Jiefang muestra sus emociones a través de prismáticos
ME encontraba leyendo un documento enviado por Jinlong, que quería convertir la aldea de Ximen en un lugar de vacaciones cuyo motivo temático sería la Revolución Cultural. En su informe sobre la viabilidad del proyecto, había empleado una cuidada retórica: «Aunque la Revolución Cultural destruyó la cultura, también creó otra cultura nueva». Quería pintar nuevos eslóganes en las paredes donde se habían eliminado, reinstalar los altavoces, construir otro puesto de vigilancia en el albaricoquero y erigir una nueva Granja de Cerdos del Jardín del Albaricoque en el mismo lugar en el que la antigua granja se había venido abajo durante una tormenta. Además de eso, quería construir un campo de golf de quinientos acres de tierra al este de la aldea. En cuanto a los campesinos que perderían sus tierras de cultivo, propuso que desempeñaran las tareas de la aldea que tenían durante la Revolución Cultural, tales como: organizar juicios, desfilar con los seguidores del capitalismo por las calles, representar óperas al estilo revolucionario e interpretar danzas de lealtad. Escribió que se podrían recuperar gran cantidad de artefactos de la Revolución Cultural: brazaletes, lanzas, insignias del Presidente Mao, panfletos propagandísticos, enormes carteles en los que aparecieran representadas varias personalidades… Los turistas podrían participar en reuniones llamadas Recordando la amargura, presenciar obras de teatro tituladas Recordando la amargura, comer alimentos denominados Recordando la amargura y escuchar a los ancianos campesinos pobres relatar historias de la vieja sociedad… Y escribió: «El recinto de la familia Ximen será convertido en Museo de la Agricultura Independiente, con figuras de cera de Lan Lian, su burro con la pezuña ortopédica y su buey al que le faltaba un cuerno». Escribió que la parcela de tierra que cultivó el campesino independiente Lan Lian sería cubierta por una enorme carpa de plástico transparente para proteger un jardín escultórico que incluyera algunas estatuas que representaran la agricultura independiente en cada una de sus disyuntivas históricas, empleando las herramientas que él utilizaba para plantar y recolectar las cosechas. Todas esas actividades posmodernas, dijo Jinlong, atraerían muchísimo a los urbanitas y a los extranjeros, lo cual les llevaría a vaciar generosamente sus bolsillos. Ellos se gastarían el dinero y nosotros lo ganaríamos. Después de que visitaran nuestra aldea de la Revolución Cultural, escribió, serían conducidos a un complejo de ocio para adultos que fuera deslumbrante y moderno. Haciendo gala de una ambición obsesiva, planificó apoderarse de toda la tierra que se extendía desde la aldea de Ximen hacia el este, hasta la Boca Arenosa de la Familia Wu, y convertirla en el mejor campo de golf del mundo, además de construir un parque de atracciones en el que no faltara de nada. Luego, en el banco de arena del Pozo de la Familia Wu quería construir un baño público decorado como las antiguas casas de baño de la época romana, un casino de juegos que rivalizara con los de Las Vegas y otro jardín de esculturas dedicado al tema de la batalla entre los hombres y los cerdos que tuvo lugar en ese punto una década atrás. El parque temático tendría principalmente la intención de conseguir que la gente pensara en la protección medioambiental y subrayara el concepto de que todos los seres vivos están dotados de una forma de inteligencia. Pensaba que era necesario recordar el incidente en el que el cerdo sacrificó su vida sumergiéndose en las aguas heladas para salvar a un niño. También se incluía en el documento la intención del autor de construir un centro de convenciones en el cual se podrían celebrar reuniones anuales internacionales de mascotas familiares, que atraerían a los visitantes de otros países y a las divisas extranjeras…
Mientras leía este informe de viabilidad que Jinlong había enviado a las oficinas del condado pertinentes, más los comentarios de aprobación por parte de los peces gordos del comité del Partido y del gobierno del condado, no pude evitar sacudir la cabeza y lanzar un profundo suspiro. En esencia, soy un hombre que se siente más cómodo cuando no se aparta de las viejas costumbres. Me encanta la tierra y el olor del abono; me contentaría con llevar la vida de un granjero; y siento un profundo respeto por los campesinos de la vieja escuela como mi padre, que viven para la tierra. Pero alguien como él está demasiado atrasado como para sobrevivir en la sociedad actual. De hecho, yo me enamoré tanto de una mujer que le pedí el divorcio a mi esposa y eso no es algo demasiado propio de la vieja escuela. Una vez más, iba desfasado con los tiempos. No había forma de poder declarar mi opinión personal en el informe, así que me limité a dibujar un círculo, a modo de aprobación, cerca de mi nombre. Pero había algo que me inquietaba. ¿Quién había sido el verdadero responsable de redactar un informe tan estrambótico? Justo entonces, la cabeza de Mo Yan, con una sonrisa malvada, apareció por mi ventana. ¿Cómo diablos era posible, si mi ventana situada en el tercer piso se encontraba al menos a quince metros del suelo?
De repente, un ruido emergió del vestíbulo, así que abrí la puerta para ver de qué se trataba. Era Huang Hezuo, con un cuchillo de carnicero en una mano y una larga cuerda en la otra. Su cabello estaba alborotado y tenía sangre en los ojos. Mi hijo, con la mochila a la espalda, se encontraba justo detrás de ella, con un puñado de buñuelos humeantes y grasientos y una expresión en el rostro que no fui capaz de discernir. Detrás de él estaba aquel perro tan bruto, con la botella de agua de plástico de mi hijo decorada con dibujos infantiles colgando alrededor de su cuello y, como era tan larga, le golpeaba en las rodillas mientras se balanceaba de un lado a otro con cada paso.
Lancé un grito y me incorporé de un salto. Me había quedado dormido en el sofá. Tenía la frente cubierta de sudor frío y el corazón me latía con fuerza. Notaba la cabeza entumecida a causa de la pastilla para dormir que había tomado, y la luz del sol que atravesaba la ventana me golpeaba en los ojos. Conseguí levantarme con esfuerzo y echarme un poco de agua en el rostro. El reloj que se encontraba colgado en la pared decía que eran las seis y media. Sonó el teléfono y lo descolgué. Silencio. No me atrevía a decir nada. Me quedé allí, esperando.
—Soy yo —dijo, con la voz rota—. No he pegado ojo en toda la noche…
—No te preocupes, estoy bien.
—Te llevaré algo para comer.
—No, no vengas —dije—. No es que tenga miedo, ya que estaría dispuesto a subirme al tejado y anunciar al mundo entero que te amo, pero me asusta pensar a lo que podría llevar…
—Lo comprendo.
—Creo que deberíamos vernos un poquito menos durante un tiempo. No quiero dar a mi mujer la oportunidad de…
—Lo comprendo. Le he hecho una jugada terrible…
—No pienses eso. Si hay algún culpable aquí, ese soy yo. Además, ¿acaso no decía Engels que un matrimonio sin amor es un pecado contra la moralidad? Lo cierto es que no hemos hecho nada malo.
—Voy a comprar unos bollos rellenos y a dejártelos en la recepción…
—No —dije—. No quiero que vengas. No te preocupes, si una lombriz no se puede morir de hambre, yo tampoco. No puedo decir cómo van a ser las cosas más adelante, pero por ahora todavía sigo siendo el jefe adjunto del condado, así que saldré a comer a la casa de huéspedes, ya que allí hay mucha comida.
—Te echo de menos…
—Yo también. Cuando vayas a trabajar, detente en la entrada de la librería y mira hacia mi ventana. De ese modo, podré verte.
—Pero yo no podré verte a ti…
—Sin embargo, sabrás que estoy allí arriba. Muy bien, querida mía…
Pero al final no fui a la casa de huéspedes a comer algo. Desde el día en el que nos tocamos por primera vez, me sentía como una rana enamorada; no tenía el menor apetito y lo único que me invadía era una pasión desenfrenada. Pero tanto si tenía apetito como si no, necesitaba comer, así que me obligué a mí mismo a tomar algunos aperitivos que Chunmiao me había traído, aunque no los saboreé en absoluto. Sin embargo, me proporcionaron alimento y calorías revitalizantes.
Me aposté en la ventana con los prismáticos, preparado para llevar a cabo mi ritual diario. Mi reloj mental era extraordinariamente preciso. Como en aquellos tiempos la ciudad no contaba con edificios elevados, no había nada que me impidiera ver el paisaje. Si quería, podía observar los rostros de los ancianos haciendo sus ejercicios matinales en la plaza Tianhua. Primero apunté los prismáticos a la entrada del callejón Tianhua. En el callejón Tianhua estaba mi casa. La puerta se encontraba cerrada. Algunos enemigos de mi hijo habían escrito algunas consignas con tiza sobre la puerta y habían hecho un dibujo: un niño con colmillos, con la mitad del rostro llena de tiza y la otra no. Tenía sus huesudas manos levantadas hacia el cielo, en un signo de rendición. Entre sus delgadas piernas colgaba un enorme pene del cual se extendía una única línea hasta la parte inferior de la puerta.
Bajé mis prismáticos, que escudriñaron el callejón y la plaza Tianhua. Mi corazón dejó escapar un latido. Allí estaba Huang Hezuo, tratando con esfuerzo de descender con su bicicleta los tres escalones que había delante de la puerta. Después de cerrarla, se quedó mirando las pintadas, luego aparcó la bicicleta, miró a su alrededor, y cruzó la calle para coger una rama de pino que se elevaba cerca de allí, la partió y la utilizó para borrar la mayor cantidad de tiza posible. No podía ver su rostro, pero sabía que estaría gruñendo. Después de frotar la tiza hasta dejarla irreconocible, se montó en la bicicleta y avanzó una docena de metros hacia el norte antes de desaparecer detrás de una hilera de casas. ¿Cómo habría pasado la noche? ¿Se habría quedado despierta o habría dormido como un bebé? No había forma de saberlo. Aunque durante todos estos años nunca hubo un minuto en el que realmente la hubiera llegado a amar, ella era, después de todo, la madre de mi hijo, y nuestras vidas se habían unido íntimamente. Hezuo reapareció por la carretera en dirección a la plaza situada delante de la estación. Siempre iba tambaleándose, incluso cuando montaba en bicicleta, y en ese momento lo estaba haciendo más que nunca, ya que daba la sensación de que tenía mucha prisa. Ahora podía ver su rostro, que parecía estar cubierto por un vaporoso velo. Llevaba una camiseta negra con un dibujo amarillo de un ave fénix. Sabía que tenía mucha ropa. Una vez, durante un viaje de negocios, probablemente movido por unos intensos sentimientos de culpabilidad, le compré una docena de camisas; la mayoría las guardó de inmediato en el fondo de un baúl y nunca se las llegó a poner. Pensé que Hezuo podría mirar hacia mi ventana cuando pasaba por delante del edificio de oficinas del gobierno, pero no lo hizo. Siguió mirando hacia delante y yo lancé un suspiro. Sabía que esta mujer no estaba dispuesta a concederme la libertad, al menos no sin antes luchar. Pero una vez que había comenzado la batalla, habría que pelear hasta el final.
Una vez más dirigí mis prismáticos hacia la puerta de mi casa, situada en el callejón Tianhua, que en realidad era un amplio bulevar, la ruta preferida por los padres parar llevar a sus hijos a la escuela elemental Fénix, que se encontraba situada en el distrito sur. A aquellas horas de la mañana estaba repleto de padres con sus hijos.
Mi hijo y su perro salieron por la puerta, primero el perro, seguido por el muchacho, que abrió sólo un lado de la puerta y se deslizó a través de esa rendija. Un muchacho inteligente. Si hubiera abierto los dos lados, habría tenido que darse la vuelta y cerrar las dos puertas, una pérdida de tiempo y de energía. Después de cerrar con llave, saltó desde el escalón superior hasta la acera y se dirigió al norte. Lo vi saludar con la mano a un chico que montaba en bicicleta; el perro ladró al muchacho. Pasaron por delante de la barbería Tianhua, que estaba justo enfrente de una tienda que diseñaba acuarios caseros y vendía peces tropicales. La puerta que daba al sur relucía con fuerza bajo el sol de la mañana. El dependiente, un librero jubilado que trabajaba en un almacén de algodón y en una estación de transporte, era un anciano solemne que exponía sus peces en los acuarios sobre la acera. Mi hijo y su perro se detuvieron a mirar los movimientos poco gráciles de los peces de colores de vientre pronunciado. El dependiente apareció para decir algo a mi hijo, aunque su cabeza estaba demasiado baja como para poder ver su boca. Es posible que hubiera contestado, pero también era probable que no lo hubiera hecho.
Regresaron a la carretera y se dirigieron hacia el norte. Cuando llegaron al puente Tianhua, dio la sensación de que mi hijo quería bajar hasta la orilla, pero el perro le agarró por la ropa con los dientes para detenerle. Era un compañero bueno y fiel. Mi hijo trató de liberarse, pero no pudo hacer nada contra el perro. Finalmente, cogió un trozo de ladrillo y lo arrojó al agua, y este salpicó cuando impactó en la superficie. Un perro amarillo saludó al nuestro con un ladrido y un movimiento de cola. El toldo de plástico verde que se extendía por encima del mercado del granjero relucía a la luz del sol. Mi hijo se detenía en casi todas las tiendas que se encontraba por el camino, pero el perro siempre le agarraba por la ropa o le empujaba por detrás de la rodilla para que siguiera avanzando. Cuando volvieron al callejón Tianhua, aceleraron el paso y en ese momento fue cuando mis prismáticos comenzaron a barrer el área que se extendía delante de la librería Nueva China, que se encontraba en el callejón Tianhua.
Mi hijo sacó un tirachinas de su bolsillo y apuntó al pájaro que estaba posado en el peral que se levantaba delante de la casa de mi colega, otro jefe adjunto del condado que se llamaba Chen. Pang Chunmiao apareció delante de la librería como si hubiera caído del cielo. Hijo, perro, no puedo dedicaros más tiempo por hoy.
Llevaba un vestido blanco inmaculado y era una delicia contemplarla. Su rostro recién lavado no llevaba maquillaje y casi podía oler el aroma a sándalo de su jabón facial y la fragancia natural de su cuerpo, que me embriagaba y casi me transportaba a otro mundo. Chunmiao estaba sonriendo. Sus ojos relucían. La luz de la mañana reflejaba lo poco que podía ver de sus dientes. Había levantado la mirada para mirarme y sabía que yo la estaba observando a ella. Era hora punta y la calle estaba abarrotada de coches; las calles peatonales estaban llenas de motocicletas que emitían un humo negro; las bicicletas se entrelazaban entre los coches, y las motocicletas se cruzaban con ellas y provocaban un coro de bocinas que emitían los exasperados conductores. Cualquier otro día me habría parecido extraordinariamente repulsivo, pero hoy era un espectáculo glorioso.
Ella se quedó allí hasta que su compañera de trabajo abrió la puerta para que entrara. Justo antes de que se adentrara en la librería, se puso los dedos en los labios y me lanzó un beso. Como si fuera una mariposa, ese beso atravesó la calle, revoloteó brevemente por el aire justo delante de mi ventana y fue a parar a mi boca. Qué chica más maravillosa. Habría muerto por ella sin dudarlo un instante.
Mi secretario vino para decirme que aquella tarde tenía que acudir a una reunión para hablar sobre los planes de desarrollo de la aldea de Ximen. Entre los presentes estarían el secretario del Partido del condado, su adjunto, el jefe del condado, el Comité del Partido, todos los jefes de departamento del gobierno del condado y los principales banqueros. Yo sabía que Jinlong esta vez se lo había jugado todo a una carta y lo que le esperaba en el futuro, al igual que a mí, no serían guirnaldas de flores y un navegar por aguas tranquilas. Tenía el presentimiento de que un destino fatal nos esperaba a mi hermano y a mí. Pero teníamos que seguir adelante, y en este sentido, éramos verdaderos hermanos, para bien o para mal.
Antes de despejar mi mesa de trabajo para marcharme a la reunión, cogí los prismáticos y ocupé mi acostumbrada posición en la ventana, donde observé cómo el perro de mi hijo conducía a mi esposa al otro lado de la calle y se dirigía hacia la puerta de la librería Nueva China. Había leído varias historias de Mo Yan en las que los protagonistas eran los perros, que siempre parecían ser más inteligentes que los humanos, y aquello siempre me hacía reír. Menuda tontería, pensé. Pero ahora, de repente, me convertí en un creyente.