Un niño mimado va a la ciudad con su madre
LOS dos siervos del inframundo me agarraron por los brazos y me sacaron del agua.
—¡Llevadme a ver al señor Yama, malditos bastardos! —grité lleno de rabia—. ¡Voy a ajustar cuentas con ese condenado perro viejo!
—Ja, ja —se rio el Siervo Uno—. Después de todos estos años, sigues siendo un cascarrabias.
—Como se suele decir, no puedes impedir que un gato persiga a un ratón o que un perro coma mierda —se burló el Siervo Dos.
—¡Dejadme marchar! —grité—. ¿Creéis que no soy capaz de encontrar a ese maldito perro por mí mismo?
—Cálmate —dijo el Siervo Lino—. Sólo cálmate. Ya somos viejos amigos. Después de todos estos años, lo cierto es que te hemos echado de menos.
—Te llevaremos a ver al condenado perro viejo —dijo el Siervo Dos.
Dicho eso, avanzaron por la calle principal de la aldea de Ximen, arrastrándome a su paso. Un viento gélido me golpeó en el rostro, junto con unos copos de nieve ligeros como plumas. Dejamos atrás las hojas muertas revoloteando sobre la carretera. Se detuvieron cuando alcanzamos el recinto de la familia Ximen, donde el Siervo Uno me agarró por el brazo y la pierna izquierdos, el Siervo Dos me agarró por el brazo y la pierna derechos y me levantaron del suelo. Después de columpiarme varias veces como un carnero que embiste a una campana, me soltaron y comencé a volar.
—¡Adelante, ve a ver al maldito perro viejo! —gritaron al unísono.
¡Bang! Tenía la sensación de que mi cabeza había embestido contra una campana y perdí el conocimiento. Cuando recobré el sentido, bueno, ya sabes lo que me pasó sin necesidad de que te lo diga, me había convertido en un perro y acababa de aterrizar en la perrera que pertenecía a tu madre, Yingchun.
Para evitar que le montara una escena en la sala de recepciones, esta fue la táctica poco caballerosa que ese corrupto señor Yama había ideado: recortar el proceso de reencarnación enviándome directamente al útero de una perra, donde seguí a otros tres cachorritos a través de su canal del parto.
La perrera a la que había ido a parar era increíblemente sencilla: había dos hileras de despojos de ladrillos bajo los aleros de la casa que servían de paredes y unas placas de madera rematadas con fieltro alquitranado a modo de tejado. Era el hogar de mi madre así que ¿qué se suponía que debía hacer? Tenía que llamarla Madre, ya que había salido de su cuerpo. También era mi hogar de infancia. Y nuestra ropa de cama consistía en una cesta desvencijada llena de hojas y de plumas de pollo.
El suelo se cubrió rápidamente de una gruesa capa de nieve, pero la visibilidad en la perrera era nítida y clara, gracias a una luz eléctrica que colgaba de los aleros. Los copos de nieve se deslizaban a través de las grietas que había en el fieltro y hacían que en la perrera el frío te helara los huesos. Conseguí dejar de temblar pegándome al cálido vientre de mi madre y juntando mi cuerpo a mis hermanos y a mi hermana. Todas estas reencarnaciones me habían enseñado una evidente verdad: cuando llegues a un lugar nuevo, debes aprender cuáles son las costumbres locales y seguirlas. Si apareces en una pocilga, chupa de la teta de la puerca ya que, de lo contrario, te morirás de hambre, y si naces en una perrera, acurrúcate en el vientre de tu madre ya que, de lo contrario, te morirás de frío. Nuestra madre era una perra blanca y grande con manchas negras en las patas delanteras y en la cola.
Era una perra mestiza, de eso no cabía duda. Pero nuestro padre era de pura raza, un auténtico pastor alemán que pertenecía a los hermanos Sun. Lo vi una vez: un enorme animal con el lomo y la cola negros y el vientre y las patas marrones. Él —nuestro padre— estaba atado con una cadena en el patio de los hermanos Sun. Tenía unos ojos amarillentos inyectados en sangre, las orejas puntiagudas y el ceño perpetuamente fruncido.
Papá era un perro de pura raza, mamá era una perra mestiza, lo cual nos convertía a nosotros en perros mestizos. Independientemente de lo diferentes que pudiéramos parecer cuando fuimos creciendo, apenas se podía encontrar la diferencia entre cualquiera de nosotros cuando nacimos. Quizá Yingchun era la única persona que sabía cuándo llegó a este mundo cada uno de nosotros.
Cuando tu madre trajo un poco de caldo humeante hecho con un hueso de la sopa para nuestra madre, los copos de nieve circundaban su cabeza como polillas blancas. Mi capacidad visual no se había desarrollado hasta el punto de poder ver con claridad su rostro, pero no tuve ningún problema para captar su singular olor, el de hojas de árbol de toona frotadas entre sí. Ni siquiera el olor del hueso de cerdo pudo eclipsarlo. Mi madre tomó cuidadosamente el caldo con la lengua mientras tu madre sacudió la nieve de nuestro tejado. Aquello permitió que entrara la luz del día y mucho aire fresco. A pesar de que su intención era hacer algo bueno por nosotros, al final consiguió hacer todo lo contrario. Teniendo en cuenta que había llegado de un entorno campesino, ¿cómo era posible que no supiera que la nieve es una manta que mantiene calientes los brotes de trigo? Tenía una dilatada experiencia en criar a niños, pero era una completa ignorante en lo que a la naturaleza se refería. Pero entonces, cuando vio que estábamos a punto de morir de frío, nos metió en la casa y nos colocó sobre el kang para entrar en calor.
—Mis pobrecitos niños mimados —dijo.
Incluso llevó a nuestra madre dentro de la casa, donde Lan Lian estaba avivando el fuego del kang. Su piel estaba bronceada y de su cabello blanco emanaban destellos dorados. Llevaba una gruesa chaqueta forrada y fumaba una pipa como si fuera un satisfecho cabeza de familia. Ahora que habían entregado las tierras a los campesinos, todo el mundo era un campesino independiente, como en los viejos tiempos. Por tanto, tu padre y tu madre de nuevo estaban comiendo y durmiendo juntos.
El kang estaba tan caliente que rápidamente nos quitó el frío de nuestros casi congelados cuerpos y, mientras comenzamos a dar vueltas, podía adivinar viendo a mi hermana y a mis hermanos caninos el aspecto que debía tener yo. Nos movíamos con torpeza, estábamos cubiertos de pelusa y éramos feos como demonios, supongo. Había cuatro niños en el kang junto a nosotros, todos ellos de unos tres años de edad. Un niño y tres niñas. Nosotros éramos tres machos y una hembra.
—¡Deberíais mirar esto! —exclamó tu madre con feliz sorpresa—, ¡son exactamente lo contrario de los niños!
Lan Lian resopló de forma esquiva mientras cogió los restos abrasados de una cáscara de huevo de mantis de la abertura del kang. La partió en dos y en su interior había dos huevos humeantes de mantis que olían mal.
—¿Quién mojó la cama? —preguntó—. El que lo haya hecho se tendrá que comer esto.
—¡Fui yo! —respondieron al unísono dos de los niños y la niña.
Sólo quedó un niño sin decir nada. Tenía las orejas carnosas, los ojos grandes y una diminuta boquita que le hacía parecer que estaba haciendo pucheros. Ya sabes que era el hijo adoptado de Ximen Jinlong y Huang Huzhu. Se decía que era el hijo biológico de un par de estudiantes de instituto. Jinlong era lo bastante rico como para conseguir todo lo que quería y lo bastante poderoso como para cumplir todos sus deseos. Por tanto, unos meses antes de que se cerrara el trato, Huzhu comenzó a ponerse cojines alrededor de su vientre para fingir que estaba embarazada. Pero los aldeanos lo sabían. El chico se llamaba Ximen Huan —lo llamaban Huanhuan— y era su ojito derecho.
—El culpable siempre mantiene la boca cerrada y sus inocentes hermanos han confesado a toda velocidad —dijo Yingchun mientras se pasaba los huevos de mantis de una mano a otra y los levantaba por los aires. Por fin, se los entregó a Ximen Huan—. Toma, Huanhuan, cómetelos.
Ximen Huan los cogió de la mano de su abuela y, sin siquiera mirarlos, los arrojó al suelo. Fueron a parar delante de nuestra madre, que los engulló sin pensárselo un segundo.
—Este chico, no sé qué decir —comentó Yingchun a Lan Lian.
Lan Lian sacudió la cabeza:
—Siempre puedes decir de dónde viene el niño.
Los cuatro niños miraron llenos de curiosidad a los cachorros, y estiraron el brazo para tocarnos.
—Uno por uno, eso es —dijo Yingchun.
Cuatro meses después, cuando los capullos comenzaron a aparecer en el viejo albaricoquero que se elevaba delante del patio, Yingchun dijo a las cuatro parejas, Ximen Jinlong y Huang Huzhu, Ximen Baofeng y Ma Liangcai, Chang Tianhong y Pang Kangmei y Lan Jiefang y Huang Hezuo:
—Ya es hora de que os llevéis los niños a casa. Para eso os he pedido que vinierais. En primer lugar, como no sabemos leer ni escribir, tengo miedo de que tenerlos aquí ralentice su desarrollo. En segundo lugar, nos estamos haciendo viejos. Nuestro cabello se ha teñido de blanco, estamos perdiendo el sentido de la vista y se nos caen los dientes. La vida ha sido dura con esta familia durante muchos años y creo que nos merecemos disfrutar de un poco de tiempo para nosotros mismos. Camaradas Chang y Pang, hemos sido muy afortunados por tener a vuestro hijo con nosotros, pero Tío Lan y yo hemos hablado de ello y pensamos que Fenghuang debería empezar a ir a la guardería de la ciudad.
Había llegado el momento de celebrar con toda solemnidad una ceremonia formal de entrega: los cuatro niños pequeños fueron alineados en el borde oriental del kang, los cuatro perritos se colocaron en el borde occidental. Yingchun cogió a Ximen Huan, le dio un beso en la mejilla y se lo entregó a Huzhu, que lo acunó. A continuación, Yingchun cogió al cachorrito más viejo, le acarició la cabeza y lo puso en los brazos de Huanhuan.
—Este es para ti, Huanhuan —dijo.
A continuación, cogió a Ma Gaige, le plantó un beso en la mejilla y se lo entregó a Baofeng, que lo acunó. Cogió al segundo perrito y lo puso en los brazos de Ma Gaige.
—Gaige —dijo—, este es para ti.
Después, Yingchun cogió a Pang Fenghuang y miró con dulzura su pequeño rostro sonrosado. Con lágrimas en los ojos, le dio un beso en las dos mejillas, luego se giró y se la entregó llena de pena a Pang Kangmei.
—Tres niños pelones no equivalen a una maravillosa damisela.
Yingchun agarró al tercer perrito, le dio una palmadita en la cabeza, le frotó la boca, le acarició la cola y lo colocó en los brazos de Fenghuang.
—Fenghuang —dijo—. Este es para ti.
Por último, Yingchun cogió a Lan Kaifang. La mitad de su rostro estaba cubierta por una marca de nacimiento azul, que acarició. Lanzando un suspiro, con el rostro empapado en lágrimas, dijo:
—Pobrecito mío…, cómo es posible que tú también…
Entregó el niño a Hezuo, que lo acercó a su pecho. Como un verraco salvaje le había arrancado un pedazo de trasero, tenía problemas para mantener el equilibrio y a menudo el cuerpo se le inclinaba hacia un costado. Tú, Lan Jiefang estiraste los brazos para quitarle la tercera generación de niños con el rostro azul, pero ella se negó a entregártelo.
Yingchun me sacó del kang, al enano de la camada, y me puso en los brazos de Lan Kaifang.
—Kaifang —dijo—. Este es para ti. Es el más inteligente de todos.
Mientras estaba pasando todo esto, Lan Lian se encontraba apoyado en la perrera, donde había cubierto los ojos de la perra con un pedazo de paño negro y le estaba acariciando la cabeza para que no se pusiera nerviosa.