XXXV. Los lanzallamas se cobran la vida de Oreja Rajada

Remontando el río sobre una barca, el Cerdo Dieciséis jura venganza

APROXIMADAMENTE un mes después, los verracos que vivían en el banco de arena fueron masacrados. Mo Yan escribió con detalle acerca de ese incidente en sus «Cuentos de la crianza de cerdos».

Al tercer día del mes de enero de 1982, un escuadrón formado por diez hombres bajo el mando de Zhao Yonggang, un antiguo soldado que se había distinguido en la guerra con Vietnam, y el experimentado cazador Qiao Feipeng como consejero, navegaron hasta el banco de arena en lanchas motoras. La mayoría de los cazadores acecha a sus presas moviéndose a hurtadillas para cogerlas desprevenidas. Pero este grupo no actuaba así. Avanzaban con claras intenciones, armados con rifles automáticos y balas que podían penetrar con facilidad en el pellejo de los jabalíes salvajes, tanto si llevaban armadura como si no. Pero las armas más poderosas que tenían en su arsenal eran tres lanzallamas, que parecían los rociadores de pesticidas que antes utilizaban los campesinos en los campos de la comuna reconvertidos. Los manejaban tres antiguos soldados que estaban curtidos en mil batallas y vestidos con traje de amianto.

Mo Yan prosiguió:

La llegada de este escuadrón de cazadores fue inmediatamente advertida por los exploradores de los verracos. Los ojos de Oreja Rajada, recientemente coronado rey, que estaba dispuesto a ir a la guerra contra los humanos para establecer su autoridad, se tiñeron de rojo cuando le llegaron los informes. Inmediatamente congregó a sus tropas, que estaban formadas por doscientos verracos o más.

Mo Yan prosiguió, presentando un escalofriante relato de la batalla, que fue más de lo que yo, un cerdo, podía soportar leer:

… La batalla prosiguió casi como el primer encuentro, ya que Oreja Rajada se apostó al frente de sus tropas, con un ejército de un centenar de verracos alineado a sus espaldas y dos grupos adicionales de unos cincuenta verracos avanzando hacia los flancos para completar el círculo, de manera que el río era el cuarto lado. La victoria estaba asegurada. Y, sin embargo, los humanos no parecían percibir el peligro al que se enfrentaban. Tres de ellos se colocaron al frente, mirando hacia el este, directamente frente a las tropas de verracos y a su rey, Oreja Rajada. Otros dos hombres se colocaron a un lado, mirando hacia el sur; dos más se apostaron en el otro costado, mirando hacia el norte, delante de las tropas que estaban en los flancos. Los tres hombres que llevaban lanzallamas se colocaron delante de la fila de vanguardia, barriendo la zona con su mirada, sin mostrar el menor indicio de preocupación. Después de hacer un comentario ocurrente, comenzaron a avanzar hacia el este mientras los verracos cerraban su círculo. Cuando los humanos se encontraron a unos cincuenta metros de Oreja Rajada, Zhao Yonggang ordenó a sus tropas que abrieran fuego. Los rifles automáticos comenzaron a disparar al enemigo desde tres flancos. El fuego automático tenía un poder militar que los verracos nunca habían imaginado. Al menos ciento cuarenta balas salieron de siete bocas de rifles en cinco segundos. Alcanzaron a más de treinta guerreros verracos y la mayoría de ellas impactó en su cabeza, donde no llevaban armadura. Oreja Rajada se puso a cubierto cuando se lanzaron los primeros disparos, pero no llegó a tiempo para evitar que su oreja sana recibiera un impacto directo. Lanzando un grito de dolor, atacó directamente a los hombres, justo cuando los experimentados combatientes que llevaban los lanzallamas avanzaron tres pasos al mismo tiempo que dejaban escapar un ruido que recordaba al de un centenar de gansos. Las pegajosas puntas de las llamas envolvieron a Oreja Rajada y lo levantaron tres metros del suelo. El rey había desaparecido. Los verracos que se encontraban en el norte y en el sur tuvieron el mismo final, en parte debido a que la gruesa capa de resina de pino que llevaban en su armadura era altamente inflamable. La mayoría de los verracos que estaban envueltos en llamas salió corriendo, gritando de agonía. Sólo unos pocos de los más inteligentes se echaron al suelo y comenzaron a rodar en lugar de salir corriendo. Los demás guerreros verracos, aquellos que habían logrado escapar de las balas y de las llamas, estaban paralizados por el miedo. Como un enjambre de moscas sin cabeza, se golpearon y chocaron entre sí, permitiendo que los cazadores apuntaran y los alcanzaran de uno en uno, enviando a todos al encuentro con el señor Yama…

A continuación, Mo Yan escribió:

Si lo vemos desde la perspectiva de la protección medioambiental, aquella carnicería fue excesiva. La crueldad con la que se despachó a los verracos no se puede perdonar. En 2005 viajé a Corea y me llevaron a la zona desmilitarizada, donde vi retozar a muchos verracos silvestres, anidar a pájaros y remontar el vuelo a las garcetas por encima de las copas de los árboles. Me acordé de la masacre que se había realizado en el banco de arena y sentí un profundo remordimiento, aunque los verracos eran culpables de todo tipo de actos que se caracterizaban por su crueldad. El uso de lanzallamas hizo que se declarara un incendio que consumió todos los pinos y los sauces del banco de arena, por no hablar del campo que lo cubría. Respecto a las demás criaturas que vivían en el banco de arena, las que tenían alas pudieron salir volando, mientras que las que estaban confinadas al suelo consiguieron escapar ocultándose en sus madrigueras o saltando al río. Sin embargo, la mayoría de ellas ardió con los pinos…

Yo me encontraba allí aquel día, entre los sauces rojos que se elevaban en la orilla meridional del río Barcaza de Grano. Escuché los disparos de los rifles y los gritos aterradores de los verracos salvajes y, por supuesto, olí el humo asfixiante que procedía del viento del noroeste. Sabía que si no hubiera abdicado como rey habría corrido la misma suerte que todos los demás verracos, pero, aunque parezca extraño, no sentía ganas de regocijarme por mi buena fortuna. Prefería haber muerto con mis compañeros a llevar una vida innoble.

Después de que hubiera terminado la masacre, nadé de nuevo hasta el banco de arena y me encontré con un escenario repleto de árboles calcinados, verracos incinerados y, a lo largo de las orillas del río, cadáveres hinchados de varias criaturas. Mi estado de ánimo vaciló entre la rabia y la pena, si bien los dos sentimientos poco a poco se fueron uniendo, como una serpiente de dos cabezas que me atacara el corazón desde dos frentes.

No albergaba deseos de venganza mientras un abrumador dolor me abrasaba el interior y me volvía tan alterado como un soldado mentalmente enfermo la víspera de una batalla. Nadé en paralelo a la orilla del río, siguiendo el olor del combustible diésel y de los pellejos quemados de los verracos salvajes, unido a los puntuales olores del humo de tabaco y de licor barato que se mezclaban en el ambiente. Después de pasarme un día entero siguiendo el rastro de esos olores, la imagen de un barco empapado de maldad tomó forma ante mis ojos, como si fuera un escenario que emergiera de una densa niebla.

El barco tenía una docena de metros de eslora y estaba construido con placas de acero fundidas de forma tosca. Era un monstruo de acero pesado y desagradable que transportaba por el río los restos de un equipo de diez cazadores. Los seis antiguos soldados que regresaban para ocuparse de sus respectivos trabajos, después de haber conseguido el objetivo que los había llevado hasta allí, habían cogido un autobús de regreso a la ciudad. Aquello dejó solos al líder Zhao Yonggang y a los cazadores Qiao Feipeng, Liu Yong y Lü Xiaopo. Gracias a algunos factores como la explosión demográfica, la escasez de tierra, la deforestación y la contaminación industrial, las pequeñas cacerías de animales habían desaparecido prácticamente y la mayoría de los cazadores profesionales se había visto obligada a emprender nuevos negocios. Estos tres eran las únicas excepciones. Gozaban de una excelente reputación, gracias a su apropiación de dos lobos que en realidad había matado un burro. La masacre de los verracos salvajes añadiría prestigio y los convertiría en estrellas mediáticas. Con el cadáver de Diao Xiaosan como trofeo, iban remontando el río y se dirigían hacia la capital del condado, a unos cuantos cientos de li de distancia. Teniendo en cuenta la velocidad que llevaba su nave motorizada, podrían llegar allí aquella misma tarde. Pero, en su lugar, eligieron convertir el viaje en una gira victoriosa, deteniéndose en cada aldea que encontraban por el camino para dar a los lugareños la oportunidad de contemplar el cuerpo del Cerdo Rey, que llevaban a tierra y exponían para que los aldeanos lo pudieran ver. Las familias acaudaladas, las que poseían cámaras, invitaban a sus amigos y parientes a hacerse fotos con el verraco muerto. La gira fue seguida por varios periodistas gráficos y de televisión enviados de la capital del condado.

La última noche de la gira, mientras el frío invadía el aire, la pálida luz que procedía de una luna casi llena bañaba el estancado río. El hielo que se estaba formando en las superficiales aguas cerca de las orillas desprendía un espantoso destello. Yo me encontraba agazapado en un bosque de sauces rojos, observando a través de las ramas desnudas de los árboles la actividad que se estaba llevando a cabo alrededor del embarcadero sencillo y largo. Observé cómo el casco de acero del barco estaba atracado en el embarcadero. La ciudad, la más grande del condado de Gaomi, se llamaba la Posada del Burro, porque cien años antes había servido como lugar de encuentro para los mercaderes de burros. El modesto edificio gubernamental de tres pisos estaba generosamente iluminado. En el exterior de las paredes se habían colocado algunos azulejos de color rojo brillante, que parecía que se hubieran pintado con la sangre de los cerdos. En la espaciosa sala de reuniones que había en su interior se estaba celebrando una recepción de gala en honor a los héroes cazadores. El sonido de las copas mientras se hacían los brindis se deslizó por fuera de las ventanas. La plaza situada delante del edificio —la aldea de Ximen tenía una como esa, así que ¿cómo no iba a tenerla la capital del condado?— también estaba perfectamente iluminada y en ese escenario se estaba viviendo una ruidosa conmoción. Sabía, sin necesidad de mirar, que los ciudadanos estaban lanzando exclamaciones de admiración sobre el cadáver de Diao Xiaosan y que los alguaciles, armados con porras de policía, estaban haciendo guardia junto a él. El pueblo había oído que los cepillos de dientes hechos con cerdas de verraco podían dejar perfectamente blancos los dientes que antes estaban negros, y a los jóvenes cuyos dientes ya estaban ennegrecidos se les caía la baba al pensar en hacerse con las cerdas del Cerdo Rey.

Alrededor de las once de aquella noche, mi paciencia obtuvo su recompensa. En primer lugar, una docena aproximada de jóvenes cargadores colocaron el cuerpo de Diao Xiaosan sobre una puerta de madera y avanzaron con ella hacia el embarcadero, cantando mientras caminaban, conducidos por un par de hermosas jóvenes vestidas de rojo que iluminaban el camino con un farol rojo. Un anciano de cabello canoso apostado en la parte posterior de la procesión lanzaba una monótona cadencia con una voz de funeral:

—Oh, Cerdo Rey…, al barco… Oh, Cerdo Rey…, al barco…

El cuerpo de Diao Xiaosan había comenzado a apestar y estaba tan tieso como la puerta sobre la que estaba tumbado. El gélido aire era lo único que impedía que se descompusiera de una vez. Cuando depositaron su cuerpo sobre la cubierta, el barco estaba profundamente anclado en el agua. Yo pensaba que de los tres —yo, el Cerdo Dieciséis; Oreja Rajada y Diao Xiaosan—, el Viejo Diao era el verdadero rey. Incluso tumbado en la cubierta del barco tenía una presencia imponente, que estaba realzada en gran medida por la pálida luz de la luna. Casi daba la sensación de que, cuando quisiera, podía levantarse y saltar al río o llegar hasta la orilla.

Finalmente, aparecieron los cuatro cazadores, tan borrachos que tuvieron que apoyarse en los oficiales locales, y se arrastraron hacia el embarcadero. También iban conducidos por algunas jóvenes vestidas de rojo que llevaban un farol rojo. Por entonces, yo había conseguido llegar sigilosamente a un punto que no se encontraba a más de diez metros del embarcadero, donde el hedor a licor y a tabaco que emanaba de la boca de los cazadores contaminaba el aire. Yo estaba bastante tranquilo, todo lo tranquilo que se puede estar en una situación como esa, como si me hubiera divorciado completamente de la escena que tenía ante mis ojos. Observé cómo los cazadores se subían al barco.

Una vez que consiguieron llegar a bordo sin mayores percances, dieron gracias a sus anfitriones con enorme hipocresía y recibieron a cambio el mismo trato por parte de las personas que los veían marchar. Una vez que se sentaron, Liu Yong tiró de la cuerda de arranque para poner en marcha el motor diésel, pero al parecer se había congelado como consecuencia del gélido aire. Decidió calentarlo con una antorcha que había elaborado empapando un poco de algodón con el combustible. Las llamas amarillas apartaron los rayos de luna e iluminaron el rostro cetrino de Qiao Feipeng y su boca hundida; iluminaron el rostro hinchado y la nariz roja y bulbosa de Lü Xiaopo; e iluminaron el rostro de Zhao Yonggang, que tenía grabada una sonrisa burlona. Cuando iluminó la boca de Diao Xiaosan, de la que faltaban los colmillos, me sentí todavía más relajado, como un viejo monje ante un ídolo sagrado.

Al final, el motor se puso en marcha y su horrible sonido asaltó el aire de la noche y la luna. El barco se adentró en el río. Pisando el hielo que se había acumulado en la orilla, que me hacía tambalear, avancé hacia el embarcadero, aparentando ser un cerdo doméstico que se había escapado de la muchedumbre que observaba como se alejaban los cazadores. Los faroles rojos se balanceaban de un lado a otro como bolas de fuego, creando la atmósfera perfecta para poder saltar por los aires.

No pensé en nada, sino que me limité a actuar, simplemente me dejé llevar por mi cuerpo.

El barco dio un bandazo hacia un lado y por un momento pareció como si Diao Xiaosan estuviera a punto de ponerse en pie. Liu Yong, que estaba inclinado arrancando el motor, salió volando hacia el río y levantó gotas de agua de color blanco azulado en el aire. El motor comenzó a traquetear y emitió un espeso humo negro y algunas débiles quejas. Mis orejas parecían estar empapadas de agua. Lü Xiaopo se balanceó, con la boca abierta apestando a alcohol, mientras se caía de espaldas, y durante un instante estuvo con la mitad del cuerpo en el barco y la otra mitad en el agua. Su cintura sirvió de punto de apoyo sobre el pasamanos de acero, hasta que cayó de cabeza al río y levantó también en el aire salpicaduras silenciosas de agua de color blanco azulado. Comencé a saltar arriba y abajo, quinientos jin de cerdo haciendo que el barco se tambaleara de un lado a otro. Qiao Feipeng, el consejero de los cazadores, que años atrás había dejado algunas cuentas pendientes conmigo, se cayó débilmente de rodillas y agachó la cabeza. ¡Qué divertido era aquello! Sin dejar que ningún pensamiento atravesara mi cabeza, lo agarré y lo lancé fuera del barco. Más salpicaduras silenciosas de agua. Sólo quedaba Zhao Yonggang. El único que tenía aspecto de ser un digno oponente. Agitó un palo y me golpeó en la cabeza. El sonido del palo partiéndose por la mitad me recorrió el cráneo hasta llegar a las orejas. Una mitad del palo se cayó al agua, mientras que la otra mitad todavía seguía en su mano. No tuve tiempo de pensar en el dolor que sentía en la cabeza. Mis ojos estaban fijos en lo que quedaba de su palo mientras venía directamente a mi boca. Lo agarré con los dientes y lo sujeté. Él aplicó todas sus considerables fuerzas a tratar de tirar del palo hasta que su rostro se puso rojo como un farol intentando eclipsar a la luna. Yo lo solté, haciendo que saliera volando hacia atrás y que cayera al agua. Puedes pensar que había planeado hacer una cosa así, pero en realidad no lo hice. En aquel momento todos los sonidos, todos los colores y todos los olores se precipitaron sobre mí.

Salté al río, enviando una columna de agua a varios metros por encima de la superficie. El agua estaba fría y tenía un tacto pegajoso, como si fuera un licor que hubiera estado envejeciendo durante años. Vi a los cuatro cazadores flotando en la superficie. Liu Yong y Lü Xiaopo estaban tan borrachos que no podían funcionar ni pensar con claridad, así que no había necesidad de que precipitara su partida de este mundo. Zhao Yonggang era el único hombre auténtico que había entre ellos y, si podía llegar a tierra firme, le dejaría vivir. Qiao Feipeng era el que se encontraba más cerca de mí. Trató con todas sus fuerzas de mantener su nariz púrpura por encima del agua.

Asqueado por el modo en que jadeaba para respirar, le golpeé en la cabeza con mi pezuña. Después su cuerpo no se movió, salvo su trasero, que salió flotando a la superficie.

Dejé que la corriente me llevara río abajo. El agua y los rayos de luna formaban un líquido plateado, como una leche de burra que estuviera a punto de congelarse. A mi espalda, el motor del barco estaba emitiendo ruidos alocados, mientras desde la orilla del río llegaba un coro de gritos. El único que pude distinguir fue:

—¡Disparadle! ¡Disparad!

Los seis antiguos soldados se habían llevado los rifles de asalto a la ciudad. Como estábamos en tiempos de paz, los ideadores de la masacre fueron castigados por haber utilizado unas armas tan avanzadas para cazar animales salvajes.

Me hundí hasta el fondo, dejando todos los sonidos por encima de la superficie y a mis espaldas, tal y como solía hacer cierto novelista de primera categoría.