Pan Fenghuang lanza pintura a su tía
POR fin, Chunmiao y yo estábamos juntos. Un hombre sano podía recorrer el camino que hay desde mi casa a la librería Nueva China en quince minutos. A nosotros nos llevó casi dos horas. Haciéndome eco de las palabras que empleó Mo Yan: era un paseo romántico y también un trecho tortuoso; era un vergonzoso pasaje y también una noble acción; era una retirada y también un ataque; era una rendición y también una resistencia; era debilidad y era fuerza; era un reto y también un compromiso. Escribió más cosas contradictorias como esas, algunas de ellas eran acertadas y otras no buscaban más que confundir. Personalmente pensaba que abandonar mi casa, ayudado por Chunmiao, no era algo noble ni glorioso; sólo demostraba que teníamos valor y honestidad.
Cuando pienso en aquel día, veo todos esos coloridos paraguas y chubasqueros, todos los charcos de barro de la calle y los peces moribundos y las ranas croando en el agua estancada. Aquella lluvia torrencial de principios de los años noventa sacó a la luz gran parte de la corrupción que estaba cubierta bajo la máscara de la falsa prosperidad que había entonces.
El dormitorio de Chunmiao, que estaba detrás de la librería Nueva China, nos sirvió como nido de amor temporal. Había caído tan bajo que ya no tenía ningún sitio donde esconderme, comenté a Cabeza Grande, que lo podía ver casi todo. Nuestra relación no se basaba únicamente en el sexo, si bien eso fue lo primero que hicimos después de mudarnos a su dormitorio, aunque yo me encontraba débil y gravemente herido. Nos tragamos las lágrimas, nuestros cuerpos temblaron y nuestras almas se entrelazaron. No le pregunté dónde había pasado los últimos días y ella no me preguntó quién me había dado la paliza. Sólo nos abrazamos, nos besamos y nos acariciamos el cuerpo, y borramos de nuestra mente todo lo demás.
Obligado por tu esposa, tu hijo se comió la mitad del cuenco de fideos, mezclados con sus propias lágrimas. Ella, por otra parte, tenía un gran apetito. Se acabó su cuenco, además de tres dientes de ajo grandes, luego peló un par de dientes más y se acabó los fideos de su hijo. El ajo picante hizo que su cara se pusiera roja y que la frente y la nariz aparecieran salpicadas de gotas de sudor. Secó la cara de su hijo con una toalla.
—Siéntate con la espalda recta, hijo —dijo con firmeza—. Come bien, estudia mucho y crece para ser un hombre del que me pueda sentir orgullosa. No hay nada que les gustaría más que vernos morir. Quieren que nos volvamos locos, pues bien, ya pueden seguir soñando.
Era la hora de llevar a tu hijo al colegio, así que tu esposa nos acompañó hasta la puerta, donde Kaifang se giró y abrazó a su madre. Ella le dio unos golpecitos en la espalda y le dijo:
—Mira, ya casi eres tan alto como yo, chicarrón.
—Mamá, no te atrevas…
—No digas tonterías —dijo con una sonrisa—. ¿De veras crees que me voy a ahorcar o a saltar al pozo o a ingerir veneno por una escoria como esa? Márchate y no te preocupes. Dentro de unos minutos me voy a trabajar. La gente necesita comer buñuelos, lo cual significa que la gente necesita a tu madre.
Tomamos el camino más corto, como siempre, y cuando unas libélulas de color rojo intenso pasaron por encima de nuestras cabezas, tu hijo dio un salto y atrapó fácilmente una de ellas con la mano. A continuación, dio un salto todavía mayor y atrapó otra. Estiró la mano hacia mí.
—¿Tienes hambre, Perro? ¿Quieres una?
Sacudí la cabeza.
Ante mi negativa, les quitó la cola, les insertó una paja y las unió. A continuación, las lanzó al aire.
—Volad —dijo, pero se limitaron a tambalearse en el aire y aterrizaron en un charco de barro.
La tormenta había derribado los edificios de la escuela elemental de Fenghuang y los niños estaban saltando y escalando por encima de los ladrillos rotos y de las baldosas que se habían hecho añicos. No se sentían abatidos, sino que parecían encantados. Unas doce berlinas de lujo salpicadas de barro estaban aparcadas en la entrada del colegio. Pang Kangmei, con botas rosas que le llegaban a las rodillas, se había subido las perneras de los pantalones. Sus blancas pantorrillas estaban salpicadas de barro. Llevaba ropa de trabajo vaquera de color azul y gafas de sol oscuras y hablaba a través de un megáfono a pilas.
—Profesores, estudiantes —dijo con voz ronca—, el tifón de categoría nueve ha producido graves daños en todo el condado y en nuestra escuela. Soy consciente de lo abatidos que os debéis sentir, pero vengo a expresar todo nuestro apoyo y nuestros mejores deseos de parte del Comité del Condado y del gobierno del condado. A lo largo de los próximos tres días, no habrá clases mientras limpiamos los desperfectos y restauramos las aulas. En resumen, aunque yo, Pang Kangmei, secretaria del Partido del Comité del Condado, tenga que trabajar sentada en un charco de barro, vuestros hijos tendrán unas aulas limpias, aireadas y seguras en las que poder estudiar.
Los comentarios de Pang Kangmei fueron recibidos con un aplauso entusiasta y a algunos de los profesores se les llenaron los ojos de lágrimas. Pang Kangmei prosiguió:
—En este momento tan crítico en el que nos encontramos sumidos en esta situación de emergencia, todos los líderes del condado estarán aquí, demostrando su lealtad y su entusiasmo, realizando un valioso servicio. Si cualquiera de ellos se atreve a eludir su deber o no rinde al máximo, será severamente castigado.
En mitad de aquella situación de emergencia, aunque yo era el jefe adjunto del condado a cargo de la educación y la higiene, me encontraba escondido en nuestra pequeña habitación, con el cuerpo entrelazado con el de mi amante. Sin lugar a dudas, aquella era una conducta extraordinariamente vergonzosa. Aunque me habían dado una fuerte paliza y no tenía la menor idea de lo que había sucedido en la escuela y era un hombre enamorado, no podía poner encima de la mesa ninguno de esos argumentos y esgrimirlos como una razón aceptable. Por tanto, unos días más tarde, cuando envié mis cartas de dimisión y de renuncia del Partido al Departamento de Organización del Comité del Condado, el director adjunto Lü dijo con una sonrisa burlona:
—Viejo, ya no tienes derecho a dimitir de tu puesto ni a retirarte del Partido. Lo único que puedes esperar es que te despidan de tu empleo y te saquen del Partido de una patada, además de prohibirte acceder a cualquier empleo público.
Aquella tarde nos quedamos en la cama, alternando entre el agotamiento y la pasión. La habitación estaba caliente y húmeda y nuestras sábanas estaban empapadas de un sudor que también saturaba nuestro cabello. Me sentía cautivado por el olor de su cuerpo y por la luz que emanaba de sus ojos.
—Puedo morir hoy, Chunmiao, sin el menor remordimiento…
Mientras estaba tumbado haciendo el amor y amándola, ya no me sentía dominado por el odio hacia los matones que me habían vendado los ojos, me habían arrastrado al interior de una habitación oscura y me habían golpeado hasta dejarme bañado en sangre. Salvo por un hueso de una pierna que me dolía mucho, sólo me habían dejado algunas heridas en la carne. Sabían hacer su trabajo. También había dejado de albergar odio hacia las personas que habían encargado que me dieran una paliza. Me merecía esa paliza. Era el precio que tenía que pagar por el permanente amor que recibía.
Los alumnos del colegio lanzaron un grito de alegría cuando se anunció que tendrían tres días de vacaciones. El desastre natural, que sacó a la luz muchos problemas graves, significó un extraño gran momento para los niños. Un millar de estudiantes de la escuela elemental de Fenghuang salió a la calle y se dispersó, causando estragos en un tráfico que ya de por sí era bastante caótico.
Sin saber adonde íbamos, seguí a tu hijo hasta la puerta de entrada de la librería Nueva China. Entró un grupo de niños, pero tu hijo no. Su marca de nacimiento azul aparecía fría y marcada, como un pedazo de baldosa. La hija de Pang Kangmei, Fenghuang, se encontraba allí, vestida con un chubasquero naranja y botas de goma; se parecía a una llama brillante. Una mujer joven y musculosa permanecía detrás de ella: obviamente, era su guardaespaldas. Más atrás se encontraba mi tercera hermana, con su pelaje limpio y reluciente. Trató por todos los medios de evitar los charcos de barro, pero inevitablemente acabó por mancharse las pezuñas. Cuando tu hijo y Fenghuang cruzaron sus miradas, ella escupió en el suelo, a los pies de tu hijo.
—¡Sinvergüenza! —le insultó.
La cabeza de Kaifang se hundió en su pecho como si le hubieran dado un tajo con una espada en la nuca. Perro Tres me gruñó; lucía una expresión de lo más misteriosa.
Mordí a tu hijo en la manga para indicarle que ya era hora de irse a casa. Pero no había dado más de una docena de pasos cuando se detuvo, con la marca de nacimiento de color jaspeado y lágrimas en los ojos.
—Perro —dijo emocionado—, no vamos a casa. Llévame donde se encuentran ellos.
En un descanso de nuestras relaciones sexuales, caímos medio dormidos, empujados por el agotamiento. Mientras Chunmiao dormía murmuraba cosas como:
—Lo que más amo de ti es tu rostro azul. Me enamoré de ti la primera vez que te vi. Quería hacer el amor la primera vez que Mo Yan me llevó a tu oficina.
Mientras hacíamos lo que hacíamos y decíamos cosas como aquellas que eran vergonzosamente inapropiadas, todos los líderes del condado estaban lidiando con las consecuencias del devastador desastre natural. Pero no voy a ocultarte nada, Cabeza Grande.
Comenzamos a sentir cómo nuestra puerta y nuestra ventana traqueteaban y fue entonces cuando escuchamos tu ladrido. Habíamos prometido no abrir la puerta aunque el propio Dios viniera a llamar. Pero tus ladridos eran como una orden que había que obedecer. Salí de un salto de la cama y sabía perfectamente que mi hijo estaría contigo. Hacer el amor había ayudado a curarme las heridas, así que me vestí rápida y fácilmente, aunque mis piernas estaban entumecidas y todavía me sentía mareado. Al menos no me caí. Luego ayudé a vestirse a Chunmiao, cuyo cuerpo parecía no tener huesos para soportarla, y le coloqué un poco el pelo. Abrí la puerta y mis ojos se cegaron ante los húmedos y calientes rayos del sol. Casi de forma inmediata, un puñado de barro negro y suelto vino volando hacia mí cara, como si fuera un sapo baboso. No hice un intento por esquivarlo; mi subconsciente no me lo permitió, y me golpeó de lleno en el rostro.
Me quité el barro de la cara con la mano, aunque algunas partículas se me habían metido en el ojo, que me escocía mucho, pero todavía podía ver por el ojo derecho. Eran mi hijo, lleno de ira, y su perro, que me miraba con cierta indiferencia. La puerta y la ventana estaban salpicadas de barro, sacado de un charco de lodo que había delante de las escaleras. Mi hijo se encontraba allí, con su mochila a la espalda. Sus manos estaban cubiertas de barro y tenía mucho más en su rostro y en su ropa. Debería haber visto en él una mirada de furia, pero en realidad lo que vi fue un torrente de lágrimas resbalando desde sus ojos, al que pronto se sumaron las mías. Quería decirle muchas cosas, pero lo único que salió de mi boca fue un amargo:
—Adelante, tírame otro…
Di un paso hacia la calle mientras me agarraba al marco de la puerta para evitar caerme y cerré los ojos esperando el siguiente puñado de barro. Escuché cómo mi hijo respiraba con dificultad mientras un puñado tras otro de barro caliente y apestoso volaban por los aires y se dirigían hacia mí. Algunos aterrizaron en mi nariz, otros en la frente; otro, claramente reforzado con un pedazo de ladrillo o de baldosa, me golpeó en la entrepierna. Lancé un grito mientras me retorcía de dolor, me desplomé en cuclillas y me senté.
Abrí los ojos y me enjugué las lágrimas. Ahora podía ver a los dos. El rostro de mi hijo estaba retorcido como una suela de zapato dentro de un horno encendido. El barro que había en su mano se había caído al suelo mientras se echó a llorar; se tapó el rostro con las manos y salió corriendo. Después de lanzar algunos ladridos de despedida, el perro se dio la vuelta y le siguió.
Durante todo el tiempo que permanecí allí, dejando que mi hijo desahogara su rabia lanzándome barro a la cara, Pang Chunmiao, mi amante, se mantuvo detrás de mí. Yo era el objeto de los ataques pero, inevitablemente, ella recibió también algunos daños colaterales. Después de ayudarme a ponerme de pie, dijo con voz suave:
—Tenemos que aceptar esto, hermano mayor… Me siento feliz…, me hace sentir que nuestros pecados se han purgado…
Varias docenas de personas se encontraban en el vestíbulo del edificio de dos plantas de la librería Nueva China. Me di cuenta de que eran los jefes y los dependientes de la librería. Uno de ellos, un joven muchacho llamado Yu, que una vez había pedido a Mo Yan que viera si yo podía ayudarle a conseguir un ascenso a director adjunto, estaba fotografiando aquella escena desde diversos ángulos y distancias con una cámara pesada y cara. Más tarde, Mo Yan me enseñó algunas de las fotografías que había sacado aquel hombre y me sorprendió ver lo buenas que eran.
Dos de los espectadores bajaron por las escaleras y avanzaron con timidez hacia nosotros. Pronto supimos quiénes eran: uno era el secretario del Partido y el otro era el jefe de seguridad. Hablaban sin siquiera mirarnos.
—Viejo Lan —dijo torpemente el secretario del Partido—. Lo siento mucho, pero estamos atados de pies y manos… Vamos a tener que pediros que os marchéis… Quiero que sepas que simplemente cumplimos con la decisión del Comité del Partido…
—No tienes que darme explicaciones —dije—. Lo entiendo perfectamente. Nos iremos enseguida.
—Hay… algo más. —El jefe de seguridad carraspeó y se le trabó la lengua—. Pang Chunmiao, has sido suspendida mientras tu caso esté pendiente de investigación y has sido trasladada a una oficina de dos pisos de la sección de seguridad. Te han colocado allí una cama.
—Puedes suspenderme —dijo Chunmiao—, pero ya puedes olvidarte de la investigación. ¡La única forma que tienes de hacer que me aparte de su lado es matándome!
—Os entendemos —dijo el jefe de seguridad—. Hemos dicho lo que teníamos que decir.
Cogidos del brazo —para apoyarnos el uno en el otro— nos dirigimos a un grifo de agua que había en mitad del patio.
—Lo siento —dije al secretario del Partido y al jefe de seguridad—, pero tenemos que utilizar un poco de vuestra agua para limpiarnos el barro de la cara. Si no tenéis ninguna objeción…
—¿Cómo puedes decir una cosa así, Viejo Lan? —respondió el secretario del Partido—. ¿Por quién nos has tomado? —Le dirigió una mirada cargada de recelo—. Si quieres saber la verdad, no es asunto nuestro si os marcháis o no, pero mi consejo es que os vayáis lo antes posible. La persona que se encuentra al mando está muy enfadada.
Nos limpiamos el barro de la cara y del cuerpo y luego, bajo la mirada vigilante de las personas que se apostaban en las ventanas, regresamos al dormitorio reducido, caluroso y enmohecido de Chunmiao, donde nos abrazamos y nos besamos.
—Chunmiao…
—No digas nada —me detuvo Chunmiao—. No me importa si hay que escalar una montaña de cuchillos o nadar en un mar de fuego —dijo tranquilamente—. Siempre estaré a tu lado.
Durante la mañana del primer día de regreso a la escuela, tu hijo y Pang Fenghuang se encontraron en la entrada del colegio. Él apartó la mirada, pero ella avanzó y le dio una palmada en el hombro, indicando que quería que la siguiera. Cuando llegaron a un árbol de parasol francés que se levantaba al este de la puerta del colegio, ella se detuvo y dijo nerviosa, mientras le brillaban los ojos:
—¡Has estado genial, Kaifang!
—¿Por qué dices eso? —murmuró—. No he hecho nada.
—No seas tan modesto —dijo Fenghuang—. Estuve escuchando a mi madre mientras lo contaba —prosiguió, apretando los dientes—. Esos dos no tienen vergüenza y ya era hora de que recibieran su merecido.
Tu hijo se dio la vuelta para marcharse, pero ella le agarró de la camisa y le dio una patada en la pantorrilla.
—¿A dónde te crees que vas? —le gritó enfadada—. Tengo algo más que decirte.
Era una delicada brujita, hermosa como una estatua perfectamente esculpida. Con sus diminutos pechos sobresaliendo como capullos de flor, tenía una joven belleza a la que era imposible resistirse. El rostro de tu hijo delataba que estaba enfadado, pero dentro de su corazón ya se había rendido por completo. Sólo pudo lanzar un suspiro. Mientras se estaba representando el drama romántico del padre, la historia romántica del hijo no había hecho más que comenzar.
—Tú odias a tu padre y yo odio a mi tía —dijo Fenghuang—. Debería haber sido adoptada por mis abuelos maternos, porque nunca ha estado próxima a nosotros. Mi madre y sus padres la encerraron en una habitación e hicieron turnos tratando de conseguir que tuviera un poco de sentido común y que abandonara a tu padre. Mi abuela incluso se puso de rodillas y le suplicó, pero ella no la escuchó. Luego, saltó la tapia y salió corriendo hacia su depravada vida con tu padre. —Fenghuang apretó los dientes—. Tú has castigado a tu padre y ahora yo quiero castigar a mi tía.
—No quiero tener nada más que ver con ellos —dijo tu hijo—. Son un par de perros en celo.
—Exacto, eso es lo que son —dijo Fenghuang—. Son un par de perros en celo. Así es exactamente como les llamó mi madre.
—No me gusta tu madre —dijo tu hijo.
—¡Cómo te atreves a decir una cosa así! —dijo, dándole un puñetazo—. Mi madre es la secretaria del Comité del Partido del Condado —gruñó—. Se ha sentado en el patio de nuestra escuela y ha dirigido las operaciones de rescate desde allí con un goteo de suero colgando de su brazo. ¿Es que no tienes televisor? ¿No la has visto donar sangre en la televisión?
—Nuestro televisor está estropeado, pero no me gusta la forma en la que hace las cosas. ¿Qué vas a hacerme por eso?
—¡Solamente estás celoso, tú y tu rostro azul, pedazo de mierda!
Tú hijo agarró la correa de su mochila y la lanzó contra ella. Luego la empujó con tanta fuerza que la arrojó contra el árbol que había detrás.
—Me has hecho daño —dijo Fenghuang—. Muy bien, no volveré a llamarte Rostro Azul. Te llamaré Lan Kaifang. Hemos pasado la infancia juntos, lo que significa que somos viejos amigos, ¿no es cierto? Así pues, tienes que ayudarme a llevar a cabo mi plan para castigar a mi tía.
Tu hijo se dispuso a marcharse, pero ella echó a correr y le bloqueó la salida, mirándole fijamente.
—¿Has oído lo que te he dicho?
La idea de marcharse a algún lugar lejano nunca se nos había pasado por la cabeza. Lo único que queríamos hacer era encontrar un sitio tranquilo para estar alejados de la atención pública y resolver mi estado civil por la vía legal.
Du Luwen, el nuevo secretario del Partido del concejo de Lüdian, que hace unos años me sustituyó como director político de la Cooperativa de Comercio y Aprovisionamiento, era un viejo amigo, así que le telefoneé desde una estación de autobuses y le pedí que me ayudara a encontrar un lugar tranquilo. Al principio tuvo sus dudas, pero al final accedió. En lugar de coger el autobús, nos dirigimos a un pequeña población junto al río Transporte de Grano llamada Yutong. Estaba situada al sureste de la capital del condado, donde alquilamos un barco en el amarradero para que nos llevara por el río. La propietaria era una mujer de mediana edad con un rostro enjuto y unos ojos grandes y saltones. La acompañaba en la cabina su hijo de un año, que estaba atado a su pierna por medio de un pedazo de paño rojo para impedir que se cayera al agua.
Du Luwen se reunió con nosotros en el embarcadero del concejo de Lüdian; nos subió a su coche y nos llevó a la cooperativa, donde nos trasladamos a un apartamento de tres habitaciones que se encontraba al final del recinto. Después de que pasara a manos de unos empresarios independientes, la cooperativa estaba a punto de echar el cierre para siempre. La mayoría de los empleados se había trasladado a nuevas empresas, y únicamente quedaron algunos veteranos encargados de vigilar los edificios. Un antiguo secretario del Partido de la cooperativa que antes vivía en nuestro apartamento se acababa de jubilar y se había mudado a la capital del condado. Aquel lugar, que estaba completamente amueblado, guardaba en su despensa una bolsa de harina, otra de arroz, un poco de aceite para cocinar, salchichas y comida enlatada.
—Podéis esconderos aquí. Si necesitáis algo, llamadme, y no salgáis a menos que sea absolutamente necesario. Este es el territorio de la secretaria del Partido Pang y a menudo realiza inspecciones sin previo aviso.
Y, de ese modo, comenzamos nuestros vertiginosos días de felicidad. Cocinamos, comimos e hicimos el amor.
Tu hijo no pudo resistirse a los encantos de Pang Fenghuang y, por tanto, para ayudarla a llevar a cabo su plan de castigar a su tía le dijo una mentira a tu esposa.
Yo seguí los olores mezclados, como una cuerda entrelazada, de Pang Chunmiao y de tu cuerpo y, mientras ellos me seguían de cerca, seguí tu rastro sin equivocarme hasta el embarcadero de la aldea de Yutong, donde subimos al mismo barco.
—¿Dónde van dos jóvenes estudiantes como vosotros? —preguntó la agradable propietaria del barco, con la mano en el timón.
—¿Dónde vamos, Perro? —me preguntó Pang Fenghuang.
Me giré para mirar el río y ladré.
—Bajando el río —dijo tu hijo.
—¿Hasta dónde?
—Sólo llévanos por el río. Cuando lleguemos, el perro nos hará saber hacia dónde debemos ir —dijo confiado.
La mujer se rio mientras avanzábamos hacia el centro del cauce y nos dirigíamos río abajo como un pez volador. Fenghuang se quitó los zapatos y los calcetines y se sentó en el borde de la barca para sumergir los pies en el agua.
Antes de que llegáramos al concejo de Lüdian, Fenghuang dio generosamente a la mujer más dinero del que esta esperaba, lo que hizo que se pusiera nerviosa.
No tuvimos ningún problema en encontrar el lugar donde vivíais y cuando llamamos a vuestra puerta fuimos recibidos por una serie de expresiones de vergüenza y de asombro. Me dedicaste una mirada de enfado; ladré dos veces abochornado. Con ello quería decir: «Por favor, perdóname. Lan Jiefang, pero desde que te fuiste de casa, ya no eres mi amo. Ese papel ha sido ocupado por tu hijo y es mi deber hacer lo que él dice».
Fenghuang quitó la tapa a un cubo de metal y derramó su contenido —pintura— sobre la cabeza de Chunmiao.
—Eres una puta, Tía —dijo Fenghuang a Chunmiao, que se quedó paralizada, muda de asombro. A continuación se dirigió a tu hijo y, como si fuera un comandante en jefe, sacudió la mano en el aire y dijo—: ¡Vámonos!
Acompañé a Fenghuang y a tu hijo hasta la oficina municipal del Partido, donde se encontró a Du Luwen y le dijo, aunque sería más exacto decir que le ordenó:
—Soy la hija de Pang Kangmei. Quiero que me pidas un coche para que nos lleve de vuelta a la capital del condado.
… Du Luwen apareció en nuestro Jardín del Edén manchado de pintura y dijo tartamudeando:
—En mi humilde opinión, creo que deberíais marcharos de aquí lo antes posible.
Nos dio ropa limpia y un sobre que contenía mil yuan.
—Esto es un préstamo, no me lo rechaces.
Chunmiao se limitó a mirarme, con los ojos muy abiertos y completamente desesperada.
—Dame diez minutos para pensármelo —dije a Du mientras le ofrecía un cigarrillo. Nos sentamos a fumar, pero apenas había consumido la mitad del cigarrillo cuando me puse de pie y dije—: Te agradecería mucho que esta noche, a las siete en punto, nos llevaras a la estación de tren del condado de Jiao.
Aquella noche nos subimos en el tren que hacía la ruta de Qingdao a Xi’an. Eran las nueve y media cuando llegamos a la estación de Gaomi. Apretamos nuestros rostros contra las sucias ventanas y observamos a todos los pasajeros que esperaban —la mayoría de ellos transportaba pesadas pertenencias a sus espaldas— y al personal de la estación, que lucía expresiones vacías en sus rostros. Las luces de la lejana ciudad brillaban, mientras en la plaza que se extendía delante de la estación, los conductores esperaban junto a los taxis ilegales entre los gritos de los vendedores de comida. Gaomi, ¿alguna vez seremos capaces de regresar como ciudadanos de pleno derecho?
En Xi’an fuimos a ver a Mo Yan, que había encontrado un trabajo de periodista en el periódico local después de estudiar en el taller de un escritor.
Nos alojó en la ruinosa habitación que había alquilado en la Villa Henan; afirmó que él podía dormir en la oficina. Mientras en su rostro se asomaba una sonrisa maliciosa, nos entregó una caja de preservativos japoneses extrafinos y dijo:
—Me temo que esto es todo lo que tengo, pero es un regalo que os hago con el corazón. Por favor, aceptadlo.
A lo largo de las vacaciones de verano, tu hijo y Fenghuang me volvieron a ordenar que te siguiera, así que les conduje a la estación de ferrocarril y ladré en dirección a un tren que se dirigía al oeste: el olor, como esas vías de ferrocarril, se perdía en la lejanía, a demasiada distancia como para que mi hocico pudiera servir para algo.