Mo Yan y Li Yidou están caminando por la Avenida del burro.

La Avenida del burro está asfaltada con viejas baldosas, que la lluvia de toda la noche ha lavado. Un olor acre y agudo se levanta de entre las grietas de la carretera, lo que le recordó a Mo Yan una de las historias de Li Yidou.

—¿Existe de verdad un burro fantasmagórico y negro que frecuenta esta calle?

—Eso es una leyenda —dice Li Yidou—. Nadie lo ha visto en realidad.

—Tiene que haber infinitos fantasmas de burros que vaguen por esta calle —dice Mo Yan.

—Eso es un hecho. La historia de esta calle se remonta al menos doscientos años, y el número de burros que han matado aquí es incalculable.

—¿Cuántos al día? —pregunta Mo Yan.

—Veinte, como mínimo —contesta Li Yidou.

—¿Cómo es posible que haya tantos burros?

—¿Abriría alguien una carnicería si no hubiera suficientes burros que matar? —le dijo Li Yidou convincentemente.

—¿Hay clientes suficientes?

—A veces se van a casa con las manos vacías.

Mientras comentan la situación un hombre que parece un campesino se acerca hacia ellos con dos burros gordos y negros. Mo Yan se dirige a él.

—Oiga, viejo aldeano, ¿vende usted esos burros?

El hombre le lanza una mirada gélida a Mo Yan sin responderle, luego continúa el paso.

—¿Quieres ver cómo descuartizan a un burro? —le pregunta Li Yidou.

—Sí —contesta Mo Yan—. Claro que sí.

Así que se dan la vuelta y siguen al hombre que está llevando a los burros por la calle. Cuando llega a la carnicería de la familia Sun el hombre grita:

—Aquí están los burros, jefe.

Un hombre calvo de mediana edad sale corriendo de la carnicería.

—¿Qué te ha hecho tardar tanto, Viejo Jin?

—Me ha detenido la llegada del ferry —le dice el Viejo Jin.

El hombre calvo abre la puerta lateral del establecimiento.

—Mételos dentro —dice.

—Oye, Viejo Sun. —Li Yidou da un paso y se acerca para saludar al hombre.

—Mi, mi… —el hombre calvo está sorprendido—. Es un poco pronto para dar un paseo ¿no, viejo amigo?

Li Yidou señala a Mo Yan.

—Este hombre es un escritor muy importante de Beijing —dice—. Mo Yan, el tipo que escribió la película Sorgo rojo.

—No te dejes llevar, Yidou —dice Mo Yan.

—¿Sorgo rojo? —pregunta Calvito mirando a Mo Yan—. ¿Eso no es lo que se usa para hacer un buen licor?

—A Mo Yan le gustaría ver cómo descuartizas a un burro.

Calvito, incómodo con la idea, tartamudea…

—Eh… umm… hay sangre por todas partes, no querréis que os persiga la mala suerte…

—No pongas excusas —dice Li Yidou—. Mo Yan es un invitado del secretario Hu del Comité del Partido Municipal. Va a hacer publicidad de la Tierra del vino y los licores.

—¡Ah! —dice Calvito—. Es un periodista. Entrad, entrad y vedlo vosotros mismos. Esta tiendecita puede servir para hacer publicidad.

Mo Yan y Li Yidou siguen a los burros negros a la parte trasera, donde Calvito les da vueltas para examinarlos. Los burros, aparentemente asustados, se apartan de él.

—Para todos los burros este hombre es el carnicero del Infierno —comenta Li Yidou.

—He visto burros mejores Viejo Jin —dice finalmente Calvito.

—Tienen la carne tierna, la piel negra y brillante… han sido alimentados con tartas de judías. ¿Qué más quieres?

—¿Quieres saberlo? —dice Calvito—. Estos burros han sido alimentados con hormonas. ¡No van a saber bien!

—¿Qué demonios voy a haberles dado hormonas? —dice Viejo Jin—. Devuélvemelos ahora mismo. ¿Los quieres o no? Si nos los quieres me los llevo. ¡No eres el… el único carnicero de esta calle!

—Tranquilízate amigo —dice Calvito—. Nos conocemos desde hace años y aunque me trajeras un par de burros hechos de cartón te los compraría y los quemaría como ofrenda al dios de la cocina.

Viejo Jin estira la mano.

—¿Cuánto me das?

Calvito le estrecha la mano al hombre; las dos manos están cubiertas por las mangas de sus chaquetas.

—Así es como se hace por aquí —susurra Li Yidou a Mo Yan, que está obviamente perplejo—. El precio del ganado lo marca el número de dedos.

Las expresiones en las caras de Calvito y el hombre que vende los burros lo dicen todo. Parecen actores de un drama mudo.

La imaginación de Mo Yan se resiente por las expresiones de sus caras.

Calvito gira el brazo.

—Esa es mi oferta final —dice—. ¡No puedo subirla más, ni un centavo más!

El brazo del vendedor de burros también se aparta enfadado.

—¡Quiero esta cantidad!

Calvito aparta la mano.

—Te lo he dicho —insiste—. No puedo subir más. ¡O lo coges o te llevas a tus burros!

El hombre suspira.

—Calvito Sun —dice con voz alta—. ¡Calvito Sun, eres un hijo de puta, puedes ir directo al Infierno, donde los burros te comerán y luego te escupirán al suelo!

—¡Primero te comerán a ti, maldito vendedor de burros! —le respondió Calvito lleno de ira.

El hombre desata las cuerdas. El trato está hecho.

—Madre de nuestra hija pequeña, dale a Viejo Jin un bol de licor fuerte.

Una mujer de mediana edad salpicada de grasa entra con un bol grande y blanco lleno de licor y se lo da a Viejo Jin.

Viejo Jin coge el bol pero no se lo bebe. En su lugar mira a la mujer y dice:

—Señora, hoy he traído un par de burros negros. Dos penes de burro deberían duraros mucho tiempo.

Echando espumarajos por la boca, la mujer dice:

—Nunca he tenido dos baratijas de esas entre mis manos. Pero tu vieja esposa seguro que está contenta con el pene de burro que tiene en casa.

Con una fuerte risotada Viejo Jin se bebe de un trago el licor y le da el bol a la mujer. Entonces, después de atarse las cuerdas a la cintura dice con voz alta:

—Luego vendré a por el dinero Calvito.

—Haz lo que tengas que hacer —responde Calvito—. Pero no olvides comprar «algo suculento» para «darle el pésame como tú sabes» a la Viuda Cui.

—Ya tiene a alguien —dice Viejo Jin— así que no tendré la buena suerte de darle el pésame nunca más. —Dicho eso, sale dando zancadas por la tienda, pasa por delante del mostrador y sale a la Avenida del burro.

En este momento Calvito tiene un mazo en la mano y está listo para empezar la matanza. Se gira hacia Li Yidou y dice:

—Tú y el periodista quedaos ahí, amigos. No os querréis estropear la ropa.

Mo Yan se da cuenta de que los dos burros están pegados a la esquina, muy mansos, no tratan ni de huir ni rebuznan tristes. Están, sin embargo, temblando.

—Da igual lo fuerte que sea un burro —comenta Li Yidou—, cuando le ven sólo pueden temblar.

Calvito camina y se pone detrás de uno de los burros, levanta el mazo salpicado en sangre y da un golpe seco entre la pata del burro y su pezuña. Los cuartos traseros del burro se desploman en el suelo. El siguiente golpe es en la frente del animal, que yace en el suelo con las patas estiradas como garrotes de madera. En lugar de tratar de huir el otro burro aprieta la cabeza fuerte contra la pared, como si tratara de derribarla.

Entonces Calvito acerca un cuenco y lo coloca debajo del cuello roto del burro, coge un cuchillo de carnicero y le corta la arteria carótida al animal, lo que hace que un torrente de sangre purpúrea caiga en el cuenco…

Después de ser testigos de la matanza del burro Mo Yan y Li Yidou vuelven a la Avenida del burro.

—Eso ha sido muy cruel, maldita sea —dice Mo Yan.

—Es mucho más humano que antiguamente —dice Li Yidou.

—¿Cómo era entonces?

—En los últimos años de la dinastía Qing había en la Avenida del burro una carnicería famosa por su deliciosa carne de burro. Así era como lo hacían: cavaban un hoyo en el suelo y lo cubrían con tablas gruesas con cuatro agujeros en las esquinas para las patas del burro. De ese modo no podían oponer resistencia. A continuación les empapaban las patas al burro con agua hirviendo y le limpiaban cada centímetro de piel. Los clientes elegían la parte que querían comer y el carnicero se la cortaba en el momento. A veces ya habían vendido toda la carne del animal y seguías oyendo los resuellos lastimeros del animal. ¿Dirías que eso no es cruel?

—Me temo que sí —dice Mo Yan, chasqueando la lengua.

—La carnicería de la familia Xue recuperó este método de matanza no hace mucho e hizo un gran negocio hasta que los concejales le pusieron fin.

—¡Bien hecho!

—Si quiere que le sea sincero —dice Li Yidou—, la carne no era muy buena.

—Tu suegra dice que a la calidad de la carne le afecta el miedo del animal que siente justo antes de que le maten. Eso lo contabas en una de tus historias.

—Tiene una buena memoria.

—He comido pescado crudo guisado —dice Mo Yan—. Incluso cuando su cuerpo se está cociendo al vapor en la salsa su boca se sigue abriendo y cerrando, como si quisiera decir algo.

—No son pocos los ejemplos de prácticas de cocina cruel —dice Li Yidou—. Mi suegra es una experta en el tema.

—¿Hay muchas diferencias entre los suegros de tus relatos y los de verdad?

—La noche y el día —dice Li Yidou, ruborizado.

—Admiro tu valor —dice Mo Yan—. Si alguna vez publican tus historias tu mujer y tu suegro te van a cocer a fuego lento, eso por descontado.

—No me importaría. Incluso me pueden cocer al vapor o freírme siempre que publiquen mis relatos.

—No creo eso que mereciese la pena.

—Yo sí lo creo.

—Vamos a hablar sobre este tema un poco más esta noche —dice Mo Yan—. Me caes bien. No hay duda de que tienes más talento que yo.

—Me halaga, muy señor mío.