La canción del sombrero de paja acompaña a una banda cargada de devoción
DIAO Xiaosan se sentó con la espalda apoyada en el famoso albaricoquero, sujetando un sombrero de paja boca arriba lleno de albaricoques amarillos. Uno tras otro, los cogía con su pezuña derecha y los introducía en su boca, chasqueando los labios mientras comía la fruta y luego escupiendo las pepitas, que aterrizaban a varios metros de distancia. Descansando bajo un enjuto albaricoquero a cuatro o cinco metros de distancia de Diao Xiaosan, Amante de la Mariposa sujetaba un peine de plástico roto en una pezuña y un espejo de mano en la otra, con aire coqueto y presumido. Ah, querida puerca, tu debilidad te empuja a codiciar mezquinas ganancias. A cambio de un pequeño espejo y un peine roto, te metes en la cama con cualquier verraco. De vez en cuando, Diao lanzaba uno de sus albaricoques sobre una docena de marranas que habían escapado de sus pocilgas y miraban anhelosamente hacia donde se encontraba él mientras emitían gruñidos sugerentes. Estaban rivalizando entre sí. Hermano Pequeño, no ansíes sólo poseer a Amante de la Mariposa, nosotros también te queremos y estaríamos muy dichosas de ayudarte a que no se eche a perder tu linaje. Las puercas se burlaron de él con el lenguaje más sugestivo que conocían. La idea de obtener una esposa y un harén hizo que se sintiera delirantemente feliz, como si flotara en el aire. Después de sacudir sus patas, comenzó a tararear una pequeña tonada y, con el sombrero en la mano, representó una danza. Las puercas se unieron a él, algunas se contoneaban sin moverse de donde estaban y otras rodaban por el suelo. La lamentable calidad de sus bailes despertó sentimientos de desprecio en mí. Amante de la Mariposa dejó su espejo y su peine en la base del árbol y comenzó a contonear su trasero, poniendo en marcha su cola mientras avanzaba furtivamente hacia Diao Xiaosan. En cuanto estuvo lo bastante cerca de él, dejó caer la cabeza y levantó los cuartos traseros. A la vista de todo aquello, di un salto en el aire como si fuera un antílope del Serengueti y aterricé en el espacio que había entre Amante de la Mariposa y Diao Xiaosan. Ahora sólo podrían soñar con la dicha que casi convierten en realidad. Mi aparición en escena fue como un jarro de agua fría para el incandescente deseo de Amante de la Mariposa. Se dio la vuelta y se retiró de nuevo hacia el enjuto albaricoquero, donde puso a trabajar su lengua púrpura y recogió las hojas rojas de albaricoque infectas de gusanos que se habían caído al suelo y se las metió en la boca. Masticó la fruta con gusto. La veleidad y cierta tendencia a cambiar de opinión cada vez que veían algo nuevo formaba parte de la naturaleza de las puercas, así que no se las podía culpar por hacer algo que era completamente natural para ellas. Más bien constituía una garantía de que proporcionar esperma con los mejores genes para juntarlo con sus huevos en el útero era la manera óptima de producir retoños de calidad superior. Ese razonamiento es muy sencillo de entender, incluso para los cerdos, así que ¿cómo era posible que un verraco de la inteligencia de Diao Xiaosan no fuera capaz de comprenderlo? Me arrojó su sombrero de paja junto con los albaricoques que le quedaban.
—¡Me has chafado la diversión, maldito hijo de puta! —insultó airado.
Me aparté de un salto de su camino y, con buen ojo y piernas rápidas, agarré el sombrero por el ala, y retrocedí hasta que mi cuerpo estuvo erguido. Mientras mantenía mi pezuña libre levantada en el aire, me di la vuelta y, con el impulso, arrojé el sombrero y su contenido de albaricoques como si fuera un lanzador de disco. El sombrero de color amarillo dorado se curvó formando un hermoso arco en su camino hacia la luna. De repente, el sonido de una conmovedora canción sobre un sombrero de paja llenó el aire que se extendía por encima de nuestras cabezas: La-la-la-La-ya la-la-ya-la-El sombrero de paja de mamá está volando-El sombrero de paja de mamá está volando hacia la luna-La-ya-la-la-ya-la. Un centenar de cerdos de la granja se unió a la canción que cantaban las marranas apostadas debajo del árbol. Algunos salieron saltando de sus pocilgas, mientras que aquellos que carecían de la habilidad necesaria se pusieron de pie y apoyaron las patas en las paredes, mientras dirigían su mirada hacia la luna. Volví a apoyarme sobre las cuatro patas y dije con voz tranquila pero firme:
—Viejo Diao, me he atrevido a interrumpiros para asegurarme de que las generaciones de cerdos que están por venir sean fruto de los mejores genes, y no con la intención de chafarte la diversión.
De nuevo, volví a ponerme de pie apoyado en las patas traseras y cargué contra él; Diao Xiaosan reaccionó cargando contra mí y chocamos —hocico con hocico— a metro o a metro y medio por encima del suelo.
Aquel golpe no sólo me ofreció una sensación de primera mano de lo duro que era su hocico, sino que también me permitió obtener una bocanada del mareante olor dulce que emanaba de su boca. Me dolía el hocico y en mis oídos se repetía una canción mientras golpeaba el suelo. Después de un rápido salto mortal, me puse de pie y me froté el hocico con una pezuña, manchada con gotas de sangre azul.
—¡Maldito hijo de puta! —dije entre jadeos.
Diao Xiaosan también se puso de pie de un salto y se frotó la nariz, que también estaba manchada con gotas de sangre azul.
—¡Maldito hijo de puta! —dijo entre jadeos.
La-la-la-La-ya-la-la-ya-la-He perdido el sombrero de paja que me dio mamá. La canción del sombrero de paja inundaba el aire, la luna se volvió hacia mí y se detuvo directamente sobre mi cabeza, donde subió y bajó como un barco volador que es impulsado por las corrientes del viento. El sombrero de paja dibujaba graciosamente algunos círculos en el aire, como si fuera un satélite que se dirige a la luna. La-ya-la-La-ya-la-la-ya-la-El sombrero de mamá se ha perdido. Algunos de los cerdos aplaudieron con las pezuñas, otros golpearon con las patas traseras en el suelo, rítmicamente, mientras cantaban la canción del sombrero de paja.
Cogí una hoja de albaricoquero, la mastiqué, luego la escupí sobre mi pezuña y la metí por mi nariz sangrante. Ya estaba preparado para el siguiente asalto. Vi cómo Diao Xiaosan sangraba por los dos orificios nasales y que la sangre azul se escurría hasta el suelo, donde cada una de sus gotas brillaba como un fuego fatuo. En lo más profundo de mi interior me sentía lleno de felicidad. El primer asalto no se había cobrado víctimas ni había nombrado vencedores, aunque sabía que había obtenido ventaja, ya que sólo me sangraba un orificio nasal, y no los dos. Los ojos de Diao giraron furtivamente, casi como si estuvieran buscando una hoja de albaricoquero. Supongo que también te gustaría meterte hojas por la nariz, amigo, ¿no es eso? Bien, pues no voy a darte esa oportunidad. Con un estridente gruñido de batalla, le lancé una mirada penetrante y flexioné todos los músculos de mi cuerpo, concentrando toda mi potencia en un poderoso salto.
Esta vez, en lugar de saltar en el aire, el astuto demonio se arrastró por el suelo, y yo volé por los aires hasta aterrizar en la copa de un albaricoquero torcido. Inmediatamente escuché una serie de agudos crujidos, justo antes de golpear el suelo, de cabeza, y de llevarme por delante una gruesa rama que tenía forma de tridente. Di un rápido salto mortal y me volví a poner de pie, aunque me sentía un tanto mareado y con la boca llena de lodo. La-la-la-La-ya-la-ya-la. Las marranas aplaudían con las pezuñas y cantaban. No eran mis admiradoras. Como eran fáciles de convencer, estaban dispuestas a levantar sus traseros para aceptar a quien quisiera montarse encima de ellas. La conquista te convierte en el rey. Diao Xiaosan, extraordinariamente encantado consigo mismo, se puso de pie sobre sus patas traseras e hizo una reverencia mirando hacia el grupo de marranas. Les lanzó un beso. A pesar del hecho de que de su nariz todavía emanaba sangre sucia y a pesar de que la sangre le había manchado el pecho, las marranas lanzaron un coro de risas. Eso hizo que se sintiera todavía más satisfecho de sí mismo. Dando unas largas y confiadas zancadas, se acercó a mí, agarró con los dientes la rama que estaba rota y llena de fruta y la apartó de mis cuartos traseros. ¡Insolente bastardo! Pero yo todavía me sentía bastante mareado. La-la-la-La-ya-la-laya-la. Me limité a dejar que mis ojos le siguieran mientras apartaba la rama llena de frutos de debajo de mi cuerpo y retrocedía unos pasos. Descansó durante unos segundos antes de continuar avanzando. La rama hizo un ruido mientras raspaba la superficie del suelo. La-la-la-La-ya-la-la-ya-la-Hermano pequeño, no eres nada. Estaba furioso y dispuesto a cargar de nuevo contra él, pero todavía me sentía demasiado mareado como para realizar ningún movimiento. Diao Xiaosan arrastró la rama hasta el lugar donde se encontraba Amante de la Mariposa y se puso de pie apoyado sobre las patas traseras. A continuación, dio un paso hacia atrás con la pata derecha, se inclinó hasta la altura de la cintura y extendió su pezuña delantera, como un caballero de guante blanco. Hizo un barrido en semicírculo con su pezuña y dijo:
—Para ti, joven dama…
La-ya-la-ya-la. Se volvió hacia la docena de marranas y hacia los verracos castrados que estaban más lejos y les dedicó un saludo. Con un coro de alegres gruñidos, se congregaron sobre la rama y esta se partió al instante. Un par de machos más valientes hizo un intento de trepar al albaricoquero, y me puse de pie. Vi a una marrana pavoneándose orgullosamente con una rama cargada de frutos que había conseguido apartar mientas sus enormes y blandas orejas le golpeaban las mejillas. Diao Xiaosan dio una vuelta lanzando besos hasta que un castrado de aspecto siniestro puso las pezuñas delanteras en la boca y lanzó un agudo silbido que rasgó el aire. Todos los cerdos guardaron silencio.
Traté por todos los medios de recomponerme; sabía que en una competición de puro valor sufriría una humillante derrota. En cierto modo, podía vivir con ese peso, pero no con la pérdida de una esposa y de un harén que quedarían para Diao Xiaosan, porque dentro de otros cinco meses, la granja se incrementaría con la llegada de varios cientos de nuevos cerdos, de pequeños monstruos de hocico alargado y orejas puntiagudas. Crispé la cola y sacudí mis extremidades. Escupí el lodo que se me había metido en el morro y, mientras estaba ocupado en ello, me fijé en unos albaricoques que blanqueaban el suelo. Casi todos se habían caído cuando golpeé el árbol. Eran maduros, dulces como la miel. La-ya-la-La-ya-la-la-ya-la-El sombrero de paja de mamá está volando alrededor de la luna y ha pasado de tener un color dorado a adoptar un tono plateado. Después de masticar y de tragar algunos albaricoques me calmé y se me aliviaron el morro y la garganta. Vi que no había necesidad de sentir ansiedad y me los comí lentamente. Observé cómo Diao Xiaosan agarró un albaricoque con la pezuña y lo colocó junto al morro de Amante de la Mariposa. La puerca, demostrando la timidez propia de una niña pequeña, se negó a comérselo.
—Mi madre me ha dicho que no debo comer nada que me dé un verraco —dijo con dulce afectación.
—Tu madre no sabe de lo que habla —dijo Diao Xiaosan mientras le metía el albaricoque en la boca y la distraía lo suficiente como para plantarle un sonoro beso en la oreja.
¡Un beso! La-ya-la-La-ya-la-la-ya-la. Se han olvidado completamente de mí, pensé. Deben haber pensado que el resultado del combate estaba claro y que no tenía otra opción que admitir la derrota. Muchas marranas habían venido de monte Yimeng con Diao Xiaosan y estaban a su favor. ¡Malditos sean! Había llegado el momento de atacar. Hice acopio de todas mis fuerzas y volví a cargar contra Diao Xiaosan, elevándome en el aire e invitándole a repetir su anterior táctica de deslizarse por debajo de mí mientras pasaba por encima de él. Pues bien, amigo mío, eso era exactamente lo que quería que hicieras. Aterricé de lleno a los pies del enjuto albaricoquero, justo al lado de Amante de la Mariposa. En otras palabras, Diao y yo intercambiamos nuestras posiciones. Y lo primero que hice fue levantar una pezuña delantera y abofetear a Amante de la Mariposa en la cara, luego la empujé al suelo, lo que arrancó un grito de su garganta. No cabía la menor duda de que Diao se daría la vuelta y vendría a por mí y, en ese momento, mis dos enormes pelotas, la parte más vulnerable y preciosa de mi cuerpo, estarían colgando allí delante de su mirada. Si lanzaba su cabeza contra ellas o si les lanzaba un mordisco, sería el fin de todo. Era una partida de ajedrez peligrosa, era como cortar todas las salidas de escape. Así que miré hacia atrás con el rabillo de los dos ojos, sabiendo que tenía que aprovechar el momento, y vi la sangre que emanaba de la boca abierta de par en par de la bestia y la mirada siniestra en sus ojos. La-ya-la-La-ya-la-la-ya-la. Mi vida pendía de un hilo, así que apoyé mis pezuñas delanteras sobre el cuerpo de Amante de la Mariposa y levanté mis patas traseras, haciendo una especie de pino, si lo deseas llamar así, y cuando Diao se lanzó a por mí como una flecha, se deslizó por debajo de mi vientre, así que lo único que tenía que hacer era recostarme y caer a horcajadas sobre él. Diao Xiaosan estaba completamente indefenso. Clavé mis pezuñas en sus ojos, para que no pudiera ver. La-ya-la-La-ya-la-la-ya-la-El sombrero de paja de mamá ha volado hasta la luna-Llevándose consigo mis amores y mis ideales. Sin ninguna duda, aquella táctica era muy cruel, pero era un momento de suma importancia en mi vida y no podía preocuparme de los sermones cargados de hipocresía.
Diao Xiaosan comenzó a agitarse frenéticamente hasta que por fin consiguió hacerme saltar de su espalda. La sangre teñida de azul emanaba de las cuencas de sus ojos. Cubriéndoselas con sus pezuñas, lanzó un grito de agonía mientras rodaba por el suelo:
—No puedo ver…, me he quedado ciego…
La-ya-la-La-ya-la. Todos los cerdos guardaron silencio; lucían un semblante muy solemne. La luna estaba en el punto más elevado del cielo, el sombrero de paja cayó al suelo y puso fin a la canción del sombrero. Ahora, los únicos sonidos que flotaban por el aire del Jardín del Albaricoque eran los gritos de agonía de Diao Xiaosan. Los verracos castrados regresaron a sus pocilgas, con las colas entre las patas, mientras que las puercas, bajo el liderazgo de Amante de la Mariposa, me rodearon y se colocaron de espaldas a mí, ofreciéndome sus traseros.
—Amo —murmuraron—, querido amo, somos tuyas, todas nosotras, porque eres el rey y nosotras no somos más que modestas concubinas completamente preparadas para convertirnos en las madres de tu progenie…
La-ya-la-La-ya-la-la-ya-la. El sombrero de paja que había caído del cielo seguía aplastado debajo del cuerpo de Diao Xiaosan mientras este rodaba por el suelo. Mi mente estaba completamente en blanco, salvo por las dulces melodías de la canción del sombrero de paja, y esas dulces melodías eran, al final, como perlas que se hunden en el fondo de un lago. Todo había regresado a la normalidad. Los acuosos rayos de luna eran heladores, me hacían tiritar y me ponían la carne de gallina. ¿Así es como se gana un territorio? ¿Así es como obtenéis el dominio? Posiblemente no iba a poder abarcar a tantas puercas, ¿no es cierto? Para ser del todo sinceros, en aquel momento había perdido cualquier interés por aparearme con ninguna de ellas. Pero todos esos preciosos traseros levantados en mi dirección eran como una muralla indestructible que me encerraba, sin posibilidad de evadirme. Deseaba con todas mis fuerzas poder escaparme con el viento, pero una voz procedente de las alturas dejó clara cuál era mi posición:
—Rey de los Cerdos, no tienes derecho a escapar, de igual modo que Diao Xiaosan no tiene derecho a aparearse con ellas. ¡Tu sagrada obligación es aparearte con las puercas! La-ya-la-La-ya-la-la-ya-la.
La canción del sombrero de paja ascendió lentamente hacia la superficie como si se tratara de perlas. Sí, un monarca no tiene asuntos domésticos; la política reposa en el órgano sexual de un soberano. Era necesario que cumpliera fielmente mis deberes apareándome con aquellas marranas. Tenía que cumplir de una vez con mi obligación de depositar mi semilla en sus úteros. No importaba si eran deslucidas o hermosas, si eran blancas o negras, si eran vírgenes o ya se habían apareado con otros verracos. El verdadero problema que se presentaba era la selección. Todas eran igualmente exigentes, eran apasionadas por igual, así que ¿a quién iba a elegir? O, por decirlo con otras palabras, ¿quién iba a tener el honor de recibir una visita imperial? Deseaba con todo mi corazón que uno de los verracos castrados me ayudara en mi elección, pero ahora no había tiempo para eso. La luna, próxima a cumplir su obligación nocturna, se había retirado al borde occidental del cielo y ya sólo quedaba visible media cara por encima de las copas de los árboles. Sobre el horizonte de Levante ya había aparecido un cielo de color plateado como el vientre de un tiburón. Estaba rompiendo la aurora y las estrellas de la mañana relucían con intensidad. Empujé el trasero de Amante de la Mariposa con mi duro hocico como señal de que la había elegido a ella para la primera visita imperial. La puerca gimió coquetamente. Oh, Gran Rey, el cuerpo de tu esclava lleva mucho tiempo esperando este momento…
En ese instante, dejé de lado todos los pensamientos de vidas pasadas y no pensé en lo que estaba por venir en mi vida actual. Yo era un cerdo, de cabo a rabo, así que me incorporé y monté a Amante de la Mariposa… la-ya-la-La-ya-la-ya-la. La canción del sombrero de paja volvió a elevarse triunfalmente por los aires. Mientras se escuchaba la música de fondo, una sonora voz de tenor ascendió a los cielos: El sombrero de paja de mamá ha ascendido hasta la luna, llevándose consigo mis amores y mis ideales. Todas las demás puercas, libres de celos, colocaban la cola de los cerdos por delante de su morro y comenzaban a bailar en círculos alrededor de Amante de la Mariposa y de mí siguiendo el ritmo de la canción del sombrero de paja. Mientras los pájaros del Jardín del Albaricoque cantaban y la luz de la mañana se asomaba por el cielo, mi primer apareamiento se llevó a cabo sin la menor dificultad.
Mientras me bajaba del lomo de Amante de la Mariposa, observé a Ximen Bai caminando con dificultad, ayudada por un bastón hecho en casa, mientras acarreaba cestas de comida sobre el hombro. Haciendo acopio de las energías que me quedaban, salté por encima de la pared y entré en mi pocilga a esperar a que Ximen Bai me diera de comer. El aroma a alubias negras y a avena me hizo babear. Estaba hambriento. El rostro de Ximen Bai, teñido de rojo por la luz de la mañana, se asomó por encima de la pared de mi pocilga. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Casi sobrecogida por la emoción, dijo:
—Dieciséis, Jinlong y Jiefang ahora están casados, al igual que tú. Todos os habéis hecho adultos…