XXXVI. Los pensamientos se agolpan en la cabeza mientras se recuerda el pasado

Sin pensar en su propia seguridad, el cerdo salva a un niño

TRES meses después, yo había muerto.

Todo sucedió una tarde en la que el sol estaba oculto. Un puñado de niños se encontraba jugando sobre el grisáceo hielo que cubría el río que fluye a la espalda de la aldea de Ximen. Sus edades oscilaban desde los tres y los cuatro años hasta los siete u ocho. Algunos estaban deslizándose en trineo por el hielo, otros se encontraban jugando con peonzas y yo estaba contemplando a esta futura generación de residentes de la aldea de Ximen desde los bosques. Escuché la llamada de bienvenida que procedía de la otra orilla del río.

—Kaifang, Gaige, Fenghuang, Huanhuan, niños, venid a casa.

Vi el rostro curtido de una mujer, con un pañuelo azul liado a la cabeza que ondeaba al viento y la reconocí al instante. Era Yingchun. Yo estaría muerto una hora después, pero en ese momento me vi tan atrapado en los recuerdos turbulentos de los últimos diez años que me olvidé por completo de mi condición de cerdo. Sabía que Kaifang era el hijo de Lan Jiefang y Huang Hezuo, que Gaige era el hijo de Ximen Baofeng y Ma Liangcai, que Huanhuan era el hijo adoptado de Ximen Jinlong y Huang Huzhu. Fenghuang era la hija de Pang Kangmei y Chang Tianhong, y sabía que su padre biológico era Ximen Jinlong y que fue concebida bajo el famoso árbol del amor del Jardín del Albaricoque.

Los niños también se estaban divirtiendo escalando hasta la orilla, así que Yingchun bajó cautelosamente por la pendiente. Pero justo en ese instante, el hielo se rompió y los niños cayeron a las heladas aguas.

En aquel momento, yo era un ser humano, no un cerdo. Ni por un momento se podía pensar que yo fuera un héroe, sino que era un ser básicamente bueno y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por una causa justa. Salté al agua mientras Yingchun ascendía a trompicones hasta la orilla y gritaba en busca de ayuda. Muchas gracias, Yingchun, mi amada. Para mí el agua estaba caliente, y no fría, y mientras la sangre corría por mis venas, nadé como un campeón. No tenía la intención de salvar a los tres niños que estaban frente a mí; sólo nadé para alcanzar a los que se encontraban más próximos. Di un mordisco a los pantalones de uno de los chicos y lo lancé sobre el hielo. Uno tras otro, los fui arrojando sobre el hielo, y comenzaron a gatear a toda prisa para ponerse a salvo. Ayudándome de la boca, agarré por el pie al niño más pesado y lo saqué del agua. Cuando golpeó la superficie salieron burbujas heladoras de su boca, como si fuera un pez. El muchacho aterrizó en el hielo, que se agrietó bajo su peso, así que esta vez embestí con mi hocico en su blando vientre, moviendo mis cuatro patas con toda la velocidad que pude —aunque tuviera cuatro patas agitando el agua, seguía siendo un ser humano—, y lo arrojé lejos, sobre el hielo. Esta vez, gracias a dios, el hielo aguantó su peso. La propia inercia del esfuerzo me empujó bajo la superficie. El agua me entró a borbotones por la nariz y sentí que me asfixiaba. Cuando conseguí salir a la superficie, tosí y jadeé tratando de recuperar el aliento. Vi cómo una muchedumbre descendía por la pendiente. ¡Quedaos donde estáis, estúpidos! Metí la cabeza debajo del agua y arrastré a otro niño, un pequeño regordete cuyo rostro estaba cubierto por el hielo cuando salió a la superficie. Los demás niños que había salvado todavía se encontraban gateando por el hielo, algunos de ellos Llorando, como prueba de que seguían vivos. Adelante, llorad, todos. Con el ojo de mi mente pude ver un puñado de niñas, una tras otra, gateando por el suelo del recinto de la familia Ximen y luego trepando al albaricoquero. La primera niña de la fila dejó escapar una flatulencia, que todas recibieron con una carcajada. Aquello hizo que se deslizaran por el árbol hasta el suelo, muertas de la risa. Vi sus rostros sonrientes. El rostro sonriente de Baofeng, el rostro sonriente de Huzhu, el rostro sonriente de Hezuo. Volví a sumergirme bajo el agua, esta vez para nadar a la caza de un niño que había sido arrastrado por la corriente del río. Lo atrapé y avancé todo lo deprisa que pude hacia la superficie, donde el hielo era grueso y duro. Me estaba quedando sin aire; sentía que mi pecho estaba a punto de explotar. Embestí mi cabeza contra el hielo. Nada. Lo hice una segunda vez. Todavía nada. Así que di la vuelta y nadé contra la corriente. Cuando por fin alcancé la superficie lo veía todo rojo. ¿Aquello se debía a la puesta de sol? Lancé al niño casi ahogado sobre el hielo. A través de la neblina roja vi a Jinlong, a Huzhu, a Hezuo, a Lan Lian y a muchos más…, todos ellos parecían estar hechos de sangre, tan rojos, con palos, cuerdas y azadas en las manos mientras se arrastraban por el hielo para rescatar a los niños… Qué listos y buenos eran. No podía evitar tener buenos sentimientos hacia ellos. Sentía agradecimiento incluso hacia los que me habían hecho tan difícil mi existencia como cerdo. Mis pensamientos eran un drama misterioso interpretado sobre un escenario que aparentemente se había levantado en el borde de una nube mientras me ocultaba entre un bosquecillo de extraños árboles que tenían ramas doradas y hojas de jade. La música se enroscaba en el aire que flotaba por encima del escenario, acompañada de una canción entonada por una cantante de ópera femenina que vestía un traje hecho de pétalos de loto. Me sentía profundamente conmovido, aunque no sabría decir por qué. Sentía calor por todas partes; el agua que me rodeaba estaba cada vez más caliente. Me sentía extraordinariamente bien mientras me hundía despacio en el fondo, donde me encontré con un par de demonios sonrientes de rostro azul que me resultaban muy familiares.

—¡Bueno, viejo amigo, ya estás de vuelta!