«Alcohol»
Li Yidou
«Queridos amigos, queridos estudiantes, cuando me enteré de que me habían contratado como profesor visitante en la Universidad de Destilación, fue un gran honor, como una lluvia primaveral en mitad del invierno, y me llegó al corazón, que es leal y viril, a mis pulmones e intestinos verdes y a mi hígado morado, que asienta y tolera el alcohol. Estoy de pie detrás de este estrado sagrado, hecho de madera de pino y ciprés y decorado con flores coloridas de plástico para daros una conferencia fundamentalmente sobre las características particulares del alcohol. Todos vosotros sabéis que cuando el alcohol entra en el cuerpo, la mayor parte se metaboliza en el hígado».
Diamante Jin se subió al estrado en la sala de educación general de la Universidad de Destilación en la Tierra del vino y los licores y con solemnidad cumplió con su objetivo. Había elegido un tema vasto y de amplio alcance para su primera conferencia: «Alcohol y sociedad». En la historia de líderes destacados y brillantes no hay ninguno que no evite ser concreto cuando hablan en público, como Dios mirando hacia abajo desde de las alturas, e invocan tiempos remotos y modernos, convocan al cielo y la tierra, recorren un vasto camino a través del tiempo y el espacio. Diamante Jin mostró su valía como profesor visitante y no dio muchos detalles del tema de su discurso. Se permitía a sí mismo elevarse en el cielo como un corcel divino, aunque de vez en cuando sabía que debía volver a la tierra. La retórica fluía de su boca, cambiando su curso según su voluntad, a pesar de que cada frase estaba anclada al tema, directa o indirectamente.
Novecientos universitarios de la Tierra del vino y los licores, chicos y chicas, le escuchaban con atención. Sus corazones y sus mentes estaban listos para fugarse junto al resto de profesores, instructores y becarios de la sala. Todos estaban sentados y formaban un cuerpo único; eran una galaxia de ignorantes mirando fijamente a una estrella luminosa y celestial. Era una mañana primaveral y soleada, y Diamante Jin estaba detrás del estrado mirando a su público con ojos tan brillantes como el diamante. El profesor Yuan Shuangyu, que tenía los sesenta años más que cumplidos, se sentó entre el público y miró al escenario; su pelo blanco parecía que iba a desprenderse en el aire por encima de su cabeza, era la imagen de la elegancia. Cada pelo era como una hebra de hilo de color plata, sus mejillas estaban encendidas y su compostura era impecable; al igual que un iluminado taoísta, era un hombre que encarnaba el espíritu de una nube a la deriva o de una grulla salvaje. Su cabeza plateada, que destacaba entre todas las demás, daba el efecto de un camello entre un rebaño de ovejas. Este anciano caballero fue mi director de tesis. Le conocí un día y luego conocí a su mujer, y después me enamoré de su hija y nos casamos, lo que significaba que él y su mujer se convirtieron en mis suegros. Ese día yo estaba entre el público, un doctorando en vino y licores en la Universidad de Destilación, y mi director de tesis era mi suegro. El alcohol es mi espíritu, mi alma, y es además el título de este relato. Escribir ficción es para mí un hobby, por lo que estoy al margen de las presiones de un escritor profesional; puedo dejar volar la pluma donde quiera y puedo emborracharme mientras escribo. ¡Un buen licor! ¡Eso es, un buen licor! Un buen licor, buen licor… de mi mano emerge tinta tan buena como un buen licor. Si lees mis palabras, mi gran licor, no levantarás la mirada del papel, como un puerco que no levanta la mirada del plato cuando come. Cuando cierro los ojos todavía puedo ver la sala de conferencias. El laboratorio. Todo ese precioso licor en el Laboratorio de Mezclas, cada vaso de precipitados lleno con diferentes tonos de rojo; las luces bailan, el vino corre por mis venas, en la corriente del tiempo mis pensamientos viajan corriente arriba y la pequeña cara de Diamante Jin se difumina, pero es muy expresiva, con un atractivo seductor. Es el orgullo y la gloria de la Tierra del vino y los licores, objeto de reverencia entre todos los alumnos. Ellos quieren que sus futuros hijos sean como Diamante Jin, las jóvenes desean que sus futuros maridos sean como Diamante Jin. Un banquete no es un banquete sin alcohol; la Tierra del vino y Los licores no sería la Tierra del vino y los licores sin Diamante Jin, que entonces se bebió de un trago un vaso grande de alcohol, luego se secó sus húmedos y sedosos labios con un pañuelo de seda que olía a elegancia. Wan Guohua, la flor del Departamento de Destilación, llevaba puesto el vestido más bonito que el mundo ha visto jamás y le rellenó la copa a nuestro profesor visitante; cada movimiento era un ejemplo de elegancia. Ella se ruborizó cuando él la miró con dulzura; casi podíamos decir que unas nubes rojas se asentaban en sus mejillas debido a la alegría. Sé que algunas chicas del auditorio sintieron punzadas de celos, mientras que otras sintieron pura envidia y otras apretaban los dientes llenas de ira. Él tenía una voz retumbante y nítida que proyectaba desde lo más profundo de su garganta, nunca la tenía que aclarar antes de hablar. Su tos era su único defecto, del que sólo la gente destacada puede presumir, un simple hábito que no afectaba a su imagen refinada. Dijo:
«Queridos compañeros y alumnos, no tengáis fe ciega en el talento, el talento en realidad no es nada más que trabajo y esfuerzo. Por supuesto que los materialistas no niegan de manera categórica que algunas personas están dotadas más profusamente que otras. Pero este no es un absoluto determinante. Reconozco que poseo una habilidad natural superior para beber alcohol, pero si no fuera por practicar, prestar atención a la técnica y al arte, esta espléndida habilidad que poseo de beber todo lo que quiera sin emborracharme hubiese sido imposible».
Eres muy modesto Diamante Jin, pero en realidad las personas con verdaderas habilidades generalmente lo son. La gente que presume de sus talentos no suele tener talentos naturales, o muy pocos. Con suma gracia te bebiste otra copa. La jovencita del Departamento de Destilación te la rellenó con garbo. Yo me relleno mi propia copa con hartazgo. La gente se intercambiaba sonrisas y miradas de complicidad. El alcohol era la musa del poeta de la dinastía Tang. Li Bai. Pero Li Bai no puede compararse a mí porque él tenía que pagar el vino y los licores y yo no. Puedo beber el vino y el licor del laboratorio. Li Bai fue un maestro literario, mientras que yo sólo hago garabatos. El Vicepresidente de la Asociación de Escritores Metropolitanos me propuso que escribiera sobre los aspectos de la vida que me eran familiares. Solía con frecuencia llevar el vino o el licor que robaba del laboratorio a su casa. Él no me mentiría. ¿Por dónde vas de la conferencia Diamante Jin? Vamos a aguzar el oído y a focalizar nuestra energía. Los estudiantes universitarios eran como novecientos burros bravucones.
Burros. La expresión de la cara del profesor Diamante Jin, nuestro subdirector, y sus ademanes, apenas diferían en algo de los burros. Se le veía muy adorable ahí arriba detrás del estrado, con las manos revoloteando en el aire y el cuerpo retorciéndose. Estaba diciendo:
«Mi relación con el vino y el licor se remonta a hace cuarenta años. Hace cuarenta años, cuando se fundó nuestra República Popular, fue un mes de completa dicha, y en aquel entonces yo simplemente estaba arraigándome en el útero de mi madre. Antes de eso, de acuerdo a lo que he podido averiguar, mis padres no se diferenciaban del resto de la gente: rebeldes hasta el punto de insensatos, y todos los placeres que siguieron se sumieron en un estado de éxtasis salvaje, tan exagerado como si cayeran flores del cielo. Por lo tanto yo soy producto, o quizá un subproducto, del éxtasis. Queridos alumnos, todos conocemos la relación entre el alcohol y el éxtasis. No importa si los carnavales coinciden con las celebraciones del dios del vino ni tampoco importa que Nietzsche naciera en la fiesta del dios del vino. Lo que importa es que la unión del esperma en éxtasis de mi padre y el ovario en éxtasis de mi madre predeterminaron mi estrecha relación con el alcohol. —Desdobló un papelito que le pasaron y lo leyó—: “Soy un trabajador ideológico del Partido —anunció con tolerancia y magnanimidad— por lo que ¿cómo voy a ser un portavoz del idealismo?”. Soy materialista hasta la médula. Ahora y siempre levantaré bien alto la pancarta con las palabras bordadas con hilo dorado: “El materialismo primero, los asuntos espirituales después”. Aunque es consecuencia del éxtasis, el esperma es algo material, por lo que usando esta lógica ¿no es el ovario algo material también? O, visto desde otro ángulo, ¿es posible para la gente en estado de éxtasis abandonar su propia carne para transformarse en seres puramente espirituales volando en todas direcciones? Y además mis queridos alumnos el tiempo es oro, el tiempo es dinero, el tiempo es vida en sí mismo y no debemos dejar que las cosas más sencillas nos confundan. Hoy al mediodía vamos a inaugurar el Primer Festival Anual de Licor del mono para nuestros benefactores, incluyendo chinos-americanos y a nuestros hermanos de Hong Kong y Macao. Se merecen lo mejor».
Desde donde yo estaba colocado de pie, en la parte trasera del pasillo, vi los músculos deltoides debajo del cuello del marido de mi suegra ponerse tensos y rojos cuando Diamante Jin mencionó las palabras «Licor del mono». El viejo profesor había estado salivando la mayor parte de su vida adulta al pensar en el supremo licor de esta leyenda. Para los dos millones de habitantes de la Tierra del vino y los licores transformar la leyenda del «Licor del mono» en una bebida real sería como un sueño hecho realidad; se había formado un equipo de personas, con extraordinarios fondos de las arcas municipales. El viejo profesor había liderado este equipo, por lo que ¿qué deltoides iban a tensarse si no eran los de él? No pude ver su cara. Pero estoy seguro de que se cómo era. Diamante Jin prosiguió:
«Queridos alumnos, dejad que la siguiente imagen sagrada tome forma delante de vuestros ojos: Un banco de extasiados espermas, moviéndose ágiles, como un ejército de valientes soldados asaltando una fortaleza. Oh, puede que estén muy excitados, pero sus movimientos son enérgicos aunque controlados. El cabecilla fascista Hitler quería que la juventud de Alemania fuera rápida y ágil, como perros de caza feroces, que fuera resistente y flexible como el cuero, y dura e implacable como el acero. Ahora, aunque la juventud alemana idealizada de Hitler puede ser de alguna manera análoga al banco de esperma moviéndose delante de nuestros ojos —uno de ellos es el esperma que me creó—, no merece la pena repetir metáforas como las de Hitler por muy buenas que sean, sobre todo cuando el creador de ellas está entre los hombres más malvados que ha pisado la faz de la tierra. Mejor que usemos clichés domésticos en lugar de los mejores clichés que los extranjeros nos puedan ofrecer. Es una cuestión de principios. Líderes, camaradas de todos los niveles, tened cuidado, no seáis chapuceros, nunca. En los libros de medicina los espermatozoides vienen descritos como renacuajos, por lo que dejad que estos renacuajos se den un baño. En esa marea de renacuajos uno lleva mi nombre y nada en las aguas templadas de mi madre. Es una carrera. El trofeo del ganador es una jugosa y tierna uva blanca. A veces, por supuesto, hay empate entre dos de los competidores. En casos como este, si hay dos uvas blancas, cada contrincante se lleva la suya; pero si sólo hay una uva blanca, entonces tienen que compartir el dulce néctar. ¿Pero qué pasa si tres o cuatro o incluso más contrincantes llegan a la línea de meta a la vez? Esto es un caso especial, no es algo particularmente frecuente, y los principios científicos son abstraídos de las condiciones generales, no contemplan las condiciones especiales. Lo que requiere una discusión especial. De todas maneras en esta carrera en particular yo alcancé la línea de meta por delante de los demás, y la uva blanca me tragó, pasando a ser parte de ella y dejando que ella fuera parte de mí. Eso es, la metáfora imaginable más rica del mundo sigue siendo inferior al “Licor del mono”; Lenin dijo que sin metáfora no puede haber literatura y eso mismo dijo Tolstói. Nosotros frecuentemente usamos “alcohol” como metáfora de una mujer bella, y la gente emplea frecuentemente una mujer bella como metáfora del alcohol; pero haciendo esto, demostramos que el alcohol y una bella mujer comparten propiedades comunes, que están individualizadas por propiedades distintivas dentro de esas propiedades comunes, y que las propiedades comunes dentro de las propiedades distintivas son las que desindividualizan a una mujer bella y al alcohol. Rara vez alguien adquiere verdadero entendimiento de la ternura de una mujer bella bebiendo alcohol; eso es tan raro como las plumas de un ave fénix y los cuernos de un unicornio. De igual modo, es difícil para una persona adquirir verdadero entendimiento de las cualidades de un licor a través de la dulzura de una bella mujer; eso es tan raro como los cuernos de los unicornios o las plumas del ave fénix».
Ese día su discurso nos dejó estupefactos, nosotros somos diplomados con una mentalidad más cerrada que los licenciados. Él había consumido más alcohol que el agua que habíamos consumido nosotros.
El conocimiento genuino viene de la práctica, queridos estudiantes. Un tirador se alimenta de balas; la musa del alcohol se baña en alcohol. ¡No hay atajos en el camino del éxito, y sólo aquellas personas intrépidas que tienen el coraje de seguir escalando una ardua montaña tienen alguna esperanza de alcanzar la gloriosa cima!
La gloria de la verdad brilló sobre nosotros y nosotros respondimos con un aplauso ensordecedor.
»Alumnos, yo tuve una infancia deprimente. La gente especial lucha contra los mares de miseria y yo no fue ninguna excepción. Yo anhelaba el alcohol, pero no había.
El subdirector Jin nos ha contado como, bajo grandes circunstancias adversas, sustituyó el alcohol industrial por alcohol hecho a partir de sorgo con el fin de fortalecer sus órganos internos, y yo quiero usar pura literatura para describir esta experiencia extraordinaria. Cojo mi copa, le doy un trago y hago un ruido al dejarla en la bandeja lacada. Estaba oscureciendo, y Diamante Jin se encontraba en un punto intermedio entre ser el Subdirector y su frenético esperma. Hizo gestos con la mano. Llevaba puesta una chaqueta con forro hecha jirones cuando nos condujo a su pueblo natal:
»Era una fría noche de invierno, la luna creciente y el cielo de estrellas iluminaban las calles y las casas. Las ramas estaban marchitas y las hojas de los sauces y las flores de los ciruelos forraban el suelo del pueblo de Jin. No mucho después de una reciente y pesada nevada, el sol salió dos veces, derritiendo la nieve y formando carámbanos de hielo que caían de los aleros de los tejados y emitían un brillo tenue por sí solos bajo la luz natural que venía de arriba; la nieve acumulada en los tejados y en las ramas también brillaba. Según la descripción del subdirector Jin no era una noche de invierno con mucho viento en particular, pero el hielo del río se partió y se rompió por la avalancha del asombroso frío. Al romperse sonó como explosiones en la noche tardía. Entonces la noche se volvió cada vez más silenciosa. El pueblo se durmió enseguida, ese pueblo de las afueras de la Tierra del vino y los licores».
Algún día cogeremos el coche del subsecretario Jin y daremos una vuelta en su Volkswagen Santana para contemplar los lugares sagrados y visitar todos los yacimientos y reliquias; cada montaña que describe, cada río y lago, cada brizna de hierba y cada árbol no hacen más que aumentar nuestra impresión hacia al subsecretario Jin; pensad que simplemente nació en un pueblo pobre y destartalado y que lentamente escaló hacia el cielo hasta que iluminó toda la Tierra del vino y los licores, era una estrella resplandeciente como el licor, su resplandor deslumbró nuestros ojos y los llenó de lágrimas, causando una marea de emociones. Una cuna rota sigue siendo una cuna, nada la puede reemplazar, y cada indicio apunta a que un futuro ilimitado se extiende delante del subsecretario Jin. Cuando sigamos los pasos de Diamante Jin, que ha alcanzado los rangos más elevados de liderazgo, deambulando por las calles y los caminos apartados del pueblo de la familia Diamante, cuando nos anclemos en los bordes de los ríos de sus murmullos, cuando paseemos a lo largo de las márgenes de los ríos delimitados por altos árboles, caminemos tranquilamente por delante de sus corrales y establos… cuando las penas y alegrías de su infancia, sus amores y sus sueños… inunden ad nauseam nuestro corazón como nubes suspendidas y torrentes de agua, ¿cómo podremos medir su estado de ánimo? ¿Cómo camina? ¿Cómo es la expresión de su cara? Cuando camina, ¿empieza con el pie izquierdo o derecho? ¿Qué hace su brazo izquierdo cuando da zancadas con su pie derecho? ¿Y su brazo derecho cuando avanza con el pie izquierdo? ¿Le huele el aliento? ¿Cómo tiene la tensión? ¿Su ritmo cardiaco? ¿Enseña los dientes cuando sonríe? ¿Frunce la nariz cuando llora? Hay muchas cosas que gritan ser descritas y hay muy pocas palabras en mi vocabulario. Sólo puedo levantar el vaso. Fuera, en el patio, unas ramas muertas repletas de nieve se partían y se astillaban; el hielo de una laguna lejana alcanzaba los siete centímetros de grosor; el hielo líquido cubría las cañas de juncos; gansos, salvajes y domésticos, se posaban para pasar la noche y les asustaban, les despertaban de sus sueños, y graznaban secamente, el ruido que se deslizaba por el aire limpio y helado del camino que lleva hasta la habitación más al Este de la casa del Séptimo Tío de Diamante Jin. Él dice que iba a casa de su Séptimo Tío cada noche y se quedaba hasta tarde. Las paredes eran negras azabache; una lámpara de queroseno se erguía sobre una mesa de tres cajones contra la pared que daba al este. Séptima tía y Séptimo Tío se sentaban sobre su cama, un rectángulo hecho de ladrillos; el técnico de la pequeña estufa, Noveno Gran Liu Fang, y el tendero Zhang, se sentaban en el borde de la cama matando el tiempo, la noche se les hacía eterna, igual que a mí. Ellos iban cada noche a su cama, ni siquiera el mal tiempo se lo impedía. Le informaban de lo que había pasado ese día y transmitían las noticias que se oían en los pueblos y aldeas con pleno detalle, llenas de ingenio y humor; así pintaban un vasto lienzo de la vida del pueblo y de las costumbres. Una vida rica en atractivo literario. El frío era como un gato montés que se cuela por las rendijas y roe mis pies. Él era simplemente un niño que no podía pagar un par de calcetines y tenía que meter sus ennegrecidos y agrietados pies en sandalias mal hechas; gotas heladas de sudor cubrían sus suelas y los huecos entre los dedos de los pies. La lámpara de queroseno parecía brillar en la oscura habitación, lo que hacía que el papel blanco que estaba sobre la ventana emitiera destellos de luz; el aire helador manaba entre su ropa raída; el humo de la llama de queroseno ascendía al techo en definidas espirales. Los dos hijos de Séptima Tía y Séptimo Tío dormían en la esquina de la cama de ladrillo; la respiración de la niña era uniforme, la del niño era entrecortada, aguda por un momento, grave al siguiente, mezclada con los balbuceos típicos de una pesadilla, como si se peleara con una panda de rufianes en su sueño. Séptima Tía, una mujer de ojos luminosos, culta y con tendencia nerviosa tenía un fuerte hipo. Séptimo Tío daba la impresión de ser un hombre atontado, cuya cara anodina carecía de rasgos distintivos, como un trozo de tortita empalagosa de arroz. Sus ojos nublados estaban fijos de manera constante en la luz de la lámpara. En realidad, Séptimo Tío fue un hombre astuto que confabuló una estratagema para engañar a la culta de Séptima Tía, diez años más joven, para casarse con él; fue una difícil campaña que llevaría demasiado tiempo para contar aquí y ahora. Séptimo Tío era un veterinario amateur capaz de pinchar a una cerda en la vena de la oreja e inyectarle penicilina intravenosa. También sabía castrar cerdos, perros y burros. Como a todos los hombres del pueblo le gustaba beber, pero ahora las botellas estaban vacías; se habían acabado todos los granos fermentables y la falta de comida se había convertido en su mayor preocupación.
Diamante Jin dijo:
»Hemos sufrido largas noches de invierno en las que nos rugían los estómagos, y en ese momento nadie soñó que lo conseguiríamos. No niego que mi olfato es más sensible al alcohol, sobre todo en las zonas rurales, donde el aire no está contaminado. En las noches frías, una gran gama de olores se levanta de manera clara y distintiva, y si alguien está bebiendo alcohol en cualquier sitio en un radio de varios cientos de metros, lo puedo oler.
»Al caer la noche cerrada, detectaba el aroma del licor que venía del noreste, un olor íntimo, seductor, incluso a pesar de que había una pared entre el alcohol y yo, y el aroma tenía que volar sobre los tejados, uno detrás de otro, cubiertos de nieve, penetrar las armaduras de hielo de los árboles y pasar por lo alto de las carreteras, embriagar a las gallinas, patos, gansos y perros a lo largo del camino. Los ladridos de los perros eran suaves como las botellas de alcohol, parecían borrachos; el aroma embriagaba constelaciones, que parpadeaban felices y se mecían en el cielo, como niños picaros en un columpio; peces embriagados en el río se escondían entre algas ágiles y soltaban apacibles burbujas de aire. Los pájaros capeaban la fría noche emborrachándose con el aroma del alcohol mientras volaban decorando el cielo, incluidos dos búhos recubiertos de plumas y hasta algunos topillos masticando césped en sus guaridas subterráneas. En este trozo de tierra, lleno de vida a pesar del frío, muchos seres frágiles disfrutaban la contribución del hombre a la naturaleza. “La popularidad del licor comenzó con los sabios reyes, aunque algunos dicen que con Yi[2] y otros con Du Kang[3]. El licor fluye entre los reyes. ¿Por qué lo usamos como un sacrificio a nuestros antepasados y para liberar las almas encarceladas de los muertos?”. Esa noche lo entendí. Fue el momento de mi iniciación. Esa noche un espíritu que dormía dentro de mí se despertó, y entendí el misterio del universo, el que transciende el poder de las palabras para poder describir lo hermoso y lo dulce, lo tierno y lo amable, lo emotivo y lo triste, lo húmedo y lo aromático… ¿lo entendéis todos?».
Diamante Jin extendió los brazos ante su público, mientras ellos le miraban confundidos. Estábamos sentados ojipláticos, con la boca abierta, como si quisiéramos levantarnos para ver, y luego para ingerir, la pócima milagrosa que debía yacer en las palmas de sus manos, aunque en realidad estuvieran vacías.
»Los colores que irradian vuestros ojos son increíblemente conmovedores. Sólo la gente que es capaz de hablar con Dios puede crear colores como esos. Vosotros veis cosas que nosotros no podemos ver, oís sonidos que nosotros no podemos oír, vosotros oléis olores que nosotros no podemos oler. ¡Qué pesar! Cuando la voz fluye de ese órgano vuestro llamado boca es como una melodía, un río curvo y llano, como el hilo de seda que nace de la cola de una araña, moviéndose en el aire como una telaraña, del tamaño de un huevo de una gallina, tan suave y brillante, y cada parte forma un todo. Nos embriaga la música, vamos a la deriva en ese río, bailamos en el hilo de seda de la araña, vemos a Dios. Pero antes de verlo, observamos nuestros propios cadáveres flotar en el río…
¿Por qué eran los chillidos de los búhos tan suaves esa noche, como los susurros de los amantes en la cama justo antes de dormir? ¿Porque había alcohol en el ambiente? ¿Porque había gansos, salvajes y domésticos, apareándose en la noche helada cuando no era siquiera la temporada de apareamiento? De nuevo, porque había alcohol en el ambiente. Mi nariz se frunció de repente. Noveno Fang me preguntó con una voz suave y amortiguada:
—¿Por qué arrugas la nariz así? ¿Vas a estornudar?
—Alcohol —dije—. ¡Huelo a alcohol!
Ellos también arrugaron la nariz. La nariz de Séptimo Tío era una maraña de arrugas.
—Yo no huelo a alcohol —dijo—. ¿Dónde está?
Se me aceleraban los pensamientos.
—Huele el aire —dije—. Huélelo.
Sus ojos se clavaron por toda la habitación, observando cada rincón. Séptimo Tío cogió la esterilla que cubría la cama de ladrillo, a lo que Séptima Tía reaccionó enfadada.
—¿Qué estás buscando? ¿Crees que hay alcohol en la cama? ¡Me asombras!
Séptima Tía era una intelectual, como he dicho antes, por lo que estaba “asombrada” de lo que hacían. Cuando estaba recién casada criticaba a mi madre por lavar tanto el arroz, decía que le quitaba todas las “vitaminas”. Al pronunciar “vitaminas”, mi madre la miraba estupefacta.
El aroma del licor contiene proteínas, éteres, ácidos y fenol al igual que calcio, fósforo, magnesio, sodio, potasio, cloro, azufre, hierro, cobre, manganeso, zinc, yodo y cobalto, además de vitaminas A, B, C, D, E, H y algunos otros elementos más, pero miradme, os estoy haciendo una lista de los componentes del licor, cuando vuestro profesor Yuan Shuangyu los conoce mejor que nadie».
Hasta los deltoides de mi suegro se ruborizaron con los halagos del subdirector Diamante Jin. No pude ver la alegría en su cara, aunque me la podía imaginar, o más o menos.
»… Pero hay algo omnipresente en el aroma del alcohol que transciende sus componentes, y ese algo es su espíritu que es una creencia, una creencia sagrada, una que se siente pero no se expresa —el lenguaje es demasiado burdo, las metáforas demasiado inferiores— y se filtra en el corazón y estremece. Compañeros, alumnos, ¿seguimos necesitando demostrar si el licor es un animal dañino o beneficioso? De ninguna manera, de ninguna de las maneras. El alcohol es una golondrina, es una rana, es una avispa de ojos enrojecidos, es un trébol de cuatro hojas, ¡es un pesticida con vida!».
Su ánimo se elevó y agitó los brazos con fervor, perdido en la exuberancia del momento. La atmósfera en la sala de conferencias era candente; permaneció de pie y parecía Hitler. Entonces le dijo a su séptimo tío:
»—Séptimo Tío, mira, el aroma del alcohol se filtra por la ventana, se cuela por el techo, entra por donde quiera que haya un agujero o una grieta.
—El chico está perdiendo el juicio —dijo Noveno Fang a la vez que olfateaba el aire.
—¿Cómo van a tener los colores olor? ¿Acaso los veis? Esto es de locos…
»La duda les nubló los ojos; ellos me miraban del mismo modo que miras a un niño que ha perdido totalmente el juicio. Pero al infierno con ellos. Flotando, atravesé un puente de colores empedrado con el aroma del alcohol, flotando… y ocurrió un milagro, mis queridos estudiantes, ¡ocurrió un milagro!».
Su cabeza se dobló por el peso de sus emociones. Entonces, mientras estaba de pie en el estrado en la sala de educación general de la Universidad de Destilación, Diamante Jin entonó una voz ronca pero extraordinariamente contagiosa:
»La imagen de un maravilloso banquete en una noche nevada se formó en mi imaginación: una lámpara con mucha luz, una vieja mesa cuadrada. Un cuenco está colocado en la mesa, con vapor saliendo de él. Cuatro personas están sentadas alrededor de la mesa, cada una tiene un pequeño cuenco con licor, como si tuvieran un sonrosado atardecer entre sus manos. Tienen las caras un poco borrosas… ¡Ey! Se han vuelto nítidas, y sé quiénes son… el Secretario de la Sucursal, el Contable de la Brigada, el Comandante de la milicia, la directora de la Liga femenina… tienen en la mano una pata de cordero asada y la mojan en salsa de ajo y le echan unas gotitas de soja y de aceite de sésamo… Apuntando con el dedo estaba hablando con Séptimo Tío y los demás, como un comentarista, pero mis ojos estaban borrosos, y no podía ver sus caras con claridad. Pero no quería forzar la vista demasiado por miedo a que se disolviera la imagen… Séptimo Tío me cogió la mano y la sacudió con fuerza.
—¡Pececillo [Yu], Pececillo! ¿Qué te ha pasado?
Mientras me sacudía la mano con su mano izquierda, Séptimo Tío me dio un capón con la mano derecha. El zumbido en mi cabeza sonó como si se rompiera un ladrillo o como si una teja partida rompiera la superficie calma y reflectante de una laguna; el agua salpicaba en todas direcciones, levantaba ondas de agua que caían unas sobre otras. La imagen se hizo pedazos y se me quedó la mente en blanco. Enfadado grité:
—¿Qué estáis haciendo? ¿Qué se supone que estáis haciendo?
Me miraron fijamente preocupados. Séptimo Tío me dijo:
—¿Estás soñando, chico?
—No estoy soñando. He visto al Secretario de la Sucursal, al Contable de la Brigada, a la directora de la Liga femenina y al Comandante de la milicia. Estaban bebiendo, y mojando las piernas de cordero en salsa de ajo, bajo la lámpara de aceite, alrededor de una mesa cuadrada.
Séptima Tía bostezó con fuerza.
—Estás alucinando —dijo.
—¡Los he visto, nítidos como el día!
Gran Liu dijo:
—Cuando este mediodía fui a coger agua al río vi a la Directora de la Liga femenina con dos ancianas lavar piernas de cordero.
—Tú también tienes alucinaciones —dijo Séptima Tía.
—¡De verdad que las vi!
—¡Ya, seguro! —dijo Séptima Tía—. Creo que has enloquecido por el hambre.
El joven técnico de estufas trató de mantener la calma.
—Dejad de discutir. Voy a echar un vistazo. Ya sabéis, a investigar.
—¿Estás loco? —dijo Séptima Tía—. ¿Crees en las alucinaciones?
El joven técnico dijo:
—Vosotros esperad. Me iré corriendo y volveré enseguida.
—Ten cuidado que no te pillen y te den una paliza —le avisó Séptimo Tío.
El técnico volvió a toda prisa, sin aire en los pulmones. Una ráfaga de viento frío casi apaga la lámpara. Me observó con la mirada de un niño inocente, como si hubiera visto un fantasma. Séptima Tía le preguntó con una sonrisilla sarcástica:
—¿Qué es lo que viste?
El técnico de estufas se giró y dijo:
—Fantástico, fantástico, Pequeño pececillo es inmortal, puede verlo todo.
El técnico de estufas dijo que todo era tal y como lo había descrito. El banquete había sido en la casa del Secretario del Partido. Escaló el muro de su casa para verlo.
Séptima Tía dijo:
—No me lo creo.
El técnico de estufas salió de la casa para coger una cabeza de cordero congelada por el frío, que levantó en los brazos para enseñársela a Séptima Tía. Al verla a Séptima Tía se le cortó el hipo de golpe.
Esa noche estuvimos ocupados limpiando la cabeza de cordero antes de meterla en la cazuela. Nuestros pensamientos estaban puestos en el alcohol mientras se iba guisando la cabeza de cordero. Fue a Séptima Tía a la que se le ocurrió la siguiente idea: Beber etanol.
Séptimo Tío, como veterinario, tenía una botella de alcohol que usaba como desinfectante. No hace falta decir que lo diluimos con agua.
Entonces empezó un proceso arduo de destilar el licor.
La gente que ha crecido rodeada de alcohol industrial rehuirá las bebidas no alcohólicas.
Es triste decir que el pequeño técnico de estufas y Séptimo Tío se quedaron ciegos».
Él levantó el brazo para mirar la hora.
«Queridos estudiantes —dijo— este es el final de la clase por hoy».