Estaba recostado en una cama dura pero relativamente cómoda, relativamente en comparación con los asientos, por lo tanto el escritor de mediana edad Mo Yan no podía dormirse. Tenía los ojos brillantes, redondos e hinchados, poco pelo y la boca torcida. Las luces encima de su cabeza estaban apagadas; el tren se iba introduciendo en la noche y sólo brillaban las luces del suelo, que eran de un amarillo tenue. Sé que hay muchas semejanzas entre este Mo Yan y yo, pero también muchas diferencias. Yo soy un cangrejo ermitaño y Mo Yan es el caparazón en el que me resguardo. Mo Yan es el paraguas que me protege de la lluvia, que desvía los vientos helados, una máscara que utilizo para seducir a las chicas de buenas familias. Hay veces en las que siento que este Mo Yan es una carga pesada, pero parece como si no me pudiera deshacer de ella, tal y como un cangrejo ermitaño no puede deshacerse de su caparazón. Puedo liberarme de ella en la oscuridad, al menos durante un rato. Le veo en la cama estrecha del tren, con la cabeza en constante movimiento y dando vueltas sobre la almohada diminuta; tantos años como escritor han hecho que tenga artrosis en la columna vertebral y ha hecho que su cuello esté rígido y dolorido; el más leve movimiento se convierte en un verdadero dolor agudo. Este Mo Yan me da asco, para ser sinceros. En este momento su cerebro está ocupado con extraños pensamientos: unos monos destilando alcohol y que son arrastrados por la luna. El investigador forcejea con un enano; las golondrinas hacen sus nidos con saliva y parecen hilos dorados; el enano baila sobre la tripa desnuda de una bella mujer; un Doctor en vinos y licores fornica con su propia suegra; una reportera saca fotos a un bebé estofado; viajes, insultos a la gente… ¿Cómo va a disfrutar esos pensamientos que invaden su mente?, me pregunto.

«Siguiente parada: la Tierra del vino y los licores —anuncia una revisora muy delgada y bajita mientras camina por el pasillo, a la vez que recoge los billetes y los mete en una bolsa cuando pasa—. Siguiente parada: la Tierra del vino y los licores. Los billetes por favor».

Enseguida Mo Yan y yo nos fundimos en uno. Se recuesta en su cama del compartimento, lo que significa que yo también me recuesto. Siento la tripa hinchada y el cuello tenso; me cuesta respirar y me sabe fatal la boca. Este Mo Yan es tan desagradable que cuesta tragar. Veo cómo saca la cartera de su vieja chaqueta gris y le da el billete a la joven, luego salta con torpeza de su cama y busca sus malolientes zapatos; sus pies apestan y parecen cangrejos ermitaños en busca de nuevos caparazones. Tosió dos veces, luego envolvió la ennegrecida taza, que usaba para lavarse la cara y los pies, con el trapo mugriento, la metió en una bolsa gris de viaje y se sentó durante unos segundos, atontado, mirando fijamente el pelo de la vendedora farmacéutica que dormía en la cama de debajo y que hacía muchos ruidos. Al final se puso de pie y caminó hacia la puerta.

Cuando me bajé del tren me llamó la atención el contraste de las gotas blancas de lluvia con la luz amarillenta de las lámparas. La estación de tren estaba desierta a excepción de dos hombres con dos abrigos azules. Unos conductores se apiñaban en silencio en las puertas de los coches, como gallinas en un gallinero que han conseguido sobrevivir otra larga noche. El tren está quieto, parece abandonado. El rugido del agua detrás del tren indica que han rellenado las cisternas. Justo delante de él los faros del tren son cegadores. Un hombre vestido con uniforme da golpes a las ruedas del tren con un mazo, como un pájaro carpintero. Los vagones rugen y las vías desaparecen a lo lejos bajo una luz brillante, también están empapadas; todo indica que ha estado lloviendo durante mucho tiempo, aunque cuando estaba en el tren no me he dado cuenta. Hace dos días, cuando estaba saliendo de Beijing, mi autobús pasó por la plaza de Tiananmén, donde la luz del sol resplandeciente resucitó los dorados crisantemos y las flores de un rojo feroz. Sun Yat-sen[23], que estuvo en la plaza y Mao Zedong, que cuelga de la pared de la Ciudad Prohibida, se intercambiaron mensajes en silencio detrás de la bandera de cinco estrellas que cuelga de un asta nueva. He leído en el periódico que el asta tiene más de cuarenta metros de alto y aunque no parece que sea tan alta, tiene que serlo, dado que nadie se atrevería a abaratar costes en erigir esta columna sagrada. No he salido de Beijing durante casi diez años, envuelto en la piel del escritor Mo Yan, así que me siento cómodo en este sitio. Geológicamente hablando es un terreno seguro, sin fallas por debajo. Ahora aquí estoy, en la Tierra del vino y los licores, y está lloviendo. Cuando te vas de un sitio a otro no puedes estar seguro del tiempo. Yo nunca pensé en la posibilidad de que la estación de tren de la Tierra del vino y los licores fuera tan tranquila, así de tranquila, bañada por una suave lluvia, una luz cálida y dorada, unas vías férreas brillantes, una noche fresca, un aire limpio y refrescante y un socavón oscuro que corre por debajo de los raíles. La pequeña estación de tren da la sensación de ser un escenario de una novela de detectives, y me gusta… quizá pueda añadir en alguna parte: «Cuando Ding Gou’er estaba caminando por el pasadizo bajo las vías del tren el olor a niño estofado seguía en su nariz. Grasa brillante de un rojo oscuro corría por la cara de la criatura diminuta y por el cuerpo dorado; una sonrisa de un misterio impenetrable se esbozaba en su boca…».

Observo cómo el tren ruge con fuerza y traquetea fuera de la estación. Hasta que la luz roja del último vagón desaparece en la curva y hasta que la noche cerrada no se lleva el estruendo, como una ilusión fragmentada, no cojo mi maleta y empiezo a andar por el túnel lleno de baches de debajo de las vías, que apenas está iluminado, tan sólo con unas cuantas bombillas de baja potencia. Cojo la maleta y coloco las ruedas para tirar de ella detrás de mí. Pero el ruido de las ruedas agita y alborota mi mente y mi corazón, así que la cojo y la llevo sobre mi espalda. Mis pisadas se magnifican en este túnel, lo que me hace sentirme vacío por dentro igual que Ding Gou’er… Las experiencias de este investigador en la Tierra del vino y los licores deberían haber estado relacionadas con este túnel subterráneo. Por aquí podría haber un mercado secreto para comprar y vender carne de niño en alguna parte; o una panda de borrachos, de putas, de mendigos y de perros medio locos dándose una vuelta, y aquí podría encontrar pistas importantes… Las descripciones únicas de una escena juegan un papel decisivo a la hora de que la ficción tenga éxito y cualquier novelista de primera categoría sabe que hay que cambiar el escenario en el que los personajes llevan la acción, ya que no sólo disimula los defectos del escritor sino que además aumenta el entusiasmo del lector en el proceso. Absorto en sus pensamientos, Mo Yan gira en una esquina y ve a un anciano hecho un ovillo en un rincón, con una manta hecha jirones envuelta sobre los hombros. A su lado yace una botella verde de licor. Me consuela saber que en la Tierra del vino y los licores hasta los mendigos tienen acceso a la bebida. Dada la cantidad de relatos que ha escrito el Doctor en vino y licores, Li Yidou, (todos ellos relacionados con el alcohol), ¿por qué no ha escrito uno sobre mendigos? Un mendigo alcohólico no quiere ni dinero ni comida, sólo quiere alcohol, y una vez que está borracho puede bailar y cantar, vivir la vida fácil y libre de un inmortal. Li Yidou, qué tipo tan curioso, me pregunto cómo será. Tengo que admitir que los relatos que me ha mandado han transformado completamente mi propia novela. Tenía pensado que Ding Gou’er fuera un agente especial con casi poderes sobrenaturales, un hombre de un talento brillante y extraordinario; sin embargo ha acabado siendo un borracho inútil. No puedo continuar la historia de Ding Gou’er y es por eso por lo que he venido a la Tierra del vino y los licores: en busca de inspiración, para buscarle un final mejor a mi investigador criminal en lugar de ahogarle en una letrina comunal.

Mo Yan reconoció a Li Yidou, el Doctor en vinos y licores y escritor amateur de relatos cortos, cuando se acercaba a la salida, una conclusión a la que llegó de manera instintiva cuando vio a un hombre alto, delgado y con la cara triangular. Se encaminó directamente hacia esos ojos ligeramente amenazadores.

El hombre tenía su mano grande y huesuda sobre la barrera de seguridad y dijo:

—Si no me equivoco usted debe de ser Mo Yan.

Mo Yan le dio un apretón con su mano helada y le dijo:

—¡Siento haberte causado tantos problemas, Li Yidou!

La mujer de seguridad del tren le pidió a Mo Yan que le enseñara el billete.

—¿Enseñar el qué? —gritó Li Yidou con todas su fuerzas—. ¿Sabe quién es este hombre? Es Mo Yan, el hombre que ha escrito la película de Sorgo rojo, ese mismo. Es un invitado de honor de nuestro Comité Municipal del Partido y del gobierno ¡es ese mismo!

Desconcertada durante unos momentos miró a Mo Yan sin palabras, lo que a él le pareció embarazoso. Enseguida le dio el billete, pero Li Yidou tiró de su brazo.

—Discúlpala —dijo.

Li Yidou cogió la maleta de Mo Yan y la cargó a los hombros. Debía de medir como mínimo un metro ochenta, una cabeza más alto que Mo Yan, que se consoló al darse cuenta de que Li Yidou pesaba como mínimo veinte kilos menos que él.

—Muy señor mío —dijo Li Yidou con energía—. En cuanto me llegó su carta le conté al secretario del Comité del Partido Municipal Hu las nuevas y fabulosas noticias y dijo: «Déle mi bienvenida, mi más sincera bienvenida». Salí corriendo y llevo aquí desde anoche, esperando en el coche.

—Pero en mi carta te dejaba claro que llegaría el 29 muy temprano.

—Tenía miedo de que llegara antes de la hora —contestó Li Yidou—. En tal caso hubiese estado solo en una ciudad extraña. Prefería llegar antes que tenerle a usted esperándome.

—Realmente te estoy causando muchas molestias —dijo Mo Yan con una sonrisa, agradecido.

—Al principio las autoridades municipales querían que el subsecretario Diamante Jin viniera a por usted, pero dije que dado que usted y yo somos amigos y que entre nosotros no tenemos que hacernos cumplidos yo era la persona idónea para venir a buscarle.

Caminamos hacia un lujoso sedán aparcado en una plaza iluminada por un grupo de farolas de la calle. La lluvia hacía que el sedán pareciera todavía más lujoso de lo que era.

—El gerente general Yu le espera en el coche —dijo Li Yidou—. El coche es de su taberna.

—¿Quién es el gerente general Yu?

—¡Yu Yichi, por supuesto!

Mo Yan se puso un poco nervioso a medida que le pasaban por la cabeza numerosas descripciones de Yu Yichi.

—El gerente general Yu Yichi insistió en venir —comentó Li Yidou—. Quería ser el primero en disfrutar de su llegada porque sabe cómo tratar a un amigo. Muy señor mío, no —por favor no— le juzgue sólo por la apariencia. Si le muestra una pizca de respeto él le devolverá una tonelada de respeto.

Las palabras seguían colgando en el aire cuando la puerta de un coche se abrió y se bajó un hombre diminuto de menos de medio metro de alto («Doce pulgadas Yichi» era una exageración de su pequeñez). Era bajito pero robusto, bien vestido, parecía un miembro de la nobleza.

—¡Mo Yan, pequeño diablillo, así que al final lo has conseguido! —le gritó con una voz ronca en cuanto se bajó del coche. Corrió hacia Mo Yan, le agarró la mano y se la sacudió con fuerza, como si fueran viejos amigos que no se han visto durante años.

Mientras Mo Yan le agarraba la mano tensa y nerviosa no podía evitar sentir remordimientos al pensar en cómo Ding Gou’er había matado a este hombre. ¿Por qué había considerado necesario matarle? Un pequeño e intrigante hombre como este, adorable como un muñeco… ¿qué más daba que hubiese hecho el amor con la camionera? No debería haber muerto; él y Ding Gou’er deberían haberse hecho amigos y juntos podrían haber acabado con el caso de los criminales come-niños.

Yu Yichi le abrió la puerta del coche a Mo Yan. Una vez que subió junto a su huésped le dijo, liberando un aliento a borracho:

—El Doctor habla de ti todo el día. Te lo digo, este tipo te adora. Pero ahora que te tengo cara a cara te tengo que decir que no eres tan guapo como decía. De hecho en realidad pareces un vendedor mediocre de alcohol barato.

Molesto por el comentario Mo Yan contestó con un notable sarcasmo:

—Es por eso por lo que el gerente general Yu y yo llegaremos algún día a ser buenos amigos.

Yu Yichi se rio como un niño pequeño.

—¡Eso es fantástico! Un hombre que es más feo que Picio y un enano, amigos. ¡Vámonos conductora!

La mujer detrás del volante, que no era una enana, estaba sentada en silencio. Una luz turbia de la plaza le iluminaba el rostro y Mo Yan se dio cuenta de que tenía una cara muy bonita y un cuello largo y precioso.

Los faros del coche se encendieron y la mujer arrancó y salió de la plaza con destreza, salpicando agua detrás del coche. El olor a riqueza pendía del ambiente. Un tigre de juguete bailaba y reía en el salpicadero. La música era muy buena; el coche parecía balancearse con la música como si naufragara en alta mar. Ni siquiera se toparon con un gato callejero sobre la avenida, perfectamente asfaltada. La Tierra del vino y los licores parecía muy grande. Los edificios de nueva construcción bordeaban la avenida; el Doctor en vinos y licores no exageraba cuando llamaba a la Tierra del vino y los licores una metrópolis muy bulliciosa.

Mo Yan siguió a Yu Yichi a la taberna, y Li Yidou, con la maleta todavía en el hombro, iba pisándoles los talones. El interior de la taberna era tan apetecible como se había imaginado, con el suelo de mármol encerado con un brillo único. Una mujer con gafas estaba sentada detrás del mostrador de la entrada; no era una enana. Yu Yichi le dijo que pusiera a su invitado en la habitación 310. Con la llave en la mano llevó al grupo de personas al ascensor y apretó el botón apresurada, para que nadie lo llamara antes. Cuando el ascensor se abrió Yu Yichi entró rápidamente y a continuación entró Mo Yan, aunque al principio era un poco reacio a hacerlo. Li Yidou entró después, seguido de la mujer de las gafas, después de la cual se cerró la puerta. Mientras el ascensor subía hacia el piso 3 una cara feísima y cansada se reflejaba en la puerta de metal. A Mo Yan le costaba creer que fuera tan feo. En pocos años, descubrió, había envejecido considerablemente. Vio el reflejo de la mujer de gafas con los ojos adormilados al lado de él y de repente se giró para mirar los números del panel del ascensor. Empezó a pensar… el exhausto Mo Yan por fin estaba cara a cara con su rival Yu Yichi en los estrechos confines de un ascensor. Cuando dos enemigos se encuentran sus ojos brillan con llamaradas de envidia… Yo, por otro lado, me estoy concentrando en la joven de gafas, en la piel suave de su cuello y sus senos, pensamientos y fantasías que pasan por mi cabeza como un rayo en el cielo, como un corcel celestial; los recuerdos del pasado vagaban por su mente. Una vez, cuando tenía catorce años, le toqué los senos a una chica. Con una risita dijo: «Vaya, sabes cómo tocarlas incluso a tu edad, ¿eh? ¿Quieres ver cómo son?». «Sí», contesté. «Vale», dijo ella. Me sentía muerto de los nervios. Y esa gran puerta morada hacia la pubertad se abrió de golpe con un rugido cuando esa chica empezó a desabrocharse la blusa. Me precipité por la puerta sin pensar en las consecuencias, dejando mi niñez, cuando salía a correr con los animales y a jugar con los pájaros, detrás, de una vez por todas. El ascensor hizo mucho ruido, se paró y la puerta se abrió. La joven de las gafas nos llevó a la habitación 310, abrió la puerta y se echó a un lado para dejarnos pasar. Mo Yan, al que nunca le habían gustado las habitaciones de primera categoría, entró en su suite lujosa y se sentó en el sofá.

—Esta es la mejor habitación, espero que sea de su agrado —dijo Yu Yichi.

—Cualquier cosa está bien —dijo Mo Yan—, como viejo veterano puedo vivir en casi todas partes.

—Las autoridades te iban a instalar en la casa de huéspedes del Comité Municipal del Partido —dijo Li Yidou— pero las mejores habitaciones estaban reservadas para los invitados de honor extranjeros y compatriotas de Hong Kong, Macao y Taiwán que han venido al Primer Festival Anual del Licor del mono.

—Aquí mejor —afirmó Mo Yan—. Prefiero estar lo más lejos posible de los altos mandos.

—Mo Yan evita a toda costa estar en primera plana, prefiere estar tranquilo y en paz —remarcó Li Yidou.

Con una risa Yu Yichi dijo:

—¿Puede un hombre que ha escrito Sorgo rojo realmente huir de la fama y preferir la paz y la tranquilidad? No llevas trabajando en el Departamento de Propaganda ni dos días y ya eres un experto lameculos.

Li Yidou, avergonzado, dijo:

—No se tome muy a pecho los comentarios del gerente general Yu, Mo Yan. Es famoso en la Tierra del vino y los licores por su lengua viperina.

—No pasa nada —respondió Mo Yan—, yo también puedo tener una lengua viperina.

—Se me ha olvidado mencionar, muy señor mío, que me han transferido al Departamento de Propaganda del Comité del Partido Municipal —dijo Li Yidou—. Mi trabajo consiste en preparar anuncios publicitarios.

—¿Y qué pasa con tu tesis doctoral? —preguntó Mo Yan—. ¿La has acabado?

—Puede esperar. Este tipo de trabajo encaja más conmigo. Los comunicados de prensa se acercan más al trabajo creativo.

—Me parece bien —dijo Mo Yan.

—Prepárale un baño caliente a nuestro invitado, señorita Ma —dijo Yu Yichi—. Haz que se lave ese cuerpo sudoroso y apestoso.

Con un movimiento lacónico la joven de las gafas entró en la habitación, en la que enseguida se oyó el sonido del agua correr.

Yu Yichi abrió las puertas del mueble bar, en el que había docenas de botellas de licores diversos.

—¿Cuál quieres? —le preguntó a Mo Yan.

—Ninguno para mí, no tan temprano —contestó Mo Yan—. Voy a esperar.

—¿Qué quieres decir con esperar? —preguntó Yu Yichi—. La primera responsabilidad de un visitante nada más llegar a la Tierra del vino y los licores es tomarse una copa.

—Prefiero una taza de té.

—No vas a encontrar una gota de té en la Tierra del vino y los licores —respondió Yu Yichi—. El licor es nuestro té.

—Donde fueres haz lo que vieres, muy señor mío —le dijo Li Yidou a Mo Yan.

—Bueno, está bien.

—Ven aquí y elige tu veneno —dijo Yu Yichi.

La gran diversidad de botellas, cada una de ellas del mejor alcohol del mercado, abrumó a Mo Yan.

—Me han dicho que eres un bebedor de primera clase —comentó Yu Yichi—. ¿Es eso cierto?

—Para serte sincero no soy tan bueno y mis conocimientos sobre la materia son limitados.

—La modestia no te queda bien —dijo Yu Yichi—. Además, he leído todas las cartas que le has escrito a Li Yidou.

Mo Yan le lanzó una mirada de descontento a Li Yidou, quien salió en su propia defensa:

—El gerente general Yu es uno de los nuestros. No hay nada de lo que preocuparse.

Yu Yichi cogió una botella de «Hormigas verdes» y dijo:

—Después de una noche en un tren no deberías beber algo muy fuerte.

—«Hormigas verdes» es una elección excelente —dijo Li Yidou con amabilidad—. Una de las creaciones de mi suegro. Se ha destilado del sorgo y de judías mung. A lo que se le ha añadido una docena o más de hierbas medicinales extrañas. Beber es como escuchar a una mujer hermosa tocar la cítara, una interpretación mágicamente concebida que te hace recrear cosas del pasado remoto.

—Ya es suficiente —le interrumpió Yu Yichi—. Tú y tus interminables métodos de venta.

—Ahora ya sabes por qué me han transferido al Departamento de Propaganda. Publicidad, eso es lo que necesitamos para nuestro Primer Festival Anual del Licor del mono y yo soy, al fin y al cabo, un Doctor en vino y licores.

—Futuro Doctor —dijo Yu Yichi con tono burlón.

Yu Yichi sacó los vasos de cristal del mueble bar y los llenó hasta el borde con un licor verde.

Antes de ir a la Tierra del vino y los licores Mo Yan había leído sobre los licores y había aprendido una o dos cosas sobre las reglas de la cata. Levantó el vaso, lo tocó con la punta de la nariz y lo olió; luego, con la mano aireó el aroma del licor acercándoselo a la cara. A continuación se colocó el vaso justo debajo de la nariz e inhaló profundamente, luego aguantó la respiración, cerró los ojos y adquirió la imagen de un hombre sumido en sus pensamientos. Después de un rato abrió los ojos y dijo:

'—No está nada mal, tenías razón. Tiene el aroma y el sabor de la antigüedad, refinado y solemne. No es malo para nada.

—Vaya, me impresionas —dijo Yu Yichi—. Sí que sabes una o dos cosas, sí.

—Mo Yan es un experto innato del fino licor —apuntó Li Yidou.

Mo Yan sonrió con suficiencia.

Justo en ese momento llegó la chica de las gafas.

—El baño está listo, Gerente General —informó.

—De un trago —dijo Yu Yichi, chocando la copa de Mo Yan contra la suya—. Date un baño y descansa. Puedes dormir un par de horas, el desayuno no está listo hasta las siete. Mandaré a alguna de las chicas para que te despierte.

Después de beberse el licor del vaso le dio un golpecito en la rodilla a Li Yidou y dijo:

—Hora de irse, Doctor.

—Podéis dormir aquí —dijo Mo Yari bromeando—. Nos podemos apretar los tres.

Con un guiño Yu Yichi dijo:

—Las reglas de este lugar no permiten que los hombres compartan la misma habitación.

Li Yidou iba a dar su opinión cuando Yu Yichi le dio un empujón.

—¡He dicho que nos vamos!

Ahora, finalmente, era capaz de despojarme del caparazón de Mo Yan. Bostecé, escupí en la escupidera y me quité los zapatos y los calcetines. Alguien llamó con suavidad a la puerta. Con rapidez me subí los pantalones, que estaban a la altura de las rodillas, me estiré la camisa y fui a abrir la puerta. La señorita de las gafas, Ma, entró a toda prisa.

Estaba sonriendo y ya no tenía los ojos adormilados.

—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó Mo Yan con decoro, con la adrenalina por las nubes.

—El gerente general Yu me ha mandado que le eche «Hormigas verdes» en la bañera —respondió la señorita Ma.

—¿Alcohol en la bañera?

—Es creación del gerente general Yu —explicó la señorita Ma—. Afirma que el licor en el baño es muy bueno para la salud. El alcohol mata los gérmenes, relaja los músculos y estimula el riego sanguíneo.

—¡No me sorprende que este lugar se llame la Tierra del vino y los licores!

La señorita Ma le quitó el corcho a la botella de licor y entró en el baño, con Mo Yan pegado a sus talones. La habitación seguía llena de vaho y tanta blancura creaba un ambiente romántico. La señorita Ma vació la botella en la bañera, lo que liberó un fuerte, aunque estimulante, aroma a alcohol, por supuesto.

—Ya está listo, Mo Yan, señor, ya puede meterse en la bañera.

La joven sonrió a medida que caminaba y Mo Yan detectó una vaga sensación de romanticismo en su sonrisa. Casi se apoderan las emociones de él, estuvo a punto de abrazar a la chica y de darle un beso en su mejilla sonrosada. Pero apretó la mandíbula para controlar sus instintos y vio cómo la señorita Ma salía de la habitación.

Después de que se fuera del baño, Mo Yan se quedó de pie durante unos segundos antes de quitarse la ropa. La habitación tenía una atmósfera cálida y primaveral. Una vez desnudo se frotó su protuberante ombligo y se miró a sí mismo en el espejo. No era una vista muy alentadora. Se felicitó a sí mismo por no haber cometido un grave error un momento antes.

Sintió el agua hirviendo y el alcohol abrasador nada más entrar en la bañera; poco a poco se sumergió hasta que sólo le asomaba la cabeza, que apoyó contra el borde de la bañera. El agua, realzada con el licor y de un tono ligeramente verdoso, hacía que le picara la piel, de manera dolorosa, pero en cierta manera agradable. «¡Ese maldito enano —maldijo contento— él sí que sabe cómo vivir la vida!». En cuestión de segundos el dolor había desaparecido. Podía sentir que la sangre de las venas le corría más rápido que nunca en su vida; sus articulaciones se sentían lubricadas y suaves. Unos minutos después, la transpiración cubría su frente. Su cuerpo estaba relajado y su frente empezó a sudar. Hace años desde la última vez que sudé, pensó. Todos mis poros están abiertos… Debería dejar que Ding Gou’er se remojara en un baño de «Hormigas verdes» y que una joven entrase justo en ese momento. Este es el tipo de cosas que necesita un thriller

El baño acabó y Mo Yan salió de la bañera, se cubrió los hombros con un albornoz que olía a césped y se estiró perezosamente en el sofá. Se sentía sediento, por lo que cogió una botella de vino blanco del mueble bar. Cuando estaba a punto de sacarle el corcho la señorita Ma volvió a entrar a la habitación, esta vez sin llamar. Mo Yan se puso tenso con su llegada y corrió a atarse el albornoz y a taparse bien las piernas. En realidad tenso no era la palabra; lo que sentía era mucho más agradable que eso.

La señorita Ma le quitó la botella de la mano, la abrió y le llenó un vaso.

—Mo Yan, señor, el gerente general Yu me ha mandado que le dé un masaje.

Gotas de sudor volvían a rodar por la frente de Mo Yan a la vez que tartamudeaba:

—No hace falta, casi ha salido el sol.

—Por favor no lo rechace, el Gerente General me ha mandado que venga y lo haga.

Así que Mo Yan se tumbó en la cama y dejó que la señorita Ma le diera un masaje. Durante todo el tiempo se estuvo concentrando en la imagen de un par de esposas para evitar hacer lo que no debía.

Yu Yichi le sonrió burlonamente durante todo el desayuno, lo que hizo que Mo Yan se sintiera muy incómodo. Sabía que cualquier cosa que comentara sería superflua y que al fin y al cabo el silencio lo dice todo.

Li Yidou corrió sin respiración a la mesa. Mo Yan le preguntó compasivo al verle las ojeras y la cara demacrada:

—¿No has dormido nada?

—El periódico provincial me ha estado presionando para cerrar un artículo, así que me volví a la oficina para acabarlo.

Mo Yan llenó un vaso con licor y se lo dio.

—Mo Yan, muy señor mío —dijo después de beberse el licor—. El secretario del Partido Hu quiere que visite la ciudad por la mañana y que luego se encuentre con él para almorzar.

—No es necesario —dijo Mo Yan—. El Secretario del Partido es un hombre muy ocupado.

—Pero tiene que ir —insistió Li Yidou—. Es usted un invitado de honor. ¡Además, la Tierra del vino y los licores va a contar con su pluma heroica para hacerse famosa!

—¿Mi pluma heroica?

—Mi querido Mo Yan, desayuna —dijo Yu Yichi.

—Sí, eso, Mo Yan, muy señor mío —dijo Li Yidou—. Por favor, coma.

Mo Yan se acercó la silla a la mesa y apoyó los codos y las muñecas en el mantel blanco. La luz del sol se colaba entre las ventanas e iluminaban cada rincón del pequeño comedor. Unas notas de jazz caían del techo, que parecía que estuviera muy lejos. Los acordes mudos de una trompeta llegaban al alma. Estaba pensando en el masaje y en la señorita Ma.

El desayuno consistía en seis platos que eran una variedad atractiva de verdes y rojos. Les acompañaba leche, huevos fritos, tostadas, mermelada, rollitos al vapor, gachas de arroz, huevos de pato salteados, cuajada de judías fritas fermentadas, tartas de sésamo, rosquillitas… tantas opciones que apenas las podía contar. Una combinación de comida china y occidental.

—Un rollo al vapor y un bol de gachas de arroz son suficientes para mí —dijo Mo Yan.

—Cómetelo todo —dijo con insistencia Yu Yichi—. No tienes que guardar las formas. La Tierra del vino y los licores está llena de comida.

—¿Y para beber? —le preguntó Li Yidou—. ¿Qué licor quieres?

—¿Con el estómago vacío? No gracias.

Yu Yichi dijo:

—Toma un vaso, sólo uno. Es la costumbre.

—Mo Yan tiene un estómago delicado —dijo Li Yidou—. Un vaso de licor de jengibre le entonará.

—Señorita Yan —gritó Yu Yichi—. Ven a servirnos el licor.

Una camarera apareció, todavía más adorable que la señorita Ma. Dejó completamente encandilado a Mo Yan.

—Querido Mo Yan —dijo Yu Yichi a la vez que le daba un golpecito en el hombro—, ¿qué opinas de las chicas de la taberna Yichi?

—Son como las diosas de la luna —contestó.

—La Tierra del vino y los licores no es sólo famosa por sus magníficos licores. Nuestras mujeres son igual de magníficas —alardeó Li Yidou—. Las madres de Xi Shi y Wang Zhaojun nacieron en la Tierra del vino y los licores.

Yu Yichi y Mo Yan se rieron.

—No se rían —protestó Li Yidou—. Tengo pruebas.

—Deja de decir tonterías —dijo Yu Yichi—. Si lo que quieres son grandes historias pregunta a Mo Yan, él es el maestro.

Li Yidou se rio.

—Tienes razón. Estoy alzando mi hacha sobre el mejor luchador con hachas del mundo.

Acabaron de desayunar entre más charlas y risas. La señorita Yang le dio a Mo Yan una toallita caliente y perfumada, con la que se secó la cara y las manos. No recordaba haber sentido tanto bienestar antes.

Cuando se tocó las mejillas su piel estaba suave y sedosa. Se sintió completamente relajado.

—Propietario Yu —dijo Li Yidou—, contamos contigo para comer en tu taberna una comida fabulosa.

—¿Necesitas decírmelo? No me atrevería a ofrecerle a Mo Yan nada que no sea de la mejor calidad; es nuestro gran invitado de honor.

—He pedido un coche, Mo Yan, muy señor mío —dijo Li Yidou—. Podemos dar un paseo si le apetece o si no podemos ir en coche.

—Dile al conductor que tiene la mañana libre —dijo Mo Yan——. Caminaremos por donde nos lleven nuestros pies.

—Lo que desee —dijo Li Yidou.