope de los animales, de modo que los cantos están redondeados y tan lisos y brillantes como un espejo con el marco de bronce. La Avenida del burro es ligeramente más ancha que la Avenida de los ciervos; las baldosas están cubiertas de agua mugrienta y sanguinolenta y pieles de burro ennegrecidas. Es más resbaladiza que la Avenida de los ciervos. Unos cuervos de color ébano gorjean mientras caminan a lo largo de la calle. Este lugar es traicionero, por lo que tengan cuidado, sí, sí, todo el mundo, y caminen por donde es debido. Caminen rectos y pisen con firmeza. No dejen de mirar al frente, como un niño de pueblo en su primer viaje a la ciudad. Si no lo hacen se van a caer y van a dar el espectáculo. No hay nada peor que caerse y hacerse daño. Que se les ensucie la ropa será la mínima de las preocupaciones si se acaban rompiendo la cadera. Como he dicho, no hay nada peor que caerse. ¿Por qué no les damos a los lectores una pausa y descansamos un poco antes de caminar más lejos?
Aquí en la Tierra del vino y los licores tenemos individuos excepcionales que pueden beber sin emborracharse, tenemos alcohólicos que les roban los ahorros a sus mujeres para pagar la siguiente copa, gamberros sin ninguna responsabilidad, que recurren a robar, atracar, y todo tipo inimaginable de artimañas para conseguir dinero. Me he acordado del legendario «Cuarto serpiente verde Li», al que dio una paliza el licencioso monje «Segundo villano Niu», que fue apuñalado por «Monstruo de cara negra». Gente como esa merodea siempre por la Avenida del burro, no les puedes esquivar. Miren a ese tipo que está tirado en la entrada de ese edificio, con un cigarrillo que le cuelga de la boca, y esa de allí, con una botella de licor en una mano mientras mastica el pene de un burro. A ese plato se le llama «Carne hecha de dinero» porque parece que está hecho con monedas antiguas. O ese tipo de ahí con esa jaula de pájaro, el que está silbando. Esos son los tipos a los que me refiero. Les aviso de antemano, amigos, tengan cuidado de no provocarles. La gente decente evita a los vagabundos que están en la calle, igual que unos zapatos nuevos evitan pisar las cacas de perro. La Avenida del burro es la mayor vergüenza de la Tierra del vino y los licores y a la vez su mayor triunfo. No puedes decir que has estado en la Tierra del vino y los licores si nunca has pasado por la Avenida del burro. Esta calle alardea de tener veinticuatro carnicerías que sólo venden carne de burro. Desde la dinastía Ming se conservan todas estas carnicerías pasando por los años de la dinastía Manchu y durante todos los años de la República china. Cuando los comunistas llegaron al poder consideraron que los burros eran un medio de carga y matarlos se convirtió en un crimen. La Avenida del burro pasó por unos años difíciles. Pero recientemente la política de «hay que rejuvenecer y abrirse al exterior» ha suscitado una mejora en el nivel de vida y ha aumentado el consumo de carne de burro, mejorando la calidad de la raza. La Avenida del burro ha vuelto a nacer. «Lo que para el Cielo es la carne de dragón, lo es la carne de burro en el mundo de los mortales». La carne de burro es aromática; la carne de burro es deliciosa; la carne de burro es un verdadero manjar. Queridos lectores, honorables invitados, amigos, señoras y señores gracias por venir. Damas y caballeros, el dicho «La cocina cantonesa es la mejor» no es más que un rumor que alguien se ha inventado para engañar a las masas. Escuchen lo que tengo que decir. ¿Decir sobre qué? Sobre los platos por los que la Tierra del vino y los licores es justificadamente famosa. Cuando enumeras una cosa es muy típico que omitas diez mil, por lo que por favor sean comprensivos. Cuando te paras en la Avenida del burro ves manjares que cubren la Tierra del vino y los licores como las nubes, más que lo que el ojo humano puede percibir: a los burros los matan en la Avenida del burro, a los ciervos en la Avenida de los ciervos, a los bueyes en la Calle de los bueyes, a las ovejas en el Callejón de las ovejas, los cerdos ven su final en los mataderos de cerdos, los caballos en el Camino de caballos, a los perros y gatos los descuartizan en los mercados de perros y gatos… en muchas ocasiones. Son tantas las veces que te volverías loco si las contaras, se te agrietarían los labios y se te secaría la boca. En una palabra, todo lo que se pueda comer en este mundo nuestro: manjares de las montañas o exquisiteces del mar, pájaros, bestias, peces e insectos los encontrarás aquí, en la Tierra del vino y los licores. Las cosas que son asequibles en otras partes del mundo son asequibles aquí; las cosas que no son asequibles en otras partes del mundo también son asequibles aquí. Y no sólo son asequibles sino que, y esto es lo fundamental, lo más significativo, lo verdaderamente magnífico, es que todas esas cosas son especiales, únicas, históricas, tradicionales, ideológicas, culturales y morales. Aunque todo esto pueda sonar a fanfarronería, en realidad es todo menos eso. Dada la manía a escala nacional de hacerse rico, nuestros líderes de la Tierra del vino y los licores han tenido una visión única, una inspiración pionera, un plan singular para llevarnos por el camino de la riqueza. Amigos míos, señoras y señores, nada en el mundo, creo que estarán de acuerdo conmigo, iguala en importancia a la comida y a la bebida. ¿Para qué otra cosa tendría si no el hombre boca, si no es para comer y beber? Así que la gente que viene a la Tierra del vino y los licores comerá y beberá bien. Déjales que coman por diversas razones, que coman por placer, que coman por adicción. Deja que se den cuenta de que comer y beber es más que el mero sustento de la vida, que a través de la comida y la bebida pueden aprender el verdadero sentido del ser, pueden adquirir consciencia de la filosofía de la existencia humana. Dejemos que entiendan que la comida y la bebida juegan un papel importante no sólo en el proceso psicológico sino en el proceso de transformación espiritual y de la apreciación estética.
Caminemos despacio, disfrutemos las vistas. La Avenida del burro tiene un kilómetro y medio de largo, con carnicerías a los lados. Hay noventa restaurantes y tabernas, y todas ellas utilizan las reses de burro para sus platos. Los menús cambian continuamente a la vez que los platos nuevos compiten por recibir atención entre los ya asentados. Si quieren darse un atracón de carne de burro este es el lugar adecuado. Cualquiera que haya probado la comida de los noventa establecimientos de esta calle no necesita volver a comer nunca más carne de burro. Y aquellos que sólo la hayan comido en un único restaurante de un lado de la calle y en otro del lado contrario pueden sacar pecho y anunciar con orgullo: «¡He comido carne de burro!».
La Avenida del burro es como un gran diccionario, llena de tantas cosas increíbles que aunque mi boca fuera lo bastante fuerte como para morder el metal se cansaría y no podría enumerarlas todas. Si no cuento mi historia muy bien es porque farfullo cosas sin sentido o porque se me escapa alguna que otra tontería. Por favor perdónenme y tengan paciencia conmigo, por favor permítanme que me beba una copa de «Semental de crin roja» para recomponerme. Durante cientos de años innumerables burros han sido matados aquí, en la Avenida del burro. Se puede decir que los fantasmas de los burros deambulan por la Avenida del burro día y noche, o que cada baldosa de la Avenida del burro está bañada en sangre de burro, o que cada planta de la Avenida del burro se riega con los espíritus de los burros, o que las almas de los burros florecen en todos los baños de la Avenida del burro o que cualquiera que ha estado en la Avenida del burro se ha contagiado más o menos de las cualidades de los burros. Amigos míos, el caso de los burros es como humo que envuelve el cielo de la Avenida del burro y debilita el resplandor del cielo. Si cerramos los ojos vemos hordas de burros de todas las formas y tamaños corriendo alrededor y rebuznando al cielo.
Según la leyenda local, cuando cae la noche cerrada, cuando todo está verdaderamente en silencio, cuando todo está oscuro, un burrito negro extremadamente precioso (de sexo desconocido), y extremadamente ágil, corre por la avenida de baldosas, de este a oeste, luego de oeste a este. Sus bellas y delicadas pezuñas con forma de copas de vino hechas de ágata negra hacen vibrar las baldosas lisas y dejan en el suelo la marca, un vivo tatuaje. El sonido de la noche cerrada es como música celestial, aterradora, misteriosa y sensible al mismo tiempo. Cualquiera que la oye se conmueve, se embelesa, se embriaga, provocando largos suspiros emotivos. Y si hay luna llena…
Esa noche, Yu Yichi, el propietario y encargado de la taberna Yichi, con una barriga como un tambor entrada en calor por unos vasos extra de un licor fuerte, sacó una silla de bambú para tomar el aire bajo la sombra de un granado. Las olas de la luz de la luna transformaban las baldosas en relucientes espejos. La brisa fría de esa noche de mitad de otoño mandó a la gente de vuelta a sus casas, y si no fuera por los efectos del alcohol Yu Yichi tampoco se hubiera quedado fuera. Normalmente, una multitud de gente revolotea como moscas en esas calles que ahora se habían transformado en escenas de tranquilidad, invadidas tan sólo por los zumbidos de los insectos, como dardos afiladísimos capaces de traspasar muros de latón y vallas de hierro. La brisa fresca dio en la prominente barriga de Yu, lo que le provocó una sensación agradable. Con la mirada fija en las dulces granadas, grandes y pequeñas y con forma de pétalos de flores, estaba a punto de quedarse dormido cuando de repente sintió que sus ojos se abrían de par en par y se le ponía la carne de gallina en todo el cuerpo. Se le fue el sueño de golpe y su cuerpo se quedó petrificado; como si un maestro de kung-fu le hubiera dado un puñetazo en el plexo solar; por supuesto que tenía la mente despejada y sus ojos asimilaban todo lo que tenía ante él. Un burro negro apareció en mitad de la calle como si hubiera caído del cielo. Era un animalito regordete cuyo cuerpo emitía destellos de luz, como si estuviera hecho de cera. Caminó de un lado a otro de la calle una o dos veces, entonces se paró y se sacudió, como si tratara de quitarse el polvo de encima. Luego dio un salto, levantó la cola y empezó a correr. Galopó desde el final este de la calle al final oeste, y otra vez, así tres viajes en total, pero era tan rápido que parecía una bocanada de humo negro. El sonido seco de sus pezuñas ahogaba el zumbido de los insectos otoñales. Cuando se paró y se quedó quieto en mitad de la calle, los zumbidos volvieron a resurgir. Fue entonces cuando Yu Yichi oyó el ladrido de los perros en el Mercado de perros, el mugir de los terneros en la Calle de los bueyes, el balar de los corderos en el Callejón de las ovejas, el relinchar de los ponis en la Calle de los caballos y los chillidos de los pollos. El burro estaba quieto en mitad de la calle, sus ojos negros brillaban como faroles. Yu Yichi había oído historias sobre este burrito negro, pero verlo ahora con sus propios ojos le impresionaba muchísimo, ya que se había dado cuenta de que las leyendas no salen de la nada. Aguantó la respiración tratando de hacerse lo más pequeño posible mientras esperaba ver cómo se desarrollaba la historia de este burrito negro; Yu estaba inmóvil, parecía un tronco sin vida, con una mirada fulminante.
Las horas pasaron y los ojos de Yu Yichi estaban irritados y cansados, pero el burrito seguía inmóvil en mitad de la calle, como una estatua. Entonces, sin avisar, todos los perros de la Tierra del vino y los licores empezaron a ladrar —a lo lejos, por supuesto—, despertando a Yu Yichi de su trance, justo a tiempo de oír unas pisadas acercándose sobre las tejas de una casa, y justo inmediatamente después de eso, una figura oscura cayó de un tejado cercano a la calle. Aterrizó en la grupa del burro negro, que volvió a la vida y salió galopando viento a favor. Como era un enano, Yu Yichi no había tenido la oportunidad de ir al colegio, pero dado que había nacido en una familia culta —su padre había sido profesor, su abuelo se había licenciado en la China imperial, y en generaciones pasadas algunos de sus familiares habían aprobado los exámenes del sistema imperial[8] chino y habían sido miembros de la Academia Hanlin—, había memorizado miles de caracteres chinos y había leído de manera vasta y ecléctica. La escena que acababa de presenciar le recordó al cuento de la dinastía Tang sobre un caballero errante y misterioso; entonces sus pensamientos se volvieron más filosóficos: a pesar de los rápidos avances de la ciencia existen innumerables fenómenos que esta no puede explicar. Yu Yichi hizo estiramientos con el cuerpo: a pesar de que acumulaba tensión se podía mover. Se tocó la tripa, estaba húmeda, consecuencia de los sudores fríos. Cuando la figura oscura voló hacia el suelo, guiado por la luz de la luna, Yu Yichi había percibido que era un chico, un poco bajo, con el cuerpo cubierto de una piel escamosa que brillaba bajo la luz de la luna. Tenía entre los dientes una daga con forma de hoja de sauce y llevaba una bolsa atada a la espalda…
Queridos lectores, casi puedo oír sus quejas: «¡Por qué no se calla la boca y nos lleva a la taberna que sea en lugar de tenernos dando vueltas por la Avenida del burro una y otra vez!». Sus quejas son más que comprensibles, han dado en el blanco, tienen toda la razón. Así que vamos a darnos prisa, a agilizar el paso; perdónenme si no les enseño todas las tiendas que hay aquí, en la Avenida del burro, a pesar de que se encierra una historia detrás de todas ellas y a pesar de que cada una de ellas tiene un fin particular. Me voy a callar, no importa lo mucho que me duela o me cueste hacerlo. Por lo que vamos a ignorar a todos esos burros que nos observan a cada lado de la calle y vamos a centrarnos en nuestros objetivos. Hay dos tipos de objetivos: principales y secundarios. Nuestro objetivo principal es dirigirnos hacia el comunismo, cuya ideología dominante es: «para todos aquellos, de acuerdo a sus habilidades, hasta todos aquellos, de acuerdo a sus necesidades». Pero si nos dirigimos al final de la Avenida del burro, hasta ese viejo granado alcanzaremos nuestro objetivo secundario: la taberna Yichi. ¿Por qué, se preguntarán, se llama la taberna Yichi? Presten atención y se lo contaré.
El dueño de la taberna, Yu Yichi, («Treinta centímetros Yu») mide en realidad cuarenta y dos centímetros. Como todos los enanos, nunca le ha revelado su edad a nadie, y tratar de adivinarlo es algo absurdo. Dentro del recuerdo de la Avenida del burro, este afable y agradable enanito no ha cambiado su aspecto o actitud en décadas. Ante las miradas de susto y asombro él siempre devuelve dulces sonrisas. Son unas sonrisas tan encantadoras y cautivadoras que estremecen el corazón y generan unos sentimientos de compasión que nunca pensaste que tenías. Yu Yichi se gana la vida casi exclusivamente con el encanto de esas sonrisas. Viene de una familia de intelectuales, por lo que es muy culto, con un variado conocimiento con el que atrae a la gente y les entretiene en la Avenida del burro con sus graciosas anécdotas y comentarios. Es inimaginable lo triste y aburrida que sería la Avenida del burro sin Yu Yichi, quien de hecho podría haber llevado una vida de ocio gracias a su talento natural. Pero es ambicioso y no se conformó con eso, por lo que sacó partido de la Reforma y de la liberalización para pedir una licencia y abrir un negocio. Entonces produjo un montón de dinero que estuvo ahorrando desde vete a saber cuándo y contrató a una persona para que le remodelara su vieja casa y la convirtiera en la taberna Yichi, que se ha hecho famosa en toda la Tierra del vino y los licores. Muchas de las ingeniosas ideas de Yu Yichi podían haber inspirado la novela clásica Flores en el espejo, o podían haberse originado en Maravillas en el extranjero. Cuando Yu Yichi abrió la taberna, puso un anuncio en el Diario de la Tierra del vino y los licores buscando camareros que midieran menos de un metro. El anuncio fue un acontecimiento altamente divulgado en ese momento y desató acalorados debates. Algunas personas creyeron que el hecho de que un enano dirigiera una taberna era un insulto al sistema socialista y una mancha en la bandera de las cinco estrellas rojas relucientes. Dado el incremento de turismo en la Tierra del vino y los licores, la taberna Yichi podía fácilmente haberse convertido en la gran vergüenza de nuestra tierra y podría haber traído la humillación a la gran nación china. Otros defendían que la existencia de los enanos era un fenómeno universal y objetivo. Pero los enanos de otros países dependen de pedir limosna para sobrevivir, mientras que los nuestros se mantienen por sí solos con su propio trabajo, lo que no es una vergüenza sino una señal de progreso. La taberna Yichi puede ayudar a que nuestros amigos internacionales entiendan la superioridad sin igual de nuestro sistema socialista. Mientras que los dos grupos de opiniones estaban metidos en un sinfín de acalorados debates, Yu Yichi se hizo un túnel para ir al ayuntamiento a través de las alcantarillas (le intimidaban demasiado los guardas como para entrar por la puerta principal). Entonces se coló en el edificio y en la oficina de la alcaldesa, con la que tuvo una larga conversación, cuyos contenidos no pueden ser desvelados. La alcaldesa le mandó de vuelta a la Avenida del burro en su propia limusina, lo que hizo que los debates de los periódicos fueran desapareciendo. Amigos míos, señoras y señores, ya hemos llegado a la taberna Yichi, nuestro objetivo. Hoy las bebidas corren de mi cuenta. El viejo señor Yu es amigo mío; a menudo nos juntamos a beber y a recitar poesía. Hemos compuesto una extraña pero hermosa melodía para este mundo colorido y deslumbrante en el que vivimos. Como es una persona que valora la amistad más que el dinero, nos hará un veinte por ciento de descuento.
Mis honorables amigos, ahora estamos de pie fuera de la taberna Yichi. Por favor miren con atención las letras doradas del cartel negro, cada una de ella desborda energía, como dragones ardientes y tigres apasionados. Este es el trabajo de Liu Banping —«Media botella Liu»—, un famoso calígrafo cuyo seudónimo hace referencia a que este verdadero maestro no puede escribir sin beberse media botella de un licor bueno y fuerte. Dos camareras de tamaño bolsillo, de menos de medio metro de altura, están de pie al lado de la puerta, una a cada lado, con un fajín bordado bajo el pecho y grandes sonrisas en la cara. Son dos gemelas que después de leer el artículo en el Diario de la Tierra del vino y los licores volaron aquí desde Shanghái en un avión Trident. Habían nacido en una familia de oficiales de alto rango, con un padre tan famoso que se quedarían alucinados si les contase quién es. Por lo que no lo haré. Podrían haber contado con el poder y la posición de su padre para disfrutar de una vida de ocio, vistiendo ropa lujosa y comiendo manjares. Pero se negaron a eso, eligiendo en su lugar unirse al ajetreo y al bullicio de la Tierra del vino y los licores. La llegada de este par de hadas fue de tal sorpresa que los miembros de la élite del Partido de esta tierra hicieron un viaje especial, en mitad de una lluvia torrencial, para darles la bienvenida en el hotel del aeropuerto llamado «Melocotones en primavera», a unos setenta kilómetros de la ciudad. A estas dos hadas las acompañó en este viaje su madre, es decir, la mujer de su heroico y majestuoso padre, junto a un séquito de secretarios. Al aeropuerto le llevó dos semanas frenéticas preparar su recepción. Pero, amigos míos, por favor no piensen que la Tierra del vino y los licores despilfarra el dinero, porque eso sería no ver más allá, como la visión que tiene una hormiga del mundo. Aunque la Tierra del vino y los licores hizo un gasto considerable para recibir a estas hadas y a su madre, nuestra ciudad ahora ha establecido contactos con el oficial de mayor rango, quien, con tan sólo coger la pluma y firmar unos cuantos cheques nos puede traer muchos negocios y muchos ingresos. ¿Saben lo que hizo por nosotros, sin el mínimo esfuerzo, cuando vino a hacernos una visita el año pasado? Un préstamo de bajo interés de cien millones, en esta época de problemas financieros y créditos reducidos. Imaginen, amigos míos, cien millones que invertimos para promocionar nuestro «Licor del mono», construir un magnífico Museo de destilería china y organizar una celebración del Primer Festival Anual del Licor del mono en octubre. Si no fuera por estas dos hadas, ¿creen que este hombre se hubiera quedado en la Tierra del vino y los licores durante tres días enteros? Así que, amigos míos, no es una exageración decir que el señor Yu Yichi es un héroe de la Tierra del vino y los licores.
He oído que el Comité del Partido Municipal está reuniendo material para conseguir el permiso para condecorarle como un trabajador modelo el Día del trabajador.
Las dos hadas de sangre noble de la puerta nos hicieron una reverencia y sonrieron de manera radiante. Tienen unas caras adorables y un cuerpo bien proporcionado; si no fuera porque son bajitas serían casi perfectas. Les devolvimos la sonrisa con mucho respeto, dado su origen noble. Bienvenidos, bienvenidos. Gracias, gracias.
La taberna Yichi, también conocida como la taberna del enano, está lujosamente decorada. Cuando pisas la alfombra de lana de casi trece centímetros de grosor, se te hunden suavemente los pies hasta los tobillos. Pergaminos con obras de pintores y calígrafos famosos cuelgan de las paredes, que están recubiertas de madera de abedul de las montañas de Changbai. Pececillos de colores nadan vagamente en un acuario. Macetas con flores extravagantes crecen como un fuego abrasador. En mitad de la habitación hay un burrito negro que parece de verdad, pero cuando lo miras de cerca te das cuenta de que es una escultura. Naturalmente fue sólo después de que entraran a trabajar estas dos hadas cuando la taberna Yichi alcanzó su máximo nivel de popularidad y prosperidad. Los líderes de la Tierra del vino y los licores no son tontos y nunca permitirían a las preciosas hijas de un dignatario trabajar en una taberna mugrienta que lleva un empresario privado. Ya saben cómo funcionan estas cosas hoy día, así que no necesito malgastar el tiempo haciendo un resumen de los dramáticos cambios que sufrió la taberna Yichi el año pasado. Pero me perdonarán si retrocedo un segundo. Las autoridades de la Tierra del vino y los licores construyeron una casa de campo cerca del Parque del agua en la zona centro para las dos hadas antes de que su madre se volviera a Shanghái. A cada una le dieron un diminuto Fiat. ¿Se han fijado en los Fiat que estaban aparcados debajo del viejo granado cuando hemos pasado por delante?
El maitre, vestido de uniforme y con una gorra, se acerca a saludarnos. Tiene el cuerpo de un niño de dos años, con los rasgos faciales a juego. Se tambalea un poco cuando camina por la alfombra gruesa, sus caderas se deslizan de un lado a otro, como un pato que camina por lodo. Nos lleva como un perro que guía a un ciego.
Subimos por una escalera de pino pintada de rojo y llegamos al último piso, donde el chico bajito abre una puerta y se echa a un lado, como un agente de policía que dirige el tráfico, con el brazo izquierdo cruzado en el pecho, su brazo derecho colgando a un lado. Tiene las manos tiesas y rectas, la palma de la mano izquierda mira hacia dentro, la palma derecha hacia fuera, y las dos apuntan en la misma dirección: El comedor de la uva.
Por favor, entren, queridos amigos, no sean tímidos. Somos invitados especiales y el elegante Comedor de la uva es un lugar lleno de posibilidades. Mientras miran los racimos de uvas que cuelgan del techo voy a echar un vistazo al tipo bajito que nos ha traído hasta aquí. Tiene una sonrisa impostada y sus ojos vidriosos emiten rayos venenosos durante todo el trayecto. Como puntas de flecha bañadas en veneno pudren todo lo que tocan. Noto un dolor agudo en los ojos y de repente siento que me he quedado ciego.
Durante este breve momento de oscuridad no puedo evitar sentir mi corazón palpitar acelerado. El pequeño demonio que creé en mis relatos «Carne de niño» y «Niño prodigio» ha aparecido de repente, envuelto en su bandera roja, enfrente de mí y me está observando con ojos siniestros. Es él, definitivamente es él. Tiene los ojos pequeños, las orejas gruesas, el pelo ondulado y un cuerpo que apenas supera el medio metro. En «Niño prodigio» describí detalladamente el motín que inició en el Departamento Especial de Compras de la Academia Culinaria. En ese relato le describo como un pequeño conspirador, un genio de la estrategia. Esa historia termina cuando los niños y él se esconden en los diferentes escondites de la academia después de pegar al guardia —el «halcón sin plumas»— hasta matarlo. Originalmente tenía planeado que cogieran a todos los niños y los mandaran al Centro de investigación culinaria de mi suegra; allí los iban a hervir, cocer o a estofar. Tenía pensado que sólo consiguiera escapar el pequeño demonio, por la alcantarilla, aunque luego caía en las manos de unos mendigos que estaban cogiendo las sobras de la alcantarilla. Al final conseguía escapar y empezar su vida de leyenda otra vez. Pero en lugar de seguir mis indicaciones, el pequeño demonio se me rebeló y se escapó de mi relato para unirse al equipo de enanos de Yu Yichi. Vestido con un uniforme de lana, una pajarita blanca reluciente, una gorra escarlata y unos zapatos negros de charol, se acaba de materializar enfrente de mí.
No debería descuidar a mis huéspedes, a pesar de los sucesos imprevistos que puedan acaecer, así que voy a contener la confusión que ruge en lo más profundo de mi corazón y a esbozar una sonrisa forzada mientras me siento con ustedes. Los cojines lujosos de las sillas, el mantel de un blanco niveo, las flores resplandecientes y la música suave se apoderan de nuestros sentidos. Aquí debo insertar un comentario: las mesas y las sillas de la taberna del enano son muy bajas, para asegurar el máximo confort. Una camarera un poco más grande que un pájaro camina con una bandeja con toallitas de manos desinfectadas. Es tan frágil, tan diminuta, que sólo llevar la bandeja le cuesta todo su esfuerzo; despierta una tierna lástima. Pero esta vez el pequeño demonio no está en ninguna parte visible porque, una vez que acaba con su cometido, debe volver a recibir a los demás comensales. A lo mejor es sentido común, pero no puedo evitar pensar que su desaparición encierra algo siniestro y diabólico.
Amigos míos, para que nos hagan nuestro «veinte por ciento» de descuento siéntense aquí durante un momento mientras voy a ver a mi viejo amigo Yu Yichi. Siéntanse libres de fumar o de beber té o de escuchar música o de mirar por las impolutas ventanas el paisaje del jardín trasero.
Queridos lectores, al principio iba a sumarles en este suntuoso banquete, pero la taberna es muy pequeña para tanta gente y ya están aquí nueve de ustedes, en el Comedor de la uva. Lo siento muchísimo, pero la franqueza es absolutamente esencial para que vean que no tengo otros motivos ocultos. Conozco esta taberna como si fuera mi casa, por lo que encontrar a Yu Yichi va a ser fácil. Pero cuando abro la puerta de su oficina me doy cuenta de que no he venido en el mejor momento: mi viejo amigo Yu Yichi está subido en su escritorio besando a una joven exuberante y despampanante.
—Ups, lo siento —digo con nerviosismo—. Olvidé los modales, debería haber llamado a la puerta.
Yu Yichi baja de un salto de la mesa, rápido y ágil como un gato montés. Cuando ve lo avergonzado que estoy su carita esboza una pequeña sonrisa.
—Doctor en vino y licores —dice con un tono muy agudo—. Debería haber sabido que eras tú. ¿Cómo van tus investigaciones sobre el «Licor del mono»? No irás a perderte el Primer Festival Anual del Licor del mono ¿no? Y tu suegro está loco si se va al Monte del mono blanco a vivir con los monos.
Yu Yichi sigue hablando sin parar hasta que me harto de escucharle. Pero dado que estoy aquí para pedirle un favor, debo ser paciente y obligarme a mí mismo a parecer cautivado por lo que dice.
Cuando por fin se queda sin nada qué decir le comento:
—He traído a algunos amigos a comer burro.
Yu Yichi se levanta y camina hacia la mujer. Su cabeza apenas le llega por las rodillas. Ella es una verdadera belleza y no parece una chica de compañía. Tiene aires de mujer casada. Sus carnosos labios están cubiertos de una sustancia pegajosa, como si acabara de cenar caracoles. El enano levanta la mano y le da una palmadita en el trasero.
—Tú, querida —le dice—, vete y dile al Viejo Shen que no se preocupe. Yu Yichi es un hombre de palabra. Si dice que va a hacer algo, estáte segura de que lo hará.
Esta mujer no es el tipo de persona que esquiva situaciones como esta, de modo que se inclina hacia delante en señal de agradecimiento, lo que provoca que sus pechos, que estaban a punto de reventar el vestido, se mezan como péndulos y caigan sobre la cara de Yu Yichi, que hace una mueca de dolor cuando ella le coge en brazos con suavidad. Juzgando sólo por el tamaño y el peso, parece una madre acunando a su hijo pero, por supuesto, su relación es mucho más complicada que eso. Casi de manera salvaje el enano le planta un beso en los labios, entonces ella se aparta y le lanza, como si fuera un balón de baloncesto, al sofá. La mujer levanta la mano y dice de manera seductora: «Te veo luego, viejo». El cuerpo de Yu Yichi sigue rebotando en el sofá mientras que la mujer menea su trasero rojo reluciente y desaparece al doblar la esquina. El grita a su adorable espalda femenina: «¡Piérdete, zorra asquerosa!».
Yu Yichi y yo ahora estamos solos en la habitación. Se baja del sofá de un salto y se acerca a un gran espejo para arreglarse el pelo y recolocarse la corbata. Incluso se pellizca las mejillas con sus pequeñas garras, luego se gira para mirarme de frente, parece muy elegante, un hombre muy importante. Si no fuera por lo que acababa de pasar un momento antes, me sentiría muy tenso para bromear con él. Pero le digo:
—Oye, viejo, no se te dan nada mal las mujeres. Eres como la comadreja que monta al camello, siempre a la búsqueda de mujeres grandes —digo, sonriendo descaradamente.
Yu Yichi me lanza una sonrisa siniestra, su cara se hincha y debido a la ira se vuelve de un color violáceo. Sus ojos emiten una luz verde, sus brazos aletean como un viejo halcón listo para levantar el vuelo. Da muchísimo miedo. Desde que le conozco nunca le he visto así. A lo mejor le he herido los sentimientos con mi broma. De repente me arrepiento de lo que he dicho.
—Tú, pedazo de imbécil —se me encara, rechinando los dientes—. ¡Cómo te atreves a reírte de mí!
Me echo para atrás, fijando la mirada en sus afiladas garras, que se mueven ligeramente por culpa de la furia que desprende, y siento que mi garganta está en peligro. Sí, la verdad es que podría saltar a mi cuello en cualquier momento, como un rayo, y rasgarme la garganta.
—Lo siento, viejo, lo siento mucho.
Mi espalda está apoyada contra la pared forrada de tela, y sin embargo sigo tratando de echarme para atrás. Entonces me viene una idea. Levanto la mano y me doy una docena de bofetadas —pa, pa pa—, el sonido retumba en el aire; me arden las mejillas, me pitan los oídos, y veo las estrellas.
—Lo siento viejo. No merezco vivir. Soy un mero animal, un imbécil, mierda un burro.
Después de mi pésima actuación su cara se vuelve de un color verde púrpura que pasa a un amarillento pálido, sus brazos dejan de estar en el aire y se posan en sus costados; yo me caigo al suelo.
El vuelve a su silla giratoria de piel negra, pero en vez de sentarse se pone de cuclillas encima de ella. Saca un cigarrillo caro de la pitillera, lo enciende con un mechero que lanza una sibilante llama que brilla, le da una larga calada, y poco a poco suelta el humo. Observa fijamente a los estampados de la pared, con una mirada perdida, misteriosa y profunda, sus pupilas parecen dos piscinas de agua negra. Me acurruco al lado de la puerta, asustado por mi pensamiento: ¿cómo es posible que este bufón, este enano que ha sido el protagonista de todas las bromas de esta tierra se haya vuelto el tirano soberbio que me está mirando ahora mismo? ¿Y por qué yo, un doctorando respetado, se siente aterrado por esta horrorosa criatura de medio metro de altura que no pesa ni quince kilogramos? De repente me viene a la mente la respuesta a esa pregunta, tan rápido como el disparo de una pistola, pero no hay necesidad de entrar en detalles.
—¡Me voy a tirar a todas las chicas guapas de la Tierra del vino y los licores! —Yu Yichi deja de estar en cuclillas y se pone de pie en la silla giratoria, alzando el puño para proclamar con solemnidad—. ¡Me voy a tirar a todas las chicas guapas de la Tierra del vino y los licores!
Estallando de alegría y sonriendo de oreja a oreja mantiene el brazo en el aire durante un buen rato. Me doy cuenta de que los remos que guían su cabeza están agitando las aguas de su mente, y que el barco de su consciencia naufraga entre las olas espumosas de su espíritu. Decido aguantar la respiración, tengo miedo de echar por tierra sus ilusiones.
Al final se relaja, me lanza un cigarrillo y me pregunta en tono simpático:
—¿La conoces?
—¿A quién? —contesto.
—A la mujer que se acaba de ir.
—No… aunque algo de ella me resulta familiar…
—Es la presentadora de TV.
—Ah, es ella. —Me doy un golpazo en la frente. Ahora me viene la imagen: ella de pie, con el micrófono en la mano, una dulce sonrisa en la cara, hablando hacia cámara, aunque sin decir nada interesante.
—¡Esta es la tercera vez! —suelta de manera salvaje—. La tercera… —De repente su voz se vuelve ronca y el brillo de sus ojos se apaga. En un instante las arrugas cubren su cara que, hasta entonces, era como la de un bebé, suave y resplandeciente como el precioso jade, y su cuerpo que era diminuto empieza a hacerse cada vez más pequeño. Entonces se hunde en la silla que tiene aspecto de trono.
Me fumo mi cigarrillo angustiado y observo a mi viejo amigo, sin saber qué decir.
—Te quiero enseñar algo… —su murmullo rompe el silencio agobiante. Ding levanta la cabeza—. ¿Querías verme por algo importante? —pregunta.
—He traído a unos amigos conmigo, están en el Comedor de la uva… —hablo un poco nervioso—. Es un grupo de estudiantes mediocres.
El enano coge el teléfono y farfulla algo. Después de colgar, se da la vuelta y dice:
—Dado que somos viejos amigos he pedido que preparen un burro entero.
¡Amigos, llamémoslo «suerte gourmet»! ¡Un burro entero! Conmovido hasta lo más profundo de mi corazón le hago una reverencia. Yu Yichi está un poco más contento y pasa de estar sentado en la silla giratoria a ponerse de cuclillas, con el brillo de vuelta en sus ojos.
—Así que ahora eres un escritor ¿es eso cierto? —pregunta.
—Bueno, he escrito algo, pero no muy bueno… —digo, encogido de la timidez—. No merece la pena hablar de eso. Lo hago para ganar un poco de dinero extra para mi familia.
—Mi querido Doctor —dice—, quiero hacer un pequeño negocio contigo.
—¿Qué tipo de negocio? —pregunto.
—Quiero que hagas de negro y que escribas mi biografía —me contesta—. Y te doy veinte mil en efectivo.
Estoy tan nervioso que mi corazón late salvajemente, pero todo lo que digo es:
—Tengo miedo de que mi escaso talento sea inadecuado para un trabajo tan importante.
Ignorando mis comentarios dice:
—No seas tan modesto conmigo. Ya está dicho. Vienes aquí cada martes por la noche y te contaré mis experiencias.
—Mi querido Hermano Mayor, con dinero o no de por medio, como tu inferior, será un honor escribir las memorias de la vida de un hombre tan extraordinario. Con dinero o no de por medio…
—No seas hipócrita, imbécil —gruñe Yu Yichi—. El dinero mueve el mundo. Puede que haya gente que no ame el dinero, pero yo nunca he conocido a ninguno de ellos. ¡Por eso es por lo que puedo anunciar que voy a tirarme a todas las chicas guapas que quieran dinero de la Tierra del vino y los licores!
—El carisma te ayudará a conseguirlo.
—¡Bah! —comenta de golpe—. ¡Dile ese comentario a tu madre!, el presidente Mao dijo: «Es fundamental reconocer las limitaciones de cada uno». Ya he tenido bastante con tus gilipolleces, por lo que apártate de mi vista.
Coge un cartón de Marlboro de su cajón del despacho y me da un paquete. Con el paquete en la mano le doy las gracias una y otra vez, entonces muevo el culo de vuelta al Comedor de la uva, donde me uno con ustedes, amigos, señoras y señores, en la mesa.
Algunos enanos se acercan para servirnos té, bebidas alcohólicas y para poner en la mesa los platos y palillos. Giran alrededor de nosotros como si fueran sobre patines. El té es Oolong, el licor Maotai; no es un alcohol increíble pero tiene la calidad suficiente para servirlo en una comida importante o en un banquete. Lo primero que sirven son doce manjares fríos colocados en forma de flor de loto: las tripas del burro, el hígado del burro, el corazón del burro, los intestinos del burro, los pulmones del burro, la lengua del burro, los labios del burro… todas las partes del burro. Amigos, prueben estos manjares con moderación y dejen hueco para lo que viene después, por experiencia les digo que lo mejor está por llegar. Tomen nota, amigos, ahora vienen los platos calientes. ¡Usted, la señora de ahí, cuidado, no se vaya a quemar! Una enana vestida toda de rojo —con los labios pintados de rojo y las mejillas con colorete, zapatos rojos y gorra roja, roja de la cabeza a los pies, como una vela roja— se acerca a la mesa con una fuente de comida humeante. Abre la boca y sale una ráfaga de palabras, que caen como perlas:
—¡Oreja de burro estofada, que aproveche! ¡Sesitos estofados de burro, que lo disfruten! ¡Ojos de burro, que lo disfruten!
Los ojos del burro, que tenían un bello contraste de blancos y negros, se sumergían en una gran fuente. Venga, amigos, empezad. No tengan miedo. Puede parecer que está vivo, pero después de todo, no es más que comida. Pero, esperen, sólo hay dos ojos para diez de nosotros. ¿Cómo los dividimos de manera justa? ¿Nos ayudaría usted, la joven de ahí? La chica de rojo sonriente coge un tenedor. Con dos ligeros pinchazos las dos perlas negras explotan, llenando la bandeja de un líquido gelatinoso. Usen las cucharas, camaradas, húndanlas en el caldo, una cucharada tras otra. Sé que la taberna de Yichi es famosa por otro plato. Se llama «Dragón negro con ojos perlados». Los ingredientes principales son pene de burro y ojos de burro. Hoy, sin embargo el chef ha usado los ojos para hacer otro plato llamado «Ojos perlados de burro», por lo que parece que no vamos a poder probarlos hoy.
No sean tímidos, hermanos y hermanas. Desabróchense los cinturones, dejen que asomen sus barrigas, coman hasta explotar. No va a haber ningún brindis porque somos una familia. Simplemente beban hasta que sus corazones rebosen alegría. Y no se preocupen por la cuenta. Hoy me pueden chupar hasta la sangre.
—Costillas de burro en salsa de vino, que lo disfruten.
—Lengua de burro en salmuera, que lo disfruten.
—Tendones de burro estofados, que lo disfruten.
—Garganta con raíz de pera y de loto, que lo disfruten.
—Rabo de burro, que lo disfruten.
—Pezuñas cocidas con pepino de mar, que lo disfruten.
—Hígado a las cinco especies, que lo disfruten.
… y así…
Un popurrí de platos de burro flotaba por nuestra mesa. Nuestros estómagos ahora están tan estirados y tirantes como la piel de un tambor y a los comensales se les escapan unos eructos. Tenemos la cara cubierta de una película de grasa de burro, a través de la que se esboza cansancio, como burros de carga exhaustos. Camaradas, deben de estar saciados y agotados en este momento. Entonces paro a una camarera y le pregunto:
—¿Cuántos platos más quedan?
—Veinte más o menos —contesta—. No estoy segura del todo. Yo sólo saco lo que me dan.
Señalo a las personas que están alrededor de la mesa.
—Es que están llenos. ¿Podemos saltarnos algunos de los platos?
Con un gesto de reticencia dice:
—Han pedido un burro entero, y apenas le han hincado el diente.
—Pero estamos llenísimos —alego—. Querida, joven, ¿no podría por favor decir en la cocina que sólo saquen la mejor parte y que se olviden del resto?
La chica dice:
—Me entristece, pero está bien, hablaré con ellos.
La chica es efectiva. Inmediatamente sale con el plato final.
—Se llama «Dragón y fénix felizmente juntos», que lo disfruten. ¡Que aproveche!
La camarera quiere que observemos y disfrutemos la presentación del plato antes de empezar a comerlo.
Una mujer de nuestro grupo, que es una cascarrabias —y que tampoco es muy lista— le pregunta a la camarera:
—¿Con qué parte del burro está hecho?
Sin dudar contesta:
—Son los órganos sexuales del burro.
La mujer se ruboriza, pero, incapaz de controlar su curiosidad, pregunta:
—Sólo hemos pedido un burro, por lo que cómo es posible que haya dos… —Ella frunce los labios pensativa y señala al «dragón» y al «fénix» que están en el plato.
—El chef se ha desilusionado un poco porque se han perdido una docena de platos —contesta la camarera—, así que le ha añadido una parte del órgano sexual de una burra para hacer este plato.
Por favor, comiencen, señoras y señores, queridos amigos, no sean tímidos. Estas son las joyas del burro, tan deliciosas como horrorosas. Si no lo comen se lo perderán. Si lo hacen también lo perderán cuando vayan al baño, antes o después, ya saben a lo que me refiero. Vamos, hínquenle el diente, prueben, prueben, prueben «Dragón y fénix felizmente juntos».
Mientras que todo el mundo agita los brazos y levantan los palillos, mi viejo amigo Yu Yichi se pasea por el comedor. Me levanto de un salto para presentárselo.
—Este es el famoso señor Yu Yichi, el dueño de la taberna Yichi, miembro destacado del Congreso Consultivo Político Chino, miembro destacado de la Asociación de Empresarios Metropolitanos del Consejo de gobernadores, un trabajador modelo de la provincia, y candidato a trabajador modelo a nivel nacional. Él es el anfitrión de este banquete.
Todo son sonrisas en el comedor y Yu Yichi camina alrededor de la mesa dando la mano y entregando tarjetas perfumadas con una letra muy apretujada en chino y en algunas otras lenguas extranjeras a los clientes. Me doy cuenta de que se ha ganado la simpatía de todo el mundo enseguida.
Mira al «Dragón y fénix felizmente juntos» y dice:
—Eso es, les han servido este plato. Ahora pueden decir que han comido burro de verdad.
Alrededor de la mesa emergen expresiones de gratitud y cada uno de los invitados tiene una sonrisa en la cara.
»No me den la gracias a mí, denle las gracias a él —me apunta con el dedo—. “Dragón y fénix felizmente juntos” no es un plato fácil de preparar. Se considera inmortal. El año pasado, unas cuantas personas de renombre nos dijeron que querían probarlo, pero no fue posible porque no estaban a la altura. Así que puedo decir que tienen una verdadera “suerte gourmet”.
Yu Yichi se bebe de un trago tres vasos de «Perla negra» (un licor famoso en la Tierra del vino y los licores que ayuda a la digestión) con tres de nosotros. «Perla negra» es un licor fuerte, una especie de triturador de carne, que inmediatamente nos produce ruidos en el estómago.
—No se preocupen por los ruidos. El Doctor en vinos y licores está aquí —me señala Yu Yichi—. Vamos, pruébenlo. El dragón y el fénix felizmente juntos pierden su sabor en cuanto se enfría. —El enano coge la cabeza del dragón con unos palillos y la pone delante de la mujer que había mostrado tanto interés en los órganos sexuales del burro. Sin cortarse, se come la cabeza con grandes bocados, mientras el resto ataca el plato con los palillos, acabándoselo en cuestión de segundos, como un viento fuerte que barre las nubes del cielo.
Dice, con una sonrisa siniestra.
—No van a poder dormir esta noche.
¿Han entendido todos lo que ha querido decir con eso?
Amigos, señoras y señores, esta historia más o menos ha llegado a su fin, pero son tan buenos amigos que quiero seguir charlando con ustedes un poco más.
Esa noche, cuando se acabó el banquete de carne de burro, salimos dando tumbos de la taberna Yichi y caímos en el aire de la noche cerrada. Las luces de las estrellas forraban el cielo y el rocío de la noche cubría la tierra; una luz azulada y húmeda se reflejaba en la Avenida del burro. Unos cuantos gatos borrachos se peleaban en los tejados de las casas, lo que hacía que las tejas cantaran. El frío rocío era como escarcha y las hojas de los árboles flotaban hasta caer en el suelo a ambos lados de la calle. Algunos de mis amigos, que estaban medio borrachos, empezaron a cantar canciones revolucionarias. Frases entrecortadas, canciones del sur y melodías del norte, tan estridentes como los chillidos de los gatos en los tejados. No voy a exaltar su comportamiento con ningún comentario. Mientras todo esto pasaba, oímos los ruidos de unas pezuñas en la parte este de la calle. De repente, un burrito negro con unas pezuñas con forma de copa de vino y ojos como faroles cruzó la calle y se quedó enfrente de nosotros, tan rápido como una flecha negra. Yo estaba atónito tal y como, aparentemente, estaban los demás, dado que los cantantes cerraron la boca al igual que los que estaban a punto de vomitar. Los ojos borrachos de todo el mundo estaban fijos en el burrito negro, observando su galope desde el final este hasta el final oeste, y luego del oeste al final este de la calle. Después de tres viajes se quedó quieto en mitad de la Avenida del burro, con el cuerpo brillando de un color ébano, pero no soltó ni un sonido, como si fuera una estatua. Nuestros cuerpos estaban petrificados, congelados, esperando que la realidad pudiera verificar la leyenda. Y en efecto, después de oír un ruido fuerte en unas tejas, una sombra negra voló y aterrizó en la grupa del burro negro. Era un joven cuya piel desnuda brillaba llena de escamas; llevaba una bolsa en la espalda y mordía una daga con la cuchilla con forma de hoja de sauce, que emitía una luz fría.