LVII. Un tajo doloroso

QUERIDO lector, como policía, Lan Kaifang gozaba de la autoridad necesaria para desalojar a Ximen Huan, a Pang Fenghuang y a su mono de la plaza de la estación de ferrocarril, pero no lo hizo.

Teniendo en cuenta que su padre, Jiefang, y yo éramos como hermanos, podría considerarlo mi sobrino, aunque en realidad apenas lo conocía. Kaifang y yo no habíamos intercambiado más que unas cuantas palabras. Sospeché que tenía algún tipo de prejuicio contra mí, ya que yo había sido la persona que había presentado a Pang Chunmiao a su padre y aquello había traído una serie de desastrosas consecuencias. Verás, sobrino Kaifang, si no hubiera sido Pang Chunmiao, habría sido otra mujer la que hubiese entrado en la vida de tu padre. Eso era algo que quería decirte desde hacía mucho tiempo, pero nunca se había presentado la oportunidad y ya nunca más lo hará.

Como no tenía verdadero contacto con Kaifang, todo lo que afirme que se le pasó por la cabeza será pura conjetura.

Imagino que cuando se cubrió la cara con el ala del sombrero y se marchó abriéndose paso entre la multitud, se sentía invadido por una poderosa mezcla de emociones. No hacía mucho tiempo, Pang Fenghuang había sido la princesa suprema del condado de Gaomi y Ximen Huan era el príncipe supremo. La madre de ella había sido la oficial de mayor poder del condado, y el padre de él había sido la persona más rica. Vivían sin preocupaciones ni ataduras, gastando el dinero como si les quemara y disfrutando de un amplio círculo de amigos. El chico de oro y la chica de jade eran la envidia de muchas personas importantes, pero en poco tiempo esas dos figuras poderosas hicieron mutis por el foro, su gloria y sus riquezas se convirtieron en inmundicia y su afortunada cuna se redujo a tener que ganarse la vida a costa de las payasadas de un mono amaestrado.

Imagino que el amor que sentía Lan Kaifang por Fenghuang no se había desvanecido. Teniendo en cuenta la disparidad que había entre la antaño princesa que había pasado a representar el papel de animadora callejera y el comandante en jefe de una subestación de policía, Kaifang no pudo evitar sentirse inferior a ellos, y aunque en un gesto caritativo había colocado en la bandeja del mono el sueldo de un mes más una paga extra, el sarcasmo con el que habían aceptado el regalo demostraba que todavía se sentían superiores a él, que este poco agraciado policía no estaba a la altura de su dignidad. También sirvió para borrar de un plumazo cualquier pensamiento que pudiera haber albergado de apartar a Fenghuang de Ximen Huan y acabó con lo que le quedaba del convencimiento y del valor de poder rescatarla de sus humillantes circunstancias. Bajó el ala de su sombrero para cubrirse el rostro mientras salía corriendo de la escena. Era lo único que podía hacer.

El rumor de que la hija de Pang Kangmei y el hijo de Ximen Jinlong trabajaban con un mono amaestrado delante de la estación de ferrocarril se extendió como la pólvora por toda la ciudad y por las aldeas vecinas. La gente se congregaba en la plaza por razones que habrían resultado bastante evidentes si hubieran sido capaces de identificarlos. Ninguno de los bien amados, Fenghuang y Ximen Huan, sentía el menor asomo de vergüenza. Daba la sensación de que se habían desligado del pasado. Para ellos la plaza de la estación de ferrocarril podría haber sido perfectamente un país extranjero, donde se movían entre una multitud de extraños. Trabajaban mucho y se ganaban el dinero honradamente. Algunas de las personas que contemplaban las payasadas del mono gritaban los nombres de la pareja y otros dedicaban epítetos a sus padres, que ellos ignoraban, sin demostrar el menor efecto en sus radiantes sonrisas. Pero si alguien del público hablaba con inmodestia o se comportaba de manera inadecuada con Fenghuang, el mono se lanzaba hacia el agresor, mordiéndole y arañándole.

Uno de los famosos Cuatro Caperucitos sacudió un par de billetes de doscientos yuan delante de Fenghuang y gritó:

—Eh, muchacha, me he dado cuenta de que llevas un pendiente en la nariz. ¿Qué más tienes abajo? Si te bajas los pantalones y me dejas comprobarlo personalmente, estos billetes son tuyos.

Sus compañeros lanzaron gritos y aullidos de ánimo, pero ella ignoró su grosero comentario y, con la cadena en una mano y un látigo en la otra, envió al mono a recoger las donaciones.

Amables gentes.

No importa si tenéis dinero o si no.

Si lo tenéis, compartid un poco.

Si no lo tenéis, me basta con unos cuantos gritos.

¡Bong, bong, bong!

Ximen Huan también estaba sonriendo mientras realizaba un tamborileo rítmico en su gong.

—Ximen Huan, pequeño bastardo, ¿qué ha pasado con el colega intimidador que conocíamos? Adelante, di a tu novia que se baje los pantalones. Si no lo haces…

El mono avanzó cojeando hasta donde se encontraba el hombre y —algunos dijeron que vieron a Fenghuang tirar de la cadena, otros dijeron que no hizo nada parecido— arrojó la bandeja por detrás de su espalda, se subió al hombro de aquel tipo y comenzó a morderle y a arañarle salvajemente. Los gritos del mono y los lamentos del hombre se mezclaron mientras la multitud salió corriendo, y los colegas de Caperucito huían también de la escena. Fenghuang tiró de la cadena del mono para que regresara y prosiguió con su pequeña canción:

Los ricos no están eximidos por el cielo.

Tarde o temprano, todo el mundo recibe su merecido…

El matón, con el rostro hecho un amasijo de sangre, estaba rodando por el suelo y gritando de dolor, lo cual atrajo a un escuadrón de policías que se acercó con la intención de detener a Ximen Huan y a Fenghuang. Cuando el mono sacó a relucir sus colmillos y gritó, uno de ellos le apuntó con el arma. Fenghuang lo acunó entre sus brazos tal y como una madre hace con su bebé. La multitud volvió a formarse alrededor de ellos para manifestar su apoyo a Fenghuang, a Ximen Huan y a su mono. Señalaron al hombre que gritaba en el suelo: «¡Es a él al que debéis detener!». ¡Querido lector, la psicología de grupo es algo turbador y extraño! Cuando Pang Kangmei y Ximen Jinlong vivían en el condado, eran objeto del desprecio del pueblo y su caída en desgracia era algo que se predecía desde hacía mucho tiempo. Pero cuando sus vaticinios por fin se hicieron realidad, se convirtieron en personas oprimidas, y ahora todo el mundo estaba de su parte. La policía sabía perfectamente quiénes eran esos dos y eran conscientes de la relación tan especial que tenían con su comandante adjunto. Por tanto, al ver de qué parte se había puesto la multitud, se limitaron a encogerse de hombros y no dijeron nada. Uno de ellos agarró al matón por el cuello.

—Vámonos —dijo enfadado—. ¡Podemos detenerte por hacerte pasar por una víctima!

Aquel incidente alarmó a los miembros del Comité del Partido del condado. En un acto de caridad, el secretario del Partido Sha Wujing envió al director de su oficina y a un conserje al sótano del hotel de la estación de ferrocarril para que hablara con Fenghuang y Ximen Huan. El mono enseñó los dientes a los dos hombres cuando les transmitió la petición del secretario del Partido, que era la de enviar al mono al nuevo Zoo Fénix que se había inaugurado en los suburbios occidentales; una vez hecho eso, les encontraría un buen trabajo a los dos. Para la mayoría de nosotros, esta habría sido una gran noticia. Pero Fenghuang sostuvo al mono entre sus brazos y dijo lanzando una mirada de enfado:

—¡El que se atreva a tocar a mi mono se las tendrá que ver conmigo!

Ximen Huan se limitó a sonreír maliciosamente y dijo:

—Te ruego que expreses nuestro agradecimiento al secretario Sha por su consideración, pero estamos bien y sería mejor que empleara su valioso tiempo en cuidar de los trabajadores del gobierno que han perdido su empleo.

A partir de aquí, mi historia toma un rumbo cruel y desgraciado. No pienses que eso me hace feliz, querido lector. La suerte que acabaron por correr estos dos personajes era algo inevitable.

La historia continúa en el instante en que Pang Fenghuang, Ximen Huan y su mono se encontraban cenando en un puesto de comida situado en el extremo meridional de la plaza de la estación de ferrocarril. En ese momento, el matón con el que habían tenido un incidente aquel día, con el rostro cubierto de gasa, hizo su aparición en escena. El mono comenzó a gritar y a saltar hacia él, pero acabó haciendo un salto mortal sobre el terreno, por culpa de la cadena que llevaba atada alrededor del cuello. Ximen Huan se puso de pie de un salto, se dio la vuelta y se quedó cara a cara con el siniestro matón. Antes de que pudiera decir una palabra, el hombre le apuñaló en el pecho. Lo más probable es que el asesino también quisiera matar a Fenghuang antes de marcharse de allí, pero el mono, que no paraba de aullar y de saltar, le asustó antes de que pudiera sacar el cuchillo del pecho de Ximen Huan. Fenghuang se arrojó a los pies de Ximen Huan y comenzó a llorar amargamente. El mono se quedó quieto, observando a todo aquel que tratara de acercarse. Cuando apareció Kaifang acompañado por varios de sus hombres, fueron recibidos por los aterradores gritos del mono y por sus amenazadores gestos. Uno de ellos sacó el arma y apuntó al mono. Kaifang lo agarró por la muñeca.

—Fenghuang, sujeta a tu mono para que podamos enviar a Ximen Huan al hospital —gritó y, acto seguido, se dio la vuelta—. ¡Llamad a una ambulancia!

Fenghuang pasó un brazo alrededor del mono y le cubrió los ojos con la otra mano. El simio se quedó dócilmente quieto en su abrazo.

Lan Kaifang extrajo el cuchillo del pecho de Ximen Huan y apretó la mano sobre la herida con el fin de que dejara de sangrar.

—¡Huanhuan! —gritó—. ¡Huanhuan!

Los ojos de Ximen Huan se abrieron lentamente.

—Kaifang —dijo, mientras la sangre resbalaba de su boca—. Eres mi hermano… Yo he… llegado todo lo lejos que he podido…

—Aguanta, Huanhuan, la ambulancia llegará en un minuto. —Kaifang pasó el brazo por debajo del cuello de Huanhuan mientras la sangre se colaba por entre sus dedos.

—Fenghuang… Fenghuang. —Ximen Huan estaba empezando a impostar sus palabras.

La sirena comenzó a aullar, la ambulancia hizo aparición y los médicos de urgencias se bajaron con su equipo médico y una camilla. Pero Ximen Huan yacía en los brazos de Kaifang, con los ojos cerrados.

Veinte minutos después, Lan Kaifang tenía las manos, manchadas con la sangre de Ximen Huan, alrededor de la garganta del asesino.

Querido lector, la muerte de Ximen Huan me duele profundamente, pero en términos puramente objetivos, derribó las barreras que impedían a Lan Kaifang perseguir a Fenghuang. Dicho esto, debemos levantar la cortina sobre otra tragedia todavía mayor.

En este mundo existen todo tipo de fenómenos misteriosos, pero las respuestas que explican la mayoría de ellos han llegado gracias a los avances que se han producido en el campo de la ciencia. El amor es el único fenómeno que no tiene una respuesta, ya que nada puede explicarlo. Un escritor chino que se llama Ah Cheng dijo que el amor no es más que una reacción química, un punto de vista poco convencional que por entonces parecía ser completamente reciente. Pero si el amor se pudiera iniciar y controlar por medio de la química, entonces los novelistas se quedarían sin trabajo. Por tanto, aunque puede que lo que ese escritor haya dicho sea verdad, seguiré siendo un miembro destacado de la leal oposición.

Pero ya basta de hablar de ese tema. Ahora tenemos que dedicar toda nuestra atención a Lan Kaifang. Se hizo cargo de los preparativos del funeral de Ximen Huan y, después de conseguir el permiso de su padre y de su tía, enterró las cenizas de Huanhuan detrás de la tumba de Ximen Jinlong. Ahora, en lugar de recrearnos en los sentimientos de los ancianos del pueblo, volvamos a hablar de Lan Kaifang, que aparecía cada noche por el sótano del hotel que se encontraba en la estación de ferrocarril y que había alquilado Pang Fenghuang. Y cada vez que no estaba ocupado durante el día, iba a la plaza y se colocaba detrás de Fenghuang y su mono, siguiéndolos sin decir una sola palabra, como si fuera su guardaespaldas. Cuando el viejo comandante escuchó las quejas que le transmitieron los hombres que tenía apostados en la estación, llamó a Kaifang.

—Kaifang, mi joven amigo, hay muchas mujeres bonitas en la ciudad, pero una muchacha con un mono adiestrado…, tal y como es ella… ¿Qué crees que parece?

—Puedes relevarme de mi puesto, comandante, y si crees que ni siquiera estoy cualificado para ser un policía ordinario, entonces me marcharé.

Aquellas palabras hicieron que se acabara el diálogo de forma inmediata y, a medida que fue pasando el tiempo, los quejosos miembros de la comisaría también fueron cambiando la impresión que tenían de él. Sin lugar a dudas, Pang Fenghuang fumaba y bebía, se teñía el pelo de rubio, llevaba un pendiente en la nariz y se pasaba el tiempo vagando por la plaza, lo que la convertía en la antítesis de una buena chica. Pero ¿hasta qué punto era una mala persona? Al final, los policías se hicieron amigos de ella y les gustaba tomarle el pelo cuando se le acercaban con sus porras:

—Oye, Pelo Dorado, no seas tan exigente con nuestro comandante adjunto. Está malgastando el tiempo por nada.

—Eso es cierto, tarde o temprano vas a acabar por rendirte.

Fenghuang nunca prestó atención a sus bienintencionadas burlas. El mono les lanzó un gruñido.

Al principio, Kaifang trató de convencerla para que se mudara al número uno del callejón Tianhua o al recinto de la familia, pero después de recibir una negativa tras otra, comenzó a darse cuenta de que si Fenghuang dejaba de pasar las noches en el sótano del hotel de la estación de ferrocarril y de vagar por la plaza, probablemente perdería el interés por trabajar en aquella subestación de policía. Los delincuentes y los alborotadores de la ciudad no tardarían en darse cuenta de que aquella «hermosa chica de cabello dorado y pendiente en la nariz que tenía un mono amaestrado» era la favorita del comandante adjunto de rostro azul y nariz dura de la estación de ferrocarril, y abandonaron la idea de molestarla. ¿Quién sería lo bastante estúpido como para tratar de sacar un palillo de tambor de la boca de un tigre?

Tratemos de imaginar la escena de Kaifang realizando frecuentes visitas nocturnas a Fenghuang en su habitación en el sótano. Aquel lugar, que al principio había servido como casa de huéspedes, fue adquirido y convertido en un hotel y, si se hubiera aplicado estrictamente la normativa, habría sido un candidato ideal para ser clausurado. Por esa razón el rostro grueso de la propietaria se había arrugado formando una sonrisa aceitosa, emanando miel de sus enrojecidos labios, cuando Kaifang hizo acto de presencia.

Las primeras noches, Fenghuang se negó a abrir la puerta, por más que Kaifang la golpeaba con fuerza. Así que se quedaba allí como un poste y escuchaba los llantos de Fenghuang —algunas veces también su risa histérica—, que procedían del interior. También escuchaba los gritos del mono y, otras veces, le oía rascar la puerta. Algunas veces olía el humo de un cigarrillo, otras veces el aroma de un licor. Pero nunca percibió el olor de nada que fuera ilegal, algo que secretamente le produjo una gran alegría. Si Fenghuang consumiera drogas, habría sido una causa perdida. ¿La habría seguido amando si ese fuera el caso? La respuesta era afirmativa. Nada podría haber cambiado aquel sentimiento, ni siquiera aunque sus entrañas se hubieran podrido.

Kaifang nunca se olvidó de llevarle un ramo de flores o una cesta de fruta y cuando Fenghuang se negaba a abrir la puerta, él se quedaba allí hasta que tenía que marcharse, y entonces dejaba las flores o la fruta al otro lado de la puerta. Con una falta evidente de tacto, la propietaria le dijo una vez:

—Joven, si lo deseas, puedo conseguirte un puñado de chicas. Lo único que tienes que hacer es elegir la que más te guste…

La gélida mirada de los ojos de Kaifang y el crujido de sus nudillos mientras apretaba los puños casi provocó que la propietaria se hiciera las necesidades encima. Nunca más volvió a decir nada parecido.

Entonces, un día, Fenghuang abrió la puerta. La habitación era oscura y húmeda. La pintura de las paredes estaba descascarillada y levantada, y una bombilla desnuda que colgaba del techo proporcionaba un poco de luz en una habitación cargada de olor a moho. Estaba amueblada con un par de camas dobles y un par de sillas que parecía que se hubieran recogido del vertedero local. Sentarse en una de ellas era como sentarse sobre cemento. Aquella fue la primera vez en la que trató de convencerla para que se mudara. Una de las camas era para ella, la otra era para el mono, que dormía entre algunas ropas viejas de Ximen Huan. Además, había dos termos para el agua caliente y un televisor en blanco y negro de catorce pulgadas, también recogido del vertedero local. En ese entorno destartalado y poco acogedor, Kaifang finalmente soltó lo que llevaba guardándose durante más de diez años:

—Te amo —dijo—. Te amo desde la primera vez que te vi.

—No sabes lo que dices —se burló Fenghuang—. La primera vez que me viste fue sobre el kang de tu abuela en la aldea de Ximen. ¡Eso fue incluso antes de que pudieras gatear!

—¡Me enamoré de ti antes de aprender a gatear!

—Deja de decir esas cosas, por favor —dijo Fenghuang mientras encendía un cigarrillo—. Que un tipo como tú se enamore de alguien como yo es como tirar una perla por una letrina, ¿no te parece?

—No te subestimes tanto —dijo—. Te comprendo.

—¡Tú no entiendes una mierda! —volvió a burlarse—. ¡He sido una puta, he dormido con miles de hombres! ¡Hasta he dormido con el mono! ¿Cómo vas a enamorarte tú de mí? Desaparece de mi vista, Kaifang. Encuentra una buena mujer y apártate de los aires apestosos que desprendo.

—¡Eres una mentirosa! —dijo Kaifang, mientras cubría el rostro con las manos y comenzaba a sollozar—. Estás mintiendo, dime que no has hecho ninguna de esas cosas.

—¿Y qué pasa si lo he hecho? ¿Y qué pasa si no lo he hecho? ¿Acaso es asunto tuyo? —se burló—. ¿Es que soy tu esposa? ¿Tu amante? Mi gente se ha lavado las manos respecto a mí, así que no sé por qué vas a ser diferente.

—Te amo, esa es la diferencia. —Kaifang estaba gritando.

—¡No emplees esa desagradable palabra conmigo! Sal de aquí, pobrecito Kaifang —dijo y, a continuación, hizo un gesto con la mano al mono—. Querido monito, vámonos a la cama.

El mono saltó sobre su cama.

Kaifang sacó su pistola y apuntó con ella al mono.

Fenghuang pasó los brazos alrededor del mono y dijo con tono de enfado:

—¡Dispárame a mí primero, Lan Kaifang!

Las pasiones de Kaifang estaban desatadas. Había escuchado el rumor de que Fenghuang había sido una prostituta y no estaba seguro de si creerlo o no. Pero cuando ella le dijo maliciosamente a su cara que no sólo se había acostado con miles de hombres, sino también con su mono, fue como si una lluvia de flechas le hubiera atravesado el corazón.

Conmocionado y herido, salió dando tumbos de la habitación y subió corriendo las escaleras. Salió del hotel y se dirigió a la plaza, con su mente agitada y su corazón borrando todos los hilos de pensamiento. Mientras pasaba por delante de un bar que estaba iluminado con unos carteles de neón, dos mujeres muy maquilladas le arrastraron al interior del local. Sentado sobre un elevado taburete de barra, engulló tres tragos de brandy y, a continuación, dejó caer la cabeza sobre el mostrador mientras una mujer de cabellos dorados, círculos oscuros bajo los ojos, labios de color rojo intenso y mucho pellejo, por delante y por detrás, se acercó a él. —Kaifang nunca iba a ver a Fenghuang vestido de uniforme—, para estirar el brazo y tocar su marca de nacimiento azul. Como una mariposa recién llegada del campo, aquella mujer no se dio cuenta de que Kaifang era policía. Casi como un acto reflejo, él la agarró por la muñeca, lo que hizo que se escapara un grito de su garganta. Kaifang sonrió a modo de disculpa y la soltó. La mujer se frotó contra él y dijo coquetamente:

—¡Hermano Mayor, con qué fuerza agarras!

Kaifang le hizo un gesto con la mano para que se fuera, pero ella apretó su pecho contra él y envió a su cara bocanadas de aire que apestaban a humo de cigarrillo y a licor.

—¿Por qué estás tan triste, hermano mayor? ¿Alguna pequeña zorra te ha roto el corazón? Las mujeres somos todas iguales. Pero tu hermanita pequeña que está aquí puede hacer que te sientas mejor…

Mientras el odio invadía su corazón, Kaifang pensaba: ¡Ya arreglaré cuentas contigo, maldita puta!

Se levantó dando tumbos del taburete, la «hermanita pequeña» le condujo de la mano por un pasillo oscuro y lo metió en una habitación apenas iluminada donde, sin pronunciar una palabra, se desnudó y se metió en la cama. Aquella mujer todavía conservaba una hermosa figura, con pechos redondos, vientre plano y piernas largas. Como era la primera vez que el bueno de Kaifang ponía los ojos en el cuerpo de una mujer desnuda, aquello produjo el efecto deseado, aunque él estaba más nervioso que cualquier otra cosa. Ella, por otra parte, se cansó rápidamente de sus titubeos. Después de todo, el tiempo es oro en su profesión. La mujer se incorporó.

—Vamos —dijo—, ¿a qué estás esperando? ¡Pon en marcha a tu hermanito pequeño!

Por desgracia para ella, cuando se incorporó, su peluca rubia se le cayó de la cabeza; una cabeza aplanada que lucía escaso cabello quedó a la vista y despertó el asombro de Kaifang. El encantador rostro de Pang Fenghuang que había detrás de una cabeza llena de cabello dorado pasó ante sus ojos. Sacó del bolsillo un billete de cien yuan, lo entregó a la mujer y se dio la vuelta para marcharse, pero no pudo hacerlo sin que antes ella se pusiera de pie y le envolviera con sus brazos como si fuera un pulpo.

—¡Maldito idiota sin cerebro! —maldijo—. ¡No te vas a marchar tan fácilmente a cambio de un insignificante centenar de yuan!

Se agachó y palpó los pantalones de Kaifang mientras seguía insultando, buscando dinero, por supuesto, pero su mano se encontró con una pistola fría y dura. Sabiendo que no podía dejar que retirara la mano, le volvió a agarrar la muñeca por segunda vez. Los comienzos de un grito salieron de su boca antes de que Kaifang le diera un empujón y la lanzara tambaleándose sobre la cama.

Kaifang apareció por la plaza, donde le golpeó un chorro de aire gélido. El alcohol que había consumido se le subió rápidamente por la garganta y acabó saliendo al suelo. Vaciar el estómago le sirvió para despejar la cabeza, pero no hizo nada por aliviar el dolor que sentía en el corazón. Su estado de ánimo osciló entre la furia que le hacía apretar los dientes y el afecto reconfortante. Odiaba a Fenghuang y al mismo tiempo la amaba. Cuando el odio creció en su interior, se empapó en amor; cuando el amor ascendió, fue batido por el odio. Durante los dos días y las dos noches que pasó luchando contra esos sentimientos enfrentados, más de una vez apuntó la pistola hacia sí mismo y pensó en la posibilidad de apretar el gatillo. ¡No lo hagas, chico! ¡No merece la pena! Al final, la razón se impuso a las emociones.

—Puede que no sea más que una puta —se dijo dulcemente para sus adentros—, pero la sigo queriendo.

Después de tomar una decisión, de una vez por todas, regresó al hotel, donde llamó a su puerta.

—¿Cómo, has vuelto? —dijo Fenghuang, completamente molesta. Pero era evidente que él había cambiado a lo largo de los dos últimos días. Su marca de nacimiento era más oscura, su rostro más delgado y sus cejas parecían un par de orugas que se retorcían por encima de los ojos, que eran más negros y brillantes que nunca. Su mirada, tan intensa que daba la sensación de que la estaba abrasando, y no sólo a ella, sino también a su mono, hizo que el simio se acurrucara en una esquina.

—Bueno, puesto que estás aquí —dijo ella, empleando un tono más suave—, podrías sentarte. Podemos ser amigos si lo prefieres, pero no me hables más de amor.

—No sólo quiero hablar de amor, sino que quiero que seas mi esposa —dijo, con un tono duro en su voz, y luego prosiguió—. No me importa si te has acostado con diez mil hombres o con un mono o, de hecho, con un tigre o con un cocodrilo. Quiero casarme contigo.

Sus palabras se encontraron con el silencio. Entonces, echándose a reír, Fenghuang dijo:

—Cálmate, pequeño Rostro Azul. No puedes ir hablando de amor así como así, y mucho menos de matrimonio.

—No estoy hablando por hablar —dijo Kaifang—. A lo largo de los últimos dos días he meditado las cosas profundamente. Quiero tocar el gong para ti y convertirme en un artista callejero contigo.

—Ya basta de decir tonterías. No puedes tirar por la borda tu futuro por una mujer como yo —dijo y, sintiendo la necesidad de reducir su entusiasmo y de aligerar el tono de la conversación, añadió—: Te voy a decir una cosa: me casaré contigo si eres capaz de hacer que tu rostro azul se convierta en blanco.

Como se suele decir: «Las palabras que se dicen a la ligera tienen un poderoso efecto». Gastar bromas a un hombre cuando está tan profundamente enamorado es un juego peligroso.

Lan Kaifang cogió la baja por enfermedad, sin importarle sí sus superiores lo aprobaban o no, y se dirigió a Qingdao, donde se sometió a un doloroso injerto de piel. Cuando volvió a aparecer por el sótano del hotel, su rostro estaba cubierto de vendas. Fenghuang se quedó sorprendida, al igual que su mono, que posiblemente recordaba el rostro cubierto de gasas que tenía el asesino de Ximen Huan. Lanzó un gruñido y atacó a Kaifang, que lo dejó sin sentido de un puñetazo. Luego se volvió a Fenghuang y, como si estuviera poseído, dijo:

—Me he hecho un injerto de piel.

Fenghuang se quedó atónita, mirándole mientras las lágrimas inundaban sus ojos. Kaifang se puso de rodillas, abrazó las piernas de Fenghuang y apoyó la cabeza contra su vientre. Fenghuang le acarició el pelo.

—Qué loco estás —dijo, casi sollozando—. ¿Cómo puedes estar tan chiflado?

Se abrazaron y ella besó dulcemente el lado de la cara que no estaba dolorido. Kaifang la cogió en brazos y la llevó hasta la cama, donde hicieron el amor.

En poco tiempo, las sábanas se cubrieron de sangre.

—¡Eres virgen! —dijo Kaifang felizmente sorprendido mientras las lágrimas empapaban los vendajes que cubrían la mitad de su rostro—. Eres virgen, mi Fenghuang, mi amor. ¿Por qué dijiste todas esas cosas?

—¿Quién dice que sea virgen? —dijo frunciendo los labios—. Cuesta ochocientos yuan reinjertar un himen.

—Estás mintiendo otra vez, pequeña gamberra, mi Fenghuang… —Sin importarle el dolor, plantó varios besos en el cuerpo de la chica más hermosa del condado de Gaomi. Tenía el mundo entero ante sus ojos.

Fenghuang le acarició el cuerpo, duro aunque flexible, como si estuviera recomponiendo las ramas de un árbol, y dijo, empleando un tono de voz que sonaba completamente desesperado:

—Dios mío, no hay manera de que pueda apartarme de ti…

Querido lector, preferiría no seguir adelante con mi historia, pero como ya he narrado el principio, es preciso que también te cuente el final. Por tanto, me veo en la obligación de detallarlo con toda su crueldad.

Kaifang regresó al número uno del callejón Tianhua, con el rostro todavía cubierto por los vendajes, lo cual hizo que Lan Jiefang y Huang Huzhu, que ya habían tenido más sorpresas de las que podían soportar, se llevaran un gran susto. Kaifang hizo caso omiso a las preguntas que le hicieron acerca de su rostro y dijo de forma apasionada y con evidente emoción:

—Papá, tía, me voy a casar con Fenghuang.

Frunciendo el ceño, mi amigo Jiefang dijo con firmeza:

—¡No, no vas a hacer una cosa así!

—¿Por qué no?

—¡Porque lo digo yo!

—No te creerás todos esos ridículos rumores que se dicen de ella, ¿verdad? Tienes mi palabra de que es una mujer absolutamente casta…, una virgen…

—¡Dios mío! —exclamó mi amigo quejumbrosamente—. No puedes hacerlo, hijo mío…

—Papá, por lo que se refiere al amor y al matrimonio —dijo Kaifang, mientras su enfado iba en aumento—, se trata de mi propia vida y no tienes ningún derecho a decir nada.

—Puede que no, hijo, pero escucha lo que tu tía tiene que decirte —dijo Jiefang, y acto seguido se metió en su habitación y cerró la puerta.

—Kaifang, pobre Kaifang —le dijo Huang Huzhu entre lágrimas—. Fenghuang es la hija de tu tío. Tú y ella tenéis la misma abuela.

Llegados a ese punto, Kaifang se levantó y se arrancó los vendajes de su rostro, llevándose con ellos su nueva piel y dejando a la vista una herida sangrante. Salió corriendo de la casa y se montó en su motocicleta; arrancó a tanta velocidad que su rueda golpeó contra la puerta de un salón de belleza y las personas que estaban dentro salieron asustadas. Levantó la rueda delantera y aceleró como un caballo salvaje directo a la plaza de la estación de ferrocarril. Nunca escuchó los improperios que le dedicó la encargada del salón de belleza, cuyo negocio se encontraba al lado de la casa.

—¡En esta familia todos están locos!

Kaifang bajó a toda velocidad las escaleras del hotel y se golpeó contra la puerta. Fenghuang estaba esperándole en la cama. El mono le atacó, pero esta vez Kaifang se olvidó de todos los métodos policiales, se olvidó de casi todo. Sacó su pistola y disparó al mono, poniendo punto final al ciclo de reencarnación de un alma que había girado por la rueda de la vida durante medio siglo.

Fenghuang se quedó muda de asombro al ver lo que su amante había hecho. Kaifang levantó su pistola y apuntó hacia ella. No lo hagas, mi joven amigo… Kaifang miró el hermoso rostro de Fenghuang, como si fuera una preciosa escultura de jade…, el rostro más hermoso del mundo… La pistola cayó por su propio peso. Kaifang la volvió a levantar y salió corriendo hacia las escaleras que conducían al piso de arriba…, como si fueran unas escaleras que llevaban del infierno al cielo… Las piernas de nuestro joven amigo se volvieron de goma y se cayó de rodillas. A continuación, colocó el silenciador de su pistola contra un corazón que ya estaba roto… No lo hagas, no seas loco… Y apretó el gatillo. Una explosión sorda hizo que Kaifang rodara por las escaleras, muerto.