Huzhu se une felizmente a Jinlong
PASARON dos meses y no daba la sensación de que ninguno de los hermanos, Lan Jiefang y Ximen Jinlong, fuera a recuperarse. Además, algo no iba bien en el estado mental de las hermanas Lluang. Si debemos creer la historia de Mo Yan, la locura de Lan Jiefang era real y la de Ximen Jinlong era fingida. Fingir locura es como un velo rojo que enmascara la vergüenza y que, cuando uno se lo pone, es capaz de cubrir todos los escándalos. Una vez que aparece la locura, ¿qué más se puede decir? Por entonces, la granja de cerdos de la aldea de Ximen disfrutaba de una excelsa reputación. Aprovechando un breve descanso antes de que empezara la temporada de la cosecha, la administración del condado organizó otra ronda de actividades para observar y aprender de la experiencia en crianza de cerdos que tenía la aldea de Ximen. En ella, también participarían ciudadanos procedentes de otros condados. En ese momento tan crítico de su historia local, las locuras de Jinlong y Jiefang cortaron los dos brazos de Hong Taiyue a la altura de los hombros.
Una llamada telefónica del Comité Revolucionario de la Comuna le informó de que una delegación procedente del Departamento de Logística del Distrito Militar, acompañada por una serie de oficiales locales y del condado, iba de camino para observar y estudiar su forma de trabajar. Así pues, Hong Taiyue congregó a las dos mentes más brillantes de la aldea para que averiguaran cuál era la mejor forma de manejar la situación. En la historia que escribió Mo Yan, Hong padecía multitud de herpes alrededor de la boca y tenía los ojos inyectados en sangre día y noche. También escribió que tú, Lan Jiefang, te pasabas el día tumbado en tu kang mirando al vacío como si fueras un cocodrilo, sufriendo frecuentes ataques de nervios y de llanto, y que tus lágrimas espesas caían como el rocío de la mañana por el borde de un wok para alimentar cerdos. Mientras tanto, Jinlong se encontraba sentado en la habitación de al lado. Parecía petrificado, como si fuera un pollo que apenas ha sobrevivido a un envenenamiento. Cada vez que alguien entraba en su habitación, levantaba la miraba y se echaba a reír como un idiota.
Según Mo Yan, mientras los líderes de la Brigada de Producción de la aldea de Ximen ya estaban lamentando su destino por anticipado y se sentían completamente incapaces de manejar la situación, él entró en escena con un plan. Pero sería un error tomar al pie de la letra todo lo que dice, porque sus historias están llenas de detalles borrosos y de especulaciones, y sólo se deberían utilizar a modo de referencia.
Mo Yan escribió que, cuando entró en la habitación donde se estaba celebrando la reunión, Huang Tong trató de echarlo a patadas. Pero en lugar de marcharse, dio un salto en el aire, aterrizó sobre el borde de la mesa de conferencias y se sentó en ella, con sus rechonchas piernas balanceándose hacia delante y hacia atrás como si fueran los zarcillos de calabaza sobre un enrejado. Pantera Sun, que por entonces había ascendido al grado de capitán de la milicia local y a jefe de seguridad, se puso de pie de un salto y agarró a Mo Yan por la oreja, pero Hong Taiyue hizo un gesto a Sun con la mano para que lo soltara.
—¿Tú también te has vuelto loco, joven? —se burló Hong Taiyue de Mo Yan—. Me pregunto qué clase de Feng Shui tiene esta aldea para haber producido a un ciudadano como tú.
—No estoy loco —escribió Mo Yan en sus famosos «Cuentos de la crianza de cerdos»—. Mis nervios son firmes y fuertes como una rama de calabaza, que no se rompe ni siquiera cuando soporta una docena de frutos que se balancea con el viento. Por muy loco que se vuelva el resto del mundo, yo seguiré estando en mis cabales —dijo, y luego añadió con humor—: Pero tus dos estimados miembros han perdido la cabeza y yo sé que os estáis devanando inútilmente los sesos como si fuerais una manada de monos atrapados en un pozo. Eso es exactamente lo que nos preocupa, escribió Mo Yan. —Somos peores que monos— dijo Hong Taiyue. —Somos como una manada de burros atrapada en el barro. ¿Qué puedes hacer para ayudarnos, señor Mo Yan?
La historia de Mo Yan prosiguió:
Con las palmas de las manos juntas por delante del pecho, Hong Taiyue hizo una reverencia como si fuera un caballero iluminado mostrando respeto hacia un hombre astuto, aunque su intención era ridiculizarme, burlarse de mí. La mejor manera de tratar las bromas y las burlas es fingir ignorancia y conseguir que lo que ellos llaman ingenio no pase de tocar una cítara a un buey o de cantar a un cerdo. Así que apunté con un dedo hacia el bolsillo que sobresalía en la túnica que Hong Taiyue llevaba puesta desde al menos cinco inviernos y seis veranos sin entrar en contacto con el agua ni con el jabón.
—¿Qué? —preguntó Hong Taiyue mientras bajaba la mirada a su bolsillo.
—Cigarrillos —dije—. Tienes un paquete de cigarrillos en el bolsillo. Marca Ámbar.
En aquellos tiempos, los cigarrillos Ámbar costaban tanto como los famosos Puertas Principales, treinta y nueve céntimos la cajetilla, y hasta un secretario del Partido de la comuna sólo se podía permitir fumarlos de vez en cuando. Gracias a mí, el secretario Hong se vio obligado a pasarlos.
—No me digas que tienes visión de rayos X, joven. Está claro que aquí, en la aldea de Ximen, no se ha valorado tu talento.
Me fumé uno de sus cigarrillos como sólo lo hacen los fumadores expertos, lanzando tres anillos de humo y uniéndolos con un pilar de humo.
—Sé que todos pensáis que soy más que despreciable —dijo—, que no me consideráis más inteligente que un pedo de perro. Pues bien, tengo dieciocho años, ya soy un adulto, y aunque soy pequeño y tengo el rostro de un niño, nadie en la aldea de Ximen es más inteligente que yo.
—¿Es eso cierto? —dijo Hong Taiyue esbozando una sonrisa mientras miraba alrededor de la mesa—. No sabía que ya hubieras cumplido los dieciocho y desde luego desconocía tu inteligencia superior.
Aquel comentario fue recibido con una fuerte carcajada por parte de todos.
Mo Yan prosiguió:
Así que seguí fumando y dije, con una lógica incontestable, que el estado de desequilibrio de Jinlong y de Jiefang era consecuencia de sus problemas sentimentales. Ninguna medicina podía curar eso. Sólo los ancestrales exorcismos funcionarían. Debéis arreglar la boda entre Jinlong y Huzhu y entre Jiefang y Hezuo, lo que la gente llama una boda de «salud y felicidad» pero que, para ser precisos, sería una boda de «salud a través de la felicidad» con el fin de eliminar a los malos espíritus.
No veo la necesidad de debatir sobre si fue o no Mo Yan el que hizo posible que se celebraran las bodas entre vosotros, los hermanos y las hermanas Huang, pero no me cabe la menor duda de que se celebraron el mismo día y personalmente fui testigo de ambas de principio a fin. Lo que está claro es que fueron completamente arregladas, pero Hong Taiyue asumió la responsabilidad de ver que todo marchaba sobre ruedas y de que, lo que normalmente se consideraba como un asunto privado, se convirtiera en algo público. Movilizó todo el talento que poseían las mujeres de la aldea y se aseguró de que sería un acontecimiento festivo y, al mismo tiempo, solemne.
Las bodas tuvieron lugar el decimosexto día del cuarto mes lunar de aquel año, bajo una luna llena que era excepcionalmente brillante y que colgaba muy baja en el cielo, quizá porque no deseaba abandonar el bosque de albaricoqueros, casi como si hubiera aparecido en honor de los invitados.
Cuando la luna alcanzó su máxima altura, bajó la mirada hacia mí con frío distanciamiento. Le lancé un beso y levanté la cola hacia la hilera de dieciocho edificios que se extendía en el extremo septentrional de la granja de cerdos, cerca de la carretera principal de la aldea. Ahí era donde vivían los cuidadores de los cerdos y donde la comida de los animales se mezclaba, se elaboraba y se almacenaba. Los edificios también albergaban las oficinas de la granja y la sala de recepciones. Las tres habitaciones que daban al lado oeste estaban reservadas para las dos parejas de recién casados, la habitación central se iba a utilizar en común y las habitaciones exteriores serían de uso privado. En su breve historia, Mo Yan escribió:
Los fregaderos estaban llenos de pepinos con buñuelos y se habían colocado buñuelos con rábanos sobre diez mesas que se encontraban en una espaciosa sala. Una lámpara colgaba de una viga e iluminaba la habitación, que estaba luminosa como la nieve…
Más tonterías llenas de mentiras. La habitación no medía más de doce por quince, ¿cómo era posible entonces que cupieran diez mesas en ella? En ninguna parte de todo el concejo de Gaomi del Noreste, por no hablar de la aldea de Ximen, había un salón que pudiera albergar diez mesas puestas para un centenar de invitados.
Lo cierto es que el banquete de boda se celebró en la estrecha franja de tierra que se extendía por delante de esa hilera de edificios. Las ramas podridas, la hierba mohosa y las malas hierbas se apilaron en el extremo más alejado de la franja de tierra, donde las comadrejas y los erizos habían levantado sus hogares. La recepción necesitaba una mesa, la mesa de madera de palisandro con los bordes grabados que normalmente se encontraba en la oficina de la brigada. Allí se colocaba el teléfono, junto con dos botellas de tinta seca y una lámpara de queroseno con su pantalla de cristal. Más tarde, la mesa pasó a manos de Ximen Jinlong durante su época de máximo esplendor —algo que Hong Taiyue caracterizó como el acto tiránico del hijo de un terrateniente para saldar viejas cuentas con los campesinos de clase media y baja— y terminó en su reluciente oficina para convertirse en una herencia familiar. ¡Vaya! No sé si debería dar a ese hijo mío una palmada en la espalda o una patada en el trasero. Muy bien, muy bien, lo dejaré para más adelante.
Sacaron de la escuela elemental veinte mesas dobles de tablero negro con patas amarillas. Los tableros estaban cubiertos con manchas de tinta azul y roja y con palabras soeces grabadas con cuchillos. También sacaron del edificio de la escuela cuarenta bancos pintados de rojo. Las mesas se colocaron en hileras de dos y los bancos en hileras de cuatro y la franja de tierra se convirtió en un lugar donde parecía que se iba a impartir una clase al aire libre. No había linternas de gas ni luz eléctrica, sólo un sencillo farol con una base de estaño a prueba de tormentas situado en el centro de la mesa de palisandro de Ximen Nao; desprendía una lóbrega luz amarilla y atraía a varias hordas de polillas que se arrojaban sobre la pantalla. Lo cierto es que no hacía falta utilizar la linterna, ya que aquella noche la luna estaba tan próxima a la Tierra que su luz brillaba lo suficiente como para que las mujeres pudieran bordar.
Aproximadamente un centenar de personas —hombres, mujeres, ancianos y jóvenes— se sentaron unos frente a otros en cuatro hileras de mesas repletas de buenos alimentos y fino licor, con una expresión en el rostro que mezclaba la excitación con la ansiedad. No podían comer, todavía no, porque Hong Taiyue estaba lanzando una arenga. Algunos de los niños más pequeños —y más hambrientos— robaban trocitos de buñuelos cuando nadie miraba.
—Camaradas miembros de la comuna, esta noche celebramos los enlaces de Lan Jinlong y Huang Huzhu y de Lan Jiefang y Huang Hezuo, unos brillantes jóvenes de la Brigada de Producción de la aldea de Ximen que han realizado una contribución importante a la construcción de nuestra granja de cerdos. Son trabajadores revolucionarios modelo y también son un ejemplo a seguir en nuestro programa de matrimonios tardíos, así que os pido que expresemos nuestra felicitación con un fuerte aplauso…
Yo me encontraba escondido detrás de una pila de madera podrida, observando la ceremonia en silencio. Jinlong y Huzhu estaban sentados en los bancos de la derecha, Jiefang y Hezuo a la derecha. Huang Tong y Qiuxiang se sentaban en el extremo más próximo a mí, de tal modo que podía verles la espalda. En el lugar de honor, situado en el extremo más alejado, era donde se sentaba Hong Taiyue, el interlocutor. Yingchun mantenía la cabeza baja, y me resultaba imposible decir si se sentía triste o feliz. En ese momento me pareció perfectamente razonable que ella sintiera emociones contrapuestas, y me di cuenta de que en la cabecera de la mesa faltaba una persona muy importante. ¿De quién estoy hablando? De Lan Lian, el célebre campesino independiente del concejo de Gaomi del Noreste. Después de todo, era tu padre biológico, Jiefang, y el padre nominal de Jinlong. El apellido formal de Jinlong era Lan, en honor a tu padre. ¿Cómo es posible que un padre no estuviera presente cuando sus dos hijos se estaban casando?
A lo largo de mi existencia como burro y como buey, estaba casi a diario en contacto con Lan Lian, pero después de reencarnarme como cerdo, mi viejo amigo y yo ni siquiera nos conocíamos. Los pensamientos del pasado inundaron mi mente y comenzó a brotar el deseo de volver a ver a Lan Lian. Mientras Hong Taiyue estaba casi al final de su discurso, tres ciclistas se acercaron al banquete montados en sus vehículos. Su llegada se vio precedida por el sonido de los timbres. ¿Quiénes eran aquellas personas? Una de ellas había estado a cargo de la Cooperativa de Comercio y Aprovisionamiento, pero ahora era secretario del Partido y director de la Planta de Procesamiento de Algodón Número Cinco y se llamaba Pang Hu. Le acompañaba su esposa, Wang Leyun, una persona que hacía años que no veía. Se había puesto tan gorda que todas sus curvas habían desaparecido. Su rostro estaba colorado y tenía la piel tersa, lo que daba testimonio de que llevaba una buena vida. La tercera ciclista, una joven alta y esbelta a la que reconocí inmediatamente, era Pang Kangmei, un personaje que aparece en una de las historias de Mo Yan, la chica que casi llega a este mundo entre las malas hierbas del camino. Tenía el cabello recogido con dos coletas cortas, llevaba una camisa de cuadros rojos sobre la que había colocado una insignia blanca que contenía la frase Academia de la Granja escrita en letras rojas. Pang Kangmei era una estudiante especializada en apareamiento de animales en la Academia de la Granja que se encontraba adjunta a la Universidad de los Trabajadores, de los Campesinos y de los Soldados. Permaneciendo erguida como un álamo, era media cabeza más alta que su padre y una cabeza más alta que su madre. Lucía una sonrisa reservada y tenía todos los motivos para parecer reservada: cualquier mujer joven nacida en una familia de una posición social tan envidiada era tan inalcanzable como la Dama de la Luna. Como se había convertido en la chica de los sueños de Mo Yan, aparecía en muchas de sus historias de ficción, reencarnada en una hermosa joven de piernas largas cuyo nombre cambiaba de historia en historia. Los tres miembros de la familia habían hecho ese viaje para acudir a tu boda.
—¡Felicidades! ¡Felicidades! —dijeron Pang Hu y Wang Leyun mientras lucían una amplia sonrisa y ofrecían sus mejores deseos a todos.
—Oh, dios mío, oh, dios mío. —Hong Taiyue interrumpió su discurso y se bajó del banco sobre el que se había subido. Se acercó y le dio la mano a Pang Hu con evidente entusiasmo—. Director Pang —dijo con emoción—, no, lo que quiero decir es secretario Pang, director Pang, nos honra con su presencia. Hemos oído que ahora es el líder de la fábrica y no deseábamos por nada del mundo molestarle.
—Viejo Hong, pensaba que éramos amigos —dijo Pang Hu y soltó una carcajada—. Mira que celebrar una boda tan importante y no decirnos nada. Tenías miedo de que viniera y me bebiera todo el licor de la boda, ¿verdad?
—En absoluto. Teníamos miedo de que un invitado tan honorable no viniera ni aunque le enviáramos una silla tirada por ocho hombres para traerlo hasta aquí. Para la aldea de Ximen, tu presencia hoy aquí…
—Tu graciosa presencia arroja brillo a nuestros humildes alrededores —proclamó Mo Yan en voz alta desde su asiento situado en el extremo de la primera hilera, un comentario que no sólo atrajo la atención de Pang Hu, sino también de su hija, Kangmei. Arqueando las cejas por la sorpresa, lanzó una mirada penetrante a Mo Yan al mismo tiempo que los otros invitados se giraron para mirarle. Mo Yan sonrió satisfecho de sí mismo y dejó al descubierto una hilera de dientes de color amarillo dorado. Eso es lo mejor que puedo decir para describir la extraña mirada que tenían sus ojos mientras aprovechaba otra oportunidad más para llamar la atención.
Pang Hu se soltó la mano de Hong Taiyue y, junto a la otra mano, se la alargó a Yingchun. Las manos endurecidas de este héroe de guerra herido por una granada se habían suavizado a lo largo de los años gracias a que llevaba una vida más acomodada y Yingchun, azorada y conmovida, pero claramente agradecida por su gesto, se limitó a quedarse allí, con los labios temblando, incapaz de articular palabra. Pang Hu le cogió las manos, las estrechó calurosamente y dijo:
—¡Qué feliz debes sentirte!
—Feliz, feliz, todo el mundo es feliz —consiguió murmurar Yingchun entre lágrimas.
—¡Estamos felices juntos, estamos felices juntos! —intervino Mo Yan.
—¿Por qué no está aquí Lan Lian, madre? —La mirada de Pang Hu barrió las dos hileras de mesas.
Aquella pregunta ató la lengua de Yingchun con varios nudos y avergonzó completamente a Hong Taiyue. Aquella fue una oportunidad perfecta para que Mo Yan volviera a intervenir.
—Probablemente se estará aprovechando de la intensa luz de la luna para labrar sus uno coma seis acres de tierra.
Pantera Sun, que se encontraba sentado junto a Mo Yan, le dio un pisotón en el pie.
—¿Por qué has hecho eso? —gritó con patente enfado.
—Cierra esa bocaza apestosa. Nadie podría confundirte con un mudo —dijo Sun con desprecio, manteniendo la voz baja. Se agachó y pellizcó a Mo Yan en el muslo; le arrancó un sonoro grito de la garganta e hizo que su rostro se tornara blanco.
—Muy bien, ya basta —dijo Pang Hu para romper la tensión.
A continuación, expresó sus mejores deseos a los cuatro recién esposados. Jinlong lucía una sonrisa estúpida y Jiefang parecía estar a punto de echarse a llorar. Huzhu y Hezuo mostraban aspectos distintos. Pang Hu se dirigió a su esposa y a su hija:
—Traed los regalos de boda.
—No lo puedo creer, secretario Pang —dijo Hong Taiyue—. Ya has arrojado brillo sobre nuestros humildes alrededores con tu graciosa presencia y no era necesario que realizaras ningún gasto adicional.
Pang Kangmei sujetaba un cuadro enmarcado con una dedicatoria en rojo grabada en una esquina que decía: «Felicidades a Lan Jinlong y a Huang Huzhu por convertirse en una pareja revolucionaria». El cuadro estaba decorado con una fotografía del Presidente Mao vestido con una túnica larga y un fardo en la mano, mientras animaba a los mineros a rebelarse en la ciudad de Anyuan. Wang Leyun sujetaba un cuadro enmarcado de forma parecida que contenía la misma dedicatoria, aunque los nombres de «Lan Jiefang y Huang Hezuo» sustituían a los anteriores y estaban escritos en rojo en la esquina. La fotografía que había en su interior era la del Presidente Mao, vestido con un abrigo de lana, de pie en la playa de la ciudad turística de Beidaihe. Jinlong o Jiefang deberían haberse levantado para recibir los regalos, pero permanecieron sentados como si les hubieran pegado a sus asientos, hasta que Hong Taiyue apremió a Huzhu y a Hezuo para que se levantaran, ya que parecían estar razonablemente despiertas. Después de coger el espejo, Huang Huzhu hizo una amplia reverencia a Wang Leyun, y cuando levantó la mirada tenía los ojos llenos de lágrimas. Llevaba una camiseta roja sobre unos pantalones rojos y su espesa coleta negra le caía sobre las rodillas, atada en el extremo con un lazo rojo. Wang Leyun estiró el brazo y tocó la coleta con tierno afecto.
—Supongo que no te debe apetecer nada cortártela —dijo.
Por fin se presentaba la oportunidad de que Wu Qiuxiang pudiera hablar.
—No es eso, madre. El cabello de mi hija es distinto al de las otras chicas. Si se corta, empieza a derramar sangre.
—Qué cosa más extraña —dijo Wang—. Pero ahora ya sé por qué pareció un poco carnoso cuando lo toqué. Su interior debe estar cubierto por una red de capilares.
Hezuo se abstuvo de hacer una reverencia cuando recibió el espejo de manos de Pang Kangmei y se limitó a dar las gracias con modestia. Kangmei le ofreció la mano como muestra de amistad.
—Te deseo toda la felicidad del mundo —dijo mientras Hezuo le cogía la mano, giraba la cabeza y decía entre lágrimas:
—Gracias.
Desde mi punto de vista, su corte de pelo a la moda, su esbelta cintura y su piel oscura hacían que Hezuo pareciera más hermosa que Huzhu pero, a pesar de todo, te llevaste algo mejor de lo que merecías, Jiefang. Ella es la única que se debería sentir engañada, y no tú. Teniendo en cuenta esa marca de nacimiento azul que tienes en el rostro, ya puedes ser la mejor persona del mundo que seguirás asustando a cualquiera que te vea. El lugar donde deberías estar es en las entrañas del infierno, como uno de los siervos del señor Yama, y no aquí, en la tierra, ejerciendo el cargo de oficial. Pero saliste adelante, te convertiste en un oficial, y tenías el convencimiento de que Hezuo estaba por debajo de ti. Todo lo que guarda relación con este mundo, me aturde mentalmente, créeme.
Cuando por fin se colocó detrás de ellos, Hong Taiyue hizo sitio en la mesa para Pang Hu y su familia.
—Tú —dijo severamente, señalando al lugar donde estaba sentado Mo Yan—, muévete y deja espacio a nuestros invitados.
Se produjo un breve caos, acompañado de las consiguientes quejas por parte de los invitados a quienes les habían quitado el sitio.
Una vez que se sentaron los recién llegados, los invitados a la boda, ansiosos por empezar a comer, se pusieron de pie e hicieron un sonoro brindis con sus copas. A continuación se sentaron, unos más rápido que otros, cogieron sus palillos y apuntaron hacia los pedazos de comida que tenían ante sus ojos. Comparados con los pepinos y los nabos, los palitos de aceite se consideraban un alimento para gourmets que inevitablemente daba lugar a momentáneos choques de palillos por encima de las mesas. La codiciosa boca de Mo Yan gozaba de una reputación bien merecida, pero su conducta aquella noche fue inusitadamente educada y gentil. ¿Por qué? No necesitamos mirar más allá de Pang Kangmei para saberlo. Aunque había sido relegado al final de la mesa, su corazón seguía pegado a la cabecera de la misma. Siguió mirando de la misma manera, sólo que esta vez la estudiante Pang Kangmei había cautivado su alma, tal y como él mismo escribió en uno de sus estúpidos relatos:
Desde el mismo instante en el que mis ojos se posaron en Pang Kangmei mi corazón se hinchó. Las mujeres de las que siempre había pensado que eran auténticas bellezas sacadas de un cuento de hadas —Huzhu, Hezuo y Baofeng— en aquel instante se volvieron inimaginablemente vulgares. Sólo abandonando el concejo de Gaomi del Noreste era posible encontrar a chicas como Pang Kangmei, altas y delgadas, con rasgos hermosos, unos preciosos dientes blancos, una voz encantadora y un cuerpo que desprendía un perfume sutil…
Pues bien, Mo Yan acabó emborrachándose —con una copa era suficiente—, así que Pantera Sun lo agarró por el cogote y lo depositó en la pila de las malas hierbas, no lejos de donde se habían vertido los huesos de cerdo. De vuelta a la cabecera de la mesa, Jinlong engulló medio vaso de licor y la vida regresó a sus ojos. Movida por su preocupación maternal, Yingchun murmuró: —No deberías beber tanto, hijo.
Y entonces allí estaba Hong Taiyue, que, tras meditar las cosas meticulosamente, dijo:
—Jinlong, ya es hora de pasar página a todo lo que ha ocurrido en el pasado. A partir de hoy empiezas una nueva vida y espero que des el do de pecho en todos los acontecimientos que están por llegar.
A lo cual Jinlong replicó:
—A lo largo de los últimos dos meses he experimentado un bloqueo mental que ha nublado mi pensamiento. Pero ya he recobrado el juicio y el bloqueo ha desaparecido por completo.
Ofreció su vaso en un brindis a Pang Hu y a su esposa:
—Secretario Pang, Tía Wang, gracias por haber venido a mi boda y por haberme entregado un regalo que guardaré con cariño.
A continuación se volvió hacia Pang Kangmei.
—Camarada Kangmei, eres una estudiante, una intelectual avanzada. Damos la bienvenida a tu opinión acerca del trabajo que hacemos aquí, en la granja de cerdos. Por favor, no te guardes nada. Como persona que estudia la crianza de animales, si hay algo que tú no sepas, entonces nadie de este mundo lo sabe.
La locura fingida de Jinlong y los actos descabellados habían seguido su curso. Lo mismo se podría decir de la locura de Jiefang. Ahora que Jinlong había recobrado la capacidad para controlar los acontecimientos, fue brindando con todas las personas con las que tenía que hacerlo, dando las gracias a todos los que se lo merecían y, finalmente y tal vez de manera innecesaria, señaló con su vaso a Hezuo y a Jiefang, deseándoles mucha felicidad y una larga vida juntos. Hezuo arrojó el cuadro que llevaba la imagen del Presidente Mao en el regazo de Jiefang, se puso de pie y sujetó su copa con las dos manos. La luna se elevó repentinamente en el cielo, encogiendo de tamaño mientras proyectaba rayos de mercurio que hacían que todo se viera con un relieve extremo. Las cabezas de las comadrejas habían asomado entre las hierbas mientras se maravillaban por la inusitada luz que bañaba aquel lugar; los atrevidos erizos se deslizaban entre las patas por debajo de la mesa en busca de su alimento. Lo que sucedió a continuación se produjo en menos tiempo del que se tarda en contarlo. Hezuo arrojó el contenido de su copa sobre el rostro de Jinlong y, a continuación, depositó con fuerza la copa vacía sobre la mesa. El asombro se reflejaba en el rostro de todos los presentes que presenciaron esta imprevista escena. La luna ascendió todavía más en el cielo, cubriendo el suelo con rayos de mercurio. Hezuo se cubrió el rostro y rompió a llorar.
—¿Esa chica…? —dijo Huang Tong.
—Hezuo, ¿qué significa todo esto? —dijo Qiuxiang.
—Oh, estos jóvenes están locos —comentó Yingchun.
—Secretario Pang, a su salud —dijo Hong Taiyue, levantando su copa—. No es más que un pequeño desacuerdo, eso es todo. Me he enterado de que está intentando contratar a trabajadores para la planta de procesado. Puedo hablar en nombre de Hezuo y de Jiefang. Un cambio de escenario les vendría muy bien. Los dos son unos jóvenes notables que merecen la oportunidad de curtirse un poco.
Huzhu cogió la copa que se encontraba delante de ella y arrojó su contenido sobre su hermana.
—¿Qué te creías que estabas haciendo?
Nunca había visto a Huang Huzhu tan enfadada y nunca hubiera imaginado que pudiera enfadarse. Sacó un pañuelo para secar el rostro de Jinlong. Este le apartó la mano, pero ella se lo volvió a poner. Créeme, yo era un cerdo inteligente, pero las chicas de la aldea de Ximen aquel día me exprimieron el cerebro. Mientras tanto, Mo Yan había salido a rastras de las hierbas y, como un chico con muelles atados a las suelas de los pies, rebotó torpemente hasta la mesa, donde cogió una copa, la levantó por encima de la cabeza y, como si fuera un poeta —tal vez Li Bai y tal vez Qu Yuari— gritó alegremente:
—¡Luna, oh luna, yo te saludo!
Mo Yan arrojó el licor que había en su copa hacia la dirección donde se encontraba la luna. Este se extendió en el aire como una cortina verde y la luna de repente se posó muy baja en el cielo. A continuación flotó suavemente hacia su altura normal donde, como una fuente de plata, lanzó multitud de rayos sobre la tierra.
Abajo, una vez que acabaron los festejos, la gente comenzó a marcharse, tornando distintas direcciones. Todavía había mucho que hacer aquella noche y no había tiempo que perder. ¿Qué pasó conmigo? La verdad es que me apetecía ir a ver a mi viejo amigo Lan Lian, quien, por lo que había oído, tenía la costumbre de trabajar la tierra en las noches de luna llena. Recordé la época en la que era un buey y lo que una vez me dijo:
—Buey, el sol es de ellos, la luna es nuestra, y puedo distinguir con los ojos cerrados mi parcela de tierra de la parcela de la comuna que la rodea. Los uno coma seis acres de tierra son un arrecife, una franja de tierra privada que nunca se hundirá en el vasto océano.
Lan Lian se había ganado en toda la provincia la reputación de ser un modelo negativo y me sentía honrado de haberle servido cuando era un burro y un buey, para mayor gloria del reaccionario.
—Sólo reclamando la tierra como propia podemos ser los amos de la misma.
Antes de salir a ver a Lan Lian, paseé a hurtadillas por mi pocilga, sin hacer el menor ruido. Dos milicianos se encontraban sentados debajo del albaricoquero fumando y comiendo albaricoques y, para evitarlos, salté de un charco de sombra a otro, sintiéndome ligero como una golondrina, y salí de la arboleda después de haber dado una docena de saltos, cuando mi camino se vio interrumpido por un canal de riego que tenía aproximadamente cinco metros de ancho por donde corría abundante agua limpia y cuya superficie era lisa como un cristal. Estaba siendo observado por el reflejo de la luna. Nunca había intentado nadar desde el día en que nací, aunque el instinto me decía que sabía hacerlo. Pero como no quería asustar a la luna, decidí saltar por encima de la acequia. Retrocedí unos diez metros, respiré profundamente varias veces para llenar los pulmones y eché a correr, dirigiéndome a toda velocidad a un montículo que aparentaba ser de color blanco, una plataforma de lanzamiento perfecta. En cuanto mis patas delanteras tocaron la tierra endurecida, me impulsé hacia delante con mis patas traseras y despegué, como si me hubiera disparado un cañón. Mi vientre sintió el frescor de la brisa que abrazaba la superficie del agua y la luna me guiñó un ojo mientras pasaba por encima de la acequia, justo antes de aterriza en la orilla opuesta.
Y allí lo vi. Llevaba una chaqueta confeccionada con un tejido local con la parte delantera abotonada, un pañuelo blanco ceñido alrededor de la cintura y un sombrero cónico de tallos de sorgo entrelazados que ocultaba gran parte de su rostro, pero no la luminosa mitad azul ni la intensa tristeza bañada con una luz inquebrantable que había en sus ojos. Estaba agitando una larga caña de bambú con un pedazo de paño rojo atado a su extremo, como la cola serpenteante de un buey, espantando las polillas que ponían huevos en sus tallos de trigo y enviándolas a las plantas de algodón o a los tallos de trigo que pertenecían a la Brigada de Producción. Como no le quedaba más remedio que utilizar este método primitivo para proteger sus cosechas, daba la sensación de que estaba entablando una batalla con los destructivos insectos, cuando en realidad el verdadero enemigo era la Comuna del Pueblo. Viejo amigo, hace tiempo, cuando era un burro y luego, cuando era un buey, compartía tus comodidades y tus penalidades, pero ahora soy un verraco semental que pertenece a la Comuna del Pueblo y no puedo ayudarte. Tenía pensado aliviarme en tu campo para proporcionarte un poco de fertilizante orgánico pero ¿qué pasaría si lo pisaba? ¿Acaso eso no convertiría una buena acción en una mala? Podía morder los tallos de maíz de la Comuna del Pueblo o arrancar de raíz todas sus plantas de algodón, pero eso no haría ningún bien a nadie, ya que tampoco somos enemigos. Viejo amigo, mantente firme y no vaciles. Eres el único campesino independiente de toda China, así que no lo olvides, porque la perseverancia es sinónimo de victoria. Levanté la mirada hacia la luna, que me asintió con la cabeza y luego brincó hacia el cielo del oeste. Se estaba haciendo tarde y había llegado la hora de regresar. Pero en cuanto comencé a salir del campo de trigo vi a Yingchun corriendo hacia el lugar donde me encontraba con una cesta de junco. Las borlas de trigo emitían un suave susurro mientras frotaban sus caderas al andar. El aspecto que ofrecía su rostro era el de una esposa que llegaba tarde a llevar comida a su marido mientras este trabaja en el campo. Aunque vivían separados, no se habían divorciado. Y aunque no se habían divorciado, se les habían negado los placeres del lecho. En lo más profundo de mi interior me sentí bien con aquella escena. Ahora que era un cerdo, no debería importarme lo más mínimo lo que le pasaba a los seres humanos en cuestión de sexo pero, después de todo, yo había sido su marido cuando vagaba por este mundo como Ximen Nao. El aroma característico del licor que emanaba de Yingchun estaba suspendido en el aire frío de la tierra. Se detuvo cuando se encontró a no más de un par de metros de distancia de Lan Lian para mirar su espalda ligeramente encorvada mientras, con gran agilidad, espantaba las polillas con su caña de bambú. La agitaba hacia todos los lados, silbando en el viento. Las polillas, que tenían las alas pesadas por el rocío y los vientres llenos de huevos, volaban torpemente. Estoy seguro de que Lan Lian sabía que estaba siendo observado y quizá adivinó que aquella mujer era Yingchun, pero en lugar de detenerse, se limitó a reducir el ritmo de sus sacudidas.
—Padre de mis hijos —dijo por fin Yingchun.
La caña se detuvo en mitad del aire después de un par de sacudidas más y se limitó a quedarse inmóvil, como si fuera un espantapájaros.
—Los niños se han casado, ya no hace falta que nos preocupemos más —dijo Yingchun y, a continuación, dejó escapar un suspiro—. Te he traído una botella de licor. A pesar de todo, todavía sigue siendo tu hijo.
Lan Lian lanzó un gruñido y agitó la caña un par de veces.
—El director Pang ha traído a su esposa y a su hija al banquete y ha obsequiado a las dos parejas con unos cuadros que contenían imágenes del Presidente Mao —dijo, y añadió levantando la voz ligeramente emocionada—. El director Pang ha sido ascendido a jefe de la Planta de Procesamiento de Algodón y ha aceptado dar trabajo en la fábrica a Jiefang y a Hezuo. Fue idea del secretario Hong. El secretario Hong, que es un buen hombre, ha tratado muy bien a Jinlong, a Baofeng y a Jiefang. ¿No crees que deberíamos satisfacer sus deseos?
La caña se agitó violentamente en el aire, atrapando en el paño rojo algunas polillas rojas que se estrellaban contra el suelo emitiendo un crujido agudo.
—Muy bien, no debería haber dicho nada. No te enfades. Haz lo que te apetezca. Todo el mundo está acostumbrado a que te comportes así. Después de todo, es el día de la boda de nuestros hijos y he venido hasta aquí en mitad de la noche para que puedas beber licor de la boda. Después, me marcharé.
Yingchun sacó la botella de la cesta, que relucía a la luz de la luna. Después de quitarle el corcho, avanzó y se la entregó por la espalda.
La caña volvió a detenerse. Lan Lian se quedó congelado sin moverse. Vi cómo las lágrimas inundaban sus ojos mientras apoyaba la caña sobre su hombro y echaba hacia atrás su sombrero para mirar a la luna que, naturalmente, le miraba con semblante triste. Lan Lian cogió la botella, pero no giró la cabeza.
—Tal vez tengas razón, todos la tengáis, tal vez yo sea el único que está equivocado. Pero he hecho un juramento y si estoy equivocado, entonces así es como voy a acabar.
—Después de que Baofeng se case —dijo Yingchun—, voy a dejar la comuna y a quedarme contigo.
—No, la agricultura independiente me exige estar solo. No necesito a nadie más. No tengo nada en contra del Partido Comunista y mucho menos contra el Presidente Mao. No me opongo a la Comuna del Pueblo ni a la colectivización. Sólo quiero que me dejen trabajar en soledad. Los cuervos son negros en todas las partes del mundo. ¿Por qué no puede haber uno solo que sea blanco? Eso soy yo, ¡un cuervo blanco! —dijo lanzando un poco de licor hacia la luna y, con una voz enormemente conmovedora y desolada como no la había oído jamás, gritó—: Luna, me has acompañado en mis labores del campo durante todos estos años. Eres la linterna que me ha enviado el Anciano del Cielo. He labrado la tierra iluminado con tu luz… Nunca dices nada, nunca te enfadas ni eres rencorosa y estoy eternamente en deuda contigo. ¡Luna, llevo tanto tiempo dándote quebraderos de cabeza!
El licor transparente se dispersó en el aire como perlas teñidas de azul. La luna tembló ligeramente y le hizo un guiño a Lan Lian. No recuerdo haberme sentido antes tan conmovido. En una época en la que las multitudes cantaban alabanzas al sol, nunca se había escuchado que alguien albergara unos sentimientos tan intensos hacia la luna. Lan Lian vertió las últimas gotas de licor en su boca y, a continuación, levantó la botella por encima de su hombro.
—Muy bien —dijo—. Ya te puedes marchar.
Con un movimiento de su caña, comenzó a caminar. Yingchun se puso de rodillas, juntó las manos y las levantó hacia la luna, que brillaba dulcemente sobre sus danzantes lágrimas, sobre su grisáceo cabello y sobre sus labios temblorosos…
Al ver este amor mutuo, me puse de pie sin pensar en absoluto en las posibles consecuencias, ya que estaba convencido de que en lo más profundo de su corazón sabrían quién era yo y no me tomarían por una especie de monstruo. Apoyé mis pezuñas delanteras sobre las puntas elásticas de los tallos de trigo y avancé hacia ellos a lo largo de las hileras del campo. Juntando mis pezuñas, les hice una reverencia y dejé escapar un gruñido de cerdo para saludarlos. Se me quedaron mirando con la boca abierta, con una mirada en blanco que revelaba sorpresa y desconcierto.
—Soy Ximen Nao —dije.
Escuché perfectamente unos sonidos humanos salir de mi garganta, pero no se produjo la menor reacción por parte de ellos. Después de que pasaran unos segundos que me parecieron una eternidad, Yingchun se echó a temblar mientras Lan Lian apuntó con su caña hacia mí y dijo:
—Demonio de cerdo, mátame si eso es lo que quieres pero, por favor, te lo ruego, no me pises las cosechas.
Una tristeza devastadora de repente invadió mi corazón. Los humanos y las bestias avanzan por caminos distintos que prácticamente nunca se llegan a juntar. Bajé mi cabeza hasta la altura de mis cuatro extremidades y salí corriendo a través del campo de trigo, con la cabeza gacha. Pero mi estado de ánimo mejoró a medida que me acercaba al Jardín del Albaricoque. Todas las criaturas de la tierra siguen su propia naturaleza. Nacimiento, vejez, enfermedad y muerte; penas y alegrías, despedidas y reuniones, todos esos acontecimientos están dictados por leyes objetivas e irreversibles. En aquel momento yo era un verraco, así que tenía que asumir mis propias responsabilidades. Lan Lian seguía aferrado a su obstinación de permanecer apartado de las masas, así que era necesario que yo, el Cerdo Dieciséis, utilizara mi extraordinaria inteligencia, mi valor extremo y mis extraordinarias cualidades físicas para conseguir algo que pudiera sorprender al mundo, y añadir mi existencia como cerdo a la historia de los seres humanos.
Después de entrar en el Jardín del Albaricoque, borré de mi mente a Lan Lian y a Yingchun. ¿Por qué? Porque vi que Diao Xiaosan ya había seducido a Amante de la Mariposa y había puesto a cabalgar toda su pasión. De las otras veintinueve puercas que había en la granja, catorce de ellas habían escapado de sus pocilgas, mientras que las quince restantes o se estaban golpeando la cabeza contra la puerta o estaban llorando a la luna. Estaba comenzando a escribir un magnífico prólogo al apareamiento. Antes de que hiciera su aparición el personaje principal, su suplente ya estaba encima del escenario. ¡Maldito sea! No lo iba a permitir.