XXXIII. El Cerdo Dieciséis se acuerda de su hogar

Hong Taiyue, completamente borracho, monta un escándalo en una casa pública

«EL tiempo vuela». Antes de que me diera cuenta, ya estaba entrando en mi quinto año como rey de los jabalíes en ese desolado y prácticamente inhabitado banco de arena.

Al principio, había pensado poner en marcha un sistema de relaciones monógamas, tal y como se practica en la sociedad humana civilizada, y había asumido que esta reforma sería acogida con gritos de aprobación. Imagina mi sorpresa cuando, por el contrario, me encontré con una fuerte oposición, no sólo por parte de las hembras, sino también por parte de los machos, que expresaron con gruñidos su insatisfacción, aunque habrían sido los principales beneficiados de mi medida. Como no encontraba la manera de resolver aquel asunto, le expliqué el problema a Diao Xiaosan, que estaba repantingado en el cobertizo de paja que habíamos creado para él con el fin de protegerlo de los elementos.

—Puedes abdicar si quieres —dijo fríamente—. Pero si piensas quedarte como rey, tendrás que respetar las costumbres locales.

Estaba atado de pezuñas. No tenía más remedio que dejar que siguieran adelante con esa cruel práctica de la jungla. Así pues, cerré los ojos y fantaseé con las imágenes de Pequeña Flor, con Amante de la Mariposa y, de manera menos clara, con una hembra de burro, incluso con la confusa silueta de algunas mujeres, mientras me apareaba casi atolondradamente con aquellas hembras de jabalí. Lo evitaba cada vez que era posible y economizaba esfuerzos cuando me resultaba imposible evitarlo, pero a medida que pasaron los años, la población del banco de arena se vio incrementada por docenas de pequeños bastardos de vivos colores. Algunos tenían cerdas de color amarillo dorado, otros las tenían negras y otros eran moteados como esos perros dálmatas que salen en los anuncios de televisión. La mayoría de ellos conservaba las características físicas propias de los jabalíes salvajes, pero eran claramente más inteligentes que sus madres.

En 1981, durante el cuarto mes lunar, cuando los albaricoqueros estaban en flor y las hembras de los jabalíes salvajes se encontraban en celo, nadé hacia la orilla meridional del río. El agua estaba templada en la superficie, pero era como el hielo en el fondo, y en el punto donde convergían el agua caliente y la fría, me encontré con algunos bancos de peces nadando contra la corriente. Me sentí profundamente conmovido por su indomable deseo de regresar al lugar donde tenían que desovar, luchando contra las dificultades, por muy grande que fuera el sacrificio. Mientras me movía por unas aguas poco profundas, me perdí en mis propios pensamientos mientras me quedaba observando cómo luchaban heroicamente por avanzar, moviendo las aletas sin parar.

De repente, me asaltó un pensamiento estrambótico: de hecho, fue más como un urgente deseo interior de regresar a la aldea de Ximen, como si años atrás hubiera concertado una cita, una cita imposible de retrasar.

Ya habían pasado cuatro años desde que me junté con Pequeña Flor y partimos de la granja de cerdos, pero podría haber encontrado el camino de vuelta con los ojos cerrados, en parte gracias a la fragancia de las flores de los albaricoqueros que me llegaba en oleadas desde el oeste, aunque, principalmente, porque era mi hogar. Y hacia allí me dirigí, avanzando a lo largo de la estrecha aunque cómoda orilla del río, encaminando mis pasos hacia el oeste. Los campos sin cultivar se extendían al sur de donde me encontraba, y hacia el norte no había más que arbustos bajos.

Cuando alcancé la parcela de uno coma seis acres que pertenecía a Lan Lian, planté mis pezuñas en la tierra, después de haber perseguido a la luna hacia el oeste en busca de mi destino. Dirigí la mirada hacia el sur, donde la tierra de la Brigada de Producción de la aldea de Ximen que rodeaba la diminuta franja de Lan Lian estaba cubierta por moreras, bajo cuyo frondoso forraje las mujeres recogían moras a la luz de la luna, y aquella escena despertó mis emociones. Me di cuenta de que después de la muerte de Mao Zedong se habían producido algunos cambios importantes en las aldeas de campesinos. Lan Lian todavía seguía plantando una vieja variedad de trigo, pero las moreras que lo rodeaban estaban secando la tierra de nutrientes, lo cual tenía un efecto evidente en al menos cuatro hileras de su tierra cultivada, que mostraban tallos anémicos y cabezas tan diminutas como moscas domésticas. A lo mejor era otra idea que había tenido Hong Taiyue para castigar a Lan Lian: veamos cómo supera esto un campesino independiente. A la luz de la luna vi la espalda desnuda de una persona que cavaba una zanja junto a las moreras, librando una batalla contra la Comuna del Pueblo. Estaba excavando una zanja profunda y estrecha en la tierra que se extendía entre su parcela y las parcelas de moreras que pertenecían a la Brigada de Producción y troceando con su azada las amarillentas raíces de moreras que cruzaban la línea. Pero cortar las raíces de los árboles de la brigada se consideraba una destrucción de la propiedad que pertenecía al colectivo. Mi mente se quedó en blanco mientras observaba al viejo Lan Lian, inclinado como un oso negro mientras cavaba torpemente. Una vez que las moreras que se extendían a ambos lados estuvieran bastante altas y los árboles maduros, el campesino independiente sería el propietario de una parcela de tierra estéril. Pero enseguida me di cuenta de lo equivocado que estaba. En aquella época, la Brigada de Producción se había desintegrado y de la Comuna del Pueblo sólo quedaba el nombre. La reforma agrícola había entrado en la fase de parcelación de la tierra, y la tierra que rodeaba a la parcela de Lan Lian se había distribuido entre los campesinos independientes que podrían decidir por sí mismos si plantar moreras o trigo.

Mis patas me llevaron hasta la Granja de Cerdos del Jardín del Albaricoque. El albaricoquero todavía se encontraba allí, pero ya no quedaba ni rastro de las pocilgas. El lugar donde solía tumbarme despreocupadamente a soñar despierto ahora estaba plantado de cacahuetes. Me incorporé apoyándome sobre las patas traseras y descansé las patas delanteras sobre las ramas del árbol en el que hacía gimnasia cada día cuando era un cerdo joven. Enseguida me di cuenta de que ahora era mucho más pesado y torpe que entonces y, evidentemente, estaba fuera de forma en lo que concernía a mantenerme a dos patas. En resumen, mientras vagaba por el suelo donde antes se encontraba la granja de cerdos, no pude evitar sentir cierta nostalgia, que era evidente que se trataba en sí misma de una señal de que estaba bien entrado en la mediana edad. Sí, había experimentado una importante ración de todo lo que el mundo tenía que ofrecer a un cerdo.

Descubrí que las dos hileras de edificios que habían cumplido la función de dormitorios y de lugares de trabajo para el personal que preparaba la comida se habían dedicado a la tarea de criar gusanos de seda. Mientras contemplaba todas esas intensas luces me di cuenta de que la aldea de Ximen se había sumado a la red de electricidad nacional. Y allí, delante de una amplia variedad de estantes de gusanos de seda, se encontraba Ximen Bai, con el cabello blanco como la nieve. Estaba inclinada, con una cesta de sauce en las manos casi llena de hojas de morera que estaba extendiendo sobre los lechos blancos de gusanos de seda. El aire se había llenado de sonidos crujientes. Tu suite nupcial, advertí, también se había convertido en un criadero de gusanos de seda, lo que quería decir que te habían proporcionado otro alojamiento.

Me dirigí a la carretera que cruzaba el centro de la aldea, que ahora estaba pavimentado y probablemente era el doble de ancho que antes. Las pequeñas paredes de tierra apelmazada que se erguían a cada lado se habían quitado y habían dado paso a una serie de hileras de edificios idénticos de tejados rojos. Al norte de la carretera se hallaba un edificio de dos plantas que daba a una plaza abierta en la cual un centenar o más de personas —la mayoría ancianas y niños— estaba viendo un episodio de una serie de televisión en un aparato japonés Matsushita de veintiuna pulgadas.

Observé durante unos diez minutos a la multitud de espectadores televisivos antes de seguir avanzando en dirección al oeste. Después de haber provocado la muerte de Xu Bao, mi nombre era bien conocido en todo el concejo de Gaomi del Noreste y tendría que pagar un precio muy alto si me descubrían. No me preocupaba que no pudiera defenderme si fuera necesario, pero no quería hacer nada que pudiera implicar a los inocentes transeúntes. En otras palabras, tenía miedo, no de ellos, sino de causar algún problema. Permaneciendo entre las sombras de los edificios que se extendían al sur de la carretera, pude llegar sin ser visto al recinto de la familia Ximen.

La puerta estaba abierta. El viejo albaricoquero seguía allí como siempre, con las ramas cubiertas de flores frescas que impregnaban el aire con su fragancia. Permanecí en la sombra y miré las ocho mesas con manteles de plástico que había colocadas. Una luz que salía al exterior y colgaba de una rama del albaricoquero iluminaba el recinto como si fuera de día. Yo sabía quiénes eran las personas que se encontraban en las mesas. Todos ellos formaban una mala pandilla. El antiguo jefe de seguridad marioneta Yu Wufu, el chaquetero de Zhang Dazhuang, el terrateniente Tian Gui y el campesino rico Wu Yuan estaban sentados en una mesa. En otra, el antiguo jefe de seguridad Yang Qi y dos de los hermanos Sun, Dragón y Tigre. Las mesas estaban llenas con los restos de un banquete y los invitados ya estaban bien comidos y bebidos. Más tarde me enteré de que Yang Qi se dedicaba al negocio de vender varas de bambú —él nunca había sido más que un granjero— que había comprado en Jinggangshan y había transportado hasta Gaomi en tren y, desde allí, a la aldea de Ximen en un camión. Vendió toda su primera carga a Ma Liangcai, que utilizó las varas para construir una nueva escuela. Prácticamente de la noche a la mañana Yang Qi se convirtió en un hombre muy poderoso. Allí estaba sentado, ejerciendo de hombre más rico de la aldea, vestido con un traje gris y una corbata de color rojo intenso. Como se había recogido las mangas, podía lucir su reloj digital. Sacó una cajetilla de cigarrillos americanos y entregó uno a Dragón Sun, que se estaba comiendo una pata de cerdo asada, y otro a Tigre Sun, que se estaba limpiando la boca con una servilleta. Dejó caer la cajetilla vacía, se giró y gritó hacia la habitación que daba al lado oeste:

—¡Jefa!

La jefa salió corriendo. ¡No podía creer quién era! ¡Wu Qiuxiang! ¿Lo puedes creer? ¡Ella era la jefa! En ese momento fue cuando me di cuenta de que la pared que daba al este de la puerta del recinto se había encalado y en ella se había colocado un cartel en rojo: Taberna Qiuxiang. Wu Qiuxiang, la propietaria de la Taberna Qiuxiang, avanzó deprisa hacia donde se encontraba sentado Yang Qi. Su rostro sonriente estaba en exceso empolvado. Llevaba una toalla sobre el hombro y un mandil azul atado alrededor de la cintura y, obviamente, era una tabernera sagaz, competente, entusiasta y profesional. Aquel era un mundo distinto: las reformas y la apertura al mundo exterior habían producido importantes cambios en la aldea de Ximen. Qiuxiang no paraba de sonreír mientras preguntaba a Yang Qi:

—¿Qué puedo hacer por ti, jefe Yang?

—No me llames así —dijo Yang con una sonrisa—. No soy más que un comerciante de cañas de bambú. No soy el jefe de nada.

—No seas modesto, jefe Yang. La venta de diez mil varas, a diez yuan la pieza, te ha convertido en un hombre muy rico. Si no eres un jefe, entonces no puede haber un alma en todo el concejo de Gaomi del Noreste que sea digna de ostentar ese título.

Sumando a su exagerado cumplido un toque en el hombro de Yang, Qiuxiang prosiguió:

—No hay más que mirar cómo vistes. La ropa que llevas te ha debido costar por lo menos un millar de yuan.

—Vosotras, las mujeres, abrís vuestra sangrienta boca y de ahí os salen todos los cumplidos. A este paso, no estarás satisfecha hasta que explote como uno de esos malditos cerdos muertos que había en la granja.

—Muy bien, jefe Yang, no eres digno de nada, eres un pobre, ¿eso te suena mejor? Cierra la puerta en mis narices antes de que tenga la oportunidad de hacerte un pedido. Dime entonces —continuó Qiuxiang frunciendo los labios—, ¿qué puedo hacer por ti?

—¿Qué pasa? ¿Te has enfadado conmigo? No pongas esa cara, que me excitas.

—¡Vete al diablo! —replicó Qiuxiang, dando a Yang Qi una palmada en la cabeza con su grasienta toalla—. Ahora dime, ¿qué quieres?

—Una cajetilla de cigarrillos. De la marca Buenos Amigos.

—¿Eso es todo? ¿Qué pasa con el licor? —dijo, lanzando una mirada rápida a los rostros rojos de Tigre y Dragón Sun—. Estos hermanos parecen necesitar urgentemente un trago.

—El jefe Yang va a comprar hoy —dijo Dragón con la lengua gruesa—, así que deberíamos beber menos.

—¿Ese es un insulto dirigido hacia mí? —exclamó Yang Qi mientras golpeaba con el puño en la mesa—. Puede que no sea rico —prosiguió con enfado fingido—, pero no voy a arruinarme comprando bebidas para vosotros dos.

A continuación, estiró el brazo y pellizcó a Qiuxiang en el trasero mientras le decía:

—Muy bien, dos botellas de Tina Negra.

—¿Tina Negra? Esa marca es de muy baja categoría. Para unos amigos como estos, lo menos que puedes hacer es darles un Pequeño Tigre.

—Maldita sea, Qiuxiang, sin lugar a dudas sabes cómo tomar una indirecta e ir más allá —dijo Yang Qi con un tono de resignación—. Muy bien, trae a Pequeño Tigre.

Lan Jiefang, estoy completando una imagen detallada de lo que sucedía en el recinto de la familia Ximen, describiendo lo que escuché y vi desde la puerta cuando era un cerdo, con el fin de desviar la conversación hacia una persona importante, Hong Taiyue. Después de que se construyera un nuevo edificio de oficinas para la Brigada de Producción, los cuarteles generales originales —las cinco habitaciones que pertenecían a Ximen Nao— pasaron a pertenecer a Jinlong y a Huzhu y se convirtieron en su hogar. Y todavía hay más. Inmediatamente después de anunciar la rehabilitación de los elementos nocivos que había en la aldea, Jinlong dijo que iba a cambiar su nombre de Lan a Ximen. Aquel gesto estaba cargado de un importante significado y el leal y viejo revolucionario Hong Taiyue se mostraba desconcertado.

Después de su jubilación, Hong comenzó a comportarse cada vez más como Lan Lian, se encerraba en casa durante el día y salía cuando la luna ascendía por el cielo. Lan Lian trabajaba su tierra bajo la luz de la luna; Hong vagaba por la aldea como un antiguo sereno, arriba y abajo por las calles y callejones. Jinlong decía:

—El nivel de conciencia del viejo secretario de la rama es tan alto como siempre: sale todas las noches para protegernos.

No era su intención, por supuesto. Sentía mucho pesar en el corazón por todos los cambios que se habían producido en la aldea y no sabía qué hacer al respecto. Así que paseaba y bebía de una cantimplora que todo el mundo decía que había pertenecido al Ejército de la Octava Ruta. Llevaba una chaqueta del ejército sobre sus hombros, un ancho cinturón de cuero alrededor de la cintura y unas sandalias de paja en los pies, rematadas por unas polainas del ejército. Lo único que le apartaba de un parecido total a un soldado de la Octava Ruta era la ausencia de un rifle repetidor sobre su espalda. Acostumbraba a dar un par de pasos, luego echaba un trago en su cantimplora y, por último, lanzaba una sonora maldición. Cuando la cantimplora se quedaba vacía, la luna ya estaba baja en el cielo occidental y Hong solía caer borracho. Algunas noches conseguía regresar a su cama para dormir la borrachera; otras noches se limitaba a echarse sobre un montón de heno o sobre una piedra de molino abandonada y dormía allí hasta el amanecer. Las personas que iban al mercado a primera hora de la mañana lo veían dormido sobre un montón de heno, con las cejas y la barba cubiertas de escarcha, con el rostro apacible y rojizo, sin el menor indicio de sensación de frío. Normalmente roncaba tan pacíficamente que nadie quería despertarle de su sueño. Algunas veces se dirigía a los campos y, cuando le daba el capricho, mantenía una conversación con Lan Lian; pero sin llegar a pisar su parcela de tierra. No, se colocaba en la propiedad de otra persona y entablaba una batalla verbal con el campesino independiente. Pero como Lan Lian estaba demasiado ocupado trabajando, tenía poco tiempo para mantener una charla ociosa, así que dejaba que el viejo hablara, ya que eso le hacía muy feliz. Sin embargo, cuando Lan Lian abría la boca, emergía de ella un comentario tan afilado como un cuchillo y hacía que el viejo cerrara el pico al instante y se enfadara tanto que apenas podía soportarlo. Durante la fase del sistema de contrato de responsabilidad, por ejemplo, Hong Taiyue dijo a Lan Lian:

—¿Eso no es lo mismo que regresar al capitalismo? ¿No dirías que es un sistema con incentivos materiales? Con voz baja y atenuada, Lan Lian replicó: —Lo mejor todavía está por llegar, espera y verás. Entonces, cuando se llegó a la fase de un sistema de responsabilidad casera, Hong se quedaba junto a la parcela de tierra de Lan Lian y comenzaba a dar saltos, maldiciendo:

—Mierda, ¿realmente van a renunciar a la Comuna del Pueblo, a la propiedad a los tres niveles de comuna, brigada y equipos de producción, donde el equipo de producción es la base de la cual, según su capacidad y sus necesidades, surge todo lo demás?

—Tarde o temprano, todos seremos campesinos independientes —dijo Lan Lian fríamente.

—Sigue soñando —dijo Hong.

—Espera y verás.

Entonces, cuando el sistema de subsistencia entró en vigor, Hong se emborrachó y se acercó a la parcela de Lan Lian, gimiendo y maldiciendo airadamente, como si el propio Lan Lian fuera el responsable en persona de todas las drásticas reformas que estaba llevando a cabo el país:

—Lan Lian, maldito hijo de puta, todo ha sucedido tal y como dijiste, bastardo. Este sistema de subsistencia no es más que agricultura independiente, ¿no es cierto? Después de treinta duros y exigentes años, hemos vuelto a la época de antes de la Liberación. Pues bien, no para mí. Me marcho a Pekín, directamente a la plaza de Tiananmen, e iré al Salón Memorial del Presidente Mao a llorar por su espíritu. Voy a decir al Presidente Mao que presentaré una protesta contra todos vosotros. Nuestra tierra, la tierra por la que hemos luchado y hemos convertido en roja, ahora quieren que adquiera un nuevo color…

El dolor y la rabia sacaron de quicio a Hong y, mientras se revolcaba por el suelo, perdió de vista los límites de la parcela. Entró rodando en la tierra de Lan Lian justo cuando este se encontraba cortando alubias. Hong Taiyue, rodando por el suelo como un burro, entró en el enrejado de las alubias, machacando las vainas y haciendo que las alubias explotaran y salieran volando en todas las direcciones. Lan sujetó a Hong en el suelo con su hoz y dijo generosamente:

—¡Estás en mi tierra! Hace muchos años llegamos a un trato y ahora tengo todo el derecho del mundo a cortarte el tendón de Aquiles. Pero hoy me siento de buen humor, así que voy a dejar que te vayas.

Hong salió rodando de la tierra de Lan Lian y, sujetándose en una enjuta morera, se puso de pie.

—Me niego a aceptarlo. Viejo Lan, después de treinta años de lucha, todavía permaneces victorioso, mientras que los demás, después de treinta años de trabajo llenos de sangre y sudor y de incuestionable lealtad, al final somos los perdedores. Tienes todo el derecho y nosotros estamos equivocados…

—En la distribución de la tierra, tú te quedaste con tu parte, ¿no es cierto? —preguntó Lan Lian empleando un tono de menor confrontación—. Apuesto a que recibiste hasta el último centímetro de lo que te pertenecía. No se habrían atrevido a recortarte nada. Y todavía recibes tu pensión de seiscientos yuan como líder, ¿verdad? ¿Y te van a quitar tu suplemento mensual de treinta yuan del ejército? No lo creo. No tienes ningún motivo para quejarte. El Partido Comunista te paga cada mes por todo lo que has hecho, bien o mal, puntualmente como un reloj.

—Esas son dos cosas distintas —respondió Hong—, y lo que no voy a aceptar es que tú, Lan Lian, seas uno de los obstáculos de la Historia, un hombre que fue relegado, y sigas aquí, formando parte de la vanguardia. Debes sentirte orgulloso de ti mismo. Todo el concejo de Gaomi del Noreste, todo el condado de Gaomi, te alaba y te considera un hombre de previsión.

—Yo no soy un sabio. Eso lo sería Mao Zedong o Deng Xiaoping —dijo Lan Lian, repentinamente agitado—. Un sabio puede cambiar el cielo y la tierra. ¿Yo qué puedo hacer? Solamente aferrarme a un firme principio y es que hasta los hermanos algún día acabarán dividiendo las posesiones de la familia. Por tanto, ¿cómo puede funcionar unir a un puñado de gente que tiene apellidos distintos? Bien, tal y como se acabó por demostrar, para mi sorpresa, mi principio superó la prueba del tiempo. Viejo Hong —añadió Lan Lian con los ojos llenos de lágrimas—, has hundido los dientes en mi carne como un perro loco durante la mitad de mi vida, pero no puedes seguir haciéndolo por más tiempo. Como un viejo sapo que se utiliza para calzar una mesa, luché para soportar el peso durante treinta años, pero ahora, por fin, puedo ir con la cabeza bien alta. Dame tu cantimplora.

—¿Es que quieres echar un trago?

Lan Lian avanzó más allá de los límites de su tierra, cogió la cantimplora llena de licor de la mano de Hong Taiyue, inclinó la cabeza hacia atrás y bebió hasta la última gota. A continuación, arrojó lejos la cantimplora, se agachó hasta la altura de las rodillas y dijo con una mezcla de tristeza y alegría:

—Ya lo ves, amigo mío. He resistido durante mucho tiempo y ahora puedo trabajar mi tierra a la luz del día…

Personalmente, no vi nada de esto, así que debe considerarse como una habladuría. Pero desde que un novelista llamado Mo Yan llegó de aquella aldea, la realidad y la ficción se han mezclado tanto que resulta imposible averiguar lo que es cierto y lo que no. Sólo debería contarte cosas extraídas de mi propia experiencia o cosas que haya visto u oído pero, siento decirlo, la ficción de Mo Yan tiene la virtud de colarse por entre las rendijas de mi historia y llevar mi relato hacia lugares que no deberían ir.

Por tanto, como iba diciendo, me escondí entre las sombras, fuera de la puerta del recinto de la familia Ximen y observé cómo Tang Qi, que por entonces ya estaba bastante borracho, cogió sus gafas y, tambaleándose hacia delante y hacia atrás y de lado a lado, avanzó por la mesa donde estaban sentadas todas aquellas malas personas. Como se habían reunido para una ocasión especial, todos los que se encontraban en la mesa se mostraban excitados mientras recordaban los tiempos difíciles a los que habían conseguido sobrevivir, aproximándose a un punto en el que podrían intoxicarse fácilmente sin la ayuda del alcohol. Por tanto se sorprendieron de ver a Yang Qi, antiguo jefe de la seguridad pública que, como representante de la dictadura del proletariado, normalmente solía increparlos, nervioso y enfadado, mientras se agarraba con una mano a la mesa y levantaba su copa con la otra.

—Queridos hermanos —dijo, con la lengua gruesa y nublando un poco las palabras—, caballeros, yo, Yang Qi, os he ofendido en el pasado y por eso hoy vengo a ofreceros mis disculpas.

Inclinó la cabeza hacia atrás y vertió el contenido de la copa en dirección a su boca, derramando la mayor parte del líquido por el cuello, donde empapó su corbata. Se incorporó para aflojarla, pero acabó por tensarla cada vez más, hasta que su rostro comenzó a ponerse morado. Era casi como si la única manera en la que podía desprenderse de aquel tormento que estaba experimentando fuera suicidándose con la corbata y expiando así sus culpas.

El antiguo chaquetero Zhang Dazhuang, que en el fondo era un buen hombre, se incorporó para rescatar a Yang. Le quitó la corbata y la colgó de una rama del árbol. El cuello de Yang estaba rojo y parecía que los ojos se le fueran a salir de las órbitas.

—Caballeros —dijo—, el canciller de Alemania Occidental se postró de rodillas en la nieve antes de celebrar un homenaje a los judíos asesinados y pidió perdón por los actos que había cometido Hitler. Ahora yo, Yang Qi, el antiguo jefe de la seguridad pública, me arrodillo ante vosotros para pedir vuestro perdón.

La intensa luz que procedía del farol iluminó su rostro, que se había vuelto pálido, mientras se arrodillaba en el suelo justo debajo de la corbata que colgaba sobre su cabeza como una sangrienta espada. Qué simbólico era todo. Yo estaba profundamente conmovido por la escena, aunque resultaba un tanto cómica. Este hombre bárbaro y desagradable, Yang Qi, no sólo sabía que el canciller de Alemania Occidental se había postrado de rodillas para pedir perdón, sino que su conciencia le había dicho que tenía que pedir perdón a todos los hombres que había maltratado en el pasado. No pude evitar mirarle de otra manera y sentir hacia él un poco de respeto. Recordé vagamente haber escuchado decir a Mo Yan algo acerca del canciller de Alemania Occidental, otra información que había sacado de Noticias de referencia.

El líder de esta banda de antiguos personajes nocivos, Wu Yuan, corrió a ayudar a Yang Qi a ponerse de pie, pero Yang pasó los brazos alrededor de la pata de la mesa y se negó a incorporarse.

—Soy culpable de haber hecho cosas terribles —sollozó—. El señor Yama ha enviado a sus sirvientes a azotarme con sus látigos… Ay… Eso duele… Me está matando…

—Viejo Yang —dijo Wu Yuan—, todo eso pertenece al pasado. ¿Qué sentido tiene aferrarse a esos recuerdos cuando ya los hemos olvidado? Además, la sociedad te ha obligado a hacer lo que hiciste y si no nos hubieras golpeado, lo habría hecho otra persona. Así pues, ponte en pie, levántate ahora mismo. Lo hemos superado y nos hemos rehabilitado. Y mírate tú. Te has hecho rico. Y si todavía te atormenta la conciencia, dona todo el dinero que has ganado a la causa de la reconstrucción de un templo.

Ahogado en los sollozos, Yang bramó:

—No pienso donar el dinero por el que tanto he trabajado. ¿Cómo te atreves a sugerir una cosa así?… Lo que quiero es que me peguéis de la misma manera que yo os he pegado hace años. No os debo nada. Sois vosotros los que me debéis a mí…

Justo en ese momento vi a Hong Taiyue avanzar con las piernas temblorosas. Pasó justo a mi lado; apestaba a alcohol. En todos los años que yo había vivido en la aldea, aquella era la primera vez que había podido observar de cerca al antiguo líder supremo de la Brigada de Producción de la aldea de Ximen. Su cabello, que se había teñido de blanco, todavía se levantaba en el aire como si fueran espigas. Su rostro estaba hinchado y había perdido algunos dientes, lo cual le daba un aspecto un tanto grotesco. En el instante en el que atravesó la puerta, el clamor se detuvo repentinamente, prueba evidente de que los hombres que se encontraban en el recinto no habían perdido el miedo al hombre que había gobernado la aldea de Ximen durante muchos años.

Wu Qiuxiang se acercó rápidamente a saludarle y los antiguos elementos nocivos de la sociedad se pusieron de pie de un salto como si fuera una especie de acto reflejo.

—¡Ah, secretario del Partido! —gritó Wu Qiuxiang con entusiasmo y familiaridad mientras cogía a Hong Taiyue por el brazo, algo a lo que no estaba en absoluto acostumbrado.

Hong se soltó y casi se cayó del esfuerzo. Qiuxiang estiró el brazo y enderezó al anciano. Esta vez dejó que ella le agarrara el brazo mientras lo conducía a una mesa vacía, donde tomó asiento. Como era un banco, Hong estaba en constante peligro de caer de espaldas. Huzhu, que tenía mucha vista, reaccionó acercándole al instante una silla. Apoyó un brazo en la mesa y se giró para mirar a las personas que se encontraban debajo del árbol, con los ojos legañosos y desenfocados. Después de frotar la mesa delante de Hong, en un movimiento que había practicado mucho, Qiuxiang preguntó con inteligencia:

—¿Qué puedo hacer por el secretario del Partido?

—Veamos…, voy a tomar… —dijo, parpadeando, con sus pesados párpados moviéndose lentamente hacia arriba y hacia abajo. A continuación, golpeó con el puño sobre la mesa y envió la vieja y abollada cantimplora revolucionaria por los aires—. ¿Qué va ser si no? —preguntó enfadado—. Licor, eso es lo que quiero. Eso y medio kilo de pólvora.

—Secretario del Partido —dijo Qiuxiang luciendo una sonrisa—, creo que ya has bebido suficiente por hoy. Ahora voy a pedir a Huzhu que te traiga un cuenco de caldo de pescado. Tómatelo caliente y luego vete a casa a dormir un poco. ¿Qué te parece?

—¿Caldo de pescado? ¿Quieres decir que estoy borracho? —La miró, con algunas legañas en las esquinas de sus hinchados ojos, y rugió enfadado—. ¡No estoy borracho! Puede que mis huesos y mi carne estén afectados por el alcohol, pero mi cabeza está tan despejada y brillante como la luna o como un reluciente espejo. ¡No creas que puedes darme gato por liebre, no señora! El licor, ¿dónde está el licor? Vosotros, capitalistas de poca monta, empresarios de pacotilla, sois como puerros de invierno. Es posible que las raíces estén marchitas y la piel exterior esté seca, pero la chispa de la vida persiste en su interior hasta que el tiempo sea bueno y comience a echar brotes. El dinero es el único idioma que habláis las personas. ¡Pues bien, tengo dinero, así que tráeme licor!

Qiuxiang guiñó un ojo a Huzhu, que entregó el cuenco blanco a Hong.

—Secretario del Partido, prueba esto primero.

Hong Taiyue dio un sorbo y lo escupió. Se frotó la boca con la manga y dijo con una voz alta que sonaba lúgubre y trágica:

—Nunca pensé que tú también conspirarías contra mí, Huzhu. Te he pedido licor y me has traído vinagre. Mi corazón ha estado impregnando vinagre durante tanto tiempo que mi saliva es amarga y ahora tú me has dado vinagre. ¿Dónde está Jinlong? Decidle que venga y preguntadle si la aldea de Ximen todavía se encuentra dentro del radio de acción del Partido Comunista.

Desde el instante en el que Hong entró en el recinto, se convirtió en el centro de atención. En todo momento estuvo entreteniendo a la multitud con comentarios agudos y todo el mundo —incluyendo a Yang Qi, que estaba arrodillado en el suelo— se quedó ensimismado y lo observaba con la boca abierta, sin regresar a la realidad hasta que Hong volvió a beber.

—Todos vosotros, venid aquí y golpeadme, devolvedme todo lo que os he dado… —imploró Yang Qi—. Si no lo hacéis, no tenéis derecho a llamaros seres humanos, y si no sois seres humanos, entonces debéis ser crías de caballos, huevas de mula, retoños de los huevos de los pollos, pequeños bastardos cubiertos de pelusa…

—Yang Qi —dijo Wu Yuan, líder de los antiguos elementos nocivos, incapaz de soportarlo por más tiempo—. Viejo Yang, nos rendimos, ¿cómo es eso? Cuando nos golpeabas lo hacías como representante del gobierno para enseñarnos una lección. Si no lo hubieras hecho, ¿cómo íbamos a poder reformarnos nosotros solos? Fue tu bastón de junco el que hizo posible que nos despojáramos de nuestra antigua personalidad y nos transformáramos en personas nuevas, así que te pido que te levantes, por favor, levántate.

Wu Yuan llamó a los demás.

—Vamos, brindemos por Yang Qi para agradecerle que nos educara.

Los antiguos elementos nocivos de la sociedad levantaron sus vasos y ofrecieron un brindis a Yang, pero este se negó a aceptarlo.

—¡No hagáis eso! —insistió, mientras se limpiaba la espuma de la cerveza de su rostro—. Eso no va a funcionar. No me voy a incorporar hasta que no hagáis lo que os pido. El asesinato exige la pena de muerte y el dinero prestado hay que devolverlo. Me lo debéis.

Wu Yuan miró a su alrededor y, viendo que no había escapatoria posible, dijo:

—Viejo Yang, como eres tan testarudo da la sensación de que pegarte es la única forma de que se arregle este asunto. Así pues, en nombre de todos los elementos nocivos de la sociedad, te voy a abofetear el rostro y, de ese modo, la deuda quedará saldada.

—De ningún modo una bofetada servirá para saldar la cuenta. He dado al pueblo no menos de tres mil latigazos, así que me debéis tres mil bofetadas, ni una menos.

—Yang Qi, maldito hijo de puta —dijo Wu Yuan mientras se acercaba a él—, vas a volverme loco. Algunos de nosotros, que sufrimos durante décadas, estamos aquí para disfrutar de la compañía, pero tú lo estás haciendo imposible. ¿A esto le llamas disculparte? Esta no es más que otra manera de abusar de nosotros… Pues bien, no voy a soportarlo por más tiempo. Voy a abofetearte hoy, independientemente de quién seas.

Y eso fue exactamente lo que hizo, justo en medio del rostro en forma de pera de Yang Qi…

Con el sonido reverberando en el aire, Yang se tambaleó de rodillas, pero consiguió incorporarse.

—¡Más! —gritó fieramente—. Eso no ha sido más que una. Acabas de empezar. No sois hombres si no me dais 2999 más.

Su grito ni siquiera se había apagado cuando Hong Taiyue golpeó con su cantimplora sobre la mesa y se puso de pie, aunque inestablemente. Señaló a la mesa donde se encontraban sentados los antiguos elementos nocivos. Su dedo índice de la mano derecha estaba recto como el cañón de un barco de vela azotado por las olas.

—Os estáis rebelando. Vosotros, pandilla de terratenientes, campesinos ricos, traidores, espías e históricos contrarrevolucionarios, enemigos del proletariado, todos y cada uno de vosotros, ¡cómo os atrevéis a sentaros aquí como personas normales bebiendo y disfrutando de la compañía! ¡Poneos en pie!

A Hong Taiyue le habían liberado de su puesto de autoridad durante años, pero todavía era un hombre al que todos respetaban. Estaba acostumbrado a dar órdenes a todas las personas que le rodeaban y siempre tenía la última palabra. Los recientemente rehabilitados elementos nocivos se pusieron rápidamente en pie como si los hubieran lanzado de sus asientos, con el rostro empapado en sudor.

—Y tú —señaló Hong Taiyue a Yang Qi, aumentando su ira un par de grados—. Tú, maldito chaquetero, tú, cobarde cabrón que se arrodilla ante los enemigos de clase, levántate tú también.

Yang lo intentó, pero cuando pegó con la cabeza contra la mojada corbata que colgaba de una rama baja, sus piernas se enrollaron y se sentó de golpe, con la espalda apoyada en el albaricoquero.

—Vosotros, vosotros…, vosotros, pueblo… —bramó, como un hombre que se encuentra en el puente de un bote azotado por las olas, y luego trató sin éxito de apuntar con firmeza a cualquier hombre de los que se encontraban en las mesas situadas al aire libre—. Vosotros, pueblo —dijo, comenzando a lanzar una arenga—, pensáis que sois libres. Pues bien, mirad a vuestro alrededor y veréis que este lugar que se encuentra bajo el cielo —señaló hacia el firmamento y casi se cae de espaldas—, este punto, todavía pertenece al Partido Comunista, aunque haya nubes negras en el cielo. Escuchad lo que os voy a decir aquí y ahora: sólo os han quitado vuestras orejas de burro de manera temporal y dentro de nada os pondrán otras, pero esta vez estarán hechas de hierro o de estaño. Os las encasquetaremos en vuestros cráneos y las tendréis que llevar hasta la muerte, hasta el punto de meterlas en vuestros ataúdes. Esa es la respuesta que os da este orgulloso miembro del Partido Comunista.

A continuación, señaló a Yang Qi, que estaba roncando debajo del albaricoquero.

—Tú no sólo eres un chaquetero que se arrodilla delante de los enemigos de clase, sino que también eres un aprovechado que ha cavado agujeros en la base de la pared de nuestra economía colectiva.

Dicho esto, se volvió hacia Wu Qiuxiang.

—Y tú, Wu Qiuxiang, sentí lástima de ti y evité que te pusieran las orejas de burro. Pero llevas en la sangre explotar a las masas y has estado esperando a que llegara el momento en el que el clima cambiara para hundir tus raíces y comenzar a echar flores. Escuchadme todos. Nuestro Partido Comunista, nosotros los miembros del Partido de Mao Zedong que hemos sobrevivido a innumerables luchas dentro del Partido para seguir en la línea adecuada, nosotros que hemos temperado a los comunistas que han desatado tormentas de lucha de clase, nosotros los bolcheviques, no nos daremos por vencidos. ¡Nunca nos rendiremos! ¿La distribución de la tierra? Os voy a decir lo que es. Es un proyecto para hacer que la enorme masa de campesinos medios y pobres sufra por segunda vez, para que vuelvan a ser machacados.

Levantando el puño en el aire, Hong Taiyue gritó:

—Seguiremos manteniendo viva la lucha, haremos que Lan Lian se arrodille, amputaremos la punta de esta bandera negra. Esa es la misión de los iluminados comunistas de la Brigada de Producción de la aldea de Ximen y de todos los campesinos de clase media y baja. La fría y oscura noche llegará a su fin.

El sonido de un motor y un par de luces cegadoras que procedían del este pusieron punto y final a la arenga de Hong Taiyue. Apoyé el lomo contra la pared para evitar que me descubrieran. El motor se apagó, las luces se ahogaron y del interior del antiguo jeep salieron Jinlong, Pantera Sun y otros. Hoy en día, los vehículos como ese están considerados basura, pero para una aldea rural de principios de los ochenta, tenían una presencia imponente. Obviamente, Jinlong, un secretario del Partido Comunista de la Rama de la Aldea de Ximen, era una persona de reconocido prestigio. Esto marcó el principio de su ascensión en el escalafón del Partido.

Jinlong atravesó confiado la puerta de entrada, seguido por sus acompañantes. Todos los ojos se depositaron en el actual líder principal de la aldea de Ximen. Hong Taiyue señaló a Jinlong y maldijo:

—Ximen Jinlong, debo estar ciego. Pensaba que habías nacido y que te habías criado bajo la bandera roja, que eras uno de los nuestros. No tenía la menor idea de que la sangre contaminada del tirano terrateniente Ximen Nao corriera por tus venas. Ximen Jinlong, durante los últimos treinta años no has sido más que un fraude y yo me dejé engañar…

Jinlong hizo una señal con la mirada a Pantera Sun y a los demás. Estos avanzaron rápidamente y agarraron a Hong Taiyue por los brazos. Hong luchó, maldiciendo:

—No sois más que un puñado de hijos y nietos leales de los contrarrevolucionarios y de los miembros de la clase terrateniente, perros que corren y gatos que escupen, y nunca me rendiré ante vosotros.

—Ya basta, Tío Hong. Este juego ha terminado —dijo Jinlong, colgando la machacada cantimplora en el cuello de Hong Taiyue—. Ve a casa y duerme un poco —añadió—. He hablado con la Tía Bai. Encontraremos una buena fecha para vuestra boda. De ese modo, podrás revolcarte en el fango con la clase terrateniente.

Los acompañantes de Jinlong sacaron a Hong de allí, con los pies arrastrando por el suelo como si fueran un par de calabazas. Hong Taiyue giró la cabeza, se negaba a rendirse.

—No creas que me he dado por vencido. El Presidente Mao se me ha aparecido en sueños y me ha dicho que hay revisionistas en la central del Partido.

Jinlong se volvió a la multitud y, luciendo una sonrisa, ordenó: —Y vosotros, gente, debéis iros ahora a casa—. Secretario del Partido Jinlong, nosotros, los elementos nocivos, queremos hacer un brindis contigo.

—Jinlong, debes estar cansado —dijo Qiuxiang demostrando afecto hacia su yerno—. Diré a Huzhu que te prepare un cuenco de fideos finos.

Huzhu se encontraba en el umbral de su puerta, con la cabeza agachada y su milagroso cabello recogido. Su corte de pelo y su expresión facial recordaban a una chica de palacio que había caído en el olvido.

Jinlong frunció el ceño.

—Quiero que cierres este restaurante y recuperes el recinto para lo que servía antes. Y todo el mundo tiene que salir de aquí.

—No podemos hacer eso, Jinlong —dijo Wu Qiuxiang con ansiedad—. El negocio es demasiado bueno.

—¿Qué bien puede hacer a una pequeña aldea como la nuestra? Si quieres buscar un buen negocio, ábrelo en el concejo o en la capital del condado.

Justo entonces, Yingchun, con un niño en los brazos, salió de las habitaciones que daban al norte. ¿Quién era ese niño? Se trataba de Lan Kaifang, el hijo que tuviste con Hezuo. Dijiste que no sentías nada por Hezuo. En ese caso, ¿de dónde procede ese niño? No me digas que por entonces ya había niños probeta. ¡Eres un hipócrita!

Yingchun se volvió hacia Qiuxiang.

—Por favor, cierra la puerta. No hacéis más que discutir a altas horas de la noche, fumar y beber. No sé cómo tu nieto puede siquiera dormir.

Todos los actores habían hecho su aparición, incluido Lan Lian, que atravesaba la puerta con un fardo de raíces de morera. Sin apenas dedicar una mirada a los demás, se acercó directamente hacia Wu Qiuxiang y dijo:

—Las raíces de morera de tu tierra han reptado hasta la mía. Las he cortado. Aquí las tienes.

—No he visto un hombre más testarudo en toda mi vida —dijo Yingchun—. ¿Qué más cosas eres capaz de hacer?

Huang Tong, que estaba durmiendo en una silla reclinable, se despertó, bostezó y avanzó hacia ellos.

—Si no tienes miedo de fatigarte, ve a arrancar todos esos árboles. En estos tiempos, sólo los cerdos estúpidos pueden vivir de la tierra.

—¡Todo el mundo fuera! —gritó Jinlong frunciendo el ceño antes de darse la vuelta y de dirigirse hacia el interior del edificio principal de la casa de la familia Ximen.

La muchedumbre salió del recinto en silencio.

La puerta del recinto Ximen se cerró con un golpe seco. La aldea se quedó sumida en el silencio. Sólo la luna, sin ningún lugar adonde ir, me acompañaba mientras vagaba por los alrededores. Los rayos de luna parecían estar hechos de fríos granos de arena que caían sobre mi cuerpo.