XLVII. Posando como si fuera un héroe, un niño mimado machaca un famoso reloj

Tras salvar la situación, una esposa abandonada regresa a su hogar

TU esposa, con un vestido largo de color magenta, se encontraba sentada en el asiento de pasajeros de un Volkswagen Santana que olía a bolas de naftalina. El escote, por delante y por detrás, estaba decorado con lentejuelas relucientes. ¿Cuáles eran mis pensamientos en aquel momento? Pensaba que si se arrojaba a un río se convertiría en un pez con escamas. Se había puesto espuma en el cabello y mucho maquillaje en la cara, lo que hacía que su rostro fuera tan blanco que parecía cubierto de cal y contrastaba notablemente con su cuello oscuro. Era como si llevara puesta una máscara. Lucía un collar de oro y un par de anillos de oro, con la intención de que esas joyas le confirieran una apariencia real. Tu chófer llevaba la cara larga hasta que tu esposa le dio un cartón de tabaco, lo cual hizo que se tornara ovalada.

Tu hijo y yo íbamos en el asiento trasero, que estaba lleno hasta arriba de paquetes: licor, té, pasteles y tejidos. Aquel era mi primer viaje de vuelta a la aldea de Ximen desde que regresé a la capital del condado en el jeep de Jinlong. Por entonces, yo era un cachorro de tres meses de edad y ahora me había convertido en un perro adulto que contaba con una amplia experiencia en la vida. Desde el punto de vista sentimental, observé el escenario pasar a ambos lados de la amplia autopista de tres carriles. Había pocos coches en la carretera, así que el chófer condujo a tanta velocidad que daba la sensación de que estábamos a punto de echar a volar.

Tu hijo, que iba sentado tranquilamente, no compartía mi excitación, absorto en la partida de Tetris que estaba jugando en su maquinita electrónica. Su intensidad se ponía de manifiesto en el modo en el que se mordía el labio superior, con los pulgares danzando por encima de los botones. Cada vez que perdía, pateaba el suelo y lanzaba un gruñido de enfado.

Aquella era la primera vez que tu esposa, que en el pasado siempre cogía el autobús o montaba en su bicicleta hasta la aldea, iba en el coche oficial. Y era la primera vez que regresaba con la apariencia de ser la esposa de un oficial en lugar de llevar su ropa de trabajo manchada y sin importarle que el pelo le tapara la cara. Era la primera vez que llevaba regalos caros en lugar de buñuelos caseros y era la primera vez que me llevaba con ella en lugar de encerrarme en el patio para que vigilara la casa. Su actitud hacia mí había dado un giro positivo después de que hubiera olfateado a tu amante, Pang Chunmiao. Para ser más exactos, mi categoría había aumentado mucho a sus ojos. Me hablaba a menudo de lo que tenía en mente, como si yo fuera el cubo de basura de sus comentarios y sus quejas desechables. Y no sólo era su confesor, sino que, al parecer, también era una especie de consejero:

—¿Qué crees que debo hacer. Perro?

—¿Crees que le dejará, Perro?

—¿Crees que ella lo acompañará a su conferencia en Jinan, Perro, o la llevará a otro lugar para mantener una pequeña cita?

—¿Crees que realmente hay mujeres que no pueden salir adelante sin un hombre, Perro?

Traté todas esas interminables preguntas de la única manera que podía: guardando silencio. Levanté la mirada hacia ella, mientras mis pensamientos iban y venían en consonancia con sus preguntas; algunas veces ascendiendo hasta los cielos y otras hundiéndose en el infierno.

—Dime sinceramente, Perro, ¿quién tiene razón, él o yo?

Hezuo estaba sentaba en un taburete de cocina, inclinada sobre la tabla de carnicero mientras afilaba un cuchillo oxidado, el borde de una espátula y un par de tijeras. Al parecer, había decidido utilizar nuestros momentos de conversación para afilar todos los objetos punzantes que había en la casa.

—Ella es más joven que yo, y más hermosa, pero yo antes también fui joven y hermosa, ¿no es cierto? Además, puede que ahora no sea joven ni hermosa, pero él tampoco lo es. Nunca fue un hombre atractivo, con esa marca de nacimiento azul en pleno rostro. Algunas veces me despierto en mitad de la noche y me echo a temblar al contemplar su rostro. Perro, si Ximen Jinlong no hubiera echado por tierra mi reputación cuando era joven, ¿crees que habría acabado casándome con ese tipo? Perro, mi vida se ha arruinado, y todo por culpa de esos dos hermanos…

Cuando sus lamentos llegaron a ese punto, las lágrimas humedecieron la pechera de su ropa.

—Ahora soy una anciana poco agraciada, mientras que él es un importante oficial, así que ha llegado la hora de deshacerse de la anciana, como el que tira a la basura un par de calcetines viejos. ¿Te parece eso lógico, Perro? ¿Eso es un signo de conciencia? —preguntó, afilando el cuchillo con determinación—. Tengo que luchar por defenderme. Voy a afilar mi cuerpo hasta que reluzca como este cuchillo.

Tocó la hoja del cuchillo con el dedo, y le dejó una marca blanca: ya está afilado.

—Mañana regresamos a la aldea, Perro, y tú vienes conmigo. Iremos en su coche. En todos estos años nunca me he sentado en su coche, para mantener separada la vida pública de la vida privada y proteger su buen nombre. Puedo llevarme la mitad de los méritos del prestigio del que disfruta entre el público. Perro, la gente se aprovecha de las buenas personas, de igual modo que los seres humanos montamos buenos caballos. Pero eso se ha acabado. Ahora vamos a ser como esas otras esposas de los oficiales, y haremos lo que sea con tal de demostrar a todo el mundo que Lan Jiefang tiene una esposa y que también merece que se la reconozca…

El coche avanzó a través del recién construido puente de la Abundancia y se adentró en la aldea de Ximen. El viejo y rechoncho puente de piedra, que se encontraba a su lado, había caído en desuso, salvo por un puñado de chicos con el trasero desnudo que hacían turnos para zambullirse en el río y lanzaban salpicaduras de agua hacia el cielo. Tu hijo apagó su juego y miró por la ventanilla. En su rostro se dibujó una mirada llena de envidia.

—Kaifang —dijo tu esposa—, tu primo Huanhuan es uno de esos chicos.

Traté de recordar qué aspecto tenían Huanhuan y Gaige. El rostro de Huanhuan siempre había sido un tanto demacrado y limpio, y el de Gaige pálido y rechoncho, y siempre estaba decorado con una hilera de mocos que le bajaba hasta los labios. Todavía recuerdo sus olores característicos y esa evocación produjo un torrente, como un río desbordado, de todos los miles de aromas que había asociado a la aldea de Ximen ocho años atrás.

—Vaya, todavía siguen desnudos, a su edad —murmuró Kaifang.

No sabría decir si aquel comentario estaba cargado de menosprecio o de envidia.

—No lo olvides. Cuando lleguemos a casa, debes decir cosas buenas, ser educado —le recordó tu esposa—. Queremos que tus abuelos se sientan felices y que nuestros parientes te admiren.

—¡En ese caso, deberías untar un poco de miel en mis labios!

—Te encanta hacerme enfadar, ¿no es eso? —dijo tu esposa—. Pero todas esas jarras de miel son para tus abuelos. Diles que las compraste tú.

—¿Y de dónde se supone que iba a sacar el dinero? —dijo frunciendo los labios—. No me van a creer.

El coche avanzaba por la calle principal de la aldea, abarrotada de hileras de casas que parecían barracones propios de los años ochenta, todas ellas con la palabra Demolición escrita en las paredes de ladrillo. Dos grúas, con sus enormes brazos de color naranja, se elevaban dispuestas a comenzar a reconstruir la aldea de Ximen.

El vehículo llegó hasta la puerta del vetusto recinto de la familia Ximen. El conductor hizo sonar la bocina y un grupo de personas salió al patio. Detecté sus olores particulares al mismo tiempo que veía sus rostros. Los signos de la edad se apreciaban tanto en sus aromas como en su aspecto. Todos los rostros eran más viejos, estaban más caídos, y parecían arrugados: el rostro azulado de Lan Lian, el rostro moreno de Yingchun, el rostro amarillento de Huang Tong, el rostro pálido de Qiuxiang y el rostro rojizo de Huzhu.

Tu esposa no se bajó del coche hasta que el conductor no le abrió la puerta. Luego se arregló el dobladillo de su vestido, salió del vehículo y, como no estaba acostumbrada a usar tacones, casi se cae al suelo. La observé mientras se esforzaba por mantener el equilibrio y por no llamar la atención hacia su inválida cadera.

—¡Ah, mi querida hija! —gritó Qiuxiang repleta de felicidad.

Mientras avanzaba hacia Hezuo parecía estar a punto de pasar los brazos alrededor de su hija. Pero no lo hizo, sino que se detuvo justo antes de llegar hasta ella. La otrora mujer esbelta, cuyas mejillas ahora aparecían caídas y el vientre muy pronunciado, lucía una mirada afectiva y zalamera en sus ojos mientras estiraba los brazos para tocar las lentejuelas del vestido de tu esposa.

—Dios mío —dijo, empleando un tono que se ajustaba a ella perfectamente—, ¿de verdad que esta es mi hija? ¡Por un momento pensé que había descendido un hada del cielo!

Tu madre, Yingchun, se acercó, ayudada por un bastón, ya que tenía paralizado un lado del cuerpo. Levantó el brazo débilmente y dijo a tu esposa:

—¿Dónde está mi querido nieto, Kaifang?

Tu chófer abrió la otra puerta para sacar los regalos. Yo salí del vehículo de un salto.

—¿Este es el Perrito Cuatro? —preguntó Yingchun, boquiabierta—. ¡Cielo santo, pero si es más grande que un buey!

Tu hijo salió del coche, en mi opinión, con desgana.

—¡Kaifang! —gritó Yingchun—. Deja que la abuela te mire. Has crecido una cabeza, y eso que sólo han pasado unos meses.

—Hola, abuela —dijo. Luego se volvió y dijo a tu padre, que había aparecido y le estaba dando unos golpecitos en la cabeza—. Hola, abuelo.

Los dos rostros con la marca de nacimiento de color azul, uno viejo y arrugado, el otro fresco y flexible, ofrecían un interesante contraste. Tu hijo saludó a sus abuelos. A continuación, tu padre se dirigió a tu esposa.

—¿Dónde está su padre? ¿Por qué no ha venido contigo?

—Está dando una conferencia en la capital de la provincia —respondió.

—Pasad dentro —dijo tu madre golpeando el suelo con su bastón y añadió, con la autoridad propia de la cabeza de familia—: Entrad todos.

Tu esposa dijo a tu chófer:

—Ya puedes irte, pero debes regresar a las tres para recogernos. No tardes.

Hicieron pasar a tu esposa y a tu hijo al patio. Ellos llevaban paquetes de muchos colores en sus brazos. Piensas que me dejaron de lado en todo ese regocijo, ¿verdad? Pues te equivocas. Mientras todos se lo pasaban en grande, un perro blanco y negro salió de la casa. El olor de un hermano llenó mi hocico y un torrente de recuerdos inundó mi mente.

—¡Perro Uno! ¡Hermano mayor! —le saludé invadido por la excitación.

—¡Perro Cuatro! ¡Hermano pequeño! —respondió, tan excitado como yo.

Nuestras sonoras vocalizaciones sorprendieron a Yingchun, que se volvió para mirarnos.

—Vosotros, hermanos, ¿hace cuánto que no os veíais?… Vamos a ver —dijo contando con los dedos—: Un, dos, tres años… Dios mío, ya han pasado ocho años. ¡Para un perro, eso es media vida!

Nos tocamos los hocicos y nos lamimos mutuamente la cara. Nos sentíamos muy felices.

Justo entonces mi segundo hermano se acercó a mí desde el oeste, junto con su ama, Baofeng. Un muchacho delgado avanzaba, pegado a su espalda y su olor me dijo que se trataba de Gaige. Me sorprendió mucho comprobar lo alto que era.

—¡Número Dos, mira quién ha venido! —gritó nuestro hermano mayor.

—¡Perro Dos! —grité mientras corría para saludarlo.

Era un perro negro que había heredado los genes de nuestro padre. Nos parecíamos mucho, pero yo era bastante más grande. Los tres hermanos seguimos frotándonos mutuamente, felices de volver a estar juntos después de tanto tiempo. A continuación, me preguntaron por nuestra hermana y lo único que les pude decir era que se encontraba bien, que había tenido una camada de tres cachorros, pero que ya los habían vendido todos y que su familia ganó mucho dinero. Cuando pregunté por nuestra madre, me encontré con unas miradas cargadas de tristeza. Con lágrimas en los ojos, me dijeron que había muerto, aunque nadie sabía que estuviera enferma. Lan Lian le construyó un ataúd y la enterró en aquella parcela de tierra que tanto significaba para él. Para un perro, ese gesto era un gran tributo.

Mientras los tres hermanos estábamos aprovechando al máximo nuestra reunión, Baofeng nos miró y dio la sensación de que se sorprendió cuando me vio.

—¿De verdad este es el Perro Cuatro? ¿Cómo es posible que se haya hecho tan grande? Pero si eras el más pequeño de la camada.

La observé mientras me miraba. Después de tres reencarnaciones, los recuerdos de Ximen Nao todavía no habían desaparecido, aunque se encontraban enterrados bajo la montaña de todos los incidentes que habían acaecido a lo largo de tantos años.

En una página de la historia escrita en el lejano pasado, yo era su padre y ella era mi hija. Pero ahora yo no era más que un perro, mientras que ella era la dueña de mi hermano perro y la medio hermana de mi amo. Tenía poco color en su rostro y su cabello, que se había vuelto gris, y parecía seco y quebradizo, como la hierba que crece por encima de una pared después de una helada. Estaba vestida completamente de negro, salvo por algunas motas de color blanco que había en sus zapatillas de paño. Todavía guardaba luto por la pérdida de su esposo, Ma Liangcai. El olor melancólico de la muerte se aferraba a ella. Pero, volviendo la vista hacia atrás, lo cierto es que Baofeng siempre había tenido un aroma cargado de melancolía. Apenas sonreía y cuando lo hacía, era como la luz reflejada en la nieve: lúgubre y fría, una visión que era difícil de olvidar. El chico que avanzaba detrás de ella, Ma Gaige, era tan delgado como su padre. Aquel niño de rostro hinchado se había convertido en un adolescente descarnado con unas orejas prominentes. Sorprendentemente, tenía algunos cabellos grises. Llevaba unos pantalones cortos de color azul, una camisa blanca de manga corta —el uniforme de la escuela elemental de la aldea de Ximen— y unas zapatillas de deporte blancas. En las manos tenía un recipiente de plástico lleno de cerezas.

En cuanto a mí, seguí a mis dos hermanos para echar un vistazo por los alrededores de la aldea de Ximen. Me había ido de aquella casa cuando era un cachorrito y prácticamente no tenía ningún recuerdo de aquel lugar, salvo del hogar de la familia Ximen, pero aquella era la aldea donde había nacido. Empleando las palabras que utilizó Mo Yan en unos de sus artículos, «los hogares están vinculados a una persona a través de la sangre». Por tanto, mientras avanzábamos por las calles y echábamos un vistazo general a la aldea, yo me sentía profundamente conmovido. Vi algunos rostros que me resultaban familiares y detecté muchos olores que no fui capaz de reconocer. También había muchos aromas reconocibles que, en cierto modo, habían desaparecido: no había el menor rastro de los dos olores más intensos que por entonces había en la aldea, el de los bueyes y el de los burros. Muchos de los nuevos olores procedían del metal oxidado que emanaba de los patios por los que pasábamos y me di cuenta de que el sueño de la mecanización de las Comunas del Pueblo no se había hecho realidad hasta que la reforma agraria y la agricultura independiente volvieron a ser la columna vertebral de la política agraria. Mi olfato me decía que la aldea estaba inundada de un sentimiento de excitación y de ansiedad ante la perspectiva de cambios importantes. Todo el mundo lucía una expresión peculiar, como si pensaran que estaba a punto de suceder algo grande.

Regresamos a la casa de la familia Ximen seguidos por el hijo de Ximen Jinlong, Ximen Huan, que fue el último en llegar. No tuve problemas en identificarlo por el olor, aunque apestaba a pescado y a barro. Estaba desnudo, salvo por un traje de baño de nailon y una camiseta de marca que llevaba anudada sobre los hombros. Sostenía en la mano un hilo en el que estaban atados varios peces de escamas plateadas. Un reloj de lujo relucía en su muñeca. Primero me miró a mí, soltó lo que llevaba en la mano y se acercó corriendo. Obviamente, me veía como una montura, pero ningún perro que se respete a sí mismo iba a permitir que sucediera eso, así que me aparté.

Su madre, Huzhu, salió corriendo de la casa.

—¡Huanhuan! —gritó—. ¿Dónde has estado? ¿Y por qué llegas tan tarde? Te dije que iban a venir tu tía y tu primo Kaifang.

—Estaba pescando. —Y cogió el hilo con los peces para enseñárselos—. ¿Cómo iba a recibir a un invitado tan honorable sin pescado? —dijo, con un tono de voz que contradecía su joven edad.

Huzhu sacudió la camiseta que su hijo había revolcado por el suelo y dijo:

—¿A quién crees que vas a recibir con unos pececitos como esos? —preguntó, estirando el brazo para sacudir el polvo y las escamas del pelo de su hijo, y luego añadió—: Huanhuan, ¿dónde están tus zapatos?

—No te voy a mentir, querida madre, los cambié por este pez —dijo sonriendo.

—Pero ¿qué dices? ¡Si sigues así, vas a ser la ruina de esta familia! Tu padre te había traído esos zapatos de Shanghái. Eran unos Nike. Cuestan mil yuan. ¿Y a cambio de ellos te han dado estos pececillos?

—Son muchos más que unos cuantos, mamá —dijo Ximen Huan con gravedad, contando los peces para que todos los vieran—. Aquí hay nueve. ¿Cómo puedes decir que son unos pocos?

—Mirad todos qué clase de hijo idiota estoy criando —dijo Huzhu, cogiendo la ristra de peces de la mano de su hijo para sostenerla en el aire—. Ha ido al río a primera hora de la mañana —explicó a las personas que se congregaban en la casa principal—, afirmando que iba a pescar algunos peces para nuestros invitados. Y esto es lo que ha traído después de tantas horas. Y para conseguirlos tuvo que entregar a cambio un par de zapatillas Nike completamente nuevas. ¿No os parece que sería una buena descripción decir que es estúpido? —Haciendo un movimiento brusco, Huzhu le golpeó en el hombro con la ristra de peces y le dijo—: ¿A quién le has dado las zapatillas? Quiero que vayas a recuperarlas.

—Mamá —dijo, mirándola con el rabillo de su ojo ligeramente estrábico—, no esperarás que una persona digna y llena de respeto no cumpla con su palabra, ¿verdad? No son más que un par de zapatillas. ¿Por qué no te limitas a comprarme otro par? Papá tiene mucho dinero.

—¡Cierra el pico, pequeño granuja! ¿Quién ha dicho que tu padre tiene mucho dinero?

—Si no lo tiene, entonces nadie lo tiene —dijo lanzando una mirada hacia un lado—. ¡Mi padre es un hombre rico, uno de los más ricos del mundo!

—Ahora estás presumiendo y demostrando lo estúpido que eres —dijo su madre—. Espero que tu padre te saque ampollas en el culo cuando llegue a casa.

—¿Qué sucede? —preguntó Ximen Jinlong mientras descendía de su Cadillac.

El coche avanzó en silencio. Jinlong iba vestido de manera informal. Su cabeza afeitada estaba tan limpia como sus mejillas y lucía un poco de barriga. Teléfono móvil en mano, era el prototipo de hombre de negocios de primera categoría.

Después de escuchar lo que Huzhu tenía que decir, dio unas palmadas a su hijo en la cabeza y dijo:

—En términos económicos, cambiar un par de zapatillas Nike de mil yuan por nueve pequeños pececillos es una locura. Pero desde un punto de vista moral, sacrificar voluntariamente unas zapatillas de un millar de yuan por unos peces para recibir a nuestros visitantes es, sin lugar a dudas, un gran acierto. Por tanto, basándonos únicamente en esta situación, no te voy a aplaudir ni tampoco te voy a castigar, pero por lo que sí te voy a felicitar —mientras decía esas palabras, Jinlong dio un golpecito a su hijo en el hombro— es por tu lealtad al principio de «mi palabra, una vez dada, no la pueden echar atrás ni cuatro caballos». Una vez que se ha cerrado el negocio, no puedes retractarte de tus palabras.

—¿Qué te parece eso? —dijo Ximen Huan a su madre, encantado consigo mismo. Luego, cogió el pescado y dijo—: Abuela, toma estos peces y prepara un caldo de pescado para nuestros honorables invitados.

—Teniendo en cuenta cómo lo estás mimando —dijo Huzhu a Jinlong entre dientes—, no quiero ni pensar cómo va a acabar. —Luego se dio la vuelta y agarró a su hijo por el brazo—. Entra en casa, pequeño ancestro, y cámbiate de ropa. ¿O acaso crees que vas a recibir a nuestros invitados con ese aspecto?

—¡Qué elegante animal! —comentó Ximen Jinlong con los pulgares levantados en cuanto me vio. Luego saludó a todas las personas que habían salido a recibirle y cantó las alabanzas de tu hijo—. Querido sobrino Kaifang, ya veo que eres un chico con talento. No eres un jovencito ordinario. Tu padre es un jefe adjunto del condado, pero cuando crezcas tú serás gobernador de la provincia —dijo, y a continuación animó a Ma Gaige—: Pon recta la espalda, con la cabeza levantada y lleno de orgullo, jovencito, no tienes nada de qué preocuparte ni a lo que temer. —Luego se volvió a Baofeng—: No seas demasiado dura contigo misma. No olvides que nadie puede devolver la vida a los muertos. Sé que estás triste, pues bien, yo también lo estoy. Perderlo fue como perder mi brazo derecho.

Se giró y asintió con la cabeza hacia las dos parejas de ancianos. Finalmente, dijo a su esposa:

—Me gustaría beber en honor de mi cuñada. El otro día, a media mañana, cuando celebré un banquete para conmemorar la aprobación de nuestros planes de reconstrucción, Jiefang fue el único que pasó por un mal trago. Ese viejo granuja de Hong Taiyue es terriblemente testarudo, pero no te queda más remedio que quererlo, y espero que una temporadita en la cárcel le enseñe una lección.

Aquella tarde, durante la cena, tu esposa mantuvo la actitud adecuada para la esposa de un jefe adjunto del condado, no se mostró demasiado fría ni demasiado cálida. Jinlong, un anfitrión entusiasta, dejó bien claro quién era el jefe de aquella familia. Pero Ximen Huan fue la persona más viva que había en la mesa y, por el modo en el que siguió la etiqueta del banquete, demostró ser un niño extraordinariamente inteligente. Como disciplinar a su hijo no era tarea de Jinlong, Ximen Huan estaba descontrolado. En un momento de la cena, se sirvió un vaso de licor y llenó otro para Kaifang.

—Toma, primo Kaifang —dijo con la lengua agarrotada—, bebe esto. Quiero que hablemos de algo…

Tu hijo miró a tu esposa.

—No la mires a ella: nosotros, los chicos, tomamos nuestras propias decisiones en momentos como este. ¡Toma, es para ti, brindemos!

—Ya basta, Huanhuan —dijo Huzhu.

—Adelante, mójate los labios —dijo tu esposa a tu hijo.

Por tanto, los dos niños hicieron sonar sus vasos. Huanhuan inclinó la cabeza hacia atrás y vació su vaso, luego estiró el vaso vacío hacia Kaifang y dijo:

—Bebe por…, por respeto.

Así pues, Kaifang tocó el licor con sus labios y depositó el vaso en la mesa.

—Oye…, ese no es el modo en el que se comportan los camaradas…

—Ya basta —anunció Jinlong mientras daba un golpecito a su hijo en la cabeza—. Déjalo ya, y no intentes obligar a los demás a hacer cosas que no quieren. ¡Obligar a beber a alguien no te convierte en un hombre!

—Muy bien, papá…, haré lo que dices —dijo Huanhuan soltando el vaso. Luego se quitó su reloj de pulsera y lo colocó delante de Kaifang—. Es un Longines, está hecho en Suiza. Se lo cambié a un empresario de Corea por mi tirachinas y ahora te lo cambio por tu perro.

—De ninguna manera —replicó tu hijo con firmeza.

A Huanhuan no le gustó su respuesta, por supuesto, pero no montó una escena.

—Estoy dispuesto a apostar —dijo con igual convicción—, a que algún día aceptarás el cambio.

—Ya basta, hijo —dijo Huzhu—. Dentro de unos meses vas a ir a la ciudad para empezar tu educación secundaria y podrás ver al perro cuando visites a tu tía.

Y, de ese modo, el tema de conversación en la mesa se desvió hacia mí.

—Me cuesta creer —dijo tu madre—, que una camada de perros pueda ser tan diferente.

—Mi hijo y yo nos sentimos afortunados por tener este perro —dijo tu esposa—. Su padre está muy ocupado en su trabajo día y noche y yo tengo mi propio trabajo, así que el perro se encarga de vigilar la casa. También lleva a Kaifang al colegio y lo recoge por las tardes.

—Desde luego es un animal asombroso —dijo Jinlong mientras cogía una pata de cerdo asada y me la entregaba—. Perro Cuatro, no te sientas extraño por formar parte de una familia adinerada.

El olor de aquella pata de cerdo resultaba muy atrayente y empecé a escuchar cómo rugía mi estómago. Pero entonces dirigí la mirada hacia mis hermanos perros y la dejé donde había caído.

—Está claro que son muy distintos —dijo Jinlong emocionado—. Huanhuan, puedes aprender muchas cosas de este perro —añadió, y cogió dos patas de cerdo más con sus palillos para dárselas al Perro Uno y al Perro Dos—. Para ser un verdadero hombre, tienes que comportarte como lo hace este gran perro.

Mis hermanos arrancaron la carne que les dio, y la engulleron con tanta rapidez que de sus gargantas salieron unos graciosos sonidos. Pero yo seguía sin probar la mía mientras clavaba mi mirada en tu esposa. Cuando ella me hizo un gesto indicándome que la podía comer, di un mordisco de prueba y la mastiqué, lenta y silenciosamente. Alguien tenía que preservar la dignidad de los perros.

—Tienes razón, papá —dijo Huanhuan mientras se volvía a poner su reloj de pulsera—. Quiero comportarme como una persona que procede de una gran familia.

A continuación, se levantó y fue a su habitación. Volvió a salir con una escopeta de caza.

—Huanhuan —le gritó Huzhu alarmada—, ¿qué estás haciendo?

Huzhu se levantó.

Ximen Jinlong se limitó a quedarse sentado impasible, luciendo una sonrisa en el rostro.

—Me gustaría ver de qué pasta está hecho mi hijo; ¿va a disparar al perro de su tío? Así no hay manera de ser un hombre virtuoso. ¿O es que piensa disparar a los perros de su tía? ¡Eso sería todavía peor!

—Me estás subestimando, papá —dijo Huanhuan con tono enfadado.

Luego se colocó la escopeta en el hombro y, aunque apenas era capaz de soportar su peso, por el movimiento que hizo se veía que tenía práctica, que era una especie de niño prodigio. A continuación, colgó su lujoso reloj en el albaricoquero, retrocedió diez pasos y metió con destreza un cartucho en la cámara. Una sonrisa de adulto se asomó en su rostro. El reloj de pulsera resplandeció bajo el sol de mediodía. Escuché el grito de terror que lanzó Huzhu en la lejanía, mientras el reloj emitía un sonido que estaba cargado de tristeza. El tiempo y el espacio parecieron congelarse en un cegador haz de luz mientras el sonido metálico me hizo ver la imagen de un enorme par de tijeras cortando el haz de luz en varias secciones. El primer disparo de Huanhuan se desvió mucho del blanco y dejó una marca de impacto blanca en el tronco del árbol. Su segundo disparo alcanzó el objetivo. Mientras la bala destrozaba el reloj en mil pedazos…

Los números se desintegraron. El tiempo se había hecho añicos.