XXXVIII. Jinlong se entusiasma con unos proyectos ambiciosos

Hezuo recuerda en silencio viejas enemistades

YO estaba a punto de levantarme de la silla de mimbre, pero al final conseguí contenerme. Encendí un cigarrillo y le di lentamente una calada para relajarme. Robé una mirada de los escalofriantes ojos azules de Cabeza Grande Lan, y en ellos vi la mirada fría y hostil del perro que acompañó a mi primera esposa y a mi hijo durante quince años. Pero entonces descubrí que se parecía a la mirada que tenía mi difunto hijo, Lan Kaifang: igual de fría, igual de hostil, igual de incapaz de perdonarme.

Me habían nombrado jefe de la Sección Política de la Cooperativa de Comercio y Aprovisionamiento del condado e, independientemente de lo que te pudiera parecer, era una de esas personas que se distraen escribiendo pequeños y floridos artículos para el periódico de la provincia.

En aquella época, habían enviado a Mo Yan a que echara una mano en la Sección de Informes del Departamento de Propaganda del Comité del Condado y, aunque en su historial seguía registrado como un campesino, su casi fanática ambición era bien conocida en todo el condado. Escribía día y noche, sin peinar nunca su cabello.

Sus ropas, que apestaban a humo de cigarrillos, sólo se lavaban cuando llovía y las podía poner a secar a tiempo. Mi primera esposa, Huang Hezuo, era una admiradora tan ferviente de esta sabandija que siempre le preparaba un té o le entregaba cigarrillos cuando se dejaba caer por aquí, mientras que mi perro y mi hijo se mostraban hostiles hacia él.

En cualquier caso, poco tiempo después me destinaron a la Cooperativa de Comercio y Aprovisionamiento del condado y Hezuo fue destinada al restaurante de la estación de autobuses de la cooperativa; su trabajo consistía en preparar buñuelos. Nunca dije que fuera una mala mujer y nunca expuse públicamente ninguno de sus defectos. Sin embargo, se echó a llorar cuando le dije que quería divorciarme y me preguntó:

—¿Qué es lo que no te gusta de mí?

Y mi hijo preguntaba:

—Papá, ¿qué te ha hecho mamá?

Mis padres no fueron tan generosos:

—No eres una persona que destaque por nada, hijo, ¿qué te hace pensar entonces que eres demasiado bueno para ella?

Los más punzantes de todos fueron mi familia política:

—Lan Jiefang, maldito hijo bastardo de Lan Lian, haz un pis y mírate en el charco.

Por último, mi superior adoptó un tono sombrío cuando escuchó la noticia:

—Camarada Jiefang, ¡podrías utilizar un poco el sentido común!

—Sí, lo admito, Huang Llezuo no ha hecho nada malo y se puede decir que es tan digna como yo, o incluso más. Pero, bueno, simplemente no la amo.

El día en el que mi madre devolvió a los niños a sus padres y entregó los perritos, Pang Kangmei, que por entonces era delegada adjunta del Departamento de Organización del Comité del Condado, había pedido a su chófer que hiciera una foto de grupo de las cuatro parejas, de los cuatro niños y de los cuatro perritos debajo del albaricoquero que se elevaba en el recinto familiar. Si mirases la foto, pensarías que éramos una familia feliz aunque, en realidad, en lo más profundo de nuestro corazón albergábamos sentimientos sombríos. Las copias de la fotografía colgaron de los cuatro hogares, pero probablemente ninguna de ellas sigue estando allí.

Después de hacernos la foto, Chang Tianhong y Pang Kangmei se ofrecieron a llevarnos a casa en su coche. Mientas yo trataba de tomar una decisión, Hezuo les dio las gracias pero dijo que prefería pasar la noche en casa de Mamá. Entonces, en cuanto se marchó el coche, cogió a nuestro hijo y al perro y comentó que se quería marchar. Por más que todos intentamos convencerla, no conseguimos que cambiara de idea. Justo entonces, la madre de los perritos se soltó de las manos de Papá y salió corriendo hacia el exterior, con el antifaz colgando alrededor del cuello, como si llevara un collar negro. Fue directamente hacia mi esposa antes de que pudiera detenerla y clavó los dientes en Hezuo, que lanzó un grito de dolor y sólo fue capaz de no perder el equilibrio por pura fuerza de voluntad. Mi esposa insistió en que nos marcháramos de allí inmediatamente, pero Baofeng corrió al interior de la casa a por su equipo médico y examinó el trasero herido de Llezuo. Jinlong me llevó aparte, me dio un cigarrillo y encendió uno para él. Las pequeñas nubes de humo velaron nuestros rostros. Empleando un tono de voz que sonaba entre simpático y ridículo, dijo:

—No lo soportas más, ¿no es cierto?

—Te equivocas —respondí con frialdad—. Todo va estupendamente.

—Eso está bien —dijo—. En cualquier caso, todo es una comedia de equivocaciones, pero tú eres un hombre importante. ¿Y las mujeres? Bueno, ellas son lo que son.

Se frotó el pulgar contra dos dedos, luego se colocó una imaginaria gorra de oficial y añadió:

—Mientras seas capaz de aceptarlas, vendrán cada vez que las llames. Hezuo avanzó hacia mí, con la ayuda de Baofeng. Nuestro hijo, que estaba sujetando su perrito con una mano y el faldón de su madre con la otra, levantó la mirada hacia ella. Baofeng me entregó algunas medicinas contra la rabia y dijo:

—Mete esto en el frigorífico en cuanto llegues a casa. Las instrucciones están en la caja. Síguelas al pie de la letra ya que de lo contrario…

—Gracias, Baofeng —dijo Hezuo mientras me lanzaba una mirada gélida—. Ya no me soportan ni los perros.

Wu Qiuxiang, blandiendo un palo en la mano, había salido detrás de la perra, que corrió directa a la perrera, donde gruñó a Qiuxiang, con los ojos teñidos de verde.

Huang Tong, que por entonces tenía la espalda ligeramente encorvada, se encontraba detrás del albaricoquero. Gritó a mis padres:

—Vosotros, los miembros de la familia Lan, sentís muy poco aprecio por la familia, aunque tu perro se muerda a sí mismo. Estrangulad a ese maldito animal o algún día voy a quemar esa perrera con ella dentro.

Mi padre atizó su escoba casi calva en la perrera. Los gritos de dolor que salían del interior de la caseta hicieron que mi madre saliera por la puerta.

—Madre de Kaifang —dijo a modo de disculpa hacia Hezuo—, no te enfades. Esa perra vieja sólo intentaba proteger a sus cachorros y esa es la única manera que conoce.

A pesar de lo insistentemente que mi madre, Baofeng y Huzhu trataron de hacer que se quedara, Hezuo estaba decidida a marcharse. Jinlong miró su reloj y dijo:

—Es demasiado tarde para coger el primer autobús y el siguiente no saldrá hasta dentro de un par de horas. Si consideras que mi coche no es demasiado indigno para ti, te puedo llevar a casa.

Tras mirarle de soslayo, cogió a nuestro hijo y, sin despedirse de nadie, salió corriendo hacia la aldea. Sujetando todavía al perrito entre sus brazos, Kaifang se giró para mirar hacia atrás.

Mi padre se acercó a mí. Los años habían ablandado la marca azulada de su rostro y la mortecina luz del sol le hacía parecer más viejo que nunca. Lanzando una mirada rápida a mi esposa y a mi hijo, me detuve y dije:

—Vuelve dentro, Papá.

Mi padre lanzó un suspiro y, claramente alicaído, dijo:

—Si hubiera sabido que iba a trasmitir esta marca de nacimiento a mis descendientes, me habría quedado soltero.

—No digas eso —dije—. No lo considero un defecto y si le importa a Kaifang, puede hacerse un injerto de piel cuando sea mayor. En los últimos años se han producido muchos avances médicos.

—Jinlong y Baofeng ahora pertenecen a otras personas, así que tu familia es la única preocupación que tengo.

—Estaremos bien. Preocúpate sólo de ti.

—Estos últimos tres años han sido los mejores de mi vida —dijo—. Tenemos más de tres mil jin de trigo almacenado y varios cientos más de otros granos. Tu madre y yo tendremos alimento aunque no recolectemos más en los próximos tres años.

El jeep de Jinlong apareció sobre la bacheada carretera.

—Papá —dije—, vuelve a entrar en casa. Vendré a verte cuando encuentre un poco de tiempo libre.

—Jiefang —dijo con tristeza, sus ojos estaban clavados en el suelo—. Tu madre dice que dos personas están destinadas a estar juntas… —hizo una pausa y prosiguió—. Quiere que te diga que te mantengas fiel a tus votos. Dice que las personas que pertenecen a los círculos oficiales pueden arruinar su futuro divorciándose de sus esposas. Ella es la voz de la experiencia, así que no lo olvides.

—Lo comprendo, Papá —dije. Mientras miraba su rostro poco agraciado y sombrío, mi corazón estaba dominado por la tristeza—. Vuelve y di a mamá que no se preocupe.

Jinlong apareció y se detuvo junto a nosotros. Abrí la puerta del acompañante y entré en el vehículo.

—Gracias, su eminencia —dije.

Mi hermano giró la cabeza y escupió el cigarrillo que tenía en la boca por la ventanilla.

—¡Qué te jodan con lo de eminencia! —respondió, y me eché a reír ruidosamente.

—Cuidado con lo que dices cuando estés cerca de mi hijo, ¿vale? —gruñó—. En realidad, ¿qué importa? Los machos deberían empezar a pensar en el sexo en cuanto cumplen los quince años. Si lo hicieran no estarían siempre quejándose de las mujeres.

—En ese caso, ¿por qué no empiezas con Ximen Huan? —respondí—. A lo mejor puedes prepararle para que algún día se convierta en un triunfador.

—No basta sólo con preparación —dijo—. Todo depende de la pasta de la que esté hecho.

Llegamos hasta la altura de Hezuo y Kaifang. Jinlong sacó la cabeza por la ventanilla.

—Cuñada, deja que os lleve a ti y a mi sobrino.

Cojeando notablemente mientras avanzaba de la mano con Kaifang, que sujetaba al perrito en el otro brazo, pasó por nuestro lado, con la cabeza alta.

—¡Pero qué cabezota eres! —exclamó Jinlong mientras golpeaba su puño contra el volante y hacía sonar la bocina, sin desviar la mirada de la carretera—. No subestimes a esa mujer —añadió—. Menudo carácter tiene.

Nos pusimos a su altura por segunda vez y Jinlong volvió a sacar la cabeza por la ventanilla, haciendo sonar la bocina para llamar su atención.

—Me ignoras porque mi coche está tan desvencijado, ¿es por eso, cuñada?

Hezuo siguió avanzando, con la cabeza erguida y la mirada fija en la carretera que se extendía ante ella. Llevaba unos pantalones grises. La pernera derecha del pantalón estaba redondeada, la izquierda estaba caída y había una mancha de sangre o de yodo en el trasero. Sentía simpatía hacia ella, de eso no cabía duda, pero todavía la encontraba repulsiva. Su cabello corto que mostraba la pálida piel de su cuello, sus orejas demacradas sin prácticamente lóbulos, una verruga en su mejilla con dos pelos negros —uno largo y otro corto— y el olor grasiento de buñuelos que nunca se desprendía de ella hacían que la encontrara completamente repulsiva.

Jinlong siguió avanzando y se detuvo en mitad de la carretera, donde abrió la puerta y salió del vehículo. Se colocó junto al jeep con las manos en las caderas y las piernas separadas, lucía una mirada desafiante. Dudé unos instantes antes de unirme a él fuera del coche.

Se había llegado a un punto muerto y yo pensaba que si Hezuo tenía los poderes legendarios de los superhéroes, pasaría por encima de mí, pasaría por encima de Jinlong y aplastaría el jeep, sin detenerse ni dar un rodeo. La luz del sol de la última hora de la tarde caía sobre su rostro, iluminando sus cejas oscuras y pobladas, que casi se encontraban en el centro de la frente, sus labios finos y un par de ojos diminutos, que en ese momento estaban llenos de lágrimas. ¿Cómo no iba a sentir simpatía hacia alguien como ella? Sin embargo, la seguía encontrando repugnante.

La mirada de desagrado que se dibujaba en el rostro de Jinlong dio paso a una sonrisa maliciosa.

—Joven cuñada, sé lo desagradable que resulta para ti viajar en un vehículo tan desvencijado como este y sé que siempre me has despreciado, ya que no soy más que un simple campesino. También sé que prefieres ir caminando hasta la ciudad antes que subirte a mi coche. No cabe duda de que puedes seguir caminando, pero Kaifang no. Por tanto, ¿por qué no me ayudas a resolver esta embarazosa situación, por el bien de mi precioso sobrino, ya que no lo harás por nadie más?

Jinlong avanzó hacia ella, se agachó y cogió a Kaifang y al perrito. Hezuo opuso una débil resistencia, pero Jinlong ya había abierto la puerta del coche y depositado a Kaifang y al perrito en el asiento trasero. Kaifang gritó «Mamá» con la voz rota. El Perrito Cuatro añadió un par de ladridos débiles. Abrí la puerta del otro lado, la miré a ella y dije burlonamente:

—Vuestro carro, Alteza.

Hezuo no se movió.

—Tía de Huanhuan —dijo Jinlong, sonriendo ampliamente—, si tu marido no estuviera aquí, te cogería y te metería en el coche.

Hezuo se sonrojó. La mirada que había en sus ojos mientras observaba a Jinlong era compleja. Yo sabía lo que estaba pensando en aquel momento. Soy sincero cuando digo que mis sentimientos de repulsa hacia ella no tenían nada que ver con lo que sucedió entre ella y Jinlong, de igual manera que no me sentiría repelido por la relación íntima que había entre la mujer a la que amaba y su marido. Para mi sorpresa, mi esposa entró en el coche, pero por el lado de Jinlong, no por el mío. Cerré la puerta con un fuerte golpe. A continuación, Jinlong cerró la suya.

Cuando comenzamos a avanzar por la bacheada carretera, miré por el espejo retrovisor y observé que Hezuo estaba abrazando con fuerza a su hijo, cuyos brazos a su vez estaban apretados con firmeza alrededor del perrito. Aquello me desagradó profundamente.

—Esta vez has ido demasiado lejos —murmuré, justo cuando atravesábamos un pequeño y estrecho puente de piedra.

Ella abrió la puerta de golpe y habría saltado si no hubiera sido por Jinlong, que mantuvo la mano izquierda en el volante, estiró hacia atrás la derecha y la agarró por el pelo. Me di la vuelta y la agarré por el brazo. El niño empezó a llorar mientras el perro no dejaba de ladrar. Cuando llegamos al extremo del puente, Jinlong blandió su puño contra mi pecho.

—¡Estúpido cabrón! —gruñó.

Detuvo el coche y salió de él. Se frotó su sudorosa frente con la manga, dio una patada a la puerta y maldijo:

—¡Tú también eres una bastarda estúpida! —gritó a Hezuo—. Te puedes morir, y también tu marido, al igual que yo. ¿Pero qué me dices de Kaifang? No tiene más que tres años; ¿qué ha hecho para merecerlo?

Kaifang todavía seguía llorando y el Perrito Cuatro gritaba como un loco.

Con las manos en los bolsillos, Jinlong se giró, y empezó a caminar en círculos y a suspirar ruidosamente. A continuación, abrió la puerta, estiró el brazo, secó las lágrimas del rostro de Kaifang y le sonó los mocos.

—Muy bien, pequeño, ya basta de llorar. La próxima vez que vengas, tu tío te llevará en una lujosa berlina Volkswagen.

A continuación, dio unos golpecitos al Perrito Cuatro en la cabeza.

—¿Por qué gritas, pequeño hijo de puta?

Dicho eso avanzó a toda velocidad por la carretera, dejando a todos los demás —carros arrastrados por caballos y burros, tractores de tres y cuatro ruedas y personas que iban en bicicleta y a pie— envueltos en una nube de polvo. Dando botes y traqueteando ruidosamente, avanzamos por la carretera mientras Jinlong apretaba con fuerza el pie en el acelerador y el puño en la bocina. Llegué a temer por mi vida.

—¿Está todo bien amarrado en este cacharro?

—No te preocupes. Soy un piloto de carreras de primera categoría.

Comenzamos a reducir la velocidad cuando pasamos por delante de un mercado de burros y la carretera siguió el contorno del río. El agua relucía como el oro a la luz del sol mientras veíamos cómo a nuestro lado pasaba una pequeña lancha motora de color blanco y azul.

—Querido sobrino Kaifang —dijo Jinlong—, tu tío es un hombre ambicioso que planea convertir el concejo de Gaomi del Noreste en una tierra de inmenso placer y la aldea de Ximen en la perla del río. Esta capital del condado desprestigiada en la que vives algún día será un suburbio de la aldea de Ximen. ¿Qué te parece?

Kaifang no dio ninguna respuesta, así que me di la vuelta y dije:

—¡Tu tío te ha hecho una pregunta!

El niño estaba profundamente dormido, babeando sobre la cabeza del Perrito Cuatro, cuyos ojos apenas estaban abiertos. Quizá se mareaba en el coche. Hezuo estaba mirando al río a través de la ventanilla, y yo podía ver el lado de la cara en el que tenía el lunar. Sus labios estaban apretados y aquel gesto sólo podía denotar que tenía el ceño fruncido.

Nos encontramos con Hong Taiyue justo antes de llegar a la ciudad. Montaba una vieja bicicleta que había adquirido en la época en la que criábamos cerdos y avanzaba con gran esfuerzo. Tenía la camisa empapada en sudor y manchada de lodo por la espalda.

—Es Hong Taiyue —grité.

—Ya lo he visto —respondió Jinlong—. Probablemente se dirige al Comité del Condado con otra queja.

—¿Contra quién?

—Contra todo el que puede —dijo Jinlong haciendo una pausa. A continuación, soltó entre risas—: Él y mi viejo son como dos caras de la misma moneda. —Hizo sonar la bocina mientras pasábamos junto a la bicicleta—. A pesar de todas sus disputas, Hong Taiyue y Lan Lian son de la misma calaña.

Me giré a tiempo para ver la bicicleta de Hong tambalearse un par de veces, pero se quedó firme y rápidamente se perdió en la lejanía, no sin antes lanzar una serie de maldiciones al aire.

—¡Qué te jodan, Ximen Jinlong! ¡Eres la semilla bastarda de un tirano terrateniente!

—Ya me sé de memoria todos sus improperios —rio Jinlong—. De hecho, creo que el viejo me gusta.

Llegamos hasta nuestra puerta y nos detuvimos. Pero Jinlong dejó el motor encendido.

—Jiefang, Hezuo, hemos mirado treinta o cuarenta años atrás, y creo que hemos aprendido una lección que nos ha permitido sobrevivir hasta ahora, y es la siguiente: no es necesario que nos llevemos bien con los demás, sino que debemos llevarnos bien con nosotros mismos.

—Eso es cierto —dije.

—En realidad, es una mierda —prosiguió—. Conocí a una hermosa chica el mes pasado en Shenzhen que me dijo: «¡No puedes cambiarme!». ¿Qué dije a eso? «¡En ese caso, me cambiaré yo!».

—¿Y eso qué significa? —pregunté.

—Si tienes que preguntarlo, es que nunca lo vas a entender.

Hizo un espectacular giro de ciento ochenta grados, sacó el brazo por la ventanilla e hizo un par de gestos extraños e infantiles con la mano en la que llevaba un guante blanco antes de largarse a toda prisa.

Mientras estábamos en el patio, Hezuo dijo al niño y al perro:

—Esta es nuestra casa.

Saqué la caja de ampollas contra la rabia de mi bolsa y se las entregué.

—Mete esto en el frigorífico —dije fríamente—. Y ponte una inyección cada tres días. No lo olvides.

—¿Tu hermana ya te ha dicho que la rabia es mortal? —preguntó.

Asentí.

—¿Eso no solucionaría todos tus problemas? —preguntó, arrebatándome las ampollas de la mano y dirigiéndose hacia la cocina para meterlas en el frigorífico.