Las rencillas personales convierten a los hermanos en enemigos
JINLONG llamó por teléfono para decirme que nuestra madre se encontraba gravemente enferma. Pero en cuanto entré por la puerta, me di cuenta de que me había engañado.
Mi madre estaba enferma, eso era cierto, pero no de gravedad. Ayudada por su bastón de aralia, consiguió llegar hasta un banco que se encontraba en la esquina occidental de la sala de estar. Su cabeza, que ahora estaba completamente teñida de gris, temblaba sin parar y unas lágrimas lóbregas resbalaban por sus mejillas. Papá se encontraba sentado a su derecha, pero se mantenía lo bastante alejado de ella como para que una tercera persona se pudiera sentar entre los dos. Cuando me vio entrar por la puerta, se quitó un zapato, se puso de pie y, lanzando un bramido apagado, me abofeteó en la cara con la suela. Me zumbaron los oídos, vi las estrellas y sentí que me picaba mucho la mejilla. No pude evitar darme cuenta de que, cuando se puso de pie, su extremo del banco salió volando por los aires y mamá se cayó primero al suelo y luego de espaldas. Su bastón salió disparado, como una escopeta apuntada a mi pecho. Recuerdo que le grité:
«¡Madre!», y que quería correr hacia ella para ayudarla, pero me caí de espaldas y rodé hasta la puerta, donde acabé sentado en el umbral. Justo cuando sentí cómo el dolor me subía desde la rabadilla, me caí de espaldas, y justo cuando sentí que mi cabeza se había partido sobre el escalón de hormigón, acabé tumbado boca arriba, con la cabeza agachada, los pies levantados, con medio cuerpo dentro de la habitación y el otro medio fuera.
Nadie se ofreció a ayudarme, así que tuve que incorporarme yo solo. Todavía me pitaban los oídos y notaba un sabor metálico en la boca. Me di cuenta de que papá había aplicado tanta fuerza a la bofetada que se estaba tambaleando. Pero en cuanto recuperó el equilibrio, volvió a atacarme con el zapato. La mitad de su rostro era azul, la otra mitad se había teñido de color púrpura, y de sus ojos parecía que salieran chispas de color verde. Había tenido que pasar por muchos ataques de furia a lo largo de su vida, que estuvo cargada de penalidades, y yo conocía perfectamente el aspecto que tenía cuando se enfadaba. Pero esta vez su cólera estaba mezclada con una nueva carga de sentimientos enfrentados: extrema tristeza e inmensa vergüenza, por sólo mencionar dos de ellos. No me había abofeteado con su zapato sólo por enfado, sino que había puesto el alma en el golpe. Si no me hubiera encontrado en la flor de la vida y mis huesos no hubieran sido sanos y duros, aquella bofetada podría haberme deformado el rostro. Me había sacudido el cerebro y, cuando me puse de pie, no sólo me sentía mareado, sino que también había olvidado por un momento dónde me encontraba. Las figuras que se hallaban delante de mí parecían etéreas, como fuegos fatuos, como imágenes fantasmales que flotaban por el aire.
Creo que fue Jinlong el que impidió que el hombre del rostro azul me golpeara por segunda vez. Pero, aunque tenía un par de brazos alrededor de su cuerpo para sujetarle, mi padre siguió saltando y retorciéndose como un pez fuera del agua. A continuación, me lanzó su zapato negro. No traté de apartarme; mi cerebro se había quedado paralizado y había olvidado decirle a mi cuerpo lo que tenía que hacer. Sólo pude quedarme mirando la escena mientras aquel horrible zapato volaba hacia mí como un monstruo, pero a mí me daba la sensación de que, en realidad, estaba volando hacia otro cuerpo. Me golpeó en el pecho y me quedé inmóvil durante un segundo antes de caer torpemente al suelo. Quizá pensé en la posibilidad de esquivar ese extraño objeto que tenía apariencia de zapato, pero las telas de araña que habían invadido mi cerebro y el velo que se extendía ante mis ojos me impidieron realizar ese movimiento tan inadecuado y carente de sentido. Comencé a sentir calor y humedad en la nariz antes de notar cómo un gusano empezaba a reptar por encima de mi labio superior. Levanté el brazo y lo toqué, y cuando aparté la mano, aunque mi cerebro todavía se encontraba envuelto en las tinieblas, vi que mi dedo se había teñido de una materia verde y aceitosa que emitía un brillo apagado. Escuché una voz suave —¿era la de Pang Chunmiao?— susurrarme al oído: «Te está sangrando la nariz». Mientras fluía la sangre, se abrió una grieta a través de la niebla que nublaba mi cerebro y dejó que una dulce brisa extendiera su frescor por toda mi cabeza, hasta que por fin pude emerger de mi estupidez. Mi cerebro volvió a funcionar y mi sistema nervioso recuperó la normalidad. Aquella era la segunda vez que me sangraba la nariz en dos semanas. La primera fue cuando me atrapó uno de los activistas de Hong Taiyue delante del edificio de oficinas del gobierno del condado y me caí de bruces al suelo como un perro hambriento en busca de una pila de excrementos. Ah, ahora lo recuerdo. Vi cómo Baofeng ayudaba a incorporarse a mamá. La saliva resbalaba por su mejilla en la mitad paralizada de su rostro.
—Hijo mío —dijo con una voz apenas inteligible—. No os atreváis a golpear a mi hijo…
El bastón de aralia se cayó al suelo como una serpiente muerta. Estaba luchando con una fuerza tan sorprendente que Baofeng no pudo sujetarla sin ayuda. Al parecer, quería agacharse a recoger su bastón, y cuando Baofeng se dio cuenta de lo que quería hacer, estiró el pie, sin soltar a mamá, y enganchó el bastón para arrastrarlo, luego se agachó rápidamente, lo recogió y lo puso en su mano. Lo primero que hizo Yingchun fue apuntar con el bastón a papá, que todavía estaba sujeto por Jinlong, pero su brazo carecía de la fuerza necesaria para controlarlo, así que se volvió a caer al suelo. Por tanto, decidió abandonar la violencia y gritó a papá, con la voz apagada, aunque completamente inteligible:
—No te atrevas a pegar a mi hijo, te lo advierto…
Los improperios prosiguieron durante unos instantes más antes de que se restableciera la paz. Las telas de araña desaparecieron. Papá estaba en cuclillas apoyado contra la pared, y se sujetaba la cabeza con las manos. No pude ver su rostro, sólo su cabello plumoso. Alguien había vuelto a colocar el banco en su sitio y Baofeng se encontraba sentada en él, con los brazos todavía alrededor de mamá. Jinlong recogió el zapato y lo dejó en el suelo, delante de papá.
—Al principio no quería implicarme en un escándalo como este —me dijo con frialdad—. Pero cuando me pidieron que lo hiciera, como hijo suyo que soy, no tuve elección.
Su brazo describió un arco y señaló a mis padres. Vi que habían hecho todo lo que estaba en su mano, que estaban consumidos por la tristeza y la desesperación. En aquel momento fue cuando vi a Pang Hu y a Wang Leyun, que estaban sentados detrás de una mesa ubicada cerca del centro de la habitación. Al verlos me invadió tanta vergüenza que me quedé paralizado. Luego me di la vuelta y vi a Huang Tong y a Wu Qiuxiang, sentados el uno junto al otro en un banco que estaba apoyado contra la pared oriental, y a Huang Huzhu, que estaba de pie detrás de su madre, secándose las lágrimas con la manga. En mitad de toda aquella tensión, no pude evitar fijarme en su cabello cautivadoramente brillante, lustroso, espeso y misterioso.
—Todo el mundo sabe que has pedido el divorcio a Hezuo —dijo Jinlong—. También sabemos lo tuyo con Chunmiao.
—Tú, pequeño rostro azul, no tienes conciencia —dijo Wu Qiuxiang sollozando mientras hacía un intento por llegar hasta mí, pero Jinlong le bloqueó el paso, y Huzhu la ayudó a sentarse de nuevo—. ¿Qué te ha hecho mi hija? —prosiguió—. ¿Y qué te hace pensar que no es digna de ti?
Lan Jiefang, ¿es que no tienes miedo a que los cielos acaben contigo si sigues adelante con esto?
—Crees que puedes casarte cuando quieras y divorciarte cuando te venga en gana, ¿no es eso? —dijo Huang Tong con tono enfadado—. No eras nada cuando te casaste con Hezuo y ahora que has tenido un poco de éxito, no quieres saber nada más de nosotros. Pues bien, no te vas a salir con la tuya tan fácilmente. ¡Llevaremos este asunto al Comité Local del Partido o al Comité Provincial del Partido y llegaremos al Comité Central si es necesario!
—Joven hermano, tanto si te divorcias como si no, es cosa tuya. Por ley, ni siquiera tus propios padres tienen la última palabra en este tema. Pero todo este asunto implica a muchas personas y si se corre la voz, tendrás que pagarlo con el infierno. Quiero que escuches lo que tienen que decirte Tío y Tía Pang.
Te prometo con la mano en el corazón que no me importaba lo más mínimo lo que mis padres o los Huang tuvieran que decirme, pero al ver a los Pang, sentí ganas de encontrar un agujero y esconderme dentro de él.
—No debería volver a llamarte más Jiefang, sino que debería llamarte jefe adjunto Lan —dijo Pang Hu con sarcasmo. Tosió un par de veces y luego se volvió a su esposa, que había engordado considerablemente—. ¿Recuerdas en qué año vino a la planta de Procesamiento de Algodón? —Y, sin esperar a que su esposa contestara, respondió—. Estábamos en el año 1976 cuando tú, Lan Jiefang, no eras más que un muchacho alocado que no sabía qué hacer con su vida. Pero yo te llevé allí y te enseñé a evaluar el algodón, un trabajo ligero pero muy respetable. Muchos jóvenes, que eran más inteligentes, que tenían mejor apariencia y mejor educación que tú, cargaban con fardos de algodón que pesaban un par de cientos de jin durante ocho horas al día, algunas veces nueve. Y tenían que permanecer de pie durante todo ese tiempo. Deberías saber qué clase de trabajo era aquel. Eras un trabajador para una temporada, que debería haber regresado a su aldea tres meses después, pero cuando pensé en lo bien que se habían portado tus padres con nosotros, te mantuve en el puesto. Después, más adelante, cuando la comuna del condado estaba buscando savia nueva, apoyé tu candidatura hasta que te aceptaron. ¿Sabes lo que me dijeron entonces los líderes de la comuna del condado? Dijeron: «Viejo Pang, ¿cómo es que quieres enviarnos a un joven demonio de cara azul?». ¿Y sabes lo que les dije? Les dije: «Es un chico de aspecto desagradable, lo reconozco, pero es una persona honesta que merece nuestra confianza, y además sabe escribir». Sin lugar a dudas, hiciste un buen trabajo para ellos y eso te valió seguir ascendiendo, lo cual hizo que me sintiera orgulloso y feliz. Pero tienes que saber que sin mis recomendaciones a la comuna del condado y sin el apoyo de Kangmei entre bastidores, no estarías donde te encuentras hoy. Eres un hombre afortunado, y eso te ha llevado a querer intercambiar una esposa por otra. No es nada nuevo, y si dejamos tu conciencia de lado y no te importa en absoluto someterte a las recriminaciones y a los insultos de todos los que te rodean, entonces adelante, divórciate. ¿Qué puede importarle eso a la familia Pang? Pero, maldita sea, has ido a coger a Chunmiao… ¿Sabes qué edad tiene, Lan Jiefang? Es exactamente veinte años más joven que tú, no es más que una niña. ¡Si sigues adelante con esa relación, te colocarás por debajo de las bestias! ¿Cómo serás capaz de mirar a la cara a tus padres si haces una cosa así? ¿O a tu familia política? ¿O a tu esposa y a tu hijo? ¿O a nosotros?
En ese momento, Pang y su esposa se echaron a llorar. Ella estiró el brazo para secarle las lágrimas; Pang le apartó la mano y dijo con una mezcla de dolor y enfado:
—Puedes destruirte a ti mismo, jefe adjunto, no puedo hacer nada por evitarlo. ¡Pero no te permito que arrastres a mi hija contigo!
No me disculpé con ninguno de ellos. Sus palabras, especialmente las de Pang Hu, me habían taladrado hasta llegarme al corazón y, aunque existía un millar de razones para decirles que lo sentía, no lo hice. Tenía diez mil excusas y sabía que debía romper con Pang Chunmiao y regresar con mi esposa, pero también sabía que era algo que jamás sería capaz de hacer.
Cuando Hezuo escribió aquel mensaje con sangre, llegué a pensar en la posibilidad de poner fin a aquella relación amorosa pero, a medida que fue pasando el tiempo, mi añoranza hacia Chunmiao fue en aumento, hasta que sentí como si mi alma me hubiera abandonado. No podía comer, no podía dormir y no podía realizar una sola tarea en la oficina. Diablos, no me apetecía hacer nada en la oficina. Lo primero que hice después de regresar de la capital de la provincia fue ir a la librería para ver a Chunmiao, pero me encontré con una mujer desconocida de rostro colorado en el lugar donde normalmente se encontraba ella. Se dirigió a mí con un tono cargado de fría indiferencia y me dijo que Pang Chunmiao había pedido la baja por enfermedad. Las otras dos dependientas me lanzaron miradas furtivas. ¡Adelante, mirad! ¡Decid cosas malas de mí! No me importa. A continuación fui al dormitorio que había al lado de la librería. Su puerta estaba cerrada. Desde allí conseguí encontrar el hogar de Pang Hu y de Wang Leyun, que se encontraba delante de un patio de estilo rural. La puerta estaba cerrada con un candado. Grité, pero lo único que conseguí fue que los perros del barrio comenzaran a ladrar. A pesar de saber que Chunmiao no correría a casa de su hermana Kangmei, conseguí reunir el valor necesario para llamar a su puerta. Kangmei vivía en una residencia de primera clase que pertenecía al Comité del Condado, en un edificio de dos pisos protegido por un elevado muro cuyo fin era impedir la entrada a los visitantes. Mi tarjeta de identificación como jefe adjunto del condado me permitió pasar por la puerta de entrada y, como ya he dicho, llamé a su puerta. Los perros que había en el recinto comenzaron a entonar un coro de ladridos. Me di cuenta de que había una cámara encima de la puerta, así que si alguien estaba en casa, podía ver que era yo. Nadie salió a abrir. El guardia de la puerta llegó corriendo cuando escuchó el ruido, con una mirada de pánico dibujada en su rostro. No me ordenó que me fuera, sino que me lo suplicó. Me marché de allí y avancé hacia la concurrida calle; a duras penas podía contenerme la necesidad de gritar: ¿Dónde estás, Chunmiao? ¡No puedo pasar otro día sin ti! ¡Prefiero morir a perderte! No me importan lo más mínimo mi reputación, mi puesto, mi familia, mis riquezas… Sólo te quiero a ti. Al menos déjame verte una vez más. Si dices que quieres abandonarme, entonces me moriré, y así podrás…
No me disculpé ante ellos ni tampoco dije lo que pensaba hacer. Me puse de rodillas delante de mi padre y de mi madre y me doblegué humildemente. Después me di la vuelta e hice lo mismo con los Huang ya que, después de todo, eran mis suegros. Luego miré hacia el norte, con todo el respeto y la solemnidad de los que fui capaz, y me doblegué humildemente ante Pang Hu y su esposa.
Estaba agradecido por todo el apoyo que me habían prestado y todavía más agradecido por haber traído a Chunmiao a este mundo. Por fin me incorporé y retrocedí hacia la puerta, hice una reverencia y, sin pronunciar palabra, salí de la casa y avancé por la carretera en dirección oeste.
Por la actitud de mi chófer, podía asegurar que mis días como oficial habían llegado a su fin. En cuanto regresamos de la capital de la provincia, se quejó de que mi esposa le había obligado a llevarlos a ella y a mi hijo a alguna parte, sin que fuera un viaje oficial. No había venido a recogerme, alegando que el coche tenía un problema eléctrico. Tuve que hacer el camino de vuelta en el autobús de la Agencia de Agricultura. Comencé a caminar hacia la capital del condado. Pero ¿realmente deseaba regresar allí? ¿Para hacer qué? Debería dirigirme hacia donde se encontraba Chunmiao. Pero ¿dónde se había metido?
Jinlong apareció conduciendo su Cadillac y se detuvo a mi lado. Luego abrió la puerta.
—Sube.
—Estoy bien así.
—¡He dicho que subas! —Estaba claro que no iba a tolerar ninguna desobediencia por mi parte—. Quiero hablar contigo.
Entré en su lujoso vehículo.
Unos minutos después, me encontraba en una suntuosa oficina.
Se sentó pesadamente en un sillón de cuero de estilo borgoñés, fumando de forma despreocupada un cigarrillo y mirando el candelabro.
—¿Dirías que la vida es como un sueño? —me preguntó alegremente.
Esperé en silencio a que prosiguiera.
—¿Te acuerdas de cuando solíamos llevar a pastar los bueyes al banco del río? —dijo—. Para conseguir que te unieras a la comuna, te daba una paliza todos los días. En aquel momento, ¿quién iba a imaginar que veinte años después la Comuna del Pueblo sería como una casa construida de arena, que se ha desvanecido ante nuestros ojos? Nunca habría creído entonces que llegarías a ascender al puesto de jefe adjunto del condado y que yo sería el director general de una corporación. Muchas de las cosas sagradas por las que habríamos perdido la cabeza hoy no valen una mierda.
Me mordí la lengua, sabía que no era de aquello de lo que quería hablar.
Se enderezó sobre la silla, apagó el cigarrillo que acababa de encender y me miró fijamente.
—Hay muchas chicas guapas en la ciudad. Por tanto, ¿qué sentido tiene poner en peligro todo lo que posees por ir detrás de esa mona delgaducha? ¿Por qué no acudiste a mí si querías pasártelo bien? Negras, blancas, gordas, flacas, podía haberte conseguido fácilmente lo que hubieras querido. ¿Quieres probar un cambio de dieta? ¡Esas chicas rusas sólo cobran mil yuan la noche!
—Me has traído hasta aquí para hablarme de eso —dije mientras me ponía de pie—. No pienso escuchar una palabra más.
—¡Quédate donde estás! —gritó enfadado, golpeando con el puño sobre la mesa y haciendo volar por los aires las cenizas que había en el cenicero—. Eres un bastardo, de los pies a la cabeza. Un conejo no come la hierba que crece junto a su madriguera y, en este caso, ni siquiera es una buena hierba. —Encendió otro cigarrillo, dio una profunda bocanada y tosió—. ¿Sabes qué tipo de relación tengo con Pang Kangmei? —preguntó mientras apagaba el cigarrillo—. ¡Es mi amante! Por si lo quieres saber, la planificación de la aldea turística de Ximen es nuestra aventura común, nuestro brillante futuro, un futuro que estás echando a perder por culpa de tu polla.
—No me interesa lo que tú hagas —dije—. Sólo estoy interesado en Chunmiao.
—Me lo tomaré como que no estás dispuesto a renunciar a ella —dijo—. ¿De veras quieres casarte con esa chica?
Asentí firmemente.
—Bien, pues eso no va a suceder, de ningún modo.
Se puso de pie y se paseó por su amplia oficina antes de acercarse y cogerme por el pecho.
—Acaba con esto de inmediato —dijo sin ambigüedades—. Cualquier otra cosa que quieras hacer, déjala en mis manos. Dentro de un tiempo, te darás cuenta de que las mujeres son lo que son, y nada más.
—Me vas a perdonar —dije—, pero lo que has dicho es muy desagradable. No tienes el menor derecho a meterte en mi vida y desde luego no necesito que me ayudes a arreglarla.
Me di la vuelta dispuesto a marcharme, pero me agarró del brazo y dijo con un tono más suave:
—Muy bien, a lo mejor existe eso que se llama amor, maldita sea. Por tanto, ¿qué te parece si llegamos a un acuerdo? Tú controla tus emociones y deja de hablar de divorcio. No veas más a Chunmiao durante un tiempo y yo me encargaré de arreglar los papeles para que la envíen a otro condado, o puede que todavía más lejos, a una zona metropolitana o a la capital de la provincia, al mismo nivel en el que te encuentras ahora. Deja pasar el tiempo y verás cómo consigues un ascenso. A continuación, si todavía quieres divorciarte de Hezuo, déjalo todo en mis manos. Lo único que se necesita es dinero, trescientos mil yuan, medio millón, un millón, lo que haga falta. Luego envías a alguien para que traiga a Pang Chunmiao y los dos vivís como una pareja de tortolitos. Lo cierto es —hizo una pausa— que no me gusta hacer las cosas de esta manera, ya que presentan multitud de problemas. Pero yo soy tu hermano y ella es su hermana.
—Muchas gracias —dije—, por tus sabios consejos. Pero no los necesito, de veras que no. —Avancé hacia la puerta, retrocedí unos cuantos pasos hacia él y añadí—: Como muy bien dices, eres mi hermano y ellas son hermanas, así que te aconsejo que no dejes que tus apetitos crezcan demasiado. Los tentáculos de los dioses son largos. Yo, Lan Jiefang, tengo un romance pero, después de todo, no es más que un problema de moralidad. Pero un día, si no te andas con cuidado…
—¿Quién eres tú para sermonearme? —se burló—. ¡No me culpes por lo que te sucede! ¡Y ahora vete de una puta vez!
—¿Qué has hecho con Chunmiao? —le pregunté desapasionadamente.
—¡Sal de aquí! —Su grito de enfado fue absorbido por el acolchado de cuero de la puerta.
Regresé a las calles de la aldea de Ximen, esta vez con lágrimas en los ojos.
Ni siquiera volví la cabeza cuando pasé por delante del hogar de la familia Ximen. Sabía que no era un buen hijo, que mis padres fallecerían dentro de poco, pero no me preocupé en absoluto.
Hong Taiyue me detuvo en la cabecera del puente. Estaba borracho. Me agarró por la solapa y dijo gritando:
—¡Lan Jiefang, maldito hijo de puta, tú me encerraste, a mí, a un antiguo revolucionario! ¡A uno de los guerreros leales del Presidente Mao! ¡A una persona que luchó contra la corrupción! Pues bien, podrás encerrarme a mí, pero no puedes encerrar la verdad. ¡Un verdadero materialista no le teme a nada! ¡Y ten por seguro que no le tengo miedo a tu gente!
Algunos hombres salieron de la taberna de la que había sido expulsado Hong Taiyue para separarlo de mí. Las lágrimas que inundaban mis ojos me impidieron ver quiénes eran.
Crucé el puente. La intensa y dorada luz del sol hizo que el río pareciera una enorme autopista. Los gritos de Hong Taiyue me siguieron:
—¡Devuélveme mi hueso de buey, maldito hijo de puta!